Biblia

IDOLO, IDOLATRIA

IDOLO, IDOLATRIA

Un í­dolo es una imagen, una representación de algo o un sí­mbolo, material o imaginario, que es objeto de devoción fervorosa. En términos generales, la idolatrí­a es la veneración, amor, culto o adoración de un í­dolo. Normalmente está relacionada con un poder superior, real o supuesto, tanto si se le atribuye una existencia animada (humano, animal o, incluso, una organización) como si se trata de algo inanimado (una fuerza u objeto inanimado de la naturaleza). La idolatrí­a suele ir acompañada de algún tipo de ceremonia o rito.
Los términos hebreos con los que se hací­a referencia a los í­dolos solí­an aludir tanto al material del que estaban hechos como a su inutilidad, o eran términos con una profunda carga despectiva. Entre estos hay palabras que se han traducido por expresiones como †œimagen tallada o esculpida† (literalmente, †œtalla†); †œestatua fundida, imagen o í­dolo† (literalmente, †œalgo fundido; vaciado†); †œí­dolo horrible†; †œí­dolo vano† (literalmente, †œvanidad†), e †œí­dolo estercolizo†. La palabra †œí­dolo† es traducción de la voz griega éi·do·lon.

No todas las imágenes son í­dolos. La ley de Dios sobre no hacerse imágenes (Ex 20:4, 5) no quiso decir que quedaba terminantemente prohibido hacer una estatua o algún tipo de representación material. Este hecho queda patente por el mandato posterior de Jehová de hacer dos querubines de oro para la cubierta del Arca y bordar representaciones de querubines sobre las diez telas de la cubierta interior del tabernáculo y sobre la cortina que separaba el Santo del Santí­simo. (Ex 25:18; 26:1, 31, 33.) De igual manera, el interior del templo de Salomón, cuyos planos arquitectónicos recibió David por inspiración divina (1Cr 28:11, 12), estaba decorado con gran belleza con bajorrelieves de querubines, palmeras y flores. En el Santí­simo de este templo habí­a querubines de madera de árbol oleí­fero revestidos de oro. (1Re 6:23, 28, 29.) El mar fundido descansaba sobre doce toros de cobre, y las paredes laterales de las carretillas de cobre para el uso del templo estaban decoradas con figuras de leones, toros y querubines. (1Re 7:25, 28, 29.) Habí­a doce leones a lo largo de los escalones que conducí­an al trono de Salomón. (2Cr 9:17-19.)
Sin embargo, estas representaciones no eran í­dolos; solo los sacerdotes que oficiaban podrí­an ver las que estaban en el interior del tabernáculo y luego en el interior del templo. Nadie, salvo el sumo sacerdote, entraba en el Santí­simo, y tan solo lo hací­a el Dí­a de Expiación. (Heb 9:7.) Por lo tanto, no habí­a ningún peligro de que los israelitas pudiesen incurrir en idolatrar a los querubines de oro del Santuario. Estas figuras eran principalmente una representación de los querubines celestiales. (Compárese con Heb 9:24, 25.) Y es evidente que no se las habí­a de venerar, pues no se debí­a dar adoración ni a los mismos ángeles. (Col 2:18; Rev 19:10; 22:8, 9.)
Por supuesto, en ocasiones algunas imágenes se convirtieron en í­dolos, aunque originalmente no se tení­a la intención de que fuesen objetos de veneración. La serpiente de cobre que Moisés hizo en el desierto llegó a ser adorada y por esta razón el fiel rey Ezequí­as la trituró. (Nú 21:9; 2Re 18:1, 4.) El efod que hizo el juez Gedeón llegó a ser un †œlazo† para él y para su casa. (Jue 8:27.)

Imágenes como ayuda en la adoración. Las Escrituras no aprueban el uso de imágenes como un medio de dirigirse a Dios en oración. Esta práctica va en contra del principio que dice que aquellos que buscan a Jehová deben adorarle con espí­ritu y con verdad. (Jn 4:24; 2Co 4:18; 5:6, 7.) El no tolera que se mezclen prácticas idolátricas con la adoración verdadera, como lo ilustra el hecho de que condenase la adoración del becerro, a pesar de que los israelitas lo habí­an relacionado con Su nombre. (Ex 32:3-10.) Jehová no comparte su gloria con imágenes esculpidas. (Isa 42:8.)
No hay ni una sola ocasión en las Escrituras en la que los siervos fieles de Jehová hayan recurrido al uso de ayudas visuales para orar a Dios ni que hayan practicado alguna forma de adoración relativa. Es cierto que según la traducción católica Scí­o de San Miguel, Hebreos 11:21 dice: †œPor fe Jacob, estando para morir, bendijo a cada uno de los hijos de Joseph: y adoró la altura de su vara†. Sin embargo, en una nota al pie de la página, la traducción católica Bover-Cantera comenta lo siguiente sobre este texto: †œEl sentido más obvio es: (Jacob) inclinado adoró (a Dios) (apoyándose) sobre la extremidad de su (propio) báculo†. Esta última forma de traducir el texto, y otras con pequeñas variaciones, demuestra que este versí­culo de ningún modo apoya la adoración relativa. Además, está en armoní­a con el sentido del texto hebreo de Génesis 47:31, y así­ lo han traducido casi todas las versiones católicas.

Formas de idolatrí­a. Algunas de las prácticas idolátricas mencionadas en la Biblia eran repugnantes, como, por ejemplo, la prostitución ceremonial, el sacrificio de niños, la borrachera y la autolaceración hasta el punto de hacer chorrear la sangre. (1Re 14:24; 18:28; Jer 19:3-5; Os 4:13, 14; Am 2:8.) A los í­dolos se les veneraba participando de la comida y bebida que se ofrecí­a en fiestas celebradas en su honor (Ex 32:6; 1Co 8:10), inclinándose y haciéndoles sacrificios, con cantos y danzas e incluso besándolos. (Ex 32:8, 18, 19; 1Re 19:18; Os 13:2.) La idolatrí­a también se practicaba disponiendo una mesa con alimento y bebida para los dioses falsos (Isa 65:11), ofreciendo libaciones, tortas de sacrificio y humo de sacrificio (Jer 7:18; 44:17), así­ como llorando en ciertas ceremonias religiosas (Eze 8:14). La Ley prohibí­a tatuarse, hacerse cortaduras, imponerse calvicie sobre la frente, cortar los mechones de los lados y la extremidad de la barba, posiblemente debido a su relación, al menos en parte, con las prácticas idolátricas que eran comunes en las naciones vecinas. (Le 19:26-28; Dt 14:1.)
También hay formas más sutiles de idolatrí­a. La codicia es idolatrí­a (Col 3:5), puesto que el objeto deseado desví­a del Creador el afecto de la persona, de modo que se convierte en un í­dolo. En lugar de servir a Jehová Dios fielmente, una persona puede llegar a ser esclavo de su vientre, es decir, de su deseo o apetito carnal, y hacer de esto su dios. (Ro 16:18; Flp 3:18, 19.) Puesto que el amor al Creador se demuestra por la obediencia (1Jn 5:3), la rebelión y la presuntuosidad son comparables a actos de idolatrí­a. (1Sa 15:22, 23.)

Idolatrí­a antes del Diluvio. La idolatrí­a no comenzó en la región visible, sino en la invisible. Una gloriosa criatura celestial desarrolló el deseo egoí­sta de parecerse al Altí­simo. Fue tan fuerte su deseo que consiguió apartarle de Jehová, su Dios, y su idolatrí­a le hizo rebelarse. (Job 1:6-11; 1Ti 3:6; compárese con Isa 14:12-14; Eze 28:13-15, 17.)
De manera similar, Eva se hizo a sí­ misma la primera idólatra humana al codiciar el fruto prohibido, y este deseo incorrecto la llevó a desobedecer el mandato de Dios. Adán también llegó a ser culpable de idolatrí­a al permitir que un deseo egoí­sta rivalizase con su amor a Jehová y posteriormente desobedecer al Creador. (Gé 3:6, 17.)
Desde la rebelión en Edén, tan solo una minorí­a de la humanidad ha permanecido libre de la idolatrí­a. Durante la vida de Enós, el nieto de Adán, parece que se llegó a practicar cierta forma de idolatrí­a: †œEn aquel tiempo se dio comienzo a invocar el nombre de Jehovᆝ. (Gé 4:26.) Pero esta invocación no fue con fe, como sí­ habí­a hecho el justo Abel muchos años antes, por lo que sufrió martirio a manos de su hermano Caí­n. (Gé 4:4, 5, 8.) Lo que debió comenzar en los dí­as de Enós fue una forma de adoración falsa en la que el nombre de Jehová se usaba mal o se aplicaba de manera impropia. Probablemente los hombres se hací­an llamar por el nombre de Dios o usaban este nombre para dirigirse a otros hombres (por medio de los cuales pretendí­an acercarse a Dios en adoración), o bien aplicaban el nombre divino a objetos usados como í­dolos (a modo de ayuda visible y tangible al intentar adorar al Dios invisible).
El registro bí­blico no revela hasta qué grado se practicó la idolatrí­a desde los dí­as de Enós hasta el Diluvio. La situación debió ir deteriorándose progresivamente, pues en los dí­as de Noé vio †œJehová […] que la maldad del hombre abundaba en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón de este era solamente mala todo el tiempo†. Además, la inclinación pecaminosa que heredó el hombre, la presencia de los ángeles materializados que tuvieron relaciones con las hijas de los hombres, así­ como la prole hí­brida de estas uniones, los nefilim, ejercieron sobre el mundo de ese tiempo una fuerte influencia hacia lo malo. (Gé 6:4, 5.)

La idolatrí­a en tiempos de los patriarcas. A pesar de que el Diluvio del dí­a de Noé aniquiló a todos los idólatras humanos, la idolatrí­a surgió de nuevo, esta vez encabezada por Nemrod, †œpoderoso cazador en oposición a Jehovᆝ. (Gé 10:9.) Sin duda bajo su dirección empezó la construcción de Babel y su torre (probablemente un zigurat para adoración idolátrica). No obstante, Jehová frustró los planes de aquellos constructores, confundiendo su lenguaje. Como no podí­an entenderse unos con otros, abandonaron gradualmente la construcción de la ciudad y se dispersaron. Sin embargo, la idolatrí­a que empezó en Babel no terminó allí­. Aquellos hombres llevaron consigo sus conceptos religiosos falsos. (Gé 11:1-9; véase DIOSES Y DIOSAS.)
Al igual que Babel, Ur de los caldeos, la siguiente ciudad que se menciona en las Escrituras, no estaba dedicada a la adoración del Dios verdadero, Jehová. Las excavaciones arqueológicas efectuadas en ese lugar han revelado que la deidad de aquella ciudad era el dios-luna Sin. En Ur residí­a Taré, el padre de Abrán (Abrahán). (Gé 11:27, 28.) Como Taré viví­a en un entorno en el que se practicaba la idolatrí­a, es posible que a él también le hubiese afectado, tal como dan a entender las palabras que siglos más tarde Josué dirigió a los israelitas: †œFue al otro lado del Rí­o [Eufrates] donde hace mucho moraron sus antepasados, Taré padre de Abrahán y padre de Nacor, y ellos solí­an servir a otros dioses†. (Jos 24:2.) Sin embargo, Abrahán puso fe en Jehová, el Dios verdadero.
Allí­ a donde Abrahán y sus descendientes fueron se encontraron con la idolatrí­a, fruto de la influencia de la apostasí­a original de Babel. En consecuencia, siempre estaba presente el peligro de contaminarse con aquella idolatrí­a. Los mismos parientes de Abrahán tení­an í­dolos. Por ejemplo, Labán, suegro del nieto de Abrahán, Jacob, tení­a terafim o dioses familiares. (Gé 31:19, 31, 32.) A Jacob mismo se le hizo necesario instruir a su casa para que se librasen de todos sus dioses extranjeros, y luego escondió los í­dolos que le habí­an entregado. (Gé 35:2-4.) Es posible que se deshiciese de ellos de esta manera con el fin de que ninguno de los miembros de su casa usase el metal con un motivo impropio, atribuyéndole un valor especial por haber sido antes un í­dolo. No se especifica si previamente Jacob fundió o machacó las imágenes.

La idolatrí­a y el pueblo de Dios. Tal como Jehová le habí­a indicado a Abrahán, sus descendientes, los israelitas, llegaron a ser residentes forasteros en una tierra que no era la suya, Egipto, y allí­ sufrieron aflicción. (Gé 15:13.) En esa tierra pudieron ver de cerca las prácticas idolátricas más acentuadas, ya que la costumbre de hacer í­dolos estaba muy extendida. A muchas de las deidades que se adoraban en Egipto se las representaba con cabezas de animales: Bastet, con cabeza de gato; Hator, con cabeza de vaca; Horus, con cabeza de halcón; Anubis, con cabeza de chacal (GRABADO, vol. 1, pág. 946), y Thot, con cabeza de ibis, por mencionar solo algunos ejemplos. Se veneraban las criaturas marinas, voladoras y terrestres, y cuando los animales sagrados morí­an, se les momificaba.
La Ley que Jehová le dio a su pueblo después de liberarlos de Egipto condenaba sin ambages las prácticas idolátricas tan extendidas en tiempos pasados. El segundo de los Diez Mandamientos prohibí­a de manera expresa hacerse una imagen tallada para adoración o una representación de cualquier cosa que estuviese en los cielos, sobre la tierra o en las aguas. (Ex 20:4, 5; Dt 5:8, 9.) En sus exhortaciones finales a los israelitas, Moisés recalcó la imposibilidad de hacer una imagen del Dios verdadero y les advirtió que se cuidasen del lazo de la idolatrí­a. (Dt 4:15-19.) Como otra salvaguarda para que no se hiciesen idólatras, se les ordenó que no celebrasen ningún pacto con los habitantes paganos de la tierra a la que iban a entrar y que no formasen alianzas matrimoniales con ellos. Más bien, los israelitas tendrí­an que aniquilarlos, y también debí­an destruir todos los objetos idolátricos: altares, columnas sagradas, postes sagrados e imágenes esculpidas. (Dt 7:2-5.)
Josué, el sucesor de Moisés, reunió a todas las tribus de Israel en Siquem y las exhortó a que se librasen de los dioses falsos y sirviesen fielmente a Jehová. El pueblo estuvo de acuerdo en hacerlo, y continuaron sirviendo a Jehová no solo durante la vida de Josué, sino también con los hombres de más edad que vivieron después de él. (Jos 24:14-16, 31.) Pero con el tiempo surgió una apostasí­a general. El pueblo empezó a adorar a deidades cananeas: Baal, Astoret y el poste sagrado o aserá. Por esta razón Jehová abandonó a los israelitas en manos de sus enemigos. No obstante, cuando se arrepentí­an, les tení­a misericordia y levantaba jueces para librarlos. (Jue 2:11-19; 3:7; véanse ASTORET; BAAL núm. 4; COLUMNA SAGRADA; POSTE SAGRADO.)

Durante la gobernación de los reyes. No se dice que los israelitas practicaran la idolatrí­a a nivel general durante los reinados de Saúl, primer rey de Israel, Is-bóset, su hijo, y David. Sin embargo, hay muestras de que aún quedaban vestigios de idolatrí­a en el reino. Por ejemplo, Mical, hija de Saúl, tení­a una imagen de terafim en su poder. (1Sa 19:13; véase TERAFIM.) No obstante, la idolatrí­a no llegó a practicarse abiertamente hasta la última parte del reinado de Salomón, hijo de David. El propio Salomón impulsó y aprobó la idolatrí­a bajo la influencia de sus numerosas esposas extranjeras. Se edificaron lugares altos para Astoret, Kemós y Milcom o Mólek. El pueblo en general sucumbió a la adoración falsa y empezó a inclinarse delante de esos í­dolos de deidades. (1Re 11:3-8, 33; 2Re 23:13; véanse KEMí“S; Mí“LEK.)
Debido a esta idolatrí­a, Jehová le quitó diez tribus a Rehoboam, hijo de Salomón, y se las dio a Jeroboán. (1Re 11:31-35; 12:19-24.) A pesar de que a Jeroboán se le aseguró que su reino permanecerí­a firme si continuaba sirviendo a Jehová fielmente, una vez llegó a ser rey, instituyó la adoración del becerro, pues temí­a que el pueblo se rebelase en contra de su gobernación si iba continuamente a Jerusalén para adorar. (1Re 11:38; 12:26-33.) La adoración idolátrica del becerro y el culto a Baal, importado de Tiro durante el reinado de Acab, persistieron durante todos los dí­as del reino de las diez tribus. (1Re 16:30-33.) Sin embargo, no todos apostataron. Durante el reinado de Acab, todaví­a habí­a un resto de 7.000 personas que nunca habí­an doblado la rodilla delante de Baal ni le habí­an besado, y esto en un tiempo en que los profetas de Jehová estaban siendo ejecutados con la espada, seguramente por instigación de Jezabel, esposa de Acab. (1Re 19:1, 2, 14, 18; Ro 11:4; véase BECERRO [Adoración de becerros].)
A excepción de la erradicación de la adoración de Baal que llevó a cabo Jehú (2Re 10:20-28), no hay registro de ninguna reforma religiosa emprendida por un monarca del reino de diez tribus. Ni el pueblo ni los gobernantes del reino septentrional prestaron atención a los profetas que en repetidas ocasiones les envió Jehová, de modo que el Todopoderoso finalmente los abandonó en manos de los asirios, debido a su sórdida trayectoria de idolatrí­a. (2Re 17:7-23.)
En el reino de Judá la situación no fue muy diferente, aparte de las reformas que llevaron a cabo algunos reyes. Si bien el reino se habí­a dividido como consecuencia directa de la idolatrí­a, Rehoboam, el hijo de Salomón, no tomó en serio la disciplina de Jehová y evitó la idolatrí­a. Tan pronto como pudo asegurar su posición, él y todo el pueblo de Judá apostataron. (2Cr 12:1.) La gente se ocupó en la construcción de lugares altos, donde colocaron columnas sagradas y postes sagrados, y se entregó a la prostitución ceremonial. (1Re 14:23, 24.) Aunque Abiyam manifestó fe en Jehová cuando luchó contra Jeroboán y se le bendijo con la victoria, después imitó en buena medida el proceder pecaminoso de su padre y predecesor en el trono, Rehoboam. (1Re 15:1, 3; 2Cr 13:3-18.)
Los siguientes dos reyes de Judá, Asá y Jehosafat, sirvieron a Jehová fielmente y procuraron erradicar del reino la idolatrí­a. Pero Judá estaba tan inmersa en la adoración que se practicaba en los lugares altos, que pese a los esfuerzos de ambos reyes por destruirlos, parece ser que se conservaron en secreto o proliferaron de nuevo. (1Re 15:11-14; 22:42, 43; 2Cr 14:2-5; 17:5, 6; 20:31-33.)
El reinado del siguiente rey de Judá, Jehoram, dio comienzo con una brutal matanza y abrió un nuevo capí­tulo en la práctica idolátrica de Judá, un rebrote que se atribuye al hecho de que Jehoram estaba casado con la idólatra Atalí­a, la hija de Acab. (2Cr 21:1-4, 6, 11.) Cuando Ocozí­as sucedió a su padre Jehoram en el trono, la reina madre, Atalí­a, fue su consejera. Tanto durante su reinado como durante el de Atalí­a, que posteriormente usurpó el trono, la idolatrí­a tuvo la sanción de la corona. (2Cr 22:1-3, 12.)
Al comienzo del reinado de Jehoás, después de la ejecución de Atalí­a, se instauró de nuevo la adoración verdadera. Sin embargo, después de la muerte del sumo sacerdote Jehoiadá, volvió a introducirse el culto a los í­dolos por instigación de los prí­ncipes de Judá. (2Re 12:2, 3; 2Cr 24:17, 18.) Por consiguiente, Jehová abandonó a las fuerzas militares judaí­tas en manos de los invasores sirios, y a Jehoás le dio muerte su propia servidumbre. (2Cr 24:23-25.)
La ejecución del juicio de Dios sobre Judá y la violenta muerte de Jehoás debieron causar una profunda impresión en su hijo Amasí­as, de tal modo que al comienzo de su reinado obró con rectitud a los ojos de Jehová. (2Cr 25:1-4.) No obstante, después de derrotar a los edomitas, se llevó sus imágenes y se puso a rendirles culto. (2Cr 25:14.) La retribución por este proceder vino con la derrota que el reino septentrional le infligió a Judá y cuando más tarde unos conspiradores dieron muerte a Amasí­as. (2Cr 25:20-24, 27.) Si bien por lo general se dice que Azarí­as (Uzí­as) y su hijo Jotán obraron con rectitud a los ojos de Jehová, sus súbditos siguieron practicando la idolatrí­a en los lugares altos. (2Re 15:1-4, 32-35; 2Cr 26:3, 4, 16-18; 27:1, 2.)
Durante el reinado de Acaz, el hijo de Jotán, las condiciones religiosas de Judá se degradaron aún más. Acaz mismo llegó a practicar la idolatrí­a a un grado nunca visto en Judá; fue el primer rey de Judá del que se dice que sacrificó a su hijo en el fuego como acto religioso falso. (2Re 16:1-4; 2Cr 28:1-4.) Jehová castigó a Judá permitiendo que sus enemigos la derrotasen. Sin embargo, en lugar de arrepentirse, Acaz supuso que Siria les habí­a derrotado porque los reyes sirios tení­an el favor de sus dioses, por lo que decidió ofrecer sacrificios en honor de esas deidades con el fin de atraerse su favor. (2Cr 28:5, 23.) Además, cerró las puertas del templo y rompió en pedazos sus utensilios. (2Cr 28:24.)
Aunque Acaz no sacó provecho alguno de la disciplina de Jehová, su hijo Ezequí­as sí­ se benefició. (2Cr 29:1, 5-11.) En el primer año de su reinado, reinstauró la adoración verdadera de Jehová. (2Cr 29:3.) Durante su gobernación se destruyeron ramificaciones de la adoración falsa no solo en Judá y Benjamí­n, sino también en Efraí­n y Manasés. (2Cr 31:1.)
No obstante, Manasés, el hijo de Ezequí­as, volvió a dar auge a la idolatrí­a (2Re 21:1-7; 2Cr 33:1-7), un hecho para el que la Biblia no da ninguna explicación. Puede ser que consejeros y prí­ncipes que no estaban dedicados exclusivamente al servicio de Jehová no diesen en un principio buena orientación a Manasés, que habí­a empezado a gobernar a los doce años. Sin embargo, a diferencia de Acaz, cuando se le condujo cautivo a Babilonia, respondió a esta medida disciplinaria de Jehová y se arrepintió, lo que le llevó a emprender a su regreso un programa de reformas en Jerusalén. (2Cr 33:10-16.) Posteriormente, su hijo Amón reanudó los sacrificios a las imágenes esculpidas. (2Cr 33:21-24.)
Con el reinado de Josí­as llegó una erradicación completa de la idolatrí­a en Judá. Se profanaron todos los santuarios del culto idolátrico en Judá, e incluso los de las ciudades de Samaria. Así­ mismo, dejó sin negocio a los sacerdotes de las deidades extranjeras y a todos los que ofrecí­an humo de sacrificio a Baal, al Sol, a la Luna, a las constelaciones zodiacales y a todo el ejército de los cielos. (2Re 23:4-27; 2Cr 34:1-5.) Con todo, esta campaña a gran escala contra la idolatrí­a no supuso una reforma de efecto permanente. Los últimos cuatro reyes de Judá, Jehoacaz, Jehoiaquim, Joaquí­n y Sedequí­as, persistieron en la idolatrí­a. (2Re 23:31, 32, 36, 37; 24:8, 9, 18, 19; véanse ASTRí“LOGOS; LUGARES ALTOS; ZODIACO.)
Las diversas referencias a la idolatrí­a que aparecen en los escritos de los profetas iluminan los hechos acaecidos durante los últimos años del reino de Judá. Los lugares del culto idolátrico, la prostitución ceremonial y el sacrificio de niños continuaron existiendo (Jer 3:6; 17:1-3; 19:2-5; 32:29, 35; Eze 6:3, 4), y hasta los levitas se hicieron culpables de practicar idolatrí­a. (Eze 44:10, 12, 13.) El profeta Ezequiel fue llevado en visión hasta el templo de Jerusalén, donde vio a un í­dolo detestable, un †œsí­mbolo de celos†, y la representación de reptiles y bestias asquerosas que eran veneradas, así­ como también el culto a Tamuz y al Sol. (Eze 8:3, 7-16.)
A pesar de que los israelitas adoraron a los í­dolos, hasta el extremo de sacrificar a sus propios hijos en el fuego, también practicaron una forma aparente de adoración a Jehová y llegaron a creer que no les sobrevendrí­a calamidad alguna. (Jer 7:4, 8-12; Eze 23:36-39.) Al haberse hundido en la idolatrí­a, llegaron a hacerse tan irreflexivos, que cuando por fin les sobrevino la calamidad que Dios habí­a predicho en su Palabra y Jerusalén fue desolada (en 607 a. E.C.), la atribuyeron a no haberle ofrecido a la †œreina de los cielos† humo de sacrificio y libaciones. (Jer 44:15-18; véase REINA DE LOS CIELOS.)

Por qué se entregó Israel a la idolatrí­a. Hubo muchos factores que hicieron que tantos israelitas abandonaran en repetidas ocasiones la adoración verdadera. Por ser una de las obras de la carne, la idolatrí­a era atractiva para los deseos de la carne. (Gál 5:19-21.) Una vez establecidos en la Tierra Prometida, puede que los israelitas hayan observado cómo sus vecinos paganos, a quienes no habí­an expulsado en su totalidad, obtení­an buenas cosechas debido a su mayor experiencia en cultivar la tierra. Es probable que muchos preguntaran y siguieran el consejo de sus vecinos cananeos en cuanto a lo que se necesitaba para agradar al Baal o Señor de cada región. (Sl 106:34-39.)
Formar alianzas matrimoniales con los idólatras también indujo a la apostasí­a. (Jue 3:5, 6.) La promiscuidad sexual relacionada con la idolatrí­a se convirtió en una tentación muy grande. Sirve de ejemplo lo que ocurrió en Sitim, en las llanuras de Moab, donde miles de israelitas se dieron a la inmoralidad y participaron en adoración falsa. (Nú 22:1; 25:1-3.) Para algunos, tal vez haya sido tentador el poder entregarse a la borrachera en los santuarios de los dioses falsos. (Am 2:8.)
También les atraí­a poder supuestamente conocer de antemano lo que el futuro les iba a deparar. Este interés nací­a del deseo de asegurarse de que todo iba a ir bien. Como muestras de este proceder están Saúl, que consultó a una médium espiritista, y Ocozí­as, que envió a inquirir de Baal-zebub, el dios de Eqrón. (1Sa 28:6-11; 2Re 1:2, 3.)

La adoración de í­dolos: una necedad. En numerosas ocasiones las Escrituras dejan bien claro cuán tonto es confiar en dioses de madera, piedra o metal. Isaí­as describe la fabricación de í­dolos y muestra lo estúpido que es el que alguien use parte de la madera de un árbol para cocinar su alimento y para calentarse, y luego con el resto se haga un dios al que dirigirse por ayuda. (Isa 44:9-20.) Este mismo profeta escribió que en el dí­a de la furia de Jehová los adoradores falsos arrojarán sus í­dolos, que nada valen, a las musarañas y a los murciélagos. (Isa 2:19-21.) †œAy del que dice al pedazo de leña: †˜Â¡Oh, sí­, despierta!†™, a una piedra muda: †˜Â¡Oh, despierta!†™.† (Hab 2:19.) Los que hacen í­dolos mudos llegarán a ser como ellos, es decir, inanimados. (Sl 115:4-8; 135:15-18; véase Rev 9:20.)

Punto de vista sobre la idolatrí­a. Para los siervos fieles de Jehová, los í­dolos siempre han sido algo aborrecible. Las Escrituras a menudo se refieren a los dioses falsos y a los í­dolos en términos desdeñosos, como algo que carece de valor (1Cr 16:26; Sl 96:5; 97:7), horrible (1Re 15:13; 2Cr 15:16), vergonzoso (Jer 11:13; Os 9:10), detestable (Eze 16:36, 37) y repugnante (Eze 37:23). Con frecuencia se les llama †œí­dolos estercolizos†, una expresión que traduce el término hebreo guil·lu·lí­m, emparentado con una palabra que significa †œestiércol†. (1Re 14:10; Sof 1:17.) Esta expresión de desprecio, que aparece por primera vez en Leví­tico 26:30, se puede hallar unas cuarenta veces tan solo en el libro de Ezequiel, empezando en el versí­culo 4 del capí­tulo 6.
El fiel Job reconoció que incluso si su corazón fuese seducido en secreto a fijarse en los cuerpos celestiales, como la Luna, y su †˜mano procediese a besar su boca†™ (el gesto, al parecer, de lanzar un beso con la mano con intención idolátrica), habrí­a negado a Dios y se habrí­a vuelto idólatra. (Job 31:26-28; compárese con Dt 4:15, 19.) Con referencia a alguien que practicaba la justicia, Jehová dijo por medio del profeta Ezequiel: †œSus ojos no levantó a los í­dolos estercolizos de la casa de Israel†, en el sentido de no hacerles súplicas o esperar su ayuda. (Eze 18:5, 6.)
Otro excelente ejemplo de huir de la idolatrí­a fue el de los tres hebreos, Sadrac, Mesac y Abednego, quienes rehusaron inclinarse delante de la imagen de oro erigida por el rey Nabucodonosor en la llanura de Dura, aunque se les amenazó con morir en el horno ardiente. (Da 3.)
Los cristianos primitivos siguieron el consejo inspirado: †œHuyan de la idolatrí­a† (1Co 10:14), y los que hací­an imágenes veí­an al cristianismo como una amenaza para sus negocios lucrativos. (Hch 19:23-27.) Los historiadores informan que los cristianos que viví­an en el Imperio romano se colocaron a menudo en una posición similar a la de los tres hebreos por no participar en actos idolátricos. El reconocer el carácter divino del emperador como cabeza del Estado ofreciendo tan solo un poco de incienso podrí­a haber librado de la muerte a estos cristianos, pero pocos transigieron. Entendieron claramente que, si se habí­an vuelto de los í­dolos para servir al Dios verdadero (1Te 1:9), el regresar a la idolatrí­a significarí­a ser excluidos de la Nueva Jerusalén y perder el premio de la vida. (Rev 21:8; 22:14, 15.)
Incluso hoy dí­a los siervos de Jehová deben guardarse de los í­dolos. (1Jn 5:21.) La Biblia profetiza que se ejercerí­an grandes presiones sobre todos los habitantes de la Tierra para que adorasen a la simbólica †œbestia salvaje† y a su †œimagen†. Nadie que persista en tal adoración idolátrica recibirá el premio que Dios da: la vida eterna. †œAquí­ está lo que significa aguante para los santos.† (Rev 13:15-17; 14:9-12; véase COSA REPUGNANTE, COSA ASQUEROSA.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

El segundo mandamiento parece estar menos preocupado con la incapacidad de representar adecuadamente a Dios y más con las implicaciones de sus esfuerzos. La religión de la «Fértil Medialuna» en el período del AT era primariamente la adoración de espíritus que controlaban las fuerzas de la naturaleza. Su representación, sea por objetos simbólicos, por ejemplo, las maṣṣēḇāh y ʾašērāh, o por imágenes, implicaba que los espíritus estaban ligados y en una manera controlados por las cosas materiales que ellos gobernaban. El culto a Jehová, carente de imágenes, anunciaba no solamente que era más grande que la naturaleza, sino también que no pedía ser atado por ella. La mayoría de las palabras hebreas usadas para los símbolos del culto pagano o del culto degenerado de los israelitas expresan repugnancia o aversión, hecho que no se nota bien en nuestras traducciones, y servían para condenar el culto que estaba tras ellos. Véase Dioses.

Esta actitud yace tras el uso del NT. Salvo en Hch. 7:41, el énfasis raras veces está, si es que lo hay, en la imagen sino en la deidad que simbolizan. Esto permitió a los escritores evitar en gran medida el uso de zeos para referirse a las deidades paganas. Ef. 5:5; Col. 3:5 no sugieren que algún objeto tangible haya llegado a ser un objeto más deseado que Dios, sino que la creación estaba usurpando el lugar del Creador.

H.L. Ellison

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (304). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología