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AUTONOMIA / TEONOMIA

AUTONOMIA / TEONOMIA

Estas dos expresiones significan literalmente el poder que tiene el hombre de darse una ley 0. sí­ mismo (autós, él mismo: nómos = ley), o por el contrario la dependencia moral y ontológica del hombre respecto a Dios (Theós = Dios). En cuanto contrapuestos, los dos términos expresan la dialéctica tí­pica del pensamiento moderno que intenta » emanciparse » de Dios. En cuanto unidos en una tensión paradójica, ilustran el problema teológico que nace de la afirmación de la libertad y de la razón de la persona humana, por un lado, y de su dependencia radical de la voluntad y del Ser de Dios creador y redentor, por otro.

1. El término «autonomí­a» aparece en primer lugar, en el terreno filosófico, con 1. Kant, que lo usa en su Crí­tica de la razón práctica para designar la independencia de la voluntad respecto a todo deseo y su capacidad de autodeterminarse en conformidad con una ley dada por la razón. Más en general, a partir de la Ilustración, el pensamiento moderno eleva a la razón a la dignidad de criterio y de árbitro judicial del conocer y del obrar del hombre, en contraposición a un estatuto de menor edad y de dependencia de la persona humana respecto a Dios (teonomí­a), propio de la tradición religiosa y social pre-moderna, incluida la cristiana. La consecuencia de esta contraposición, que -si se toma positivamente- presenta una justa valoración de la libertad y también de la finitud del hombre, es en el aspecto negativo – cuando se la absolutiza – en primer lugar el deí­smo (como rechazo de una influencia de Dios en los «asuntos» del hombre) y en segundo lugar el ateí­smo postulatorio (para afirmar la autonomí­a plena del hombre), o, en todo caso, una forma de antropocentrismo y de inmanentismo como clausura d~l hombre a todo horizonte de heteronomí­a. De aquí­ el peligro de implosión del inmanentismo moderno en el nihilismo o en varias formas de renovado gnosticismo, como desconocimiento de la tensión del ser humano a la Alteridad y a la Trascendencia. Por eso se ha podido hablar de la necesidad de que la cultura occidental (si no quiere caer en su autodestrucción) vuelva a descubrir en la actualidad un profundo «principio de heteronomí­a» (G. Lafont).

2. En el aspecto teológico, después del rechazo y de la contraposición (sobre todo reSpecto al valor ético de la autonomí­a), se ha percibido su significado antropológico y, en definitiva, también teológico, llegando a plantear las relaciones entre la autonomí­a y la teonomí­a de forma no conflictiva, Sino de mutua correlación, a la luz del misterio cristológico y trinitario. Esta es, en particular la perspectiva de fondo que adopta el concilio Vaticano II en la Gaudium et spes. Según el concilio, el auténtico valor y significado de la obra humana en el mundo tiene que basarse en última instancia en una concepción exacta de la autonomí­a de las realidades terrenas (cf. GS 36), que -a la luz del principio de creación- podrí­amos definir como consistencia propia de la existencia encarnada del hombre como ser-en-el-mundo. Además, el misterio de la infinita proximidad de Dios al hombre -la encarnación-, que está en el corazón de la fe cristiana, demuestra precisamente que, cuanto más es «asumido» lo humano por Dios, tanto más potenciado y liberado queda en su propia identidad-libertad (cf. GS 22). Esto mismo ocurre con todo lo que participa de la existencia humana: su historicidad, su inserción plástica en el cosmos infrahumano, su socialidad. Cristificados en la encarnación y en el don pascual del Espí­ritu, todos -estos aspectos de la existencia humana, lejos de quedar mortificados o incluso «aniquilados», se ven como excarcelados en su consistencia auténtica y en su identidad autónoma. Todo esto remite al misterio de la «filiación» de Jesucristo y, en consecuencia, a la estructura «trinitaria» de la relación entre Dios Padre y los hombres, que nos comunica pór gracia plenamente el Espí­ritu Santo.

Efectivamente, Cristo. en la globalidad de su acontecimiento, nos muestra que el estatuto de la existencia humana es el de la filiación. Para comprender su significado, es preciso ciertamente barrer el terreno de las concepciones equivocadas o, por lo menos, reductivas o distorsionadas de esta filiación, sobre las que nos han hecho atentos el psicoanálisis y la sociologí­a; pero, si atendemos a la existencia y al kerigma de Cristo, no podremos dudar de que la filiación es lo que da cuenta al mismo tiempo, no sólo de la consistencia autónoma de la persona humana (distinta del Padre y como nos muestra Cristo, hecha iguaí a El mismo, por gracia, en dignidad, sin borrar en lo más mí­nimo la distinción), sino también de su relación ineliminable con el Padre, como con Aquel del que se recibe gratuitamente a sí­ misma y hacia el cual se dirige la tensión dinámica de su trascendencia en el amor. El estatuto antropológico de la antropologí­a cristiana es un estatuto intrí­nsecamente trinitario: el hombre como aquel que, en Cristo, se recibe, se constituye en su autonomí­a de persona y se da al Padre. Los » derechos» de Dios y los «derechos» del hombre, la autonomí­a y la teonomí­a de su ser y de su obrar sólo dejan de ser conflictivos o contradictorios en esta perspectiva cristológica.
P. Coda

Bibl.: F BOckle, Moral fundamental, Cristiandad, Madrid 1980; E, López Azpitarte, La ética cristiana, ¿fe o razón? Sal Terrae, Santander 1988; S. Bastianel, Autonomí­a y teonomí­a, en NDTM, 120-135.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico