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REYES (LIBROS DE LOS)

REYES (LIBROS DE LOS)

SUMARIO: I. Marco histórico. II. Tí­tulo. III. El libro: 1. Primera parte: éxitos y fracasos del rey Salomón; 2. Segunda parte: los dos reinos hasta la caí­da de Samaria; 3. Tercera parte: últimos destellos del reino de Judá: a) Ezequí­as, b) Josí­as, c) Nabucodonosor. IV. Composición: 1. Las fuentes; 2. Fin y plan; 3. Obra de tesis; 4. El autor. V. Dificultades. VI. Aspectos religiosos: 1. Religión canana; 2. Reino de Israel; 3. Reino de Judá.

I. MARCO HISTí“RICO. La historia del perí­odo de los dos libros de los Reyes, desde Salomón (hacia el 970 a.C.) hasta la destrucción de Jerusalén y luego el principio de la cautividad babilónica (junio-julio 587 a.C.), está llena de acontecimientos, marcados por las vicisitudes alternas de las tres grandes potencias del tiempo, a saber: Asiria, Babilonia y Egipto.

El primer faraón que, después de siglos, volvió a interesarse por Palestina fue Sesonq, deseoso más que nunca de reconquistar la influencia perdida sobre la región. Dio refugio al fugitivo Jeroboán (1Re 11:40), y cinco años después de la muerte de Salomón dirigió una campaña victoriosa contra Palestina (1Re 14:25ss), recordada también en una pared del templo de Amón en Karnak, donde se lee una larga serie de localidades del reino de Judá. En una época sucesiva fue memorable la campaña del faraón Necao II, durante la cual encontró la muerte en Meguido el rey Josí­as (609 a.C.).

Mucho más frecuentes y calamitosas fueron las intervenciones directas e indirectas por parte de las potencias asiria y babilónica. Comenzaron con Asurbanipal (884-859), que dirigió guerras contra Tiro y Sidón y otras ciudades fenicias, y continuaron con el sucesor Salmanasar III (859-824), que en el llamado «obelisco negro» mencionó también a Jehú, el rey de Israel. Luego tuvieron lugar las victoriosas batallas de Teglatfalasar (745-727), que interesaron a Tiro, Sidón, Damasco y los reyes de Israel; y, además, las acciones bélicas de Salmanasar V (727-722) y de Sargón II, que en el 721 conquistó definitivamente Samaria, capital del reino de Israel.

Con Senaquerib (704-681) se acentuaron las campañas contra el reino de Judá. En el 701 tuvo lugar un célebre asedio de Jerusalén, bajo el rey Ezequí­as y durante el perí­odo de la misión del profeta Isaí­as. La potencia asiria se extendió hasta asomarse victoriosa al Alto Egipto. Pero enseguida surgió el imperio neobabilónico con Nabucodonosor (605-562), el cual a su vez terminó con Nabónides y su hijo Baltasar en el 538, vencido por el poder de Ciro, rey de los medas y los persas [/ Daniel II, 5].

II. TíTULO. El tí­tulo corresponde exactamente al hebreo, porque es el resultado de una corrección hecha por san Jerónimo sobre la antigua versión latina, que se titulaba «libros de los reinos». El tí­tulo «libros de los Reyes»pasó luego de la Vulgata también a la Biblia hebrea (masorética).
La actual distinción en dos libros fue introducida por la versión griega, de donde pasó a la latina y luego al texto masorético. Por supuesto, se trata de una división artificiosa, hecha por comodidad de lectura y que no impide en absoluto la unidad de los dos libros, los cuales constituyen una obra única: así­ lo atestiguan claramente la forma, las frases estereotipadas, el espí­ritu idéntico y el hecho de que el reino del rey Acazí­as sea dividido de modo innatural en dos partes (lRe 23,52ss-2Re 1:17ss).

Si bien, en apariencia, puede parecer que el autor de los libros ha tenido la intención de unirlos con los libros del Samuel, se reconoce universalmente que se trata de dos obras esencialmente diversas por composición, por las tendencias y el espí­ritu que los informa.

III. EL LIBRO. La obra es de notable interés por la amplitud del perí­odo histórico al que se extiende y por el hecho de que en ella se narra el apogeo del reinado iniciado por David, pero también la sucesiva escisión y los comienzos del perí­odo del destierro asirio y luego del babilónico, los cuales marcaron un giro grande e importantí­simo en la historia hebrea. Bajo muchos aspectos trata justamente del perí­odo central de la historia bí­blica. Es el libro en el cualse describe la época del mayor esplendor polí­tico y militar, fácil de encuadrar en la historia de los pueblos circunstantes. Es el perí­odo de las más encarnizadas luchas religiosas entre integristas y sincretistas; el perí­odo en el cual actuaron los mejores profetas de Israel (Elí­as, Eliseo, Amós, Oseas, Isaí­as, Jeremí­as y Ezequiel, al menos en los comienzos). Es también el perí­odo de la mayor madurez lingüí­stica y de las grandes composiciones literarias, aunque sólo algún siglo más tarde recibieron la última mano.

La obra se presenta dividida en tres partes: el reinado de Salomón; el cisma y la historia de los dos reinos, el del norte o de Israel y el del sur o de Judá, hasta la destrucción del primero y el subsiguiente cautiverio asirio, después de la caí­da de la ciudad de Samaria; historia del reino de Judá, desde la caí­da de Samaria hasta la caí­da de Jerusalén y, luego (durante el destierro), hasta la liberación del rey Jeconí­as.

1. PRIMERA PARTE: EXITOS Y FRACASOS DEL REY SALOMí“N (lRe 1,1-11,43). Tenemos algunos rasgos sobre la vejez de t David, las intrigas por la sucesión y la consagración de Salomón y la muerte de su padre (1,1-2,12). Salomón elimina o aleja a todos los adversarios polí­ticos o religiosos (2,13-46). Siguen dos cuadros dedicados a él.

Primer cuadro: el esplendor del reino de Salomón es presentado bajo un triple aspecto, con una introducción y una conclusión: «Salomón amaba al Señor, siguiendo las normas de su padre David; sólo quemaba incienso en las colinas», porque aún no se habí­a erigido el templo. Los aspectos bajo los cuales es presentada su gloria son: a) el matrimonio con una hija del faraón (probablemente de la XXI dinastí­a, 3,1-3); b) la gran sabidurí­a que Dios le habí­a concedido (3,4-28); c) la organización del reino y el esplendor de sus construcciones: preparativos y construcción del templo, del palacio real y de los varios enseres del templo (4,1-7,51), y d) la solemne dedicación del templo (8,1-9,14). En este punto se echa una mirada conclusiva general: comercio, riqueza, sabidurí­a de Salomón (10,1-29).

Segundo cuadro: fracasos de Salomón y castigo de sus culpas. Después de haber subrayado con tanta amplitud el esplendor del reino y de la persona de Salomón, el autor pasa a otro cuadro muy diverso, destacando los fracasos y los lados negativos: a) pecados de debilidad con las mujeres extranjeras, por las cuales es luego arrastrado a los cultos paganos (11,1-13); b) rebelión de los Estados de Edón y Damasco y vuelta de Jeroboán de Egipto (11,14-40); c) opresión fiscal contra los súbditos (12,4).

2. SEGUNDA PARTE: LOS DOS REINOS HASTA LA CAíDA DE SAMARíA (l Re 12,1-2Re 17:41). El reino de Salomón es dividido en reino del norte o de Israel y reino del sur o de Judá. Tenemos una sucesión de cuadros, en los cuales el autor traza de modo alterno los acontecimientos de un reino para pasar enseguida a los acontecimientos contemporáneos del otro reino. De este modo presenta una cadena de anillos que enlazan a personas y acontecimientos siguiendo el orden cronológico. Los hechos más salientes son:
La separación de las diez tribus del norte de las dos tribus de Judá y de Benjamí­n; fortificación de las fronteras del nuevo reino bajo la dirección del rey Jeroboán; fabricación y culto de los becerros de oro para los santuarios autónomos de Betel y de Dan; nuevos sí­mbolos del Señor (2Re 12:1-31).

El ciclo del profeta / Elí­as en el reino del norte en tiempo de Ajab y Acací­as; Elí­as y la sequí­a, junto altorrente Querit (2Re 17:2-6); Elí­as y la viuda de Sarepta (2Re 17:4-24); el desafí­o a los sacerdotes y a los devotos de Baal en el monte Carmelo (2Re 18:1-39); Elí­as hace matar a los profetas de Baal y obtiene lluvia abundante (2Re 18:40-46); buscado para darle muerte por la reina Jezabel, mujer del rey Ajab, Elí­as huye al monte Horeb, donde se le manifiesta el Dios de la revelación (19,1-21); historia de la viña de Nabot (21,1-29); Elí­as y la mí­sera suerte de los hombres enviados por el rey Acazí­as para prenderlo (2Re 1:1-17); el rapto de Elí­as (2Re 1:11).

El ciclo del profeta Eliseo, también en el reino del norte; discí­pulo de Elí­as, hereda su espí­ritu (2Re 2:12-18); milagros del profeta: la multiplicación del aceite (2Re 4:1-17), la resurrección del hijo de la sunamita (2Re 4:8-37), la comida envenenada (2Re 4:38-41), la curación de Naamán el leproso (2Re 5:1-27), el hacha que nada (2Re 6:1-7), la captura de un destacamento de arameos (2Re 6:8-23); actividades relacionadas con el rey de Damasco y acciones en favor del rey Jehú (2Re 8:7-9, 10); muerte del profeta: el contacto con sus huesos resucita a un muerto (2Re 13:14-21).

Actividad de los profetas / Amós y / Oseas, ambos en el reino del norte; golpe de estado de Jehú, muerte de Jezabel, matanza de los adoradores de Baal (,27), Jehú rinde homenaje al rey asirio Salmanasar III, historia de la reina Atalí­a de Judá y su mí­sero fin (cc. 10-11).

Repetidas intervenciones del rey asirio Teglatfalasar (, 2Re 15:10); el rey Oseas, del reino de Israel, intenta sustraerse al tributo del rey asirio Salmanasar V, que asedia su capital, Samaria; el sucesor, Sargón II, después de tres años de asedio, se apodera de ella y pone fin a aquel reino (17,1-7).

Requisitoria del autor contra el reino de Israel (2Re 17:7-23); orí­genes de los samaritanos (2Re 17:24-41). Enel reino del sur se inicia la actividad del profeta Isaí­as.

3. TERCERA PARTE: ÚLTIMOS DESTELLOS DEL REINO DE JUDí (2Re 18:1-25, 30). Historia del reino de Judá hasta la destrucción de Jerusalén; única protagonista fue la tribu de Judá, que disfrutó aún durante un siglo de independencia. Los reyes de mayor prestigio fueron Ezequí­as y Josí­as.

a) Ezequí­as. Durante su reinado cayó Samaria, y la misma Jerusalén fue asediada por el rey asirio Senaquerib (2Re 18:13-37); gracias al profeta Isaí­as, el rey resistió, y finalmente se levantó el asedio (2Re 19:1-37); enfermedad del rey y milagrosa curación (2Re 19:14-34 y 20,1-11); en su reinado los estudiosos reconocen un notable movimiento literario referente a las antiguas leyes nacionales, la historia del pueblo y también la literatura sapiencial; bajo Ezequí­as se realizó una obra de notable interés, el célebre canal de Siloé (todaví­a hoy en funcionamiento), que llevaba el agua de la fuente Guijón a la fuente de Siloé.
b) Josí­as. A este rey está ligada una profunda y vasta reforma religiosa en la lí­nea del puro yahvismo, y por tanto la abolición de toda forma idolátrica. Además va unida a su nombre una restauración del templo, durante la cual el autor del libro sitúa el redescubrimiento de la «ley de Moisés»; en esta «ley» ven los estudiosos la redacción quizá más antigua del Deuteronomio (2Re 22:1-23). Bajo Josí­as y en la atmósfera de su reforma tuvo lugar también una renovación de la alianza sinaí­tica y una celebración de la pascua extendida a toda la nación (2Re 23:1-20). Durante su reinado inició su actividad profética / Jeremí­as. El triste fin de Josí­as en la región de Meguido, mientras intentaba cerrar el paso al faraón Necao II (609 a.C.), fue un acontecimiento dramático para Judá.
c) Nabucodonosor. La primera intervención del rey de Babilonia contra Judá ocurrió mientras reinaba Joaquí­n, en el año 605. En el 598 tuvo lugar una segunda intervención: el soberano babilonio depuso al joven rey Jeconí­as, lo deportó a Babilonia junto «con todos los hombres de valor» (entre los cuales estaba quizá el joven sacerdote Ezequiel) y colocó en el trono de Jerusalén a Sedecí­as. Poco después éste, confiando en la ayuda del faraón, encabezó una sublevación contra los babilonios. Entonces intervino Nabucodonosor por tercera vez (587 a.C.); conquistó la ciudad, dio muerte delante de Sedecí­as a sus hijos, a éste le sacó los ojos y lo deportó con otros muchos a Babilonia. Un mes aproximadamente después, Jerusalén fue desmantelada y el templo incendiado. El libro termina con la gracia otorgada al prisionero rey Jeconí­as por parte del rey de Babilonia (cc. 24-25).

IV. COMPOSICIí“N. El perí­odo al que se extienden los dos libros de los Reyes es sin duda el más importante en la historia del antiguo Israel desde el punto de vista religioso y del polí­tico-administrativo; de ahí­ el interés en ver cuáles fueron los procedimientos y las intenciones que movieron y acompañaron al autor.

1. LAS FUENTES. Para describir un perí­odo tan largo y vicisitudes tan complejas y variadas, el autor se sirvió de muchas fuentes y documentos. El cita expresamente tres: El libro de las gestas de Salomón (l Apo 11:1), los Anales de los reyes de Judá (2Re 24:5) y los Anales de los reyes de Israel (2Re 15:31). Se pueden además distinguir fácilmente otras tres fuentes o documentos, que podemos denominar -de acuerdo con la inspiración que los animaba- de origen sacerdotal, de origen áulico (o de corte) y de origen profético. Cada una de estas fuentes tuvo inicialmente su vida independiente en la tradición escrita y oral. Con frecuencia el autor se contenta con un simple acercamiento de las fuentes, hecho éste que evidencia el carácter compilatorio de la gran obra; carácter que hizo más sensible la redacción posterior, la cual verosí­milmente tuvo lugar en dos tiempos (una hacia el año 610 y la otra hacia el 550), así­ como por adiciones, glosas y anotaciones de género vario.

Este trabajo redaccional, largo y sutil, es el que nos ayuda a explicar las incongruencias, los duplicados, la falta de uniformidad en la transcripción de nombres no hebreos y las graves dificultades cronológicas.

2. FIN Y PLAN. El carácter literario y el valor histórico son apreciables a través de algunas profundizaciones y observaciones. Pues todo el material está unido según un esquema fácil de discernir, que podemos resumir como sigue.

Desde la división del reino de Salomón en reino de Israel y reino de Judá, las noticias sobre las dos series de reyes están redactadas siguiendo un molde uniforme: una introducción que contiene un sincronismo de los dos reinados, los años del reinado y -sólo para el rey de Judá- la edad y con frecuencia-el nombre de la madre; un cuerpo que contiene un juicio sobre cada rey, basado casi exclusivamente en la religión y en el culto mosaico, con dos confrontaciones que se repiten siempre: Jeroboán para los reyes de Israel y David para los reyes de Judá; un epí­logo con la cita de las fuentes, y la referencia a ellas para ulteriores informes, la noticia de la muerte, de la sepultura y del sucesor.

El autor juzga a los soberanos de los dos reinos con frases estereotipadas que se repiten de modo monótono: los reyes de Israel son condenados todos ellos por seguir el ejemplo de la apostasí­a de Jeroboán (lRe 14,7-9; cf 15,16, etc.; 2Re 15:9.18.24. 28, etc.); los de Judá se distinguen en tres categorí­as: los malos, porque siguieron cultos idolátricos (así­ Abí­as, Acaz, Manasés, Joacaz); los buenos, porque extirparon la idolatrí­a popular, aunque sin impedir el culto de los altos (así­ Asá, Josafat, Amasí­as, Azarí­as, Yotán); finalmente, los excelentes, porque extirparon la idolatrí­a y combatieron el culto de los altos lugares (así­ son juzgados exclusivamente Ezequí­as y Josí­as). Algo semejante observa el autor también en el reino de Israel: aun dentro de la condena general, observa que las culpas de aquellos reyes se sucedieron en un crescendo continuo: primero, el cisma de Jeroboán; luego, la idolatrí­a formal bajo la estirpe de Basá (lRe 16,13; 21,22); su culminación se alcanza bajo la estirpe de los omridas con la introducción del culto del Baal sirio (lRe 16,25.30-33).

También omisiones, laconismos y desarrollos particulares revelan el fin y el plan del autor. Así­ muchos hechos importantes, que con frecuencia son ilustrados por fuentes egipcias, y con mayor frecuencia por asirias y babilónicas. Por ejemplo, del faraón So se dice que se adueñó de los tesoros del templo y de la casa real, pero se callan sus restantes batallas en el reino de Judá; se pasa en silencio la batalla de Qarqar (853), en la cual estuvo presente el rey Acaz con fuerzas ingentes; se calla el gran bienestar económico que hubo durante los reinados de Manasés y de Amón, etc. También son desconcertantes los laconismos: reinados importantes como los de Omri, Jeroboán II y Azarí­as se despachan con unas pocas palabras; la misma ruina del reino septentrionalse describe en no más de cuatro versí­culos (lRe 17,3-6).

Las predilecciones y el fin del autor se transparentan también por ciertos desarrollos de acontecimientos y personas de un significado religioso eminente, ya sea negativo o positivo. De ahí­ ciertas descripciones pormenorizadas a propósito de Jeroboán, de Ajab, de Jezabel, de Jehú, de Acaz, de Manasés, de Ezequí­as y de Josí­as; y el interés que se demuestra en referir acciones de profetas (p.ej., Elí­as y Eliseo); también los pocos acontecimientos polí­ticos en los cuales se detiene con insólita abundancia de detalles atestiguan que el autor miraba a los aspectos religiosos y proféticos.

3. OBRA DE TESIS. Así­ pues, los dos libros son una obra de tesis. Quieren poner de relieve que las culpas de las generaciones pasadas terminaron agotando la benevolencia divina; culpas que se concretizaron en la idolatrí­a, por una parte, y en el incumplimiento de la alianza y de las palabras de los profetas, por otra. Al autor no le interesa directamente la historia de este grande e importante perí­odo de su pueblo, sino que es un principio religioso el que ha determinado la elección y la elaboración de su material. La tesis se puede ver enunciada en las siguientes palabras: «Esto sucedió (a saber la caí­da del reino del norte) porque los israelitas habí­an pecado contra el Señor, su Dios, el que los habí­a sacado de Egipto, del poder del faraón, rey de Egipto, y habí­an venerado a dioses extranjeros, habí­an seguido las costumbres de las gentes…, así­ como las que los reyes de Israel habí­an introducido…; se edificaron colinas…, levantaron estelas y cipos sagrados sobre toda colina elevada y bajo cualquier árbol frondoso» (2Re 17:7-10).

4. EL AUTOR. No se sabe nada de él. Se estima, por buenos motivos, que la primera redacción de la obra se remonta a finales del siglo viii; en ella trabajó, al menos en dos ocasiones, la escuela deuteronomista, regida por los principios codificados en el Dt; verosí­milmente hubo también nuevas inserciones y retoques postexí­licos, pero de poca monta. Los principios inspiradores son sustancialmente deuteronomistas.

V. DIFICULTADES. Muchas son las dificultades que plantean ambos libros. Baste aludir a las de carácter general. El género literario elegido por el autor nos demuestra concretamente que la historia bí­blica es un medio, no fin en sí­ misma; está subordinada a un fin religioso, a saber: la enseñanza doctrinal y la edificación de los lectores. Por eso se omiten regularmente ciertos acontecimientos que serí­an importantes, bien para encuadrar la actividad de cada uno de los soberanos, bien para comprender perí­odos enteros. De lo que el autor omite tenemos parcialmente indicios por las briznas que podemos recoger de las crónicas de la historia de otros pueblos contemporáneos.
La mayor dificultad es, sin duda, la cronologí­a. Los sincronismos son a menudo discordantes, y no se corresponden los totales de los dos reinos. Problema cronológico que se complica aún más cuando se intenta relacionarlo con la cronologí­a asirobabilónica. Ya san Jerónimo renunciaba a dar una solución a este problema, y los exegetas modernos están lejos de llegar a un acuerdo.

VI. ASPECTOS RELIGIOSOS. La importancia de los dos libros para la historia religiosa del antiguo Israel es notable, y se puede sintetizar en los puntos siguientes:
1. RELIGIí“N CANANEA. En los libros de los profetas y del Dt en particular tenemos continuas referencias a la religión cananea y a algunos de sus aspectos. Solamente los libros de los Reyes tejen el hilo ininterrumpido de las prácticas y de los ritos idolátricos que constituyen una amenaza continua contra la religión mosaica y nos narran casos concretos de adopción en ambos reinos de tales prácticas, incluso las más aberrantes, como los sacrificios humanos. De modo que los relatos de los dos libros ilustran la lucha que tuvo lugar en el culto de Baal y el culto mosaico, proporcionando también una aportación única para comprender varias posiciones de los profetas.

2. REINO DE ISRAEL. Desde el punto de vista teocrático, la división polí­tica en dos reinos fue un castigo por los pecados del rey Salomón (lRe 11,1 lss; 11,26-39): el ví­nculo religioso era la principal salvaguardia de una cierta unidad polí­tica. Después de la división, la población septentrional siguió durante algún tiempo subiendo a Jerusalén para el culto del templo. Mas este hecho podí­a, en definitiva, resultar peligroso para la cohesión polí­tica del norte, por lo cual Jeroboán inauguró un culto nuevo y también santuarios oficiales nuevos. Los dos lugares escogidos -Betel y Dan- eran ya desde antiguo lugares de culto: el primero por los recuerdos de los patriarcas (Gén 12:8; Gén 28:10-22; Gén 35:1-15) y el segundo por estar ligado a la historia de la tribu homónima (Jue 18:27-31). El sacerdocio no estaba confiado a la tribu de Leví­, sino que «a todo el que lo deseaba se le consagraba sacerdote de las colinas» (IRe 13,33).

Desde el punto de vista religioso el reinado de Ajab, que se desposó con Jezabel, hija del rey de Tiro, representó la amenaza más vasta y profunda a la religión mosaica, pero no se ha de creer que él fomentase directamente la apostasí­a y la idolatrí­a.

La obra «purificadora» llevada a cabo despiadadamente por Jehú (841-814) no tuvo efectos duraderos (2Re 10:1-36). Entre las numerosas prácticas que florecieron en el reino de Israel, tan condenadas por los profetas, están: los sacrificios humanos (1Re 16:34), prostitución sagrada (Amó 2:7; Ose 4:14), los í­dolos (Ose 8:4; Ose 13:2), ritos en honor de las divinidades asirias (Amó 5:26), ritos orgiásticos también en honor de Yhwh (Amó 2:8; Ose 4:11; Ose 13:2), etc.

Contra este estado de cosas procedió el profeta Elí­as; su historia representa el drama de todo el pueblo; en él se agudiza al máximo una lucha que se remonta prácticamente a la entrada de los hebreos en Palestina: la lucha entre Baal y Yhwh, núcleo de todo el perí­odo de los Re. Elí­as se alza solitario, superando a todos los profetas. Entre los muchos acontecimientos de su ciclo, dos son caracterí­sticos y elocuentes: la teofaní­a del monte Horeb (1Re 19:8-13), por el modo misterioso de dejarse sentir la divinidad (cf Exo 24:18; y 33,21-23) y la escena del monte Carmelo, donde Elí­as se enfrenta a los sacerdotes de Baal y a sus sacrificios y presenta al pueblo claramente la elección entre Baal y Yhwh (lRe 18,20-40).

Después de la caí­da de Israel, el vencedor asirio estableció en la región pueblos traí­dos en diversas ocasiones de otros paí­ses (como era costumbre de los vencedores contra los vencidos). Los colonos introdujeron nuevos cultos y aceptaron también el culto de Yhwh, considerado divinidad local, que era preciso ganarse. De estos colonos hace proceder la tradición a los samaritanos (2Re 17:26-28). Sin embargo, este dato se presta a muchas objeciones.

3. REINO DE JUDí. Las páginas religiosamente más densas y ricas en las tradiciones que se refieren a ellas son las que hablan del proyecto deltemplo, del traslado a él del arca, de su inauguración y de la gran oración que en esta ocasión es puesta en labios de Salomón (lRe 5,15-9,9).

La dedicación del templo no eliminó los cultos de los altos lugares; con vicisitudes alternas, hasta la cautividad se introdujeron cultos asirobabilónicos, además de los cananeos, que jamás fueron completamente desarraigados; e incluso aquí­ no faltaron los sacrificios humanos en el llamado rito de Moloc. Los reyes Manasés y Amón instauraron cultos idolátricos en la misma área del templo.

Los grandes profetas escritores: Isaí­as, Jeremí­as y Ezequiel, trazan un cuadro religioso bien triste también del reino de Judá. Sin embargo, el enriquecimiento religioso y los desarrollos doctrinales que tuvieron lugar en este perí­odo no tienen paralelo en ningún otro perí­odo de la historia del antiguo Israel.

BIBL.: BRIGHT J., La historia de Israel, DDB, Bilbao 1977;; GARBINI G., «Narrativa della successione»o Storia dei Re?, en «Henoch» 1 (1979) 19-40; HAYES J. H., MAXWELL MILLER J., Israelite and Judaean History, SCM Press, Londres 1978; HERRMANN S., Historia de Israel en la época del AT, Sí­gueme, Salamanca 19852; MALAMAT A. Y otros, The World History of the Jewish People. The Age of the Monarchies, Massada, Jerusalén 1979; MONTGOMERY J.A., GEHMAN H.S., A Critica/ and Exegetical Commentarv on the Books of Kings, T. and T. Clark, Edimburgo 1960; RAWLINSON G., Reyes de Israel y de Judá, Clie, Tarrasa 1986; THIELE, E.R., The Chronology of the Kings of Judah and Israel, en «Journal of the Near Eastern Studies» 3 (1944) 137-186.

L. Moraldi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

IR 1-22 2R 1-25
Sumario: 1. Marco histórico. II. Tí­tulo. III. El libro: 1. Primera parte: éxitos y fracasos del rey Salomón; 2. Segunda parte: los dos reinos hasta la caí­da de Samarí­a; 3. Tercera parte: últimos destellos del reino de Judá: a) Ezequias, b) Josí­as, c) Nabucodonosor. IV. Composición: 1. Las fuentes; 2. Fin y plan; 3. Obra de tesis; 4. El autor. V. Dificultades. VI. Aspectos religiosos: 1. Religión cananea; 2. Reino de Israel; 3. Reino de Judá.
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1. MARCO HISTORico.
La historia del perí­odo de los dos libros de los Reyes, desde Salomón (hacia el 970 a.C.) hasta la destrucción de Jerusalén y luego el principio de la cautividad babilónica (junio-julio 587 a. C), está llena de acontecimientos, marcados por las vicisitudes alternas de las tres grandes potencias del tiempo, a saber:
Asirí­a, Babilonia y Egipto.
El primer faraón que, después de siglos, volvió a interesarse por Palestina fue Sesonq, deseoso más que nunca de reconquistarla influencia perdida sobre la región. Dio refugio al fugitivo Jeroboán (IR 11,40), y cinco años después de la muerte de Salomón dirigió una campaña victoriosa contra Palestina (14,25ss), recordada también en una pared del templo de Amón en Karnak, donde se lee una larga serie de localidades del reino de Judá. En una época sucesiva fue memorable la campaña del faraón Necao II, durante la cual encontró la muerte en Meguido el rey Josí­as (609 a.C).
Mucho más frecuentes y calamitosas fueron las intervenciones directas e indirectas por parte de las potencias asirí­a y babilónica. Comenzaron con Asurbanipal (884-859), que dirigió guerras contra Tiro y Sidón y otras ciudades fenicias, y continuaron con el sucesor Salmanasar III (859-824), que en el llamado †œobelisco negro† mencionó también a Jehú, el rey de Israel. Luego tuvieron lugar las victoriosas batallas de Teglatfalasar (745-727), que interesaron a Tiro, Sidón, Damasco y los reyes de Israel; y, además, las acciones bélicas de Salmanasar V (727-722) y de Sargón II, que en el 721 conquistó definitivamente Samarí­a, capital del reino de Israel.
Con Senaquerib (704-681) se acentuaron las campañas contra el reino de Judá. En el 701 tuvo lugar un célebre asedio de Jerusalén, bajo el rey Ezequias y durante el perí­odo de la misión del profeta Isaí­as. La potencia asirí­a se extendió hasta asomarse victoriosa al Alto Egipto. Pero enseguida surgió el imperio neobabilónico con Nabucodonosor (605-562), el cual a su vez terminó con Nabónides y su hijo Baltasar en el 538, vencido por el poder de Ciro, rey de los medas y los persas [1 Daniel II, 5].
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II. TITULO.
El tí­tulo corresponde exactamente al hebreo, porque es el resultado de una corrección hecha por san Jerónimo sobre la antigua versión latina, que se titulaba †œlibros de los reinos†™. El tí­tulo †œlibros de los Reyes† pasó luego de la Vulgata también a la Biblia hebrea (masorética).
La actual distinción en dos libros fue introducida por la versión griega, de donde pasó a la latina y luego al texto masorético. Por supuesto, se trata de una división artificiosa, hecha por comodidad de lectura y que no impide en absoluto la unidad de los dos libros, los cuales constituyen una obra única: así­ lo atestiguan claramente la forma, las frases estereotipadas, el espí­ritu idéntico y el hecho de que el reino del rey Acazí­as sea dividido de modo innatural en dos partes (1R 23,52ss-2R l,l7ss).
Si bien, en apariencia, puede parecer que el autor de los libros ha tenido la intención de unirlos con los libros de / Samuel, se reconoce universal-mente que se trata de dos obras esencialmente diversas por composición, por las tendencias y el espí­ritu que los informa.
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III. EL LIBRO.
La obra es de notable interés por la amplitud del perí­odo histórico al que se extiende y por el hecho de que en ella se narra el apogeo del reinado iniciado por David, pero también la sucesiva escisión y los comienzos del perí­odo del destierro asirio y luego del babilónico, los cuales marcaron un giro grande e importantí­simo en la historia hebrea. Bajo muchos aspectos trata justamente del perí­odo central de la historia bí­blica. Es el libro en el cual se describe la época del mayor esplendor polí­tico y militar, fácil de encuadrar en la historia de los pueblos circunstantes. Es el perí­odo de las más encarnizadas luchas religiosas entre integristas y sincretistas; el perí­odo en el cual actuaron los mejores profetas de Israel (Elias, Elí­seo, Amos, Oseas, Isaí­as, Jeremí­as y Eze-quiel, al menos en los comienzos). Es también el perí­odo de la mayor madurez lingüí­stica y de las grandes composiciones literarias, aunque sólo algún siglo más tarde recibieron la última mano.
La obra se presenta dividida en tres partes: el reinado de Salomón; el cisma y la historia de los dos reinos, el del norte o de Israel y el del sur o de Judá, hasta la destrucción del primero y el subsiguiente cautiverio asirio, después de la caí­da de la ciudad de Samarí­a; historia del reino de Judá, desde la caí­da de Samarí­a hasta la caí­da de Jerusalén y, luego (durante el destierro), hasta la liberación del rey Jeconí­as.
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1. Primera parte: éxitos y fracasos del rey Salomón (1 R 1,1-11,43).
Tenemos algunos rasgos sobre la vejez de / David, las intrigas por la sucesión y la consagración de Salomón y la muerte de su padre (1,1-2,12). Salomón elimina o alej a a todos los adversarios polí­ticos o religiosos (2,13-46). Siguen dos cuadros dedicados a él.
Primer cuadro: el esplendor del reino de Salomón es presentado bajo un triple aspecto, con una introducción y una conclusión: †œSalomón amaba al Señor, siguiendo las normas de su padre David; sólo quemaba incienso en las colinas†™, porque aún no se habí­a erigido el templo. Los aspectos bajo los cuales es presentada su gloria son: a) el matrimonio con una hija del faraón (probablemente de la XXI dinastí­a, 3,1-3); b) la gran sabidurí­a que Dios le habí­a concedido (3,4-28); c) la organización del reino y el esplendor de sus construcciones: preparativos y construcción del templo, del palacio real y de los varios enseres del templo (4,1-7,51), y d) la solemne dedicación del templo (8,1-9,14). En este punto se echa una mirada conclusiva general: comercio, riqueza, sabidurí­a de Salomón (10,1-29).
Segundo cuadro:/rFuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica