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BRUJAS, PROCESOS DE

BRUJAS, PROCESOS DE

1. Una superstición que vive soterraña en todas las religiones, en la transición de la edad media a la moderna (s. XIV-XVIII) tomó forma especial en la Europa occidental bajo la creencia en las b., que costó la vida a algunos cientos de miles de personas.

La creencia en las brujas es la convicción irracional y, por tanto, difí­cil de refutar, de que el hombre malo o la mujer mala puede entrar en tratos con poderes diabólicos (pacto con el diablo) y, con ayuda de fuerzas ocultas de esta especie, dañar a sus prójimos (maleficium, magia maléfica). Por una parte, esta creencia ha inducido de hecho a algunas gentes a ejercitarse en el < arte" de la brujerí­a (libros mágicos y unciones de b.). En este sentido ha habido efectivamente b. y brujos (magos o hechiceros de uno y otro sexo) que, sin duda por odio a sus semejantes, se han ensayado en los maleficios. Es seguro, sin embargo, que sólo poquí­simas de entre las ví­ctimas de la persecución contra las b. fueron efectivamente tales. Históricamente no se ha transmitido un solo caso en que pueda demostrarse que se da arte mágica diabólica. 2. Por otra parte, la creencia en las b. condujo al miedo a las b. y a la necesidad de defenderse contra ellas. Eso se puso de manifiesto no sólo en los contrahechizos, sino también en las persecuciones regulares bajo inspección de la Iglesia y del estado. Las modernas persecuciones de b. son obra solamente de la justicia popular, no de prescripciones legales. 3. Los orí­genes de la creencia en b. en el occidente cristiano hay que buscarlos en la superstición precristiana de los pueblos orientales (caldeos, egipcios) y en las viejas ideas germánicas sobre espí­ritus que atraviesan los aires. Muchos decretos sinodales de la época carolingia demuestran que esta superstición no habla desaparecido enteramente. La creencia en las b. fue considerablemente favorecida por la doctrina sobre el diablo en la teologí­a católica, señaladamente desde que los representantes de la escolástica dieron por posibles y reales la brujerí­a y las apariciones del diablo; no se trataba, pues, a su juicio de meras imaginaciones. Las muchas historias legendarias de milagros de santos también despertaron fácilmente en el pueblo la fe en un arte maravilloso, inquietante y diabólico. A menudo era difí­cil trazar la lí­nea divisoria entre usos supersticiosos de origen religioso y acciones mágicas. 4. Sin embargo, las persecuciones contra las b. sólo comenzaron cuando se empezó a ver en la magia o brujerí­a un crimen que poní­a en peligro la sociedad. La inquisición eclesiástica tení­a por fin castigar toda apostasí­a de la fe, aun la no expresada. La brujerí­a era, efectivamente, implicite, apostasí­a de Dios y, por ende, pecado grave. Para la teologí­a escolástica, toda acción supersticiosa era apostasí­a (idolatrí­a). Así­ se explica que la inquisición eclesiástica persiguiera pronto a herejes y b. En los procesos del sur de Francia, a comienzos del s. xiv, ambas acusaciones se entrecruzan. Pero pronto se dejó a los tribunales civiles el castigo de las b., pues la magia maléfica se miró como crimen social. En el curso del s. xv, los procesos de b. se sustraen más y más a la inquisición eclesiástica, por más que, en este tiempo, los teólogos - y también los juristas- empiezan a propagar con sus escritos la fe en las b. Con ello dan a la creencia en b. una apariencia de doctrina eclesiástica. Así­ pues, mientras los tribunales civiles emprendí­an en serio con sus disposiciones penales contra la magia (p. ej., en la Constitutio Criminalis Carolina, 1532, de Carlos v) la persecución de las b., las autoridades eclesiásticas, del papa abajo (bula Summis desiderantes affectibus, 1484, del papa Inocencio viii), fomentaban en el pueblo fiel la fe en las b. También los reformadores protestantes muestran ser hijos de su tiempo, y están aún prisioneros de tal creencia, como en general desempeña el diablo gran papel en las ideas de Lutero y Calvino. De ahí­ que las persecuciones contra las b. no amainan en modo alguno después de la reforma protestante, sino que suben más bien de punto por ambos lados y hasta se acusan mutuamente católicos y protestantes de negligencia en el asunto. Desde la aparición del martillo de b. (Malleus maleficarum) en 1489, la doctrina sobre b. permanece durante doscientos años esencialmente la misma. Según esta "doctrina", la bruja busca primeramente enlace con el diablo por medio de conjuros mágicos. Seguidamente aparece el espí­ritu maligno y ambos firman el pacto diabólico. El diablo promete a la b. o al brujo o mago (recuérdese a Fausto) toda ayuda para alcanzar riqueza, poder y dicha, a cambio de lo cual la otra parte le vende el alma y abjura de Dios y de la fe cristiana. Ritos y fórmulas mágicas sellan esta alianza. La b. dispone ahora, por medio de fórmulas y ungüentos mágicos (fabricados éstos, entre otros ingredientes, con cadáveres de niños muertos sin bautizar), de fuerzas preternaturales para dañar a los hombres. Una b. puede causar, aun a distancia, muertes repentinas, enfermedades inexplicables, pestilencias, malas cosechas e inundaciones. Las b. también pueden producir sabandijas, despertar o impedir el placer del amor, conjurar muertos, quitar la leche a las vacas, envenenar por mala mirada las comidas y entumecer a los niños, provocar por conjuro tormentas, granizo y fuego. Las b. se transforman en gatos o sapos; los magos en lobos. En determinados tiempos (noche de Walpurgis, 1 de mayo), todas las brujas de una región han de volar (vuelo de b.) para asistir al aquelarre, en que rinden pleitesí­a a Satanás. Las b. forman como una sociedad o alianza secreta. Como se entregan voluntariamente en manos de Satanás, no puede decirse sean propiamente posesas; hasta cierto punto, ellas mandan sobre el diablo. Sí­ se creí­a, es cambio, que podí­an producir en otros la posesión diabólica. Según la "doctrina" general sobre las b., son generalmente mujeres las que se dan a la magia o brujerí­a, pues, según esa doctrina, las mujeres son más propensas a la sensualidad y al pecado (ya en el paraí­so Eva fue quien sedujo a Adán). Aquí­ se pone de manifiesto un antifeminismo clerical, el miedo neurótico ante la atracción del otro sexo, que traslada la propia excitabilidad sensible al objeto y por eso lo combate. Como arte secreto y diabólico, se creí­a además que la brujerí­a es difí­cil de descubrir y combatir. El diablo protege y fortalece a sus satélites. 5. Por eso, el proceso contra las b. se desarrolla "sumariamente y sin requilorios". La menor sospecha puede ser ya motivo para una detención. Si no se hace inmediatamente una declaración, se recurre sin escrúpulo a la tortura. Contra las b. es lí­cita toda clase de tormentos, pues se combate contra poderes diabólicos. La sentencia, según uso antiguo, es muy frecuentemente la quema, a veces después de la decapitación. Donde se usaba menos la tortura, p. ej., en Inglaterra, se excogitaron, otros medios para descubrir a las b.: se examinaba el cuerpo para hallar la llamada señal de la b., el estigma del diablo, o se apelaba a la prueba del agua: la bruja, desprendida por una soga, no podí­a hundirse, pues el agua (santificada por el bautismo de Cristo) no querí­a recibir a la b. Tal cariz presentaban la "doctrina" y los procesos de b. Así­ se persiguió durante siglos a las b. en Alemania, Francia e Inglaterra (menos en Italia, Suecia y América, rara vez en Polonia, España y Paí­ses Bajos). Hubo b. mientras se celebraron procesos contra ellas. Sobre todo el uso de interrogar a cada b., antes de ejecutarla, sobre sus cómplices, aumentó el número de ellas. Bajo la amenaza de nuevos tormentos, una b. tení­a que dar los nombres de otras. En su angustia, la infortunada daba los de b. ya ejecutadas o de las que llevaban ya fama de tales. Las denunciadas eran detenidas y atormentadas inmediatamente sin más examen. Así­ un proceso llamaba a otro, hasta la despoblación de un pueblo o de una comarca. A veces sólo la intervención de un prí­ncipe cortaba semejante cadena de procesos. Una acusada no lograba casi nunca escapar a la sentencia de muerte. Una enérgica impugnación de la culpa no serví­a sino para acrecentar la sospecha de los jueces: ¡sólo el diablo podí­a dar aquella fuerza para resistir a los tormentos! Así­, los procesos de las b. hicieron prácticamente "legal" la fe en ellas, y, después que durante décadas habí­an ardido por doquiera las piras, nadie se atreví­a ya a atacar tales procesos. Cierto que hubo siempre hombres que condenaron los procesos de b. de su tiempo y pusieron en duda que se castigara siempre a las realmente culpables; pero no raras veces se redujo violentamente a silencio tales voces de honrada conciencia. Defender a las b. o impugnar los procesos contra ellas, era exponer la propia vida. Como que se tení­a por señal de brujerí­a no creer en ella. Los escritos de estos espí­ritus ilustrados, teólogos, juristas y médicos, aparecidos a menudo anónimos, contribuyeron a superar lentamente la creencia en b. Hacia fines del s. xvii, disminuyen lentamente los procesos en Inglaterra, Alemania y Francia; en otras partes habí­an ya cesado antes. 6. La explicación de la creencia en b. hay que buscarla en el terreno religioso y en el de la psicologí­a social. Cuando un pueblo pasa por duras pruebas, quiere tener culpables. Entonces no podí­a ser culpable el gobierno, que se tení­a por instituido inmediatamente por Dios. Luego la culpa la tení­an otros poderes inferiores, hostiles a Dios: las brujas. Los tiempos de grandes inquietudes sociales, religiosas y polí­ticas fueron siempre tiempos de miedo a las b.; apenas, empero, volví­a la prosperidad económica, desaparecí­a la fe en b. La última explicación de la creencia en b. radica en el fenómeno de la superstición, por la que el hombre vive más del miedo a poderes demónicos que de la confianza en Dios. La adivinación y -> astrologí­a se dan también la mano con la brujerí­a. La religión se pervierte así­ para convertirse en magia, y la entrega a la providencia se trueca en fanática rebelión contra todo supuesto enemigo. Por eso la fe en b. pone de manifiesto una perversión í­ntima en el cristianismo: se sucumbió a la constante tentación de toda religión de querer defender valores espirituales por medio del poder secular y asegurar los derechos de Dios por jurisprudencia humana. Habí­a también orgullo farisaico en castigar tan fanáticamente el error religioso de los otros. Los perseguidores de b: eran a menudo personas desequilibradas con rasgos neuróticos. En el pueblo, la fe en b. nació sin duda de una necesidad de sensación, de un afán por lo inquietante y espantoso. En la persecución de las b. él podí­a satisfacer su sadismo, y darse el gusto de ver culpar a los demás, mientras se creí­a a sí­ mismo justo y seguro.

La autosuficiencia de la teologí­a de entonces, que precisamente en la época del humanismo se cerró a la evolución de la medicina, de la jurisprudencia y de las ciencí­as naturales, defendió la fe en b. como una especie de dogma. La ausencia de todo conocimiento de las enfermedades psí­quicas y de los aspectos psicosociológicos de una maní­a masiva, impidió por mucho tiempo a la ciencia descubrir con claridad la ceguera de tan trágica locura. Por lo dicho, los procesos de b. pueden servirnos de advertencia histórica.

Hugo J. Zwetsloot

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica