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JUSTICIA EN LA VISION DEL «MAGNIFICAT»

JUSTICIA EN LA VISION DEL «MAGNIFICAT»

El presente artí­culo estudia el tema de la justicia a partir de la clave de interpretación que nos ofrece el Magní­ficat (Le 1,47-55). El Magní­ficas es la expresión lí­rica de un acontecimiento personal: Marí­a habla de sí­ misma, de su destino, como persona histórica; contempla su historia y la de la humanidad a la luz del Dios salvador, del omnipotente, que hace maravillas con nuestra «ruindad» de criaturas. Marí­a es el verdadero Israel, en quien la antigua y la nueva alianza están inseparablemente unidas. Marí­a es el pueblo de Dios, que da fruto gracias a la fuerza misericordiosa de Dios.

1. MARíA MIRA EL MUNDO CON LOS OJOS DE Dios. «Ha desplegado la fuerza de su brazo, ha destruido los planes de los soberbios, ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha encumbrado a los humildes; ha colmado de bienes a los hambrientos y despedido a los ricos con las manos vací­as» (Le 1,51-53).

Esta segunda parte, tan fuerte; casi ruda, abundante en antí­tesis, hace del Magní­ficat el canto a la vez más delicado y más fuerte del NT. Moltmann ha hecho observar que, en la Biblia, los himnos más vigorosos han sido cantados siempre por rriujeres: Marí­a (Ex 15,2 1), Judit (Jdt 16), Débora (Jue 5), Ana (1Sam 2).

Mirando el mundo, Marí­a se ve con los ojos de Dios, poderoso y lleno de misericordia, y nos revela cómo interviene Dios en la historia de los seres humanos. Después de recordar las grandes obras realizadas por Dios en favor de Israel, Marí­a nos presenta una especie de constante del obrar divino: el amor del Padre a los pequeños, a los pobres y a los oprimidos. Al escoger a Marí­a para su designio de salvación, Dios ilustra la «regla admirable» según la cual la debilidad se convierte en el instrumento preferido de su poder (2Cor 19,9):
Marí­a, en la que Dios ha puesto su mirada, es el lugar privilegiado de todas las transformaciones realizadas por él en el mundo, el corazón de la revolución del amor divino y de su obra de liberación. Marí­a encarna el poder de Dios, que se manifiesta en la debilidad, e ilustra la ley de la inversión de los valores, los del mundo, en provecho de los del evangelio. Por eso Marí­a es esperanza para los pobres y los oprimidos.

Marí­a es esa «mujer fuerte» que deja entrever las modalidades históricas y sociales por las que Dios lleva a cabo su proyecto de salvación, defraudando las esperanzas de los ricos y poderosos, realizando su salvación con los pobres y los humildes. El Magní­ficat constituye una crí­tica objetiva de los valores que los hombres de todos los tiempos exaltan -el poder, el saber y el tener- en provecho de los pobres y de los.pequeños, elevados y exaltados, que tienen su ejemplo más perfecto en Marí­a.

El Magní­ficat hace eco al cántico de Ana, madre de Samuel (1Sam 2, 1-10), cuyo tema principal es la inversión de los valores como signo de la obra de Dios. Nos presenta a un Dios que acaba con la situación de todos los que se toman por dioses y no cesan de oprimir a su prójimo. Es ya el evangelio, donde Jesús encarna la preocupación que siente su Padre por los hambrientos, los pequeños y los oprimidos. Al presentar aun Dios que opta por los pobres y los ama, Jesús ofrece la gracia de una redención liberadora que transformará la historia de los hombres. La liberación que canta el Magní­ficat es la que Dios hace: trasciende lo social, aunque tiene consecuencias en este plano. Se realiza sin odios, apoyada en el amor. Dios ofrece su misericordia incluso a los injustos que se arrepienten y se vuelven a él (Zaqueo, el publicano, etc.): liberados a su vez, ellos se ven promovidos al rango de los pequeños y de los pobres, más semejantes a Cristo. Si Dios, en su misericordia «humilla» a los orgullosos, es para que dejen finalmente de ser inhumanos; si «derriba» a los poderosos, es para que hagan de su poder un servicio; si «despide a los ricos con las manos vací­as», es para que compartan con los pobres. Si Dios eleva a los pequeños y sacia a los hambrientos, no es para que se hagan orgullosos, ricos y opresores, ni para que se venguen de los que les han hecho sufrir.

2. VISION PROFETICA DE MARíA. La parte central del Magní­ficat está compuesta de verbos en pretérito perfecto, que indican una acción ya realizada: «Ha destruido los planes de los soberbios, ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha encumbrado a los humildes; ha colmado de bienes a los hambrientos y despedido a los ricos con las manos vací­as»..

Los exegetas han subrayado la fuerza profética con la que Marí­a canta en pasado y considera como plenamente cumplidos unos acontecimientos que comenzaron con ella de forma casi imperceptible, pero que alcanzarán su plenitud en el final de los tiempos. En su fe profética ve como de antemano la realización definitiva de las promesas de salvación hechas a los padres y ofrecidas desde entonces a la humanidad entera. Marí­a anuncia la liberación final, mientras que de momento ella no ve más que sus modestos comienzos. Después de la anunciación y del nacimiento de Jesús, no ha cambiado aparentemente nada: los poderosos siguen en su sitio, los oprimidos siguen en su opresión, pero la salvación se da en el silencio y en la oscuridad, entre los humildes y los pobres que saben ver: Marí­a, Isabel y los pastores. Sin embargo, Marí­a vislumbra ya el desenlace final. Canta la liberación en pasado y la considera como cumplida a los ojos de Dios que trasciende el tiempo y asegura el futuro. Canta las grandes obras de Dios a partir de su plena realización futura, proclamada ya proféticamente. Todo lo que la humanidad espera llegará a realizarse; Marí­a está segura de ello y nos lo dice. Por eso precisamente el Magní­ficat contiene, más allá de una amenaza saludable que se ofrece salví­ficamente a los poderosos y a los ricos, un mensaje de esperanza para los pobres y oprimidos.

3. EL «MAGNIFICAT», ¿CANTO DE LIBERACIí“N SOCIAL? En la encí­clica Redemptoris Mater, Juan Pablo II nos invita a un esfuerzo de relectura y de actualización de este himno, el más tierno y el más fuerte de todo el NT. El más tierno, porque el soplo poético que inspira a Marí­a la hace cantar al Dios fiel y misericordioso; el más fuerte, porque denuncia las falsas grandezas de este mundo, el saber orgulloso, el poder violento y opresor, la riqueza que cierra el corazón y manifiesta el amor preferencial de Dios por los pobres y los humildes.

En esta profesión de fe en que se trasluce la experiencia personal de Marí­a y el éxtasis de su corazón, la Iglesia aprende que no puede separar la verdad sobre el Dios que salva de la manifestación de su amor preferencia) por los pobres y los humildes. De este modo evita el peligro de insistir unilateralmente en una alabanza marial que olvidase la actitud dinámica de Marí­a en el terreno «secular» de la justicia. Es significativo que el evangelio de Lucas ponga en labios de Marí­a el primer canto de liberación del NT. De este modo una teologí­a de la libertad y de la liberación, como eco filial del Magní­ficas de Marí­a conservado en la memoria de la Iglesia, constituye una exigencia de nuestro tiempo.

«Totalmente dependiente de Dios y orientada por completo hacia él por el impulso de su fe, Marí­a es al lado de su hijo la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. Es a ella a quien la Iglesia, que la tiene como madre y como modelo, tiene que dirigir sus miradas para comprender en su totalidad el sentido de su misión» (JUAN PABLO II, Redemptoris Mater, n. 37). ¿Por qué? Porque la Iglesia, en su plenitud, está presente en aquella cuyo sí­ la hizo nacer.

La Iglesia tiene que predicar el Magní­ficat en su totalidad, sin endulzarlo, sin forzarlo, tal como salió de labios de Marí­a, con sus amenazas salví­ficas a los orgullosos, los poderosos y los enriquecidos, y con sus esperanzas para los pequeños, los pobres y los oprimidos.

La liberación que canta Marí­a es ciertamente la que Dios realiza; pero esto no nos autoriza a resignarnos beatí­ficamente ante la miseria. Ese Dios que «colma de bienes a los hambrientos» nos invita a imitarle. Puesto que él los colma, también nosotros debemos colmarlos a nuestro modo y según nuestras posibilidades.

El Magní­ficat no debe cantarse con el tono de la internacional o de la marsellesa, sino en el tono de Marí­a, sin espí­ritu de odio ni venganza. Los profetas recordaron fuertemente a los ricos su responsabilidad frente a Dios y frente a los pobres; se hicieron la voz de los pobres, no para excitarles a la venganza o al odio sino para repetir las exigencias de la justicia y del amor a los poderosos y a los ricos.

Siguiendo a los profetas, Jesús no restringe la gracia de la salvación a una sola categorí­a social: piensa en todos y quiere la salvación de todos. Su mensaje a los ricos -la invitación que les hace a compartir, las graves amenazas si no comparten–tiene para ellos un valor salví­fico si, tocados por la gracia, se deciden finalmente a compartir con los desamparados. En este sentido, las amenazas de Jesús a los ricos son indirectamente una buena noticia para los pobres.

La opción evangélica por los pobres es preferencial, no exclusiva; no significa un rechazo automático de los demás, puesto que el mensaje a los ricos tiene la finalidad de llevarlos á reducir, compartiendo con los pobres, las grandes desigualdades que subsisten en el mundo.

Por otra parte, muy pocos pueden decirse total y únicamente oprimidos. En cada oprimido hay casi siempre un opresor en potencia. No hay liberación sin liberación del odio. Sin la liberación del corazón que sólo Dios puede conceder, las demás liberaciones serán efí­meras. Sólo las personas liberadas pueden liberar de verdad e í­ntegramente. La opción preferencia) por los pobres tiene como finalidad la reconciliación, no la división o la eliminación. Como ha recordado Pablo VI, ni unos contra otros ni unos sin otros, sino unos con otros.

Igualmente, el libro de los Hechos de los Apóstoles, en donde triunfa la ley del Espí­ritu Santo escrita en los corazones (Jer 31,31), presenta una inversión pací­fica, no violenta, de las situaciones sociales. Bajo la nueva alianza, es ahora el Espí­ritu Santo el que es llamado padre de los pobres, coma lo canta el himno Ven¡, Sancte Spiritus (cf Job 29,1 S). Por su acción en lo más profundo de los corazones, que empuja a los cristianos a compartir espontáneamente con los demás, él provoca ya una inversión pací­fica y no violenta de las situaciones. Bajo la acción del Espí­ritu, los primeros cristianos enderezaban ellos mismos los desequilibrios sociales, comprendiendo los opresores que no tienen ya que oprimir, y los ricos que tienen que compartir. Bajo la acción del Espí­ritu que obra en los corazones, los cambios de situación participan del proceso general de interiorización y se efectúan muchas veces deforma pací­fica, sin violencia. Los magos mencionados en el evangelio de Mateo (Mt 2,1-12) son un buen ejemplo de ello: tocados por la gracia, abren sus corazones y sus manos; su saber los lleva a la adoración del Niño-rey, su poder se transforma en servicio, mientras que su tener se convierte en homenaje al rey de los reyes.

Todas las disposiciones espirituales que caracterizaban a los pobres de la antigua alianza, canonizadas en las bienaventuranzas, convergen en Marí­a y componen el retrato espiritual de la mujer del Magní­ficat: alegrí­a, servicio de Dios, temor del Señor, conciencia de su propia fragilidad, sentido de la justicia, solida-, ridad con su pueblo, apertura y disponibilidad al plan divino.

El Magní­ficat no nos presenta a Marí­a como «una mujer sometida pasivamente o de una religiosidad alienante, sino como la que canta al Dios salvador y liberador, que levanta a los humildes y a los oprimidos y derriba, si es necesario, de su trono a los poderosos». En ella se nos ofrece «un modelo acabado del discí­pulo del Señor: artí­fice de la ciudad celestial y eterna, pero peregrino que corre hacia la ciudad celestial y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero por encima de todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones» (PABLO VI, Marialis cultus, n. 37).

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E, Hamel

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental