ACCION PASTORAL
SUMARIO. Introducción. 1. La realidad de lo práctica pastoral. 2. La comunidad cristiana: La diócesis. Lo parroquia. Otros ámbitos eclesiales. 3. La «Acción pastoral-comunitaria» y las «pastorales específicas» 4. Las pastorales específicas» La adversidad y el Espíritu. 5. Objetivo, contenidos, destinatarios y agentes de la 3ª «etapa» de la Evangelización: la ‘Acción pastoral-comunitaria» Conclusión.
Introducción
En el artículo Evangelización de esta misma obra (pg. 417), se abordan las tres «etapas» o «momentos esenciales» en que se desarrolla el proceso evangelizador, tal como aparece en el Decreto AG (nn 11-18). Primeramente, la Acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa. Después, la Acción catequético-iniciatoria o catecumenal para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reajustar su iniciación a la vida cristiana. Por fin la Acción pastoral para los cristianos ya insertos en la comunidad cristiana, pero que necesitan seguir madurando su fe y vida cristiana (Cf DGC 49). Las dos primeras «etapas» están descritas en sus respectivos artículos: Acción misionera y catecumenal. (Acción). En el presente artículo se describe con alguna detención la Acción pastoral en su sentido general, también llamada, la Acción pastoral-comunitaria.
1. La realidad de la práctica pastoral
†¢ Son ya bastantes los agentes eclesiales que atienden con cierto cuidado cuanto se refiere a la preparación catequética y a la celebración de la Primera Penitencia y de la Primera Eucaristía, así como también de la Confirmación: catequistas aptos, temas catequéticos específicos y adaptados, ritos litúrgicos, atención religiosa a los padres… y todo ello en un clima de espiritualidad y escucha a la vida, propio del talante catecumenal.
Lo mismo se puede decir de la formación básica o catequesis iniciatoria que se ofrece a los jóvenes y a los adultos religiosamente inquietos. Bastantes acompañantes-catequistas-animadores procuran asegurar ese clima catecumenal, con todos los elementos que lo propician, para lograr unos cristianos firmes, coherentes, y testigos. Y esto sucede tanto en los grupos parroquiales, como en otros ámbitos educativo-cristianos: en las reuniones de matrimonios interesados en su vida cristiana, en los grupos de antiguos alumnos y alumnas de los Centros cristianos, en las reuniones de grupos de tiempo libre parroquiales y colegiales, etc., etc.
†¢ Sin embargo, esa atención concentrada en llevar una buena pedagogía religiosa a lo largo del proceso educativo-catecumenal durante dos o tres años, no permite -¿impide?- a estos responsables cuidar, con el mismo esmero, el «después» de esos procesos básicos, es decir, prever y, si fuera necesario, elaborar detalladamente los cauces o plataformas pastorales, en que los cristianos «regenerados» o «renovados» puedan seguir fielmente vinculados a la comunidad y activos en medio de la sociedad.
Esta no es una cuestión menor, sino de gran trascendencia. Una comunidad cristiana será viva no tanto por tener muchos grupos en formación cristiana (fruto de la Acción catecumenal), cuanto porque su núcleo eclesial se va constituyendo por grupos de fe, pequeñas comunidades estables, grupos de referencia cristiana, grupos de acción apostólica y transformadora… que van surgiendo ya en la etapa de Acción pastoral. ¡Y estas «salidas» hay que tenerlas ya preparadas, para ofrecerlas oportunamente a los que terminan su iniciación o reiniciación cristiana!
2 La comunidad cristiana: La diócesis. La parroquia. Otros ámbitos eclesiales
†¢ En primer lugar, hay que recordar que la comunidad cristiana es no sólo el origen y el lugar de toda catequesis iniciatoria, sino también la meta de esta catequesis o educación básica de todo cristiano (Cf DGC 254). La comunidad cristiana, después de acoger y acompañar a los interesados en adentrarse en la vida nueva, por fin, los incorpora en su seno, como miembros del Cuerpo de Cristo resucitado, que ella misma es (DGC 254). La 2ª «etapa» o Acción catecumenal proporciona a los fieles una primera madurez cristiana. Pero los recién iniciados necesitan una comunidad viva y madura -adulta- que los vaya consolidando en su fe a través de una formación integral o educación cristiana permanente (cf DGC 69-72). ¡Ella es la promotora de la 3a «etapa» o Acción pastoral-comunitaria!
La comunidad cristiana primordial es la Diócesis, la Iglesia particular, presidida por el Obispo diocesano. En la comunión de todas las Iglesias particulares toma cuerpo y vida la Iglesia Universal, y a ellas les comunica su fecundidad maternal: la fecundidad misionera de nacimiento a la fe, la fecundidad catecumenal de crecimiento en la fe, y también la fecundidad pastoral de consolidación permanente en la fe y de apertura a la misión, bajo la guía del Pastor diocesano. La Comunidad diocesana y su Pastor son los referentes dinámicos de esa 3ª «etapa» de la evangelización: la Acción pastoral-comunitaria de la Diócesis.
†¢ En segundo lugar, el Obispo y sus colaboradores y colaboradoras más inmediatos saben que la Acción pastoral-comunitaria diocesana se lleva a cabo prioritariamente en la parroquia, esa «Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres, que vive y obra profundamente injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas…, (cuya) originaria vocación y misión (es) ser en el mundo el lugar de la comunión…, signo e instrumento de la común vocación a la comunión…, la casa abierta a todos y al servicio de todos…, la fuente de la aldea (Juan XXIII), a la que todos acuden para calmar la sed» (ChL 27, final). Ciertamente la parroquia es «el lugar más significativo en que se forma y manifiesta la comunidad cristiana» (DGC 257), el lugar privilegiado para la Acción catecumenal (Ibidem 257,b) y también para la Acción pastoral, en cuanto ésta se identifica -podría decirse- con la educación o formación permanente (Cf DGC 69-72) de los cristianos.
†¢ En tercer lugar, el Obispo y sus colaboradores y colaboradoras también promueven la Acción pastoral-comunitaria en otros ámbitos educativos, como los movimientos apostólicos, los nuevos movimientos eclesiales, las pequeñas comunidades cristianas, las asociaciones, las fraternidades, etc. y también en los ámbitos apostólicos en que se desarrollan las diversas pastorales específicas: de la salud, de los presos, de Caritas, de la familia, de las diversas edades, de la enseñanza, de los marginados, del Apostolado seglar, etc.
†¢ Por fin, en cuarto lugar, la Acción pastoral-comunitaria tiene un campo privilegiado, como ya hemos dicho, en la comunidad parroquial, sobre todo cuando ésta se concibe, se desarrola y se vive como «comunión de comunidades» en el sentido amplio de grupos de fe, fraternidades, plataformas o cauces de acción transformadora y misionera, pequeñas comunidades eclesiales, grupos asociativos de vida cristiana, etc. Por ejemplo, Juan Pablo II se expresa así en ChL 61: «Dentro de algunas parroquias, sobre todo si son extensas y dispersas, las pequeñas comunidades eclesiales… pueden ser una ayuda notable en la formación de los cristianos, pudiendo hacer más capilar e incisiva la conciencia y la experiencia de la comunión y de la misión eclesial».
3. La «Acción pastoral-comunitaria» y las «pastorales específicas»
Con frecuencia se piensa que la Iglesia diocesana ha de disponer de una organización vigorosa, para que sus actividades eclesiales sean eficaces en la implantación cada vez más arraigada del Reino de Dios en el espacio diocesano. Si esto fuera así, sin más, el principio originante de la organización pastoral de la Diócesis sería la eficacia de la práctica pastoral. Pero, esto no es así.
†¢ La organización de la Acción pastoral-comunitaria surge en la Diócesis de la misma naturaleza de la Iglesia diocesana, habitada y dinamizada por el Espíritu de su Señor Resucitado y Salvador. La Diócesis es la Iglesia en que está presente y activa la Iglesia Universal con todas las funciones para dar a luz, en el mundo, el Misterio Salvador del Reino, el Proyecto de Dios: la función de la Palabra, la de la Liturgia (Eucaristía), la del Servicio y la función de la Comunión.
El Obispo, cabeza de la Iglesia diocesana, es el garante de todo cuanto promueve su unidad interna, la Comunión, y de las acciones propias de las otras funciones: la Palabra, la Liturgia y el Servicio. Es el Obispo el que crea -o acoge como suyos- los organismos necesarios para dinamizar esas funciones implantadoras del Misterio del Reino, al frente de las cuales pone a sus colaboradores (presbíteros, religiosos y laicos). Ellos, en comunión con el Pastor diocesano y respetando los organismos de comunión que él mismo ha establecido para la Acción pastoral (consejo episcopal, consejo pastoral diocesano…), trazan los planes y programaciones de las diversas pastorales específicas, a la luz de las necesidades diocesanas, en relación con los pobres, las edades, los estados de vida, la situación religiosa, etc.
†¢ Resumiendo. La organización de esta 3a «etapa» o Acción pastoral-comunitaria no nace, en la Diócesis, de una estrategia logística para enraizar el Misterio del Reino con la máxima eficacia pastoral. Nace de una Iglesia particular, en que está presente la Iglesia Universal, Cuerpo de Cristo, agraciada con el Misterio de Comunión y Misión de Cristo, Resucitado y Salvador, su Esposo y Cabeza. Ella quiere colaborar con el Espíritu de su Señor, que la mueve a que este Misterio Salvífico sea reconocido, acogido y vivido en plenitud por los creyentes, a medida que sus agentes pastorales anuncian la Palabra, celebran la Eucaristía (los sacramentos), promueven la fraternidad, y sirven a la transformación de la propia Iglesia diocesana y del mundo. Dicho de otra manera, la Iglesia hace todo esto a medida que, con sus agentes corresponsables, va desplegando su Acción pastoral-comunitaria en pastorales específicas diversas según las necesidades -previamente discernidas- de su propia realidad eclesial y del mundo en que vive (Cf J. A. RAMOS, La pastoral diocesana, en Teología pastoral, BAC, Madrid 1995, 306-318).
†¢ De aquí que no toda acción pastoral concreta de las pastorales específicas sea necesariamente válida para desvelar y enraizar este Misterio Gratuito y Salvador en nuestra tierra. Sólo serán válidas las acciones que sean: fieles a la Palabra de Dios, respetuosas con la naturaleza del Culto cristiano, favorecedoras del Servicio evangélico a la comunidad cristiana y al mundo, e impulsoras de la Comunión eclesial.
†¢ Por lo expuesto en los artículos Evangelización, Acción misionera, Catecumenal (Acción) y en el presente artículo, Acción pastoral, el concepto más fundamental de esta obra es el de Evangelización, subrayado con énfasis por Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi. Sin embargo, dada la finalidad inmediata de la obra, que es clarificar la finalidad, contenido, destinatarios y agentes de las diversas pastorales especificas, la obra se ha titulado: Diccionario de Pastoral y Evangelización. Por eso, la mayor parte de su contenido se dedica a describir las abundantes pastorales especificas de la Iglesia y otras realidades concretas de la organización diocesana, pero justificando, en algunos artículos, que todo ello tiene su origen fontal en la tarea evangelizadora de la Iglesia (cf EN 14).
4. Las «pastorales específicas» de la Iglesia. La diversidad y el Espíritu
†¢ A propósito del contenido del artículo Pastoral misionera y catequética (pgs. 852-866), fue conveniente exponer de forma sintética el dinamismo de la Evangelización, es decir, los tres «Momentos o etapas del proceso evangelizador» (pp. 854-856). En el cuadro sinóptico (p. 855) se esquematiza lo concerniente a la 3a «etapa» de la Evangelización: La Acción pastoral-comunitaria.
Allí se dice que esta 3a «etapa» abarca, por una parte, las acciones que se realizan en la comunidad para la comunidad, es decir, hacia dentro (ad intra) de la misma; y, por otra parte, abarca las acciones que se realizan en la comunidad y desde la comunidad hacia fuera (ad extra) de la comunidad. Estas últimas acciones, ciertamente, proceden de la 3a «etapa», de la Acción pastoral-comunitaria, pero revierten en la la «etapa», en la Acción misionera, con lo cual la Iglesia y sus agentes están en un permanente proceso evangelizador: de la misión a la iniciación catecumenal a la comunión de nuevo a la misión… etc.
†¢ Conviene recordar que las acciones propias de la Acción pastoral-comunitaria abarcan numerosas pastorales especificas, y éstas tienen conexiones preferentes con alguna de las cuatro mediaciones eclesiales ya conocidas. En concreto, y poniendo sólo algunos ejemplos, tienen relación:
†¢ Con la Palabra: P. Bíblica, P. Misionera y Catequética, P. de la Homilía, la Teología en todas sus dimensiones, P. de la Espiritualidad, P. Misionera, etc.
†¢ Con la Liturgia: R Litúrgica, P. de los Sacramentos de la iniciación, P. Sacramental, P. de la Oración, R de las Exequias, etc.
†¢ Con la Comunidad: P. Parroquial, P. Familiar, P. de Consejos, P. de las Comunidades cristianas («Comunión de Comunidades»), R de las Asociaciones, etc.
†¢ Con el Servicio: P. Vocacional, P. Matrimonial y Prematrimonial, P. Presbiteral, P. de los Religiosos, P. de la Salud, P. Penitenciaria (presos), P. Social, P. de los Discapacitados, R de los Excluidos sociales, P. Obrera, etc.
†¢ En las tres «etapas» o Acciones de la Evangelización, pero más, si cabe, en esta profusión de pastorales específicas, conviene recordar las palabras de S. Pablo: «Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12,4-7). «No habrá nunca evangelización sin la acción del Espíritu Santo» (EN 75). Por eso «puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización» (EN 75, 8°) en todos los «momentos» o «etapas» de la misma.
5. Objetivo, contenidos, destinatarios y agentes de la 3º «etapa» de la Evangelización: la «Acción pastoral-comunitaria»
Por lo dicho hasta ahora, se puede colegir cuáles son algunos de los componentes de esta última «etapa» de la Evangelización.
a) Objetivo. «la Acción pastoral se compone de todas aquellas iniciativas que una comunidad cristiana realiza con los fieles, es decir, con los ya iniciados (e incorporados a la comunidad adulta) Estas iniciativas se encaminan tanto a seguir aducándoles en la fe, como a hacer de ellos miembros activos de la vida y misión de la Iglesia… Lo peculiar de la Acción pastoral es la educación y la alimentación cotidianas de la fe, con vistas a la comunión y a la misión» (C Ad 51).
El DGC afirma que lo específico de la Acción pastoral-comunitaria es la educación permanente en la vida cristiana: «La educación permanente de la fe se dirige no sólo a cada cristiano… sino también a la comunidad cristiana como tal, para que vaya madurando tanto en su vida interna de amor de Dios y de amor fraterno, cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera (cf n° 70, 2°).
b) Contenidos. La comunidad cristiana, ofrece a los cristianos y cristianas llegados a esta «etapa» una formación continuada en aquellas dimensiones de la fe integral, en que han sido introducidos en la catequesis iniciatorio-catecumenal:
1. La experiencia de fe. Es decir, seguir cultivando periódicamente el encuentro con el Dios-Abbá, con Jesús Vivo y con su Espíritu Vivificante, a la luz de la Palabra, en contacto con los pobres, en los acontecimientos, en la celebración litúrgica. Pero «es muy probable que sin una asidua e intensa oración personal, resulte extraordinariamente difícil hacer la experiencia de Dios en las celebraciones comunitarias y en el desarrollo de la vida ordinaria (J. Martín Velasco). Para los cristianos y cristianas sinceros, las cuestiones referentes a la Iglesia no son las más importantes; en cambio sí lo es todo lo referente a Dios: «Habladnos de Dios… descubridnos su novedad», parecen decirnos.
2. Las catequesis ocasionales proporcionan a los creyentes el alimento de la doctrina y la sabiduría cristianas con motivo de acontecimientos, de celebraciones, de momentos gozosos o de crisis sociales o eclesiales: una lectura cristiana de situaciones actuales, la profundización en la Sda. Escritura, una visión más mistagógica de algunos sacramentos, de los tiempos fuertes litúrgicos, etc. «Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como también cuanto más somos formados, más nos hacemos capaces de formar a los demás» (ChL 63 final. Cf Las formas múltiples de catequesis permanente, DGC 71-72).
3. Unas celebraciones adecuadas al nivel de fe de estos cristianos. Insertos habitualmente en las celebraciones litúrgicas de la comunidad parroquial, conviene proporcionar periódicamente (por ejemplo, cada trimestre), a estos cristianos «renovados», unas Eucaristías de grupo, con lectura reposada de la Palabra de Dios, con canciones significativas, en clima profundamente religioso…; o unos encuentros de oración comunitaria densos, con silencios para la oración personal, con lenguajes simbólicos actuales… Estas celebraciones son un «lugar» privilegiado para la experiencia de Dios.
4. La vivencia comunitaria. Es bueno y deseable que los cristianos y cristianas «nuevos» se ejerciten en la comunidad eclesial parroquial y diocesana a la que han sido iniciados. Pero las parroquias que son «lugar» referencial para todo cristiano y aun no cristiano de unas realidades religiosas, no son «espacios» cálidos de amistad, de oración, de revisión cristiana, de fiesta, de compartir, para muchos cristianos que han experimentado esta comunión fraterna en su formación básica, catecumenal. Por eso, para alimentar este aspecto de la fe conviene alimentar la creación de grupos de referencia, pequeñas comunidades cristianas… en vinculación con las parroquias, con los arciprestazgos, con centros educativos religiosos… donde se profundice esta «espiritualidad de comunión» y se interiorice la Iglesia como «la casa y la escuela de la comunión» (NM1, 43.)
5. La dimensión transformadora y misionera. Precisamente, los incorporados a esta «etapa» comunitaria-pastoral han de tener la oportunidad de desarrollar aquella sensibilidad apostólica y misionera en que se iniciaron en la formación básica o catequesis catecumenal: aprendiendo determinados métodos de análisis de la realidad, profundizando en técnicas de dinámicas de grupo, ejercitando con más exigencia la revisión de vida, el proyecto personal de vida cristiana, el contacto periódico con personas comprometidas en acciones transformadoras, ejercitando el anuncio explícito de Jesús con determinadas personas ya previamente «trabajadas»… (cf NMI 54-56).
«El Espíritu nos lleva a descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos. El modelo de santidad de los fieles laicos tiene que incorporar la dimensión social en la transformación del mundo según el plan de Dios» (ChL 4).
c.) Destinatarios. La Acción comunitaria-pastoral tiene como destinatarios a todos los fieles de la comunidad cristiana, cuya fe está suficientemente fundamentada (Cf CAd 51). Estos ya no necesitan una formación sistemática prolongada -como la catequesis- sino los apoyos necesarios – fraternos, oracionales, doctrinales, apostólicos…- para poder vivir y crecer como cristianos dentro de la comunidad y abiertos al mundo (comunión y misión). En este sentido, los creyentes que ingresaron en la Acción iniciatorio-catecumenal con la ayuda de la Acción misionera (testimonio, primer anuncio de Jesús, conversión…), ahora se convierten en sujetos activos de la misión o Acción misionera. «El que recibió la fe colabora en comunicarla» (CAd 51).
d) Agentes de la Acción pastoral comunitaria diocesana. En principio, el agente primero es toda la comunidad cristiana; pero lo son, en ella especialmente todos los jóvenes y adultos que han sido conscientemente iniciados en la vida cristiana -mediante la Acción catecumenal- y han descubierto, en el discernimiento de su vocación cristiana, algunas cualidades o carismas del Espíritu con que poder trabajar a favor de los «necesitados», dentro o fuera de la comunidad. De esta manera, se inscriben entre los cristianos y cristianas que se han comprometido en alguna de las «pastorales específicas». En la mayor parte de los casos, estos agentes de la Acción pastoral que atienden a los creyentes necesitados, se convierten también en agentes de la Acción misionera, pues muchos de sus atendidos, o no están bautizados o, si lo están, hace tiempo que se han alejado de las prácticas de la Iglesia e incluso han dejado de creer en el Señor.
Conclusión
Recogemos un pensamiento del comienzo de este artículo. Los agentes eclesiales -desde los presbíteros a los laicos- estamos generalmente más preocupados de lo que precede que de lo que sigue -del «después»- en nuestras tareas misioneras, catecumenales y pastorales.
En realidad, la Iglesia se fortalece en su ser y en su quehacer evangelizador no tanto por procesos formativos bien estructurados y dinamizados, pero sin culminación pastoral estable, cuanto por procesos suficientemente cuidados: 1) que desembocan en grupos de vida cristiana, fraternidades, pequeñas comunidades… estables, debidamente perfiladas en sus objetivos, vivencia comunitaria, impulso oracional, revisión de vida, compromiso misionero y transformador de la sociedad, y 2) que desembocan también -por su dinámica- en alguna de las pastorales especificas, en donde estos cristianos y cristianas van haciendo el aprendizaje de tareas pastorales concretas.
Comunión y Misión, bajo el soplo del Espíritu, dan sentido cristiano de plenitud a nuestros creyentes. Todo esto es propio de la Acción pastoral-comunitaria de la Iglesia diocesana.
BIBL. – PABLO VI, Evangelii Nuntiandi, PPC, Madrid 1975; JUAN PABLO II. Novo Millennio Ineunte, PPC Madrid 2001. Christifideles Laici. Ed. Paulinas, Madrid 1988; CONGREGACION PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, Libreria Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano 1997; COMISION EPISCOPAL DE ENSEí‘ANZA Y CATEQUESIS, Catequesis de la Comunidad, EDICE, Madrid 1983. Catequesis de Adultos. Orientaciones pastorales, EDICE, Madrid 1990; F. GARITANO. Acción pastoral, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999, 59-68;. J. SASTRE, Evangelización, en V. Me PEDROSA, J. SASTRE, R. BERZOSA, Diccionario de Pastoral y Evangelización, Ed. Monte Carmelo, Burgos 2001, 417; V. Ma PEDROSA: Pastoral misionera y catequética en Ibídem, pp. 853-856. La Catequesis en la Iglesia local (según el DGC), «Sínite» 117 (1998) 121-152; J. A. RAMOS, Teología pastoral, BAC, Madrid 1995, 306-318.
Vicente M.° Pedrosa Arés
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
SUMARIO: I. Necesidad de la acción pastoral: 1. La etapa o acción catequizadora no prepara la etapa o acción pastoral; 2. Causas de esta carencia de preparación. II. Qué es la acción pastoral: 1. La catequesis permanente o educación permanente en la fe; 2. Hacia una maduración de las diversas dimensiones de la fe. III. Vacío de la acción pastoral: 1. Desconcierto pastoral y malentendidos; 2. Prever de forma concreta «el después». IV. Agentes de la acción pastoral y principios pastorales.
I. Necesidad de la acción pastoral
1. LA ETAPA O ACCIí“N CATEQUIZADORA NO PREPARA LA ETAPA O ACCIí“N PASTORAL. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso, la comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus miembros, pero también la responsabilidad de «acogerlos en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido» (CT 24; cf IC 61).
Por lo que se deduce de este texto, la acción pastoral sigue a la acción catequizadora y se refiere a los jóvenes que han superado ya esa acción catequizadora -catequesis de iniciación- y a los adultos que han recorrido el proceso de catequesis iniciatoria, para concluir su iniciación cristiana. Unos y otros son ya sujetos activos de la etapa o acción pastoral en la comunidad cristiana.
La adultez o madurez en la fe es un objetivo cuyo alcance está más allá de la madurez que puede proporcionar un proceso catequético. Los símbolos que utilizamos -y que utilizaron los santos Padres- para describir los logros cristianos de la catequesis o acción catequizadora apuntan a los «cimientos de un edificio», «al esqueleto humano», «a las raíces de una planta». Estas imágenes -en los santos Padres- describen el catecumenado, ese período iniciatorio de catequesis básica en los comienzos de la experiencia de fe; período de introducción a la lectura y comprensión de la Palabra, de rodaje en la experiencia comunitaria. Pero, como dice el Directorio general para la catequesis, «el proceso permanente de conversión va más allá de lo que proporciona la catequesis de base. Para favorecer tal proceso se necesita una comunidad cristiana que acoja a los iniciados para sostenerlos y formarlos en la fe» (DGC 59). «La experiencia religiosa se convertirá en un fenómeno muy fugaz sin el apoyo de la institución. La institución -en nuestro caso la comunidad creyente-será la que permita que dicha experiencia crezca y se transmita de generación en generación»1.
Los cristianos que han superado la etapa catequética o acción catequizadora iniciatoria deberían encontrar en la comunidad, por lo menos, el nivel de vida comunitaria, oracional, de lectura de la Palabra comunitariamente comentada, el impulso misionero, etc., que han vivido en grupo a lo largo del proceso catequético, de forma que vayan creciendo en todos esos aspectos. No es esa, sin embargo, la realidad de nuestras parroquias. Muchísimos grupos que terminan el proceso catequético o acción catequizadora suelen experimentar un gran desconcierto. Bastantes grupos querrían continuar, pero ante la carencia de ofertas parroquiales que canalicen la experiencia de fe vivida en ellos, unos terminan por continuar profundizando el evangelio dominical; otros, algún libro de actualidad; otros grupos tratan de convertirse en una especie de movimiento apostólico, incluso se dan grupos que abordan temas que han sido elaborados para la etapa del primer anuncio y la precatequesis.
En realidad los catequizandos tendrían que ser informados y preparados para el después de la etapa catequética, para la etapa comunitario-pastoral que después van a vivir en la comunidad cristiana. Desgraciadamente, no es esa la realidad. Lo reconoce la Comisión internacional para la catequesis: «Un criterio, entre los más valiosos del proceso de la catequesis de adultos, desdichadamente descuidado con frecuencia, es el expresado por el compromiso de la comunidad que acoge y sostiene al adulto» (CACC 28).
2. CAUSAS DE ESTA CARENCIA DE PREPARACIí“N. Sin ninguna pretensión de analizar dicha carencia, cabría apuntar a dos causas fácilmente detectables:
a) Ninguna comunidad va a acoger -o se va a sentir responsabilizada para acoger- a aquellas personas -jóvenes o adultas- que provienen de una etapa de la evangelización -la acción catequizadora- con la que la comunidad no se ha sentido identificada o responsable. En concreto, la experiencia catequizadora con adultos es, en muchos casos, iniciativa de un sacerdote o un laico concreto; la comunidad la conoce, más o menos, pero no se siente responsable de esa acción como puede sentirse quizá de la misa dominical o de la catequesis de niños. Sin embargo, «el pueblo de Dios siempre debe entender y mostrar que la iniciación (cristiana) de los adultos es cosa suya y asunto que atañe a todos los bautizados» (RICA 14). En realidad, ese catequista laico -o presbítero- debería actuar como portavoz del deseo que la comunidad está viviendo y hace de puente entre ella y los adultos convocados; así el grupo de catequesis de adultos sería «un árbol arraigado en el terreno firme de la comunidad cristiana» (CF 72).
b) Nuestra praxis pastoral -lo decimos más arriba- está más pendiente del antes que del después en todos sus trabajos pastorales. Ha sido inútil insistir en diseñar el perfil de unas comunidades juveniles de referencia, antes de lanzarse a la catequesis preconfirmatoria situada en la adolescencia. Por eso, la mayor parte de los esfuerzos en torno a la confirmación no han sido más fecundos: han desembocado en el vacío comunitario. En esta incoherencia pastoral se sitúa una catequesis iniciatoria de adultos o de adolescentes-jóvenes, no canalizada después convenientemente en la vida de la comunidad.
II. Qué es la acción pastoral
La acción pastoral no se entiende en este trabajo «en su sentido amplio, como sinónimo de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, sino en su sentido estricto, como (tercera) etapa de la evangelización dirigida a los fieles de las comunidades cristianas que han sido ya iniciados en la fe» (CAd 38). Esta acción pastoral es requerida, bien porque la catequesis no busca más que una iniciación básica en la vida cristiana y esta debe ir madurando y creciendo después, progresivamente, en la vida de la comunidad, bien porque, a lo largo del proceso, se han observado lagunas importantes en algunas de las tareas catequéticas, lagunas impropias de un creyente adulto en la fe y que es preciso subsanar. Efectivamente «hay acciones que preparan a la catequesis y acciones que emanan de ella» (DGC 63).
Esta oferta de acompañamiento a los iniciados por parte de la comunidad está en la línea de lo que hacían los cristianos veteranos con los recién bautizados (los neófitos) en la época de los santos Padres: organizaban unas eucaristías conjuntas -neófitos y cristianos adultos en la fe- en el tiempo de pascua: bien para acogerlos en la comunidad, bien para profundizar y gustar los sacramentos recibidos. Pablo era consciente de la débil madurez de fe de los bautizados de Corinto que habían sido iniciados en el camino: «os di a beber leche, no alimento sólido, porque no lo podíais soportar» (lCor 3,2).
1. LA CATEQUESIS PERMANENTE O EDUCACIí“N PERMANENTE EN LA FE. La acción pastoral abarca todos aquellos medios que sirven a la maduración integral de los cristianos. Entre ellos, sobresale la catequesis permanente o educación permanente en la fe, en sus diversas formas. Entre estas se encuentran: la catequesis ocasional, como lectura cristiana de nuevos acontecimientos, el estudio y profundización de la Sagrada Escritura, la renovación de los sacramentos recibidos, fundamentalmente del bautismo, apoyándose en los tiempos fuertes litúrgicos, el estudio teológico para crecer en la inteligencia de la fe y poder así dar más claramente «razón de nuestra esperanza» (lPe 3,15), etc. Esto es lo que el nuevo Directorio propone como «formas múltiples de catequesis permanente» (DGC 72), siempre que «no se relativice el carácter prioritario de la catequesis como iniciación». Todas estas ofertas son, pues, un segundo grado (nivel) de catequesis, posterior a la catequesis de iniciación» (DGC 51, nota 64). Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como también, cuanto más somos formados, más capaces nos hacemos de formar a los demás (cf ChL 63).
2. HACIA UNA MADURACIí“N DE LAS DIVERSAS DIMENSIONES DE LA FE. Pero, la comunidad cristiana debe ofrecer, además, a estos recién iniciados en la etapa catequética o acción catequizadora una continuidad en la maduración de aquellas dimensiones de la fe en que han sido iniciados y que constituyen la esencia de la misma. Concretamente, debe ayudar al crecimiento de:
a) La experiencia de la fe. K. Rahner dice: «el cristiano del futuro o será místico o no existirá en absoluto»2. El autor entiende al místico como un cristiano dotado de una experiencia profunda de cercanía y acogida de Dios en su interior. Muchas de las experiencias catequizadoras con jóvenes y adultos han abusado de hojas, libros, cuadernos.., han enseñado muchas cosas, pero no han favorecido la experiencia del encuentro con Dios, con Jesús, el Señor, en la fe, que es la base de la iniciación cristiana.
Por lo que respecta a los adolescentes, los encuentros preconfirmatorios a lo más que llegan, quizá, es a que comiencen a descubrir la simpatía por Jesús, que Jesús y su mensaje puede ser interesante para sus vidas; pero no llegan, al menos en un largo período de su catequesis preconfirmatoria, a la experiencia de encuentro con Dios, con Cristo, el Señor. Parte de nuestros iniciados -recientes y menos recientes- se han marchado de nuestras comunidades parroquiales acaso en busca de experiencias religiosas orientales, porque en la catequesis de iniciación hemos destacado la vertiente del compromiso en el campo socio-político o exigencia transformadora de la fe y no hemos favorecido suficientemente ni el encuentro vivo y personal con Jesús, el Señor (la experiencia cristiana), ni les hemos ofrecido con el mismo interés cauces de interioridad, oración, lectura cristiana de la vida, etc. «Los valores cristianos, a falta de la savia vital que los nutre (la oración), con el tiempo se ven aquejados de una anemia progresiva que los va vaciando de sustancia»3. «Es muy probable que, sin una asidua e intensa oración personal, resulte extraordinariamente difícil hacer la experiencia de Dios en las celebraciones comunitarias y en el desarrollo de la vida ordinaria»4.
Jesús dio una importancia capital a la oración personal en su vida. Los catequizandos y los catecúmenos se encargan de recordar a la Iglesia que las cuestiones eclesiales no son para ellos las más importantes. Para ellos, la gran cuestión es Dios: «Habladnos de Dios. Con los catecúmenos, la Iglesia siempre debe volver a empezar y a descubrir lo que constituye su fundamento, antes de hablar de sí misma. Nuestra misión consiste en acoger a los catecúmenos y escuchar lo que Dios dice a las Iglesias por medio de ellos. Si los ha llamado es con vistas a una novedad que queda por descubrir»5.
b) Una vivencia de celebración adecuada al nivel de fe de estos iniciados. «La liturgia… es el lugar privilegiado de la catequesis del pueblo de Dios» (CCE 1074) y «la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis» (CT 48).
Con todo, parece obligado que las comunidades cristianas ofrezcan periódicamente a los cristianos ya iniciados unas eucaristías distintas, más reposadas, en las que se pueda comentar en común la Palabra, recitar salmos, cantar recogidamente, etc., como lo hacían durante el proceso catequético. Esto es más necesario tratándose de jóvenes, ya que dicen no hallarse a gusto en el marco de nuestras celebraciones parroquiales. Su mundo simbólico-cultural diferente, la calidez de sus grupos de fe, etc., están pidiendo celebraciones periódicas pensadas para ellos. La maduración de la fe y la experiencia de las celebraciones que han promovido las catequesis preconfirmatorias no son, quizá, lo suficientemente fuertes como para impulsar a los adolescentes recién entrados en la juventud a participar habitualmente en la celebración dominical adulta. Por eso es importante estimular a estos jóvenes a no perder el contacto con esta celebración dominical, pero ofreciéndoles en momentos oportunos celebraciones más adaptadas a ellos, porque «la catequesis (y la misma educación permanente) se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental» (CT 23).
c) La dimensión comunitaria. Las comunidades parroquiales no suelen ofrecer espacios y relaciones cálidas de amistad, oración, compartir y fiesta, como los cristianos iniciados lo han encontrado en el camino catequético-catecumenal. De ahí que las comunidades cristianas deban ofrecer en su interior plataformas comunitarias que puedan servir de referencia, de acompañamiento y de acogida para nuevos grupos en búsqueda de la fe. El estilo de vida y funcionamiento de estas comunidades no es algo definido y terminado, donde se incorporan calladamente los que vuelven; al contrario, «estos se unen a un modo de existencia que también ellos contribuyen a definir»6.
No obstante, para potenciar esta dimensión comunitaria, Juan Pablo II recalca la conveniencia de las pequeñas comunidades eclesiales en el marco de las parroquias y no como un movimiento paralelo que absorba a sus propios miembros; estas «pueden ser una ayuda notable en la formación de los cristianos, pudiendo hacer más capilar e incisiva la conciencia y la experiencia de la comunidad y de la misión eclesial» (ChL 61; DGC 258c).
d) La dimensión apostólico-misionera. Dado que la misión pertenece a la esencia de la Iglesia («ella existe para evangelizar» [EN 14]), «designó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), y reconociendo que la dimensión de la misión es hoy día, acaso, la dimensión menos trabajada en los procesos catequéticos, las comunidades deberán pensar en esa laguna, presentando a los catequizandos ofertas que les ayuden, por una parte, a crecer en conciencia e ilusión misionera, y por otra, a canalizar su capacidad y deseo de compromiso (pedagogía del compromiso). «La comunidad es misionera y la misión es para la comunidad» (ChL 32). El compromiso, la actividad, es quizás el apoyo de mayor enganche para que los adolescentes -ya jóvenes confirmados- continúen suficientemente adheridos a la comunidad cristiana.
En este sentido, sería de desear y de esperar que los cristianos iniciados en la lectura de los acontecimientos desde claves cristianas pudieran desembocar en grupos de revisión de vida o movimientos apostólicos. «Es muy propio de los seglares, repletos del Espíritu Santo, convertirse en constante fermento para animar y ordenar los asuntos temporales según el evangelio de Cristo» (AG 15).
En una palabra, todo catequizado debe encontrar en la comunidad la forma de desarrollar y crecer en todas las dimensiones de la fe en que han sido iniciados. Para él es muy importante poder verificar en la comunidad lo que ha tratado de descubrir en el proceso catequético. «La experiencia habla claramente del fallo de una catequesis que sólo presenta la experiencia cristiana como debería ser, es decir, en abstracto, sin confrontación visible y constatable con la realidad vivida por la comunidad»7. Es triste reconocer que esta convicción, tan lógica pastoralmente, no se verifica en la mayor parte de las parroquias.
III. Vacío de la acción pastoral
1. DESCONCIERTO PASTORAL Y MAL ENTENDIDOS. Hemos recordado que muchos de los grupos de catequesis de jóvenes y adultos, una vez terminado su proceso catequético, han sufrido una gran desorientación y, en algunos casos, una sensación de abandono, dado que la mayoría de las parroquias no cuentan con un proyecto pastoral donde se contempla la catequesis de adultos ni su salida hacia el futuro. Ante esto, y ante el deseo de no querer perder lo adquirido a lo largo del proceso catequético, muchos grupos optan por seguir reuniéndose comentando algún libro, preparando la liturgia dominical con los textos bíblicos… Otros optan por transformarse en una pequeña comunidad cristiana, pero sin una perspectiva clara: hacia dónde va, cómo incorporar lo específico del camino catequético recorrido, cuál es su diferencia con lo que hasta ahora han vivido en el proceso de catequesis iniciatoria… Este hecho afecta más claramente a aquellos miembros que se han visto obligados a ir a otra parroquia para realizar su proceso catequético.
Esta situación puede provocar malentendidos en los responsables parroquiales, que llegan a pensar que el trabajo catequético con adultos desangra a las parroquias, porque se lleva a sus mejores cristianos, o que, al final, desemboca en algo que la catequesis de adultos ha tratado siempre de evitar: que la catequesis promueva «un movimiento comunitario paralelo, al margen de nuestras parroquias, sin contribuir a renovarlas, lo que supondría que la catequesis no ejerce su misión de incorporar a los cristianos a la comunidad» (CAd 54).
2. PREVER DE FORMA CONCRETA «EL DESPUES». Por lo que respecta a los adolescentes-jóvenes, es claramente constatable que, una vez terminada la catequesis iniciatoria de la confirmación, muchos abandonan la comunidad cristiana, salvo en contados casos en que determinados jóvenes continúan porque, detrás de ellos, hay una comunidad de jóvenes mayores que los ha acogido. Bastantes responsables parroquiales se preguntan: ¿qué aporta la catequesis a la vida parroquial, si todos los esfuerzos catequéticos, sobre todo con adolescentes, no se ven compensados con una posterior incorporación activa a la vida de la comunidad? Se les puede responder interpelando su modelo de funcionamiento pastoral: hay que prever salidas, al catecumenado de confirmación, por ejemplo, mediante grupos de fe en los que se realice la educación permanente de la fe, se contrasten las acciones apostólicas llevadas a cabo en el entorno social, se celebre gozosamente la fe y así se colabore al crecimiento de la comunidad parroquial. Esto supondría una preparación de animadores de estos grupos o de otras posibles salidas pastorales.
La catequesis es sólo una forma peculiar de educar la fe; no se le debe atribuir, ni ella debe apropiarse, más campos ni responsabilidades que los suyos propios (cf CC 59). «No es tarea específica de la acción catequética el promocionar, crear y organizar la vida comunitaria de una Iglesia local» (CC 288). Pero el movimiento catequético no puede abandonar a quienes, una vez iniciados, buscan apoyos comunitarios. Son varios los secretariados diocesanos de catequesis que, en labor de suplencia, han tratado de impulsar y coordinar ese movimiento comunitario plural de jóvenes ya iniciados.
Las actuales parroquias ¿pueden organizar una acción pastoral de cara a los iniciados en la fe? Este planteamiento de unas comunidades que siguen, acogen y planifican acciones para quienes terminan su iniciación cristiana, o vuelven a la fe, está suponiendo unas auténticas comunidades propias para tiempos de misión, y la parroquia, institución heredada de la cristiandad, difícilmente puede responder a esa exigencia comunitaria, a no ser que se transforme mucho más de lo que se ha transformado. En efecto, «la comunidad cristiana es germen y matriz de iniciación, cuando se sitúa en estado de misión, y en continua referencia catecumenal» (C. Floristán).
¿No habrá que tomar más en serio que las parroquias que quieran convocar a los adultos a grupos de catequesis han de contar con plataformas o cauces comunitarios adultos capaces de acompañar y acoger a los que realicen el camino catequético? Ciertamente, cuando los grupos de catequesis de adultos empiezan en una parroquia, hay que iniciarlos lo mejor que se pueda, pero con la intención de que, más adelante, la parroquia cuente con estas plataformas comunitarias que sean punto de referencia, de acogida y acompañamiento para otros grupos catequéticos de adultos, de jóvenes y hasta de niños.
¿Habrá que reconocer que aquellos lugares pastorales en que existen comunidades juveniles asentadas, sean parroquiales o de otro estilo (CVX, Fraternidades marianistas, franciscanas, Juventudes marianas, vicencianas, comunidades Adsis, neocatecumenales…), son los lugares más indicados desde donde se puede convocar a los adolescentes a la confirmación? Ciertamente, para comenzar habrá que hacerlo lo mejor que se pueda, para que en el futuro se den esas comunidades juveniles vivas. Otra cosa serán las relaciones que las comunidades no parroquiales han de promover y cultivar con la diócesis y las estructuras de la Iglesia diocesana, con la ayuda de la misma diócesis.
IV. Agentes de la acción pastoral y principios pastorales
El esquema todavía utilizado para hablar de los agentes-responsables -«la acción misionera es obra de todos; la acción catequética es obra de los catequistas, y la acción pastoral pertenece a los pastores»- no responde ya a una actual concepción de la Iglesia evangelizadora. Las tres acciones implican a toda la comunidad cristiana, si bien los grados de responsabilidad en los cristianos pueden variar de unos a otros. No cabe responsabilizar únicamente a los párrocos o a los consejos pastorales parroquiales de la ausencia de una buena acción pastoral. Hay que reconocer que los mismos iniciados en la fe no muestran con frecuencia verdadero interés por poner en marcha o incorporarse a esas plataformas comunitarias: grupos de fe, escuelas bíblicas, grupos de revisión de vida, comunidades eclesiales de base… ¿Será que no ha sido acertada la catequesis de iniciación en la fe? ¿O tendremos que invocar, una vez más, a nuestra debilidad, a nuestra condición de pecado: «llevamos este tesoro en vasijas de barro»? (2Cor 4,7). A la hora de intentar poner en marcha la acción pastoral, parece obligado recordar tres principios pastorales:
a) No hay catequesis sin comunidad. Los catequistas no transmiten lo que se les ocurre. Disponen del mandato de Jesús: «Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,20). Esto Jesús se lo dice a los apóstoles como Iglesia naciente. La comunidad cristiana es el origen de la catequesis. Más aún, «el ámbito normal de la catequesis es la comunidad» (MPD 13). Más todavía, «la catequesis es una acción educativa que se realiza desde la responsabilidad de toda la comunidad, en un contexto o clima comunitario referencial, para que los que se catequizan se incorporen activamente a la vida de dicha comunidad» (CAd 126).
b) No hay comunidad sin catequesis. Desde los comienzos de la Iglesia de Jesús observamos que la predicación apostólica y la catequesis -la escucha de la enseñanza de los apóstoles (He 2,42)- eran uno de los pilares de la comunidad. Esta iba creciendo porque los que se bautizaban -tras haber escuchado y obedecido al evangelio (una vez iniciados) (cf He 2,37-40; 8,4-10)- se agregaban a la comunidad (He 2,41; 8,11-13). La comunidad se reúne en torno a Jesús, y la meta de la catequesis es vincular a los catequizandos con Jesús (cf He 9,5-6).
c) Es incoherente una catequesis de iniciación cristiana si no están proyectados, para después, unos medios que den profundidad y madurez a dicha iniciación: la catequesis o educación permanente en la fe, «elementos muy importantes de la acción pastoral (cf DGC 49, 51c, 69-72). Esto no indica que toda comunidad parroquial debe ser capaz de ofrecer todos los medios posibles para realizar una auténtica acción pastoral. Tanto las pequeñas comunidades eclesiales de base y los grupos de fe, como los cursos teológico-bíblicos, las celebraciones especiales para iniciados etc., pueden -y en algunos casos deben- ser interparroquiales. Esto es más patente en la actual situación pastoral, con una carencia fuerte de presbíteros que impulsen la acción pastoral. Los ámbitos pastorales supraparroquiales que comienzan a ser una realidad en muchas diócesis, son un claro exponente de todo ello.
Reconocemos al Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, como el gran agente de la acción pastoral. Sin él, Dios queda lejos, Cristo queda en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es simple organización, una dominación la autoridad, una propaganda la misión, una evocación mágica el culto y una moral de esclavos el quehacer cristiano»8.
NOTAS: 1. P. BERGER, Una gloria lejana, Herder, Barcelona 1994, 209. – 2.- K. RAHNER, Elementos de espiritualidad para la Iglesia de mañana. Stuttgart 1989; cf Schriften 14, 180. – 3. J. L. Ruiz DE LA PEí‘A, Crisis y apología de la fe, Sal Terrae, Santander 1995, 338. – 4. J. MARTíN VELASCO, La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 1995, 68. – 5. COMISIí“N NACIONAL FRANCESA DE CATEQUESIS, Catecumenado de adultos, Mensaje-ro, Bilbao 1996, 14. – 6 Cf Ib, 7. -7. E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983, 194. -8. Congreso Evangelización y hombre de hoy, Edice, Madrid 1986, 174; cf EN 74-80.
BIBL.: BOURGEOIS H., Los que vuelven a la fe, Mensajero, Bilbao 1995; GARITANO F., La catequesis de la comunidad cristiana y en la Iglesia local, Teología y catequesis 4 (1983) 559-577; Una praxis pastoral que estimule la pertenencia a la comunidad cristiana, Teología y catequesis 51 (1994) 85-101; GONZíLEZ FAUS J. I., Nueva evangelización, nueva Iglesia, Cristianisme i justicia, Barcelona 1992, 14-26; MOVILLA S., Del catecumenado a la comunidad, San Pablo, Madrid 1982, 141-183; PAGOLA J. A., ¿Cómo renovar nuestras parroquias?, en Congreso: Parroquia evangelizadora, Edice, Madrid 1988, 3′ ponencia, 133-181: SECRETARIADO DIOCESANO DE CATEQUESIS DE MADRID, De la cristiandad a la comunidad, San Pablo, Madrid 1978; XIII REUNIí“N DE VICARIOS DE PASTORAL, Evangelización de la increencia. La renovación de la acción pastoral, Publicación ciclostilada, Madrid 1987, 58-66.
Félix Garitano Laskurain
M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999
Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética