IGLESIA Y SOCIEDAD EN AMERICA LATINA

SUMARIO: I. La Iglesia en América latina y el Caribe. II. Pertenencia religiosa. III. Práctica religiosa y mentalidades. IV. Educación. V. Presencia católica en los medios de difusión. VI. Temas sociales en las comunicaciones católicas. VII. Las Iglesias en la asistencia y promoción social. VIII. La Iglesia ante la mujer.

I. La Iglesia en América latina y el Caribe
El Consejo episcopal para América latina (CELAM), fundado en 1955, incluye 22 conferencias episcopales: al norte, México; en Centroamérica, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá; en el mar Caribe, Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Haití­ (francoparlante); más la conferencia episcopal de Antillas, con 15 paí­ses de los que no son insulares, en Centroamérica, Belice, y en Sudamérica, Guayana (de lengua oficial inglesa, como el anterior), Guayana Francesa y Surinam (de lengua holandesa). Esta conferencia episcopal incluye dos islas francoparlantes: Guadalupe y Martinica, y además Bermudas, frente a Norteamérica, de idioma inglés; en el archipiélago de Antillas: Antigua, Bahamas, Barbados, Dominica, Granada, Jamaica, Santa Lucí­a y el estado de Trinidad y Tobago, que tienen a su vez dialectos locales, lo que complica su integración. Sudamérica tiene 10 conferencias episcopales: Venezuela, Colombia, Ecuador, Brasil (el único lusoparlante), Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile.

II. Pertenencia religiosa
En 1989 América latina y el Caribe concentraban el 42,5% de los 906 millones de católicos del mundo, con tendencia desde 1970 a aumentar, mientras Europa incluí­a el 31,1%, con tendencia a disminuir en el mismo lapso.

Los protestantes y evangélicos han aumentado bruscamente entre 1960 y 1985: de 2,1 al 5,5% de la población en Argentina, de 1 al 7,6% en Bolivia, de 7,8 al 17,4% en Brasil, de 10,8 al 12,5% en Chile, de 0,7 al 3,1% en Colombia, de 4,3 al 7,7% en Costa Rica, de 0,3 al 3,4% en Ecuador, de 2,2 al 14% en El Salvador, de 3 al 20,4% en Guatemala, de 10,4 al 17,4% en Haití­, de 1,5 al 9,9% en Honduras, de 1,9 al 4% en México, de 4,5 al 9,3% en Nicaragua, de 7,6 al 11,8% en Panamá, de 0,7 al 4% en Paraguay, de 0,7 al 3,6% en Perú, de 6,9 al 27,2% en Puerto Rico, de 1,5 al 6,4% en República Dominicana, de 1,6 al 3,1% en Uruguay, de 0,7 al 2,6% en Venezuela1.

Recientemente está llegando el islam, con mezquitas en las capitales y principales ciudades de Latinoamérica, debido a un renacimiento musulmán, dentro del cual crece el aprecio por una democracia que exigen sus activistas en diversos paí­ses árabes, aunque sin la secularización occidental. La corriente mayoritaria acepta el diálogo interreligioso, aunque existen minorí­as terroristas y fanáticas entre cristianos, judí­os y otros credos.

Están surgiendo y creciendo también otros grupos paracristianos, como los Mormones, Testigos de Jehová, Ciencia Cristiana, Nueva Jerusalén; esotéricos, como el espiritismo o la Gran Fraternidad, el movimiento pararreligioso Nueva Era, y orientales como Moon, Ba’Hai, Krisna. Los cultos orientalistas, extendidos sólo entre las tensionadas capas medias, se dedican más a la exploración del yo, para olvidar las propias frustraciones y sufrimientos, descubriendo la propia divinidad con ayuda de técnicas psicosomáticas; y proponen una liberación ajena a la realidad social.

III. Práctica religiosa y mentalidades
La religiosidad tradicional se expresa en el número de bautizos en 1989: 8.887.312 (un 96% menores de 7 años), y de matrimonios sacramentales: 1.659.933, con sólo un 1,3% de uniones de católicos con no católicos. Hay en cada paí­s uno o más santuarios, la mayorí­a marianos, con peregrinación permanente y en fechas fijas, que muestran públicamente la devoción popular católica, en muchos casos mantenida en privado y con discutible repercusión en la moral personal y social. El compromiso espiritual y apostólico más renovado se manifiesta en unas 257 asociaciones y movimientos laicales, con alrededor de 30 en cada paí­s, y 20 dotados de secretariado latinoamericano.

Sin embargo, la mentalidad ético-religiosa con que se enfrentan los evangelizadores supone fuertes resistencias. Muchos son indiferentes, aun entre los bautizados, que seleccionan lo que les parece bien de la fe cristiana, incluso manteniendo una actitud anticlerical. Hay amplios sectores que rinden culto al placer, al tener o al poder, sin preocupaciones doctrinales. Los jóvenes son atraí­dos hacia el hedonismo y permisividad norteamericanos, con indiferencia neoeuropea hacia la verdad y los valores, perdiendo el sentido de la vida, apegados a lo sensual y sentimental heredado de indí­genas y africanos, pero ajenos a la solidaridad, a lo gratuito y al misterio; si son pobres tienden a la delincuencia o la drogadicción barata (neoprén y pasta base o bazuco); si son ricos, a otros vicios.

Muchos han recibido una catequesis puramente doctrinal, sin conversión a Jesucristo ni compromiso hacia los necesitados. Hay militares que se alejan de la Iglesia por crí­tica de esta a la ideologí­a de la seguridad nacional2, y empresarios, economistas y polí­ticos alejados por las crí­ticas de la Iglesia al materialismo e individualismo de la ideologí­a neoliberal. Sin embargo, aceptan una evangelización testimonial que haga presente a Jesucristo en el culto y en el prójimo.

Desde el siglo XIX, hay también ateí­smo militante racionalista, a veces de inspiración existencialista, o también masónica (que tiene una corriente deí­sta), que, en su versión marxista, con ocasión de la actual apertura de mercados hacia China, probablemente buscará allí­ el apoyo económico e ideológico perdido en 1989 al desintegrarse la Unión Soviética.

Están surgiendo, además, estructuras jurí­dicas laicistas, especialmente en Uruguay, paí­s casi carente de religiosidad popular. Al modo de la corriente liberal, iniciada en todos estos paí­ses en el siglo XIX, en Paraguay la Constitución de 1992 separó la Iglesia del Estado, aunque respetando su libertad. Acuerdos de los gobiernos con la jerarquí­a católica permiten la presencia de un obispo con rango y feligresí­a militar en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela.

IV. Educación
Hay universidades católicas con erección canónica por la Sede Apostólica, en Perú: Lima (Teologí­a 1571 y U.C. 1942); Chile: Santiago (1988), Valparaí­so (1961), Arica, Antofagasta, La Serena, Talca, Concepción, Temuco (1994); Argentina: Buenos Aires (Teologí­a 1932 y U.C. 1960); Colombia: Santafé de Bogotá (1937); Medellí­n (1945); Brasil: Rí­o de Janeiro (U.C. 1947 y Filosofí­a 1981), Sáo Paulo (1947), Porto Alegre (1950), Campinas (1956), Belo Horizonte (Teologí­a 1941 y U.C. 1983), Curitiba (1985); Ecuador: Quito (1954); Cuba: La Habana (1957); Guatemala: Guatemala (1961); Venezuela: Caracas (1963); Panamá: Panamá (1965); Paraguay: Asunción (1965); Puerto Rico: Ponce (1972); México: México (teologí­a 1982); Uruguay: Montevideo (1985); República Dominicana: Santiago de los Caballeros (1987). Además, Costa Rica tiene dos universidades católicas.

La escuela católica es gratuita en algunos paí­ses donde hay subsidios estatales, dependientes de la coyuntura polí­tica; pero es de pago en los demás, salvo cuando la sostienen instituciones benéficas. En algunos paí­ses se puede o se debe impartir enseñanza religiosa, aun en la escuela pública de nivel primario o secundario, lo cual favorece la evangelización de los alumnos y de los padres de familia, y el compromiso apostólico de los profesores.

El movimiento de educación popular, dirigido principalmente a los adultos, aunque también encuentra formas propias en la escuela, se caracteriza en la región por formar para la toma de conciencia de las necesidades personales y colectivas, por encontrar soluciones mediante técnicas creativas apropiadas en una economí­a popular de solidaridad, y por promover procesos organizativos transformadores y autogestionados. En él participan algunas congregaciones religiosas docentes masculinas y femeninas.

Más amplia es la educación popular, entendida en el sentido anteriormente expuesto, realizada por las comunidades eclesiales de base, presentes sobre todo entre los pobres. Desde la lectura de la Biblia, reconocida como palabra actual de Dios, plantean problemas vitales y les buscan solución de forma creativa y organizada, logrando una experiencia participativa que forma lí­deres y profesionales de fe socialmente comprometidos.

V. Presencia católica en los medios de difusión
Pocos episcopados dan prioridad a la presencia católica en los medios de difusión, hasta el punto de no mencionar siquiera el tema en sus informes a las asambleas del CELAM, a pesar del predominio protestante en las emisoras de radio.

En Argentina hay dos diarios y una revista mensual católicos, que comentan la actualidad. En Bolivia hay un diario católico nacional, dos agencias católicas de noticias, una productora de televisión y un 40% de emisoras de radio católicas. En Colombia hay 85 emisoras parroquiales, un semanario nacional y una programadora de televisión católicos. En Honduras hay programas y noticiarios religiosos en canales y emisoras comerciales, un semanario católico, 11 emisoras católicas con programación educativa y un canal de televisión con proyecto educativo y evangelizador, además de un canal protestante de televisión. En Paraguay hay una emisora de radio diocesana. En Chile hay dos canales de televisión con el nombre de universidades católicas, pertenecientes a corporaciones donde el obispo local tiene escaso influjo; su programación mereció crí­ticas de los grupos sinodales de Santiago, en 1995.

Hay una presencia de la fe cristiana, a veces ambigua o crí­tica, en la literatura, en las canciones populares tradicionales y actuales, y una imagen también variable de la Iglesia, del presbí­tero, de los religiosos y de las devociones en las teleseries y en el cine latinoamericanos. Los obispos y otros eclesiásticos suelen ser consultados por los periodistas sobre los temas morales y legislativos, pero en este tipo de noticias se deja, a veces, espontánea o intencionadamente la impresión de una Iglesia impositiva y poco misericordiosa.

VI. Temas sociales er las comunicaciones católicas
Las comisiones nacionales de Justicia y paz son organismos de cada episcopado, con alta participación de laicos, que formulan pronunciamientos públicos sobre situaciones que afectan a la justicia y a la paz.

Los asuntos socio-culturales y económico-polí­ticos que más ocupan a los episcopados por razones apostólicas, están formulados principalmente en las conferencias generales del episcopado latinoamericano en Medellí­n (Colombia, 1968), en Puebla (México, 1979) y en Santo Domingo (República Dominicana, 1992), y en pronunciamientos de las Iglesias locales. Esos temas son: dignidad y derechos de la persona, solidaridad, consolidación democrática, integración latinoamericana, identidad cultural y recuperación de valores culturales, cultura de la vida contra la cultura de muerte, ecologí­a fí­sica y moral, reconciliación nacional, convivencia pací­fica, concertación social, promoción de la familia y de la juventud, opción evangélica por los pobres, promoción de indí­genas y negros, calidad de la educación, justicia social y judicial, neoliberalismo, deuda externa, empobrecimiento y brecha socioeconómica, desempleo, vivienda, salud, violencia delictiva, libertinaje sexual exacerbado por el turismo y por los medios informativos, sida, violencia sexual contra mujeres y niños, corrupción administrativa y polí­tica.

Hay algunos acentos según los paí­ses: migraciones de indocumentados, malos tratos y tortura en las cárceles (México); legitimidad de los dirigentes y partidos polí­ticos, radicalización de las demandas sociales, movilización indí­gena, contrainsurgencia y militarismo dependiente, transición democrática tutelada, mediación en favor de los sin voz, deterioro del intercambio internacional, inflación monetaria, especulación financiera (Guatemala); niños de la calle, criminalidad de posguerra, agitación social (El Salvador); identidad nacional y religiosidad popular, deuda externa, desapariciones forzadas, trabajo femenino (Honduras); retorno de emigrados, pluralismo en las comunicaciones de masas, libertad de cátedra, ideologización partidista de la cultura y de la teologí­a, usurpación de bienes nacionales y particulares, terrorismo (Nicaragua); narcotráfico, refugiados de guerras civiles de paí­ses vecinos (Costa Rica); desnutrición, malos tratos familiares, violaciones, deforestación, presencia armada estadounidense, desarrollo vertical (Panamá); la superstición como suplencia social, promoción de la educación universitaria (Haití­); ahorro, inversión en educación, caí­da del poder adquisitivo, inoperancia institucional, canales de expresión ocial, inseguridad, fuga de capitales (República Dominicana); colonialismo, hacinamiento carcelario (Puerto Rico); estatizaciones bancarias, niños de la calle (Venezuela); maternidad adolescente, narcoterrorismo, secuestros (Colombia); subempleo (Ecuador); hambre, privatización de servicios públicos, dominio del mercado sobre el Estado, inconsciencia ética de las elites, cultura de la pobreza, cultura informática, uniformación del consumo (Brasil); participación popular, baja esperanza de vida, estancamiento demográfico, economí­a informal, producción alternativa a la coca, recuperación cultural y culturalismo cerrado (Bolivia); educación cí­vica masiva, revisión del estatuto militar, desregulación de la economí­a, anquilosamiento judicial, mediación social de la Iglesia, concertación nacional, laicismo estatal, despenalización del aborto y de la eutanasia (Paraguay); temporeros agrí­colas, cultura consumista, endeudamiento familiar, delincuencia, detenidos desaparecidos, universidades privadas con programas de investigación, formación de educadores, rol social de la mujer (Chile).

La presencia pública de la Iglesia católica ha sido notable en momentos de gran necesidad de reconciliación, después de traumas polí­ticos, incluyendo la promoción de acuerdos sociales entre empresarios y trabajadores, para hacer viable un desarrollo económico sin violencia. La evangelización del éthos social no depende sólo de las declaraciones de la jerarquí­a eclesiástica, sino principalmente de la comunicación testimonial humilde de los cristianos en sus contactos cotidianos.

VII. Las Iglesias en la asistencia y promoción social
Es un escándalo que América latina y el Caribe sean una región cristiana y pobre, donde la fe no ha logrado promover una convivencia social digna. Las grandes ciudades ostentan un sector de gran lujo, acaparado generalmente por una minorí­a blanca no mestizada o de reciente inmigración, aislada y ajena al entorno modesto y mí­sero que incluye la mayorí­a de los indí­genas y negros. La estructura económica injusta empuja a niños y jóvenes pobres a la delincuencia y a la prostitución y, en los últimos años, a la drogadicción y al narcotráfico a pequeña escala.

El sistema de patronato real colonial impidió que el mensaje cristiano incluyera una defensa pública de la justicia, limitándolo a promover las obras de misericordia, lo cual se mantuvo por hábito después de la emancipación. En 1989, la Iglesia católica mantení­a en la región 4.387 dispensarios, en especial en Brasil y México, y 3.486 jardines infantiles gratuitos, principalmente en Brasil y Perú; 2.939 centros de educación social, sobre todo en Brasil, México, Guatemala, Colombia, Perú, Ecuador y Argentina, además de hospitales, orfanatos, asilos, consultorios matrimoniales, centros para minusválidos y leproserí­as. Lento ha sido el influjo de las encí­clicas sociales en la praxis eclesial, pero desde el Vaticano II la opción evangélica por los pobres ha orientado la relación de la Iglesia católica y la sociedad.

El fundamentalismo protestante, de amplio influjo en la mayorí­a de los pequeños cultos pentecostales, rechaza la vinculación orgánica entre el campo religioso y el campo social, mientras el neoconservadurismo católico critica la implicación de la Iglesia en los problemas sociales. Ambas corrientes religiosas, con su individualismo, han apoyado regí­menes militares represivos y respaldan la economí­a neoliberal, cuestionada en la conferencia de Santo Domingo. Con escasas excepciones, los grupos pentecostales se proclaman apolí­ticos; de hecho se oponen a las transformaciones sociales, alegando a veces la inminente venida del juicio final.

En 1968, Nelson Rockefeller, tras un viaje por América latina, sugirió al gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica potenciar sectas conservadoras, pues la Iglesia católica, por su compromiso con el pueblo pobre y su reclamo por un cambio profundo de estructuras, habí­a dejado de ser aliada de confianza y garantí­a de estabilidad social para el continente3. En 1980, el Informe de Santafé propone «una nueva polí­tica interamericana para los años 80», reiterando esa alerta frente a la Iglesia católica; en la XVII Conferencia de las Fuerzas armadas americanas (excluida Cuba), hubo un informe secreto sobre la teologí­a de la liberación; y en 1988, un segundo informe presentado en Santafé, propone «una estrategia para América latina en los años 90», con las mismas precauciones frente a un catolicismo comprometido en lo social. Entonces irrumpen de forma espectacular en América latina cultos pentecostales y orientalistas, y predominan los regí­menes militares de seguridad nacional, que atribuyen la proliferación de nuevos cultos al descuido católico por lo divino para dedicarse al humanismo social. Los templos pentecostales defienden los bienes que Dios da a través del mercado libre, apoyado por militares y hombres de bien; critican, por politizada o mundanizada, a la Iglesia católica y acusan de comunistas ateos a los lí­deres sociales. Los católicos pobres más conservadores se pasan a cultos protestantes, donde rezan por necesidades individuales, compran agua milagrosa y óleos benditos, pagan diezmos y se alejan de la polí­tica.

La participación de consejeros laicos en la elaboración del magisterio social latinoamericano ha favorecido ciertos consensos eficaces, aceptados por gobiernos, corrientes polí­ticas, movimientos sociales y pastores. La Comisión económica para América latina y el Caribe (CEPAL) ha mentalizado a los gobiernos en la superación de la pobreza como prioridad social, con evidente influjo de la opción cristiana por los pobres. En paí­ses como Brasil y Chile, la Iglesia católica ha encabezado la recuperación democrática pací­fica después de las dictaduras militares. En 1980 monseñor Oscar Romero, arzobispo de San Salvador, y el jesuita Luis Espinal, comunicador social en Bolivia, fueron asesinados por su defensa de los pobres, como otros muchos cristianos, incluyendo catequistas. En 1995 la ONU realizó en Copenhague la Cumbre mundial para el desarrollo social impulsada, en su perí­odo, por el presidente de Chile, Patricio Aylwin, católico, que inició un acuerdo con la oposición para programar la lucha contra la pobreza al terminar, en 1990, el régimen militar.

El Consejo latinoamericano de Iglesias (CLAI), creado en 1978 por la asamblea de Oaxtepec, México, con 117 iglesias y organismos internacionales, se identifica con los que sufren opresiones y quiere contribuir a una sociedad justa y fraterna, tal como hace el Consejo mundial de Iglesias, con el cual la Iglesia católica coopera fraternalmente. Esta corriente es minoritaria en el conjunto del protestantismo latinoamericano.

VIII. La Iglesia ante la mujer
Las mujeres constituyen la porción más numerosa y activa en la Iglesia, pero ocupan en ella pocos lugares de alta reflexión y decisión, aunque está mejorando su formación teológica y profesional, tanto entre las laicas como entre el personal femenino de especial consagración. La alta autoridad eclesial proclama su dignidad, pero los niveles medios e inferiores les suelen asignar roles auxiliares y formas de acompañamiento paternalistas y autoritarias que les imponen patrones de conducta resignada y abnegada.

Las mujeres participan en organizaciones populares, crean sus propios organismos representativos, acceden a las profesiones, a cargos polí­ticos, administrativos y empresariales en competición desigual frente a los varones, porque ellas mantienen sus roles domésticos. En una alta proporción sostienen la comunicación interpersonal, la educación y la fe cristiana, con gran fatiga y escaso reconocimiento. En torno al 1990, habí­a en América latina un 22,7% de mujeres jefes de hogar o cabezas de familia, concentradas sobre todo en los estratos sociales más modestos, y en Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Costa Rica y Ecuador trabajaban más mujeres que hombres urbanos, teniendo aquellas 10 ó 12 años de estudios las oficinistas, y 13 y más años de estudio las profesionales.

La cultura del espectáculo audiovisual tiende a debilitar en la mujer sus valores de laboriosidad, valentí­a, promoción maternal de la vida y fidelidad, en aras del entretenimiento, la comodidad y ocio irresponsable; del cuidado narcisista de la apariencia fí­sica y de la igualdad con el varón, para el mal. Una renovada exégesis bí­blica, practicada especialmente por teólogas, revisa la caricatura de la visión judeocristiana de la mujer, que la presenta como patriarcal y retrógrada, con el fin de promover una diferencia complementaria con el varón, que no implica desigualdad ni discriminación.

NOTAS: 1. J. P. BASTIAN, Les protestantismes latinoaméricains: un objet á interroger et á construire, Social Compass XXXIX 3 (1992) 333. – 2 Cf Puebla 49, 314, 547, 549, 1259-1262. – 3. Time, 27.12.1982.

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Enrique Garcí­a Ahumada

M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética