ANGELES Y DEMONIOS
1. Los ángeles vuelven a estar de moda
Comenzamos con unas palabras de Pilar Rico: «Los ángeles están de moda. Sólo hay que pasearse por los escaparates de ras grandes tiendas de decoración, librerías y galerías comerciales. Libros, cartas, discos, adornos, cursos que nos enseñan a hablar con los ángeles. Incluso la actriz Lucía Bosé está embarcada en el proyecto de crear un museo dedicado a los ángeles en el castillo de Turégano, dentro de la Iglesia de San Miguel, que incluirá una amplia biblioteca sobre el tema».
Algún obispo español me preguntaba no hace mucho tiempo si esta moda no tendría algo que ver con el fenómeno de la New Age. La respuesta es en cierta manera afirmativa, pero va mucho más allá y es más compleja.
Al parecer, el interés por el tema de los ángeles, ha sufrido tres olas o momentos fuertes: uno clásico, que hace referencia a los ángeles en el mundo antiguo y que llegaría, incluido el Nuevo Testamento, hasta la edad media. Otra ola o momento fuerte desde la edad media hasta la segunda Guerra Mundial. Y la tercera ola, la actual, en la que los ángeles han regresado especialmente a través de las manifestaciones artísticas: música, películas, televisión, libros, encuentros personales.
H. C. Moolenburgh, médico holandés, ha afirmado que el retorno «de los ángeles a la conciencia del hombre, cuando ya se creía un tema olvidado, podría revelarse como una de las mayores sorpresas del siglo veinte».
Los ángeles serían, para este autor, criaturas espirituales entre el mundo material del ser humano y el origen de toda energía. Ocupan un lugar en la vida humana. Si escuchamos nuestra voz interior percibiremos su presencia, descubriremos sus distintas naturalezas y funciones y los integraremos en nuestras vidas. A través del autocontrol, la meditación, el sueño y la oración podemos conectar con ellos, ya que nos ofrecen su ayuda para aportar amor y alegría a nuestra vida cotidiana.
En este sentido, los arcángeles guardianes, por ejemplo, se localizan cerca de la tierra, los más próximos al ser humano y cruzan con regularidad la frontera entre el más allá y la vida terrenal, y están pendientes de nosotros de forma constante. Miguel, es el gran príncipe, el patrón de todos cuantos afirman que su reino no es de este mundo. Gabriel significa la fuerza de Dios. Raciel, «Dios es mi bienestar». Rafael, «Dios cura». Metatrón es como el secretario de Dios. Por lo tanto la estructura de todo lo creado sería ésta:
Otros autores afirman que los ángeles pueden ayudarnos en los pequeños y grandes problemas cotidianos de la vida, incluso pueden curarnos de enfermedades. Se les puede pedir asimismo intercesión y ayuda para otras personas queridas. Por eso hay manuales para aprender a hablar con los ángeles. Lo cual no supone que los problemas personales desaparezcan por milagro, pero sí descubrir opciones y alternativas para resolverlos creativamente.
Otros autores afirman que desde los tiempos más remotos a la humanidad le han fascinado los ángeles. Esos seres impresionantes y luminosos que planean entre Dios y los hombres. Los ángeles nos rodean por todas partes. Los ángeles son seres etéreos, llenos de luz, andróginos.
En este redescubrimiento de los ángeles debemos hacer mención finalmente del espiritismo. Para esta corriente esotérica, los ángeles no son seres creados aparte y de una naturaleza especial, sino Espíritus del primer orden, es decir, aquellos que ya han llegado al estado de espíritus puros después de haber vencido todas las pruebas. Antes de que nuestro mundo comenzara a existir, existían ya estos Espíritus puros. Por espíritu se entiende un ser inteligente creado que puebla el Universo fuera del mundo corporal. Estos espíritus están divididos en una triple escala u orden: espíritus imperfectos, espíritus buenos y espíritus puros.
En resumen, en nuestros días, en el tema de los ángeles se dan estas posturas:
* Seres creados diferentes de los hombres.
* Arquetipos psicológicos.
* Extraterrestres.
* Formas de espíritu puro a las que tiene que llegar la persona humana.
* Una simple moda.
Pero más allá de esta moda «extra cristiana» hagamos una breve incursión en la tradición cristiana: ¿qué podemos afirmar en este tema que nos ocupa?
2. Angeles y demonios en la Biblia y en la tradición
Angeles y demonios han tenido una parte importante en la experiencia cristiana. Piénsese, por una parte, en los ángeles custodios tanto de las personas individuales, como de las ciudades y de las naciones; por otra, en las persistentes y difundidas creencias sobre el origen demoníaco de ciertos fenómenos o en el mito de Fausto, que vende el alma al diablo a cambio de la juventud y de la belleza.
2.1. íngeles
El nombre «ángel» viene del griego y significa «mensajero». Expresa, pues, una función, pero no nos da ninguna luz sobre su naturaleza: tan es así que en el Antiguo Testamento también el viento y la llama son «mensajeros» de Dios (Sal 104, 4).
Alguna vez, en el mismo contexto, sucede un hecho singular: el ángel se identifica poco a poco con el mismo Señor, sin distinguirse ya de él. La tradición original contaba quizá la intervención de Dios de forma demasiado humana; el redactor posterior del texto primitivo pudo haber introducido la figura del ángel para salvaguardar mejor la transcendencia de Dios.
El nombre de ángeles se da también a los miembros de la «corte celestial» o «ejército» o «cortejo del Señor» (y también «santos» e «hijos»). Se habla de los querubines que sostienen el trono de Dios o guardan la entrada del Edén; y de los serafines con seis alas que cantan la gloria de Dios tres veces santo (cfr. Sal 80, 20; Is 6, 2; Ez 10,1).
En las tradiciones posteriores al destierro se encuentran referencias más frecuentes a los ángeles (libro de Job, Ezequiel, Zacarías, Tobías, Daniel). Por primera vez aparecen nombres personales: Rafael (= Dios sana) y Gabriel (héroe de Dios) en Tobías. Miguel (= ¿quién es Dios?) en Daniel. Había ya una conciencia clara de que Dios era el Altísimo, el Unico: estos intermediarios entre Dios y su pueblo no eran ya una amenaza para el monoteísmo, sino que eran considerados más bien como un medio de comunicación entre Dios y los hombres.
En el Nuevo Testamento el ángel o los ángeles aparecen, sobre todo, en los momentos en que la intervención de Dios se presenta como misterio y, a la vez, como hecho real: así sucede en la anunciación a María (Lucas) y en el sueño de José (Mateo), y en otros episodios de los llamados Evangelios de la infancia; lo mismo en los episodios de las tentaciones de Jesús en el desierto, de la agonía en Getsemaní, de la resurrección. También en los Hechos de los Apóstoles los ángeles son los instrumentos de la intervención de Dios en la historia de la Iglesia primitiva. Como en el Antiguo Testamento, en el Nuevo los ángeles representan al mundo celestial, al otro mundo, en torno a Dios (cfr. Mc 12, 25).
En los textos apocalípticos se da una especial importancia a la participación de los ángeles en los acontecimientos del fin del mundo (cfr. Mt 13, 41-42). En el juicio universal separan a los malos de los buenos, acompañan al Hijo del hombre en su segunda venida, reúnen a los elegidos (cfr. Mt. 24, 31; 25, 31). En el Apocalipsis los ángeles están presentes casi en cada página. La carta a los Hebreos subraya la inferioridad de los ángeles respecto a Cristo y da esta definición: «es ritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación» (1, 14).
Finalmente, la adoración de los ángeles está expresamente prohibida, tanto en el Apocalipsis, como en Pablo, el cual además afirma que «juzgaremos a los ángeles» (1 Cor 6, 3): misteriosa alusión a una posibilidad de pecado, presente también en ellos. Estos ángeles que estarán sometidos al juicio de los hombres serían, más bien los demonios.
2.2. Demonios
En el Antiguo Testamento se habla muy poco de los demonios: apenas alguna referencia a las supersticiones populares y a las prácticas mágicas, severamente prohibidas y declaradas ineficaces en comparación con el poder de Dios.
Aparece el término Satán, literalmente «adversario» (traducido en griego por «diábolos»): unas veces con el significado de «acusador» (Jb 1, 6; Sal 109, 6), otras con el de enemigo militar o político, quizá suscitado por Dios (1 Sam 29, 4). Satanás y los demonios aparecen frecuentemente en el Nuevo Testamento. Satanás es llamado el «fuerte», «el maligno», «el príncipe de esta mundo», «el dios de este mundo» (cfr. 12, 29; Mt 13, 19; Jn 12, 31). Es el tentador por excelencia, que viene a «cribar como trigo» a los discípulos (Lc 22, 31) para «hacerlos caer en su dominio», aunque no ignoran sus «ardides» (2 Cor 2, 11). Hay que revestirse de la armadura de Dios para «poder resistir a las estratagemas del diablo» (Ef 6, 11). «Nuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar» (1 P 5, 8).
Satanás tiene el poder de tentar también a Jesús según el relato unánime de los sinópticos (cfr. Mt 4, 1-11). Entra dentro de Judas, convirtiéndose en actor directo de la traición (cfr. Lc 22, 3). Tiene su reino y proclama que todos los reinos de la tierra están en su poder. Es el poder de las tinieblas que se opone al poder de la luz. Tiene el «poder de la muerte», más aún, es «asesino desde el principio» y «padre de la mentira» (cfr. Jn 8, 44; Hb, 2, 14).
Pero el dato fundamental del Nuevo Testamento consiste, sobre todo, en el anuncio de que Satanás ha sido vencido por Dios. A Satanás y a sus demonios «les queda poco tiempo» (Ap 12, 12). En efecto, Cristo vino para destruir las obras del diablo. Si Satanás es fuerte, Cristo es «más fuerte que él», lo desarma y lo vence (Lc 11, 22). Esta victoria se manifiesta no sólo en las tentaciones vencidas, sino también en la lucha con los demonios que Cristo hace salir de los hombres en los que había entrado.
3. El tema de los ángeles y demonios
en los teólogos de nuestros días
3.1. En el campo protestante
Hasta la primera guerra mundial, entre los protestantes, influidos por la teología liberal, su postura es de escepticismo en lo que se refiere a los ángeles y demonios. Sin embargo K. Barth se erige como el autor de la más completa y profunda angeología y demonología protestante moderna. El no duda de la realidad de los ángeles porque viene atestiguada por la Escritura. En cuanto al diablo, no lo concibe como una criatura personal, sino como una tercera fuerza de ser, intermedia entre Dios y la creación. Algo así como un sentimiento de «negatividad y repugnancia» de Dios ante la creación no completada. Esta tercera fuerza desaparecerá al final de los tiempos, en la escatología.
Para P. Tillich los ángeles y demonios existen pero no como seres autónomos, sino como símbolos concreto-poéticos o imágenes del bien y del mal que afectan a lo real.
R. Bultmann solamente ve en el tema de los ángeles y demonios los restos de una mentalidad infantil sacra.
P. Ricoeur, interpreta al diablo como figura del mal que cada uno introduce en el mundo con su propio pecado, del cual es responsable.
Pero la actitud general global es la de desinterés por el tema: sencillamente, se trata el problema del mal, pero sin hablar del diablo (E. Fuchs, H. Braun, M. Mezger, E Moltmann, W. Pannemberg, etc).
3. 2. En el campo católico
Si hasta hace algunos decenios no se discutía la existencia de ángeles y demonios, hoy los autores católicos se dividen en dos campos: Una minoría sigue admitiendo su existencia; algunos sin enfrentarse a la literatura crítica sobre el tema (Regamey, Seeman, Schmaus, Auer). Una minoría, también, tiende a reducir los ángeles a simples expresiones del amor de Dios, y a Satanás como «símbolo» del pecado personal y social en la línea de la desmitologización bultmaniana (Haag, Lang, Kung, Sartory, Haring, Jossua, Mayer, Schooneenberg). Otra minoría, sin embargo se conforma con afirmar su existencia, teniendo delante la problemática de la literatura crítica (Kelly, Duquoc, Fischer). Finalmente, otros autores ni afirman ni niegan: se conforman con un juicio «en suspensión temporal», de duración impreciso (Semmelroth, Rahner).
El gran grupo de teólogos católicos afirma que la doctrina de seres espirituales creados, buenos o malos, y que influyen sobre los hombres, es una verdad de fe vinculante. Aunque ciertamente no es creíble todo aquello que la tradición presenta sobre el tema. Se muestran cautos y delicados en sus opiniones, dividiéndose en autores bíblicos (Schnackenburg, Kertelge, Grelot) y dogmáticos (Balthasar, Flick, Alszeghy, Ratzinger, Lehmann, Kasper, Marranzini).
3.3. Magisterio contemporáneo, liturgia y catecismo
En el Vaticano II sólo se conceden tres pasajes al tema de los ángeles: destinados a venir con Cristo en su gloria final (LG 49); son justamente venerados por los fieles (LG 50); están subordinados a la Madre de Dios (LG 69).
Por el contrario, el tema de Satanás es más frecuente: se encuentra en los orígenes del mal (GS 13); el príncipe de este mundo, el diablo, lo tiene sometido en el pecado (GS 13; AG 3). Jesucristo nos has liberado del poder de Satanás (SC 6), de su esclavitud (GS 22). El diablo nos tienta (LG 16, LG 48). Necesitamos purificarnos de las tentaciones del maligno (LG 17; AG 19). La conversión conlleva una lucha contra los espíritus del mal (LG 35). Como resumen, se presenta al diablo como realidad personal, su funcionalidad en referencia al mal, y el realismo, según la Biblia, de su influjo hasta la victoria definitiva de Cristo.
El Papa Pablo VI habló en dos ocasiones sobre Satanás (29 de junio de 1972, y 15 noviembre 1972), saliendo al paso de las desviaciones sobre el tema del mal: «el mal, no sólo es una deficiencia, es una realidad; y el diablo, el maligno, es un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad misteriosa y estremecedora». Se basa el Papa en la Escritura y en la tradición de la Iglesia.
Por lo demás, en la nueva reforma litúrgica, la Iglesia ha recogido la doctrina tradicional sobre los ángeles y el diablo: se mantiene la fiesta de los arcángeles (29 de septiembre), y de los ángeles custodios (2 de octubre), así como la Misa votiva de los Santos Angeles. Es la primera vez, después de Trento, que se incluye en el Misal Romano un prefacio que agradece a Dios la creación de los ángeles, y en la primera y cuarta plegaria eucarística les concede protagonismo.
Por otro lado, la creencia en Satanás y en los demonios subyace también en el Misal, aunque está hecha con sobriedad y discreción. El ministerio del exorcista se reduce a un servicio esporádico, y de hecho subsiste sólo a petición del obispo, sin que sea previsto un rito especial para conferirlo. Se reducen, aunque no se anulan, los exorcismos del bautismo y las renuncias expresas a Satanás. En la liturgia penitencial se ha recuperado una antigua oración que recuerda el influjo de Satanás sobre el pecado.
Por supuesto, se han respetado los textos bíblicos que hablan de los ángeles y Satanás y que leemos en el Eucaristía.
En el Nuevo Catecismo se subraya que la existencia de los ángeles es una verdad de fe. Son servidores y mensajeros de Dios porque contemplan constantemente el rostro del Padre de los cielos (Mt 18,10) y son agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra (Sal 103,20). En tanto que criaturas puramente espirituales tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles y el resplandor de su gloria da testimonio de ello (nn. 328-330). Los ángeles pertenecen a Cristo, porque fueron creados por El y para El, y son llamados «hijos de Dios». Toda la vida de Jesús Encarnado estuvo rodeada de ángeles en diversos pasajes: desde la encarnación hasta la pasión y resurrección (nn. 331-333). La vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (n. 334-335) y desde la infancia hasta la muerte la vida humana está rodeada de su custodia (n. 336). El diablo o los demonios son ángeles caídos (nn. 391-393), que influyen en los hombres, y aunque su poder es fuerte por ser espíritus puros, no es sin embargo infinito. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio aunque sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman (n. 394-395).
4. Recapitulando: ¿por qué los ángeles están de moda?
Llegados al final de estas líneas, y desde la motivación del presente escrito, nos tenemos que preguntar por qué la angeología vuelve a estar de moda, curiosamente fuera, cuando no al margen, de la religión propiamente cristiana. Resumiendo, encontramos al menos estas razones:
a) No se cree en Dios transcendente, pero se necesita creer en la transcendencia, más allá del materialismo sofocante y cotidiano. Los ángeles, seres más cercanos y ambiguos suplen esta necesidad de transcendencia. Y hasta explican la necesidad de la oración o petición a lo transcendente de cosas benéficas para nuestra vida. Los ángeles, son más cercanos y, ante la variedad de clases, la oferta de conseguir lo que pedimos se hace más rica. Se mezcla, en este sentido, cierta magia, superstición y consumismo.
b) Necesitamos quitar el miedo a la muerte. Los ángeles nos ayudan a afrontar la muerte sin tanto terror. Nos estarían diciendo que el morir, con la consiguiente reencarnación en forma de espíritu angélico, no debe aterrarnos.
c) Unida a la creencia en una «reencarnación positiva» (necesitamos vivir más de una vida para alcanzar niveles superiores de conciencia) se encuentra la posibilidad de no perder para siempre a nuestros seres queridos. Ellos, mediante el cuerpo astral, se transformarían en nuestros ángeles custodios.
d) Los ángeles, en esta época de vuelta del sexo y de lo material, representan la otra parte de nuestro yo más «puro y transparente y etéreo», menos materializado y más espiritualizado. La vuelta a la inocencia perdida y recuperada. Ayudan a una idea de persona andrógina (equilibrio entre los dos sexos).
e) Ante la decadencia de las religiones tradicionales y el afán de presentar novedades, la angeología, tal y como se pone de manifiesto por ejemplo en el espiritismo, es una nueva gnosis, una nueva forma de expresar lo religioso para hacerlo atractivo.
f) Miedo a la soledad, en un mundo sin hogar y, cada vez, más individualista. El ángel haría compañía.
g) Cierta huida de la realidad ante la impotencia de solucionar los problemas personales y los sociales. Se acude a los santos como recurso mágico-religioso.
h) Con relación al tema del diablo (ángel malo) hay que decir que se denuncia la vuelta a la práctica de ritos satánicos y, que incluso entre algunas tribus urbanas de mentalidad apocalíptica (heavys, thrasers, punkys) el diablo aparece como la lógica a la lógica y sin sentido del mundo en el que nos movemos.
Finalmente nos hacemos eco de una frase atribuida a M. Elíade: «Cuando el hombre deja de creer en el verdadero Dios, es capaz de creer en cualquier cosa».
Tal vez, en nuestra sociedad cansada y postmoderna, de vuelta de ideologías inmanentistas y metarelatos, la moda de los ángeles no sea más que otra versión de «lo fragmentario y de la religión a la carta» tan típica de este hombre de nuestros días a quien se le ha definido como light. Porque la creencia en los ángeles puede llevar a una forma religiosa narcisista de comportamiento religioso, y sin compromiso comunitario e institucional.
En cualquier caso, aunque sea cierto que la angeología no deba situarse en el primer plano de nuestras creencias, tampoco se puede olvidar. Tanto para la Biblia, como para la Tradición Viva no son seres marginales en la historia de la Salvación. El problema es doble para el hombre de hoy: tanto de lenguaje (cómo hablar de los ángeles) como de contenido (explicar qué son). Sin olvidar lo que afirmaba H. U. von Balthasar: «No podemos negar a los ángeles un puesto importante como personajes activos en el único teodrama que se desarrolla entre el cielo y la tierra». Los ángeles son adoradores del Dios Vivo (es su fin último) y servidores de la obra de salvación de Cristo, hoy en la misión de la Iglesia, y por ello, en cada persona también.
BIBL. – R. BERZOSA MARTíNEZ, Angeles y demonios, BAC, Madrid 1996; ID.,, Nueva Era y Cristianismo. Entre el diálogo y la ruptura, BAC, Madrid 1995.
Raúl Berzosa Martínez
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
Sumario: 1. Los ángeles: 1. Nombres y funciones; 2. La corte celestial; 3. Los querubines y los serafines; 4. El ángel de Yhwh; 5. Angeles de la guarda y arcángeles; 6. Los ángeles en el ministerio de Jesús; 7. Los ángeles en la vida de la Iglesia. II. Los demonios: 1. Orígenes; 2. Evolución; 3. Satanás y su ejército; 4. La victoria de Cristo sobre Satanás y los demonios; 5. La lucha de la Iglesia.
En todas las religiones de la antigüedad, al lado de las divinidades más o menos numerosas que, junto con los héroes divinizados, poblaban el panteón de cada pueblo, aparece siempre una serie de seres de naturaleza intermedia entre el hombre y el dios, algunos de índole y con funciones benéficas y otros, por el contrario, maléficos. No es posible determinar con certeza cuándo penetró en Israel y cómo se fue desarrollando en él a través de los siglos la fe en la existencia de estos seres intermedios. Generalmente se piensa que fue asimilada del mundo pagano circundante, en donde tanto los cananeos como los asirio- babilonios se imaginaban las diversas divinidades rodeadas de una corte de †œservidores†™ o ministros al estilo de los reyes y príncipes de este mundo. Está claro de todas formas que en este proceso de asimilación se debió realizar una gran obra de desmitización para purificar el concepto de dichos seres de toda sombra de politeísmo y armonizarlo con la fe irrenunciable en el verdadero Dios, único y trascendente, a quien siempre se mostró fiel la parte elegida de Israel.
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1. LOS ANGELES.
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1. Nombres y funciones.
El término †œángel† nos ha llegado directamente del griego úngelos, con que los LXX traducen normalmente el hebreo mal†™eak, enviado, nuncio, mensajero. Se trata, por tanto, de un nombre de función, no de naturaleza. En el AT se aplica tanto a los seres humanos enviados por otros hombres (también en el NT en Lc 7,24; Lc 7,27; Lc 9,52) como a los seres sobrehumanos enviados por Dios. Como mensajeros celestiales, los ángeles aparecen a menudo con semblante humano, y por tanto no siempre son reconocidos. Ejercen también funciones permanentes, y a veces desempeñan tareas específicas no ligadas al anuncio, como la de guiar al pueblo en el éxodo de Egipto (Ex 14,19; Ex 23,20; Ex 23,23) o la de aniquilar el ejército enemigo de Israel (2R 19,35). Así pues, gradualmente el término pasó a indicar cualquier criatura celestial, superior a los hombres, pero inferior a Dios, encargada de ejercer cualquier función en el mundo visible e invisible.
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2. La corte celestial.
Concebido como un soberano sentado en su trono en el acto de gobernar el universo (IR 22,15 1s6,lss), el Dios de Israel aparece rodeado, venerado y servido por un ejército innumerable de seres, designados a veces como †œservidores† (Jb 4,18), pero más frecuentemente como †œsantos† (Jb 5,1; Jb 15,15; Sal 89,6; Dn 4,10), †œhijos de Dios† (Jb 1,6; Jb 2,1; Sal 29,1; Sal 89,7; Dt 32,8) o †œdel Altísimo† (Sal 89,6), †œfuertes† o †œhéroes† (Sal 78,25; Sal 103,20), †œvigilantes† (Dn 4,10; Dn 4,14; Dn 4,20), etc. Todos juntos constituyen las †œtropas† (Sal 148,2) o el †œejército del cielo† (IR 22,19) y del Señor (Yhwh) (Jos 5,4), el cual es llamado, por consiguiente, †œSeñor de los ejércitos† (IS 1,3; IS 1,11; Sal 25,10; Is 1,9; 1s6,3; 1s48,3; Jr 7,3; Jr9,14).
En Dan 7,10 el profeta ve en torno al trono de Dios una infinidad de seres celestiales: †œmiles de millares le servían, millones y millones estaban de pie en su presencia†. También en el NT, cuando el ángel anuncia a los pastores de Belén que ha nacido el Salvador, se le unió †œuna multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama† (Lc 2,13s), mientras que en la visión del cordero inmolado Juan oye el †œclamor† y ve igualmente †œuna multitud de ángeles que estaban alrededor del trono…; eran miles de miles, millones de millones† (Ap 5,11).
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3. LOS QUERUBINES Y LOS SERAFINES.
Estos ángeles ocupan un lugar privilegiado en toda la corte celestial, ya que están más cerca de Dios y atienden a su servicio inmediato. Los primeros están junto al trono divino, lo sostienen y lo arrastran o transportan (Ez 10). En este mismo sentido hay que entender los textos en que se dice que Dios está sentado sobre los querubines o cabalga sobre ellos (lSam4,4; 2S 6,2; 2S 22,11; SaI 80,2; SaI 99,1). Es especial su presencia †œdelante del jardín de Edén† con †œla llama de la espada flameante para guardar el camino del árbol de la vida† (Gn 3,24). Iconográficamente se les representaba con las alas desplegadas, bien sobre el arca de la alianza, bien sobre las paredes y la puerta del templo (Ex 25,18s; IR 6,23-35). Los serafines, por el contrario, que etimológicamente significan †œ(espíritus) ardientes†, sólo se recuerdan en la visión inaugural de Is 6,2-7, mientras que rodean el trono de Yhwh y cantan su santidad y su gloria. Están dotados de seis alas: dos para volar, dos para taparse el rostro, dos para cubrirse los pies. Uno de ellos fue el que purificó los labios del profeta con un carbón encendido, para que purificado de todo pecado pudiera anunciar la palabra de Dios.
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4. El ángel de Yhwh.
Llamado también †œángel de †˜Elohim (Dios)†, es una figura singularísima que, tal como aparece y como actúa en muchos textos bíblicos, debe considerarse sin más como superior a todos los demás ángeles. Aparece por primera vez en la historia iie Agar (Gn 16,7-13), luego en el relato del sacrificio de Isaac Gn 22,11-18) y a continuación cada vez con mayor frecuencia en los momentos más dramáticos de la historia de Israel (Ex 3,2-6; Ex 14,19; Ex 23,23 Núm Ex 22,22; Jc 6,11; 2R 1,3). Pero mientras que en algunos textos se presenta como claramente distinto de Dios y como intermediario suyo (Nm 20,16; 2R 4,16), en otros parece confundirse con él, actuando y hablando como si fuese Dios mismo Gn 22,15-1 7; Gn 31,11-13; Ex 3,2-6). Para los textos de este último tipo algunos autores han pensado en una interpolación por obra de un redactor, que habría introducido la presencia del ángel para preservar la trascendencia divina. Pero más probablemente hemos de pensar en un modo demasiado sintético de narrar: el ángel como representante del Altísimo habla y actúa en primera persona, interpretando y traduciendo para el hombre su voluntad, sin que el narrador se preocupe de señalar que está refiriendo lo que se le ha encargado decir o hacer. De todas formas, exceptuando 2S 24,17, donde se le encarga que castigue a Israel con la peste por causa del pecado cometido por David al haberse empeñado en censar al pueblo, en todos los demás textos el ángel de Yhwh actúa siempre con una finalidad benéfica de mediación, de intercesión y de defensa (IR 22,19-24; Za 3; Jb 16, 19)j Aunque en la tradición judía posterior su papel parece ser bastante reducido, su figura vuelve a aparecer de nuevo en los evangelios de la infancia (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19; Lc 1,11; Lc 2,9).
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5. ANGELES DE LA GUARDA Y ARCANGELES.
En la antigüedad bíblica los ángeles no se distinguían por la naturaleza de las misiones que se les confiaban. Así, al lado de los ángeles enviados para obras buenas, encontramos al ángel exterminador que trae la ruina a las casas de los egipcios (Ex 12,23), al ángel que siembra la peste en medio de Israel 2S 24,16-17) y que destruye el ejército de Se-naquerib (2R 19,35), mientras que en el libro de Jb Satanás sigue formando parte de la corte celestial (1,6-12; 2,1-10). Pero a continuación, a partir del destierro en Babilonia y cada vez más en los tiempos sucesivos, por influencia y en reacción contra el sincretismo iranio-babilonio, no sólo se lleva a cabo una clara distinción entre ángeles buenos y malos, sino que se afina incluso en su concepción, precisando sus tareas y multiplicando su número. Por un lado, se quiere exaltar la trascendencia del Dios invisible e inefable; por otro, poner de relieve su gloria y su poder, que se manifiestan tanto en el mayor número de ángeles como en la multiplicidad de los encargos que se les hace.
En este sentido resulta particularmente significativa la angelología de los libros de Tobías y de Daniel. En el primero, el ángel que acompaña, protege y lleva a buen término todas las empresas del protagonista se porta como verdadero ángel de la guarda, pero al final de su misión revela: †œYo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están ante la gloria del Señor y en su presencia† (Tb 12,15). En el segundo, además de la alusión a los †œmillones de millones† de seres celestiales que rodean el trono de Dios (Dn 7,10), se conocen también algunos ángeles que presiden los destinos de las naciones (Dn 10,13-21). Se dan igualmente los nombres de dos de los ángeles más importantes: Gabriel y Miguel. El uno revela al profeta el significado de sus visiones (Dn 8,6; Dn 9,21), lo mismo que había hecho un ángel anónimo con los
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profetas Ezequiel (cc. 8-1 1; 40-44) y Zacarías (cc. 1-6), y como será luego habitual en toda la literatura apocalíptica, incluida la del NT. El otro se presenta como †œuno de los primeros príncipes† (Dn 10,13) y como †œvuestro príncipe†, el príncipe absoluto de Israel, †œque hace guardia sobre los hijos de tu pueblo† Dn 10,21;Dn 12,1).
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Los ángeles que velan por los hombres (Tb 3,17 Dan 3,49s) presentan a Dios sus oraciones(Tb 12,12)y son prácticamente sus guardianes (Sal 91,11); de alguna manera aparecen también así en el NT (Mt 18,10
También en Ap 1,4 y 8,2 encontramos a †œlos siete espíritus que están delante de su trono† y a †œlos siete ángeles que están en pie delante de Dios†, además del ángel intérprete de las visiones. Los apócrifos del AT indican los nombres principales: Uriel, Rafael, Ragüel, Miguel, Sar-coel y Gabriel (cf Henoc 20,1-8), pero de ellos tan sólo se menciona a Gabriel en el NT (Lc 1,19).
Inspirándoseen la denominación de †œpríncipe†, utilizada para Miguel en Dan 10,13.21; 12,1, san Pablo habla genéricamente de un †œarcángel† (ángel príncipe) que habrá de dar la señal del último día. La carta de Judas (y. 9) a su vez aplica concretamente este título griego a Miguel, y sólo más tarde la tradición eclesiástica lo extenderá a Gabriel y a Rafael, uniéndolos a Miguel para formar el orden de los arcángeles, que junto con los ángeles y los ya recordados querubines y serafines forman los cuatro primeros órdenes de la jerarquía angélica, que comprende además los principados, las potestades, las virtudes, los tronos y las dominaciones (Col 1,16; Col 2,10; Ef 1,21; IP 3,22), hasta alcanzar el número de nueve.
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6. LOS íNGELES EN EL MINISTERIO de Jesús.
Los ángeles con su presencia marcan los momentos más destacados de la vida y del destino de Jesús. En los evangelios de la infancia, el ángel del Señor se aparece en varias ocasiones en sueños a José para aconsejarle y dirigirlo (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19). También el nacimiento de Juan Bautista es revelado antes de la hora a su padre Zacarías por un ángel del Señor (Lc 1,11), que luego resulta ser el ángel de la presencia, Gabriel (Lc 1,19), el mismo que seis meses más tarde fue enviado a la virgen María en Nazaret (Lc 1,26). El ángel del Señor se aparece también a los pastores en la noche de Belén para anunciar la gran alegría del nacimiento del Salvador, seguido por †œuna multitud del ejército celestial, que alababa a Dios† (Lc 2,9-14).
Durante su ministerio público, Jesús se mantiene en continua y estrecha relación con los ángeles de Dios, que suben y bajan sobre él (Jn 1,51), le atienden en la soledad del desierto (Mc 1,13; Mt 4,11), lo confortan en la agonía de Getsemaní (Lc 22,43), están siempre a su disposición (Mt 26,53) y proclaman su resurrección (Mc 16,5-7; Mt 28,2-3; Lc 24,4; Jn 20,12). Jesús, a su vez, habla de ellos como de seres vivos y reales, inmunes de las exigencias de la naturaleza humana (Mt 22,30; Mc 12,25; Lc 20,36) y que velan por el destino de los hombres (Mt 18,10); como de seres que participan de la gloria de Dios y se alegran de su gozo (Lc 15,10). En su encarnación el Hijo de Dios se hizo inferior a los ángeles (Hb 2,9), pero en su resurrección fue colocado por encima de todos los seres celestiales (Ef 1,21), que de hecho lo adoran (Hb 1,6-7) y lo reconocen como Señor (Ap 5,1 Is; 7,1 Is), ya que han sido creados en él y para él Col 1,16). También ellos ignoran el día de su vuelta para el juicio final (Mt 24,26), pero serán sus ejecutores (Mt 13,39; Mt 13,49; Mt 24,31), lo precederán y lo acompañarán (Mt 25,31; 2Ts 1,7; Ap 14,14-16), reunirán a los elegidos de los cuatro ángulos de la tierra (Mt 24,31; Mc 13,27) y arrojarán lejos, al †œhorno ardiente†, a todos los agentes de la iniquidad (Mt 13,41-42).
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7. LOS íNGELES EN LA VIDA DE la Iglesia.
La Iglesia hereda de Israel la fe en la existencia de los ángeles y la mantiene con sencillez, mostrando hacia ellos la misma estima y la misma veneración, pero sin caer en especulaciones fantásticas, típicas de gran parte de la literatura del judaismo tardío. El NT, como acabamos de ver, insiste en subrayar su relación de inferioridad y de sumisión a Cristo y hasta a la Iglesia misma, que es su cuerpo (Ef 3,10; Ef 5,23). Contra los que identificaban en los ángeles a los rectores supremos del mundo a través del gobierno de sus elementos, Col 2,18 condena vigorosamente el culto excesivo que se les tributaba Ap 22,8-9).
Sin embargo, se reconoce ampliamente la función de los ángeles, sobre todo en relación con la difusión de la palabra de Dios. Los Hechos nos ofrecen un válido testimonio de esta creencia. Dos ángeles con vestidura humana revelan a los once que †œeste Jesús que acaba de subir al cielo volverá tal como lo
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habéis visto ¡rse al cielo (Hch 1,10-11). Un ángel del Señor libera a los apóstoles de la cárcel (5,19; 12,7- 10), invita al diácono Felipe a seguir el camino de Gaza para unirse al eunuco de la reina Candaces (8,26), se le aparece al centurión Cor-nelio y le indica el camino de la salvación (10,3; 11,13), se le aparece también a Pablo en viaje hacia Roma y le asegura que se librará del naufragio junto con todos sus compañeros de viaje (27,23). Según el Apocalipsis, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los santos (5,8; 8,3), protegen a la Iglesia y, junto con su jefe Miguel, combaten por su salvación (12,1-9). Finalmente, vale la pena señalar que los ángeles están también junto a los justos para introducirlos en el paraíso (Lc 16,22), pero ya en la tierra asisten a sus asambleas litúrgicas (1Co 11,10) y desde el cielo contemplan las luchas sostenidas por los predicadores del evangelio (1Co 4,9).
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II. LOS DEMONIOS.
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1. Orígenes.
El desarrollo de la demonología bíblica sigue un itinerario mucho más complejo que el de la angelología, puesto que si era relativamente fácil imaginarse a Yhwh rodeado de una corte de personajes celestiales, sirviéndose de ellos como ministros y mensajeros, era sumamente difícil admitir la existencia de otros seres dotados de poderes ocultos, que compartiesen con él el dominio sobre los hombres y sobre el mundo, aunque limitándose a la esfera del mal. Por eso los autores bíblicos más antiguos, casi hasta la época del destierro, evitan hablar abiertamente de demonios, prefiriendo hacer que provengan de Dios incluso los males que afligen al hombre, como la peste (SaI 91,6; Ha 3,5), la fiebre (Dt 32,24), etc., a veces bajo la forma de un ángel exterminador (Ex 12,23; 2S 24,16; 2R 19,35) o de un espíritu malo IS 16,4-16; IS 16,23), enviados directamente por Dios. No faltan, sin embargo, algunas huellas literarias que revelan la creencia popular en la existencia de espíritus malos, de los que el hombre intenta precaverse con ritos o prácticas mágicas. Entre éstos se señalan: los †˜elohim, espíritus de los difuntos, que evocan los nigromantes (IS 28,13; 2R 21,6; Is 8,19), a pesar de la prohibición absoluta de la ley Lv 19,31; Lv 20,6; Lv 20,27; Dt 18,11); los sedtm, seres con carácter verdaderamente diabólico, a los que los israelitas llegaron a ofrecer sacrificios (Dt 32,17; SaI 106,37); los, se†™irim, seres extraños y peludos como sátiros, que, según se creía, habitaban en las ruinas o en lugares áridos y alejados (Lv 17,7; 2Cr 11,15; Is 13,21; Is 34,12; Is 34,14).
Con estos mismos lugares se relaciona también la presencia de los dos únicos demonios cuyos nombres nos ofrecen los textos antiguos: con las casas derrumbadas al demonio Lilit (Is 34,14), al que se atribuía sexo femenino; y con el desierto a Azazel, a quien en el día solemne de la expiación se le ofrecía un macho cabrío sobre el que anteriormente el sumo sacerdote había como cargado los pecados del pueblo Lv 16) [1 Levíti-co II, 4].
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2. Evolución.
El libro bíblico en que se manifiesta más abiertamente la creencia de los israelitas en los demonios es el de Tobías, que, en paralelismo antitético con la acción benéfica desarrollada por el ángel Rafael, hace resaltar la obra maléfica del demonio Asmodeo, a quien se atribuye una violencia de persecución tan grande que llega a matar a todos los que intentaban unirse en matrimonio con la mujer a la que torturaba Tb 3,8; Tb 6,14-15). Pero el libro conoce, además, una forma eficaz para exorcizar a cualquier demonio o espíritu malvado: quemar el hígado y el corazón de un pez, pues el humo obliga entonces
irremediablemente al espíritu a abandonar su presa y a huir lejos (Tb 6,8; Tb 6,17-18; Tb 8,2-3).
Los escritos judíos sucesivos, no comprendidos en el canon, explicita-rán más aún la doctrina de los demonios, aunque no de modo uniforme, hasta convertirlos en rivales absolutos de Dios y de sus santos espíritus. En general se prefiere llamarlos espíritus malignos, impuros o engañosos, unidos todos ellos en torno a un jefe que para algunos lleva el nombre de Mas-tema y para otros el de Belial o Beliar. Habrían tenido su origen en la unión de los ángeles con las famosas †œhijas de los hombres†™ (Gn 6,2-4) o de una rebelión de los mismos ángeles contra Dios (Is 14,13-14; Ez 28,1). Caracterizados por el orgullo y la lujuria, atormentan a los hombres en el cuerpo y en el espíritu, los inducen al mal y llegan a apoderarse de sus cuerpos. Pero se prevé la decadencia de su poder en los tiempos mesiáni-cos, cuando serán precipitados en el infierno.
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3. Satanás y su ejército.
Literalmente la palabra hebrea satán significa adversario, enemigo o acusador (IR 24,4; 2R 19,22; SaI 109,6). En griego se traduce por alabólos, de donde †œdiablo†. En el libro de Jb (cc. 1-2) la figura de Satanás sigue siendo la de un ángel de la corte celestial, que desempeña la función de fiscal o de acusador, pero con tendencias desfavorables para con el hombre justo, poniendo en duda su bondad, su fidelidad o su rectitud, obteniendo de Dios la facultad de ponerlo a prueba (Jb 1,11; Jb 2,4). En ICrón 21,1 Satanás induce a David a hacer el censo de su pueblo; pero su nombre fue introducido por el redactor por un escrúpulo teológico, a fin de evitar atribuir a Dios el mandato de realizar una acción ilícita, como se cuenta en el paralelo 2S 24,1. En Za 3,1-5, sin embargo, aun manteniendo el papel de acusador público, Satanás se revela de hecho como adversario de Dios y de sus proyectos de misericordia para con su pueblo, hasta que el ángel del Señor no lo aleje ordenándole en forma de deprecación: †œQue el Señor te reprima, Satán† (y. 2).
En la literatura poscanónica, en la que se insiste en la clara separación y oposición entre el mundo del bien y el mundo del mal, el papel del diablo se extiende enormemente, hasta llegar a ser considerado como el príncipe de un mundo antidivino y el principio de todo mal, con un ejército de demonios a su servicio y dispuesto siempre a engañar y seducir al hombre para arrastrarlo a su propia esfera. Al mismo tiempo se le atribuye la responsabilidad de los pecados más graves que se recuerdan en la historia bíblica, y entre ellos principalmente el de los orígenes, bajo la apariencia de la serpiente astuta y seductora que engaña a Adán y a Eva (Gn 3). Por eso también Sg 2,24 afirma: †œPor envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen. Por esta misma razón también en el NT el diablo es definido como el malvado, el enemigo, el tentador, el seductor, la antigua serpiente (Ap 12,9), mentiroso y homicida desde el principio (Jn 8,44), príncipe de este mundo (Jn 12,31; Jn 14,30; Jn 16,11) y dios del siglo presente (2Co 4,4).
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4. La victoria de Cristo sobre Satanás y los demonios.
La concepción del NT sobre la presencia y la obra maléfica de los espíritus del mal en el mundo, aunque no incluye ningún esfuerzo de sistematización respecto a las creencias heredadas del ambiente cultural circundante judío o helenístico, se presenta en conjunto bastante clara y lineal en cada una de sus partes, estando marcada por una absoluta oposición entre Dios y Satanás, que se traduce en una lucha abierta, encarnizada y constante, emprendida por Cristo personalmente para hacer que avance el reino de Dios hasta una completa victoria sobre el reino de las tinieblas, con una definitiva destrucción del mal.
Jesús se enfrenta personalmente con Satanás ya antes de comenzar su ministerio público y rechaza vigorosamente sus sugerencias (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). Luego se puede afirmar que, en el curso de su predicación, toda su obra está dirigida a liberar de los espíritus malignos a cuantos estaban oprimidos por él, en cualquier sitio en que se encontrasen y bajo cualquier forma que se manifestara el poder del maligno en la realidad humana. Al describir los / milagros de curación realizados por Jesús, los evangelistas no utilizan siempre un lenguaje uniforme. De todas formas, junto a los relatos de milagros en los que no se atisba ninguna alusión a la influencia de agentes preternaturales, se leen otros en los que los gestos de Jesús para devolver la salud asumen el aspecto de verdaderos exorcismos; y otros además muy numerosos, donde se habla implícitamente de obsesión o posesión diabólica con una terminología propia o equivalente: †œendemoniados†, †œtener o poseer un demonio†™, o bien †œun espíritu impuro† o malo. Sea cual fuere el juicio que se quiera dar sobre la opinión común de aquella época, que relacionaba también los males físicos con la influencia de .potencias diabólicas, no cabe duda de que los evangelistas, al servirse de esas categorías culturales, quisieron mostrar hasta la evidencia de los hechos el poder taumatúrgico de Jesús y al mismo tiempo su superioridad sobre todas las potencias diabólicas, incluso las más obstinadas.
Por su parte, Jesús no relaciona nunca el mal físico con el demonio a través del pecado; más aún, lo excluye en Jn 9,2-3. Enseña, por el contrario, que su poder de curar a los enfermos es un signo manifestativo de su poder de perdonar los pecados (Mc 2,5-11; Mt 9,2-7; Lc 5,20-24); y en cuanto a él mismo, acusado de magia y de echar los demonios en nombre de su príncipe Belcebú, afirma que lo hace con el poder del Espíritu de Dios y para demostrar que realmente †œha llegado a vosotros el reino de Dios† Mt 12,25-28; Lc 11,17-20). Cuando más tarde los discípulos le refieren, llenos de satisfacción, que †œhasta los demonios se nos someten en tu nombre†™, él se lo confirma y explica: †œYo veía a Satanás cayendo del cielo como,un rayo† (Lc 10,17-18).
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1 I..,h ,I I
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5. La lucha de la Iglesia.
También en la lucha contra Satanás y sus ángeles la Iglesia continúa la obra emprendida por Cristo para llevarla a su cumplimiento, hasta el total aniquilamiento de las potencias del mal. Basados en el poder que se les ha conferido (Mc 6,7; Lc 9,1), los apóstoles con sus diversos colaboradores, mientras que por un lado se esfuerzan en hacer progresar el reino de Dios con el anuncio de la verdad, por otro combaten irresistiblemente contra el dominio de Satanás en todas las formas con que se manifiesta: obsesión Hch 8,7; Hch 19,11-17), magia y superstición (Hch 13,8 19,8ss), adivinación (Hch 16,16) e idolatría Ap 9,20). Por otra parte, el NT nos muestra cómo, a pesar de la derrota que ha sufrido, Satanás sigue actuando: siembra doctrinas falsas (Ga 4,8-9; 1 Tm 4,1), se esconde detrás de los ídolos (1 Co 10,20s; 2Co 6,15), incita al mal (2Ts 2,11; 2Co 4,4), intenta seducir (lTm 5,15), está siempre al acecho y, †œcomo león rugiente, da vueltas y busca a quien devorar† (1 P IP 5,8). Por eso todos los escritores del NT indistintamente no se cansan de exhortar a la sobriedad, a la vigilancia y a la fortaleza en su resistencia para podervencerlo (Rm 16,20 lCor7,5;2Cor2,11; Rm 11,14 lTes2,18; Ef 4,27; Ef 6,11; Ef 6,16 lTm 3,6s; 2Tm 2,26; St 4,7; IP 5,8). El puede tentar al hombre para inducirlo al mal, pero sólo porque Dios se lo permite (Ap 13,7) y sólo por algún breve tiempo (Ap 12,12), a fin de que los creyentes puedan vencerlo junto con Cristo (St 1,12; Ap 2,26; Ap 3,12; Ap 3,21; Ap 21,7). En cuanto a la suerte final de Satanás, es seguro que †œel Dios de la paz pronto aplastará a Satanás bajo vuestros pies† (Rm 16,20) y que †œJesús, el Señor, lo hará desaparecer con el soplo de su boca y lo aniquilará con el resplandor de su venida† (2Ts 2,8 ). Satanás y sus ángeles serán arrojados para siempre a la oscuridad del infierno y a las fosas tenebrosas del tártaro, en donde fueron relegados al principio por causa de su pecado (2P 2,4; Jud 6), en un †œestanque de fuego y azufre†, donde †œserán atormentados día y noche por los siglos de los siglos† Ap 20,10).
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BIBL.: Además de las enciclopedias y de los diccionarios de índole bíblica en general y de los de teología bíblica en particular (en las principales voces tratadas en el texto), véase especialmente: Barbaglio G., Angelí, en SchedeBiblichePastoralil, Dehoniane, Bolonia 1982, 148-156; BofG.P., Demoni, en ib, II, Dehoniane, Bolonia 1983, 812-821; Grelot P., Los milagros de Jesús yla demonología judía, en LéonDufour X. (ed.), Los milagros de Jesús, Cristiandad, Madrid 1979, 61-74; KasperW.-Lehmann K., Dia-volodemoni-possessione. Sulla realtá del mate, Queriniana, Brescia J983; Louis-Chrevillon H., Satana nella Bibbia e nel mondo, Ed. Paoline, Roma 1971; Marranzin; ?., Angeles y demonios, en Diccionario Teológico lnterdisciplinarl, Sigúeme, Salamanca 1982, 413-430; North R., SeparatedSpiritualSubstancesin the Oíd Testament, en †œCBQ†29 (1967) 41 9-449; Penna ?., Angelíe demoniin 5. Paolo e nelgiudaismo contemporáneo, en †œParole di Vita† 26 (1981) 272-289; Regamey P.R., GliAngelí, Ed. Paoline, Roma 1960; Schlier H., Principatie potesta, Morcelliana, Brescia 1970; Seemann M., Los ángeles, en Mysterium Salutis II, Madrid 19772, 736-768; Zaehringer D., Los demonios, en ib, 768-785.
A. Sisti
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica
Sumario: 1. Los ángeies: 1. Nombres y funciones; 2. La corte celestial; 3. Los querubines y los serafines; 4. El ángel de Yhwh; 5. Angeles de la guarda y arcángeles; 6. Los ángeles en el ministerio de Jesús; 7. Los ángeles en la vida de la Iglesia. II. Los demonios: 1. Orígenes; 2. Evolución; 3. Satanás y su ejército; 4. La victoria de Cristo sobre Satanás y los demonios; 5. La lucha de la Iglesia.
En todas las religiones de la antigüedad, al lado de las divinidades más o menos numerosas que, junto con los héroes divinizados, poblaban el panteón de cada pueblo, aparece siempre una serie de seres de naturaleza intermedia entre el hombre y el dios, algunos de índole y con funciones benéficas y otros, por el contrario, maléficos. No es posible determinar con certeza cuándo penetró en Israel y cómo se fue desarrollando en él a través de los siglos la fe en la existencia de estos seres intermedios. Generalmente se piensa que fue asimilada del mundo pagano circundante, en donde tanto los cananeos como los asiriobabilonios se imaginaban las diversas divinidades rodeadas de una corte de †œservidores† o ministros al
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estilo de los reyes y príncipes de este mundo. Está claro de todas formas que en este proceso de asimilación se debió realizar una gran obra de desmitización para purificar el concepto de dichos seres de toda sombra de politeísmo y armonizarlo con la fe irrenunciable en el verdadero Dios, único y trascendente, a quien siempre se mostró fiel la parte elegida de Israel.
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1. LOS ANGELES.
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1. Nombres y funciones.
El término †œángel† nos ha llegado directamente del griego úngelos, con que los LXX traducen normalmente el hebreo mal†™eak, enviado, nuncio, mensajero. Se trata, por tanto, de un nombre de función, no de naturaleza. En el AT se aplica tanto a los seres humanos enviados por otros hombres (también en el NT en Lc 7,24; Lc 7,27; Lc 9,52) como a los seres sobrehumanos enviados por Dios. Como mensajeros celestiales, los ángeles aparecen a menudo con semblante humano, y por tanto no siempre son reconocidos. Ejercen también funciones permanentes, y a veces desempeñan tareas específicas no ligadas al anuncio, como la de guiar al pueblo en el éxodo de Egipto (Ex 14,19; Ex 23,20; Ex 23,23) o la de aniquilar el ejército enemigo de Israel (2R 19,35). Así pues, gradualmente el término pasó a indicar cualquier criatura celestial, superior a los hombres, pero inferior a Dios, encargada de ejercer cualquier función en el mundo visible e invisible.
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2. La corte celestial.
Concebido como un soberano sentado en su trono en el acto de gobernar el universo (IR 22,15 1s6,lss), el Dios de Israel aparece rodeado, venerado y servido por un ejército innumerable de seres, designados a veces como †œservidores† (Jb 4,18), pero más frecuentemente como †œsantos† (Jb 5,1; Jb 15,15; SaI 89,6; Dn 4,10), †œhijos de Dios† (Jb 1,6; Jb 2,1; SaI 29,1; SaI 89,7; Dt 32,8) o †œdel Altísimo (SaI 89,6), †œfuertes†™ o †œhéroes†™ (SaI 78,25; SaI 103,20), †œvigilantes† (Dn 4,10; Dn 4,14; Dn 4,20), etc. Todos juntos constituyen las †œtropas† (SaI 148,2) o el †œejército del cielo (IR 22,19) y del Señor (Yhwh) (Jos 5,4), el cual es llamado, por consiguiente, †œSeñor de los ejércitos (IS 1,3; IS 1,11; SaI 25,10; Is 1,9; Is 6,3; Is 48,3; Jr 7,3; Jr9,14).
En Dan 7,10 el profeta ve en torno al trono de Dios una infinidad de seres celestiales: †œmiles de millares le servían, millones y millones estaban de pie en su presencia. También en el NT, cuando el ángel anuncia a los pastores de Belén que ha nacido el Salvador, se le unió †œuna multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama†™ (Lc 2,13s), mientras que en la visión del cordero inmolado Juan oye el †œclamor† y ve igualmente †œuna multitud de ángeles que estaban alrededor del trono…; eran miles de miles, millones de millones† (Ap 5,11).
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3. LOS QUERUBINES Y LOS SERAFINES.
Estos ángeles ocupan un lugar privilegiado en toda la corte celestial, ya que están más cerca de Dios y atienden a su servicio inmediato. Los primeros están junto al trono divino, lo sostienen y lo arrastran o transportan (Ez 10). En este mismo sentido hay que entender los textos en que se dice que Dios está sentado sobre los querubines o cabalga sobre ellos (lSam4,4; 2S 6,2; 2S 22,11; SaI 80,2; SaI 99,1). Es especial su presencia †œdelante del jardín de Edén† con †œla llama de la espada flameante para guardar el camino del árbol de la vida† (Gn 3,24). Iconográficamente se les representaba con las alas desplegadas, bien sobre el arca de la alianza, bien sobre las paredes y la puerta del templo (Ex 25,18s; IR 6,23-35). Los serafines, por el contrario, que etimológicamente significan †œ(espíritus) ardientes†™, sólo se recuerdan en la visión inaugural de Is 6,2-7, mientras que rodean el trono de Yhwh y cantan su santidad y su gloria. Están dotados de seis alas: dos para volar, dos para taparse el rostro, dos para cubrirse los pies. Uno de ellos fue el que purificó los labios del profeta con un carbón encendido, para que purificado de todo pecado pudiera anunciar la palabra de Dios.
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A FInIrIcVhwh
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4. El ángel de Yhwh.
Llamado también †œángel de †˜Elohim (Dios)†, es una figura singularísima que, tal como aparece y como actúa en muchos textos bíblicos, debe considerarse sin más como superior a todos los demás ángeles. Aparece por primera vez en la historia iie Agar (Gn 16,7-13), luego en el relato del sacrificio de Isaac Gn 22,11-18) y a continuación cada vez con mayor frecuencia en los momentos más dramáticos de la historia de Israel (Ex 3,2-6; Ex 14,19; Ex 23,23 Núm Ex 22,22; Jc 6,11; 2R 1,3). Pero mientras que en algunos textos se presenta como claramente distinto de Dios y como intermediario suyo (Nm 20,16; 2R 4,16), en otros parece confundirse con él, actuando y hablando como si fuese Dios mismo Gn 22,15-1 7; Gn 31,11-13; Ex 3,2-6). Para los textos de este último tipo algunos autores han pensado en una interpolación por obra de un redactor, que habría introducido la presencia del ángel para preservar la trascendencia divina. Pero más probablemente hemos de pensar en un modo demasiado sintético de narrar: el ángel como representante del Altísimo habla y actúa en primera persona, interpretando y traduciendo para el hombre su voluntad, sin que el narrador se preocupe de señalar que está refiriendo lo que se le ha encargado decir o hacer. De todas formas, exceptuando 2S 24,17, donde se le encarga que castigue a Israel con la peste por causa del pecado cometido por David al haberse empeñado en censar al pueblo, en todos los demás textos el ángel de Yhwh actúa siempre con una finalidad benéfica de mediación, de intercesión y de defensa (IR 22,19-24; Za 3; Jb 16, 19)j Aunque en la tradición judía posterior su papel parece ser bastante reducido, su figura vuelve a aparecer de nuevo en los evangelios de la infancia (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19; Lc 1,11; Lc 2,9).
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5. ANGELES DE LA GUARDA Y ARCANGELES.
En la antigüedad bíblica los ángeles no se distinguían por la naturaleza de las misiones que se les confiaban. Así, al lado de los ángeles enviados para obras buenas, encontramos al ángel exterminador que trae la ruina a las casas de los egipcios (Ex 12,23), al ángel que siembra la peste en medio de Israel 2S 24,16-17) y que destruye el ejército de Se-naquerib (2R 19,35), mientras que en el libro de Jb Satanás sigue formando parte de la corte celestial (1,6-12; 2,1-10). Pero a continuación, a partir del destierro en Babilonia y cada vez más en los tiempos sucesivos, por influencia y en reacción contra el sincretismo iranio-babilonio, no sólo se lleva a cabo una clara distinción entre ángeles buenos y malos, sino que se afina incluso en su concepción, precisando sus tareas y multiplicando su número. Por un lado, se quiere exaltar la trascendencia del Dios invisible e inefable; por otro, poner de relieve su gloria y su poder, que se manifiestan tanto en el mayor número de ángeles como en la multiplicidad de los encargos que se les hace.
En este sentido resulta particularmente significativa la angelología de los libros de Tobías y de Daniel. En el primero, el ángel que acompaña, protege y lleva a buen término todas las empresas del protagonista se porta como verdadero ángel de la guarda, pero al final de su misión revela: †œYo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están ante la gloria del Señor y en su presencia† (Tb 12,15). En el segundo, además de la alusión a los †œmillones de millones† de seres celestiales que rodean el trono de Dios (Dn 7,10), se conocen también algunos ángeles que presiden los destinos de las naciones (Dn 10,13-21). Se dan igualmente los nombres de dos de los ángeles más importantes: Gabriel y Miguel. El uno revela al profeta el significado de sus visiones (Dn 8,6; Dn 9,21), lo mismo que había hecho un ángel anónimo con los profetas Ezequiel (cc. 8-1 1; 40-44) y Zacarías (cc. 1-6), y como será luego habitual en toda la literatura apocalíptica, incluida la del NT. El otro se presenta como †œuno de los primeros príncipes† (Dn 10,13) y como †œvuestro príncipe†, el príncipe absoluto de Israel, †œque hace guardia sobre los hijos de tu pueblo† Dn 10,21;Dn 12,1).
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Los ángeles que velan por los hombres (Tb 3,17 Dan 3,49s) presentan a Dios sus oraciones(Tb 12,12)y son prácticamente sus guardianes (SaI 91,11); de alguna manera aparecen también así en el NT (Mt 18,10
También en Ap 1,4 y 8,2 encontramos a †œlos siete espíritus que están delante de su trono† y a †œlos siete ángeles que están en pie delante de Dios†, además del ángel intérprete de las visiones. Los apócrifos del AT indican los nombres principales: Uriel, Rafael, Ragüel, Miguel, Sar-coel y Gabriel (cf Henoc 20,1-8), pero de ellos tan sólo se menciona a Gabriel en el NT (Lc 1,19).
Inspirándoseen la denominación de †œpríncipe†, utilizada para Miguel en Dan 10,13.21; 12,1, san Pablo habla genéricamente de un †œarcángel† (ángel príncipe) que habrá de dar la señal del último día. La carta de Judas (y. 9) a su vez aplica concretamente este título griego a Miguel, y sólo más tarde la tradición eclesiástica lo extenderá a Gabriel y a Rafael, uniéndolos a Miguel para formar el orden de los arcángeles, que junto con los ángeles y los ya recordados querubines y serafines forman los cuatro primeros órdenes
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de la jerarquía angélica, que comprende además los principados, las potestades, las virtudes, los tronos y
las dominaciones (Col 1,16; Col 2,10; Ef 1,21; IP 3,22), hasta alcanzar el número de nueve.
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6. LOS íNGELES EN EL MINISTERIO de Jesús.
Los ángeles con su presencia marcan los momentos más destacados de la vida y del destino de Jesús. En los evangelios de la infancia, el ángel del Señor se aparece en varias ocasiones en sueños a José para aconsejarle y dirigirlo (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19). También el nacimiento de Juan Bautista es revelado antes de la hora a su padre Zacarías por un ángel del Señor (Lc 1,11), que luego resulta ser el ángel de la presencia, Gabriel (Lc 1,19), el mismo que seis meses más tarde fue enviado a la virgen María en Nazaret (Lc 1,26). El ángel del Señor se aparece también a los pastores en la noche de Belén para anunciar la gran alegría del nacimiento del Salvador, seguido por †œuna multitud del ejército celestial, que alababa a Dios† (Lc 2,9-14).
Durante su ministerio público, Jesús se mantiene en continua y estrecha relación con los ángeles de Dios, que suben y bajan sobre él (Jn 1,51), le atienden en la soledad del desierto (Mc 1,13; Mt 4,11), lo confortan en la agonía de Getsemaní (Lc 22,43), están siempre a su disposición (Mt 26,53) y proclaman su resurrección (Mc 16,5-7; Mt 28,2-3; Lc 24,4; Jn 20,12). Jesús, a su vez, habla de ellos como de seres vivos y reales, inmunes de las exigencias de la naturaleza humana (Mt 22,30; Mc 12,25; Lc 20,36) y que velan por el destino de los hombres (Mt 18,10); como de seres que participan de la gloria de Dios y se alegran de su gozo (Lc 15,10). En su encarnación el Hijo de Dios se hizo inferior a los ángeles (Hb 2,9), pero en su resurrección fue colocado por encima de todos los seres celestiales (Ef 1,21), que de hecho lo adoran (Hb 1,6-7) y lo reconocen como Señor (Ap 5,1 Is; 7,1 Is), ya que han sido creados en él y para él Col 1,16). También ellos ignoran el día de su vuelta para el juicio final (Mt 24,26), pero serán sus ejecutores (Mt 13,39; Mt 13,49; Mt 24,31), lo precederán y lo acompañarán (Mt 25,31; 2Ts 1,7; Ap 14,14-16), reunirán a los elegidos de los cuatro ángulos de la tierra (Mt 24,31; Mc 13,27) y arrojarán lejos, al †œhorno ardiente†, a todos los agentes de la iniquidad (Mt 13,41-42).
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7. LOS íNGELES EN LA VIDA DE la Iglesia.
La Iglesia hereda de Israel la fe en la existencia de los ángeles y la mantiene con sencillez, mostrando hacia ellos la misma estima y la misma veneración, pero sin caer en especulaciones fantásticas, típicas de gran parte de la literatura del judaismo tardío. El NT, como acabamos de ver, insiste en subrayar su relación de inferioridad y de sumisión a Cristo y hasta a la Iglesia misma, que es su cuerpo (Ef 3,10; Ef 5,23). Contra los que identificaban en los ángeles a los rectores supremos del mundo a través del gobierno de sus elementos, Col 2,18 condena vigorosamente el culto excesivo que se les tributaba Ap 22,8-9).
Sin embargo, se reconoce ampliamente la función de los ángeles, sobre todo en relación con la difusión de la palabra de Dios. Los Hechos nos ofrecen un válido testimonio de esta creencia. Dos ángeles con vestidura humana revelan a los once que †œeste Jesús que acaba de subir al cielo volverá tal como lo habéis visto irse al cielo† (Hch 1,10-11). Un ángel del Señor libera a los apóstoles de la cárcel (5,19; 12,7- 10), invita al diácono Felipe a seguir el camino de Gaza para unirse al eunuco de la reina Candaces (8,26), se le aparece al centurión Cor-nelio y le indica el camino de la salvación (10,3; 11,13), se le aparece también a Pablo en viaje hacia Roma y le asegura que se librará del naufragio junto con todos sus compañeros de viaje (27,23). Según el Apocalipsis, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los santos (5,8; 8,3), protegen a la Iglesia y, junto con su jefe Miguel, combaten por su salvación (12,1-9). Finalmente, vale la pena señalar que los ángeles están también junto a los justos para introducirlos en el paraíso (Lc 16,22), pero ya en la tierra asisten a sus asambleas litúrgicas (1Co 11,10) y desde el cielo contemplan las luchas sostenidas por los predicadores del evangelio (1Co 4,9).
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II. LOS DEMONIOS.
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1. Orígenes.
El desarrollo de la demonología bíblica sigue un itinerario mucho más complejo que el de la angelología, puesto que si era relativamente fácil imaginarse a Yhwh rodeado de una corte de personajes celestiales,
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sirviéndose de ellos como ministros y mensajeros, era sumamente difícil admitir la existencia de otros seres dotados de poderes ocultos, que compartiesen con él el dominio sobre los hombres y sobre el mundo, aunque limitándose a la esfera del mal. Por eso los autores bíblicos más antiguos, casi hasta la época del destierro, evitan hablar abiertamente de demonios, prefiriendo hacer que provengan de Dios incluso los males que afligen al hombre, como la peste (SaI 91,6; Ha 3,5), la fiebre (Dt 32,24), etc., a veces bajo la forma de un ángel exterminador (Ex 12,23; 2S 24,16; 2R 19,35) o de un espíritu malo IS 16,4-16; IS 16,23), enviados directamente por Dios. No faltan, sin embargo, algunas huellas literarias que revelan la creencia popular en la existencia de espíritus malos, de los que el hombre intenta precaverse con ritos o prácticas mágicas. Entre éstos se señalan: los †˜elohim, espíritus de los difuntos, que evocan los nigromantes (IS 28,13; 2R 21,6; Is 8,19), a pesar de la prohibición absoluta de la ley Lv 19,31; Lv 20,6; Lv 20,27; Dt 18,11); los sedtm, seres con carácter verdaderamente diabólico, a los que los israelitas llegaron a ofrecer sacrificios (Dt 32,17; SaI 106,37); los, se†™irim, seres extraños y peludos como sátiros, que, según se creía, habitaban en las ruinas o en lugares áridos y alejados (Lv 17,7; 2Cr 11,15; Is 13,21; Is 34,12; Is 34,14).
Con estos mismos lugares se relaciona también la presencia de los dos únicos demonios cuyos nombres nos ofrecen los textos antiguos: con las casas derrumbadas al demonio Lilit (Is 34,14), al que se atribuía sexo femenino; y con el desierto a Azazel, a quien en el día solemne de la expiación se le ofrecía un macho cabrío sobre el que anteriormente el sumo sacerdote había como cargado los pecados del pueblo Lv 16) [1 Levíti-co II, 4].
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2. Evolución.
El libro bíblico en que se manifiesta más abiertamente la creencia de los israelitas en los demonios es el de Tobías, que, en paralelismo antitético con la acción benéfica desarrollada por el ángel Rafael, hace resaltar la obra maléfica del demonio Asmodeo, a quien se atribuye una violencia de persecución tan grande que llega a matar a todos los que intentaban unirse en matrimonio con la mujer a la que torturaba Tb 3,8; Tb 6,14-15). Pero el libro conoce, además, una forma eficaz para exorcizar a cualquier demonio o espíritu malvado: quemar el hígado y el corazón de un pez, pues el humo obliga entonces
irremediablemente al espíritu a abandonar su presa y a huir lejos (Tb 6,8; Tb 6,17-18; Tb 8,2-3).
Los escritos judíos sucesivos, no comprendidos en el canon, explicita-rán más aún la doctrina de los demonios, aunque no de modo uniforme, hasta convertirlos en rivales absolutos de Dios y de sus santos espíritus. En general se prefiere llamarlos espíritus malignos, impuros o engañosos, unidos todos ellos en torno a un jefe que para algunos lleva el nombre de Mas-tema y para otros el de Belial o Beliar. Habrían tenido su origen en la unión de los ángeles con las famosas †œhijas de los hombres† (Gn 6,2-4) o de una rebelión de los mismos ángeles contra Dios (Is 14,13-14; Ez 28,1). Caracterizados por el orgullo y la lujuria, atormentan a los hombres en el cuerpo y en el espíritu, los inducen al mal y llegan a apoderarse de sus cuerpos. Pero se prevé la decadencia de su poder en los tiempos mesiáni-cos, cuando serán precipitados en el infierno.
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3. Satanás y su ejército.
Literalmente la palabra hebrea satán significa adversario, enemigo o acusador (IR 24,4; 2R 19,22; SaI 109,6). En griego se traduce por alabólos, de donde †œdiablo†. En el libro de Jb (cc. 1-2) la figura de Satanás sigue siendo la de un ángel de la corte celestial, que desempeña la función de fiscal o de acusador, pero con tendencias desfavorables para con el hombre justo, poniendo en duda su bondad, su fidelidad o su rectitud, obteniendo de Dios la facultad de ponerlo a prueba (Jb 1,11; Jb 2,4). En ICrón 21,1 Satanás induce a David a hacer el censo de su pueblo; pero su nombre fue introducido por el redactor por un escrúpulo teológico, a fin de evitar atribuir a Dios el mandato de realizar una acción ilícita, como se cuenta en el paralelo 2S 24,1. En Za 3,1-5, sin embargo, aun manteniendo el papel de acusador público, Satanás se revela de hecho como adversario de Dios y de sus proyectos de misericordia para con su pueblo, hasta que el ángel del Señor no lo aleje ordenándole en forma de deprecación: †œQue el Señor te reprima, Satán† (y. 2).
En la literatura poscanónica, en la que se insiste en la clara separación y oposición entre el mundo del bien y el mundo del mal, el papel del diablo se extiende enormemente, hasta llegar a ser considerado como el príncipe de un mundo antidivino y el principio de todo mal, con un ejército de demonios a su servicio y dispuesto siempre a engañar y seducir al hombre para arrastrarlo a su propia esfera. Al mismo tiempo se le atribuye la responsabilidad de los pecados más graves que se recuerdan en la historia bíblica,
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y entre ellos principalmente el de los orígenes, bajo la apariencia de la serpiente astuta y seductora que engaña a Adán y a Eva (Gn 3). Por eso también Sg 2,24 afirma: †œPor envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen. Por esta misma razón también en el NT el diablo es definido como el malvado, el enemigo, el tentador, el seductor, la antigua serpiente (Ap 12,9), mentiroso y homicida desde el principio (Jn 8,44), príncipe de este mundo (Jn 12,31; Jn 14,30; Jn 16,11) y dios del siglo presente (2Co 4,4).
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4. La victoria de Cristo sobre Satanás y los demonios.
La concepción del NT sobre la presencia y la obra maléfica de los espíritus del mal en el mundo, aunque no incluye ningún esfuerzo de sistematización respecto a las creencias heredadas del ambiente cultural circundante judío o helenístico, se presenta en conjunto bastante clara y lineal en cada una de sus partes, estando marcada por una absoluta oposición entre Dios y Satanás, que se traduce en una lucha abierta, encarnizada y constante, emprendida por Cristo personalmente para hacer que avance el reino de Dios hasta una completa victoria sobre el reino de las tinieblas, con una definitiva destrucción del mal.
Jesús se enfrenta personalmente con Satanás ya antes de comenzar su ministerio público y rechaza vigorosamente sus sugerencias (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). Luego se puede afirmar que, en el curso de su predicación, toda su obra está dirigida a liberar de los espíritus malignos a cuantos estaban oprimidos por él, en cualquier sitio en que se encontrasen y bajo cualquier forma que se manifestara el poder del maligno en la realidad humana. Al describir los / milagros de curación realizados por Jesús, los evangelistas no utilizan siempre un lenguaje uniforme. De todas formas, junto a los relatos de milagros en los que no se atisba ninguna alusión a la influencia de agentes preternaturales, se leen otros en los que los gestos de Jesús para devolver la salud asumen el aspecto de verdaderos exorcismos; y otros además muy numerosos, donde se habla implícitamente de obsesión o posesión diabólica con una terminología propia o equivalente: †œendemoniados†, †œtener o poseer un demonio, o bien †œun espíritu impuro†™ o malo. Sea cual fuere el juicio que se quiera dar sobre la opinión común de aquella época, que relacionaba también los males físicos con la influencia de .potencias diabólicas, no cabe duda de que los evangelistas, al servirse de esas categorías culturales, quisieron mostrar hasta la evidencia de los hechos el poder taumatúrgico de Jesús y al mismo tiempo su superioridad sobre todas las potencias diabólicas, incluso las más obstinadas.
Por su parte, Jesús no relaciona nunca el mal físico con el demonio a través del pecado; más aún, lo excluye en Jn 9,2-3. Enseña, por el contrario, que su poder de curar a los enfermos es un signo manifestativo de su poder de perdonar los pecados (Mc 2,5-11; Mt 9,2-7; Lc 5,20-24); y en cuanto a él mismo, acusado de magia y de echar los demonios en nombre de su príncipe Belcebú, afirma que lo hace con el poder del Espíritu de Dios y para demostrar que realmente †œha llegado a vosotros el reino de Dios† Mt 12,25-28; Lc 11,17-20). Cuando más tarde los discípulos le refieren, llenos de satisfacción, que †œhasta los demonios se nos someten en tu nombre†™, él se lo confirma y explica: †œYo veía a Satanás cayendo del cielo como,un rayo† (Lc 10,17-18).
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5. La lucha de la Iglesia.
También en la lucha contra Satanás y sus ángeles la Iglesia continúa la obra emprendida por Cristo para llevarla a su cumplimiento, hasta el total aniquilamiento de las potencias del mal. Basados en el poder que se les ha conferido (Mc 6,7; Lc 9,1), los apóstoles con sus diversos colaboradores, mientras que por un lado se esfuerzan en hacer progresar el reino de Dios con el anuncio de la verdad, por otro combaten irresistiblemente contra el dominio de Satanás en todas las formas con que se manifiesta: obsesión Hch 8,7; Hch 19,11-17), magia y superstición (Hch 13,8 19,8ss), adivinación (Hch 16,16) e idolatría Ap 9,20). Por otra parte, el NT nos muestra cómo, a pesar de la derrota que ha sufrido, Satanás sigue actuando: siembra doctrinas falsas (Ga 4,8-9; 1 Tm 4,1), se esconde detrás de los ídolos (1 Co 10,20s; 2Co 6,15), incita al mal (2Ts 2,11; 2Co 4,4), intenta seducir (lTm 5,15), está siempre al acecho y, †œcomo león rugiente, da vueltas y busca a quien devorar† (1 P IP 5,8). Por eso todos los escritores del NT indistintamente no se cansan de exhortar a la sobriedad, a la vigilancia y a la fortaleza en su resistencia para podervencerlo (Rm 16,20 lCor7,5;2Cor2,11; Rm 11,14 lTes2,18; Ef 4,27; Ef 6,11; Ef 6,16 lTm 3,6s; 2Tm 2,26; St 4,7; IP 5,8). El puede tentar al hombre para inducirlo al mal, pero sólo porque Dios se lo permite (Ap 13,7) y sólo por algún breve tiempo (Ap 12,12), a fin de que los creyentes puedan vencerlo junto con Cristo (St 1,12; Ap 2,26; Ap 3,12; Ap 3,21; Ap 21,7). En cuanto a la suerte final de Satanás, es seguro que †œel Dios de la paz pronto aplastará a Satanás bajo vuestros pies† (Rm 16,20) y que †œJesús, el Señor, lo hará desaparecer con el soplo de su boca y lo aniquilará con el resplandor de su venida† (2Ts 2,8 ). Satanás y sus ángeles serán arrojados para siempre a la oscuridad del infierno y a las fosas tenebrosas
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del tártaro, en donde fueron relegados al principio por causa de su pecado (2P 2,4; Jud 6), en un †œestanque de fuego y azufre†, donde †œserán atormentados día y noche por los siglos de los siglos Ap 20,10).
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BIBL.: Además de las enciclopedias y de los diccionarios de índole bíblica en general y de los de teología bíblica en particular (en las principales voces tratadas en el texto), véase especialmente: Barbaglio G., Angelí, en SchedeBiblichePastoralil, Dehoniane, Bolonia 1982, 148-156; BofG.P., Demoni, en ib, II, Dehoniane, Bolonia 1983, 812-821; Grelot P., Los milagros de Jesús yla demonología judía, en LéonDufour X. (ed.), Los milagros de Jesús, Cristiandad, Madrid 1979, 61-74; KasperW.-Lehmann K., Dia-volodemoni-possessione. Sulla realtá del mate, Queriniana, Brescia J983; Louis-Chrevillon H., Satana nella Bibbia e nel mondo, Ed. Paoline, Roma 1971; Marranzin; ?., Angeles y demonios, en Diccionario Teológico Interdisciplinarl, Sigúeme, Salamanca 1982, 413-430; North R., SeparatedSpiritualSubstancesin the Oíd Testament, en CBQ29 (1967) 41 9-449; Penna ?., Angelíe demoniin 5. Paolo e nelgiudaismo contemporáneo, en †œParole di Vita 26 (1981) 272-289; Regamey P.R., GliAngelí, Ed. Paoline, Roma 1960; Schlier H., Principatie potesta, Morcelliana, Brescia 1970; Seemann M., Los ángeles, en Mysterium Salutis II, Madrid 19772, 736-768; Zaehringer D., Los demonios, en ib, 768-785.
A. Sisti
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica