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VISION DE DIOS

VISION DE DIOS

Al hablar de visión de Dios podrí­a pensarse en una cuestión abstracta y sin interés alguno de actualidad. Sin embargo, el que mire al sentido más profundo de la vida humana logrará darse cuenta de que nos encontramos ante un problema que la razón no puede eludir sin comprometer la plena respuesta que hay que dar a los últimos interrogantes de la existencia. Se trata del problema de Dios en su interés más profundamente humano.

Por eso mismo los filósofos se preguntan por la posibilidad de ver a Dios, es decir, de entrar en contacto personal con él, mientras que los teólogos investigan cómo es posible esa visión, dado que por la revelación saben ya que estamos llamados a ver a Dios «cara a cara…, tan perfectamente como yo soy conocido» (1 Cor 13,12). «Lo veremos tal como es» (cf. 1 Jn 3,2).

No se trata aquí­ del conocimiento (visión mediata) de Dios a través de las criaturas, que es el conocimiento de Dios por demostración, ni de un conocimiento innato que algunos creen que es posible afirmar como presupuesto de todo conocimiento intelectual, ni tampoco del conocimiento obscuro a través de la fe. Se trata más bien de la cuestión teológica sobre la esencia de la bienaventuranza en el encuentro inmediato con Dios, que es el destino final querido por el mismo Dios para los hombres.

Ya en el Antiguo Testamento se percibe que la comunión de vida con Dios es el destino del hombre: «Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre» (Sal 16,1 1); «yo, en la justicia, contemplaré tu rostro. al despertar me hartaré de tu imagen» (Sal 17,15). Y es también éste el mensaje de salvación traí­do por Jesús, que cuando se va al Padre dice a los suyos:
«En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Voy a prepararos un lugar… Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros» (Jn l4,2s)~ Es el premio final de los justos: «Siervo bueno y fiel…; entra en el gozo de tu señor» (Mt 25,21.23). En esta promesa de Jesús se habla de una comunidad de vida con Dios, que no puede menos de realizar se mediante el contacto espiritual del conocimiento y del amor.

En la Biblia la expresión «ver a Dios» (TheOr7 horar7) tiene sin duda un significado gradual. Así­ Jacob puede decir: (†œHe visto a Dios cara a cara» (Gn 32,31), mientras que Juan asegura que «a Dios nadie lo ha visto» (Jn 1,18). La de Jacob habrí­a sido tan sólo una experiencia mediata y obscura de su presencia, Es el Nuevo Testamento el que expresa con toda claridad la visión de Dios como experiencia inmediata en la vida eterna. Lo veremos cara a cara tal como es.

El Magisterio de la Iglesia explica cómo la fe del «credo» en la «vida del mundo venidero» es la felicidad de la visión y gozo de Dios (Const. Benedictus Deus, de Benedicto XII: DS 1000), Y el concilio de Florencia define que «las almas… son recibidas inmediatamente en el cielo y ven claramente a Dios uno y trino, tal como es» (DS 1305).

Es un dato de experiencia universal que la felicidad del hombre no se encuentra en esta vida ni en los placeres de este mundo, ya que todo es caduco y limitado. San Agustí­n expresó esta realidad en una frase genial que define a la humanidad: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confésiones,I, 1).

Está claro que lo que se llama «visión (inmediata) de Dios» afecta a la totalidad del hombre con todas sus facultades espirituales. Contemplar , amar y gozar de Dios significa alcanzar el sentido último y definitivo de la vida humana en la victoria, sobre todo lo que en este mundo la corroe y la corrompe espiritual y fí­sicamente: la mentira, el odio, el dolor la misma muerte. Es llegar a la verdad, al amor, a la vida sin muerte, es decir, a la felicidad que colma todos nuestros deseos. Es en cierto modo hacerse «como Dios† por concesión liberal de su amor y omnipotencia. El hombre es admitido en la intimidad vital del misterio trinitario como hijo del Padre en unión con Cristo, Hijo por naturaleza, y participando del don de amor del Espí­ritu Santo, que sella esa unión de una manera inefable.

La teologí­a, en el análisis sutil que lleva a cabo de esta visión y bienaventuranza, habla de una luz sobrenatural, lumen gloriae, mediante la cual el espí­ritu queda preparado para entrar en este contacto maravilloso con la esencia divina y participar de la vida trinitaria; es una cuestión secundaria saber si la función más radical en este contacto con Dios pertenece al entendimiento o a la voluntad, es decir, si la esencia de la gloria eterna consiste en la visión o en el amor La idea de los teólogos franciscanos lo centra todo en el amor, mientras que el conocimiento o visión es el presupuesto necesario, y el gozo o función es la consecuencia. Por otra parte, es evidente que el hombre glorificado no dejará nunca de ser limitado en su ser y en sus actos. Pero en ellos experimentará a Dios precisamente en su esencia y en su vida í­ntima. Será una vida de comunión con Dios como fin supremo, más allá del cual es imposible desear algo más, ya que será él para siempre la fuente inagotable de felicidad: la vida eterna.

B. Garcí­a

Bibl.: J M, Alonso, Ontologí­a. Noética de la visión beata según santo Tomás de Aquino, en Theologie in Geschichte und Gegenwart (Festschrif M. Schmaus), Múnich 1957.. J L. Ruiz de la Peña, La otra dimensión, Sal Terrae, 41991, 227-271; H. KUng, ¿Vida eterna ? Cristiandad, Madrid 1983; Ch, A. Bernard, Contemplación, en NDE, 249-261.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

I. Aspectos generales
En la terminologí­a teológica se entiende generalmente por v. de D. la totalidad de la salvación consumada (aunque con cierta acentuación excesiva del momento intelectual en esta salvación única y total) en la experiencia plena y definitiva de la comunicación inmediata de Dios, en la que la voluntad salví­fica de Dios llega a su absoluta y plena realización. En cuanto esa voluntad absoluta (gracia eficaz de la salvación consumada que va ya implí­cita en la predestinación) alcanza al individuo como miembro de la humanidad redimida en Cristo y por Cristo, el concepto de v. de D. implica concretamente (aunque no formalmente) también la unidad de los redimidos en el reino consumado de Dios, en el «cielo» como comunidad de los bienaventurados entre sí­ y con el Señor glorificado, o sea, la consumación de la -> comunión de los santos.

Como consumación definitiva e irreversible de la acción de Dios en el hombre y en la libertad humana (la cual quiere libremente lo definitivo), la v. de D. es la «vida eterna». En cuanto la diferencia de «tiempo» (en la medida en que puede y debe pensarse) entre la consumación del hombre particular en su dimensión espiritual y personal y la consumación en su dimensión corporal no tiene, a la postre, gran trascendencia, pues la Escritura se refiere siempre a la consumación única y total del hombre, viéndola desde distintas perspectivas, unas veces como «-> resurrección de la carne» (1 Cor 15), otras veces como «estar con Cristo» (Flp 2, 23) en la «v. de D. cara a cara» (1 Cor 13, 12); se puede, en consecuencia, incluir también la consumación de la corporeidad del hombre en el concepto concreto de v. de D., sobre todo porque es una cuestión teológicamente abierta la de si la v. de D. «crece» por la glorificación corporal del hombre, es decir, queda también determinada concretamente por ésta. Con todo ello no se pone en duda que deba afirmarse, con Benedicto xii (Dz 530), que quien está libre de culpa y de reato de culpa (pena de sentido del -> pecado) entra «sin demora» en la visión inmediata de Dios.

II. La gratuidad de la visión de Dios
La v. de D., como libre comunicación personal de Dios mismo y como punto culminante de la -> gracia sobrenatural, es decir, no debida a ninguna criatura espiritual ya previamente a un eventual pecado, es simplemente indebida (Dz 475), es el milagro del amor radical de Dios, amor que sus destinatarios no pueden exigir ni por razones de justicia o equidad ni por su constitución esencial, en el sentido de que el creador de esta esencia no podrí­a negarle razonablemente su realización y consumación (cf. también 1 Tim 6, 16; Jn 1, 16; 6, 41; Mt 11, 27; 1 Cor 2, 11: todo esto no podrí­a decirse si la v. de D. fuera la consumación natural del espí­ritu humano). Ciertamente la v. de D. es la más perfecta realización de una criatura espiritual, en cuanto ésta tiene una apertura simplemente ilimitada al ser, a la verdad y al valor. Pero como esta «trascendentalidad» ilimitada del hombre tiene también un sentido y una función aun cuando no quede consumada por la comunicación de Dios mismo, a saber, la libre constitución de una vida espiritual e intercomunicativa dotada de sentido a través de una historia orientada a la posesión definitiva de tal vida, todo lo cual no es posible sin esa -> trascendencia; consecuentemente, la comunicación consumada de Dios mismo a una criatura espiritual como tal (como «naturaleza»), por un lado, es libre gracia y, por otro (a la postre sólo ella) puede ser la consumación de la criatura espiritual. Esa gratuidad de la v. de D. no pone en duda que en el orden fáctico de la realidad la criatura espiritual ha sido querida libremente por Dios porque él querí­a comunicarse libremente a sí­ mismo; o sea, no pone en duda que hay naturaleza porque habí­a de darse la gracia, de modo que, por consiguiente, en toda criatura libre se da una ordenación indestructible a la v. de D. (un «existencial sobrenatural»), con lo cual la aspiración más alta de la criatura espiritual, el último sentido y el fin del drama de su historia están precisamente en la v. de Dios.

III. Esencia de la visión de Dios
1. Por lo que se refiere a la esencia última de la v. de D. (en sentido estricto) hemos de advertir lo siguiente. a) Hay que partir de que la esencia especí­fica del espí­ritu creado es el conocimiento y el amor espirituales en una unidad radical y en un condicionamiento mutuo (del mismo modo que verum et bonum son propiedades trascendentales del ser y del ente como tales, las cuales no pueden separarse entre sí­ ni coinciden simplemente; y del mismo modo que hay dos [ni más ni menos] «procesiones» necesarias en Dios: como palabra de la verdad y fuerza del amor), y por cierto en la intercomunicación de personas espirituales. b) Hay que tener en cuenta que «salvación», y precisamente como definitiva, significa la perfección de la persona espiritual como tal e í­ntegramente y, por consiguiente, ante todo en su esencia especí­fica que la distingue de los entes infraespirituales. c) Debe pensarse que, si dicha perfección del hombre consiste en la comunicación de Dios mismo por la gracia, esa perfección ya desde el principio de su concepto no puede prescindir de que Dios es necesariamente el trino, de que la -> Trinidad económica es la inmanente, cosa que queda confirmada por toda la estructura cristológica y pneumatológica de la historia de la -> salvación (B), cuya consumación es la v. de D. Por ello, la doctrina de la v. de D. debe de antemano poner de manifiesto su aspecto trinitario; cuando se habla de una «participación en la naturaleza divina», no puede ignorarse que ésta existe necesariamente en tres maneras distintas de subsistencia y que se comunica para que haya una relación inmediata entre Dios y la persona espiritual de la criatura, y, por consiguiente, una relación inmediata de la criatura con Dios corno Padre, Hijo y Espí­ritu Santo.

2. Con todo, es cierto que por la esencia de la cosa (el conocimiento del espí­ritu personal, que debe expresarse, como más fácilmente describe al espí­ritu es por el conocimiento mismo) la v. de D. puede describirse de la mejor manera desde su aspecto intelectual. Por esto ya en la Escritura es descrita como un conocer a Dios tal como él es, cara a cara, sin espejo ni imagen, como visión en contraposición a la esperanza (1 Jn 3, 2; 1 Cor 13, 12; cf. Mt 5, 8; 18, 10; 2 Cor 5, 7). El paralelismo de ese conocimiento con el ser conocido por Dios (1 Cor 13, 12) acentúa el carácter personal de la aceptación mutua del amor y de la comunicación de sí­ mismo, a diferencia de una toma de conocimiento puramente objetivista. En correspondencia con esto, Benedicto xii describe (Dz 530) la v. de D. como visio intuitiva et facialis de la esencia divina, visión cuya peculiaridad consiste (a diferencia de un conocimiento análogo de Dios, que está mediado por el conocimiento de un ser finito y distinto de Dios) en el hecho de que ningún objeto distinto de Dios media este conocimiento, sino que la esencia divina misma se muestra inmediatamente, clara y abiertamente (Dz 530; cf. también Dz 693).

La especulación teológica añade a esto con razón que la determinación real ontológica de la capacidad creada de conocimiento, por la cual ésta debe ser actuada para el conocimiento inmediato de la divinidad, tiene que ser Dios mismo, que en una manera cuasiformal cumple la función necesaria de una species impressa para el conocimiento. Si, y en la medida en que, aquí­ se requiere además una determinación creada, ontológicamente real, del espí­ritu (el lumen gloriae como perfección del hábito de la fe: Dz 475), su relación con la comunicación cuasi-formal de Dios mismo en la visión beatí­fica ha de concebirse como la relación entre la -> gracia «creada» y la «increada». Naturalmente, la visión beatí­fica no suprime el carácter incomprensible de Dios (Dz 428 1782); es más bien la experiencia inmediata y la afirmación amorosa de Dios como ser incomprensible, cuyo misterio no es solamente la limitación del conocimiento finito, sino también su último fundamento positivo y su fin supremo.

La felicidad de la v. de D. es la «extática» supresión y elevación del conocimiento permanente en la beatitud del amor. En cuanto Dios es el origen y la finalidad de toda realidad extradivina, en él son contempladas y amadas también todas las realidades, en tanto éstas «afectan» a cada hombre (cf. TOMíS, ST lll q. 10 a. 2).

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Karl Rahner

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica