Biblia

ZACARIAS E ISABEL

ZACARIAS E ISABEL

(-> Juan Bautista, anunciación). La primera figura del evangelio de Lucas no es Marí­a, la mujer, sino un justo sacerdote llamado simbólicamente Zacarí­as (= Dios se ha acordado o Dios recuerda) y su esposa, una justa mujer llamada Isabel (= Mi Dios salva) (cf. Lc 1,1-35). Ellos representan la paradoja de la historia israelita: ambos son irreprochables, pero no han conseguido descendencia; se cierra en sus personas el futuro, carecen en el mundo de esperanza.

(1) El sacerdote Zacarí­as simboliza el templo, la sacralidad del pueblo de Israel, interpretado en perspectiva de culto, comunidad encargada de alabar a Dios en rito y sacrificio, con incienso de olor suave y fuego que va consumiéndose y alumbra la existencia de los hombres. El templo es presencia de Dios, garantí­a de vida (de futuro de hijos) para el pueblo. Pero Zacarí­as, sacerdote, no tiene descendencia y por eso está atrapado en el interior de una fuerte contradicción. Es un liturgo estéril: signo de una historia que no logra culminar en Dios ni abrirse hacia el futuro por los hijos, sobre un templo que aparece al mismo tiempo como necesario e inútil, como lo más santo (lugar de Dios) y lo menos valioso (no logra salvar a los hombres). Alaba a Dios el sacerdote, pidiendo por su pueblo. Pero es evidente que pide también por sí­ mismo, deseando descendencia, como indicará con nitidez el ángel: «Ha sido escuchada tu oración; tu mujer te dará un hijo…» (Lc 1,13). Es como si toda la genealogí­a del sacerdocio israelita estuviera centrada y dirigida hacia el deseo y promesa de prole. Los sacerdotes han sido dentro de Israel los garantes de la gran familia de los limpios, puros. Han estudiado y guardado de un modo obsesivo sus listas genealógicas, para así­ garantizar la validez del culto. Es como si todo el misterio de Dios y el futuro del pueblo dependiera de la pure za seminal, patriarcalista, de sus hijos y nietos, en lí­nea persistente, de eterno sacerdocio, regido por una ley de descendencia que atraviesa los siglos. El sacerdote cumple su función sacrificando e incensando el altar del templo, pero no tiene hijos, no puede dejar descendientes sacerdotes que sigan realizando su función.

(2) La mujer, Isabel, es signo de maternidad. Dentro de una historia patriarcal, ella ha de ser ante todo madre: vale en cuanto ofrece hijos al marido; para tener hijos vive, por ellos alcanza sentido. Por eso, siendo estéril, es una contradicción: esperanza baldí­a, promesa de vida no cumplida. Todo en ella ha de estar preparado para engendrar otro puro sacerdote; por eso tiene que ser escogida, pura, virgen, mujer que nunca haya podido mantener contacto sexual con extranjeros o varones menos puros. Puro sagrario de un semen sagrado ha de ser la esposa del sacerdote; para esa función ha de guardarse siempre limpia. Por eso, es evidente que Isabel, mujer estéril de un sacerdote que oficia en el templo, es a los ojos de Israel una mujer cargada de oneidós, de vergüenza y desprecio (cf. Lc 1,25). Estos son por sí­ mismos los dos primeros personajes del evangelio de Lucas: un sacerdote que inciensa en el templo, una mujer estéril, la expresión de una historia de Israel que se acaba y se pierde. Pues bien, en ese contexto se ha introducido el ángel de la anunciación*, prometiendo descendencia para el sacerdote, pero una descendencia que ya no será sacerdotal, sino profética (Lc 1,8-22). Por su parte, Isabel será madre, pero no madre de un hijo para ella, sino de un hijo que tendrá que ponerse al servicio del «Sol que viene de lo alto», es decir, del Mesí­as (Lc 1,78). Por eso, ella no será gebí­ra* o señora por su maternidad, sino testigo de la maternidad de Marí­a, madre de Jesús, a la que llamará «Madre de mi Señor», es decir, la gebí­ra mesiánica (cf. Lc 1,43). De esa manera, tanto Zacarí­as como Isabel superan los lí­mi tes de la identidad israelita, abriéndose por su hijo Juan a la novedad mesiánica de Jesús. Desde una perspectiva cristiana, ellos simbolizan la culminación profética del Antiguo Testamento: siendo fiel a sí­ mismo, el pueblo de Israel viene a convertirse en testigo del surgimiento mesiánico de Jesús.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra