Biblia

TEOLOGIA BIBLICA

TEOLOGIA BIBLICA

1 Escritura y teologí­a escriturí­stica. La Escritura atestigua y vive la originalidad originante, fundacional y vivificante de la Palabra de Dios-revelación, que tiene su centro y su vértice en Jesús, el crucificado resucitado, señor del cosmos y de la historia. Pero, al ser una biblioteca concreta. se va expresando a lo largo de varios siglos, de varias lenguas, de varios géneros literarios que implican tanto en la fe, don divino, como en la comunidad de fe, fruto de la comunión, Y también don divino, una interpretación del creyente que no puede eludir la fatiga de leer los libros bí­blicos, con los criterios histórico-literarios con que es posible abrir, leer y comprender cualquier libro antiguo por parte del lector contemporáneo. Todo ello con la viva conciencia de que son obra del Espí­ritu, que recuerda y da al Señor, a través de aquellas páginas, que la Iglesia de todos los tiempos nunca ha puesto al mismo nivel de las demás, aunque sean también venerables en la medida que están en consonancia con las páginas de la Biblia. Especial veneración merecen los cuatro evangelios.

2. Epistemologia de la teologí­a bí­blica.- El problema sigue abierto: más aún, sólo en este siglo ha sido estudiado con detención, aunque no se ha llegado todaví­a a resultados que hayan conseguido un consenso universal. Ha habido intentos en el campo católico y en el campo protestante que merecen la atención y sobre cuyo alcance ha escrito páginas muy interesantes G. Segalla en una obra que nos complacemos en citar (La teologí­a biblica, Roma 1989, 14-42).

Hay un afán por reconocer y subrayar el siguiente deseo: la teologí­a bí­blica intenta y debe llegar a un modelo unitario, que puede encontrar su unidad en el sujeto de la teologí­a bí­blica, que es el teólogo, y en la metodologí­a, que no puede ser otra más que la de la fe. » Sólo una metodologí­a teológica que considere a la Biblia como palabra de Dios dirigida al creyente en la Iglesia puede llegar a una teologí­a bí­blica. Pero semejante metodologí­a que parte de la fe y llega a la fe, y que considera la tarea de la interpretación como una tarea eclesial, tendrá que valerse de los métodos disponibles para estudiar los textos bajo el perfil histórico, literario, hermenéutico, de manera que sea posible acercarse a la «verdad» de la revelación bí­blica. Precisamente porque se trata de una metodologí­a global, que da motivo y forma y significado a los diversos métodos empleados, los relativiza a todos en relación con el texto, que es lo absoluto… Por eso no hay que absolutizar la historia en sentido positivista (contra el positivismo de todo tipo); no hay que absolutizar la letra (contra todo tipo de fundamentalismo); no hay que absolutizar ni siquiera el espí­ritu, apartado de la letra (contra todo misticismo y espiritualismo exotérico, peligrosamente abierto al subjetivismo); ni hay – que absolutizar siquiera el significado (contra toda hermenéutica absolutizante). De todas formas, la metodologí­a teológica tiene que ser histórica (para respetar la relación de las tradiciones con el referente histórico); tiene que unir «la letra y el espí­ritu», ya que la palabra de Dios se ha encarnado en un texto concreto; y tiene que llegar, más allá del sentido, al significado para mí­, para la Iglesia, para el mundo. Y todo este proceso metodológico tan complejo tiene que mirar luego a la «verdad». qué es lo que el Dios vivo, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. me quiere decir de sí­ mismo, de su misterio, de su misericordia y justicia con el hombre; qué es lo que dice del hombre, de la historia del mundo». Y añadimos nosotros: qué es lo que dice de la acción de la Iglesia de cada uno de los creyentes en orden a dar a conocer sobre todas las cosas a Jesús de Nazaret, Señor, revelador del Padre y donante generoso del Espí­ritu; y proponer, facilitar, promover aquellas condiciones históricas y aquellos dinamismos vitales que dejen sitio y faciliten una vida en la fe, visible y significativa» Concluyamos la cita: » Esta «verdad» tiene que buscarse como «verdad orgánica», es decir, como verdad única en la verdad de sus expresiones históricas; una verdad que se pone de manifiesto últimamente en Jesucristo. A esta verdad última, cristológico-escatológica, aunque basada en la creación, es a la que debe acercarse toda obra de teologí­a bí­blica, mostrando por medio de argumentos al único Dios vivo que se nos revela ya en el Antiguo Testamento y de forma completa en su Hijo Jesucristo».

3. Criterios.- De aquí­ se deduce cuánta es la importancia que tiene el «corazón», el » centro», pací­ficamente poseí­do y vivido por los creyentes sencillos, por la Iglesia entera como tal, aunque no siempre de forma crí­tica. En segundo lugar, la unidad de la Biblia es constitutiva y se verifica como significado de la relación con los diversos datos, externos a la misma teologí­a bí­blica, como la vida de la comunidad y consiguientemente la misma acción pastoral. Hay en la Biblia una unidad que fundamenta y promueve una unidad en la historia y en la vida de cada creyente. En tercer lugar, hemos de convencernos de que «la historia sigue siendo, por un lado, el elemento absolutamente imprescindible de una teologí­a bí­blica y, por otro lado, no permite nunca elaborar un sistema definitivo de verdades en el sentido de una lógica que excluya nuestra corrección dentro de las tensiones.

L, Pacomio

Bibl.: J. J. Ferrero Blanco, Iniciación a la teologí­a bí­blica, Herder, Barcelona 1967. P Grelot, Biblia y teologí­a, Herder, Barcelona 1979; E. Rasci, La teologí­a bí­blica: renovación e influjo en la formación teológica, en R. Latourelle, Vaticano II Problemas y perspectivas, Sí­gueme, Salamanca 1989, 10211068.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Historia: 1. Los comienzos: Biblia y teologí­a; 2. De la teologí­a a la razón crí­tica; 3. De la doctrina a la historia (Gabler y Bauer); 4. De la historia a su interpretación (F.Ch. Baur); 5. De la historia a la historia religiosa; 6. De la historia religiosa al «kerigma»; 7. Del «kerigma» al pluralismo metodológico. II. Método: 1. El método histórico-crí­tico; 2. El método teológico; 3. Principio hermenéutica y estructura. III. Teologí­a del AT.: orientaciones actuales: 1. Crisis de la teologí­a del AT; 2. Métodos en uso: a) El método descriptivo, b) El método dogmático-didáctico, c) El método diacrónico, d) El método selectivo del centro temático; 3. Conclusión. IV. Teologí­a del NT: orientaciones actuales: 1. La orientación históricokerigmática; 2. La orientación de «historia de la salvación»; 3. La orientación histórico-positiva; 4. La orientación sistemática; 5. Antiguo y Nuevo Testamento. V. ¿Hacia una teologí­a bí­blica?

I. HISTORIA. Para saber enseguida de qué se trata, comenzamos con una definición provisional de teologí­a bí­blica: es «la comprensión unitaria expresada en una sí­ntesis doctrinal, crí­tica, orgánica y progresiva de la revelación histórica de la Biblia (o bien del AT y del NT) en torno a categorí­as propias, a la luz de la fe personal y eclesial». Para comprender sus problemas debemos ante todo conocer su historia.

1. LOS COMIENZOS: BIBLIA Y TEOLOGíA. El camino hacia la teologí­a bí­blica lo prepararon los humanistas (Lorenzo Valla, Erasmo), que propiciaron la vuelta a los textos originales de la Biblia. Sobre la onda del humanismo, Lutero pudo proponer su principio de la «sola Scriptura», que dio el impulso decisivo. Pero él, aunque escribió traducciones y comentarios a la Biblia, no compuso nunca una teologí­a bí­blica. Sólo después de unos cien años se llegó a la palabra.

Los antecesores de la teologí­a bí­blica fueron obras que pulularon entre los años 1500 y 1700, llamadas «Collegia biblica». Eran prontuarios de pasajes escriturí­sticos organizados según las tesis del sí­mbolo de fe luterano o de la teologí­a sistemática. Estas obras no practicaban aún ninguna interpretación del texto sagrado, sino que eran solamente instrumentos al servicio de la teologí­a dogmática luterana.

El nombre «teologí­a bí­blica» lo usó por primera vez W.J. Christmann en el 1629; pero de su obra nos ha quedado sólo el tí­tulo en los catálogos. La primera obra que poseemos con este nombre es la de Henricus a Dienst: Theologia biblica, editada en Denver en el 1643. Pero no se aparta de los «Collegia biblica» ya mencionados.

La separación de la teologí­a bí­blica de la dogmática se vio favorecida por el pietismo a finales del siglo xvlll, en el ambiente de los «Collegia philobiblica» o «pietatis», donde se meditaba con afecto la Biblia. El contacto personal con la escritura se contraponí­a a la teologí­a escolástica, frí­a; por lo cual se sintió la necesidad de hacer una teologí­a sacada de la «sola» Sagrada Escritura (A.F. Büsching, Epitome theologiae e solis sacris literis concinnata, Gotinga 1756). De todas formas, ni la práctica de los «loci theologici» ni el pietismo distinguí­an la teologí­a bí­blica de la sistemática. Pues los primeros pensaban fundar la teologí­a en la Escritura recogiendo los textos que probaban las verdades de la fe; y los segundos identificaban la teologí­a con la teologí­a bí­blica, que a la postre habí­a de sustituir a la dogmática.

2. DE LA TEOLOGíA A LA RAZí“N CRíTICA. Con el pietismo la teologí­a bí­blica se presentaba como rival de la dogmática y querí­a sustituirla. Pero sólo con el iluminismo se presenta la teologí­a bí­blica como ciencia crí­tica de la teologí­a sistemática. Las premisas son: el deí­smo, para el cual el último juez de la verdad es la razón; y la crí­tica histórica, que se sirve de un rico material puesto a disposición por la filologí­a y por la investigación histórica aplicada a la Biblia; en ella habí­a que encontrar la religión racional o según la razón. Lo que en los textos parecí­a contrario a la razón se atribuí­a a la mentalidad primitiva y al mito, que revestí­a las ideas (C.G. Heine para el AT y J.G. Eichhorn para el NT). No ya la teologí­a, sino la razón se convertí­a en el criterio para comprender la Escritura. La teologí­a bí­blica iluminista se fundaba, pues, en la autoridad de la razón más que en la Biblia. Se partí­a de la convicción de que las verdades de la razón estaban contenidas en la Biblia. El fin era apologético: hacer que aceptaran el libro sagrado los hombres de cultura, racionalistas, de su tiempo. El producto más refinado de este estadio iluminista es la obra en cuatro volúmenes de G.T. Zachariá (1729-1777) titulada Biblische Theologie (Gotinga-Kiel 1771-1775). Zachariá refuta el método precedente de los «dicta probantia». No basta citar los textos bí­blicos. Es preciso interpretarlos de modo que se vea lo que es válido o no en la teologí­a sistemática. Habí­a comprendido, pues, la necesidad de la interpretación y asignaba al proceso interpretativo de la Biblia una función crí­tica respecto a la teologí­a: «Por tanto, olví­dese por algún tiempo el sistema doctrinal de nuestra Iglesia y, a través de un atento estudio de toda la Escritura, búsquese determinar nosotros mismos las doctrinas teológicas en ella contenidas; se tendrá así­ una nueva teologí­a…, la auténtica teologí­a bí­blica», que se ha de considerar como criterio último de verdad, con el cual confrontar las tesis teológicas. Zachariá seguí­a identificando el contenido de la Biblia con las enseñanzas de la fe; su interés, aunque crí­tico, se centraba todaví­a en la teologí­a sistemática.

3. DE LA DOCTRINA A LA HISTORIA (GABLER Y BAUER). El paso metodológico decisivo para el establecimiento de una verdadera y auténtica teologí­a bí­blica, distinta de la sistemática, lo dio J.Ph. Gabler (1753-1826) con su discurso inaugural en la universidad de Altdorf, titulado De justo discrimine theologiae biblicae et dogmaticae regundisque recte utriusque finibus (1787). Su célebre tesis suena así­: «La teologí­a bí­blica tiene carácter histórico, ya que transmite lo que los hagiógrafos pensaron sobre las cosas divinas; la teologí­a dogmática, en cambio, tiene carácter didáctico, pues enseña lo que todo teólogo según su capacidad o la cultura del tiempo, según las circunstancias, el tiempo, el lugar, las sectas, la escuela y otras cosas por el estilo filosofa sobre las cosas divinas». La teologí­a bí­blica, por argumentar históricamente, permanece en sí­ siempre igual, aunque es presentada en forma diversa según los varios sistemas; en cambio, la teologí­a dogmática está sujeta a las varias mutaciones de las otras disciplinas a las que está ligada. Por eso era preciso separar lo que era humano (teologí­a dogmática) de lo que era divino (teologí­a bí­blica), para ponerse al abrigo del ataque de los racionalistas. Adentrándose en el tema especí­fico de la teologí­a bí­blica, poní­a de relieve la diversidad de tiempos y de autores bí­blicos, sosteniendo la parte del autor humano, aunque poseí­a el carisma de la inspiración. Los autores del A y del NT son colocados ante todo en su secuencia temporal, distinguiendo las concepciones religiosas sucesivas de los patriarcas, de Moisés, etc.; sólo en un segundo momento se pasaba a una confrontación para destacar las enseñanzas comunes a los varios autores, válidas para todos y para todos los tiempos.

G.L. Bauer (1755-1806) es el primero en aplicar el método histórico-crí­tico en la composición de una teologí­a bí­blica, aunque no sigue en su estructura la metodologí­a propuesta por Gabler. Quiere demostrar la evolución de la teorí­a de la religión del A al NT, donde alcanza su culminación con la religión racional. Los diversos autores bí­blicos son presentados sucesivamente según temas comunes (cristologí­a, teologí­a, antropologí­a) y sólo yuxtapuestos los unos a los otros. Por eso a la reconstrucción histórico-literaria no corresponde la interpretación teológica, como querí­a Gabler. Se termina así­ teniendo diversas teologí­as, yuxtapuestas las unas a las otras, sin relación entre sí­. En la interpretación de los textos Bauer no es muy personal; a menudo se contenta con referir de modo ordenado las opiniones de varios autores, quizá por miedo a ser acusado de racionalista. El predominio del método histórico sobre el teológico, además de preferir la reconstrucción a la interpretación, conduce enseguida a la división entre teologí­a del AT y teologí­a del NT (Biblische Theologie des A T, Leipzig 1796; Biblische Theologie des NT, 4 vols., Leipzig 1800-1802). Esta división, que rompe la unidad teológica del canon, permanece prácticamente hasta hoy.

El influjo de Gabler y de Bauer fue grande. Después de ellos hubo quien siguió el método puramente histórico y quien sólo el teológico. Pero las mejores realizaciones se debieron a los que practicaron el método histórico unido al teológico. El autor más válido fue F.G.C. von C6lln, que escribió una teologí­a bí­blica en dos volúmenes, uno para el AT y otro para el NT, publicada póstumamente (Leipzig 1836).

4. DE LA HISTORIA A SU INTERPRETACIí“N (F.Ch. BAUR). El rico estadio de la teologí­a bí­blica iluminista, aunque propuso y usó el método histórico, iba aún preferentemente dirigido a la reconstrucción de modo descriptivo, pues no habí­a conseguido formular un principio interpretativo unitario. Se habí­a dado cuenta de la importancia del ambiente cultural de la Biblia (filologí­a, mentalidad, mito…), pero no de la del ambiente vital, es decir, de la comunidad en la cual y por la cual fueron transmitidos y luego escritos los libros de la Biblia. Fue F.Ch. Baur (1792-1860), fundador de la escuela de Tubinga, el que introdujo en la teologí­a del NT un principio unitario: hermenéutico y estructural. Para comprender la teologí­a del NT de Baur hay que tener presente la preparación histórico-crí­tica que él adquirió. Estudió la literatura del NT y la historia del cristianismo primitivo. En cuanto a la literatura, comienza con las cartas de Pablo, reducidas a cuatro (Gál, Rom, 1-2Cor); Baur separa además el cuarto evangelio de los otros tres. En cuanto a la historia del cristianismo primitivo, ve su evolución en forma dialéctica según la lógica hegeliana: la tendencia petrina del judeocristianismo, la paulina del cristianismo helení­stico, la protocatólica de sí­ntesis, representada por la literatura juanista. En su Theologie des NT, publicación póstuma (Leipzig 1864), en vez de presentar a los autores el uno después del otro sin notar las relaciones entre ellos (como habí­a hecho Bauer), los presenta en bloques unitarios y en relación dinámica entre sí­ de contraposición o de integración. La religión de Jesús, puramente moral, deducida de los evangelios sinópticos (especialmente de Mateo), no pertenece, según Baur, a la teologí­a del NT, sino a sus premisas. La verdadera y auténtica teologí­a comienza sólo con la fe de los apóstoles. Semejante planteamiento continuará en la teologí­a liberal e influirá también en la teologí­a del NT de Bultmann. Además de esta reconstrucción unitaria, también la interpretación lo es; también ella se inspira en la filosofí­a de Hegel, en su concepción positiva de la historia como desarrollo del espí­ritu humano hacia la conciencia, la libertad y la interiorización. En el iluminismo, el ambiente histórico-cultural de la Biblia se concebí­a como un revestimiento secundario de las verdades de razón. En cambio, para Baur la reflexión sobre la historia es el medio para alcanzar la verdad, que sólo se puede captar en la historia, en la totalidad del desarrollo histórico del espí­ritu humano. También este principio hermenéutico encuentra una analogí­a en la teologí­a del NT de Bultmann, el cual utiliza como principio hermenéutico la autocomprensión de sí­ en la fe.

5. DE LA HISTORIA A LA HISTORIA RELIGIOSA. La segunda mitad del siglo xix está dominada por el romanticismo y por el liberalismo, por las grandes investigaciones históricas positivas y por el consiguiente nacimiento del método histórico-religioso (Religionsgeschichte Schule). Omitimos la corriente romántico-liberal, cuyo mejor producto es la Theologie des NT, de H.J. Holtzmann, en dos volúmenes (Friburgo-Leipzig 1896-97), y nos detenemos en la escuela histórico-religiosa por el influjo que ha ejercido y que sigue ejerciendo en la teologí­a bí­blica de nuestro siglo. Iniciadores de esta escuela fueron el teólogo sistemático E. Troeltsch y el cí­rculo de Gotinga. Tres son sus principios metodológicos de fondo: el de la crí­tica (duda crí­tica) y los de la analogí­a y la correlación de los acontecimientos históricos entre sí­. W. Wrede (1857-1906) lo aplica a la teologí­a del NT con su famoso escrito programático Uber die Aufgabe und Methode des sogenannten NT (Gotinga 1897). Critica el método histórico como se solí­a practicar en teologí­a bí­blica por estar adulterado por el teológico. En consecuencia, sostiene el método histórico puro, independiente de los supuestos teológicos de la inspiración y del canon. La Biblia no contiene una historia de ideas, sino una historia del espí­ritu y de las experiencias religiosas, una historia de la religión. Por eso no tiene ya sentido hablar de «teologí­a» ni de «teologí­a bí­blica». De hecho, las obras de teologí­a bí­blica, fruto de este método historicista, no llevan ya el tí­tulo de «teologí­a», sino el de «religión»: «La religión de Israel» para el AT y «La religión de Jesús y del cristianismo primitivo» para el NT. Para el AT, los nombres más conocidos son los de A. Eichhorn, H. Gunkel y H. Gressmann. Para el NT, J. Weis, H. Weinel y sobre todo W. Bousset con su obra de teologí­a bí­blica Kyrios Christós (Gotinga 1913; 19655), en la cual, siguiendo el principio metodológico de Wrede, supera el canon del NT llegando hasta Ireneo, imitado en esto por R. Bultmann. El error del positivismo histórico es pensar ingenuamente que es posible una posición crí­tica neutral ante la historia. Semejante ingenuidad ha sido demostrada por la hermenéutica, que quita la razón a Wrede y confirma la necesidad de unir al método histórico el teológico para una verdadera y auténtica teologí­a bí­blica.

Las obras de este perí­odo, marcado por el método histórico-religioso, destacan por la erudición y la reconstrucción histórica; en cambio pecan por la interpretación teológica. Contra la escuela histórico-religiosa y su método positivista, calificado de «ateo», combatió aisladamente A. Schlatter, revalorizado hoy como exegeta y como teólogo.

6. DE LA HISTORIA RELIGIOSA AL «KERIGMA». Un giro positivo para la teologí­a bí­blica es el marcado por la teologí­a dialéctica, iniciada después de la primera guerra mundial por K. Barth, al cual se adhirió los primeros años también R. Bultmann. Es recuperado el método teológico, a veces de modo radical, respecto al histórico-crí­tico. La teologí­a dialéctica se sitúa así­ en neto contraste con la liberal precedente, que exaltaba la religión, humillando la fe y la teologí­a. Esta nueva teologí­a, que implica un nuevo método, que comprende en primer lugar la fe, coloca en el centro la palabra de Dios y el kerigma como mensaje dirigido por Dios al hombre, y no ya en primer lugar como verdad que creer o como historia religiosa que estudiar con el método histórico-crí­tico. La intención pastoral que anima a este nuevo método es la de hacer actual la palabra de Dios contenida en la Escritura. Las dos realizaciones de teologí­a bí­blica que dominan el campo a mediados de nuestro siglo son la de G. von Rad para el AT y la de R. Bultmann para el NT, ambas influidas por la teologí­a kerigmática, si bien de modo diverso. Como Von Rad es presentado luego, en t III, 2c, nos limitamos aquí­ a exponer la teologí­a del NT de R. Bultmann ( Theologie des NT, Tubinga 1948-53; 19777).

Esta resume la mejor tradición crí­tica a partir de la escuela de Tubinga. Al método histórico-crí­tico más riguroso, que le permite una reconstrucción histórica de la teologí­a del NT (de acuerdo en esto con la importancia del método histórico-crí­tico, en contra de K. Barth), une una fuerte sensibilidad hermenéutica: la autocomprensión de sí­ en la fe frente al kerigma, utilizando la filosofí­a de la existencia del primer Heidegger. La fuerza de Bultmann estriba justamente en la interpretación, en el significado teológico-existencial que consigue sacar a luz. De ese modo interpreta bien muchos textos bí­blicos, especialmente los de Pablo y de Juan, pero deja otros en la sombra. Es, pues, una teologí­a parcial y unilateral; Jesús como profeta escatológico pertenece sólo a las premisas de la teologí­a, como en Baur. La verdadera teologí­a del NT comienza con el kerigma: el judí­o y el helení­stico. En realidad, Bultmann la identifica luego con la de Pablo y de Juan. Ya con las cartas deuteropaulinas comienza el declive hacia el protocatolicismo, que se consuma al llegar a Ireneo. Bultmann, pues, presenta la teologí­a del NT superando el canon, en lo cual sigue a Bousset. A pesar de los lí­mites y de las crí­ticas que se pueden formular tanto a nivel de reconstrucción histórico-literaria como a nivel de interpretación, la teologí­a del NT de Bultmann sigue siendo hoy una obra clásica, con la cual hay que contar [t luego, IV, 1].

7. DEL «KERIGMA» AL PLURALISMO METODOLí“GICO. Se necesitaron quince años para que, después de Bultmann, apareciese una nueva teologí­a del NT. A partir de mediados de los años sesenta comienza de nuevo a pulular una multitud de teologí­as bí­blicas del A y del NT. Pero, prescindiendo de alguna excepción, a la cantidad no siempre responde la calidad. Por ello se habla de una crisis de la teologí­a bí­blica, en el sentido de que se asiste a un caos metodológico y se auspicia desde diversas partes la vuelta a una verdadera teologí­a bí­blica integral. Volveremos más adelante sobre este asunto [t luego, V], una vez que hayamos presentado las orientaciones actuales de teologí­a bí­blica del AT y del NT.

II. METODO. Por la historia brevemente pergeñada se ve con claridad que el principal problema de una teologí­a bí­blica ya desde los comienzos lo presenta el método. De hecho, la teologí­a bí­blica se distinguió de la teologí­a sistemática por su método en el tratamiento de los textos de la Biblia: el método histórico-literario y el histórico-crí­tico. Pero el método histórico, alrededor de un siglo después de Gabler, reclamó, con Wrede en el 1897, derechos absolutos sobre la teologí­a hasta el punto de situarse como alternativa del teológico. Con ello se perdí­a la misma teologí­a. Por eso es necesario practicar un equilibrio metodológico entre el método histórico-crí­tico y el teológico al construir una teologí­a bí­blica. ¿Cuál es entonces el estatuto de una teologí­a bí­blica? Hay unas premisas que respetar; está la práctica del doble método: histórico-crí­tico y teológico, y la elección de un principio hermenéutico y de una estructura.

1. EL METODO HISTí“RICO-CRITIco. La exigencia de practicar el método histórico-crí­tico al componer una teologí­a bí­blica está hoy fuera de discusión, justamente porque la teologí­a es la autocomprensión crí­tica de la fe bí­blica. Por otra parte, la Biblia es obra de Dios, pero a través de la obra literaria e histórica de los hagiógrafos. Por eso la ley de la encarnación requiere el uso del método histórico-crí­tico. Hoy no vivimos ya en un ambiente precrí­tico. Si acaso, la situación actual es poscrí­tica, en el sentido de que se relativiza el método histórico-crí­tico y se critica su pretensión absoluta. De modo radical lo rechazan sólo los fundamentalistas. Por eso la cuestión versa no tanto sobre el método cuanto sobre el modo de practicarlo, que a veces atomiza de tal forma el texto que no permite ya su comprensión, o bien acumula hipótesis crí­ticas sin suficiente fundamento, creando confusión. Pero «abusus non tollit usum». El método histórico-crí­tico comprende un conjunto de crí­ticas, de las cuales las más fundamentales son la textual, la literaria y la histórica. Pero hoy la metodologí­a se amplí­a, y junto al método diacrónico de acercamiento a los textos se va afianzando el sincrónico del análisis estructural, que se presta mejor a comprender el texto actual de la Biblia. El método histórico-crí­tico es genético, y por tanto ayuda a la reconstrucción histórico-literaria de la revelación bí­blica. Pero la interpretación, y con ella el sentido del texto, sólo se puede captar mediante una consideración unitaria del texto, como conjunto estructurado en orden a un fin: un mensaje que transmitir.

2. EL METODO TEOLí“GICO. Si se quiere hacer teologí­a bí­blica, habrá que apreciar los dos términos: «teologí­a» y «bí­blica». El primero indica la comprensión crí­tica de la fe como se contiene en la Biblia; el segundo, el ámbito de la revelación contenida en los libros sagrados. La categorí­a de la «historia» no ha de separarse de la «teologí­a», como ocurrió en la metodologí­a histórico-religiosa; pero tampoco la teologí­a se ha de separar de la historia, como ha sucedido en la teologí­a kerigmática más radical.

De estas premisas generales pasamos a exponer los contenidos del método teológico. La fe teológica presupone: la revelación de Dios en la historia, que ha tenido su culminación y cumplimiento en Cristo, Verbo encarnado; la inspiración de la Sagrada Escritura, que abarca el canon; la relación de la literatura bí­blica con la historia de la salvación allí­ narrada e interpretada; en la interpretación, el cí­rculo hermenéutico con la tradición viva de la Iglesia y con el magisterio. Estos supuestos del método teológico no resuelven ciertamente el problema de una teologí­a bí­blica, sino que más bien lo plantean. Deseo recordar aquí­ a este respecto sólo tres puntos problemáticos.

Ante todo el problema de la unidad histórica y teológica, pues el canon es un dato de fe, no una delimitación de libros, resultado de una crí­tica histórica. La unidad de la teologí­a bí­blica desde que se comenzó a aplicar el método histórico-crí­tico se ha convertido en un problema, pues se ha considerado el AT y el NT como dos entidades históricas separadas, ligadas entre sí­ por la literatura del judaí­smo tardí­o y la apócrifa. Por eso, desde que se comenzó a aplicar el método histórico, se dividió la teologí­a bí­blica del AT de la del NT, división que continuó, como se ve también por este artí­culo. Si se pasa luego de la unidad histórica a la teológica, el problema se agudiza aún más, especialmente para el AT, y en parte también para el NT; y mucho más, por supuesto, para la unidad de los dos Testamentos. En realidad, las mejores teologí­as bí­blicas presentan la comprensión crí­tica de la fe bí­blica en términos de evolución o proceso histórico y teológico. Para superar esa dificultad se ha buscado un centro unitario del AT (p.ej., la alianza en la teologí­a del AT de Eichrodt) y del NT (la persona de Jesús, la justificación mediante la fe…); se trata del problema conocido en el ambiente protestante como búsqueda del «centro del canon», un centro crí­tico que deberí­a dar unidad al canon. A mi entender, el centro crí­tico de una teologí­a crí­tica del AT no puede ser más que el NT, el cual apela explí­cita o implí­citamente al AT. El cí­rculo hermenéutico debe moverse, pues, del NT al AT. En el NT el centro es indudablemente la persona de Cristo en su condición divina y humana y en su existencia terrena y celestial.

El segundo problema es la relación entre historia y verdad trascendente a la historia, pero en ella presente. Mientras que la historia es objeto de la razón crí­tica, la verdad trascendente a la historia no puede ser más que objeto de la fe, aunque no es una realidad abstracta, sino de experiencia y de vida: la existencia y la vida nueva en Cristo.

Finalmente, para la interpretación teológica de la Biblia es fundamental el cí­rculo hermenéutico entre Biblia y tradición viva. La tradición que transmite y narra la historia sagrada, la palabra de los profetas, las sentencias y las oraciones de los sabios, la palabra de Jesús y a Jesús-Palabra, al mismo tiempo la interpreta y la reinterpreta continuamente dentro de un proceso histórico-hermenéutico que, desde que la Biblia es «canon», tiene en ella su punto de referencia seguro. Luego la tradición interpretadora continúa también hoy. Además del cí­rculo hermenéutico entre la Biblia, la tradición y el hoy, hay otro que es muy apreciado por algunos autores recientes (B.S. Childs): el cí­rculo hermenéutico entre el canon como Escritura y cada uno de los libros en él contenidos. El contexto más general cn el que habrí­a que interpretar cada uno de los libros de la Escritura serí­a justamente el del canon.

3. PRINCIPIO HERMENEUTICO Y ESTRUCTURA. ¿Cómo intervienen el método histórico-crí­tico y el teológico en la construcción de una teologí­a bí­blica? Lo podemos inducir de las mejores teologí­as bí­blicas ya realizadas en los casi doscientos años de historia de esta disciplina. El problema de fondo es el de la relación entre reconstrucción e interpretación. La reconstrucción, si atañe a la historia, se vale preferentemente del método histórico-crí­tico, mientras que la interpretación debe valerse de los dos métodos juntamente. La reconstrucción impone también la estructura en una teologí­a bí­blica planteada históricamente. Pero hay que apresurarse a advertir que la estructura, que sigue la reconstrucción histórica, es también un elemento formal no calificador. En la calificación de la estructura y de sus partes interviene la interpretación. Por ejemplo, la obra y la enseñanza de Jesús en las teologí­as de Bauer (1800), de Jeremias, de Goppelt y de otros muchos son presentadas como fundamento de la teologí­a bí­blica del NT, mientras que en las de Baur (1864), de Bultmann, de Conzelmann y de otros son consideradas, en cambio, sólo como una premisa de la verdadera y auténtica teologí­a, que comienza con el kerigma y con la reflexión de fe sobre Jesús. Las dos valoraciones diversas influyen evidentemente también en el juicio teológico del Jesús terreno, de su predicación y de su obra. Para Bultmann, por ejemplo, Jesús es un profeta escatológico, que predica el reino de Dios y permanece en el ámbito del judaí­smo. Desde el punto de vista teológico, que es el «especí­fico» de una teologí­a bí­blica, de los dos elementos que entran en su construcción el más importante es sin duda la interpretación, y por tanto el principio hermenéutico unitario que anima su estructura. Desde ésta se puede juzgar si se trata de una comprensión crí­tica de la fe bí­blica o de una interpretación que se detiene en la historia sin llegar a la fe. Por eso A. Schlatter a una interpretación histórica que no llega a la fe la califica de «atea». Pero también cuando el principio hermenéutico es claramente teológico, se puede examinar crí­ticamente si es lo bastante comprensivo de fe e historia, de Biblia y tradición interpretativa, de canon y comprensión integral. La relación entre unidad teológica de fe y pluralidad histórica y teológica dentro del canon será siempre una relación en tensión, como la que se da entre teologí­a bí­blica y teológica sistemática. Pero, en todo caso, la búsqueda de la unidad oculta que, teológicamente hablando, depende de Dios, autor de esta historia y autor literario de la historia narrada, es condición imprescindible de la comprensión teológica. Cuanto más se consigue, no tanto afirmar cuanto mostrar y demostrar crí­ticamente la continuidad, los hilos ocultos que unen acontecimientos tan diversos y lejanos, libros y concepciones tan diversos y lejanos entre sí­ en el tiempo y en el género, tanto más se contribuye a la interpretación y comprensión propiamente teológica de la Biblia, y por tanto a una verdadera y auténtica teologí­a bí­blica. El «cómo» depende, obviamente, de la genialidad de los exegetas y de los teólogos, que tienen por cometido interpretar la Biblia para la Iglesia de hoy.

G. Segalla

III. TEOLOGíA DEL AT: ORIENTACIONES ACTUALES. 1. CRISIS DE LA TEOLOGíA DEL AT. La teologí­a bí­blica ha cumplido ya doscientos años, pues nació en el 1787 con la obra de J.Ph. Gabler [t supra, I, 3]. Mas, paradójicamente, hoy no existe consenso entre los exegetas sobre ninguno de los problemas fundamentales que plantea. Ningún perí­odo de su historia ha visto una crisis tan generalizada y profunda. No obstante, desde el 1969 hasta hoy han visto la luz al menos una quincena de obras de «Teologí­a del AT». Un interesante artí­culo de G. Hasel en la prestigiosa revista Zeitschrift für Alttestamentliche Wissenschaft (93 [1981] 165-183) documenta tanto la proliferación frenética de «teologí­as bí­blicas» como la crisis de este ramo del saber teológico. Obviamente, la crisis no se puede superar multiplicando frenéticamente los intentos, repitiendo surcos ya trazados con variaciones superficiales, sino revisando el problema metodológico [l supra, II]. Pues la raí­z del problema es la cuestión del método o de la fundamentación hermenéutica; pero la I hermenéutica es problema filosófico-teológico. Puesto que se trata de «teologí­a bí­blica», donde el adjetivo no es más que una determinación material del sustantivo, dirí­a que se le pide al biblista que sea simplemente «teólogo». Pues lo que es fundamental para la teologí­a bí­blica es que sea verdaderamente teologí­a. Los principios de la teologí­a bí­blica no deben contradecir a principios de la teologí­a sin más.

La «crisis» de la teologí­a bí­blica, reconocida por todos y visible en diversos niveles, requiere, pues, un repensamiento del problema del método antes incluso que de sus contenidos. A este problema vamos a dedicar nuestra atención. Partiremos de un análisis de los métodos practicados y hechos valer en las obras publicadas, para dar una valoración crí­tica de ellos. No intentaremos aquí­ una propuesta positiva nueva, sino que nos bastará con informar sobre el problema hoy fundamental para cualquier intento de escribir una teologí­a bí­blica: la cuestión del método.

2. METODOS EN USO. Cada «Teologí­a del AT», entre las publicadas, propone un método más o menos elaborado, más o menos explicitado. En las páginas que siguen intentaremos una agrupación o esquematización en cuatro métodos principales. Se trata, obviamente, de una clasificación que obedece a razones didácticas y que puede que no haga perfectamente justicia a las obras a las cuales se hace referencia; pero ello nos permite no demorarnos demasiado. Para cada uno de los «tipos»considerados citaremos una obra «muestra». Estos cuatro modelos sirven sobre todo para discernir las lí­neas de tendencia, sin pretender ser una definición rigurosa adecuada.

a) El método descriptivo. Es un método que define a la teologí­a bí­blica como disciplina histórica, mientras que concibe la dogmática como disciplina sistemática. Según este método, la teologí­a bí­blica tiene como cometido recoger con cuidado los conceptos y los términos, las opiniones y las ideas de los autores sagrados.

1) La «Teologí­a del A T»de E. Jacob ( Teologí­a del Antiguo Testamento, Marova 1969). El autor da esta definición de la teologí­a del AT: «La teologí­a del Antiguo Testamento puede ser definida como la exposición sistemática de las nociones religiosas especí­ficas que se hallan en el conjunto del Antiguo Testamento y que constituyen su unidad profunda». Notemos: el campo de investigación es el AT; la teologí­a es una exposición sistemática de nociones; las nociones que son objeto de la teologí­a bí­blica son las que constituyen la unidad profunda del AT. Se trata, como dice el autor, de una «ciencia descriptiva». No es una historia de Israel; la piedad, las instituciones religiosas y la ética no forman parte del ámbito especí­fico de la teologí­a del AT; no es una historia de la religión de Israel. La teologí­a del AT «no tratará más que de Dios y de su relación con el hombre y el mundo». La unidad profunda del AT se ve alrededor del tema de la presencia y de la acción de Dios. Sin embargo, Jacob va mucho más allá para encontrar la unidad del AT cuando afirma: «Una teologí­a del Antiguo Testamento que no esté fundamentada en ciertos versí­culos aislados, sino en el conjunto del AT, no puede ser sino una cristologí­a, porque es en Cristo donde se ha reunido y llevado a la perfección lo que en la antigua alianza se ha manifestado. (…) Una afirmación así­ no significa en absoluto que no debamos considerar el AT más que a la luz de su cumplimiento. (…) Fuera del principio de unidad de los dos Testamentos y a fortiori de la unidad interna del AT mismo, no es posible hablar de una teologí­a del AT». Pero no se pone en práctica ningún intento de lectura unitaria de la Biblia en clave cristológica.

Jacob afirma que se podrí­a también hablar, en vez de teologí­a, de «fenomenologí­a del AT». Admite él usar el término «teologí­a», pero lo entiende en «sentido amplio». La «teologí­a en sentido estricto» es la teologí­a dogmática, a la cual el teólogo bí­blico procura los «materiales básicos».

2) Valoración crí­tica. En la concepción de la teologí­a bí­blica como ciencia descriptiva parece estar subyacente la distinción entre «lo que el texto significaba», objeto de la teologí­a bí­blica, y «lo que el texto significa», objeto de la teologí­a sistemática. La intencionalidad encarnada literariamente en el texto bí­blico no puede variar con los tiempos: lo que el texto «significaba» para la comunidad creyente que lo acogió y lo ha transmitido no puede ser diverso de lo que el texto «significa» para los creyentes de hoy.

Además, nos parece que está en juego el sentido de teologí­a, que no es simplemente una ciencia histórica descriptiva, sino inteligencia de las razones lógicas de la fe bí­blica, «justificación» del sentido del texto bí­blico frente a la instancia crí­tica. La teologí­a no es simple reexposición ordenada y diligente de las «teologí­as» contenidas en la Biblia, sino búsqueda de comprensión crí­tica de las razones lógicas de las diferentes teologí­as e inteligencia de su recí­proco nexo o coherencia dentro del discurso bí­blico.

No logramos evitar la impresión de que la noción de teologí­a bí­blica como disciplina puramente descriptiva e histórica tiende a considerar la revelación como doctrina. Jacob, en efecto, define la teologí­a del AT como «exposición sistemática de nociones religiosas»; para él, el AT contiene una doctrina consiguiente a una revelación divina. La teologí­a del AT no harí­a más que exponer, con orden y sistemáticamente, la doctrina difundida y esparcida en el AT.

Está en juego el sentido de «teologí­a», que Jacob está incluso dispuesto a olvidar en favor de «fenomenologí­a». Para nosotros, la teologí­a bí­blica es la comprensión crí­tica del testimonio-mediación canónico-normativa de la revelación en la Biblia. Ello supone que una teologí­a del AT no puede prescindir de su centro, que es Jesucristo. La «verdad» del AT no es distinta, por incompleta y en camino que esté, de la verdad de Jesucristo, cumplimiento del AT.

b) El método dogmático-didáctico. Hemos adoptado esta formulación para designar un método que toma de la dogmática el esquema de tratamiento y sigue el planteamiento de los manuales, o sea una lí­nea didáctica. Muchas teologí­as bí­blicas, tanto del AT como del NT, son exposiciones sistemáticas de las ideas de la Biblia sobre Dios, hombre, pecado y salvación. El orden y el esquema expositivo se toman no de la Biblia misma, sino de los manuales de teologí­a dogmática.

1) La «Teologí­a del AT» de M. Garcí­a Cordero. Este método lo sigue M. Garcí­a Cordero (Teologí­a de la Biblia, Antiguo Testamento, Madrid 1970). Para él la teologí­a bí­blica es teologí­a positiva, que ordena y sistematiza datos bí­blicos en un conjunto doctrinal, teniendo en cuenta tanto el proceso evolutivo ideológico ascendente de la historia de la salvación como la unidad doctrinal de la Biblia.

El esquema de la obra de Cordero se articula en cuatro partes: 1) las creencias: trata de Dios, de los ángeles y de la antropologí­a; 2) las esperanzas: trata de la espera mesiánica, del reino de Dios y de la escatologí­a; 3) las obligaciones religiosas y morales: trata de la moral del AT; 4) caí­da y rehabilitación del hombre: trata del pecado, de la conversión, del perdón de los pecados: el esquema evoca las tres virtudes teologales (fe, esperanza, caridad), con la adición sobre el pecado y la penitencia. La sistematización se toma siguiendo la teologí­a católica, no de la Biblia misma.

2) Valoración crí­tica. Ya por la breví­sima alusión hecha se puede comprender que este método es insatisfactorio, puesto que toma de la teologí­a sistemática lo que en cambio deberí­a pedir a la Biblia misma. La unidad teológica del AT se da por supuesta más bien que probarla y demostrarla; sin embargo, nos parece que la intención de indagar sobre la coherencia lógica del pensamiento del AT está en la lí­nea de una correcta noción de teologí­a bí­blica. Pero, sustancialmente, Cordero, con cuantos siguen este método, no abandona el terreno de la teologí­a entendida como disciplina histórica y descriptiva, aunque toma prestados de la dogmática los esquemas de pensamiento y el planteamiento formal del tratamiento. Esto no significa que la teologí­a bí­blica deba operar exclusivamente con categorí­as bí­blicas, a menos de caer en un biblismo radical y repetitivo. Ni siquiera las «categorí­as» bí­blicas pueden rehuir la criba crí­tica del teólogo bí­blico, el cual justamente mediante esta crí­tica intenta encontrar la revelación, con la cual ellas no se identifican perfectamente. Las categorí­as y el lenguaje bí­blicos son parte del testimonio canónico de la revelación; por eso no se los podrá dejar nunca a un lado, sino que también sobre ellos ha de ejercerse la crí­tica teológica. La teologí­a bí­blica tiene por objeto la revelación divina mediata y testimoniada normativamente -pero de modo históricamente situado- por la Biblia; y, a su vez, la teologí­a bí­blica está siempre históricamente situada, y por ello está siempre abierta a revisiones.

c) El método diacrónico. Es el método que abandona los parámetros de los conceptos escolásticos, no para limitarse a una simple exposición de la historia de la religión de Israel ni para seguir el proyecto irrealizable de una exacta cronologí­a del desarrollo de las ideas del AT. Es el método que nace del ejercicio exegético del llamado análisis crí­tico-histórico de la Biblia, que ha asumido plenamente en exégesis la categorí­a epocal de la historia.

1) La «Teologí­a del AT» de G. von Rad. Se trata de una obra que ha marcado una cesura epocal, de modo que los años de la teologí­a del AT se cuentan según «antes» y «después» de Von Rad; es actualmente la obra más eminente y significativa de nuestra disciplina; para algunos es incluso la realización de un sueño acariciado largo tiempo. En tales elogios hay su parte de retórica encomiástica; pero ciertamente la obra de G. von Rad Teologí­a del AT (2 vols., Sí­gueme, Salamanca 19825) es un punto de referencia ineludible.

El objeto esencial de una teologí­a del AT es la palabra viva de Yhwh tal como, en el mensaje de sus grandes obras, fue dirigida a Israel. Las grandes obras de Dios descubren y transmiten un mensaje en el cual resuena la palabra de Yhwh. Es obvio entonces que la teologí­a bí­blica tiene su punto de partida y su centro en la acción en la cual se ha revelado Yhwh. Las acciones históricas de Yhwh no podí­an captarse y expresarse sino mediante la fe y las profesiones de fe, primero en fórmulas breves y luego en sumarios de la historia salví­fica de carácter confesional que narraban en contextos más vastos la acción de Dios en la historia. Así­ Israel elaboró un conjunto de testimonios de su fe, en los cuales narraba las acciones históricas de Yhwh.

Por tanto, para Von Rad la teologí­a bí­blica no puede limitarse a exponer el pensamiento prescindiendo de la historia. Pero el orden de la exposición no será el cronológico de la crí­tica histórica, sino la sucesión de los acontecimientos tal como los ha visto la fe de Israel, o sea la sucesión de los hechos y las conexiones internas que el mismo Israel ha dispuesto. Por eso el teólogo bí­blico intentará identificarse í­ntegramente con la mentalidad teológica israelita, evitando reconstruir lí­neas ideales de conexión y contextos sistemáticos allí­ donde el mismo Israel no los ha visto o no los ha subrayado.

El cometido de una teologí­a bí­blica parece definirse por su función puramente histórico-descriptiva, y por ello -como dice Von Rad- la forma más legí­tima para tratar del AT bajo el aspecto teológico es siempre la de repetir sus narraciones (die Nacherzdhlung) o repetir adecuadamente sus testimonios.

El teólogo bí­blico debe tener siempre presente, instruido por la exégesis crí­tico-histórica, cuánto difieren entre sí­ los testimonios aducidos por las diversas unidades literarias, de modo que no existe una sí­ntesis ni en la mente de los autores sagrados ni en los textos del AT. Por consiguiente, la teologí­a bí­blica deberá renunciar a una exposición sistemática u orgánica, porque un mundo conceptual religioso situado a posteriori en un contexto orgánico no serí­a más que una abstracción, ya que jamás existió en Israel de esa manera completa y sistemática. Además, a diferencia del NT, el AT no tiene un centro, dado que la manifestación de Jesucristo es el verdadero fin de la historia de Israel con Dios. Pero ese fin es «extrí­nseco» al AT y no se puede tomar como criterio para la reconstrucción y la exposición de la teologí­a del AT. Puesto que el único principio unitario y el único elemento de continuidad es el pueblo de Israel en su testimonio histórico de fe, la teologí­a bí­blica no podrá sino asumir la forma de una Nacherzdhlung de los testimonios de Israel. Semejante noción de teologí­a bí­blica supone que es evidente que desde el principio al fin Israel parte del supuesto de la preeminencia del «hecho» respecto al «lógos», es decir, mira preferentemente a coordinar e interpretar teológicamente el material transmitido, dando siempre la prioridad a la coherencia histórica más que a la lógico-teológica.

La obra de Von Rad es una teologí­a de las tradiciones históricas (vol. I) y proféticas (vol. II) de Israel. La expresión «teologí­a de las tradiciones» es usada a menudo por el mismo Von Rad para definir su empresa teológica. Pues para él el objeto que la teologí­a tiene como mira no es el mundo religioso de Israel, ni sus condiciones espirituales, ni el conjunto de su fe, sino solamente lo que el mismo Israel directamente dijo de Yhwh. Los salmos, los libros sapienciales, los cuerpos legislativos no se han de considerar como tradiciones; constituyen la respuesta que dio Israel a la revelación de Yhwh, son la expresión de la situación en la que Israel se vio colocado por la revelación.

2) Valoración crí­tica. La obra de Von Rad es grandiosa y se ha impuesto como un resultado en muchos aspectos estimable. Sin embargo, él mismo admite que «parece que la enojosa cuestión del enfoque de una teologí­a del AT sigue aún abierta y que hay que hacer y aclarar aún muchas cosas antes de poder escribir debidamente esa teologí­a». Además confiesa que su teologí­a del AT no es «completa en todos los sentidos». Estas declaraciones animan, a pesar de la mole y la genialidad de la obra realizada, a hacer un análisis crí­tico de la misma. Obviamente, nos limitamos, igual que para las otras propuestas, a alguna breve anotación.

Ante todo, Von Rad vacila vagamente, con perplejidad, oscuridad y reflexiones, entre kerigma e historia, sin llegar a una reconciliación satisfactoria de los dos aspectos. De hecho, quizá sea verdad que Von Rad ha dado la preferencia al kerigma respecto a la historia. La razón de fondo, a mi entender, está en la no resuelta ambigüedad del concepto de /revelación. La «verdad» de la revelación no equivale a las «verdades reveladas» ni se identifica con la «verdad» (= realidad) de los hechos históricos, sino que es la transparencia y la presencia de la salvación divina en el mismo corazón de los acontecimientos históricos. Por consiguiente, la teologí­a bí­blica, que se fija como objeto la verdad de la revelación, no se propone como alternativa a la historia ni es sólo ciencia histórica.

En cuanto Nacherzdhlung, la teologí­a bí­blica de Von Rad no es más que la historia de la fe vivida y proclamada por Israel, reexposición de las teologí­as contenidas en la Biblia, y no teologí­a o reflexión sobre la Biblia. Von Rad llega incluso a comparar al teólogo bí­blico con el egiptólogo o el romanista, que estudian la historia de Egipto o de Roma. Mas esto, en último análisis, es coherente con la noción de teologí­a bí­blica como ciencia puramente histórico-descriptiva, que renarra las teologí­as contenidas en la Biblia. Y a esa noción de teologí­a bí­blica parece corresponder coherentemente el concepto de revelación como «doctrina revelada» que hay que volver a proponer y a exponer. De ese modo Von Rad parece renunciar propiamente a hacer teologí­a, puesto que evita preguntarse por la verdad, es decir, por el sentido y el valor, por las razones lógicas e históricas de la fe israelita. En este sentido nos parece aceptable la severa crí­tica de C.A. Keller, el cual dice: «En el fondo, el libro de Von Rad no es una teologí­a, sino una `Einleitung’ «.

Paradójicamente, Von Rad asume como «centro» de su teologí­a ¡la falta de un centro en el AT! En realidad, el principio de su exposición es la tradición kerigmática en su sucesión histórica. Por eso la teologí­a de Von Rad tiende a presentarse como una fenomenologí­a del pensamiento religioso de Israel.

Finalmente, Von Rad auspicia, aunque es difí­cil de imaginar, una teologí­a de la Biblia (AT y NT juntos), observando que «es consolador que hoy se la pida con mayor insistencia cada vez». Para que sea consoladora, es preciso que la insistencia sea razonable y esté justificada. Pero ¿cómo puede estar justificada si todas las premisas puestas conducen a negar su legitimidad, dado que -como afirma Von Rad- «es preciso atenerse al criterio de explicar cada texto lo más claramente posible según su ratio interna al AT»? ¿O bien la ratio interna al AT puede coordinarse con la ratio cristocéntrica, con lo cual es concebible y realizable el proyecto de una teologí­a de toda la Biblia? Es el problema de la unidad de los dos Testamentos, que Von Rad advierte, pero que afronta sólo como apéndice de su obra [/ luego, V].

d) El método selectivo del centro temático. Definimos así­ el método que, al no aceptar el principio histórico-genético ni un planteamiento sistemático tomado de la dogmática, busca en el mismo AT un «tema» que sea central y permita una exposición unitaria y dinámica del pensamiento del AT. En su raí­z, también ese método es esencialmente descriptivo, porque no hace más que presentar la «teologí­a» contenida en el AT.

1) La «Teologí­a del AT» de W. Eichrodt (Theologie des Alten Testament, Gotinga, I, 19674; II-I11, 19747; trad. esp., 2 vols., Cristiandad, 1975). Para Eichrodt, la teologí­a bí­blica tiene como cometido comprender el mundo de fe veterotestamentario en su unidad estructural e interpretar su significado más profundo teniendo presente por un lado la religión de los paí­ses circunstantes y por otro su relación sustancial con el NT. No basta, según el autor, el método seguido normalmente por la ciencia veterotestamentaria, a saber: un procedimiento de génesis histórica. Por eso hemos de intentar hacer una sección de las categorí­as veterotestamentarias que permita tener una panorámica exhaustiva y distinguir las realidades esenciales de las marginales, poniendo de manifiesto las columnas sustentadoras y toda la estructura. Por tanto, el análisis histórico no se considera inútil ni se descuida; incluso nos basamos en sus resultados. Pero en lugar del análisis genético entra la sí­ntesis sistemática y ordenada de la fe de Israel, no según esquemas dogmáticos, sino siguiendo la dialéctica que se filtra del mismo AT. Así­ pues, hay que articular juntamente el principio histórico y el sistemático en torno al tema que permita captar la unidad de todo el AT, a saber: la idea de alianza. No el término berit, que en muchos textos no está presente, sino la idea o contenido de la alianza es el centro unificador. Para Eichrodt, el concepto de alianza en sentido amplio compendia la conciencia básica de Israel acerca de su particular relación con Dios. «Alianza» es, pues, más que un concepto preciso; es un «movimiento vital».

Aunque se limita al AT, Eichrodt escribe: «Lo que a nosotros nos interesa es una exposición de las ideas y de la fe veterotestamentaria que tenga siempre presente que la religión del AT, con toda su indiscutible singularidad, sólo puede ser entendida en su esencia a partir del cumplimiento que encuentra en Cristo». Por tanto, el contenido central del NT reconduce al testimonio de Dios en el antiguo pacto.

2) Valoración crí­tica. La teologí­a del AT de Eichrodt se apoya en tres pilares: a) comprender significa reducir a unidad; b) el AT se puede reducir a unidad encontrando un centro unificador; c) la alianza es una categorí­a que unifica el AT.

Si, como lo admite el mismo Eichrodt, Jesucristo es el único sujeto omnicomprensivo de toda la revelación divina, la teologí­a bí­blica regional del AT no puede constituirse si no es teniendo como centro a Jesucristo. Pero el cristocentrismo de la teologí­a bí­blica no parece en absoluto operante en el planteamiento de Eichrodt. En efecto, sostiene él que es preciso usar categorí­as bí­blicas internas a la dialéctica del AT, y por este motivo escoge la categorí­a de alianza, no tanto como «cifra» expresiva de la autorrevelación de Dios en Cristo, sino solamente en el sentido veterotestamentario. Por consiguiente, tampoco Eichrodt escapa a la concepción de la teologí­a como disciplina histórica y descriptiva. «Alianza» es una «supercategorí­a» veterotestamentaria, supuesta por Eichrodt como idea única y uní­voca, cuando en realidad en el AT hay formas y sentidos diferentes y varios de «alianza». Por otra parte, la revelación no es una masa enorme de verdades o doctrinas que el teólogo simplemente ha de «reducir a unidad» ordenándolas y disponiéndolas alrededor de una idea central. En pos de Eichrodt, una multitud de biblistas ha propuesto otros «temas» como centro unificador del AT: el dominio de Dios (L. Kdhler), el reino de Dios (G. Klein), la elección (H. Wildberger), Yhwh (W. Zimmerli), el libro del Deuteronomio (S. Herrmann), el primer mandamiento (H. Schmidt), la realeza de Yhwh (J.L. McKenzie), etcétera. Es obvio que no existe consenso entre los estudiosos.

3. CONCLUSIí“N. En los proyectos de «Teologí­a bí­blica» a los que se ha hecho alusión en un rápido «muestrario», ha resultado dominante, y hasta integrante, la categorí­a epocal de «historia», que se ha afirmado como horizonte imprescindible, y por tanto como la concepción histórica de la revelación. Consiguientemente se ha impuesto, sobre todo dependiendo del método histórico-crí­tico de la exégesis y debido especialmente a G. von Rad, la exigencia de una teologí­a bí­blica que tenga en cuenta la diferencia de época entre el AT y el NT; se ha legitimado así­ la elaboración de una teologí­a separada del AT. Y otra consecuencia: se ha asignado a la teologí­a bí­blica una tarea histórico-descriptiva o de narración de las tradiciones históricas, proféticas y sapienciales de Israel.

También los varios intentos de discernir un centro del AT suponen la concepción del AT como una «historia» separada del NT, o por lo menos un trozo de historia autónomo, que solamente luego en el giro histórico llevado a cabo por Jesucristo ha sido asumido juntamente con la «historia» del NT, dando así­ lugar a la historia de la salvación. En este sentido ha ejercido una función hegemónica la categorí­a de «historia» separada de la «teologí­a».

Se ha afirmado también, por parte de varios autores, el cristocentrismo de la revelación. Pero la realización de tal concepción cristocéntrica, al menos en las teologí­as del AT, se ha entendido de modo extrí­nseco: Jesucristo es el «término» al que tiende el AT, el cual tendrí­a en sí­ mismo su inteligibilidad intrí­nseca. El principio de inteligibilidad teológica está tomado del AT.

Volvamos a las observaciones hechas al principio: la crisis de la teologí­a bí­blica es una crisis que se refiere ante todo al método. Mientras no se aclare esta cuestión básica, es estéril multiplicar las tentativas de publicar obras «nuevas» de teologí­a bí­blica. La teologí­a bí­blica no puede seguir siendo exposición o compilación de las «teologí­as» contenidas en la Biblia, si bien este trabajo que compendia los resultados de la labor exegética es un momento necesario e importante. Es preciso que sea de veras «teologí­a», es decir, saber auto-crí­tico de la fe. Puesto que la fe es hacer propia la fe bí­blica en la revelación, la teologí­a bí­blica es un momento de la teologí­a sin más en cuanto comprensión crí­tica del saber de la fe bí­blica. Lo que especifica a la teologí­a bí­blica es la referencia exclusiva a los textos bí­blicos, comprendidos a partir de la verdad de Jesucristo como punto omnicomprensivo de la revelación, y por tanto de toda la Escritura. Esto no significa una nivelación de AT y NT, porque el cristiano acoge el AT por Jesús, el cual revela y funda la identidad propia del AT justamente en cuanto «antiguo», y al mismo tiempo manifiesta e instituye el lazo orgánico del AT con el NT. Sin embargo, nos parece legí­timo hacer una «teologí­a del AT» entendida como delimitación o regionalización funcional, análogamente a «circunscripciones regionales» del saber teológico, tales como la eclesiologí­a, la cristologí­a, la antropologí­a, etc. De esa manera podrí­a tener espacio y sentido destacar la peculiar perspectiva de cada uno de los libros o corrientes de pensamiento dentro de la misma Biblia.

A. Bonora

IV. TEOLOGíA DEL NT. ORIENTACIONES ACTUALES. Para una guí­a breve dentro de las teologí­as más recientes del NT, tomamos como criterio de calificación el principio hermenéutico elegido por los autores al construir su teologí­a. Pues bien, desde este punto de vista podemos distinguir cinco metodologí­as diversas, para cada una de las cuales tomamos en consideración la obra o las obras más importantes: 1) la histórico-kerigmática; 2) la de «historia de la salvación»; 3) la histórico-positiva; 4) la sistemática; 5) y, finalmente, algún intento de una teologí­a bí­blica que comprende AT y NT.

1. LA ORIENTACIí“N HISTí“RICO-KERIGMíTICA. Esta primera orientación arranca de la Teologí­a del NT de R. Bultmann [/ supra, I, 6], la cual ha dominado hasta el punto de hacer desistir durante quince años de todo intento ulterior. En efecto, hay que llegar de los años cincuenta a 1967, con H. Conzelmann, para encontrar una nueva «Teologí­a del NT». Conzelmann, discí­pulo de Bultmann, intenta poner al dí­a y en parte corregir la obra de su gran maestro. Revaloriza los elementos históricos del mensaje del NT, abandonando como único principio interpretativo el de la comprensión de la fe en sentido existencial, que arrancarí­a todaví­a -según él- de un «esquema pietista». Los componentes históricos los saca a la luz la «historia de la tradición», que recupera las primitivas confesiones de fe cristológica y el credo. Así­ pues, Conzelmann vuelve al objeto, es decir, al texto, y consiguientemente de la antropologí­a a la cristologí­a. Pero semejante vuelta a la historia se queda sólo a mitad de camino, porque no alcanza al mensaje del Jesús terreno, si bien Conzelmann revaloriza la teologí­a de los evangelios sinópticos utilizando los resultados de la crí­tica redaccional, de la que fue uno de sus iniciadores. A diferencia de Bultmann, hace que la teologí­a comience con el kerigma de la comunidad primitiva y coloca «el desarrollo de la Iglesia primitiva» no después de Juan, como en Bultmann, sino después de Pablo y en conexión con él, sobre todo para evitar una negativa prejuzgada sobre esta literatura epistolar.

No obstante, Conzelmann sigue dependiendo de su maestro: por su precomprensión luterana; por el consiguiente escepticismo respecto al Jesús histórico, que permanece aún entre las premisas de la teologí­a, y por la unilateralidad de la interpretación kerigmática, que entraña la desvalorización de Hechos y Apocalipsis. Pero hay que afirmar positivamente que la elección kerigmática le permite resolver a su modo el problema fundamental de toda teologí­a bí­blica: unir en armoní­a reconstrucción e interpretación, salvaguardando así­ la unidad teológica dentro de la variedad histórica. En efecto, él encuentra la unidad hermenéutica y estructural justamente en el kerigma. A pesar de sus limitaciones hermenéuticas y teológicas, su intento de unificar la teologí­a del NT alrededor del kerigma es digno de la máxima consideración.

2. LA ORIENTACIí“N DE «HISTORIA DE LA SALVACIí“N». Esta segunda orientación hermenéutica contempla la unidad de la teologí­a del NT no en el kerigma, sino sobre el fondo de «historia de la salvación». Tiene una larga historia a sus espaldas, que se remonta a la escuela de Erlangen, y en particular a J. Ch. K. von Hoffman (1810-1877). Los dos autores recientes más conocidos que han elegido esta orientación son O. Cullmann y L. Goppelt. La teologí­a del NT como «historia de la salvación» tiene en común tres principios: 1) la Biblia, A y NT, se considera en su aspecto unitario; 2) se la interpreta como historia de la salvación, por lo cual se coloca en primer plano la obra de Dios en la historia, mientras que pasa a segundo plano el aspecto doctrinal; 3) se coloca en el centro la persona de Jesús, cumplimiento de la promesa, en el cual se concentra pasado (AT) y futuro (escatologí­a).

Aunque O. Cullmann es el más conocido representante de esta orientación, no ha escrito una verdadera y auténtica teologí­a del NT, sino una teologí­a de la historia de la salvación (Historia de la salvación, Barcelona 1968) con resultados interesantes a nivel hermenéutico, pero decepcionantes en la perspectiva de una presentación global de la fe neotestamentaria. En efecto, las tres primeras partes de la obra intentan aclarar la terminologí­a y establecer una confrontación crí­tica con otras interpretaciones, principalmente con R. Bultmann y su escuela (pp. 13-186). Sólo la cuarta parte profundiza el tema central con una exégesis teológica de los cuatro momentos principales de la revelación neotestamentaria (Jesús, la Iglesia primitiva, Pablo y Juan), mientras que la quinta propone una disposición sugestiva para una teologí­a fundamental (pp. 285-327). Mas, a mi entender, la verdadera y auténtica teologí­a de Cullmann es la cristologí­a de sus dos obras más importantes: Cristo y el tiempo y Cristologí­a del NT (Estela, 1968, y Sí­gueme, 19804, respectivamente).

L. Goppelt ha dejado una teologí­a del NT «incompleta», acabada y editada por su discí­pulo Roloff (Teologí­a del NT, 2 vols., Brescia, 1982-83), quizá la mejor escrita hasta ahora, al menos en lo que se refiere a la primera parte. Trazando al principio la historia de la disciplina, él mismo se coloca en la orientación de «historia de la salvación», y se propone unir una seria crí­tica histórica con un profundo esfuerzo de comprensión del NT que permita llegar a un diálogo crí­tico entre la hermenéutica histórica (J. Jeremias) y la existencial (R. Bultmann). De este modo quiere ligar profundamente a la vez reconstrucción e interpretación en un sano equilibrio. En el fundamento de la teologí­a del NT está no sólo la predicación de Jesús (Jeremias), sino toda la obra de Jesús en su significado teológico. Pero el punto de partida de la teologí­a del NT sigue siendo el kerigma de la muerte y resurrección (1Co 15:1-5). Ese kerigma se desarrolla luego en dos direcciones: la una hacia atrás, hacia el Jesús terreno (Heb 10:37-41), fundamento histórico-teológico del kerigma, y la otra, en cambio, en dirección a la vida de la Iglesia con la profundización de la cristologí­a y la soteriologí­a del kerigma. El kerigma pascual, que consiste en la continuación de la obra de Jesús con la resurrección, no encuentra modelo alguno en el ambiente religioso circunstante, judí­o y grecorromano. Es absolutamente único. El anuncio y la obra de salvación de Jesús son continuamente puestos en relación por Goppelt entre sí­ y sobre todo con la persona de Jesús, por lo cual la salvación tiene lugar siempre por una relación estrechamente personal con Jesús. Precisamente basándose en esta tesis fundamental postula Goppelt la continuación de la relación personal con Jesús también en el tiempo de la Iglesia, hecha posible por la muerte y resurrección y por la presencia «espiritual» consiguiente del Señor resucitado en la comunidad y en los sacramentos. En coherencia con el principio históricohermenéutico, la estructura de la teologí­a del NT parte de su fundación (la obra de Jesús en su significado teológico: desde la venida del reino a pentecostés); luego pasa a su punto central: el kerigma como principio de la reflexión de fe sobre la obra de Jesús, para considerar luego cómo la tradición de Jesús es recibida y desarrollada por Pablo (Ef y las cartas pastorales no serí­an de Pablo) y por los escritos pospaulinos. Pablo no es leí­do en clave antropológica existencial (Bultmann) ni sobre el fondo de una «historia de la salvación» entendida en su relación con el AT (Rom 4), como hacen Kümmel y Ridderbos, sino como desarrollo de la tradición de Cristo en su acontecimiento salví­fico, acogido e interpretado.

La gran teologí­a del NT del americano G.E. Ladd (Grand Rapids, 1974), aunque intenta seguirla orientación culmanniana de «historia de la salvación», vuelve en realidad a la teologí­a descriptiva de tipo doctrinal, rechazando el método histórico-crí­tico, unido a un escaso esfuerzo de interpretación.

3. LA ORIENTACIí“N HISTí“RICO-POSITIVA. Agrupamos bajo este tí­tulo genérico aquellas teologí­as del NT que siguen una exposición histórica, fundándola en el método histórico-crí­tico, y no en el kerigma ni en una concepción unitaria de «historia de la salvación». Por encima del método todaví­a no cualificante, las opciones hermenéuticas son diversas en los varios autores que se pueden colocar en esta orientación. Nos detenemos en los que consideramos los dos exponentes principales: Kümmel y Jeremias.

W.G. Kümmel escribe una teologí­a del NT según los principales testimonios del NT: Jesús, Pablo y Juan (Teologí­a del NT, Brescia 1976). Aparece en primer plano una polémica intencional con Bultmann y la escuela kerigmática, en que evita cuidadosamente la terminologí­a de la hermenéutica existencial, comenzando por la palabra kerigma. Se atiene con rigor al método histórico-crí­tico para volver al mensaje del Jesús histórico y a la tradición de la Iglesia primitiva. En semejante orientación, en la que se da la preferencia a la reconstrucción crí­tica, el problema crucial es el de la unidad teológica de los escritos del NT, discutida ya por Lutero: «El cometido de una teologí­a del NT sólo puede ser… el de hacer hablar antes de nada a cada uno de los autores según su lenguaje, y sólo en un segundo momento preguntarse por la unidad que de ahí­ puede seguirse, o también comprobar las diferencias no conciliables». Esta unidad o centro del NT la descubre Kümmel en un tema teológico principal, que aparece en los tres testimonios principales del NT: «Ellos están de acuerdo en anunciar que Dios hizo comenzar en Jesucristo la salvación prometida para el fin del mundo; que Dios en este acontecimiento de Cristo ha venido a nuestro encuentro y que quiere encontrarnos como Padre que intenta librarnos de la esclavitud del mundo y hacernos capaces de un amor efectivo. Que ese centro del NT es cierto no lo puede establecer el historiador…», sino el creyente. Así­ pues, la salvación presente y futura es el verdadero centro del NT, tesis querida de Kümmel. De todos modos, se queda uno perplejo al ver a Jesús puesto entre los testimonios principales, junto con Pablo y Juan. Además, el afán del historiador por la reconstrucción disminuye el interés por la verdadera y auténtica interpretación teológica.

J. Jeremias sólo tuvo ocasión de escribir la primera parte de su teologí­a del NT, pero para él la más importante y decisiva: La predicación de Jesús (Sí­gueme, Salamanca 19804). Lo que para Bultmann es sólo un presupuesto histórico de la teologí­a del NT, es en cambio para Jeremias su centro: la predicación y el mensaje del Jesús histórico. El principio teológico-hermenéutico que le guí­a se expresa en una obra poco voluminosa: II problema del Gesú storico (Brescia 1964). Evangelio de Jesús y kerigma en la Iglesia se consideran, respectivamente, como llamada de Dios y respuesta a él: «Esta respuesta procede siempre en doble dirección: es adoración laudativa de Dios y es testimonio ante el mundo. La respuesta está inspirada por el Espí­ritu de Dios, pero no es parte de la llamada. El elemento decisivo es la llamada, no la respuesta. El testimonio multiforme de fe de la comunidad primitiva, de Pablo, de Juan…, se debe medir por la predicación de Jesús. En nuestra protesta contra la planificación de evangelio y kerigma entra el concepto de revelación. Según el testimonio del NT, el Lógos encarnado, y sólo él, es la revelación de Dios. La predicación de la Iglesia de los orí­genes, por el contrario, es el testimonio, inspirado por el Espí­ritu, de la revelación. El testimonio de la Iglesia no es él mismo revelación» (p. 39). Jeremias parece identificar aquí­ revelación y teologí­a, cerrando además la revelación con el Jesús terreno. Pero puede que sólo intente poner de manifiesto la importancia fundamental de una teologí­a del NT, pues la segunda parte (nunca realizada) se concibe como respuesta a la predicación de Jesús y válida en cuanto respuesta (p. 355 de la Teologí­a del NT, 4.a ed.). El principio teológico en el cual se funda es el de la encarnación, pero entendido de modo más riguroso incluso que en el evangelio de Juan, en el cual Jesús preanuncia la continuación y el cumplimiento de «su» revelación mediante el Paráclito. Es importante tener presente el principio teológico-hermenéutico de Jeremias, que permite comprender su gigantesco esfuerzo por aprontar un instrumento crí­tico riguroso con el que poder llegar a la predicación del Jesús histórico, «porque nada ni nadie más que el Hijo del hombre, que su palabra… pueden conferir plenitud de autoridad a nuestra predicación» (Las parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella 1976, 142). Con las debidas reservas sobre su radicalidad teológica, hay que tener presente de todas formas la protesta de Jeremias contra la teologí­a kerigmática del NT.

4. LA ORIENTACIí“N SISTEMíTICA. El que estructura la teologí­a del NT por grandes temas, en general se inspira en los tratados de teologí­a sistemática. Existe, pues, el peligro de que se pierda ya sea la reconstrucción histórica, ya la verdadera y auténtica interpretación. Por eso es la más problemática.

La obra reciente más significativa en esta lí­nea es la teologí­a del NT del exegeta católico K.H. Schelkle, en cuatro partes y cinco volúmenes (cuatro en la ed. española, Herder, Barcelona 1975-1978). Las grandes temáticas son las siguientes: I. Creación: mundo, tiempo, hombre. II. Dios estaba en Cristo, que incluye la teologí­a trinitaria en la cristologí­a. III. Ethos cristiano, organizado en 25 temas que cubren el área de la moral fundamental y especial. IV. Consumación de la creación y de la salvación, o sea escatologí­a presente y futura; la comunidad de los discí­pulos y la Iglesia: eclesiologí­a y sacramentos. Cada una de las cinco partes podrí­a considerársela como independiente, pues han sido publicadas en tiempos diversos y con diversas modalidades. Una reflexión metodológica y teórica se registra sólo en el volumen III (pp. 13-38: versión ligeramente diversa de un artí­culo precedente). Una tesis teológica sirve de guí­a a esta obra: «La Escritura es palabra de Dios». «Habrá que definir una teologí­a del NT como una `palabra acerca de Dios’ sobre la base de la palabra con que Dios se revela en la nueva alianza, que incluye asimismo la antigua alianza, y que está consignada en el libro del NT como testimonio de esa revelación» (III, p. 14). Del hecho de ser el NT «palabra de Dios» o «testimonio de la palabra» deriva su unidad fundamental, dentro de la variedad de la evolución histórica y de los autores. Esa unidad no es sólo de pensamiento, sino de «historia de la salvación» dentro del NT en su relación con el AT. Esta búsqueda de una unidad dinámica aparece sobre todo en el volumen I. Pero luego cada volumen tiene su principio hermenéutico de unidad: en el 1 son la creación y el Dios creador, que superan las tensiones negativas, presentes en el mundo, con la apertura a la redención, y por tanto a la cristologí­a, tema del volumen sucesivo. En el II el centro lo ocupa Cristo, en el cual encuentra unidad la revelación histórica del Dios trino. En el III, el principio hermenéutico del éthos cristiano es la obediencia de la fe. Más difí­cil es discernirlo en los volúmenes IV y V. La unidad del conjunto es más teológica que hermenéutica. Aunque útil como término inmediato de confrontación con la teologí­a dogmática, no corresponde, sin embargo, a un proyecto ideal de teologí­a bí­blica, que en la estructura y en el principio hermenéutico debe inspirarse en el NT y en su ambiente vital, y no en la teologí­a posterior. Las teologí­as de este género acaban siendo una «teologí­a según la Biblia» más que una «teologí­a de la Biblia»; esta distinción de Wrede la ha recogido y tematizado Ebeling.

5. ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO. Para concluir, deseo aludir brevemente a los intentos de una teologí­a de la Biblia que comprenden A y NT.

H. Clavier, profesor calvinista de la universidad de Estrasburgo, al término de su larga carrera, en el 1976, realizó un proyecto acariciado desde los años de su juventud: escribir una teologí­a bí­blica del AT y del NT siguiendo las grandes corrientes de pensamiento presentes en la Biblia: la arcaica o mí­tica, la mí­stica, la profética y la cultual. La tesis hermenéutica, o sea, la intención, es poner de manifiesto la unidad y la variedad del pensamiento bí­blico (Les variétés de la pensée biblique et le probléme de son unité, Leiden 1976). La unidad es contemplada en la persona de Jesús, cumplimiento del AT y centro del NT. La variedad, presente en las corrientes de pensamiento que atraviesan los dos Testamentos, se exagera por una dedicación puntillosa a una ciencia histórica positivista que es ya un sueño del pasado a la luz de la actual conciencia hermenéutica. La teologí­a bí­blica de Clavier es significativa sólo como testimonio de una etapa ya pasada: la dominada por la búsqueda afanosa de la objetividad histórica mediante una crí­tica elevada a dogma. Pero la precomprensión calvinista de Clavier es harto evidente en su áspera polémica anticatólica, que está fuera de moda. Sin embargo, plantea problemas reales sobre la unidad y la variedad del pensamiento bí­blico, aunque responde de un modo erróneo.

Más modesto, aunque más sugestivo, es el intento de teologí­a bí­blica de S. Terrien (The Elusive Presence, Towards a New Biblical Theology, Nueva York – San Francisco – Londres 1978). Terrien contempla la continuidad, y por tanto la unidad entre AT y NT, en el «Deus absconditus atque praesens» experimentado en la fe. La descubre en las apariciones de Dios a los patriarcas, en la teofaní­a del Sinaí­, en la presencia de Dios en el templo, en las visiones proféticas, en las expresiones de la presencia de Dios contenidas en los salmos y en los libros sapienciales, en la expectativa de una epifaní­a de Yhwh hasta en la presencia de Dios en la Palabra, lo mismo en el AT que en el NT, que alcanza su culminación en el relato de la transfiguración, en la experiencia de Pablo en el camino de Damasco y en las expresiones neotestamentarias sobre la glorificación del nombre de Dios (el nuevo templo, el templo del Espí­ritu, el templo de su cuerpo).

Como se puede ver, hay una variedad de metodologí­as al componer una teologí­a del NT. Mas en estos últimos años ha surgido una exigencia común: la de una teologí­a bí­blica que sea verdaderamente teologí­a de toda la Biblia y que haga ver su unidad dinámica.

V. ¿HACIA UNA TEOLOGíA BíBLICA? En los años setenta comienza una nueva orientación en la teologí­a bí­blica. Se empieza a pensar (el primero fue Von Rad en la última parte de su Teologí­a del AT) [/ supra, III, Ic] que la división entre teologí­a del AT y del NT, que se remonta, con Gabler y Bauer, a los comienzos mismos de la disciplina [/ supra, I, 3], ha sido un camino equivocado, por lo que es preciso emprender uncamino nuevo. A Von Rad se asocian Schlier, Kraus, Goppelt y otros muchos. Una auténtica teologí­a de la Biblia deberí­a expresar el proceso de tradición que lleva desde el AT a los umbrales del NT; o bien deberí­a ser una teologí­a del NT abierta al AT que intente unir tradiciones e interpretaciones de las tradiciones del AT y del NT. Ante esta exigencia se han formulado tres respuestas diversas. Dado que los estudiosos del AT están aún lejos de estar de acuerdo sobre un centro, y por tanto sobre la unidad del AT, ese proyecto no se podrá pensar más que a partir del NT. Las premisas teológicas las hemos recordado ya al hablar del método [I supra, II]: el canon bí­blico único, aunque distinto, y la revelación histórica, que tiene su cumplimiento en Cristo.

La escuela bultmanniana (Grásser, Strecker, Becker, Schmithals, Klein), en cambio, aunque no excluye el proyecto en principio, sostiene que no es factible. En realidad, tiende a situar dialécticamente AT y NT: el AT como ley es superado en el NT; como historia del hombre que intenta salvarse así­ mismo, es negado mediante la justificación por la fe en Cristo; las mismas promesas del AT no se habrí­an cumplido. El NT respecto al AT es superación más bien que cumplimiento. El lazo histórico del NT con el AT pasa más bien a través de la literatura judí­a intertestamentaria (hay que recordar aquí­ que los protestantes, siguiendo la tradición humanista, tienen para el AT el canon breve, con lo cual excluyen del canon la literatura veterotestamentaria más cercana al NT).

A la escuela bultmanniana se opone la escuela de Tubinga (H. Gese y P. Stuhlmacher), la cual sostiene, en cambio, la posibilidad del proyecto, considerando no tanto las estructuras ontológicas semejantes cuanto el proceso de la revelación que termina en la muerte y resurrección de Cristo. En esta concepción, el AT serí­a una prehistoria del NT. Se han realizado intentos partiendo de cada uno de los temas ideológicos, como la ley, la justicia, la redención, pero sin gran éxito.

H. Hübner, en un artí­culo aparecido en Kerygma und Dogma (1981, 1-19), ha propuesto un camino más largo, pero según él más seguro: partir de la reflexión teológica de las teologí­as del NT sobre el AT. Y ha aducido dos ejemplos concretos: las citas del AT en Mateo, donde el AT es concebido como promesa que se cumple en el NT, y el tratamiento del AT en la carta a los Romanos de Pablo, donde éste no sólo acepta el AT como Escritura, sino en parte también como «ley» (mientras que en la carta a los Gálatas lo rechazaba de manera absoluta como «ley»). O. Merk, en su artí­culo de la Theologische Realenzyklopadie, de 1980, ha sugerido también el método de los pequeños pasajes con el estudio de concepciones comunes y de temas que enlazaban a ambos Testamentos (fidelidad de Dios, unicidad de Dios, etcétera).

Así­ pues, el único modo de llegar a una teologí­a bí­blica global parece ser hacer una teologí­a del AT partiendo del Nuevo. Tendrí­amos así­ «una teologí­a neotestamentaria del AT», según la feliz expresión de H. Hübner, justificada teológicamente por el hecho de ser Cristo el cumplimiento de la revelación histórica de Dios al hombre. En todo caso -como lo sostiene A. Bonora en este mismo artí­culo- existe la posibilidad y la legitimidad de una teologí­a del AT independiente [/supra, III, 3].

Hace unos años nació una revista que debate el problema de una teologí­a bí­blica: Horizons in Biblical Theology (Pittsburgh, 1979ss). Ya es significativo que todos los exegetas, cualquiera que sea su tendencia, si son creyentes, sientan la exigencia teológica de superar la división entre A y NT, creada por el uso del método histórico-crí­tico, y que se orienten a dar la razón al canon bí­blico y a la tradición viva de la Iglesia, que ha leí­do siempre el AT a la luz del Nuevo, y viceversa. Quizá sea éste el cometido que tiene ante sí­ la teologí­a bí­blica actual. Serí­a ya un avance que en las futuras teologí­as del NT hubiese al menos un capí­tulo que tratase la teologí­a neotestamentaria del AT [/ Exégesis bí­blica; / Escritura].

G. Segalla
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IV. BULTMANN R., Teologí­a del Nuevo Testamento, Sí­gueme, Salamanca 1981; CULLMANN O., Il mistero della redenzione nella storia, Bolonia 1966 (Historia de la salvación, Pení­nsula 1968); CONZELMANN H., Teologí­a del NT, Brescia 1972; GOPPELT L., Teologí­a del NT, Brescia, I, 1982; II, 1983; GRECH P., Le ideefondamentali el NT, Módena 1968; LOHSE E., Grundriss der Neutestamentlichen Theologie, Stuttgart 1974; JEREMIAS J., Teologí­a del NT I. La predicación de Jesús, Sí­gueme, Salamanca 19804; KCMMEL W.G., La teologia del NT: Gesú-Paolo-Giovanni, Brescia 1976; PENNA R., Saggio Bulla teologia del NT, en II messagio della salvezza V, Turí­n 1968, 1138-1311; SCHELKLE K., Teologí­a del NT, Herder, Barcelona 1975; SCHNACKENBURG R., La teologí­a del Nuevo Testamento, DDB, Bilbao 1967; SEGALLA G., Rassegna di Teologia del NT, en «Studia Patavina» 16 (1969) 131-149; ID, Orientamenti ermeneutici nelle «Teologie del NT»en «Studia Patavina» 16 (1969) 305-317; ID, Quindici anni di Teologie del NT, en «RBit» 27 (1979) 359-395.
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P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Sumario: 1. Historia: 1. Los comienzos: Biblia y teologí­a; 2. De la teologí­a a la razón crí­tica; 3. De la doctrina a la historia (Gabler y Bauer); 4. De la historia a su interpretación (F.Ch. Baur); 5. De la historia a la historia religiosa; 6. De la historia religiosa al †œkerigma†; 7. Del †œkerigma† al pluralismo metodológico. II. Método: 1. El método histórico-crí­tico; 2. El método teológico; 3. Principio hermenéutico y estructura. III. Teologí­a delAT: orientaciones actuales: 1. Crisis de la teologí­a del AT; 2. Métodos en uso: a) El método descriptivo, b) El método dogmático-didáctico, c) El método dia-crónico, d) El método selectivo del centro temático; 3. Conclusión. IV. Teologí­a del NT: orientaciones actuales: 1. La orientación históricokerigmática; 2. La orientación de †œhistoria de la salvación†; 3. La orientación histórico-positiva; 4. La orientación sistemática; 5. Antiguo y Nuevo Testamento. V. ¿Hacia una teologí­a bí­blica?
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1. HISTORIA.
Para saber enseguida de qué se trata, comenzamos con una definición provisional de teologí­a bí­blica: es †œla comprensión unitaria expresada en una sí­ntesis doctrinal, crí­tica, orgánica y progresiva de la revelación histórica de la Biblia (o bien del AT y del NT) en torno a categorí­as propias, a la luz de la fe personal y eclesial†. Para comprender sus problemas debemos ante todo conocer su historia.
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1. Los comienzos: Biblia y teologí­a.
El camino hacia la teologí­a bí­blica lo prepararon los humanistas (Lorenzo Valla, Erasmo), que propiciaron la vuelta a los textos originales de la Biblia. Sobre la onda del humanismo, Lutero pudo proponer su principio de la †œsola Scriptura†, que dio el impulso decisivo. Pero él, aunque escribió traducciones y comentarios a la Biblia, no compuso nunca una teologí­a bí­blica. Sólo después de unos cien años se llegó a la palabra.
Los antecesores de la teologí­a bí­blica fueron obras que pulularon entre los años 1500 y 1700, llamadas †œCollegia bí­blica†. Eran prontuarios de pasajes escriturí­sticos organizados según las tesis del sí­mbolo de fe luterano o de la teologí­a sistemática. Estas obras no practicaban aún ninguna interpretación del texto sagrado, sino que eran solamente instrumentos al servicio de la teologí­a dogmática luterana.
El nombre †œteologí­a bí­blica† lo usó por primera vez W. J. Christmann en el 1629; pero de su obra nos ha quedado sólo el tí­tulo en los catálogos. La primera obra que poseemos con este nombre es la de Henricus a Dienst: Theologia bí­blica, editada en Denver en el 1643. Pero no se aparta de los †œCollegia bí­blica† ya mencionados.
La separación de la teologí­a bí­blica de la dogmática se vio favorecida por el pietismo a finales del siglo xviii, en el ambiente de los †œCollegia philobiblica† o †œpietatis†, donde se meditaba con afecto la Biblia. El contacto personal con la escritura se contraponí­a a la teologí­a escolástica, frí­a; por lo cual se sintió la necesidad de hacer una teologí­a sacada de la †œsola† Sagrada Escritura (A.F. Bü-sching, Epitome theologiae e solis sa-cris literis concinnata, Gotinga 1756). De todas formas, ni la práctica de los †œloci theologici† ni el pietismo distinguí­an la teologí­a bí­blica de la sistemática. Pues los primeros pensaban fundar la teologí­a en la Escritura recogiendo los textos que probaban las verdades de la fe; y los segundos identificaban la teologí­a con la teologí­a bí­blica, que a la postre habí­a de sustituir a la dogmática.
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2. De la teologí­a a la razón crí­tica.
Con el pietismo la teologí­a bí­blica se presentaba como rival de la dogmática y querí­a sustituirla. Pero sólo con el iluminismo se presenta la teologí­a bí­blica como ciencia crí­tica de la teologí­a sistemática. Las premisas son: el deí­smo, para el cual el último juez de la verdad es la razón; y la crí­tica histórica, que se sirve de un rico material puesto a disposición por la filologí­a y por la investigación histórica aplicada a la Biblia; en ella habí­a que encontrar la religión racional o según la razón. Lo que en los textos parecí­a contrario a la razón se atribuí­a a la mentalidad primitiva y al mito, que revestí­a las ideas (C.G. Heme para el AT y J.G. Eichhorn para el NT). No ya la teologí­a, sino la razón se convertí­a en el criterio para
comprender la Escritura. La teologí­a bí­blica iluminista se fundaba, pues, en la autoridad de la razón más que en la Biblia. Se partí­a de la convicción de que las verdades de la razón estaban contenidas en la Biblia. El fin era apologético: hacer que aceptaran el libro sagrado los hombres de cultura, racionalistas, de su tiempo. El producto más refinado de este estadio iluminista es la obra en cuatro volúmenes de G.T. Zachariá (1729-1 777) titulada Biblische Theo-logie (Gotinga-Kiel 1771-1 775). Zachariá refuta el método precedente de los †œdicta probantia†. No basta citar los textos bí­blicos. Es preciso interpretarlos de modo que se vea lo que es válido o no en la teologí­a sistemática. Habí­a comprendido, pues, la necesidad de la interpretación y asignaba al proceso interpretativo de la Biblia una función crí­tica respecto a la teologí­a:
†œPor tanto, olví­dese por algún tiempo el sistema doctrinal de nuestra Iglesia y, a través de un atento estudio de toda la Escritura, búsquese determinar nosotros mismos las doctrinas teológicas en ella contenidas; se tendrá así­ una nueva teologí­a…, la auténtica teologí­a bí­blica†, que se ha de considerar como criterio último de verdad, con el cual confrontar las tesis teológicas. Zachariá seguí­a identificando el contenido de la Biblia con las enseñanzas de la fe; su interés, aunque crí­tico, se centraba todaví­a en la teologí­a sistemática.
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3. De la doctrina a la historia (Gabler y Bauer).
El paso metodológico decisivo para el establecimiento de una verdadera y auténtica teologí­a bí­blica, distinta de la sistemática, lo dio J.Ph. Gabler (1753-1826) con su discurso inaugural en la universidad de Altdorf, titulado De justo discrimine theologiae biblicae et dogmaticae regundisque recle utrius que finibus (1787). Su célebre tesis suena así­: †œLa teologí­a bí­blica tiene carácter histórico, ya que transmite lo que los hagiógrafos pensaron sobre las cosas divinas; la teologí­a dogmática, en cambio, tiene carácter didáctico, pues enseña lo que todo teólogo según su capacidad o la cultura del tiempo, según las circunstancias, el tiempo, el lugar, las sectas, la escuela y otras cosas por el estilo filosofa sobre las cosas divinas†. La teologí­a bí­blica, por argumentar históricamente, permanece en sí­ siempre igual, aunque es presentada en forma diversa según los varios sistemas; en cambio, la teologí­a dogmática está sujeta a las varias mutaciones de las otras disciplinas a las que está ligada. Por eso era preciso separar lo que era humano (teologí­a dogmática) de lo que era divino (teologí­a bí­blica), para ponerse al abrigo del ataque de los racionalistas. Adentrándose en el tema especí­fico de la teologí­a bí­blica, poní­a de relieve la diversidad de tiempos y de autores bí­blicos, sosteniendo la parte del autor humano, aunque poseí­a el carisma de la inspiración. Los autores del A y del NT son colocados ante todo en su secuencia temporal, distinguiendo las concepciones religiosas sucesivas de los patriarcas, de Moisés, etc.; sólo en un segundo momento se pasaba a una confrontación para destacar las enseñanzas comunes a los varios autores, válidas para todos y para todos los tiempos.
G.L. Bauer (1755-1 806) es el primero en aplicar el método histórico-crí­tico en la composición de una teologí­a bí­blica, aunque no sigue en su estructura la metodologí­a propuesta por Gabler. Quiere demostrar la evolución de la teorí­a de la religión del A al NT, donde alcanza su culminación con la religión racional. Los diversos autores bí­blicos son presentados sucesivamente según temas comunes (cristologí­a, teologí­a, antropologí­a) y sólo yuxtapuestos los unos a los otros. Por eso a la reconstrucción histórico-literaria no corresponde la interpretación teológica, como querí­a Gabler. Se termina así­ teniendo diversas teologí­as, yuxtapuestas las unas a las otras, sin relación entre sí­. En la interpretación de los textos Bauer no es muy personal; a menudo se contenta con referir de modo ordenado las opiniones de varios autores, quizá por miedo a ser acusado de racionalista. El predominio del método histórico sobre el teológico, además de preferir la reconstrucción a la interpretación, conduce enseguida a la división entre teologí­a del AT y teologí­a del NT (Biblische Theolo-gie des AT, Leipzig 1796; Biblische Theologie des NT, 4 vols., Leipzig 1800-1 802). Esta división, que rompe la unidad teológica del canon, permanece prácticamente hasta hoy.
El influjo de Gabler y de Bauer fue grande. Después de ellos hubo quien siguió el método puramente histórico y quien sólo el teológico. Pero las mejores realizaciones se debieron a los que practicaron el método histórico unido al teológico. El autor más válido fue F.G.C. von Colí­n, que escribió una teologí­a bí­blica en dos volúmenes, uno para el AT y otro para el NT, publicada postumamente (Leipzig 1836).
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4. De la historia a su interpretación (F.Ch. Baur).
El rico estadio de la teologí­a bí­blica iluminista, aunque propuso y usó el método histórico, iba aún preferentemente dirigido a la reconstrucción de modo descriptivo, pues no habí­a conseguido formular un principio interpretativo unitario. Se habí­a dado cuenta de la importancia del ambiente cultural de la Biblia (filologí­a, mentalidad, mito…), pero no de la del ambiente vital, es decir, de la comunidad en la cual y por la cual fueron transmitidos y luego escritos los libros de la Biblia. Fue F.Ch. Baur (1792-1 860), fundador de la escuela de Tu-binga, el que introdujo en la teologí­a del NT un principio unitario: herme-néutico y estructural. Para comprender la teologí­a del NT de Baur hay que tener presente la preparación histórico- crí­tica que él adquirió. Estudió la literatura del NT y la historia del cristianismo primitivo. En cuanto a la literatura, comienza con las cartas de Pablo, reducidas a cuatro (Gal, Rom, l-2Co); Baur separa además el cuarto evangelio de los otros tres. En cuanto a la historia del cristianismo primitivo, ve su evolución en forma dialéctica según la lógica hegelia-na: la tendencia petrina del judeo-crisüanismo, la paulina del cristianismo helení­stico, la protocatólica de sí­ntesis, representada por la literatura juanista. En su Theologie des NT, publicación postuma (Leipzig 1864), en vez de presentar a los autores el uno después del otro sin notar las relaciones entre ellos (como habí­a hecho Bauer), los presenta en bloques unitarios y en relación dinámica entre sí­ de contraposición o de integración. La religión de Jesús, puramente moral, deducida de los evangelios sinópticos (especialmente de Mateo), no pertenece, según Baur, a la teologí­a del NT, sino a sus premisas. La verdadera y auténtica teologí­a comienza sólo con la fe de los apóstoles. Semejante planteamiento continuará en la teologí­a liberal e influirá también en la teologí­a del NT de Bultmann. Además de esta reconstrucción unitaria, también la interpretación lo es; también ella se inspira en la filosofí­a de Hegel, en su concepción positiva de la historia como desarrollo del espí­ritu humano hacia la conciencia, la libertad y la interiorización. En el iluminismo, el ambiente histórico-cultural de la Biblia se concebí­a como un revestimiento secundario de las verdades de razón. En cambio, para Baur la reflexión sobre la historia es el medio para alcanzar la verdad, que sólo se puede captar en la historia, en la totalidad del desarrollo histórico del espí­ritu humano. También este principio hermenéutico encuentra una analogí­a en la teologí­a del NT de Bultmann, el cual utiliza como principio hermenéutico la
autocomprensión de sí­ en la fe.
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5. DE LA HISTORIA A LA HISTORIA religiosa.
La segunda mitad del siglo XIX está dominada por el romanticismo y por el liberalismo, por las grandes investigaciones históricas positivas y por el consiguiente nacimiento del método histórico-religio-so (Religionsgeschichte Schule). Omitimos la corriente romántico-liberal, cuyo mejor producto es la Theologie des NT, de H.J. Holtzmann, en dos volúmenes (Friburgo-Leipzig 1896-97), y nos detenemos en la escuela histórico-religiosa por el influjo que ha ejercido y que sigue ejerciendo en la teologí­a bí­blica de nuestro siglo. Iniciadores de esta escuela fueron el teólogo sistemático E. Troeltsch y el cí­rculo de Gotinga. Tres son sus principios metodológicos de fondo: el de la crí­tica (duda crí­tica) y los de la analogí­a y la correlación de los acontecimientos históricos entre sí­. W. Wrede (1857-1 906) lo aplica a la teologí­a del NTcon su famoso escrito programático Über die Aufgabe und Methode des sogenannten NT (Gotinga 1897). Critica el método histórico como se solí­a practicar en teologí­a bí­blica por estar adulterado por el teológico. En consecuencia, sostiene el método histórico puro, independiente de los supuestos teológicos de la inspiración y del canon. La Biblia no contiene una historia de ideas, sino una historia del espí­ritu y de las experiencias religiosas, una historia de la religión. Por eso no tiene ya sentido hablar de †œteologí­a† ni de †œteologí­a bí­blica†. De hecho, las obras de teologí­a bí­blica, fruto de este método historicista, no llevan ya el tí­tulo de †œteologí­a†, sino el de †œreligión†: †œLa religión de Israel† para el AT y †œLa religión de Jesús y del cristianismo primitivo† para el NT. Para el AT, los nombres más conocidos son los de A. Eichhorn, H. Gunkel y H. Gressmann. Para el NT, J. Weis, H. Weinel y sobre todo W. Bousset con su obra de teologí­a bí­blica Kyrios Christós (Gotinga 1913; 19655), en la cual, siguiendo el principio metodológico de Wrede, supera el canon del NT llegando hasta Ireneo, imitado en esto por R. Bultmann. El error del positivismo histórico es pensar ingenuamente que es posible una posición crí­tica neutral ante la historia. Semejante ingenuidad ha sido demostrada por la hermenéutica, que quita la razón a Wrede y confirma la necesidad de unir al método histórico el teológico para una verdadera y auténtica teologí­a bí­blica.
Las obras de este perí­odo, marcado por el método histórico-religioso, destacan por la erudición y la reconstrucción histórica; en cambio pecan por la interpretación teológica. Contra la escuela histórico- religiosa y su método positivista, calificado de †œateo†, combatió aisladamente A. Schlatter, revalorizado hoy como exegeta y como teólogo.
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6. De la historia religiosa al †œkerigma†.
Un giro positivo para la teologí­a bí­blica es el marcado por la teologí­a dialéctica, iniciada después de la primera guerra mundial por K. Barth, al cual se adhirió los primeros años también R. Bultmann. Es recuperado el método teológico, a veces de modo radical, respecto al histórico-crí­tico. La teologí­a dialéctica se sitúa así­ en neto contraste con la liberal precedente, que exaltaba la religión, humillando la fe y la teologí­a. Esta nueva teologí­a, que implica un nuevo método, que comprende en primer lugar la fe, coloca en el centro la palabra de Dios y el kerigma como mensaje dirigido por Dios al hombre, y no ya en primer lugar como verdad que creer o como historia religiosa que estudiar con el método histórico-crí­tico. La intención pastoral que anima a este nuevo método es la de hacer actual la palabra de Dios contenida en la Escritura. Las dos realizaciones de teologí­a bí­blica que dominan el campo a mediados de nuestro siglo son la de G. von Rad para el AT y la de R. Bultmann para el NT, ambas influidas por la teologí­a kerigmática, si bien de modo diverso. Como Von Rad es presentado luego, en / III, 2c, nos limitamos aquí­ a exponer la teologí­a del NT de R. Bultmann(Theologie des NT, Tu-binga 1948-53; 1977†™).
Esta resume la mejor tradición crí­tica a partir de la escuela de Tubinga. Al método histórico-crí­tico más riguroso, que le permite una reconstrucción histórica de la teologí­a del NT (de acuerdo en esto con la importancia del método histórico-crí­tico, en contra de K. Barth), une una fuerte sensibilidad hermenéutica:
la auto-comprensión de sí­ en la fe frente al kerigma, utilizando la filosofí­a de la existencia del primer Heidegger. La fuerza de Bultmann estriba justamente en la interpretación, en el significado teológico- existencial que consigue sacar a luz. De ese modo interpreta bien muchos textos bí­blicos, especialmente los de Pablo y de Juan, pero deja otros en la sombra. Es, pues, una teologí­a parcial y unilateral; Jesús como profeta escatoló-gico pertenece sólo a las premisas de la teologí­a, como en Baur. La verdadera teologí­a del NT comienza con el kerigma: el judí­o y el helení­stico. En realidad, Bultmann la identifica luego con la de Pablo y de Juan. Ya con las cartas deuteropaulinas comienza el declive hacia el
protocatolicismo, que se consuma al llegar a Ireneo. Bultmann, pues, presenta la teologí­a del NT superando el canon, en lo cual sigue a Bousset. A pesar de los lí­mites y de las crí­ticas que se pueden formular tanto a nivel de reconstrucción histórico-literaria como a nivel de interpretación, la teologí­a del NT de Bultmann sigue siendo hoy una obra clásica, con la cual hay que contar [1 luego, IV, 11.
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7. DeI †œkerigma†™ al pluralisMO metodológico.
Se necesitaron quince años para que, después de Bultmann, apareciese una nueva teologí­a del NT. A partir de mediados de los años sesenta comienza de nuevo a pulular una multitud de teologí­as bí­blicas del A y del NT. Pero, prescindiendo de alguna excepción, a la cantidad no siempre responde la calidad. Por ello se habla de una crisis de la teologí­a bí­blica, en el sentido de que se asiste a un caos metodológico y se auspicia desde diversas partes la vuelta a una verdadera teologí­a bí­blica integral. Volveremos más adelante sobre este asunto [/luego, V], una vez que hayamos presentado las orientaciones actuales de teologí­a bí­blica del AT y del NT.
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II. METODO.
Por la historia brevemente pergeñada se ve con claridad que el principal problema de una teologí­a bí­blica ya desde los comienzos lo presenta el método. De hecho, la teologí­a bí­blica se distinguió de la teologí­a sistemática por su método en el tratamiento de los textos de la Biblia: el método histórico-literario y el histórico-crí­tico. Pero el método histórico, alrededor de un siglo después de Gabler, reclamó, con Wrede en el 1897, derechos absolutos sobre la teologí­a hasta el punto de situarse como alternativa del teológico. Con ello se perdí­a la misma teologí­a. Por eso es necesario practicar un equilibrio metodológico entre el método histórico-crí­tico y el teológico al construir una teologí­a bí­blica. ¿Cuál es entonces el estatuto de una teologí­a bí­blica? Hay unas premisas que respetar; está la práctica del doble método: histórico-crí­tico y teológico, y la elección de un principio hermenéutico y de una estructura.
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1. El método histórico-crí­tico.
La exigencia de practicar el método histórico-crí­tico al componer una teologí­a bí­blica está hoy fuera de discusión, justamente porque la teologí­a es la autocomprensión crí­tica de la fe bí­blica. Por otra parte, la Biblia es obra de Dios, pero a través de la obra literaria e histórica de los hagiógrafos. Por eso la ley de la encarnación requiere el uso del método histórico-crí­tico. Hoy no vivimos ya en un ambiente precrí­tico. Si acaso, la situación actual es poscrí­tica, en el sentido de que se relativiza el método histórico-crí­tico y se critica su pretensión absoluta. De modo radical lo rechazan sólo los fundamentalistas. Por eso la cuestión versa no tanto sobre el método cuanto sobre el modo de practicarlo, que a veces atomiza de tal forma el texto que no permite ya su comprensión, o bien acumula hipótesis crí­ticas sin suficiente fundamento, creando confusión. Pero †œabusus non tollit usum†™. El método histórico-crí­tico comprende un conjunto de crí­ticas, de las cuales las más fundamentales son la textual, la literaria y la histórica. Pero hoy la metodologí­a se amplí­a, y junto al método diacrónico de acercamiento a los textos se va afianzando el sincrónico del análisis estructural, que se presta mejor a comprender el texto actual de la Biblia. El método histórico-crí­tico es genético, y por tanto ayuda a la reconstrucción históri-co-literaria de la revelación bí­blica. Pero la interpretación, y con ella el sentido del texto, sólo se puede captar mediante una consideración unitaria del texto, como conjunto estructurado en orden a un fin: un mensaje que transmitir.
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2. El método teológico.
Si se quiere hacer teologí­a bí­blica, habrá que apreciar los dos términos: †œteologí­a† y †œbí­blica†. El primero indica la comprensión crí­tica de la fe como se contiene en la Biblia; el segundo, el ámbito de la revelación contenida en los libros sagrados. La categorí­a de la †œhistoria† no ha de separarse de la †œteologí­a†, como ocurrió en la metodologí­a histórico-religiosa; pero tampoco la teologí­a se ha de separar de la historia, como ha sucedido en la teologí­a kerigmática más radical.
De estas premisas generales pasamos a exponer los contenidos del método teológico. La fe teológica presupone: la revelación de Dios en la historia, que ha tenido su culminación y cumplimiento en Cristo, Verbo encarnado; la inspiración de la Sagrada Escritura, que abarca el canon; la relación de la literatura bí­blica con la historia de la salvación allí­ narrada e interpretada; en la interpretación, el cí­rculo hermenéutico con la tradición viva de la Iglesia y con el magisterio. Estos supuestos del método teológico no resuelven ciertamente el problema de una teologí­a bí­blica, sino que más bien lo plantean. Deseo recordar aquí­ a este respecto sólo tres puntos problemáticos.
Ante todo el problema de la unidad histórica y teológica, pues el canon es un dato de fe, no una delimitación de libros, resultado de una crí­tica histórica. La unidad de la teologí­a bí­blica desde que se comenzó a aplicar el método histórico-crí­tico se ha convertido en un problema, pues se ha considerado el AT y el NT como dos entidades históricas separadas, ligadas entre sí­ por la literatura del judaismo tardí­o y la apócrifa. Por eso, desde que se comenzó a aplicar el método histórico, se dividió la teologí­a bí­blica del AT de la del NT, división que continuó, como se ve también por este artí­culo. Si se pasa luego de la unidad histórica a la teológica, el problema se agudiza aún más, especialmente para el AT, y en parte también para el NT; y mucho más, por supuesto, para la unidad de los dos Testamentos. En realidad, las mejores teologí­as bí­blicas presentan la comprensión crí­tica de la fe bí­blica en términos de evolución o proceso histórico y teológico. Para superar esa dificultad se ha buscado un centro unitario del AT (p.ej., la alianza en la teologí­a del AT de Eichrodt) y del NT (la persona de Jesús, la justificación mediante la fe…); se trata del problema conocido en el ambiente protestante como búsqueda del †œcentro del canon†, un centro crí­tico que deberí­a dar unidad al canon. A mi entender, el centro crí­tico de una teologí­a crí­tica del AT no puede ser más que el NT, el cual apela explí­cita o implí­citamente al AT. El cí­rculo hermenéutico debe moverse, pues, del NT al AT. En el NT el centro es indudablemente la persona de Cristo en su condición divina y humana y en su existencia terrena y celestial.
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El segundo problema es la relación entre historia y verdad trascendente a la historia, pero en ella presente. Mientras que la historia es objeto de la razón crí­tica, la verdad trascendente a la historia no puede ser más que objeto de la fe, aunque no es una realidad abstracta, sino de experiencia y de vida: la existencia y la vida nueva en Cristo.
Finalmente, para la interpretación teológica de la Biblia es fundamental el cí­rculo hermenéutico entre Biblia y tradición viva. La tradición que transmite y narra la historia sagrada, la palabra de los profetas, las sentencias y las oraciones de los sabios, la palabra de Jesús y a Jesús-Palabra, al mismo tiempo la interpreta y la reinterpreta continuamente dentro de un proceso histórico-hermenéuti-co que, desde que la Biblia es †œcanon†, tiene en ella su punto de referencia seguro. Luego la tradición interpretadora continúa también hoy. Además del cí­rculo hermenéutico entre la Biblia, la tradición y el hoy, hay otro que es muy apreciado por algunos autores recientes (B.S. Childs): el cí­rculo hermenéutico entre el canon como Escritura y cada uno de los libros en él contenidos. El contexto más general en el que habrí­a que interpretar cada uno de los libros de la Escritura serí­a justamente el del canon.
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3. Principio hermenéutico y estructura.
¿Cómo intervienen el método histórico-crí­tico y el teológico en la construcción de una teologí­a bí­blica? Lo podemos inducir de las mejores teologí­as bí­blicas ya realizadas en los casi doscientos años de historia de esta disciplina. El problema de fondo es el de la relación entre reconstrucción e interpretación. La reconstrucción, si atañe a la historia, se vale preferentemente del método histórico-crí­tico, mientras que la interpretación debe valerse de los dos métodos juntamente. La reconstrucción impone también la estructura en una teologí­a bí­blica planteada históricamente. Pero hay que apresurarse a advertir que la estructura, que sigue la reconstrucción histórica, es también un elemento formal no calificador. En la calificación de la estructura y de sus partes interviene la interpretación. Por ejemplo, la obra y la enseñanza de Jesús en las teologí­as de Bauer (1800), de Jeremí­as, de Goppelt y de otros muchos son presentadas como fundamento de la teologí­a bí­blica del NT, mientras que en las de Baur (1864), de Bultmann, de Conzelmann y de otros son consideradas, en cambio, sólo como una premisa de la verdadera y auténtica teologí­a, que comienza con el kerigma y con la reflexión de fe sobre Jesús. Las dos valoraciones diversas influyen evidentemente también en el juicio teológico del Jesús terreno, de su predicación y de su obra. Para Bultmann, por ejemplo, Jesús es un profeta escatológico, que predica el reino de Dios y permanece en el ámbito del judaismo. Desde el punto de vista teológico, que es el †œespecí­fico† de una teologí­a bí­blica, de los dos elementos que entran en su construcción el más importante es sin duda la interpretación, y por tanto el principio hermenéutico unitario que anima su estructura. Desde ésta se puede juzgar si se trata de una comprensión crí­tica de la fe bí­blica o de una interpretación que se detiene en la historia sin llegar a la fe. Por eso A. Schlatter a una interpretación histórica que no llega a la fe la califica de †œatea†. Pero también cuando el principio hermenéutico es claramente teológico, se puede examinar crí­ticamente si es lo bastante comprensivo de fe e historia, de Biblia y tradición interpretativa, de canon y comprensión integral. La relación entre unidad teológica de fe y pluralidad histórica y teológica dentro del canon será siempre una relación en tensión, como la que se da entre teologí­a bí­blica y teológica sistemática. Pero, en todo caso, la búsqueda de la unidad oculta que, teológicamente hablando, depende de Dios, autor de esta historia y autor literario de la historia narrada, es condición imprescindible de la comprensión teológica. Cuanto más se consigue, no tanto afirmar cuanto mostrar y demostrar crí­ticamente la continuidad, los hilos ocultos que unen acontecimientos tan diversos y lejanos, libros y concepciones tan diversos y lejanos entre sí­ en el tiempo y en el género, tanto más se contribuye a la interpretación y comprensión propiamente teológica de la Biblia, y por tanto a una verdadera y auténtica teologí­a bí­blica. El †œcómo† depende, obviamente, de la genialidad de los exegetas y de los teólogos, que tienen por cometido interpretar la Biblia para la Iglesia de hoy.
G. Sega/lo
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III. TEOLOGIA DEL AT: ORIENTACIONES ACTUALES.
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1. Crisis de la teologí­a del AT.
La teologí­a bí­blica ha cumplido ya doscientos años, pues nació en el 1787 con la obra de J.Ph. Gabler [1 supra. 1, 3]. Mas, paradójicamente, hoy no existe consenso entre los exegetas sobre ninguno de los problemas fundamentales que plantea. Ningún perí­odo de su historia ha visto una crisis tan generalizada y profunda. No obstante, desde el 1969 hasta hoy han visto la luz al menos una quincena de obras de †œTeologí­a del AT†. Un interesante artí­culo de G. Hasel en la prestigiosa revista Zeitschriftfür Alttestamentliche Wis-senschaft(93 [1981] 165-1 83) documenta tanto la proliferación frenética de †œteologí­as bí­blicas† como la crisis de este ramo del saber teológico. Obviamente, la crisis no se puede superar multiplicando frenéticamente los intentos, repitiendo surcos ya trazados con variaciones superficiales, sino revisando el problema metodológico [/supra, II]. Pues la raí­z del problema es la cuestión del método o de la fundamentación hermenéutica; pero la / hermenéutica es problema filosófico-teológico. Puesto que se trata de †œteologí­a bí­blica†, donde el adjetivo no es más que una determinación material del sustantivo, dirí­a que se le pide al biblista que sea simplemente †œteólogo†. Pues lo que es fundamental para la teologí­a bí­blica es que sea verdaderamente teologí­a. Los principios de la teologí­a bí­blica no deben contradecir a principios de la teologí­a sin más.
La †œcrisis† de la teologí­a bí­blica, reconocida por todos y visible en diversos niveles, requiere, pues, un repensamiento del problema del método antes incluso que de sus contenidos. A este problema vamos a dedicar nuestra atención. Partiremos de un análisis de los métodos practicados y hechos valer en las obras publicadas, para dar una valoración crí­tica de ellos. No intentaremos aquí­ una propuesta positiva nueva, sino que nos bastará con informar sobre el problema hoy fundamental para cualquier intento de escribir una teologí­a bí­blica: la cuestión del método.
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2. Métodos en uso.
Cada †œTeologí­a del AT†, entre las publicadas, propone un método más o menos elaborado, más o menos explicitado. En las páginas que siguen intentaremos una agrupación o esquematiza-ción en cuatro métodos principales. Se trata, obviamente, de una clasificación que obedece a razones didácticas y que puede que no haga perfectamente justicia a las obras a las cuales se hace referencia; pero ello nos permite no demoramos demasiado. Para cada uno de los †œtipos† considerados citaremos una obra †œmuestra†™. Estos cuatro modelos sirven sobre todo para discernir las lí­neas de tendencia, sin pretender ser una definición rigurosa adecuada.
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a) El método descriptivo.
Es un método que define a la teologí­a bí­blica como disciplina histórica, mientras que concibe la dogmática como disciplina sistemática. Según este método, la teologí­a bí­blica tiene como cometido recoger con cuidado los conceptos y los términos, las opiniones y las ideas de los autores sagrados.
1) La† Teologí­a delA Tde E. Jacob (Teologí­a delAntiguo Testamento, Marova 1969). El autor da esta definición de la teologí­a del AT: †œLa teologí­a del Antiguo Testamento puede ser definida como la exposición sistemática de las nociones religiosas especí­ficas que se hallan en el conjunto del Antiguo Testamento y que constituyen su unidad profunda†. Notemos: el campo de investigación es el AT; la teologí­a es una exposición sistemática de nociones; las nociones que son objeto de la teologí­a bí­blica son las que constituyen la unidad profunda del AT. Se trata, como dice el autor, de una †œciencia descriptiva†. No es una historia de Israel; la piedad, las instituciones religiosas y la ética no forman parte del ámbito especí­fico de la teologí­a del AT; no es una historia de la religión de Israel. La teologí­a del AT †œno tratará más que de Dios y de su relación con el hombre y el mundo†. La unidad profunda del AT se ve alrededor del tema de la presencia y de la acción de Dios. Sin embargo, Jacob va mucho más allá para encontrar la unidad del AT cuando afirma: †œUna teologí­a del Antiguo Testamento que no esté fundamentada en ciertos versí­culos aislados, sino en el conjunto del AT, no puede ser sino una cristologí­a, porque es en Cristo donde se ha reunido y llevado a la perfección lo que en la antigua alianza se ha manifestado. (…) Una afirmación así­ no significa en absoluto que no debamos considerar el AT más que a la luz de su cumplimiento. (…) Fuera del principio de unidad de los dos Testamentos y afortiori de la unidad interna del AT mismo, no es posible hablar de una teologí­a del AT†. Pero no se pone en práctica ningún intento de lectura unitaria de la Biblia en clave cristológica.
Jacob afirma que se podrí­a también hablar, en vez de teologí­a, de †œfenomenologí­a del AT†. Admite él usar el término †œteologí­a†, pero lo entiende en †œsentido amplio†. La †œteologí­a en sentido estricto† es la teologí­a dogmática, a la cual el teólogo bí­blico procura los †œmateriales básicos†.
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2) Valoración crí­tica. En la concepción de la teologí­a bí­blica como ciencia descriptiva parece estar subyacente la distinción entre †˜lo que el texto significaba†, objeto de la teologí­a bí­blica, y †œlo que el texto significa†, objeto de la teologí­a sistemática. La intencionalidad encarnada literariamente en el texto bí­blico no puede variar con los tiempos: lo que el texto †œsignificaba† para la comunidad creyente que lo acogió y lo ha transmitido no puede ser diverso de lo que el texto †œsignifica† para los creyentes de hoy.
Además, nos parece que está en juego el sentido de teologí­a, que no es simplemente una ciencia histórica descriptiva, sino inteligencia de las razones lógicas de la fe bí­blica, †œjustificación† del sentido del texto bí­blico frente a la instancia crí­tica. La teologí­a no es simple reexposición ordenada y diligente de las †œteologí­as† contenidas en la Biblia, sino búsqueda de comprensión crí­tica de las razones lógicas de las diferentes teologí­as e inteligencia de su recí­proco nexo o coherencia dentro del discurso bí­blico.
No logramos evitar la impresión de que la noción de teologí­a bí­blica como disciplina puramente descriptiva e histórica tiende a considerar la revelación como doctrina. Jacob, en efecto, define la teologí­a del AT como †œexposición sistemática de nociones religiosas†; para él, el AT contiene una doctrina consiguiente a una revelación divina. La teologí­a del AT no harí­a más que exponer, con orden y sistemáticamente, la doctrina difundida y esparcida en el AT.
Está enjuego el sentido de †œteologí­a†, que Jacob está incluso dispuesto a olvidar en favor de †œfenomenologí­a†. Para nosotros, la teologí­a bí­blica es la comprensión crí­tica del testimonio-mediación canónico-nor-mativa de la revelación en la Biblia. Ello supone que una teologí­a del AT no puede prescindir de su centro, que es Jesucristo. La †œverdad† del AT no es distinta, por incompleta y en camino que esté, de la verdad de Jesucristo, cumplimiento del AT.
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b) El método dogmático-didáctico.
Hemos adoptado esta formulación para designar un método que toma de la dogmática el esquema de
tratamiento y sigue el planteamiento de los manuales, o sea una lí­nea didáctica. Muchas teologí­as bí­blicas, tanto del AT como del NT, son exposiciones sistemáticas de las ideas de la Biblia sobre Dios, hombre, pecado y salvación. El orden y el esquema expositivo se toman no de la Biblia misma, sino de los manuales de teologí­a dogmática.
1) La †œTeologí­a delAT† de M. Garcí­a Cordero. Este método lo sigue M. Garcí­a Cordero (Teologí­a de la Biblia, Antiguo Testamento, Madrid 1970). Para él la teologí­a bí­blica es teologí­a positiva, que ordena y sistematiza datos bí­blicos en un conjunto doctrinal, teniendo en cuenta tanto el proceso evolutivo ideológico ascendente de la historia de la salvación como la unidad doctrinal de la Biblia.
El esquema de la obra de Cordero se articula en cuatro partes: 1) las creencias: trata de Dios, de los ángeles y de la antropologí­a; 2) las esperanzas: trata de la espera mesiánica, del reino de Dios y de la escatologí­a; 3) las obligaciones religiosas y morales: trata de la moral del AT; 4) caí­da y rehabilitación del hombre: trata del pecado, de la conversión, del perdón de los pecados: el esquema evoca las tres virtudes teologales (fe, esperanza, caridad), con la adición sobre el pecado y la penitencia. La sistematización se toma siguiendo la teologí­a católica, no de la Biblia misma.
2) Valoración crí­tica. Ya por la breví­sima alusión hecha se puede comprender que este método es msatisfactorio, puesto que toma de la teologí­a sistemática lo que en cambio deberí­a pedir a la Biblia misma. La unidad teológica del AT se da por supuesta más bien que probarla y demostrarla; sin embargo, nos parece que la intención de indagar sobre la coherencia lógica del pensamiento del AT está en la lí­nea de una correcta noción de teologí­a bí­blica. Pero, sus-tancialmente, Cordero, con cuantos siguen este método, no abandona el terreno de la teologí­a entendida como disciplina histórica y descriptiva, aunque toma prestados de la dogmática los esquemas de pensamiento y el planteamiento formal del tratamiento. Esto no significa que la teologí­a bí­blica deba operar exclusivamente con categorí­as bí­blicas, a menos de caer en un biblismo radical y repetitivo. Ni siquiera las †œcategorí­as† bí­blicas pueden rehuir la criba crí­tica del teólogo bí­blico, el cual justamente mediante esta crí­tica intenta encontrar la revelación, con la cual ellas no se identifican perfectamente. Las categorí­as y el lenguaje bí­blicos son parte del testimonio canónico de la revelación; por eso no se los podrá dejar nunca a un lado, sino que también sobre ellos ha de ejercerse la crí­tica teológica. La teologí­a bí­blica tiene por objeto la revelación divina mediata y testimoniada normativamente -pero de modo históricamente situado- por la Biblia; y, a su vez, la teologí­a bí­blica está siempre históricamente situada, y por ello está siempre abierta a revisiones.
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c) El método diacrónico.
Es el método que abandona los parámetros de los conceptos escolásticos, no para limitarse a una simple exposición de la historia de la religión de Israel ni para seguir el proyecto irrealizable de una exacta cronologí­a del desarrollo de las ideas del AT. Es el método que nace del ejercicio exe-gético del llamado análisis crí­tico-histórico de la Biblia, que ha asumido plenamente en exégesis la categorí­a epocal de la historia.
1) La †œTeologí­a deIAT† de G. von Rad. Se trata de una obra que ha marcado una cesura epocal, de modo que los años de la teologí­a del AT se cuentan según †œantes† y †œdespués† de Von Rad; es actualmente la obra más eminente y significativa de nuestra disciplina; para algunos es incluso la realización de un sueño acariciado largo tiempo. En tales elogios hay su parte de retórica encomiástica; pero ciertamente la obra de G. vonRad Teologí­a deIAT(2 vols., Sigúeme, Salamanca 19825) es un punto de referencia ineludible.
El objeto esencial de una teologí­a del AT es la palabra viva de Yhwh tal como, en el mensaje de sus grandes obras, fue dirigida a Israel. Las grandes obras de Dios descubren y transmiten un mensaje en el cual resuena la palabra de Yhwh. Es obvio entonces que la teologí­a bí­blica tiene su punto de partida y su centro en la acción en la cual se ha revelado Yhwh. Las acciones históricas de Yhwh no podí­an captarse y expresarse sino mediante la fe y las profesiones de fe, primero en fórmulas breves y luego en sumarios de la historia salví­fica de carácter confesional que narraban en contextos más vastos la acción de Dios en la historia. Así­ Israel elaboró un conjunto de testimonios de su fe, en los cuales narraba las acciones históricas de Yhwh.
Por tanto, para Von Rad la teologí­a bí­blica no puede limitarse a exponer el pensamiento prescindiendo de la historia. Pero el orden de la exposición no será el cronológico de la crí­tica histórica, sino la sucesión de los acontecimientos tal como los ha visto la fe de Israel, o sea la sucesión de los hechos y las conexiones internas que el mismo Israel ha dispuesto. Por eso el teólogo bí­blico intentará identificarse í­ntegramente con la mentalidad teológica israelita, evitando reconstruir lí­neas ideales de conexión y contextos sistemáticos allí­ donde el mismo Israel no los ha visto o no los ha subrayado.
El cometido de una teologí­a bí­blica parece definirse por su función puramente histórico-descriptiva, y por ello -como dice Von Rad- la forma más legí­tima para tratar del AT bajo el aspecto teológico es siempre la de repetir sus narraciones (dic Nacherzáhlung) o repetir adecuadamente sus testimonios.
El teólogo bí­blico debe tener siempre presente, instruido por la exégesis crí­tico-histórica, cuánto difieren entre sí­ los testimonios aducidos por las diversas unidades literarias, de modo que no existe una sí­ntesis ni en la mente de los autores sagrados ni en los textos del AT. Por consiguiente, la teologí­a bí­blica deberá renunciar a una exposición sistemática u orgánica, porque un mundo conceptual religioso situado aposteriorien un contexto orgánico no serí­a más que una abstracción, ya que jamás existió en Israel de esa manera completa y sistemática. Además, a diferencia del NT, el AT no tiene un centro, dado que la manifestación de Jesucristo es el verdadero fin de la historia de Israel con Dios. Pero ese fin es †œextrí­nseco† al AT y no se puede tomar como criterio para la reconstrucción y la exposición de la teologí­a del AT. Puesto que el único principio unitario y el único elemento de continuidad es el pueblo de Israel en su testimonio histórico de fe, la teologí­a bí­blica no podrá sino asumir la forma de una Nacherzáhlungde los testimonios de Israel. Semejante noción de teologí­a bí­blica supone que es evidente que desde el principio al fin Israel parte del supuesto de la preeminencia del †œhecho† respecto al †œlógos†, es decir, mira preferentemente a coordinar e interpretar teológicamente el material transmitido, dando siempre la prioridad a la coherencia histórica más que a la lógico-teológica.
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La obra de Von Rad es una teologí­a de las tradiciones históricas (vol. 1) y proféticas (vol. II) de Israel. La expresión †œteologí­a de las tradiciones† es usada a menudo por el mismo Von Rad para definir su empresa teológica. Pues para él el objeto que la teologí­a tiene como mira no es el mundo religioso de Israel, ni sus condiciones espirituales, ni el conjunto de su fe, sino solamente lo que el mismo Israel directamente dijo de Yhwh. Los salmos, los libros sapienciales, los cuerpos legislativos no se han de considerar como tradiciones; constituyen la respuesta que dio Israel a la revelación de Yhwh, son la expresión de la situación en la que Israel se vio colocado por la revelación.
2) Valoración crí­tica. La obra de Von Rad es grandiosa y se ha impuesto como un resultado en muchos aspectos estimable. Sin embargo, él mismo admite que †œparece que la enojosa cuestión del enfoque de una teologí­a del AT sigue aún abierta y que hay que hacer y aclarar aún muchas cosas antes de poder escribir debidamente esa teologí­a†. Además confiesa que su teologí­a del AT no es †œcompleta en todos los sentidos†. Estas declaraciones animan, a pesar de la mole y la genialidad de la obra realizada, a hacer un análisis crí­tico de la misma. Obviamente, nos limitamos, igual que para las otras propuestas, a alguna breve anotación.
Ante todo, Von Rad vacila vagamente, con perplejidad, oscuridad y reflexiones, entre kerigma e historia, sin llegar a una reconciliación satisfactoria de los dos aspectos. De hecho, quizá sea verdad que Von Rad ha dado la preferencia al kerigma respecto a la historia. La razón de fondo, a mi entender, está en la no resuelta ambigüedad del concepto de / revelación. La †œverdad† de la revelación no equivale a las †œverdades reveladas† ni se identifica con la †œverdad† (= realidad) de los hechos históricos, sino que es la transparencia y la presencia de la salvación divina en el mismo corazón de los acontecimientos históricos. Por consiguiente, la teologí­a bí­blica, que se fija como objeto la verdad de la revelación, no se propone como alternativa a la historia ni es sólo ciencia histórica.
En cuanto Nacherzdhlung la teologí­a bí­blica de Von Rad no es más que la historia de la fe vivida y proclamada por Israel, reexposición de las teologí­as contenidas en la Biblia, y no teologí­a o reflexión sobre la Biblia. Von Rad llega incluso a comparar al teólogo bí­blico con el egiptólogo o el romanista, que estudian la historia de Egipto o de Roma. Mas esto, en último análisis, es coherente con la noción de teologí­a bí­blica como ciencia puramente histórico-descriptiva, que renarra las teologí­as contenidas en la Biblia. Y a esa noción de teologí­a bí­blica parece corresponder coherentemente el concepto de revelación como †œdoctrina revelada† que hay que volver a proponer y a exponer. De ese modo Von Rad parece renunciar propiamente a hacer teologí­a, puesto que evita preguntarse por la verdad, es decir, por el sentido y el valor, por las razones lógicas e históricas de la fe israelita. En este sentido nos parece aceptable la severa crí­tica de C.A. Keller, el cual dice: †œEn el fondo, el libro de Von Rad no es una teologí­a, sino una †˜Einleitung†.
Paradójicamente, Von Rad asume como †œcentro†de su teologí­a ilafalta de un centro en el AT! En realidad, el principio de su exposición es la tradición kerigmática en su sucesión histórica. Por eso la teologí­a de Von Rad tiende a presentarse como una fenomenologí­a del pensamiento religioso de Israel.
Finalmente, Von Rad auspicia, aunque es difí­cil de imaginar, una teologí­a de la Biblia (AT y NT juntos), observando que †œes consolador que hoy se la pida con mayor insistencia cada vez†. Para que sea consoladora, es preciso que la insistencia sea razonable y esté justificada. Pero ¿cómo puede estar justificada si todas las premisas puestas conducen a negar su legitimidad, dado que -como afirma Von Rad- †œes preciso atenerse al criterio de explicar cada texto lo más claramente posible según su ratio interna al AT†™? ¿O bien la ratio interna al AT puede coordinarse con la ratio cristocéntrica, con lo cual es concebible y realizable el proyecto de una teologí­a de toda la Biblia? Es el problema de la unidad de los dos Testamentos, que Von Rad advierte, pero que afronta sólo como apéndice de su obra [1 luego, V].
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d) El método selectivo del centro temático. Definimos así­ el método que, al no aceptar el principio histórico-genético ni un planteamiento sistemático tomado de la dogmática, busca en el mismo AT un †œtema† que sea central y permita una exposición unitaria y dinámica del pensamiento del AT. En su raí­z, también ese método es esencialmente descriptivo, porque no hace más que presentar la †œteologí­a† contenida en el
AT.
1) La †œTeologí­a del A T† de W. Eichrodt (Theologie des Alten Testament, Gotinga, 1, 19674; 11-111, 19747; trad. esp., 2 vols., Cristiandad, 1975). Para Eichrodt, la teologí­a bí­blica tiene como cometido comprender el mundo de fe veterotestamenta-rio en su unidad estructural e interpretar su significado más profundo teniendo presente por un lado la religión de los paí­ses circunstantes y por otro su relación sustancial con el NT. No basta, según el autor, el método seguido normalmente por la ciencia veterotestamentaria, a saber:
un procedimiento de génesis histórica. Por eso hemos de intentar hacer una sección de las categorí­as vetero-testamentarias que permita tener una panorámica exhaustiva y distinguir las realidades esenciales de las marginales, poniendo de manifiesto las columnas sustentadoras y toda la estructura. Por tanto, el análisis histórico no se considera inútil ni se descuida; incluso nos basamos en sus resultados. Pero en lugar del análisis genético entra la sí­ntesis sistemática y ordenada de la fe de Israel, no según esquemas dogmáticos, sino siguiendo la dialéctica que se filtra del mismo AT. Así­ pues, hay que articular juntamente el principio histórico y el sistemático en torno al tema que permita captar la unidad de todo el AT, a saber:
la idea de alianza. No el término berí­t, que en muchos textos no está presente, sino la idea o contenido de la alianza es el centro unificador. Para Eichrodt, el concepto de alianza en sentido amplio compendia la conciencia básica de Israel acerca de su particular relación con Dios. †œAlianza† es, pues, más que un concepto preciso; es un †œmovimiento vital†.
Aunque se limita al AT, Eichrodt escribe: †œLo que a nosotros nos interesa es una exposición de las ideas y de la fe veterotestamentaria que tenga siempre presente que la religión del AT, con toda su indiscutible singularidad, sólo puede ser entendida en su esencia a partir del cumplimiento que encuentra en Cristo†. Por tanto, el contenido central del NT re-conduce al testimonio de Dios en el antiguo pacto.
2) Valoración crí­tica. La teologí­a del AT de Eichrodt se apoya en tres pilares: a) comprender significa reducir a unidad; b) el AT se puede reducir a unidad encontrando un centro unificador; c) la alianza es una categorí­a que unifica el AT.
Si, como lo admite el mismo Eichrodt, Jesucristo es el único sujeto om-nicomprensivo de toda la revelación divina, la teologí­a bí­blica regional del AT no puede constituirse si no es teniendo como centro a Jesucristo. Pero el cristocentrismo de la teologí­a bí­blica no parece en absoluto operante en el planteamiento de Eichrodt. En efecto, sostiene él que es preciso usar categorí­as bí­blicas internas a la dialéctica del AT, y por este motivo escoge la categorí­a de alianza, no tanto como †œcifra† expresiva de la autorrevelación de Dios en Cristo, sino solamente en el sentido vete-rotestamentario. Por consiguiente, tampoco Eichrodt escapa a la concepción de la teologí­a como disciplina histórica y descriptiva. †œAlianza† es una †œsupercategorí­a† veterotesta-mentaria, supuesta por Eichrodt como idea única y uní­voca, cuando en realidad en el AT hay formas y sentidos diferentes y varios de †œalianza†. Por otra parte, la revelación no es una masa enorme de verdades o doctrinas que el teólogo simplemente ha de †œreducir a unidad† ordenándDIAS y disponiéndDIAS alrededor de una idea central. En pos de Eichrodt, una multitud de biblistas ha propuesto otros †œtemas† como centro unificador del AT: el dominio de Dios (L. Kóhler), el reino de Dios (G. Klein), la elección (H. Wildber-ger), Yhwh (vv. Zimmerli), el libro del Deuteronomio (5. Herrmann), el primer mandamiento (H. Schmidt), la realeza de Yhwh (J.L. McKenzie), etcétera. Es obvio que no existe consenso entre los estudiosos.
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3. Conclusión.
En los proyectos de †œTeologí­a bí­blica† a los que se ha hecho alusión en un rápido †œmuestrario†, ha resultado dominante, y hasta integrante, la categorí­a epocal de †œhistoria†, que se ha afirmado como horizonte imprescindible, y por tanto como la concepción histórica de la revelación. Consiguientemente se ha impuesto, sobre todo dependiendo del método histórico-crí­tico de la exégesis y debido especialmente a G. von Rad, la exigencia de una teologí­a bí­blica que tenga en cuenta la diferencia de época entre el AT y el NT; se ha legitimado así­ la elaboración de una teologí­a separada del AT. Y otra consecuencia: se ha asignado a la teologí­a bí­blica una tarea histórico-descriptiva o de narración de las tradiciones históricas, proféticas y sapienciales de Israel.

También los varios intentos de discernir un centro del AT suponen la concepción del AT como una †œhistoria separada del NT, o por lo menos un trozo de historia autónomo, que solamente luego en el giro histórico llevado a cabo por Jesucristo ha sido asumido juntamente con la †˜historia del NT, dando así­ lugar a la historia de la salvación. En este sentido ha ejercido una función hegemónica la categorí­a de †œhistoria†™ separada de la †œteologí­a†™.
Se ha afirmado también, por parte de varios autores, el cristocentrismo de la revelación. Pero la realización de tal concepción cristocéntrica, al menos en las teologí­as del AT, se ha entendido de modo extrí­nseco: Jesucristo es el †œtérmino† al que tiende el AT, el cual tendrí­a en sí­ mismo su inteligibilidad intrí­nseca. El principio de inteligibilidad teológica está tomado del AT.
Volvamos a las observaciones hechas al principio: la crisis de la teologí­a bí­blica es una crisis que se refiere ante todo al método. Mientras no se aclare esta cuestión básica, es estéril multiplicar las tentativas de publicar obras †œnuevas† de teologí­a bí­blica. La teologí­a bí­blica no puede seguir siendo exposición o compilación de las †œteologí­as† contenidas en la Biblia, si bien este trabajo que compendia los resultados de la labor exegética es un momento necesario e importante. Es preciso que sea de veras †œteologí­a†, es decir, saber autocrí­tico de la fe. Puesto que la fe es hacer propia la fe bí­blica en la revelación, la teologí­a bí­blica es un momento de la teologí­a sin más en cuanto comprensión crí­tica del saber de la fe bí­blica. Lo que especifica a la teologí­a bí­blica es la referencia exclusiva a los textos bí­blicos, comprendidos a partir de la verdad de Jesucristo como punto omnicomprensivo de la revelación, y por tanto de toda la Escritura. Esto no significa una nivelación de AT y NT, porque el cristiano acoge el AT por Jesús, el cual revela y funda la identidad propia del AT justamente en cuanto †œantiguo†, y al mismo tiempo manifiesta e instituye el lazo orgánico del AT con el NT. Sin embargo, nos parece legí­timo hacer una †œteologí­a del AT† entendida como delimitación o regionalización funcional, análogamente a †œcircunscripciones regionales† del saber teológico, tales como la eclesiologí­a, la cristologí­a, la antropologí­a, etc. De esa manera podrí­a tener espacio y sentido destacar la peculiar perspectiva de cada uno de los libros o corrientes de pensamiento dentro de la misma Biblia.
A. Bonora
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IV. TEOLOGIA DEL NT. ORIENTACIONES ACTUALES.
Para una guí­a breve dentro de las teologí­as más recientes del NT, tomamos como criterio de calificación el principio hermenéutico elegido por los autores al construir su teologí­a. Pues bien, desde este punto de vista podemos distinguir cinco metodologí­as diversas, para cada una de las cuales tomamos en consideración la obra o las obras más importantes: 1) la histórico-kerigmática; 2) la de †œhistoria de la salvación†; 3) la histórico-positiva; 4) la sistemática; 5) y, finalmente, algún intento de una teologí­a bí­blica que comprende AT y NT.
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1. La orientación histórico-kerigmática.
Esta primera orientación arranca de la Teologí­a del NTde R. Bultmann [1 supra, 1, 6], la cual ha dominado hasta el punto de hacer desistir durante quince años de todo intento ulterior. En efecto, hay que llegar de los años cincuenta a 1967, con H. Conzelmann, para encontrar una nueva †œTeologí­a del NT†. Conzelmann, discí­pulo de Bultmann, intenta poner al dí­a y en parte corregir la obra de su gran maestro. Revaloriza los elementos históricos del mensaje del NT, abandonando como único principio interpretativo el de la comprensión de la fe en sentido existencial, que arrancarí­a todaví­a -según él- de un †œesquema pietista†. Los componentes históricos los saca a la luz la †œhistoria de la tradición†, que recupera las primitivas confesiones de fe cristológica y el credo. Así­ pues, Conzelmann vuelve al objeto, es decir, al texto, y consiguientemente de la antropologí­a a la cristologí­a. Pero semejante vuelta a la historia se queda sólo a mitad de camino, porque no alcanza al mensaje del Jesús terreno, si bien Conzelmann revaloriza la teologí­a de los evangelios sinópticos utilizando los resultados de la crí­tica redaccional, de la que fue uno de sus iniciadores. A diferencia de Bultmann, hace que la teologí­a comience con el kerigma de la comunidad primitiva y coloca †œel desarrollo de la Iglesia primitiva† no después de Juan, como en Bultmann, sino después de Pablo y en conexión con él, sobre todo para evitar una negativa prejuzgada sobre esta literatura epistolar.
No obstante, Conzelmann sigue dependiendo de su maestro: por su pre-comprensión luterana; por el consiguiente escepticismo respecto al Jesús histórico, que permanece aún entre las premisas de la teologí­a, y por la unilateralidad de la interpretación kerigmática, que entraña la desvalorización de Hechos y Apocalipsis. Pero hay que afirmar positivamente que la elección kerigmática le permite resolver a su modo el problema fundamental de toda teologí­a bí­blica: unir en armoní­a reconstrucción e interpretación, salvaguardando así­ la unidad teológica dentro de la variedad histórica. En efecto, él encuentra la unidad hermenéutica y estructural justamente en el kerigma. A pesar de sus limitaciones hermenéuticas y teológicas, su intento de unificar la teologí­a del NT alrededor del kerigma es digno de la máxima consideración.
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2. La orientación de †œhistoria de la salvación†™.
Esta segunda orientación hermenéutica contempla la unidad de la teologí­a del NT no en el kerigma, sino sobre el fondo de †œhistoria de la salvación†™. Tiene una larga historia a sus espaldas, que se remonta a la escuela de Erlangen, yen particular a J.Ch.K. von Hoffman (1810-1877). Los dos autores recientes más conocidos que han elegido esta orientación son O. Cullmann y L. Goppelt. La teologí­a del NT como †œhistoria de la salvación† tiene en común tres principios: 1) la Biblia, A y NT, se considera en su aspecto unitario; 2) se la interpreta como historia de la salvación, por lo cual se coloca en primer plano la obra de Dios en la historia, mientras que pasa a segundo plano el aspecto doctrinal; 3) se coloca en el centro la persona de Jesús, cumplimiento de la promesa, en el cual se concentra pasado (AT) y futuro (escatologí­a).
Aunque O. Cullmann es el más conocido representante de esta orientación, no ha escrito una verdadera y auténtica teologí­a del NT, sino una teologí­a de la historia de la salvación (Historia de la salvación, Barcelona 1968) con resultados interesantes a nivel hermenéutico, pero decepcionantes en la perspectiva de una presentación global de la fe neotes-tamentaria. En efecto, las tres primeras partes de la obra intentan aclarar la terminologí­a y establecer una confrontación crí­tica con otras interpretaciones, principalmente con R. Bultmann y su escuela (pp. ?? 86). Sólo la cuarta parte profundiza el tema central con una exégesis teológica de los cuatro momentos principales de la revelación neotestamen-taria (Jesús, la Iglesia primitiva, Pablo y Juan), mientras que la quinta propone una disposición sugestiva para una teologí­a fundamental (pp. 285-327). Mas, a mi entender, la verdadera y auténtica teologí­a de Cullmann es la cristologí­a de sus dos obras más impoitantes: Cristo y el tiempo y Cristologí­a deI NT (Estela, 1968, y Sigúeme, 19804, respectivamente).
L. Goppelt ha dejado una teologí­a del NT †œincompleta†™, acabada y editada por su discí­pulo Roloff (Teologí­a deI NT, 2 vols., Brescia, 1982-83), quizá la mejor escrita hasta ahora, al menos en lo que se refiere a la primera parte. Trazando al principio la historia de la disciplina, él mismo se coloca en la orientación de †œhistoria de la salvación†™, y se propone unir una seria crí­tica histórica con un profundo esfuerzo de comprensión del NT que permita llegar a un diálogo crí­tico entre la hermenéutica histórica (J. Jeremí­as) y la existencial (R. Bultmann). De este modo quiere ligar profundamente a la vez reconstrucción e interpretación en un sano equilibrio. En el fundamento de la teologí­a del NT está no sólo la predicación de Jesús (Jeremí­as), sino toda la obra de Jesús en su significado teológico. Pero el punto de partida de la teologí­a del NT sigue siendo el kerigma de la muerte y resurrección (1Co 15,1-5). Ese kerigma se desarrolla luego en dos direcciones: la una hacia atrás, hacia el Jesús terreno (Hch 10,37-41), fundamento histórico-teológico del kerigma, y la otra, en cambio, en dirección a la vida de la Iglesia con la profundización de la cristologí­a y la soteriologí­a del kerigma. El kerigma pascual, que consiste en la continuación de la obra de Jesús con la resurrección, no encuentra modelo alguno en el ambiente religioso circunstante, judí­o y grecorromano. Es absolutamente único.
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El anuncio y la obra de salvación de Jesús son continuamente puestos en relación por Goppelt entre sí­ y sobre todo con la persona de Jesús, por lo cual la salvación tiene lugar siempre por una relación estrechamente personal con Jesús. Precisamente basándose en esta tesis fundamental postula Goppelt la continuación de la relación personal con Jesús también en el tiempo de la Iglesia, hecha posible por la muerte y resurrección y por la presencia †œespiritual† consiguiente del Señor resucitado en la comunidad y en los sacramentos. En coherencia con el principio histórico-hermenéutico, la estructura de la teologí­a del NT parte de su fundación (la obra de Jesús en su significado teológico: desde la venida del reino a Pentecostés); luego pasa a su punto central: el kerigma como principio de la reflexión de fe sobre la obra de Jesús, para considerar luego cómo la tradición de Jesús es recibida y desarrollada por Pablo (Ep y las cartas pastorales no serí­an de Pablo) y por los escritos pospaulinos. Pablo no es leí­do en clave antropológica existen-cial (Bultmann) ni sobre el fondo de una †œhistoria de la salvación† entendida en su relación con el AT (Rm 4), como hacen Kümmel y Ridder-bos, sino como desarrollo de la tradición de Cristo en su acontecimiento salví­fico, acogido e interpretado.
La gran teologí­a del NT del americano G.E. Ladd (Grand Rapids, 1974), aunque intenta seguir la orientación culmanniana de †œhistoria de la salvación†™, vuelve en realidad a la teologí­a descriptiva de tipo doctrinal, rechazando el método histórico-crí­-tico, unido a un escaso esfuerzo de interpretación.

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3. La orientación histórico-positiva.
Agrupamos bajo este tí­tulo genérico aquellas teologí­as del NT que siguen una exposición histórica, fundándola en el método histórico-crí­tico, y no en el kerigma ni en una concepción unitaria de †œhistoria de la salvación†. Por encima del método todaví­a no cualificante, las opciones hermenéuticas son diversas en los varios autores que se pueden colocar en esta orientación. Nos detenemos en los que consideramos los dos exponentes principales: Kümmel y Jeremí­as.
W.G. Kümmel escribe una teologí­a del NT según los principales testimonios del NT: Jesús, Pablo y Juan (Teologí­a del NT, Brescia 1976). Aparece en primer plano una polémica intencional con Bultmann y la escuela kerigmática, en que evita cuidadosamente la terminologí­a de la hermenéutica existencial, comenzando por la palabra kerigma. Se atiene con rigor al método histórico-crí­tico para volver al mensaje del Jesús histórico y a la tradición de la Iglesia primitiva. En semejante orientación, en la que se da la preferencia a la reconstrucción crí­tica, el problema crucial es el de la unidad teológica de los escritos del NT, discutida ya por Lutero: †œEl cometido de una teologí­a del NT sólo puede ser… el de hacer hablar antes de nada a cada uno de los autores según su lenguaje, y sólo en un segundo momento preguntarse por la unidad que de ahí­ puede seguirse, o también comprobar las diferencias no conciliables†. Esta unidad o centro del NT la descubre Kümmel en un tema teológico principal, que aparece en los tres testimonios principales del NT: †œEllos están de acuerdo en anunciar que Dios hizo comenzar en Jesucristo la salvación prometida para el fin del mundo; que Dios en este acontecimiento de Cristo ha venido a nuestro encuentro y que quiere encontrarnos como Padre que intenta librarnos de la esclavitud del mundo y hacernos capaces de un amor efectivo. Que ese centro del NT es cierto no lo puede establecer el historiador…†, sino el creyente. Así­ pues, la salvación presente y futura es el verdadero centro del NT, tesis querida de Kümmel. De todos modos, se queda uno perplejo al ver a Jesús puesto entre los testimonios principales, junto con Pablo y Juan. Además, el afán del historiador por la reconstrucción disminuye el interés por la verdadera y auténtica interpretación teológica.
J. Jeremí­as sólo tuvo ocasión de escribir la primera parte de su teologí­a del NT, pero para él la más importante y decisiva: La predicación de Jesús (Sigúeme, Salamanca 19804). Lo que para Bultmannes sólo un presupuesto histórico de la teologí­a del NT, es en cambio para Jeremí­as su centro: la predicación y el mensaje del Jesús histórico. El principio teológico-hermenéutico que le guí­a se expresa en una obra poco voluminosa: liproblema del Gesú sto-rico (Brescia 1964). Evangelio de Jesús y kerigma en la Iglesia se consideran, respectivamente, como llamada de Dios y respuesta a él: †œEsta respuesta procede siempre en doble dirección: es adoración laudativa de Dios y es testimonio ante el mundo. La respuesta está inspirada por el Espí­ritu de Dios, pero no es parte de la llamada. El elemento decisivo es la llamada, no la respuesta. El testimonio multiforme de fe de la comunidad primitiva, de Pablo, de Juan…, se debe medir por la predicación de Jesús. En nuestra protesta contra la planificación de evangelio y kerigma entra el concepto de revelación. Según el testimonio del NT, el Lagos encarnado, y sólo él, es la revelación de Dios. La predicación de la Iglesia de los orí­genes, por el contrario, es el testimonio, inspirado por el Espí­ritu, de la revelación. El testimonio de la Iglesia no es él mismo revelación† (p. 39). Jeremí­as parece identificar aquí­ revelación y teologí­a, cerrando además la revelación con el Jesús terreno. Pero puede que sólo intente poner de manifiesto la importancia fundamental de una teologí­a del NT, pues la segunda parte (nunca realizada) se concibe como respuesta a la predicación de Jesús y válida en cuanto respuesta (p. 355 de la Teologí­a del NT, 4.a ed.). El principio teológico en el cual se funda es el de la encarnación, pero entendido de modo más riguroso incluso que en el evangelio de Juan, en el cual Jesús preanuncia la continuación y el cumplimiento de †œsu† revelación mediante el Paráclito. Es importante tener presente el principio teológico-hermenéutico de Jeremí­as, que permite comprender su gigantesco esfuerzo por aprontar un instrumento crí­tico riguroso con el que poder llegar a la predicación del Jesús histórico, †œporque nada ni nadie más que el Hijo del hombre, que su palabra… pueden conferir plenitud de autoridad a nuestra predicación† (Lasparábolasde Jesús, Verbo Divino, Estella 1976, 142). Con las debidas reservas sobre su radicalidad teológica, hay que tener presente de todas formas la protesta de Jeremí­as contra la teologí­a kerigmática del NT.
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4. La orientación sistemática.
El que estructura la teologí­a del NT por grandes temas, en general se inspira en los tratados de teologí­a sistemática. Existe, pues, el peligro de que se pierda ya sea la reconstrucción histórica, ya la verdadera y auténtica interpretación. Por eso es la más problemática.

La obra reciente más significativa en esta lí­nea es la teologí­a del NT del exegeta católico K.H. Schelkle, en cuatro partes y cinco volúmenes (cuatro en la ed. española, Herder, Barcelona 1975-1 978). Las grandes temáticas son las siguientes: 1. Creación: mundo, tiempo, hombre. II. Dios estaba en Cristo, que incluye la teologí­aA trinitaria en la cristologí­a. III. Ethos cristiano, organizado en 25 temas, que cubren el área de la moral fundamental y especial. IV. Consumación de la creación y de la salvación, o sea escatologí­a presente y futura; la comunidad de los discí­pulos y la Iglesia: eclesiologí­a y sacramentos. Cada una de las cinco partes podrí­a considerársela como independiente, pues han sido publicadas en tiempos diversos y con diversas modalidades. Una reflexión metodológica y teórica se registra sólo en el volumen III (pp. 13-38: versión ligeramente diversa de un artí­culo precedente. Una tesis teológica sirve de guí­a a esta obra: †œLa Escritura es palabra de Dios†. †œHabrá que definir una teologí­a del NT como una †˜palabra acerca de Dios†™ sobre la base de la palabra con que Dios se revela en la nueva alianza, que incluye asimismo la antigua alianza, y que está consignada en el libro del NT como testimonio de esa revelación† (III, p. 14). Del hecho de ser el NT †œpalabra de Dios† o †œtestimonio de la palabra† deriva su unidad fundamental, dentro de la variedad de la evolución histórica y de los autores. Esa unidad no es sólo de pensamiento, sino de †œhistoria de la salvación† dentro del NT en su relación con el AT. Esta búsqueda de una unidad dinámica aparece sobre todo en el volumen 1. Pero luego cada volumen tiene su principio hermenéutico de unidad: en el 1 son la creación y el Dios creador, que superan las tensiones negativas, presentes en el mundo, con la apertura a la redención, y por tanto a la cristologí­a, tema del volumen sucesivo. En el II el centro lo ocupa Cristo, en el cual encuentra unidad la revelación histórica del Dios trino. En el III, el principio hermenéutico del éthos cristiano es la obediencia de la fe. Más difí­cil es discernirlo en los volúmenes IV y V. La unidad del conjunto es más teológica que hermenéutica. Aunque útil como término inmediato de confrontación con la teologí­a dogmática, no corresponde, sin embargo, a un proyecto ideal de teologí­a bí­blica, que en la estructura y en el principio hermenéutico debe inspirarse en el NT y en su ambiente vital, y no en la teologí­a posterior. Las teologí­as de este género acaban siendo una †œteologí­a según la Biblia† más que una †œteologí­a de la Biblia†; esta distinción de Wrede la ha recogido y tematizado Ebeling.
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5. Antiguo y Nuevo Testamento.
Para concluir, deseo aludir brevemente a los intentos de una teologí­a de la Biblia que comprenden A y NT.
H. Clavier, profesor calvinista de la universidad de Estrasburgo, al término de su larga carrera, en el 1976, realizó un proyecto acariciado desde los años de su juventud: escribir una teologí­a bí­blica del AT y del NT siguiendo las grandes corrientes de pensamiento presentes en la Biblia: la arcaica o mí­tica, la mí­stica, la profé-tica y la cultual. La tesis hermenéutica, o sea, la intención, es poner de manifiesto la unidad y la variedad del pensamiento bí­blico (Les varietés de la pensée biblique et le probléme de son unité, Leiden 1976). La unidad es contemplada en la persona de Jesús, cumplimiento del AT y centro del NT. La variedad, presente en las corrientes de pensamiento que atraviesan los dos Testamentos, se exagera por una dedicación puntillosa a una ciencia histórica positivista que es ya un sueño del pasado a la luz de la actual conciencia hermenéutica. La teologí­a bí­blica de Clavier es significativa sólo como testimonio de una etapa ya pasada: la dominada por la búsqueda afanosa de la objetividad histórica mediante una crí­tica elevada a dogma. Pero la precom-prensión calvinista de Clavier es harto evidente en su áspera polémica anticatólica, que está fuera de moda. Sin embargo, plantea problemas reales sobre la unidad y la variedad del pensamiento bí­blico, aunque responde de un modo erróneo.
Más modesto, aunque más sugestivo, es el intento de teologí­a bí­blica de 5. Terrien (The Elusive Presence, Towards a New Biblical Theology, Nueva York – San Francisco – Londres 1978). Terrien contempla la continuidad, y por tanto la unidad entre AT y NT, en el †œDeus absconditus atque praesens† experimentado en la fe. La descubre en las apariciones de Dios a los patriarcas, en la teofaní­a del Sinaí­, en la presencia de Dios en el templo, en las visiones proféticas, en las expresiones de la presencia de Dios contenidas en los salmos y en los libros sapienciales, en la expectativa de una epifaní­a de Yhwh hasta en la presencia de Dios en la Palabra, lo mismo en el AT que en el NT, que alcanza su culminación en el relato de la transfiguración, en la experiencia de Pablo en el camino de Damasco y en las expresiones neotestamen-tarias sobre la glorificación del nombre de Dios (el nuevo templo, el templo del Espí­ritu, el templo de su cuerpo).
Como se puede ver, hay una variedad de metodologí­as al componer una teologí­a del NT. Mas en estos últimos años ha surgido una exigencia común: la de una teologí­a bí­blica que sea verdaderamente teologí­a de toda la Biblia y que haga ver su unidad dinámica.

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V. ¿HACIA UNA TEOLOGIA BIBLICA?
En los años setenta comienza una nueva orientación en la teologí­a bí­blica. Se empieza a pensar (el primero fue Von Rad en la última parte de su Teologí­a delAT) [Isupra, III, le] que la división entre teologí­a del AT y del NT, que se remonta, con Gabler y Bauer, a los comienzos mismos de la disciplina [1 supra, 1, 3], ha sido un camino equivocado, por lo que es preciso emprender un camino nuevo. A Von Rad se asocian Schlier, Kraus, Goppelt y otros muchos. Una auténtica teologí­a de la Biblia deberí­a expresar el proceso de tradición que lleva desde el AT a los umbrales del NT; o bien deberí­a ser una teologí­a del NT abierta al AT que intente unir tradiciones e interpretaciones de las tradiciones del AT y del NT. Ante esta exigencia se han formulado tres respuestas diversas. Dado que los estudiosos del AT están aún lejos de estar de acuerdo sobre un centro, y por tanto sobre la unidad del AT, ese proyecto no se podrá pensar más que a partir del NT. Las premisas teológicas las hemos recordado ya al hablar del método [1 supra, II]: el canon bí­blico único, aunque distinto, y la revelación histórica, que tiene su cumplimiento en Cristo.
La escuela bultmanniana (Grásser, Strecker, Becker, Schmithals, Klein), en cambio, aunque no excluye el proyecto en principio, sostiene que no es factible. En realidad, tiende a situar dialécticamente AT y NT: el AT como ley es superado en el NT; como historia del hombre que intenta salvarse a sí­ mismo, es negado mediante la justificación por la fe en Cristo; las mismas promesas del AT no se habrí­an cumplido. El NT respecto al AT es superación más bien que cumplimiento. El lazo histórico del NT con el AT pasa más bien a través de la literatura judí­a intertestamentaria (hay que recordar aquí­ que los protestantes, siguiendo la tradición hu-manista, tienen para el AT el canon breve, con lo cual excluyen del canon la literatura veterotestamentaria más cercana al NT).
A la escuela bultmanniana se opone la escuela de Tubinga (H. Gese y P. Stuhlmacher), la cual sostiene, en cambio, la posibilidad del proyecto, considerando no tanto las estructuras ontológicas semejantes cuanto el proceso de la revelación que termina en la muerte y resurrección de Cristo. En esta concepción, el AT serí­a una prehistoria del NT. Se han realizado intentos partiendo de cada uno de los temas ideológicos, como la ley, la justicia, la redención, pero sin gran éxito.
H. Hübner, en un artí­culo aparecido en Kerygma und Dogma (1981, 1-19), ha propuesto un camino más largo, pero según él más seguro: partir de la reflexión teológica de las teologí­as del NT sobre el AT. Y ha aducido dos ejemplos concretos: las citas del AT en Mateo, donde el AT es concebido como promesa que se cumple en el NT, y el tratamiento del AT en la carta a los Romanos de Pablo, donde éste no sólo acepta el AT como Escritura, sino en parte también como †œley† (mientras que en la carta a los Gálatas lo rechazaba de manera absoluta como †œley†). O. Merk, en su artí­culo de la Theo-logische Realenzyklopadie, de 1980, ha sugerido también el método de los pequeños pasajes con el estudio de concepciones comunes y de temas que enlazaban a ambos Testamentos (fidelidad de Dios, unicidad de Dios, etcétera).
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Así­ pues, el único modo de llegar a una teologí­a bí­blica global parece ser hacer una teologí­a del AT partiendo del Nuevo. Tendrí­amos así­ †œuna teologí­a neotestamentaria del AT†, según la feliz expresión de H. Hübner, justificada teológicamente por el hecho de ser Cristo el cumplimiento de la revelación histórica de Dios al hombre. En todo caso -como lo sostiene A. Bonora en este mismo artí­culo- existe la posibilidad y la legitimidad de una teologí­a del AT independiente [1 supra, III, 3].
Hace unos años nació una revista que debate el problema de una teologí­a bí­blica: Horizonsin Biblical Theo-logy (Pittsburgh, 1979ss). Ya es significativo que todos los exegetas, cualquiera que sea su tendencia, si son creyentes, sientan la exigencia teológica de superar la división entre A y NT, creada por el uso del método histórico-crí­tico, y que se orienten a dar la razón al canon bí­blico y a la tradición viva de la Iglesia, que ha leí­do siempre el AT a la luz del Nuevo, y viceversa. Quizá sea éste el cometido que tiene ante sí­ la teologí­a bí­blica actual. Serí­a ya un avance que en las futuras teologí­as del NT hubiese al menos un capí­tulo que tratase la teologí­a neotestamentaria del AT [1 Exégesis bí­blica; / Escritura].
G. Sega/lo
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

I. Antiguo Testamento
1. Datos históricos
Durante más de un milenio la actividad teológica cristiana es eminentemente, casi exclusivamente bí­blica. En el s. xii, con Pedro Lombardo y los Victorinos, comienza a practicarse una teologí­a que es menos bí­blica. A mediados del xiri se queja Bacon de que al Liber historiarum (PETRUS COMESTOR) haya sucedido el Liber sententiarum como libro de texto. Pero enseñar teologí­a es todaví­a explicar la Escritura: magister theologiae legit sacram paginam. Así­ también Tomás; pero su compendio o summa prepara el advenimiento de una ciencia teológica independiente, que se irá distanciando de la Escritura. Aunque la -> reforma protestante proclama la primací­a de la Escritura, sus tratados teológicos son bastante especulativos. Por su parte Melchor Cano dicta el método teológico en su De locis theologicis: la Escritura es el primer lugar o topos donde se encuentran argumentos para la controversia y la disputa escolástica. El triunfo del género «controversia» en teologí­a relega la «Escritura» a un puesto secundario, y la ciencia teológica cada vez siente menos necesidad de ser bí­blica. La primera reacción protestante contra una teologí­a demasiado especulativa sucede en los cí­rculos ortodoxos del s. xvi: Cocceius (Koch) patrocina y practica una teologí­a de las alianzas (theologia foederalis). En el s. xvini, en vez de dicta probantia, se buscan dicta improbantia contra la teologí­a dogmática. A J.P. Gables se debe el primer anuncio programático de la nueva disciplina: Oratio de iusto discrimine theologiae biblicae et dogmaticae regendisque recte utriusque finibus (ALTDORF 1787). La t. b. es histórica y presenta las ideas de los autores bí­blicos, la teologí­a dogmática es didáctica y presenta el pensamiento teológico actual; ambas se complementan.

Este concepto de la t. b., como ciencia histórica descriptiva, triunfa en el -> racionalismo, y desemboca en el género «historia de la religión de Israel», que es la negación de la teologí­a. La descripción puede ser sistemática o cronológica; unos extractan lo racional de la biblia, otros auscultan el sentimiento y vivencia de los autores bí­blicos; unos describen simplemente, otros construyen según esquemas filosóficos, sobre todo hegelianos. La excepción de algunos trabajos católicos (como Steudel [1840], Hävernick [1848], Oehler [1845 y 1873], J.C.F. Hofmann [1841 y 1852]) no cambia el panorama.

La culminación del estudio crí­tico de la Biblia (Wellhausen) permite una nueva ordenación cronológica, más crí­tica, y robustece el método racionalista, puramente descriptivo, de la religión de Israel: Smend, Giesebrecht, Marti, Budde, etc. La llamada de atención de K. Barth y la situación de la primera posguerra preparan la vuelta a la t. b.: primero un par de artí­culos (Steuernagel, Eissfeldt), el ensayo de Hänel, el magisterio de Procksch (cuya obra se publica póstumamente en 1949); el año 1933 ven la luz pública la breve obra de Sellin y el primer volumen de la obra monumental de Eichrodt; siguen Köhler (1936), el segundo volumen de Eichrodt (1939) y Heinisch (1940). En nuestra posguerra florece la disciplina: O.J. Baab (1949), Procksch (1949), Th.C. Vriezeh (1949), G.e. Wright (1952, E. Jacob (1955), von Rad (1958 y 1960), G.A.F. Knight (1958), etc. Eichrodt y von Rad dominan actualmente el campo y representan las dos tendencias fundamentales en cuanto al sistema. Eichrodt quiere un sistema intelectual riguroso: toma como punto de partida la alianza, hecho histórico y constitutivo, sus estatutos, sus órganos, su plenitud (en el segundo volumen no sabe mantener la vigorosa unidad del primero). Von Rad niega la posibilidad del sistema, porque lo constitutivo de la vida religiosa de Israel es lo dinámico, la continua actualización de sus tradiciones; por eso el teólogo sólo puede «volver a contar» (nacherzählen); y el lector asiste a un desfile de teólogos del AT; el yahvista, el deuteronomista, Isaí­as, Sofoní­as. Vriezen construye un orden más conceptual: Dios; hombre; relación entre Dios y el hombre; relación entre los hombres; Dios, hombre y universo en el presente y el futuro.

2. Cuestiones de método
o) Como teologí­a, la t. b. parte de la fe. Esto no significa que pretenda encontrar en el AT esta fe en su estado actual – puesto que la revelación tiene historia y el dogma tiene evolución -, sino que toma la fe como contexto vital, como luz y orientación, como fuerza que incita a buscar. La teologí­a del AT quiere comprender y organizar la revelación de Dios sucedida en la economí­a histórica de la antigua alianza y registrada en los libros canónicos del AT. Siendo dicha revelación esencialmente histórica, y siendo la historia medio de revelación, la teologí­a del AT debe mostrar esa dimensión histórica de la revelación: por eso utiliza los resultados del análisis histórico-crí­tico, para referir el proceso de la revelación a sus coordinadas históricas. La historia del AT no es simplemente sucesión, sino movimiento hacia: la dirección es constitutiva del movimiento. Por tanto, la teologí­a del AT no debe describir el proceso de la revelación en términos puros de desarrollo genético, ni le basta una visión profana del progreso o evolución de las doctrinas. Más bien debe reconocer la dirección del movimiento por el punto de llegada y de atracción: Cristo como cumbre y sí­ntesis de la revelación. La referencia dinámica a Cristo es constitutiva de una teologí­a completa del AT.

El AT, como orden salví­fico de Dios traducido en palabras, tiene una referencia intrí­nseca a la vida religiosa; a la vida de Israel como » -> pueblo de Dios». La palabra es factor activo, parte de dicha historia; es expresión auténtica de esa vida. Por esto la teologí­a del AT no será un simple recuento de teorí­as o pensadores aislados. La economí­a del AT, al hacerse palabra de Dios por el carisma de la -> inspiración, adquiere todas las cualidades de dicha palabra. Una de ellas es la de poder hablar al hombre de cualquier generación en el contexto de la fe: «La palabra de Dios dura de generación en generación.» Por eso la teologí­a del AT debe manifestar este valor dinámico. Así­ la teologí­a del AT parte de la fe y retorna a la fe, como toda teologí­a verdadera.

b) Como t. bí­blica se distingue de la dogmática, porque su materia son los documentos del AT: las formulaciones de la fe hasta el presente y las elaboraciones de la dogmática son luz y orientación, no materia de estudio. Sólo secundariamente la teologí­a del AT compara sus resultados y fórmulas con las fórmulas de la dogmática. Su tarea no es suministrar «argumentos» a una teologí­a concebida como dialéctica (con influjo de la retórica): controversia y disputa. Por su carácter temporal, con la revelación todaví­a en proceso, la fórmula del AT no es siempre uní­vocamente reductible a la formulación moderna; ni la t. b. debe intentar dicho trabajo. La colaboración ha de suceder en otro plano más profundo: será el puente entre exégesis y teologí­a dogmática. Primero porque selecciona: la exégesis debe atender a múltiples factores, la teologí­a selecciona los resultados «teológicos»; segundo porque reflexiona, haciendo preguntas, sacando consecuencias, elaborando nuevas formulaciones más rigurosas o simplificadas; tercero porque organiza, en sí­ntesis parciales y aun totales. Los resultados de esta actividad los debe aprovechar la teologí­a dogmática, que a su vez suministra preguntas fecundas y ofrece orientaciones genéricas al teólogo bí­blico.

c) La teologí­a del AT es una parte de la t. b.: el concepto de parte no es puramente cuantitativo, sino esencialmente cualitativo: tal es la relación de los dos testamentos, como economí­a y como libro. El NT utiliza generosamente el Antiguo: como prueba mesiánica, como ilustración, para desentrañar el misterio de Cristo. Este uso no siempre equivale a una interpretación crí­tica del texto citado, en su sentido primigenio. Pero el -> Nuevo Testamento es el punto de llegada del gran movimiento que es el Antiguo Testamento: de donde se sigue la necesidad de tener presente el NT al elaborar la teologí­a del Antiguo; y a la vez, la necesidad de una crí­tica diferenciada.

d) Teologí­a en el AT. El AT, además de contener revelación de Dios en estado nativo, incluye también mucha reflexión teológica humana sobre dicha revelación; reflexión auténtica en cuanto palabra de Dios. Podemos hablar de una actividad teológica en el seno del AT, de una preocupación teológica de muchos hagiógrafos por comprender cada vez más el sentido de los hechos de salvación. Es muy difí­cil separar ambos planos, revelación inmediata y reflexión humana, y quizás no sea siempre necesario. Pero siempre es necesario estudiar las técnicas de los autores en la transmisión del mensaje divino: sea un oráculo profético o una meditación humana.

En el instrumental del teólogo inspirado podemos señalar, los sí­mbolos. Una gran cantidad de literatura profética es poesí­a, que utiliza el sí­mbolo como medio natural de comprensión y expresión; también Ios libros narrativos pueden dar constancia de instituciones que funcionan con valor simbólico. Bastantes de estos sí­mbolos se fijan y se enriquecen en la tradición. Menos fijeza que los sí­mbolos tienen los temas, y son recurso más fácil de ordenación para el investigador (Guillet). También existe un repertorio de conceptos que se van espiritualizando o fijando o cambiando, o se relacionan en constelaciones: los diccionarios de teologí­a bí­blica explotan estos conceptos (Kittel, Bauer, Léon-Dufour). Es frecuente encontrar en el AT unidades literarias construidas con fuerte estructura: ésta puede ser puramente formal; pero muchas veces es significativa, tiene sentido teológico. Por eso es capital descubrir, analizar y exponer estas estructuras, que muestran al nivel del libro inspirado (sentido literal) internas relaciones en el misterio de la salvación; p. ej., Dt 26 construido con la palabra clave «entrar», los montajes concéntricos en poesí­a y prosa, las narraciones con estribillos, los esquemas de géneros literarios utilizados en materia propia o transferidos a materia ajena. En tales estructuras, géneros, y en otras secciones encontramos fórmulas fijas o ligeramente variables, que pueden poseer o adquirir un significado teológico.

La voluntad constructiva de muchos hagiógrafos, más las ideas dominantes de otros, revelan sí­ntesis parciales en el seno del AT, que la t. b. puede exponer fielmente. Pero la sí­ntesis total ha de ser obra del investigador, y por eso habrá diversas teologí­as del AT: lo importante es que el sistema no sea enteramente ajeno al libro inspirado, artificialmente sobrepuesto, sino que de algún modo proceda de las lí­neas maestras de la revelación consignada en el AT.

BIBLIOGRAFíA: 1. OBRAS GENERALES ANTIGUAS Y MODERNAS: R. Smend, Atl. Religionsgeschichte (Fr – L 1893, 21899); B. Stade – A. Bertholet, Theologie des AT, 2 vols. (T 1905-11); K. Martí­, Geschichte der israelitischen Religion ( = 5. edic. de A. Kayser: Theologie des AT) (Str 1907); F. Giesebrecht, Grundzüge der israelitischen Religionsgeschichte (L – B 1904, -i908); E. Kautzsch, Theologie des AT (T 1911); K. Budde, Die Religion des Volkes Israel bis zur Verbannung (Gie ‘1912); R. Kittel, Die Religion des Volkes Israel (L 1921, 21929); E. König, Theologie des AT (1922, St ‘1923); E. Sellin, Theologie des AT (L 1933); Eichrodt I-III, I (St – Gö 71962), 11-1I1 (51964); L. Köhler, Theologie des AT (1936, T 51953); Heinisch ThAT; O. J. Baab, The Theology of the OT (Nashville 1949); Procksch; Imschoot; E. Jacob, Theologie de 1’Ancien Testament (Neuchátel 1955); Th. C. Vriezen, Theologie des AT in Grundzügen (Wageningen – Neukirchen 1956); Rad; G. A. F. Knight, Christian Theology of the OT (Lo 1959).

2. CONTENIDO Y METODO: H. Greßmann: ZAW 42 (1924) 1-33; C. Steuernagel: ZAW (Beih. 41) (1925) 266-273; O. Eißfeldt: ZAW 44 (1926) 1-12; W. Eichrodt: ZAW 47 (1929) 83-91; G. v. Rad: ThLZ 68 (1943) 225-234; H. H. Rowley, The Re-Discovery of the OT (Lo 1945); F. V. Filson: ThLZ 75 (1950) 71-80 (bibl.); N. W. Porteous: OTS 8 (1950) 1-14; F. Baumgärtel: ThLZ 76 (1951) 257-272, 79 (1954) 199-212, 86 (1961) 801ss 895ss; idem, Verheißung (Gü 1952); G. E. Wright, God Who Acts (Lo 1952); G. v. Rad: EvTh 12 (1952) 17-33, 13 (1953) 406-413; F. M. Braun: RThom 61 (1953) 221-253; H. H. Rowley, The Unity of the Bible (Lo 1953) (bibl.); J. Boisset y otros, Le Probleme Biblique (P 1955); G. Ebeling: JThS NS 6 (1955) 210-225; J. J. Stamm: EvTh 16 (1956) 387-395; H. W. Wolff: EvTh 16 (1956) 337-370; R. de Vaux: ZAW 68 (1956) 225ss; J. Hempel: RGG’ I 1256-1259 (bibl.); idem: BiOr 16 (1958) 206-214; W. Eichrodt: VT Suppl. 4 (1957) 161-180; H. Gross: TThZ 67 (1958) 355-363; V. Hamp: LThK2 II 439-444; idem: BZNF 2 (1958) 303ss; L. Alonso-Schökel, Argument d’Ecriture et théologie biblique dans 1’enseignement théologique: NRTh 81 (1959) 337-354; idem: StdZ 172 (1962-63) 34-51; Probleme all. Hermeneutik (Theologische Bücherei 11) (Mn 1960); R. C. Dentan, Preface to OT Theology 1 (NY 21963) 15-83; idem, Part II: The Nature and Method of the Discipline (NY 21963) 87-125; K. Frör, Bibl. Hermeneutik (Mn 21964); G. T. Montagne, Teologí­a bí­blica de lo secular (S Terrae Sant 1969); M. Garcí­a-Cordero, Teologí­a de la Biblia (Ed. Católica, I Antiguo Testamento Ma 1970); A. González Lamadrid, Teologí­a de la historia deuteronomista; cuadernos de teologí­a bí­blica, n.» 3 (Casa de la Bibl. Ma 1970); Van Imschoot, Teologí­a del Antiguo Testamento (Fax Ma 1970); E. Jacob, Teologí­a del Antiguo Testamento (Marova Ma 1969).

Luis Alonso-Schökel
II. Nuevo Testamento
Son todaví­a muy discrepantes las concepciones sobre la edificación concreta de una tea logia del NT. Sin embargo podrí­a encontrar un amplio asentimiento la afirmación programática de que la teologí­a neotestamentaria tiene «el cometido de destacar, ordenar y presentar en su coherencia interna los pensamientos teológicos que explí­cita o implí­citamente están expresados en el NT» (H. SCHLIER: LThK2 II 448).

1. Historia de la teologí­a neotestamentaria
El proceso que llevó al desarrollo de una teologí­a neotestamentaria tuvo lugar primero exclusivamente en el campo protestante (cf. H. RIESENFELD 1259s; H. SCHLIER, 1. c. 444-447). La relativamente tardí­a participación católica se explica entre otras cosas por el hecho de que aquel proceso originariamente estuvo impulsado muy fuertemente por tendencias antidogmáticas. El interés católico por la teologí­a neotestamentaria, que se vio fortalecido ante todo por la invitación de la encí­clica Divino afflarte Spiritu a elaborar el contenido teológico de los textos y libros particulares, se manifestó generalmente en una orientación progresivamente teológica de los comentarios y especialmente en el hecho de que, tomando ejemplo de muchos trabajos protestantes, aparecieron primero muchas monografí­as sobre conceptos y temas neotestamentarios teológicamente importantes (reino de Dios, Iglesia, redención, agape), después algunas exposiciones parciales de la teologí­a neotestamentaria, principalmente de la paulina (p. ej., F. Prat, L. Cerfaux), y, finalmente, también algunas exposiciones generales. Incluso, junto a los «diccionarios teológicos», aparecieron aunque con menores pretensiones – diccionarios bí­blico-teológicos (J.B. Bauer; X. Léon-Dufour, entre otros; sobre el trabajo bí­blico-teológico de ambas confesiones, cf. R. SCHNACKENBURG, especialmente 37-42; W.G. Küm-MEL: RGG3 I 1227-1250). En el campo católico, hasta ahora han intentado una exposición general de la teologí­a neotestamentaria: en el mundo de lengua francesa A. Lemonnyer (1928, 2.a ed. de L. Cerfaux 1963) y J. Bonsirven (1951); y en el ámbito de lengua alemana, M. Meinertz (1950). El progreso que ha habido desde entonces queda documentado por el esbozo crí­ticamente más logrado de la «teologí­a neotestamentaria» de R. Schnackenburg (1963, 21965).

2. La teologí­a neotestamentaria como disciplina independiente
Como intento de una reflexión metódica sobre la revelación de Cristo testimoniada en el NT y sobre la fe subordinada a ella, la teologí­a neotestamentaria presupone los resultados particulares de la explicación de cada texto y de cada grupo de textos. La teologí­a neotestamentaria comparte con la exégesis la aplicación de los métodos histórico-cientí­ficos y del progreso de sus conocimientos objetivos. Así­ como la teologí­a neotestamentaria, que lucha por la comprensión global de un escrito o de un grupo de escritos, es capaz de proteger a la exégesis contra el aislamiento y la acentuación excesiva de un lugar particular, del mismo modo una exégesis progresiva podrá ejercer una función crí­tica frente al intento de un esbozo teológico total. La teologí­a neotestamentaria de ningún modo se distingue de la -> dogmática, que esclarece el caudal total de la fe de la Iglesia, por la renuncia a la razón, al pensamiento que fundamenta, saca conclusiones y ordena categorialmente, pero sí­ se distingue de ella por el hecho de que se mantiene conscientemente en el marco de los hechos y temas del NT, de sus maneras de pensar y expresarse, de sus imágenes y conceptos, que no coinciden necesariamente con los de la posterior teologí­a dogmática. De la peculiaridad insinuada de la teologí­a neotestamentaria se deduce ya su lí­mite indiscutible, pero también la especial ventaja de esta disciplina. Medida con el desarrollo teológico posterior, la teologí­a neotestamentaria es «todaví­a una teologí­a inicial, germinal, no desarrollada; pero posee la fuerza de la raí­z y la fecundidad de la fuente» (R. SCHNACKENBURG 14).

3. Diferencia de métodos y tendencias
En las exposiciones globales más recientes se reflejan la diferencia de métodos y las oposiciones de la restante investigación neo-testamentaria. Con sus ventajas y desventajas, tales exposiciones manifiestan la dificultad que implica el cometido de desarrollar objetivamente una teologí­a neotestamentaria. Obras escritas bajo la perspectiva de la historia de las religiones (la de H. WEINEL, p. ej., con el subtí­tulo La religión de Jesús y la del cristianismo primitivo, 1911, T 41928), acentuando la dependencia del cristianismo en su origen respecto de la historia del espí­ritu y de la religión en el mundo circundante, tendí­an a relativizar la revelación neotestamentaria para reducirla a «una expresión, ligada al tiempo, de convicciones antiquí­simas de la humanidad» (R. SCHNACKENBURG 26ss).

Autores que, reconociendo el carácter de revelación y de fe que tiene el mensaje neotestamentario, opusieron a tales intentos una descripción bí­blico-positiva de las distintas «formas doctrinales» de los grupos particulares de escritos neotestamentarios (como A. Schlatter y Th. Zahn), sucumbieron, lo mismo que las exposiciones descriptivas, las cuales siguen lo más posible el transcurso «histórico» (las de J. Bonsirven y M. Meinertz), al peligro de descubrir muy deficientemente los problemas históricos y teológicos. E. Stauffer, que (contra R. Bultmann) combate en favor de una «teologí­a real», es decir, de una «teologí­a cristocéntrica histórica», y O. Cullmann, como representante principal de una «teologí­a de la historia de la salvación» con la correspondencia de «promesa y cumplimiento», ponen como base concepciones que en gran parte son esquematizaciones insostenibles y que muchas veces no diferencian suficientemente el estado real de las cosas. La Teologí­a del NT de Bultmann, que une a la crí­tica histórico-religiosa con presupuestos filosóficos existenciales, y que a partir del NT quiere resaltar y hacer palabra viva el desarrollo de la autointeligencia creyente de la Iglesia primitiva y su significación para el hombre de hoy, ha logrado un análisis excelente de muchos conceptos fundamentales de la teologí­a de Pablo y de Juan y ha demostrado contundentemente cómo el logro y la realización de la verdadera comprensión de la existencia humana es un componente esencial del concepto neotestamentario de fe, pero no ha hecho justicia plena a ésta. La problemática de la teologí­a existencial de Bultmann, experimentada también por sus discí­pulos, se muestra, p. ej., en el hecho de que él, debido a su principio hermenéutico (-> hermenéutica bí­blica), sólo ha sido capaz de descubrir el verdadero kerygma cristiano en Pablo y en Juan («revisado»).

4. El cometido primario
Puesto que el NT consta de una serie de escritos y grupos de escritos que por su forma literaria, su origen, su intención, su contenido y su significación son muy distintos, es cometido indiscutible de una teologí­a neotestamentaria destacar el contenido teológico de los escritos particulares, o de los grupos de escritos, y describirlo adecuadamente. En conjunto este cometido no ofrece grandes dificultades, especialmente en las cartas paulinas (reconocidas como auténticas en la forma en que las poseemos, o en sus partes constitutivas esenciales). El conocimiento seguro de los rasgos esenciales del devenir espiritual y de la obra de Pablo facilita la comprensión de ciertos temas fundamentales de su teologí­a (como -> obras meritorias y -> justificación, -> gracia y -> fe, la necesidad universal de la -> redención y su plenitud superabundante de -> gracia, la acentuación de la -> resurrección de Jesús, entendida como nueva creación escatológica, el Cristo glorificado como Señor de los fieles y de la Iglesia, que por el Pneuma es un poder operante, de la vida y produce una nueva criatura: cf. teologí­a de -> Pablo).

Si durante largo tiempo parecí­a suficiente la distinción de tres tipos teológicos principales, a saber, además de la teologí­a paulina, la de la carta a los Hebreos (que interpreta la muerte de Jesús ante todo desde el punto de vista del sumo sacerdocio de Cristo) y la de Juan; hoy se ofrece un cuadro más rico y diferenciado. Tanto las epí­stolas deuteropaulinas, que posiblemente comprenden también Col – con su pleno desarrollo de la significación de Cristo para el cosmos, la Iglesia y la humanidad entera [Col y Ef], y con su preocupación por la conservación del depositum fidei y por el fortalecimiento de la organización eclesiástica [cartas pastorales]) -, como también las «epí­stolas católicas», que, con una apelación explí­cita o al menos implí­cita a la tradición apostólica, intentan igualmente solucionar problemas del tiempo postapostólico, amenazado por doctrinas erróneas cada vez más fuertes (cf. también 1 Jn; fe y obras [Sant]; acreditación del estado cristiano frente a erróneas doctrinas gnóstico-libertinas [Jds] y frente a los que discuten la expectación de la parusí­a [2 Pe] en un mundo que se ha hecho ya hostil [1 Pe]); adquieren significación teológica independiente, precisamente también desde el punto de vista de una Iglesia que después de la muerte de los apóstoles existe en un mundo todaví­a subsistente (cf. también el Ap con sus intereses de proclamación cristológica y eclesiológicamente importantes).

Desde que el método crí­tico de las fuentes y el de la historia de las formas quedaron adecuadamente complementados por el método de la historia de la redacción, junto a Jn, que con su cristologí­a altamente desarrollada incluye (interpretando) todo el camino de Cristo y, especialmente, la acción actual del glorificado en la palabra del Jesús terreno, también los -> sinópticos se han dado a conocer más y más como obras teológicas de alto rango. No en último término la circunstancia de que el trabajo de los dos grandes evangelistas – a diferencia del primer escrito evangélico de Mc – se puede medir y controlar en buena parte por las fuentes que ellos usan (Mc y la fuente de los logia), trajo consigo que se vieran antes los intereses teológicos de los dos sinópticos más tardí­os, primero el de Lucas, que quiere ofrecer una exposición de la tradición apostólica de Jesús que asegure la fe y la vida cristianas, y describe a Jesús ante todo como el verdadero y prometido portador de la salvación para toda la humanidad que sufre por el pecado, la enfermedad y la miseria. Por la continuación de la obra de Lc en Act, se subraya la significación ejemplar de la vida de Jesús para el tiempo postapostólico y se describe la carrera victoriosa e indetenible de la Iglesia, carrera que comenzó con los apóstoles pertrechados de Espí­ritu. El escrito doctrinal de Mt, acentuadamente apologético y catequético, presenta a Jesús ante todo como el Hijo de Dios y el Mesí­as prometido, que primeramente fue enviado a su pueblo, pero, habiendo sido desconocido culpablemente por éste, pasó a ser el proclamador de la voluntad definitiva de Dios que llama al seguimiento, el fundador y maestro del verdadero Israel, del nuevo pueblo de Dios que abarca a todas las naciones, de la Iglesia.

Ya el libro de W. Wrede sobre el Misterio del Mesí­as en Mc, todaví­a no discutido completamente, habí­a planteado la cuestión de las intenciones «teológicas» del primero de los evangelistas, que quieren presentar a Jesús como misterioso Hijo de Dios, como el proclamador que actúa en la fuerza y autoridad de Dios y que prepara a sus discí­pulos para su misión en el mundo; como el Hijo de Dios «cuyo misterio no es reconocido por el mundo y sólo es aceptado en la fe por los discí­pulos en el seguimiento de la cruz» (R. PESCH 824). Nuevos trabajos permiten concluir una alta actividad teológica por parte del creador del genus Evangelium (cf., además de la bibliografí­a citada por R. SCHNACKENBURG 78ss, E. SCHWEIZER, Mk en NTD 1 [1967], y R. PESCH, Naherwartungen, Tradition und Redaktion in Mk 13 [tesis Fr 1967]).

5. Cuestiones fundamentales y consecuencias
Por el hecho de resaltar el contenido teológico esencial de los escritos o grupos de escritos particulares del NT no se ha articulado todaví­a la teologí­a neotestamentaria según lo exige nuestro disciplina, al menos por su nombre. De cara a esta finalidad se plantean cuestiones contestadas distintamente y, en parte, carentes todaví­a de una solución auténtica, especialmente por lo que se refiere al contenido objetivo y a su estructuración.

a) Todos los escritos neotestamentarios presuponen un proceso de tradición más o menos largo, en su mayor parte sólo oral, pero en parte también escrita. Habí­a teologí­a paulina, aunque en forma menos desarrollada, ya antes de la redacción de 1 Tes en el año 52; y hubo afirmaciones teológicas sobre el acontecer de Cristo ya antes de Pablo, tal como éste lo confirma clarí­simamente con la paradosis de 1 Cor 15,3ss, que sirve de base a su teologí­a de la resurrección (1 Cor 15). A la vista del estado de las fuentes, la elaboración de antiguas tradiciones de fe que determinan la teologí­a en su progresivo desarrollo, de fórmulas de fe, de enunciados a manera de credo y de fragmentos litúrgicos, se presenta como un cometido difí­cil (principalmente en los Evangelios sinópticos), pero en buena parte ya resuelto felizmente. En consecuencia, el esfuerzo por descifrar la originaria proclamación apostólica de la salvación, con su posible (y diferenciador) desarrollo ulterior en el ámbito palestino y en el no palestino, como estrato más antiguo de una teologí­a eclesiástica originaria, se tiene sin discusión por una empresa legí­tima de la teologí­a neotestamentaria.

b) La cuestión más discutida es la de si la historia o al menos la predicación de Jesús ha de incluirse en la teologí­a neotestamentaria o no. Mientras que J. Bonsirven y M. Meinertz todaví­a tratan despreocupadamente en primer lugar la proclamación de Jesús (Meinertz: doctrina, historia y persona de Jesús; Bonsirven eso mismo junto con el Cristo de Jn), autores más recientes, debido al conocimiento entre tanto seguro de que ya en los sinópticos la tradición de Jesús y la interpretación pospascual están í­ntimamente enlazadas y fusionadas, llegan a otras sugerencias. Según Schlier, aunque la vida (la palabra y la obra) y la muerte de Jesús sean directa o indirectamente la fuente de toda reflexión teológica de los autores neotestamentarios, y aunque se pudieran reconstruir históricamente «rasgos decisivos de la historia de Jesús», el esfuerzo por lograr una teologí­a neotestamentaria puede (e incluso debe) por motivos teológicos prescindir de tales reconstrucciones. De otro modo surgirí­a la impresión de que se da un Jesús distinto del presente en la palabra proclamadora de la Iglesia, «de que, junto a las únicas interpretaciones legí­timas del rema Xristou que dan los cuatro evangelios, hay todaví­a otra interpretación, la de la imagen histórica que se hace el investigador a partir de dicha historia» (Besinnung 28 A 3; cf. además 12ss). Schlier (a diferencia de Bultmann) explica la historia de Jesús como «presupuesto», pero no como parte de la teologí­a neotestamentaria. R. Schnackenburg, considerando que esto es sólo «una verdad a medias», quiere – sin duda con intención mediadora – anteponer a la siguiente teologí­a de cada sinóptico (19-32, 51-73) el mensaje de Jesús y los hechos salví­ficos de su vida «según los Evangelios sinópticos» como un estrato bastante confuso y difí­cilmente aislable «de la proclamación y la teologí­a comunes del cristianismo originario» (las cuales «esencialmente» coinciden con el originario kerygma apostólico, que debe tratarse previamente).

De todos modos, en este procedimiento no puede aceptarse sin más el intento de demostrar una identidad material, explí­cita o implí­cita, entre el Cristo que predica y el predicado después de pascua. En primer lugar porque no puede infravalorarse el progreso indiscutible de la revelación de Cristo, sobre todo por lo que se refiere a la significación reveladora de la «experiencia» pascual. A partir de esa experiencia, con ayuda de la Escritura y en diálogo con la historia, se hace explí­cita la significación del acontecer total de Jesús, que culmina en la milagrosa acción divina de la resurrección del crucificado, para Jesús mismo y para el nuevo punto de apoyo de la proclamación de la salvación en Israel y en las naciones. Y en segundo lugar porque, ante el hecho de la firme fe apostólica en que Dios respondió con un nuevo acto revelador al ajusticiamiento del plenipotenciario proclamador escatológico del incipiente reino de Dios, podemos mantenernos abiertos no sólo para la problemática de los tí­tulos cristológicos, sino también para la que se refiere a la comprensión exacta de la muerte de Jesús y a su expectación del futuro (parusí­a para el juicio, exaltación a una existencia, igual a la de Dios en el tiempo intermedio).

c) La dificultad mayor para la teologí­a del NT, que en concreto todaví­a está por elaborar, surge de una indiscutible pluralidad de teologí­as distintas. Según H. Schlier, «una exposición de la teologí­a neotestamentaria propiamente ofrece sólo cierto número de fragmentos teológicos muy distintos formalmente y en cuanto al contenido, los cuales, por lo demás, apenas pueden compararse en lo que se refiere a su extensión, al grado de reflexión teológica y a la importancia interna» (Besinnung 30). Las dos peculiaridades de la teologí­a del NT, la pluralidad y el carácter fragmentario, que se limita a ciertos aspectos y renuncia a una nivelación sistematizadora, están fundadas en varios factores; no sólo en la diferencia de origen, de experiencia, de escuela, del horizonte de pensamiento y de concepción de cada uno de los autores; sino también en el carácter ocasional de sus escritos, que como tales proclaman la fe en una situación determinada y toman posición ante necesidades, cuestiones y dificultades concretas. Los escritos mismos están condicionados a su vez por el distinto nivel espiritual y por las situaciones cambiantes de los receptores del mensaje salví­fico, o sea, de los destinatarios de cada escrito. Así­ se plantea la cuestión metódica de cómo y hasta qué punto debe hacerse visible la unidad, sobre todo la unidad material, de esas teologí­as distintas (cf. sobre esto especialmente H. SCHLIER, Besinnung 19 29s; R. SCHNACKENBURG 17ss).

El procedimiento más recomendable (cf. R. SCHNACKENBURG 18s) parece ser el que en lo posible quiere mostrar por lo menos la unidad de trasfondo «mediante algunos grandes temas, p. ej., Dios, reino de Dios, Jesucristo, su muerte y resurrección, el Espí­ritu, la Iglesia, la fe, la vida nueva, etc.» (H. SCHLIER 19), o bien mediante sectores parciales, como la cristologí­a, la eclesiologí­a, la doctrina sobre el estado de salvación de los cristianos, etc. (R. SCHNACKENBURG 134-147). Pero ha de mantenerse como principio reconocido que la peculiaridad aquí­ observada de cada teologí­a no puede difuminarse a favor de una unidad superficial, o que la teologí­a de un escrito o de un grupo de escritos del NT no puede convertirse, explí­cita o implí­citamente, en norma para censurar las restantes concepciones teológicas.

d) También ha de establecerse como principio que la relación entre la teologí­a neotestamentaria y la sistemática, principalmente la dogmática, debe estar determinada por la función de un mutuo preguntarse, estimularse y examinarse crí­ticamente. La teologí­a dogmática puede incitar a la neotestamentaria a una interrogación más diferenciada de los textos. Y del testimonio de una «teologí­a originaria», normativa para el desarrollo ulterior del caudal de la fe, la teologí­a sistemática puede esperar para sí­ misma múltiples estí­mulos, p. ej., la reflexión sobre conceptos o hechos bí­blicos fundamentales, ocultos u olvidados durante largo tiempo, una llamada de atención sobre enfoques no aprovechados o no agotados, pero, a veces, también ciertas «Lagunas». Sin embargo, a este respecto no deberí­a olvidarse el lí­mite que se pone a la función crí­tica y normativa (frente a la teologí­a dogmática, que vierte todo el caudal de fe de la Iglesia en conceptos actuales) de la teologí­a neotestamentaria, o de las teologí­as neotestamentarias particulares, por causa del mencionado condicionamiento histórico de sus afirmaciones teológicas, que no pueden sistematizarse con excesiva precipitación.

BIBLIOGRAFíA: a) TEOLOGíA DEL NT: A. Schlafter, 2 vols. (St 21922-23); Th. Zahn (L 1928); F. Büchsel (Gü ‘1948); Stauffer; Feine ThNT; Meinertz; Bonsirven NT; Buhmann; A. Lemonnyer – L. Cerfaux (P 1963); Schelkle, 4 vols. (Her-der Ba 197ss) b) SOBRE EL ESTADO DE LA INVESTIGACIí“N: W. G. Kümmel: RGG3 I 1235-1251; Kümmel; H. Riesenfeld: RGG’ II 1259-1962; H. Schlier: LThK2 I 444-449; R. Schnackenburg, 1967). c) SOBRE LA PROBLEMíTICA EN TORNO A LA TEOLOGíA BíBLICA: W. Hillmann, WiWei 14 (1951) 56-67; S. Lyonnet: VD 34 (1956) 142-153; K. Rahner: LThK2 II 449 ss; H. Schlier: Besinnung auf das NT (Fr 1964) 7-24 25-35. d) OTROS TRABAJOS DE TEOLOGíA BíBLICA: F. Prat, La teologí­a de san Pablo, 2 vols. (México 1947); L. Cerfaux, Jesucristo en san Pablo (Desclée Bit); O. Cullmann, El Nuevo Testamento (Taurus Ma 1971); idem, Cris-to y el tiempo (Estela Ba 1968); WBB; R. Pesch, Bibel, NT: SDG I 738-747; BThWB; S. Schulz, Die Stunde der Botschaft. Einführung in die Theologie der vier Evangelisten (H 1967).

Anton Vögtle

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

Aunque la frase «teología bíblica» hoy se usa en un sentido más especializado, también tiene otros significados más generales que merecen mencionarse. En primer lugar, es obvio que ante todo señala a la verdadera teología del Antiguo y Nuevo Testamentos en la forma de una exposición directa. En un sentido más general, se podría decir que cualquier teología que saca sus materiales de la Biblia y que trata de ser fiel a la norma bíblica es una teología bíblica. Para ser un teólogo bíblico no es necesario que uno sea parte de algún movimiento en particular que pudiera adoptar este titulo.

Al mismo tiempo, tenemos que reconocer que en la teología moderna existe un movimiento distintivo que usualmente se describe a sí mismo como Teología Bíblica. Este movimiento o tendencia no consiste exclusivamente en exposición, ni tampoco tiene una constitución formal como una escuela, ni rechaza tampoco a otras escuelas como si éstas no fuesen bíblicas. Es este movimiento el que requiere una evaluación particular.

Su origen es diverso. Uno de los factores contribuyentes más importantes ha sido una fuerte concentración en los estudios lexicográficos, la cual viene desde sus comienzos experimentales al comienzo de este siglo hasta el diluvio de investigación detallada que ha producido obras tan valiosas como el gran Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, editado por G. Kittel y G. Friedrich. Esta es verdaderamente una forma de exégesis y exposición directa; y, totalmente aparte de la interpretación, la luz positiva que ha sido arrojada sobre muchas palabras y frases bíblicas importantes, es una ganancia grande y permanente para cualquier forma de teología bíblica.

De la mano con esta paciente y positiva labor se da también una crítica y rechazo a la manera errada en que el sector liberal entendía la Biblia, y especialmente el NT, error que llegó a su máxima expresión en los escritos de Weiss y especialmente Schweitzer. Nadie puede tomar en serio las sugerencias extremistas de éste último, pero la forma tan alarmante en que él colocó su crítica reveló lo absolutamente inútil que era pretender que el Jesús liberal fuera realmente el Jesús histórico del NT. De esta manera, la exposición fue reorientada hacia su verdadera labor, esto es, la de redescubrir, hasta donde fuese posible, lo que Jesús y los apóstoles—y, por cierto, los escritores del AT también—realmente dijeron, más bien que lo que nosotros pensamos que dijeron o deberían haber dicho.

No obstante, para lograr este fin se ha visto que debemos interpretar las detalladas afirmaciones y libros de la Biblia en términos de su propio trasfondo y presuposiciones, más bien que en los que podamos sacar de otras fuentes. Éste es el punto enfatizado particularmente por Hoskyns y Daves en su fecundo libro, The Riddle of the New Testament, lo que ha sido seguido por eruditos como William Manson y Matthew Black en penetrantes estudios. Pero esto ha llevado a un nuevo entendimiento de la interrelación que tienen los Testamentos y los libros que están dentro de ellos, de tal forma que los estudios analíticos del siglo pasado están dando lugar a un enfoque sintético mucho más rico como el conseguido, por ejemplo, por A.M. Hunter.

El movimiento del estudio exegético y expositivo es una parte básica y esencial de la nueva teología bíblica. Pero está acompañado por una reorientación teológica ligada directamente en sus orígenes y desarrollo con la obra de Karl Barth. Barth, por supuesto, hace un uso extensivo del estudio bíblico más directo, pero lo hace como un teólogo dogmático. En lugar del liberalismo antiguo y fundamentalmente equivocado, él trata de llevar a cabo una reconstrucción de la teología en base a fundamentos genuinamente bíblicos, tanto en contenido como en método. Y mientras los diferentes teólogos que se han entregado a seguir esta nueva teología bíblica distan mucho de estar de acuerdo en sus conclusiones generales o detalladas, sin embargo, bien puede decirse que todos comparten con Barth este enfoque y propósito general.

Debemos dedicar algo de espacio para tratar el genuino beneficio que ha sido otorgado a toda la labor bíblica y teológica a través de este movimiento general y dentro de él. Ya nos hemos referido a la importancia del estudio lexicográfico, así que no necesitamos elaborar este punto. Sin embargo, toda futura exposición y teología deberá, con toda seguridad, tomar en cuenta el nuevo entendimiento que nos ha llegado a través de toda esta detallada investigación.

Nuevamente, es un beneficio evidente el haber desenmascarado todas las suposiciones extrabíblicas que tanto condicionan nuestra lectura de la Biblia. Para ser realmente bíblicos en nuestra teología, deberemos tomar la Biblia tal como realmente es. Debemos aceptarla en sus propios términos. Debemos ver y estudiar y establecer las cosas sobre su propia base y desde su propio punto de vista. No debemos forzarla a entrar dentro de un esquema filosófico extraño a ella. Debemos ser genuinamente históricos, adoptando su propio enfoque y moldeando nuestra teología en conformidad con el patrón que ella impone.

Otro beneficio es el haber recapturado el sentido de unidad de la Biblia en medio de toda la diversidad que claramente despliega. Este sentido se presenta en forma más plena en algunos representantes de esta nueva corriente que en otros. La búsqueda de una teología juanina o sinóptica como opuesta a la teología paulina todavía tiene sus atractivos. Sin embargo, el impulso de la Biblia misma está, sin ninguna duda, dirigido hacia la unidad, y los mejores exponentes de la teología bíblica muestran muy pocos o ningún rastro de estar tratando con tradiciones divergentes.

Una última ganancia, ya que no podemos hablar de discernimientos individuales, está en el redescubrimiento de la pertinencia y poder de los grandes teólogos bíblicos del pasado, tales como los padres y los reformadores. Los estudios de los padres y de los reformadores han contribuido al movimiento como un todo, pero lo han podido hacer sólo porque ellos mismos han sido entendidos en una manera que difícilmente hubiera sido posible en los siglos dieciocho y diecinueve. En otras palabras, hemos entrado en una era de teología genuina, en la cual puede darse una propia evaluación y uso de toda nuestra herencia teológica.

Debido a estos logros tan positivos, el movimiento de la teología bíblica debe ser bienvenido. Con todo, existen ciertos rasgos menos satisfactorios en la corriente moderna, los cuales nos llaman a tener precaución y a corregir lo malo, si es que vamos a lograr el propósito que se busca. Enumeraremos brevemente los errores más generales.

En primer lugar, puede cuestionarse si el movimiento realmente ha logrado obtener un concepto genuinamente bíblico sobre la inspiración bíblica. Una cosa es romper con las formulaciones tradicionales, o enfatizar aspectos que han sido descuidados, pero muchas de las exposiciones indican claramente que hay una actitud evasiva en cuanto al punto de lo que la Biblia reclama para sí misma.

Otra vez, existe confusión en cuanto a la confiabilidad histórica de la Biblia. Podría concederse que la Biblia no afirma haber escrito una clase de historia como la que escribieron historiadores del siglo diecinueve y que gran parte de su material es poético, etc. Pero un número demasiado grande de escritores de esta nueva corriente persiste en juzgar la Biblia con normas que no son bíblicas, y en grados diferentes se puede notar que se pone en duda la historicidad de lo que la Biblia claramente quiere que se tome como hechos reales.

Tercero, existe una notable vacilación para aceptar lo que es obviamente el punto de vista bíblico en cuanto al asunto de los milagros. Los grados en que esta actitud se manifiesta varía mucho, pero con frecuencia se levanta en alguna forma. Este punto está obviamente ligado a los dos anteriores, en especial con el último. No podemos tratar de obtener una teología bíblica genuina a menos que aceptemos, p. ej., el punto de vista del NT sobre que Cristo nació de una virgen y de que su tumba quedó vacía. No es bueno arreglar esferas de influencia entre un mundo científico de hechos y un mundo teológico de la encarnación y la resurrección. Si la Palabra se hizo carne, y si la resurrección significa la resurrección del cuerpo, entonces la obra de Dios es una obra en la historia. Por tanto, en este punto es que debemos escoger entre una comprensión materialista o una bíblica. Uno de los rasgos que más desalientan a muchos que profesan esta senda, es la renuencia que tienen para hacer esta elección, y aun cuando el camello es tragado, parece un inútil y constante esfuerzo por colar los mosquitos.

La verdadera teología bíblica no puede ser una mera descripción. Tampoco puede ir de la mano con un punto de vista tan diferente en cuanto a otras cosas. Ella llama a todos los que van tras ella a que se entreguen incondicionalmente, tanto a la exégesis objetiva de la Escritura en términos de sí misma como a una prontitud para aceptar de todo corazón su enseñanza. El no lograr un compromiso en uno o en ambos puntos es la razón de por qué tanto de lo que ha sido llamado teología bíblica está bajo la continua amenaza de convertirse en lo opuesto, tal como se ve en Bultmann y sus asociados y discípulos.

¿Existirá algún camino hacia una teología bíblica genuina que pueda revitalizar nuestro pensamiento y acciones? Parece que el camino está en esta dirección: todos los teólogos debieran estar juntos en la intensificación y continuación de la obra exegética. Todos deben unirse en la investigación y enseñanza de la Biblia tal como estas cosas realmente aparecen frente a nosotros. Todos deben unirse en estudios de teología histórica. Todos deben estar preparados para detectar y corregir sus prejuicios en metodología, enfoque, puntos de vista, materia que se trate y formulaciones, cambiándolo por lo que realmente se encuentra en las Escrituras. Todos deben estar dispuestos a aceptar la enseñanza que se da tal como realmente es dada, no importa cuán extraña y difícil pudiera parecer a veces.

Hay mucho que aprender del movimiento moderno como una buena contribución en esta esfera. Y el movimiento moderno mismo tiene mucho que aprender. Pero no sería imposible que pudiéramos llegar a la verdadera meta, si lo hacemos con una discusión e interacción paciente y humilde, ya que tenemos la Biblia como blanco común y el deseo común de conseguir una teología genuinamente bíblica.

Geoffrey Bromiley

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (601). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología