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CAPADOCIOS (PADRES)

CAPADOCIOS (PADRES)

Capadocia, territorio oriental del Asia Menor, conoció bien pronto el cristianismo (1 Pe 1, 1); ya en el concilio de Nicea presentó siete obispos. No poseyó una escuela propia de teologí­a como Alejandrí­a y Antioquí­a, sino que la unidad espiritual de los padres de la Iglesia llamados «capadocios> se deriva de Basilio de Cesarea, al que reconocen como maestro su amigo Gregorio Nacianceno y su hermano más joven Gregorio de Nisa. Desde Basilio, pasando por Gregorio el Taumaturgo, va una lí­nea que enlaza con Orí­genes y por éste con la tradición alejandrina.

I. Formación pagana y cristiana
Según se desprende de sus cartas, conservadas en gran parte, los tres grandes capadocios tení­an una personalidad muy pronunciada y eran bastante diferentes entre sí­. Sin embargo, inicialmente los uní­a la procedencia de un mismo ambiente. Sus aristocráticas familias viví­an en una región donde ya estaba arraigado el cristianismo, que por su parte quizá fomentó también la progresiva helenizaci6n de la provincia persa. Que ellos recibieran una excelente formación en el espí­ritu griego es tan natural como su educación en la fidelidad al Niceno. La riqueza de sus padres les permitió estudios muy variados y profundos en los mejores centros de formación. Así­ Basilio y Gregorio Nacianceno el año 351 se encontraron en Atenas como estudiantes y trabaron allí­ su estrecha amistad, que habí­a de durar toda la vida. Gracias a su posición social y formación superior no experimentaron dificultad alguna en el trato con los paganos que llevaban la dirección intelectual, como el famoso orador Libanio.

Basilio fue el primero en configurar sus sermones de acuerdo con las reglas de la retórica, sin alejarse por eso del lenguaje de la sagrada Escritura. Gregorio Nacianceno, en un alarde de formación, se apropió hasta los medios artificiales del estilo «asiático» de la antigüedad tardí­a. El joven Gregorio de Nisa ocupó durante cierto tiempo el puesto civil de lector. Adquirió por sí­ mismo amplios conocimientos, sobre todo en Plotino, pero también en Filón y Orí­genes. Permanece largo tiempo bajo la sombra de los dos mayores y aparece relativamente tarde en la palestra literaria. Mientras él -como Basilio – sorprende por su conocimiento exacto de las ciencias naturales y de la medicina, la naturaleza dulce y lí­rica de Gregorio Nacianceno se inclina más a la poesí­a. De la manera como los capadocios se comportan con el caudal de la formación antigua se desprende que la Iglesia reconocida y protegida por el Estado ha concedido el derecho de ciudadaní­a a la cultura pagana, integrando la sabidurí­a mundana en su propio pensamiento bí­blico y teológico. Así­, en el escrito dedicado a su sobrino Sobre el empleo útil de la literatura pagana, Basilio muestra que como cristiano no es necesario renunciar a los tesoros de la formación antigua. Y Gregorio Nacianceno censura a Juliano el Apóstata llamándolo «el más maligno tirano», porque trata de impedir el avance del cristianismo mediante la prohibición de la enseñanza clásica.

II. El ideal monástico
Basilio y sus amigos sienten juntamente el abismo en que ha caí­do la Iglesia de su tiempo en comparación con su espí­ritu original. La tendencia al monacato que anima a todos los c. es expresión tanto de una añoranza de la primitiva vida comunitaria como del afán de superar el mundo actual, para ganar el futuro. Después de su retorno de Atenas, Basilio se hace bautizar y, renunciando a una brillante carrera civil, escoge una vida ascética. El y su amigo Gregorio se sdhieren al movimiento monacal, que en su patria se habí­a extendido a amplios cí­rculos bajo la dirección de Eustasio de Sebaste. En este tiempo componen ambos el «florilegio» de los escritos de Orí­genes. En contraposición a Eustasio, Basilio persigue el fin de preservar la vida monacal de una actitud exclusiva, poniéndola a servicio de la Iglesia. Mientras Gregorio Nacianceno se adhiere a una ascética más bien individualista, Basilio formula «reglas» que obligan al monje a una vida de comunidad, en la cual, junto al amor de Dios ejercitado en la contemplación, se atiende a las exigencias cotidianas del amor fraterno.

Gregorio de Nisa contrajo matrimonio en su juventud, pero eso no le impidió ensalzar el ideal monástico ya en su temprano escrito sobre la virginidad. La estrecha vinculación a su hermana Makrina, que dirigí­a un convento de monjas, muestra cómo también él se encontraba en el radio de influencia espiritual del centro monacal de su gran familia.

III. Importancia en la polí­tica de la Iglesia
El ministerio episcopal, que ejercieron los grandes c., parece que lo aceptaron todos ellos más por la situación del momento y la necesidad de la Iglesia que por seguir sus propias inclinaciones. Sin embargo, Basilio fue un obispo extraordinario, que ordenó con mano enérgica la vida eclesiástica de su provincia y, además, poco a poco hizo de Capadocia un bloque de ortodoxia eclesiástica. Aun cuando, por una parte, fue compañero fiel del viejo Atanasio, en el cisma antioqueno entre Paulino y Melecio se puso decididamente al lado de lo, «neonicenos». Preocupado por la unidad de la Iglesia, se dirigió en esta disputa al obispo de Roma Dámaso, de todos modos sin éxito, pues Roma no querí­a abandonar al «viejo niceno» Paulino. Por su temperamento los dos Gregorios eran evidentemente menos apropiados para el ministerio episcopal, pero Basilio los escogió para fortalecer su posición en la polí­tica eclesiástica. Sin embargo, tras su temprana muerte (379), ambos se acreditan como padres conciliares en Constantinopla. Elevado a la sede episcopal de la nueva ciudad imperial, Gregorio Nacianceno sólo pudo mantenerse breve tiempo contra las intrigas de la polí­tica eclesiástica. Gregorio de Nisa, tras algunos fracasos iniciales, se convierte incluso en el obispo de confianza del gobierno y emprende grandes viajes para cubrir las sedes episcopales con candidatos adictos a la unidad de fe recientemente recuperada.

IV. La teologí­a
La labor teológica de los c. logró poner fin a las disputas que todaví­a duraban después del Niceno y fomentar el desarrollo doctrinal en las cuestiones trinitarias y cristológicas, de tal manera que las decisiones conciliares de Constantinopla y Calcedonia habí­an de depender ampliamente de sus trabajos previos. Apoyándose en la antigua tradición niceno-origenista, Basilio va más lejos que Atanasio y acentúa la trinidad de hypóstasis, pero a la vez defiende contra la doctrina anomea de Eunomio tanto la unidad de la naturaleza divina ( oúata ) como el concepto de ót,ooúaior,, y trata así­ de ganar al grupo más moderado del arrianismo que capitaneaba Basilio de Ancyra. Sólo de manera vacilante emplea el vocabulario filosófico, y se mantiene intencionadamente en el lenguaje de la sagrada Escritura. Gregorio Nacianceno, en cuanto teólogo trinitario, no es propiamente creador. Sin embargo, le corresponde el mérito de haber consolidado la posición defendida por Basilio con fórmulas más exactas y equilibradas. Mientras que Basilio vaciló por prudencia pastoral en llamar expresamente «Dios» al Espí­ritu Santo, Gregorio atribuyó el nombre divino a la tercera persona.

En Gregorio de Nisa llega a su cumbre aquel proceso doctrinal en virtud del cual los c., al acentuar la distinción de las divinas personas, parecen afirmar una unidad en la substancia abstracta solamente y, con ello, más bien una igualdad que una unidad de naturaleza (acusación de triteí­smo). Gregorio de Nisa, bajo la influencia de la doctrina platónica de las ideas, concibe la unicidad de la naturaleza divina a la manera de un concepto universal, dotado de realidad. Por otra parte, la disputa con Eunomio le lleva a subrayar con más fuerza todaví­a la unidad interna y la permanente acción conjunta de las hipóstasis divinas. La distinción de las personas divinas se basa para él exclusivamente en sus relaciones, de manera que toda actividad de Dios hacia fuera es común a ellas. En la cuestión cristológica, Basilio conoce el propósito antiarriano de Apolinar de Laodicea y procura no suscitar nuevas luchas por tratar «cuestiones superfluas». Pero Gregorio Nacianceno, a causa del ulterior desarrollo doctrinal, se ve obligado a utilizar todos los medios del lenguaje, que él domina magistralmente, para combatir el apolinarismo. Fiel a la tradición antiarriana, parte de la divinidad de Cristo; pero, en él, incluso el vovs humano, que negaba Apolinar, es elevado completamente al plano divino, para que también el espí­ritu de todo hombre unido con Cristo pueda quedar glorificado y divinizado. En sus fórmulas se prefigura ya la posición posterior del neocalcedonismo ortodoxo.

Gregorio de Nisa enseña, siguiendo a Orí­genes, el intercambio de los atributos de ambas naturalezas (comunicación de idiomas), pero a la vez distingue estrictamente entre la naturaleza humana y la divina en la única persona, y con ello se aproxima a la posterior concepción antioquena. También con relación a las doctrinas antropológicas, en las cuales centra su interés Gregorio de Nisa, fundamentalmente todos los c. plantean la cuestión de igual manera, y tras su planteamiento sin duda late una vez más su ascesis monástica. Ya en Basilio el hombre es equiparado a su alma, la cual está unida con el cuerpo de un modo solamente accidental.

Como, para Gregorio de Nisa, detrás de todas las alegrí­as de los sentidos está la muerte, se le plantea agudamente la cuestión del sentido de nuestro cuerpo. A su juicio éste no es malo en sí­, pero dice cierta relación necesaria al pecado. Por eso Gregorio llega finalmente a la consecuencia de tener que admitir un cuerpo celeste puramente espiritual, y con ello, a pesar de los esfuerzos mentales en sentido contrario, vuelve a caer en los errores de Orí­genes. En sus homilí­as acerca del Cantar de los cantares sólo el alma es presentada como la esposa que busca al esposo divino mediante la progresiva muerte monacal del cuerpo. Su método teológico se acomoda en su totalidad al pensamiento de Orí­genes. Para él buscar un sistema es más importante que una prueba de la Escritura. Una alegorí­a sin fin responde mejor a sus gustos que una exposición verbal de la Biblia. Emulando los complicados edificios intelectuales de la gnosis, Gregorio desarrolla una concepción que abarca todo el proceso de la creación y de la redención, una concepción que parece un gigantesco teatro del mundo y en la que, a la postre, todo retorna por penosos caminos a su lugar original.

A causa de sus extraordinarias dotes especulativas, fue el c. que más mereció el sobrenombre de < el teólogo"; en cambio la fuerza de Gregorio Nacianceno está en la formulación lograda y no tanto en la originalidad de su pensamiento. Y a Basilio le corresponde el mérito de haber comunicado a sus amigos el impulso espiritual y, en medio de la confusión de su tiempo, el de haber mostrado un camino mediante la vinculación decisiva a la Biblia y a la tradición vigente. En su preocupación por la Iglesia como Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica