Biblia

SIRACIDA

SIRACIDA

SUMARIO: I. Un deuterocanónico estimado. II. Un autor y un traductor.. 1. La intrincada situación textual; 2. Ben Sirá: un conservador iluminado. III. Una obra monumental: 1. Cuatro himnos en posiciones estratégicas; 2. Tres grandes colecciones sapienciales. IV. Un escriño de ideas y de propuestas: 1. La sabidurí­a; 2. La antropologí­a; 3. La sociedad.

I. UN DEUTEROCANí“NICO ESTIMADO. El exegeta francés E. Osty en su Bible (Seuil, Parí­s 1973, 1433) recuerda con ironí­a la declaración de un teólogo moralista, que exclamaba: «Â¡El Eclesiástico! ¡Qué estupendo libro! ¡Se encuentra en él todo lo que se quiere!» Por eso ya la Vulgata lo habí­a titulado Eclesiástico, consciente de la frecuente utilización catequética y ética por parte de la comunidad eclesial cristiana por la amplitud de sus enseñanzas; la obra es en cierto sentido la desembocadura hacia la cual converge el judaí­smo con toda su teologí­a y su tardí­a sabidurí­a. Teologí­a y sabidurí­a que están ya iluminadas por la existencia de una Biblia canónica, aunque configurada en «Ley, Profetas, Escritos», como se advierte en el prólogo mismo de nuestro volumen.

Aunque excluido del canon judí­o en el concilio de Jamnia (finales del siglo 1 d.C.), y sucesivamente no acogido en la Biblia tampoco por los protestantes, el Sirácida (= Si) ha sido siempre apreciado por la tradición judí­a (basta pensar en Qumrán) y cristiana. El NT, aunque no lo cita expresamente, alude repetidamente a él: ver Mat 11:25-30 y Sir 51:13-14; Stg 1:20 y Sir 1:22; Stg 5:3 y Sir 29:10; Rom 13:1 y Sir 10:5; ICor 6,12 y Sir 37:28; Jua 3:7 y Sir 16:25. C. Spicq ha demostrado el nexo entre Si y la estructura del prólogo de Juan, etc. Así­ pues, un deuterocanónico estimado, también por parte de la patrí­stica, a pesar de las vacilaciones iniciales sobre su canonicidad; por ejemplo, Clemente Alejandrino, aunque lo inserta entre los libros bí­blicos «controvertidos», lo cita más de 60 veces.

II. UN AUTOR Y UN TRADUCTOR. Hasta finales del siglo pasado, el volumen era conocido sólo en un texto en lengua griega; el prólogo antepuesto por alguien que se proclamaba nieto del autor hablaba de versión de un original hebreo, versión realizada «con muchas vigilias y ciencia en el año 38 del rey Ptolomeo Evergetes» (132 a.C.). Pero se estimaba que esto era en realidad una ficción literaria para atribuir mayor autoridad a la obra a través de una paternidad más antigua y solemne y una referencia a la lengua sagrada de la Biblia. Mas en el año 1896, en la genizah («sacristí­a») de la sinagoga de El Cairo, salí­an a la luz preciosos fragmentos de un texto hebreo del Sirácida en una copia de los siglos x-xi.

LA INTRINCADA SITUACIí“N TEXTUAL. Se reconstruí­an así­ dos tercios del texto original hebreo (1.108 vv. de los 1.616 del texto griego). Pero la aventura textual de Si habí­a de continuar. En 1955 Qumrán revelaba dos fragmentos muy preciosos del siglo i a.C., que contení­an, respectivamente, 6,20-31 (2Q 18) y parte del capí­tulo 51 (11Q Psa) del libro. En 1964, en Masada, la famosa fortaleza herodiana del mar Muerto, que se hizo célebre por la desesperada resistencia zelota contra los ejércitos de ocupación romanos, se descubrí­a un rollo hebreo del 100-70 a.C., que contení­a Sir 39:27-32; Sir 40:10-19; Sir 40:26-44, 17. De esta manera el prefacio resultaba veraz, si bien la coincidencia entre los dos textos, por motivos de versión y de transmisión textual, estaba muy lejos de ser perfecta. Entre otras cosas, no se debe olvidar que de Si, además de la versión de la Vulgata (que es la de la Vetus latina de un texto griego decadente), existe una importante versión siriaca que depende de un texto a veces diverso tanto del hebreo conocido como del griego. Por tanto, una situación notablemente intrincada, que exige particular esfuerzo por parte del crí­tico textual: en cada versión es necesario especificar a qué texto nos atenemos.

2. BEN SIRí: UN CONSERVADOR ILUMINADO. Dejando entre paréntesis al anónimo nieto traductor, nuestra atención se fija en la fisonomí­a humana del autor, que debe haber compuesto su escrito en las primeras décadas del siglo u a.C. (190-180). Según el texto hebreo, su nombre completo serí­a «Simeón, hijo de Jesús, hijo de Eleazar, hijo de Sirá» (50,27; 51,30), de dónde el apelativo frecuentemente usado de Ben Sirá. En cambio, para el texto griego su nombre serí­a «Jesús, hijo de Sirá, de Eleazar de Jerusalén», de donde procede el tí­tulo de Sirácida. Prescindiendo de estas dudosas cuestiones demográficas, la fisonomí­a del Sirácida se desprende sobre todo de su obra, que refleja la sabidurí­a ortodoxa tradicional, pero cuidando de actualizarla según las nuevas instancias culturales y sociales. En particular, parece posible entrever una especie de autorretrato en el bosquejo reservado al «escriba» en el capí­tulo 39. Durante la monarquí­a los escribas eran los polí­ticos de profesión, los ministros, los burócratas, los embajadores; después del destierro babilónico se habí­an dedicado preferentemente a la formación teológica, polí­tica y cientí­fica, convirtiéndose en los «sabios» de profesión, el equivalente de nuestros intelectuales. El retrato del escriba viene a ser una especie de autobiografí­a del Sirácida y se articula en una sugestiva secuencia de verbos: se aplica, medita, indaga, se dedica a la sabidurí­a, la conserva, la penetra, se ocupa de ella, viaja, investiga, ora, comunica palabras sabias, dirige, brilla en la sociedad y sabe contemplar y alabar a Dios con pureza.

Este escriba ha sido justamente definido como «un conservador iluminado», por su tendencia a operar, en la teologí­a sapiencial tradicional, una adaptación ligera pero cuidadosa a algún modelo «laico» o a alguna nueva instancia. Sin embargo, no es un progresista apóstata, como ciertos judios helenistas citados en los libros de los Macabeos o como los impí­os de Sab 2:12, los cuales, «traicionando su educación», se habí­an dejado fascinar por las ideologí­as alejandrinas. Es más; el Si exalta con entusiasmo la tradición sagrada de Israel, tejiendo en los capí­tulos 44-50 de su obra una apasionada galerí­a de retratos de los grandes personajes de la historia bí­blica. Pero no está tan atento a la mediación del mensaje hebreo al mundo griego como lo estarán el autor anónimo de Sab [/ Sabidurí­a (Libro de la) I], el filósofo Filón, el historiador Flavio Josefo, y como lo habí­an estado los traductores de la Biblia al griego. Su diálogo con la cultura profana es todaví­a muy cauto, aunque real. Es significativo en este sentido el párrafo del capí­tulo 38 (vv. 1-8), dedicado al médico. Superando el enfoque tradicional de retribución, según el cual la enfermedad es simplemente efecto del pecado (cf Jua 9:1 ss), y por tanto eliminable sólo de forma sacral y litúrgica, Si reconoce, además del primado de Dios, también la importancia del médico y de la farmacologí­a en la conservación de la salud y de la vida. Estamos, pues, muy lejos del uso inteligente que hará el libro de la Sabidurí­a de las categorí­as griegas a nivel antropológico para proponer con un nuevo ropaje el mensaje bí­blico a la cultura de Alejandrí­a.

III. UNA OBRA MONUMENTAL. Como las otras obras de matriz sapiencial, la estructura de Si es más bien fluida y floja. El volumen, que es ingente en sus 51 capí­tulos, se organiza en unidades microliterarias que, in crescendo, se agrupan en aglomerados cada vez más ramificados: del malal (proverbio) sapiencial aislado que registra un dato o una reflexión o experiencia, se pasa a la agrupación temática o «sonora» presidida por la asonancia verbal de los términos, y se prosigue hacia minicolecciones, para extenderse a veces en verdaderos y pequeños tratados. Por eso es difí­cil ofrecer un esquema estructural riguroso. También el conocimiento del mensaje debe producirse a través de una familiarización amorosa y paciente con el texto. A través de esta metodologí­a de lectura más bien libre, el Si se convierte verdaderamente en el libro «eclesiástico» de meditación, «palabra divina, escritura sagrada y sabidurí­a humana», como lo definí­a Orí­genes.

1. CUATRO HIMNOS EN POSICIONES ESTRATEGICAS. Hay un punto de referencia estructural, que tiene un cierto valor en orden a la planificación de la lectura y del mismo mensaje. Se trata de cuatro himnos distribuidos en posiciones no casuales. El primero hace de pórtico de entrada a toda la obra (c. 1) y al primer bloque de capí­tulos (cc. 2-23). Se trata de un himno a la sabidurí­a según el modelo presente en Pro 8:22-31 o el de Job 28 o de ,4 [1 Sabidurí­a VIII]. La Sabidurí­a es personificada poéticamente como un puente de comunicación entre Dios, hombre y cosmos. Ella es «principio» (v. 12), «plenitud» (v. 14), «raí­z» (v. 18), «corona» (v. 16) del ser. En la mente de Dios es el proyecto ideal de la perfección de todo el ser, en la creación está presente como armoní­a y en el hombre aparece como «temor de Dios». Esta locución en su acepción más completa y genuina significa adhesión, fidelidad, amor y fe ante Dios, y se repite en la estrofa central del himno hasta siete veces, como signo ideal de la perfección y de la sabidurí­a humana.

Afí­n al capí­tulo 1 es también el himno segundo, puesto en el capí­tulo 24; él es el sello de la primera parte de la obra y abre la segunda. Reflejando de nuevo el esquema de Pro 8:22-31, la sabidurí­a hace una autoproclamación de su función de mediadora entre Dios y la creación. Por tanto, aparece como cualidad de Dios, su proyecto salví­fico y creador; es colocada en los cielos «sobre una columna de nubes», o sea en la esfera de la trascendencia; pero aparece también como cualidad humana, encarnada en la sabidurí­a del hombre y en el orden del cosmos, y residente en nuestro espacio, en la «ciudad amada, Jerusalén». Para el Si no hay duda: la sabidurí­a se ha de identificar con la ley, la tórah (v. 22), con la revelación bí­blica. Pues ella ofrece al que la contempla justamente estos dos aspectos «polares» de la trascendencia y de la inmanencia tí­picos de la sabidurí­a. La ley, como es obvio, es palabra de Dios, pero es también respuesta del hombre en el decálogo y en las leyes de la alianza.

Recorrida otra área sapiencial diversamente ramificada, llegamos al himno tercero en 41,15-43,33, un cántico al Señor creador, que podrí­a abrir idealmente la sección final del libro. Esta última, en efecto, se presenta como una celebración de la creación y de la historia. La sigla que resume este poema está en 42,22: «Â¡Qué fascinantes son tus obras!»Inspirándose en diversos salmos (20; 104; 148), el poeta se asemeja a un peregrino estupefacto que se mueve en medio del esplendor del cosmos descubriendo maravillas sin cuento. Pero quien domina este cántico de las criaturas es el sol, sí­mbolo único y total del esplendor del creador.

El epí­logo del capí­tulo 51 es el cuarto texto hí­mnico, y sirve de conclusión al elogio de los padres de los capí­tulos 44-50 y a toda la obra. Pero se trata de dos composiciones: un salmo de agradecimiento y un pequeño poema alfabético sobre la búsqueda de la sabidurí­a. El texto hebreo introduce entre ambas composiciones un tercer salmo, análogo al Sal 136 y a las Dieciocho bendiciones judí­as, y marcado por la antí­fona «porque es eterno su amor».

La presencia de esta serie de himnos hace al volumen aún más optimista, transforma la sabidurí­a en oración y hace del conocer un dar gracias (como escribí­a Heidegger: «Denken ist Danken», comprender es agradecer). A través de estas lí­neas de demarcación hí­mnicas podemos ditinguir, pues, tres grandes sectores sapienciales (cc. 2-23; 25-41; 45-50).

2. TRES GRANDES COLECCIONES SAPIENCIALES. El procedimiento adoptado por el autor es más complejo todaví­a que el de Prov. Nos encontramos ante saltos de tono, repetición de temas, un amplio abanico de argumentos. Para las tres colecciones nos contentamos con sugerir alguna lí­nea de lectura.

En la primera sección (cc. 2-23) la sabidurí­a entra en escena con su cortejo tradicional de virtudes: la constancia, la fortaleza, la paciencia en la prueba, el amor apasionado a los padres, la limosna, el amor activo a los pobres (2,1-4,10). Los preceptos, según una praxis sapiencial consolidada, ya conocida del libro de los Prov, se imparten según el esquema «padre-hijo» y «maestro-discí­pulo» y tocan una gama muy variada de temas. Al aviso sobre el respeto humano y sobre la timidez se asocia el relativo a la presunción sobre todo socio-económica; al control de la palabra, motivo constante en una estructura social de manifestación oral, se une el elogio entusiasta de la amistad, tema predilecto del autor (6,5-17; 9,10; 12,8-18; 22,19-26; cf 27,17-21; 37,1-6). La dimensión social de la vida (6,18-15,20) implica consideraciones sobre la pedagogí­a de los hijos, el respeto de los padres, la veneración a los sacerdotes, la generosidad con los pobres, las relaciones polí­ticas, los lazos con los amigos, con las mujeres, con los esclavos, con la esposa, la prudencia, los valores tradicionales, la victoria sobre la soberbia, la confianza en Dios y en las riquezas (es famoso 11,19, recogido por la parábola del rico insensato de Luc 12:16-21), la generosidad y la avaricia, la libertad y el pecado. La dimensión religiosa de la vida (Luc 16:1-18, 14) implica una solemne celebración de Dios, señor del cosmos y de la historia, y una exaltación de la posición del hombre, visto en sus lí­neas esenciales: muerte, dominio del mundo material, imagen de Dios, alabanza de Dios, alianza con el Señor. Dios ve, y con amor perdona pecado y debilidades. Después de una nueva parte dedicada a la palabra (18,15-20,26), se prepara una reflexión sobre la dimensión moral de la vida, que se expresa a través de las tradicionales antí­tesis pecador justo y sabio-necio, con una mezcla de indicaciones y advertencias de í­ndole varia (ver el durí­simo 22,1-2).

La segunda colección (cc. 25-42) se abre con una interesante reflexión sobre el matrimonio. La mujer es presentada en una antí­tesis: a un esbozo cruel y misógino, frecuente en la literatura sapiencial (Prov 5 y 7 y, en nuestro libro, el terrible 42,14), se opone una página muy delicada, reservada a la feminidad inteligente y virtuosa [/ abajo, IV, 3]. La ética social (26,19-29,28) en el comercio, en el lenguaje, en la justicia, en la amistad, en la venganza, en los litigios, en las fianzas, en la limosna, en la hospitalidad, etc., se desarrolla en una serie de consideraciones sobre la urbanidad y sobre la pedagogí­a (30,1-32,13), documento sociológico delicioso, lleno de puntas irónicas y signo vivo de la encarnación de la palabra de Dios en la realidad cotidiana. Después de un tratadito optimista sobre la sabidurí­a que hay que buscar y encontrar (32,14-33,18), se abre el discurso sobre la relación entre vida social y culto (33,19-37,31), argumento querido de la teologí­a profética (Amó 5:21-24; Ose 6:6; Miq 6:6-8; Is 1; 5; Jer 7, etc.). El autor recuerda la exigencia de una unión profunda entre oración y vida, entre culto y sociedad, eliminando toda forma de sacralismo en el que la liturgia sea un pretexto para sustraerse a los compromisos de fidelidad interior y social. Las profesiones entran en escena en los capí­tulos 38-39: además del médico, como se ha dicho [/ supra, II, 2], está en primer plano el escriba, admirado y exaltado por Si, que mira con una cierta indiferencia al obrero y al trabajador manual. El interés por las artes y oficios es tí­pico de la literatura sapiencial, atenta a ofrecer su contribución a cada sector de la formación humana. La sección se cierra con una reflexión sobre las miserias humanas (40,1-42,14), con particular atención a la muerte: Hace aquí­ Si algunas observaciones amargas que parecen hermanarlo por un momento con Qo.

El famoso elogio de los padres ocupa la tercera sección (cc. 44-50). Después de haber celebrado en el himno al Dios creador, ahora Si se deja conquistar por el esplendor de la historia de Israel, el pueblo elegido al que Ben Sirá se siente orgulloso de pertenecer. Dios se revela en lo concreto de esta historia santa, en la cual hace desfilar una galerí­a de retratos: aparecen en ella Henoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, Fineés, Josué, Caleb, Samuel, los jueces, David, Natán, Salomón, Roboán, Jeroboán, Elí­as, Eliseo, Isaí­as, Ezequí­as, Josí­as, Jeremí­as, Ezequiel, Zorobabel, Josué y Nehemí­as, los jefes del retorno de Babilonia, y, finalmente, Simón, el sumo sacerdote contemporáneo del autor (220-195), que es descrito en el marco magní­fico y hierático de la liturgia del segundo templo. Es curioso observar, sin embargo, que Si se esfuerza en presentar «sapiencialmente» estos personajes, presentándolos como modelos de vida y de sabidurí­a para todos: jefes de Estado, famosos por el poder, consejeros sabios, profetas, legisladores, maestros, poetas y músicos, poderosos y justos, fieles, humildes e ilustres.

IV. UN ESCRIí‘O DE IDEAS Y DE PROPUESTAS. Es difí­cil codificar en una serie de capí­tulos precisos y circunscritos el mensaje de Si, porque su volumen es un auténtico arsenal de proverbios, de reflexiones, de sugerencias, de meditaciones, de consejos, de advertencias. Es un verdadero y auténtico tesoro, del cual «el amo de la casa saca cosas nuevas y cosas antiguas» (Mat 13:52). La misma lectura sintética de las tres colecciones [/ supra, III, 2] nos ha revelado la complejidad y lo reiterado de los varios modelos sapienciales de Si. Podemos ahora intentar discernir con más nitidez algunos nudos esenciales alrededor de los cuales se va desarrollando la variada constelación de los proverbios, de las normas y de los pensamientos de Si.

1. LA SABIDURíA. «Toda la sabidurí­a viene del Señor y con él está eternamente… Principio de la sabidurí­a es el temor a Dios; ella fue creada con los fieles en el seno materno»(Mat 1:1.14). Estas dos declaraciones iniciales de Si expresan limpiamente la duplicidad de la sabidurí­a. Ella está en Dios y junto a Dios, trascendente y omnicomprensiva; pero por gracia se derrama en el hombre, haciéndose «creada» e inmanente. Como se ha visto [I supra, III, 1], para Si la Sabidurí­a se encarna en la tórah (Mat 19:18; Mat 24:22), porque es palabra de Dios, es revelación de la_, voluntad divina, pero es también compromiso de vida del hombre (R. Smend escribí­a: «Subjetivamente, la sabidurí­a es el temor de Dios; objetivamente es la ley de Moisés»), y su soberaní­a se extiende más allá de Israel a todos los pueblos de la tierra (Mat 24:6). Naturalmente, el acento del autor recae en la cualidad humana de la sabidurí­a, que es descrita según las categorí­as tradicionales: alegrí­a de vivir (Mat 14:11.14; Mat 30:21-25); salud (Mat 30:14-17); prudencia social (Mat 8:1-19); capacidad económica (Mat 33:20-24; Mat 42:6-7); discreción (Mat 2:17; Mat 3:17-24; Mat 10:6-18); control de la palabra (Mat 4:24; Mat 5:13; Mat 27:5-7); lucha contra la cólera y la discordia (Mat 27:30; Mat 40:4); lucha contra la pereza (Mat 22:1-2); justicia (Mat 4:9; Mat 20:29); uso sabio de la riqueza (Mat 13:24; Mat 40:13); amor a los pobres (Mat 29:8-13); fe genuina (Mat 34:18-35, 24). El sabio es en la práctica el hombre ideal y completo.

2. LA ANTROPOLOGíA. En decenas de aforismos emerge una teologí­a precisa del pecado (Mat 3:29; Mat 21:1-2; Mat 28:2-5; Mat 39:5) justamente porque Si tiene un alto concepto de la libertad humana: «El hizo al hombre al principio, y lo dejó en manos de su propio albedrí­o. Si tú quieres, puedes guardar los mandamientos; _permanecer fiel está en tus manos. El ha puesto ante ti el fuego y el agua; extiende tu mano a lo que quieras. Ante el hombre está la vida y la muerte; a cada uno se le dará lo que él quiera» (Mat 15:14-17). La piedad propuesta por Si es sólida y serena, se inspira en la fe de Israel, conoce el compromiso social, el humanismo genuino y la ética de la justicia y del perdón (28,1-7). En el horizonte de la vida el sabio debe siempre entrever también la sombra de la muerte: «En todas tus obras acuérdate del final, y no pecarás jamás» (7,36). «Todos los hombres son tierra y ceniza» (17,27); y este carácter inevitable de la muerte, acompañado de una visión escatológica oscura e incierta, debe dar sabor al esfuerzo en el presente y valor y consistencia a las realidades terrestres (14,11-16).

3. LA SOCIEDAD. La familia es el primer núcleo social descrito por Si. En ella domina el padre, a menudo severo según los cánones de la pedagogí­a oriental (30,1-13). Los mismos cánones se aplican a la mujer, que es criticada según la tradicional misoginia sapiencial («Más vale maldad de un hombre que bondad de mujer», 42,14; cf 25,12-26; 42,9-14), pero también exaltada (26,1-4.16-21; 36,22-27). También las profesiones tienen notable importancia, sobre todo las intelectuales, como se ha visto [/ supra, II, 2] por 38,24-39,11. Estilo, urbanidad, etiqueta social se proponen como virtudes sociales y naturales indispensables y pertenecientes a la misma sabidurí­a (31,12-32,13). Moderación y apertura se equilibran también en la visión polí­tica de Si (el c. 10 es un pequeño ensayo sobre el poder). Honrar y glorificar a los depositarios del poder es una norma práctica válida, pero la teorí­a polí­tica más bien conservadora de Si queda atenuada por las primeras escaramuzas «democráticas»: la ekklesí­a comienza a emerger no sólo como asamblea litúrgica sinagogal (24,22; 33,19; 50,13.20), sino también como comunidad polí­tica con funciones jurí­dicas (7,7; 23,24; 41,18) y administrativas (15,5; 21,17; 38,33). Una buena polí­tica agrí­cola es fundamental para el desarrollo de una nación (7,15.22; 20,28), mientras que la ley de los beneficios no debe ser incondicionada (26,19-27,2; 42,4). «Dichoso el hombre que en estas cosas se ejercite, pues quien las medite en su corazón se hará sabio. Si así­ lo hace, será fuerte para todo, porque el temor del Señor será su senda».

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G. Ravasi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Si 1-51

Sumario: 1. Un deuterocanónico estimado. II. Un autor y un traductor 1. La intrincada situación textual; 2. Ben Sirá: un conservador iluminado. III. Una obra monumental: 1. Cuatro himnos en posiciones estratégicas; 2. Tres grandes colecciones sapienciales. IV. Un escriño de ideas y de propuestas: 1. La sabidurí­a; 2. La antropologí­a; 3. La sociedad.

1. UN DEUTEROCANONico ESTIMADO.
El exegeta francés E. Osty en su Bible (Seuil, Parí­s 1973, 1433) recuerda con ironí­a la declaración de un teólogo moralista, que exclamaba: †œiEl Eclesiástico! Qué estupendo libro! Se encuentra en él todo lo que se quiere!†™ Por eso ya la Vulgata lo habí­a titulado Eclesiástico, consciente de la frecuente utilización catequética y ética por parte de la comunidad eclesial cristiana por la amplitud de sus enseñanzas; la obra es en cierto sentido la desembocadura hacia la cual converge el judaismo con toda su teologí­a y su tardí­a sabidurí­a. Teologí­a y sabidurí­a que están ya iluminadas por la existencia de una Biblia canónica, aunque configurada en †œLey, Profetas, Escritos, como se advierte en el prólogo mismo de nuestro volumen.
Aunque excluido del canon judí­o en el concilio de Jamnia (finales del siglo i d.C), y sucesivamente no acogido en la Biblia tampoco por los protestantes, el Sirácida (=Si) ha sido siempre apreciado por la tradición judí­a (basta pensaren Qumrán) y cristiana. El NT, aunque no lo cita expresamente, alude repetidamente a él: ver Mt 11,25-30 y Si 51,13-14; Jc 1,20 y Si 1,22; Jc 5,3 y Si 29,10; Rom 13,1 y Si 10,5; ico 6,12 y Si 37,28; Jn 3,7 y Si 16,25. C. Spicq ha demostrado el nexo entre Si y la estructura del prólogo de Juan, etc. Así­ pues, un deuterocanónico estimado, también por parte de la patrí­stica, a pesar de las vacilaciones iniciales sobre su canonicidad; por ejemplo, Clemente Alejandrino, aunque lo inserta entre los libros bí­blicos †œcontrovertidos, lo cita más de 60 veces.
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II. UN AUTOR Y UN TRADUCTOR.
Hasta finales del siglo pasado, el volumen era conocido sólo en un texto en lengua griega; el prólogo antepuesto por alguien que se proclamaba nieto del autor hablaba de versión de un original hebreo, versión realizada †œcon muchas vigilias y ciencia en el año 38 del rey Ptolomeo Evergetes† (132 a.C). Pero se estimaba que esto era en realidad una ficción literaria para atribuir mayor autoridad a la obra a través de una paternidad más antigua y solemne y una referencia a la lengua sagrada de la Biblia. Mas en el año 1896, en la genizah (sacristí­a) de la sinagoga de El Cairo, salí­an a la luz preciosos fragmentos de un texto hebreo del Sirácida en una copia de los siglos x-xi.
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1. La intrincada situación textual.
Se reconstruí­an así­ dos tercios del texto original hebreo (1.108 vv. de los 1.616 del texto griego). Pero la aventura textual de Si habí­a de continuar. En 1955 Qumrán revelaba dos fragmentos muy preciosos del siglo i a.C, que contení­an, respectivamente, 6,20-31 (2Q 18)y parte del capí­tulo 51 (11Q )del libro. En 1964, en Masada, la famosa fortaleza herodiana del mar Muerto, que se hizo célebre por la desesperada resistencia zelota contra los ejércitos de ocupación romanos, se descubrí­a un rollo hebreo del 100-70 a.C, que contení­a Si 39,27-32; 40,10-19; 40,26-44,17. De esta manera el prefacio resultaba veraz, si bien la coincidencia entre los dos textos, por motivos de versión y de transmisión textual, estaba muy lejos de ser perfecta. Entre otras cosas, no se debe olvidar que de Si, además de la versión de la Vulgata (que es la de la Vetus latina de un texto griego decadente), existe una importante versión siriaca que depende de un texto a veces diverso tanto del hebreo conocido como del griego. Por tanto, una situación notablemente intrincada, que exige particular esfuerzo por parte del crí­tico textual: en cada versión es necesario especificar a qué texto nos atenemos.
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2. Ben Sirá: un conservador iluminado.
Dejando entre paréntesis al anónimo nieto traductor, nuestra atención se fija en la fisonomí­a humana del autor, que debe haber compuesto su escrito en las primeras décadas del siglo u a.C. (190-1 80). Según el texto hebreo, su nombre completo serí­a †œSimeón, hijo de Jesús, hijo de Eleazar, hijo de Sirᆝ (50,27; 51,30), de dónde el apelativo frecuentemente usado de Ben Siró. En cambio, para el texto griego su nombre serí­a †œJesús, hijo de Sirá, de Eleazar de Jerusalén, de donde procede el tí­tulo de Sirácida. Prescindiendo de estas dudosas cuestiones demográficas, la fisonomí­a del Sirácida se desprende sobre todo de su obra, que refleja la sabidurí­a ortodoxa tradicional, pero cuidando de actualizarla según las nuevas instancias culturales y sociales. En particular, parece posible entrever una especie de autorretrato en el bosquejo reservado al †œescriba en el capí­tulo 39. Durante la monarquí­a los escribas eran los polí­ticos de profesión, los ministros, los burócratas, los embajadores; después del destierro babilónico se habí­an dedicado preferentemente a la formación teológica, polí­tica y cientí­fica, convirtiéndose en los †œsabios de profesión, el equivalente de nuestros intelectuales. El retrato del escriba viene a ser una especie de autobiografí­a del Sirácida y se articula en una sugestiva secuencia de verbos: se aplica, medita, indaga, se dedica a la sabidurí­a, la conserva, la penetra, se ocupa de ella, viaja, investiga, ora, comunica palabras sabias, dirige, brilla en la sociedad y sabe contemplar y alabar a Dios con pureza.
Este escriba ha sido justamente definido como †œun conservador iluminado†™, por su tendencia a operar, en la teologí­a sapiencial tradicional, una adaptación ligera pero cuidadosa a algún modelo †œlaico o a alguna nueva instancia. Sin embargo, no es un progresista apóstata, como ciertos judios helenistas citados en los libros de los Macabeos o como los impí­os de Sg 2,12, los cuales, †œtraicionando su educación†™, se habí­an dejado fascinar por las ideologí­as alejandrinas. Es más; el Si exalta con entusiasmo la tradición sagrada de Israel, tejiendo en los capí­tulos 44-50 de su obra una apasionada galerí­a de retratos de los grandes personajes de la historia bí­blica. Pero no está tan atento a la mediación del mensaje hebreo al mundo griego como lo estarán el autor anónimo de Sg [1 Sabidurí­a (Libro de la) 1], el filósofo Filón, el historiador Flavio Josefo, y como lo habí­an estado los traductores de la Biblia al griego. Su diálogo con la cultura profana es todaví­a muy cauto, aunque real. Es significativo en este sentido el párrafo del capí­tulo 38 (vv. 1-8), dedicado al médico. Superando el enfoque tradicional de retribución, según el cual la enfermedad es simplemente efecto del pecado (cf Jn 9,lss), y por tanto eliminable sólo de forma sacral y litúrgica, Si reconoce, además del primado de Dios, también la importancia del médico y de la farmacologí­a en la conservación de la salud y de la vida. Estamos, pues, muy lejos del uso inteligente que hará el libro de la Sabidurí­a de las categorí­as griegas a nivel antropológico para proponer con un nuevo ropaje el mensaje bí­blico a la cultura de Alejandrí­a.
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III. UNA OBRA MONUMENTAL.
Como las otras obras de matriz sapiencial, la estructura de Si es más bien fluida y floja. El volumen, que es ingente en sus 51 capí­tulos, se organiza en unidades microliterarias que, in crescendo, se agrupan en aglomerados cada vez más ramificados: del maí­al (proverbio) sapiencial aislado que registra un dato o una reflexión o experiencia, se pasa a la agrupación temática o †œsonora† presidida por la asonancia verbal de los términos, y se prosigue hacia minico-lecciones, para extenderse a veces en verdaderos y pequeños tratados. Por eso es difí­cil ofrecer un esquema estructural riguroso. También el conocimiento del mensaje debe producirse a través de una familiarización amorosa y paciente con el texto. A través de esta metodologí­a de lectura más bien libre, el Si se convierte verdaderamente en el libro †œeclesiástico† de meditación, †œpalabra divina, escritura sagrada y sabidurí­a humana†, como lo definí­a Orí­genes.
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1. Cuatro himnos en posiciones estratégicas.
Hay un punto de referencia estructural, que tiene un cierto valor en orden a la planificación de la lectura y del mismo mensaje. Se trata de cuatro himnos distribuidos en posiciones no casuales. El primero hace de pórtico de entrada a toda la obra (c. 1) y al primer bloque de capí­tulos (cc. 2-23). Se trata de un himno a la sabidurí­a según el modelo presente en Pr 8,22-31 o el de Jb 28 o de Bar 3,9-4,4 [/Sabidurí­a VIII]. La Sabidurí­a es personificada poéticamente como un puente de comunicación entre Dios, hombre y cosmos. Ella es †œprincipio† (y. 12), †œplenitud† (y. 14), †œraí­z†™ (y. 18), †œcorona† (y. 16) del ser. En la mente de Dios es el proyecto ideal de la perfección de todo el ser, en la creación está presente como armoní­a y en el hombre aparece como †œtemor de Dios†. Esta locución en su acepción más completa y genuina significa adhesión, fidelidad, amor y fe ante Dios, y se repite en la estrofa central del himno hasta siete veces, como signo ideal de la perfección y de la sabidurí­a humana.
Afí­n al capí­tulo 1 es también el himno segundo, puesto en el capí­tulo 24; él es el sello de la primera parte de la obra y abre la segunda. Reflejando de nuevo el esquema de Pr 8,22-31, la sabidurí­a hace una autoproclamación de su función de mediadora entre Dios y la creación. Por tanto, aparece como cualidad de Dios, su proyecto salví­fico y creador; es colocada en los cielos †œsobre una columna de nubes†, o sea en la esfera de la trascendencia; pero aparece también como cualidad humana, encarnada en la sabidurí­a del hombre y en el orden del cosmos, y residente en nuestro espacio, en la †œciudad amada, Jerusalén†™. Para el Si no hay duda: la sabidurí­a se ha de identificar con la ley, la tórah (y. 22), con la revelación bí­blica. Pues ella ofrece al que la contempla justamente estos dos aspectos †œpolares† de la trascendencia y de la inmanencia tí­picos de la sabidurí­a. La ley, como es obvio, es palabra de Dios, pero es también respuesta del hombre en el decálogo y en las leyes de la alianza.
Recorrida otra área sapiencial diversamente ramificada, llegamos al himno tercero en 41,15-43,33, un cántico al Señor creador, que podrí­a abrir idealmente la sección final del libro. Esta última, en efecto, se presenta como una celebración de la creación y de la historia. La sigla que resume este poema está en 42,22: †œjQué fascinantes son tus obrasP†™lns-pirándose en diversos salmos (20; 104; 148), el poeta se asemeja a un peregrino estupefacto que se mueve en medio del esplendor del cosmos descubriendo maravillas sin cuento. Pero quien domina este cántico de las criaturas es el sol, sí­mbolo único y total del esplendor del creador.
El epí­logo del capí­tulo 51 es el cuarto texto hí­mnico, y sirve de conclusión al elogio de los padres de los capí­tulos 44-50 y a toda la obra. Pero se trata de dos composiciones: un salmo de agradecimiento y un pequeño poema alfabético sobre la búsqueda de la sabidurí­a. El texto hebreo introduce entre ambas composiciones un tercer salmo, análogo al Ps 136 y a las Dieciocho bendiciones judí­as, y marcado por la antí­fona †œporque es eterno su amor†™.
La presencia de esta serie de himnos hace al volumen aún más optimista, transforma la sabidurí­a en oración y hace del conocer un dar gracias (como escribí­a Heidegger: †œDenken ist Danken†™, comprender es agradecer). A través de estas lí­neas de demarcación hí­mnicas podemos ditinguir, pues, tres grandes sectores sapienciales (cc. 2-23; 25-41; 45-50).
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2. Tres grandes colecciones sapienciales.
El procedimiento adoptado por el autor es más complejo todaví­a que el de Pr. Nos encontramos ante saltos de tono, repetición de temas, un amplio abanico de argumentos. Para las tres colecciones nos contentamos con sugerir alguna lí­nea de lectura.
En la primera sección (cc. 2-23) la sabidurí­a entra en escena con su cortejo tradicional de virtudes: la constancia, la fortaleza, la paciencia en la prueba, el amor apasionado a los padres, la limosna, el amor activo a los pobres (2,1-4,10). Los preceptos, según una praxis sapiencial consolidada, ya conocida del libro de los Pr, se imparten según el esquema †œpadre-hijo† y †œmaestro-discí­pulo† y tocan una gama muy variada de temas. Al aviso sobre el respeto humano y sobre la timidez se asocia el relativo a la presunción sobre todo socioeconómica; al control de la palabra, motivo constante en una estructura social de manifestación oral, se une el elogio entusiasta de la amistad, tema predilecto del autor (6,5-17; 9,10; 12,8- 18; 22,19-26; cf 27,17-21; 37,1-6). La dimensión social de la vida (6,18-15,20) implica consideraciones sobre la pedagogí­a de los hijos, el respeto de los padres, la veneración a los sacerdotes, la generosidad con los pobres, las relaciones polí­ticas, los lazos con los amigos, con las mujeres, con los esclavos, con la esposa, la prudencia, los valores tradicionales, la victoria sobre la soberbia, la confianza en Dios y en las riquezas (es famoso 11,19, recogido por la parábola del rico insensato de Lc 12,16-21), la generosidad y la avaricia, la libertad y el pecado. La dimensión religiosa de la vida (16,1-18,14) implica una solemne celebración de Dios, señor del cosmos y de la historia, y una exaltación de la posición del hombre, visto en sus lí­neas esenciales: muerte, dominio del mundo material, imagen de Dios, alabanza de Dios, alianza con el Señor. Dios ve, y con amor perdona pecado y debilidades. Después de una nueva parte dedicada a la palabra (18,15-20,26), se prepara una reflexión sobre la dimensión moral de la vida, que se expresa a través de las tradicionales antí­tesis pecador-justo y sabio-necio, con una mezcla de indicaciones y advertencias de í­ndole varia (ver el durí­simo 22,1-2).
La segunda colección (cc. 25-42) se abre con una interesante reflexión sobre el matrimonio. La mujer es presentada en una antí­tesis: a un esbozo cruel y misógino, frecuente en la literatura sapiencial (Pr 5 y 7 y, en nuestro libro, el terrible 42,14), se opone una página muy delicada, reservada a la feminidad inteligente y virtuosa [1 abajo, IV, 3]. La ética social (26,19-29,28) en el comercio, en el lenguaje, en la justicia, en la amistad, en la venganza, en los litigios, en las fianzas, en la limosna, en la hospitalidad, etc., se desarrolla en una serie de consideraciones sobre la urbanidad y sobre la pedagogí­a (30,1-32,13), documento sociológico delicioso, lleno de puntas irónicas y signo vivo de la encarnación de la palabra de Dios en la realidad cotidiana. Después de un tratadito optimista sobre la sabidurí­a que hay que buscar y encontrar (32,14-33,18), se abre el discurso sobre la relación entre vida social y culto (33,19-37,31), argumento querido de la teologí­a profética (Am 5,21-24; Os 6,6 Miq Os 6,6-8; Is 1; Is 5; Jr 7, etc. ). El autor recuerda la exigencia de una unión profunda entre oración y vida, entre culto y sociedad, eliminando toda forma de sa-cralismo en el que la liturgia sea un pretexto para sustraerse a los compromisos de fidelidad interior y social. Las profesiones entran en escena en los capí­tulos 38-39: además del médico, como se ha dicho [1 supra, II, 2], está en primer plano el escriba, admirado y exaltado por Si, que mira con una cierta indiferencia al obrero y al trabajador manual. El interés por las artes y oficios es tí­pico de la literatura sapiencial, atenta a ofrecer su contribución a cada sector de la formación humana. La sección se cierra con una reflexión sobre las miserias humanas (40,1-42,14), con particular atención a la muerte: Hace aquí­ Si algunas observaciones amargas que parecen hermanarlo por un momento con Qo.
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El famoso elogio de los padres ocupa la tercera sección (cc. 44-50). Después de haber celebrado en el himno al Dios creador, ahora Si se deja conquistar por el esplendor de la historia de Israel, el pueblo elegido al que Ben Sirá se siente orgulloso de pertenecer. Dios se revela en lo concreto de esta historia santa, en la cual hace desfilar una galerí­a de retratos: aparecen en ella Henoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, Fineés, Josué, Caleb, Samuel, los jueces, David, Natán, Salomón, Roboán, Jeroboán, Elias, Eliseo, Isaí­as, Ezequí­as, Josí­as, Jeremí­as, Ezequiel, Zoroba-bel, Josué y Nehemí­as, los jefes del retorno de Babilonia, y, finalmente, Simón, el sumo sacerdote contemporáneo del autor (220-1 95), que es descrito en el marco magní­fico y hierá-tico de la liturgia del segundo templo. Es curioso observar, sin embargo, que Si se esfuerza en presentar †œsapiencialmente †œestos personajes, preproclamación de su función de mediadora entre Dios y la creación. Por tanto, aparece como cualidad de Dios, su proyecto salví­fico y creador; es colocada en los cielos †œsobre una columna de nubes†™, o sea en la esfera de la trascendencia; pero aparece también como cualidad humana, encarnada en la sabidurí­a del hombre y en el orden del cosmos, y residente en nuestro espacio, en la †œciudad amada, Jerusalén†™. Para el Si no hay duda: la sabidurí­a se ha de identificar con la ley, la tórah (y. 22), con la revelación bí­blica. Pues ella ofrece al que la contempla justamente estos dos aspectos †œpolares† de la trascendencia y de la inmanencia tí­picos de la sabidurí­a. La ley, como es obvio, es palabra de Dios, pero es también respuesta del hombre en el decálogo y en las leyes de la alianza.
Recorrida otra área sapiencial diversamente ramificada, llegamos al himno tercero en 41,15-43,33, un cántico al Señor creador, que podrí­a abrir idealmente la sección final del libro. Esta última, en efecto, se presenta como una celebración de la creación y de la historia. La sigla que resume este poema está en 42,22: †œjQué fascinantes son tus obras!† Inspirándoseen diversos salmos (20; 104; 148), el poeta se asemeja a un peregrino estupefacto que se mueve en medio del esplendor del cosmos descubriendo maravillas sin cuento. Pero quien domina este cántico de las criaturas es el sol, sí­mbolo único y total del esplendor del creador.
El epí­logo del capí­tulo 51 es el cuarto texto hí­mnico, y sirve de conclusión al elogio de los padres de los capí­tulos 44-50 y a toda la obra. Pero se trata de dos composiciones: un salmo de agradecimiento y un pequeño poema alfabético sobre la búsqueda de la sabidurí­a. El texto hebreo introduce entre ambas composiciones un tercer salmo, análogo al Ps 136 y a las Dieciocho bendiciones judí­as, y marcado por la antí­fona †œporque es eterno su amor†.
La presencia de esta serie de himnos hace al volumen aún más optimista, transforma la sabidurí­a en oración y hace del conocer un dar gracias (como escribí­a Heidegger: †œDenken ist Danken†™, comprender es agradecer). A través de estas lí­neas de demarcación hí­mnicas podemos ditinguir, pues, tres grandes sectores sapienciales (cc. 2-23; 25-41; 45-50).
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2. Tres grandes colecciones sapienciales.
El procedimiento adoptado por el autor es más complejo todaví­a que el de Pr. Nos encontramos ante saltos de tono, repetición de temas, un amplio abanico de argumentos. Para las tres colecciones nos contentamos con sugerir alguna lí­nea de lectura.
En la primera sección (cc. 2-23) la sabidurí­a entra en escena con su cortejo tradicional de virtudes: la constancia, la fortaleza, la paciencia en la prueba, el amor apasionado a los padres, la limosna, el amor activo a los pobres (2,1-4,10). Los preceptos, según una praxis sapiencial consolidada, ya conocida del libro de los Pr, se imparten según el esquema †œpadre-hijo† y †œmaestro-discí­pulo† y tocan una gama muy variada de temas. Al aviso sobre el respeto humano y sobre la timidez se asocia el relativo a la presunción sobre todo socioeconómica; al control de la palabra, motivo constante en una estructura social de manifestación oral, se une el elogio entusiasta de la amistad, tema predilecto del autor (6,5-17; 9,10; 12,8- 18; 22,19-26; cf 27,17-21; 37,1-6). La dimensión social de la vida (6,18-15,20) implica consideraciones sobre la pedagogí­a de los hijos, el respeto de los padres, la veneración a los sacerdotes, la generosidad con los pobres, las relaciones polí­ticas, los lazos con los amigos, con las mujeres, con los esclavos, con la esposa, la prudencia, los valores tradicionales, la victoria sobre la soberbia, la confianza en Dios y en las riquezas (es famoso 11,19, recogido por la parábola del rico insensato de Lc 12,16-21), la generosidad y la avaricia, la libertad y el pecado. La dimensión religiosa de la vida (16,1-18,14) implica una solemne celebración de Dios, señor del cosmos y de la historia, y una exaltación de la posición del hombre, visto en sus lí­neas esenciales: muerte, dominio del mundo material, imagen de Dios, alabanza de Dios, alianza con el Señor. Dios ve, y con amor perdona pecado y debilidades. Después de una nueva parte dedicada a la palabra (18,15-20,26), se prepara una reflexión sobre la dimensión moral de la vida, que se expresa a través de las tradicionales antí­tesis pecador-justo y sabio-necio, con una mezcla de indicaciones y advertencias de í­ndole varia (ver el durí­simo 22,1-2).
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La segunda colección (cc. 25-42) se abre con una interesante reflexión sobre el matrimonio. La mujer es presentada en una antí­tesis: a un esbozo cruel y misógino, frecuente en la literatura sapiencial (Pr 5 y 7 y, en nuestro libro, el terrible 42,14), se opone una página muy delicada, reservada a la feminidad inteligente y virtuosa [1 abajo, IV, 3]. La ética social (26,19-29,28) en el comercio, en el lenguaje, en la justicia, en la amistad, en la venganza, en los litigios, en las fianzas, en la limosna, en la hospitalidad, etc., se desarrolla en una serie de consideraciones sobre la urbanidad y sobre la pedagogí­a (30,1-32,13), documento sociológico delicioso, lleno de puntas irónicas y signo vivo de la encarnación de la palabra de Dios en la realidad cotidiana. Después de un tratadito optimista sobre la sabidurí­a que hay que buscar y encontrar (32,14-33,18), se abre el discurso sobre la relación entre vida social y culto (33,19-37,31), argumento querido de la teologí­a profética (Am 5,21-24; Os 6,6 Miq Os 6,6-8; Is 1; Is 5; Jr 7, etc. ). El autor recuerda la exigencia de una unión profunda entre oración y vida, entre culto y sociedad, eliminando toda forma de sa-cralismo en el que la liturgia sea un pretexto para sustraerse a los compromisos de fidelidad interior y social. Las profesiones entran en escena en los capí­tulos 38-39: además del médico, como se ha dicho [1 supra, II, 2], está en primer plano el escriba, admirado y exaltado por Si, que mira con una cierta indiferencia al obrero y al trabajador manual. El interés por las artes y oficios es tí­pico de la literatura sapiencial, atenta a ofrecer su contribución a cada sector de la formación humana. La sección se cierra con una reflexión sobre las miserias humanas (40,1-42,14), con particular atención a la muerte: Hace aquí­ Si algunas observaciones amargas que parecen hermanarlo por un momento con Qo.
El famoso elogio de los padres ocúpala tercera sección (cc. 44-50). Después de haber celebrado en el himno al Dios creador, ahora Si se deja conquistar por el esplendor de la historia de Israel, el pueblo elegido al que Ben Sirá se siente orgulloso de pertenecer. Dios se revela en lo concreto de esta historia santa, en la cual hace desfilar una galerí­a de retratos: aparecen en ella Henoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, Fineés, Josué, Caleb, Samuel, los jueces, David, Natán, Salomón, Roboán, Jeroboán, Elias, Elí­seo, Isaí­as, Ezequí­as, Josí­as, Jeremí­as, Ezequiel, Zoroba-bel, Josué y Nehemí­as, los jefes del retorno de Babilonia, y, finalmente, Simón, el sumo sacerdote contemporáneo del autor (220-1 95), que es descrito en el marco magní­fico y hierá-tico de la liturgia del segundo templo. Es curioso observar, sin embargo, que Si se esfuerza en presentar †œsapiencialmente† estos personajes, presentándolos como modelos de vida y de sabidurí­a para todos: jefes de Estado, famosos por el poder, consejeros sabios, profetas, legisladores, maestros, poetas y músicos, poderosos y justos, fieles, humildes e ilustres.
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IV. UN ESCRINO DE IDEAS Y DE PROPUESTAS.
Es difí­cil codificar en una serie de capí­tulos precisos y circunscritos el mensaje de Si, porque su volumen es un auténtico arsenal de proverbios, de reflexiones, de sugerencias, de meditaciones, de consejos, de advertencias. Es un verdadero y auténtico tesoro, del cual †œel amo de la casa saca cosas nuevas y cosas antiguas†(Mt 13,52). La misma lectura sintética de las tres colecciones [1 supra, III, 2] nos ha revelado la complejidad y lo reiterado de los varios modelos sapienciales de Si. Podemos ahora intentar discernir con más nitidez algunos nudos esenciales alrededor de los cuales se va desarrollando la variada constelación de los proverbios, de las normas y de los pensamientos de Si.
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1. La sabidurí­a.
†œToda la sabidurí­a viene del Señor y con él está eternamente… Principio de la sabidurí­a es el temor a Dios; ella fue creada con los fieles en el seno materno† (1,1.14). Estas dos declaraciones iniciales de Si expresan limpiamente la duplicidad de la sabidurí­a. Ella está en Dios y junto a Dios, trascendente y omnicomprensiva; pero por gracia se derrama en el hombre, haciéndose †œcreada† e inmanente. Como se ha visto (/supra, III, 1], para Si la Sabidurí­a se encarna en la tórah (19,18; 24,22), porque es palabra de Dios, es revelación de lax voluntad divina, pero es también compromiso de vida del hombre (R. Smend escribí­a: †œSubietivamente, la sabidurí­a es el temor de Dios; obietivamente es la ley de Moisés†), y su soberaní­a se extiende más allá de Israel a todos los pueblos de la tierra (24,6). Naturalmente, el acento del autor recae en la cualidad humana de la sabidurí­a, que es descrita según las categorí­as tradicionales:
alegrí­a de vivir (14,11.14; 30,21-25); salud (30,14-17); prudencia social (8,1-19); capacidad económica (33,20-24; 42, 6-7); discreción (2,17; 3,17-24; 10,6-18); control de la palabra (4,24; 5,13; 27,5-7); lucha contra la cólera y la discordia (27,30; 40,4); lucha contra la pereza (22,1-2); justicia (4,9; 20, 29); uso sabio de la riqueza (13,24; 40,13); amor a los pobres (29,8-1 3); fe genuina (34,18-35,24). El sabio es en la práctica el hombre ideal y completo.
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2. La antropologí­a.
En decenas de aforismos emerge una teologí­a precisa del pecado (3,29; 21,1 -2; 28,2-5; 39,5) justamente porque Si tiene un alto concepto de la libertad humana: †œEl hizo al hombre al principio, y lo dejó en manos de su propio albedrí­o. Si tú quieres, puedes guardar los mandamientos; permanecer fiel está en tus manos. El ha puesto ante ti el fuego y el agua; extiende tu mano a lo que quieras. Ante el hombre está la vida y la muerte; a cada uno se le dará lo que él quiera† (15,14-1 7). La piedad propuesta por Si es sólida y serena, se inspira en la fe de Israel, conoce el compromiso social, el humanismo genuino y la ética de la justicia y del perdón (28,1-7). En el horizonte de la vida el sabio debe siempre entrever también la sombra de la muerte: †œEn todas tus obras acuérdate del final, y no pecarás jamás† (7,36). †œTodos los hombres son tierra y ceniza† (17,27); y este carácter inevitable de la muerte, acompañado de una visión escatoló-gica oscura e incierta, debe dar sabor al esfuerzo en el presente y valor y consistencia a las realidades terrestres (14,11-16).
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3. La sociedad.
La familia es el primer núcleo social descrito por Si. En ella domina el padre, a menudo severo según los cánones de la pedagogí­a oriental (30,1-1 3). Los mismos cánones se aplican a la mujer, que es criticada según la tradicional misoginia sapiencial (†œMás vale maldad de un hombre que bondad de mujer†, 42,14; cf 25,12-26; 42,9-14), pero también exaltada (26,1-4.16-21; 36,22-27). También las profesiones tienen notable importancia, sobre todo las intelectuales, como se ha visto [1 supra, II, 2] por 38,24-39,11. Estilo, urbanidad, etiqueta social se proponen como virtudes sociales y naturales indispensables y pertenecientes a la misma sabidurí­a (31,12-32,13). Moderación y apertura se equilibran también en la visión polí­tica de Si (el c. 10 es un pequeño ensayo sobre el poder). Honrar y glorificar a los depositarios del poder es una norma práctica válida, pero la teorí­a polí­tica más bien conservadora de Si queda atenuada por las primeras escaramuzas †œdemocráticas†: la ekklesí­a comienza a emerger no sólo como asamblea litúrgica sinagogal (24,22; 33,19; 50,13.20), sino también como comunidad polí­tica con funciones jurí­dicas (7,7; 23,24; 41,18) y administrativas (15,5; 21,17; 38,33). Una buena polí­tica agrí­cola es fundamental para el desarrollo de una nación (7,15.22; 20,28), mientras que la ley de los beneficios no debe ser incondicionada (26,19-27,2; 42,4). †œDichoso el hombre que en estas cosas se ejercite, pues quien las medite en su corazón se hará sabio. Si así­ lo hace, será fuerte para todo, porque el temor del Señor será su senda†.
3133
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G. Ravasi

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica