OPRESION

v. Aflicción, Persecución
Deu 26:7 aflicción, nuestro trabajo y nuestra o
Psa 12:5 por la o de los pobres, por el gemido de
Psa 42:9; 43:2


(-> ángeles, éxodo, magia, pecado, grito). La Biblia es un libro donde se exponen las opresiones de los hombres, describiéndose, al mismo tiempo, el camino de su libertad. Podemos distinguir, de un modo general, tres tipos de opresión.

(1) Antiguo Testamento canónico. Los hebreos en Egipto: «Después de mucho tiempo, murió el rey de Egipto y los israelitas clamaban desde su servidumbre y el grito que nací­a de su servidumbre, subió a Elohim. Y Elohim escuchó su clamor y se acordó de su alianza con Abrahán, con Isaac y con Jacob» (Gn 2,23-25). El sometimiento y esclavitud de los hebreos en Egipto constituye el primero de los grandes modelos de opresión humana y se encuentra en el fondo de toda la historia bí­blica, como confiesa el creyente liberado cuando presenta sus ofrendas ante Dios: «Un arameo errante era mi padre, que descendió a Egipto con unos pocos hombres. Allí­ creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos afligieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces clamamos a Yahvé, el Dios de nuestros padres, y Yahvé oyó nuestra voz y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión… y nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido…» (Dt 26,5-9).

(2) Literatura apocalí­ptica. Los ángeles invasores. El libro de 1 Henoc hadestacado la opresión de los hombres bajo los vigilantes* perversos, que violaron a las mujeres e impusieron sobre todos (varones y mujeres) las diversas formas de sometimiento: conocimientos religiosos falsos: ensalmos, conjuros, encantamientos, astrologí­a… (cf. 1 Hen 7,1; 8,2-3); ciencias mágicas y supersticiosas: «recoger raí­ces y plantas» (1 Hen 7,1); violencia militar: «Azazel enseñó a los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, los metales y sus técnicas…» (1 Hen 8,1). El mundo que en Gn 1 Dios habí­a creado bueno (espacio de hermosura y alabanza) se ha venido a convertir en objeto de deseos enfrentados, campo de batalla. Lógicamente, los hombres deberí­an haber sido destruidos, como consecuencia de un tipo de anti-gracia: la vida hecha engaño y conquista de muerte. Pues bien, respondiendo a esa opresión, de la misma manera que habí­an hecho los hebreos en Egipto, los hombres «clamaron en su ruina y llegó su voz al cielo» (1 Hen 8,4). El libro de Henoc* aplica y desarrolla este grito de un modo consecuente, distinguiendo tres niveles, (a) La tierra grita y se queja de los perversos (cf. 1 Hen 7,6), como sabí­a ya Gn 4,11-12 cuando afirma que ella clamó contra Caí­n, el asesino. La misma tierra quiere de algún modo libertad, como dirá Pablo en Rom 1,18-23, evocando el gemido de la creación que llama a Dios su creador, (b) Los hombres «clamaron desde su ruina y llegó su voz al cielo» (1 Hen 8,4), como decí­an las tradiciones del Exodo de Egipto (Ex 2,23-25). Los esclavos y oprimidos del mundo, sometidos a una fuerte corrupción, piden y esperan también la libertad en las tradiciones de Henoc. (c) Finalmente, el texto supone que gritan las almas de los muertos: se quejan las almas de los hombres» (1 Hen 9,3). «Claman las almas de los que han muerto, se quejan ante las mismas puertas del cielo, y su clamor ha ascendido y no puede cesar ante la injusticia que se comete sobre la tierra» (1 Hen 9,9).

(3) El Evangelio, voz de los oprimidos. En el origen y centro del cristianismo se encuentra la experiencia de Jesús, que «recorrí­a toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Se difundió su fama por toda Siria, y le tra jeron todos los que tení­an dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralí­ticos, y los sanó» (Mt 4,23-24). «Al ver las multitudes, Jesús tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Esta es la experiencia suprema de Jesús, que asume y hace propios los dolores y dolencias de los hombres (cf. Mt 8,17), de manera que ha podido decir en el juicio «tuve hambre, fui extranjero, estuve encarcelado…», como alguien que ha sido capaz de experimentar en su persona y en su vida el dolor y opresión de todos los hombres y mujeres de la historia (Mt 25,31-46). Desde ese fondo de evangelio vuelve a escucharse la voz de los asesinados: «Vi bajo el altar las almas de los que habí­an muerto a causa de la palabra de Dios y por su testimonio. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, tardarás en venir y vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra?» (Ap 6,910). Esta voz de los asesinados constituye uno de los temas primordiales de la esperanza de Occidente.

Cf. I. ELLACURIA y J. SOBRINO (eds.), Mysterinm liberationis. Conceptos fundamentales de la teologí­a de la liberación, Trotta, Madrid 1990; P. JARAMILLO, La injusticia y la opresión en el lenguaje figurado de los profetas, Monografí­as ABE-Verbo Divino, Estella 1992. »

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra