(-> Apocalipsis, juicio, condena). La prostitución aparece en la Biblia desde los tiempos más antiguos tanto en la tierra de Israel (Gn 28,15), como en los países del entorno (Je 16,1; Prov 2,16; 29,3). Ella ha sido especialmente condenada en dos casos: (a) un sacerdote, y especialmente el Sumo Sacerdote, no puede casarse con una prostituta, pues ello implicaría un riesgo para su santidad y, sobre todo, para la limpieza genealógica de sus hijos (cf. Lv 21,7.14); (b) un padre no puede prostituir a su hija para lograr así ganancias económica (cf. Lv 19,29). En estos casos, la prostitución se entiende en su sentido literal. Pero, como suele suceder en otros pueblos, las palabras vinculadas con la prostitución han tomado pronto un carácter simbólico, de tipo casi siempre religioso y negativo. En este contexto debemos poner de relieve el hecho de que, por contaminación patriarcalista, el Antiguo Testamento presenta como prostitutas a mujeres que, estrictamente hablando, no lo son, sino que poseen y ejercen una independencia social que las hace autónomas ante la sociedad o ante su misma familia. Los casos más famosos son los de Rajab*, la «hospedera» de Jericó, que recibe a los espías de Israel (Jos 2,1-3; 6,17-25), y la «concubina»* del levita de Je 19,1-3. Más que prostitutas en el sentido normal, ellas son mujeres que gozan de una libertad particular, sea en contexto social, sea en contexto matrimonial.
(1) Casos especiales. Evocamos algunos casos en los que el simbolismo de la prostitución tiene un papel importante para la Biblia, (a) Prostitutos sagrados. Han sido especialmente condenados en Israel los prostitutos y prostitutas sagrados (llamados santos y santas: de la raíz qds), vinculados al culto de algunos templos cananeos o de otras ciudades del entorno. En este contexto se sitúa la famosa ley del Deuteronomio: «No traerás la paga de una prostituta ni el precio de un perro [= prostituto sagrado] a la casa de Yahvé tu Dios por ningún voto; porque abominación es a Yahvé tu Dios tanto lo uno como lo otro» (Dt 23,18). En este contexto parece suponerse que en algún momento ha existido dentro del mismo templo de Yahvé algún tipo de prostitución sagrada, (b) La idolatría como prostitución. El caso más significativo de prostitución sagrada, de tipo perverso, es la que está vinculada con el culto a los ídolos que, al menos desde Oseas, aparecen como amantes falsos (vinculados a veces con prácticas sexuales que la religión de Yahvé condena como inmorales). Entendida así la prostitución, es el pecado nacional de Israel, como supone Os 2,1; Is 1,21; Jr 13,27. Especialmente significativo es, en ese contexto, el largo capítulo de Ez 16, dedicado a las prostituciones de las dos doncellas de Dios, Israel y Judá. (c) Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos. El Nuevo Testamento conserva los diversos sentidos de la palabra. Así, dentro de la retórica moral del tiempo, hallamos algunas condenas generales de la prostitución, como la que aparece en la crítica del hermano mayor de Lc 15,30 o de 1 Cor 6,15-16. Pero la novedad mayor del Evangelio se muestra allí donde Jesús viene a presentarse como el Mesías o Cristo de las prostitutas, a las que se acerca sin condenarlas (cf. Mt 21,32; cf. Lc 7,34) y a las que promete el reino de los cielos, antes que a los justos cumplidores de la ley israelita: «publicanos y prostitutas os precederán en el reino de los cielos» (Mt 21,31). Esta actitud de Jesús, vinculada a la raíz de su mensaje (gracia*, amor*) y a las condiciones sociales y personales de las prostitutas, implica un cambio radical en la teología y moral del Nuevo Testamento. (d) A no ser en caso de pomeia, prostitución. Otro ejemplo especial es el que ofrece Mt 5,32 y 19,9: «El que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación [pomeia, prostitución*], hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio». Estos pasajes introducen un cambio muy significativo en el principio de indisolubilidad del matrimonio que Jesús ha formulado según Mc 10,4-9. Mateo conserva la indisolubilidad, pero añade que el matrimonio está roto ya en caso de pomeia: esta palabra se puede entender en sentido figurado, como refiriéndose a un tipo de unión prohibida por la ley, entre parientes cercanos (quizá lo mismo que en Hch 15,29), pero es más probable que conserve su sentido originario, indicando así que donde surge la prostitución (del esposo o de la esposa) se ha roto el matrimonio. Esta es la paradoja del Evangelio: por un lado, Jesús llama a las prostitutas al Reino; por otro lado afirma que la prostitución rompe el matrimonio.
(2) Apocalipsis. (1) El signo de la prostituta. En el Apocalipsis la prostitución tiene un sentido básicamente figurado y así aparece vinculada a la tendencia eclesial de Jezabel* y de los nicolaítas, que buscan un tipo de relación con Roma distinta que la que propugna el autor del Apocalipsis (Ap 2,14.20 idolocitos*). La prostitución condenada aquí no es una relación sexual de tipo privado, más o menos desordenada, sino la obra de la prostituta o pomé (cf. Ap 17-18), que separa a los creyentes de Dios, oponiéndose a la fidelidad de Jesús, que se expresa en forma de confianza con Dios o entre personas (Ap 1,5; 19,11; cf. 2,10.13.19; 13,10; 17,14). Según la tradición israelita, los ídolos prostituyen, pues repre sentan un amor que se compra y vende. Eso es lo que Juan ha visto y condenado en Roma (que es pomé o ramera) y en aquellos que la aceptan: Roma es prostitución universal, engaño personificado, Estado (= ciudad, estructura política) que vive de la sangre de los otros (cf. 17,6; 18,24). Los que defienden la prostitución en las iglesias (Ap 2,14.20) aplican dentro de ellas el estilo de vida de Roma. Al destacar estos signos (comida idolátrica, amor prostituido), el Ap nos lleva a la más honda crisis social. El ser humano es lo que come y lo que ama. Fundado como estaba en la tradición israelita de comensalidad y connubio (familia) y en la experiencia de Jesús, centrada en la comida compartida (multiplicación de panes) y la fidelidad afectiva (amor personal, relaciones fundadas en la verdad y confianza), Juan lo sabía. Pues bien, su modelo social choca con la imposición económico-sacral (idolocitos) y el engaño afectivo (fornicación) del Imperio.
(3) Apocalipsis. (2) La gran prostituta. Desde ese fondo, Juan ha concebido el pecado de la humanidad y del pueblo israelita en términos de prostitución universal. El pecado del Dragón y de las Bestias se encarna en Babel (Roma), ciudad ramera que se vende a los reyes y pueblos de la tierra, para sacar ganancia de ellos, bebiendo (derramando) la sangre de los mártires del Cristo y de todos los asesinados de la tierra (cf. 17,1-5.15; 18,3.9.24; 19,2). Las mismas Bestias y Reyes que la han utilizado acabarán matándola, en juicio de talión intrahistórico (17,15-18), que Juan (cf. 18,1-19,8) interpreta como signo de salvación universal. Ella aparece así en el centro del Apocalipsis: «Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano una copa de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación; y en su frente un nombre escrito: ¡Misterio! Babilonia la grande, madre de los prostitutos y de las abominaciones de la tierra» (Ap 17,3-5). El autor del Apocalipsis no ha inventado esta figura (ni la destrucción de Babilonia, que aparece, por ejemplo, en Jr 51), pero la ha recreado a partir de su experiencia de Jesús y de las co munidades cristianas, amenazadas por el Imperio romano. Esta mujer-prostituta ha de verse en oposición a la mujer-madre amenazada (Ap 12,1-2) y a la novia-ciudad de la plenitud final (Ap 19,7; 21,2.9).
(4) Apocalipsis. (3) Los signos de la prostituta, (a) Vestidos y adornos. Está vestida de púrpura y escarlata (17,4), colores de realeza/riqueza y sacerdocio sacrificial (cf. Ex 26,1.4.31.36; 28; Nm 4,7-8; Lv 14; 19,6; etc.), como diosa y sacerdotisa falsa. Está adornada de oro, piedras preciosas y margaritas (17,4), que son signos de lujo (honor del mundo) y de poder (cf. Jerusalén celeste: 21,19-21) vinculados al sumo sacerdote (Ex 28,17-20; 39,10-12) o rey divinizado (antidivino) de Ez 28,13. Por vestido y ornamentos, ella es la expresión de una sacralidad invertida, diosa del poder hecho opresión. Allí donde los aduladores cantan su grandeza (¡es diosa!) ha visto Juan su prostitución. Pocas veces ha existido en la historia universal una crítica más honda de la satanización política: el mundo admira a Roma y celebra su paz (hecha de riqueza y de un tipo de justicia) como signo de Dios; Juan la condena como servidora de la Bestia, (b) Su signo distintivo es una copa (poterion, vaso para beber). Normalmente, la mujer aparece como vientre y pechos: fecundidad primera, ánfora de vida y leche para sus hijos; así suele mostrarse la Madre Diosa de oriente, venerada en Efeso como Artemisa de pechos abundantes. Pero la mujer de Ap 17 no es seno gozoso ni maternidad generadora, sino copa de misterio embriagante y sanguinario. Pues bien, la copa de esta mujer está llena de las abominaciones e impurezas de su Prostitución… (17,4): contiene lo que ella ofrece a sus amantes y lo que recibe de ellos, especialmente la sangre que les chupa. En su falsa ley de sexo y libación sagrada, engaño y esperanza de futuro, se funda la historia. El misterio de Jesús se expresa en el pan compartido y la copa de vino hecho vida entregada por los demás. El misterio de la Prostituta es, en cambio, copa de engaño que mata, (c) La prostituta y la bestia. Ella lleva escrito en su frente un nombre que dice ¡Misterio! (17,5); así quiere presentarse como revelación escatológica de Dios. Esta mujer promete algo que nunca puede dar. Ella es lo contrario a Dios, una humanidad que vive del engaño, destruyendo a los demás y realizando su antieucaristía; parece diosa, expresión del culto supremo del mundo, montada sobre la bestia, como icono o imagen que todos deben adorar (aceptar, venerar) si quieren vivir (comprar y comer) en el Imperio (cf. Ap 13,14-18). Es sólo humanidad de muerte y así cabalga sobre la Bestia escarlata llena de blasfemia (17,3). Por sí misma no puede dominar la tierra. Necesita unirse a la Bestia que ya tenía a su servicio un primer lacayo, la segunda Bestia o Mal Profeta, que engaña a todos con milagros falsos (perversión ideológica) y falsa comida (perversión económica). Esta mujer es el segundo lacayo de la Bestia: es Ciudad perversa que todo lo destruye, dando a los humanos la droga de su mentira insaciable. ¿Quién domina a quién? Es difícil saberlo, pues todos tienden a engañar y dominarse. Es evidente que la Ciudad utiliza a la Bestia: monta sobre ella para hacerse prostituta universal. Pero, al mismo tiempo, la Bestia se vale de la Prostituta para dominar a las naciones de la tierra; ella, la Bestia, se servía ya del Mal Profeta, pero necesita más; ella debe llevar sobre su grupa la más alta de todas las promesas, su propia realidad de mujer de gloria y muerte, de misterio y destrucción humana.
(5) La muerte de la prostituta. Punto departida (bestias*, Roma*). Jesús aparece en el Evangelio como regalo personal: copa de vino* que se ofrece y comparte de un modo gratuito, vida que se regala y derrama al servicio de los otros (como sangre*), para crear de esa manera (para ellos y con ellos) un Cuerpo de Amor. La prostituta, en cambio, es aquella que vende todo y se vende a sí misma, aliándose a la Bestia (poder militar absoluto) para dominar así a los pobres, poniéndolos al servicio de su cuerpo, (a) La prostituta y sus amigos. Ella no ofrece su sangre, sino que chupa y bebe la copa de la sangre de los otros, especialmente de los mártires. Ciertamente, quiere ser diosa y como diosa se viste (de púrpura y escarlata), pero es simple ramera montada sobre una cabalgadura escarlata llena de blasfemia (17,3), unida a la Bestia y a su Mal Profeta, que dominan y engañan a todos con sus perversiones (cf. Ap 13). De esa forma se juntan y engañan, la Mala Ciudad (Prostituta) y las Bestias, para dominar a las naciones de la tierra, en camino de muerte, que en muerte y destrucción acaba. Con ella se han prostituido los reyes (Ap 17,2; cf. 6,15; 16,14) y aquellos que desean el poder en este mundo. Juan está pensando en los monarcas vasallos de oriente (como los herodianos), vendidos a Roma; pero puede aludir a todos los monarcas subordinados del Imperio (cf. 17,18; 18,3.9; 19,19), que han debido prostituirse para gobernar sobre sus pueblos. Con ella se han emborrachado todos los habitantes de la tierra (17,2), que se dejan corromper por su prostitución (violencia), aceptando su dominio. Como borrachos los presenta el texto: embriagados de prostitución, ebrios de sangre. No saben, no conocen, no consiguen vivir en sobriedad. Son un mundo pervertido. Esta no es una embriaguez personal, que a veces recibe en la gnosis un carácter positivo, de interiorización iluminadora, sino borrachera social, vinculada a la injusticia y asesinato de los justos. De esa forma, el signo de la prostitución (tanto masculina como femenina: prostituta y prostitutos) se traslada a las relaciones sociales de violencia, centradas en la opresión económica y la imposición social (asesinato). Esta Prostituta es madre de los prostitutos (cf. Ap 17,5) que viven derramando y bebiendo sangre humana, (b) Los amigos se vuelven enemigos. Los mismos que se han aprovechado de ella acabarán destruyéndola: «Pero los diez cuernos que has visto, y la misma Bestia, despreciarán a la Prostituta, la harán desierto, la dejarán desnuda, comerán sus carnes y la convertirán en pasto de las llamas. Porque Dios les ha inspirado para que cumplan su consejo: para que tengan un único consejo y entreguen su reino a la Bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios. Y la mujer que has visto es la gran ciudad, la que domina sobre los reyes de la tierra» (Ap 17,16-18). Texto enigmático y profundo donde se dice que la Bestia y los reyes que han utilizado a la Prostituta (Roma, la ciudad universal) acaban matándola. En el fondo, ellos odian a su madre-ciudad (¡Babilonia, madre de todos…!: 17,5) y se elevan contra ella. Estas son las dos caras de un mismo pecado: Bestia y reyes utilizan a la Prostituta, prostituyéndose de esa manera a sí mismos; ellos la matan, matándose a sí mismos. Historia y mito se vinculan en este relato escalofriante de matricidio y guerra civil, de deicidio (han matado al Cordero* de Dios) y autodestrucción (aniquilando la ciudad se aniquilan a sí mismos). Los paralelos simbólicos son muchos, desde el Entuna Elish donde Marduk*, rey de Babel, mata a su madre Tiamat*, para alzar la gran ciudad (¡siempre Babel!) sobre su cadáver, hasta las novelas actuales de autodestrucción atómica.
(6) Las etapas de la destrucción de la Prostituta. El relato del Apocalipsis se ilumina desde el fondo mítico de la muerte de la diosa-monstruo del principio. (a) Bestia y Reyes odiarán a la Prostituta porque la han utilizado. La necesitan pero se avergüenzan de su necesidad. De ella han nacido (es madre de todos), pero no pueden amarla (cf. Ez 23,25-29). (b) La harán desierto. Era lugar poblado, de encuentro de pueblos, lenguas, naciones de la tierra (Ap 17,15); pero todos se van, huyendo de ella… La dejan sola, prostituta vieja, abandonada, despreciada, sin nadie que quiera o pueda pagar sus favores, como el profeta la ha visto, en yerma soledad eterna (Ap 17,3). (c) La desnudan. Eran imponentes sus vestidos y adornos: púrpura, escarlata, oro y diamantes… (cf. 17,4). Ahora es carne vieja, ante todos los curiosos que se burlan, al verla deshonrada, en desnudez que en la Biblia significa humillación (cf. Os 2,5; Ez 16,39; 23,39). (d) Comerán sus carnes… De esa forma se sitúan y nos sitúan en el lugar del sacrificio* originario, entendido como banquete de antropofagia que marcó la historia posterior. Así lo supone el Ap: Bestia y Reyes matan y comen a su Madre prostituta. Se cumple de esa forma el talión que había anunciado el ángel de las aguas, de manera que se podría decir: ella ha bebido la sangre de los mártires de Cristo en copa de oro; es justo que la Bestia y los Reyes devoren su sangre (cf. Ap 16,5-7). (e) Y la quemarán al fuego. La visión de la ciudad que arde, fuego que asciende con humo hacia el cielo, está en el centro de las lamentaciones que siguen (cf. Ap 18,8-10), retomando un motivo común, vinculado al incendio y destrucción escatológica de Jerusalén (cf. 2 Re 25,8-12) o del mundo (cf. 2 Pe 3,10), mirado desde el gesto de quemar la carne de los animales destinados al sacrificio (cf. Lv 16,27). (f) La gran antropofagia. Estamos en el centro de un rito destructor de antropofagia (¡el sacrificio originario!) en que Reyes y Bestia de la tierra comen a la mujer prostituida. El Apocalipsis ha logrado reconstruir de esta manera el Gran Pecado, en clave de rica ambigüedad. Por un lado, esta muerte (asesinato y/o antropofagia) de la Prostituta es gesto de justicia divina: ella lo ha buscado, merecía el castigo. Pero, al mismo tiempo, es culminación del pecado humano: después de aprovecharse de ella, Reyes y Bestia la destruyen, en paroxismo de terror. Los mismos poderes del mal, entendido de forma masculina (Bestia, Reyes), han destruido a la Mujer-Ciudad. No la querían como esposa, no la respetaban como madre; la hicieron prostituta para al fin matarla, haciendo imposible la vida en el mundo. Estrictamente hablando, el relato podía haber terminado aquí. ¿Qué queda después que ha sido destruía la Ciudad? ¿Qué pueden hacer los humanos cuando falta Roma? Queda el final del final, con la victoria del Cordero*.
Cf. X. Pikaza, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra