KANTISMO

1. Entendemos por k. el sistema filosófico determinado por la filosofí­a transcendental de Kant. La evolución filosófica de Immanuel Kant (1724-1804) se divide en general en dos perí­odos. En el primer perí­odo precrí­tico (1755-81) Kant filosofa sobre el terreno tradicional de la metafí­sica de Leibniz y Wolff; su disertación de 1770 contiene sin embargo ya formulaciones que anticipan las estructuras de la temática de la Crí­tica de la razón pura (editada en Riga el año 1781, segunda edición corregida en 1787). Kant en su escrito polémico Sueños de un visionario (1766) anuncia ya la duda sobre la certeza de la metaphysica specialis. Con la aparición de la Crí­tica de la razón pura comienza el segundo perí­odo crí­tico.

Con la filosofí­a de la última edad media se habí­a introducido una escisión entre la experiencia sensitiva y el pensamiento, por lo cual el -> conocimiento del hombre se hizo paulatinamente problema filosófico insoluble. Por una parte se desarrolló un -i empirismo que ya no alcanzaba la necesidad y universalidad, sino que se daba por satisfecho con una elaboración asociativa de las impresiones de la sensibilidad. Sobre todo la crí­tica de Hume al concepto de substancia y de causa fue la que hizo despertar a Kant de su «sueño dogmático». Por otra parte habí­a un pensamiento del entendimiento que se moví­a ciertamente en la necesidad y universalidad, pero viví­a solamente de conceptos innatos y así­ era extraño a la -a experiencia; en esa situación se encontraba el pensamiento de Descartes y de Leibniz.

Frente a esta destrucción de la unidad del conocimiento humano, Kant trata de restaurar la unidad originaria entre los sentidos y el entendimiento. Y en contraposición a Hume, Kant trata de renovar la metafí­sica clásica, que él quiere destruir en su forma «dogmática» tradicional. Su filosofí­a crí­tica convierte la metafí­sica en lógica,pero atribuye a las definiciones lógicas una significación esencialmente subjetiva. La filosofí­a kantiana quiere ser ->filosofí­a transcendental y no una filosofí­a de la transcendencia. En cambio, según Kant, la antigua metafí­sica pretendió conocer las cosas «en sí­», en su transcendencia. A juicio de Kant todo conocimiento se produce solamente a través de formas a priori; las condiciones del ser y del conocimiento se identifican entre sí­, pues las «condiciones de posibilidad de la experiencia en general son simultáneamente condiciones de posibilidad de los objetos de la experiencia». Evidentemente el subjetivismo de la filosofí­a de Kant no es de í­ndole individualista, sino de í­ndole lógico-transcendental, pues él afirma unas leyes rigurosamente válidas para todo espí­ritu humano. La filosofí­a transcendental de Kant es por consiguiente tanto gnoseologí­a como metafí­sica.

2. La cuestión fundamental de la Crí­tica de la razón pura suena así­: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori? Se trata ahí­ de la posibilidad de la ->metafí­sica como ciencia, pues el «conocimiento metafí­sico debe contener juicios a priori». Y esos juicios han de ser sintéticos, ya que si los conocimientos a priori tuvieran un carácter meramente analí­tico, enunciando tan sólo que el predicado está contenido en el sujeto, la metafí­sica no ofrecerí­a ampliación alguna del conocimiento, que fuera a la vez necesario y universal. Contra el empirismo de Hume y Locke, que interpretan lo universal y necesario de los juicios cientí­ficos como costumbre casual, Kant quiere mostrar que en el conocer humano hay momentos que proceden de él mismo, que son válidos antes de toda experiencia, a priori, y que valen igualmente para todo espí­ritu pensante y en consecuencia son estrictamente necesarios. Esto significa el «giro copernicano»: el conocimiento ya no tiene que regirse por los objetos, sino que los objetos se han de regir por nuestro conocimiento; sólo así­ es posible saber algo a priori acerca de la metafí­sica.

En la Crí­tica de la razón pura (dividida en estética transcendental, analí­tica y dialéctica) Kant establece en la estética que las cosas ciertamente aparecen como configuradas espacial y temporalmente, pero que esto no significa una «realidad absoluta» del espacio y del tiempo, es decir, éstos no corresponden a la cosa en sí­. El espacio y el tiempo son a priori, es decir, son formas que preceden a toda experiencia y constituyen la estructura de nuestra sensibilidad en cuanto ésta hace posible nuestra intuición. Sin embargo, la subjetividad de estas formas de intuición es una «idealidad transcendental», pues ellas son válidas para todo espí­ritu humano. El conocimiento humano avanza finalmente a través de la intuición sensible hacia los conceptos y juicios. Mas para Kant el conocer implica intuición y concepto, intuición más pensamiento. Así­, según la visión kantiana, el entendimiento mediante los conceptos o ->categorí­as realiza el conocimiento de objetos dentro del ámbito de la experiencia posible. La intuición sensible está ordenada a las categorí­as como algo que las llena, por lo cual éstas pueden constituir los objetos correspondientes a ellas y producir su conocimiento. Pero, evidentemente, no se trata de objetos en sí­, sino de objetos para nosotros o de fenómenos. Del mismo modo que el espacio y el tiempo son las formas a priori de toda sensibilidad, si ésta quiere pasar de sus estudios psicológicos a lo objetivo, así­ también las categorí­as son formas de ordenación de toda conciencia finita en general, si ésta ha de producir una experiencia objetiva.

Como condiciones de toda experiencia objetiva finita en general, las categorí­as se derivan mediante una «deducción transcendental» (en una ascensión retrospectiva a los constitutivos que preceden a la conciencia). Así­ en la segunda parte de la Crí­tica de la razón pura, partiendo del «yo pienso» de la apercepción transcendental, se aferra a doce categorí­as, cuya existencia demuestra él asimismo mediante el análisis de las formas del juicio humano. Pero la conciencia empí­rica y la transcendental no están separadas como conciencia y objeto; la conciencia empí­rica es en sí­ misma transcendental en cuanto conoce y emite juicios verdaderos.

Para Kant el lugar de las categorí­as y los objetos es el entendimiento; su conocer es una experiencia del mundo tal como aparece; sus categorí­as se limitan en extensión y validez a la sensibilidad y nada dicen sobre el mundo transcendente, sobre lo metafí­sico, sobre la cosa en sí­. Según Kant todo conocimiento empieza por los sentidos, de allí­ pasa al entendimiento y termina en la razón. Así­ la tercera parte de la Crí­tica de la razón pura, la dialéctica, está consagrada a la actividad de la razón.

La actividad peculiar de la razón, la deducción, la búsqueda de las condiciones de un condicionado, conduce a Kant a la doctrina de las ideas. La idea (que no se puede equiparar a la idea platónica) es un puro concepto a priori, que supera la posibilidad de la experiencia. Las ideas sólo podrí­an llenarse mediante la intuición intelectual, de la cual carecemos; por eso no pueden constituir los objetos correspondientes a ellas ni producir su conocimiento. Su significación es meramente regulativa, en el sentido de que dirigen el conocimiento objetivo de los fenómenos a las últimas totalidades. Así­ la razón es el intento de pensar la totalidad de las condiciones de algo dado; de este modo las ideas son principios, métodos reguladores o heurí­sticos, pero no objetos. Tales ideas son: el yo, el mundo y Dios como totalidad absoluta de todas las condiciones; con esto Kant aborda nuevamente los grandes temas de la metafí­sica antigua: -> alma, -> mundo, -> Dios, -> inmortalidad, etc. Según Kant, el intento de pensar esas ideas como objetos en sí­ conduce a razonamientos engañosos y antinomias; él muestra el punto de vista transcendental en la doctrina de las cuatro antinomias.

En este contexto Kant reduce las pruebas tradicionales de la existencia de Dios al argumento ontológico; a su juicio aquí­ se da un salto ilegí­timo del orden lógico al ontológico. Esto de ningún modo significa que se niegue la existencia de Dios; mas para Kant la ví­a de las pruebas de la existencia de ->Dios es insuficiente.

3. Según Kant a la filosofí­a le interesan estas cuestiones: ¿Qué puedo saber yo? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué es el hombre? El no sólo fundamenta de nuevo el saber, sino que sobre todo en la Crí­tica de la razón práctica (Riga 1788), determina además la naturaleza de lo moral con su imperativo absoluto frente a todo hedonismo y utilitarismo. La acción ética es para Kant un obrar libre de la razón, el cual es libre cuando se realiza independientemente de la sensibilidad como un elemento extraño. Pero la razón como facultad espiritual espontánea, a causa de la separación entre receptividad y espontaneidad, necesariamente carece de contenidos y por sí­ misma no puede percibir o recibir tales contenidos. La razón práctica es libre sólo cuando se determina por sí­ misma independientemente de la sensibilidad. Por consiguiente la libre autodeterminación de la razón práctica ha de ser puramente formal; la voluntad moral debe ser afán de voluntad pura, de razón pura. Pero la pura razón práctica es una mera forma de necesidad y universalidad sin contenido alguno. Sólo es moralmente buena la voluntad que se deja determinar únicamente por esta forma. De esa reflexión transcendental se derivan la forma del «imperativo categórico» y el formalismo en la ->ética de Kant: recusación de todos los fines materiales y de todas las representaciones relativas al contenido de un valor o de un orden; la razón es la única legisladora de sí­ misma.

En definitiva, sólo mediante la acción moral abre Kant un espacio a lo metafí­sico. A causa de su carácter absoluto el imperativo categórico no depende del mundo de los sentidos y supera los fenómenos para llegar a lo que es en sí­. Además, la infinitud del deber moral exige una supervivencia después de la muerte, la inmortalidad del alma.

Como ulterior postulado de la pura razón práctica Kant menciona la -> libertad, que se manifiesta como condición previa del deber y muestra nuestra pertenencia al «mundo inteligible». A esto se añade el postulado de la existencia de Dios. Kant rechaza ciertamente la bienaventuranza como motivo de la acción moral, pero la acepta como consecuencia de la moralidad. Así­ la aspiración moral, además de la moralidad perfecta, comprende una felicidad proporcionada a aquélla. Y sólo Dios puede ser la causa adecuada de esa felicidad. En semejante prueba moral ve Kant la única demostración posible de la existencia de Dios. Pero en todo eso el saber teórico queda excluido del orden inteligible de lo que es en sí­; lo metafí­sico es confiado a la fe en postulados, la cual no se puede esclarecer racionalmente. La nueva fundamentación de la metafí­sica por parte de Kant es incapaz de superar la escisión que se ha producido. Por la estrechez del concepto Kantiano de conocimiento y de ciencia, orientado hacia el modelo de las ciencias exactas, la razón teórica y la práctica se separan; su última raí­z común queda sin esclarecer.

4. Según Kant la religión sólo puede moverse dentro de los lí­mites de la mera razón; no es otra cosa que moralidad. El a priori universalmente válido de la religión revelada es la fe moral de la razón; la revelación no es más que un preámbulo propedéutico de dicha fe. No una revelación divina, sino el imperativo moral es la palabra de Dios en nosotros. La cuestión sobre la esencia del cristianismo se convierte en la pregunta acerca de su idea ahistórica, puramente humana, acerca de un cristianismo sin Jesús y sin Iglesia, sin historia de la salvación. Toda vida eclesiástico-religiosa que va más allá del servicio puramente moral a Dios es para Kant «un culto espúreo a Dios en una religión estatutaria». Así­ el cristianismo queda reducido a una religión de la buena conducta moral, en la que Jesús, como hombre «con criterios divinos», viene a ser el prototipo de la perfección moral. Y los hombres que imitan este prototipo moral, como «común esencia ética», tienen su realidad en la Iglesia (pero no necesariamente).

5. Aun cuando el giro del objeto al sujeto en la filosofí­a transcendental de Kant tuvo gran importancia para todo el pensamiento filosófico siguiente, sin embargo la filosofí­a de Kant nunca fue en sentido estricto una filosofí­a escolar. Sin la problemática planteada por Kant serí­a inconcebible el ->idealismo alemán (Fichte, Schelling, Hegel). El neokantismo, que dominó en Alemania entre 1870 y 1920, dirige su atención sobre todo a la elaboración de una teorí­a de la ciencia en el sentido kantiano (escuela de Marburgo). W. Windelband desarrolla una metodologí­a de las ciencias históricas: la historia como resultado de un método especifico de constitución cientí­fica del objeto (influido por M. Weber, E. Troeltsch, G. Simmel). En el terreno social y en el de la filosofí­a del derecho se puede demostrar de muchas maneras la influencia de la filosofí­a de Kant desde el socialismo neokantiano de Cohen hasta la doctrina del derecho puro de H. Kelsen. El pensamiento de Kant alcanzó una importancia decisiva para la escolástica católica a través de J. Maréchal (y su escuela), que hace una sí­ntesis (importante también para la teologí­a moderna) entre la filosofí­a transcendental de Kant y la metafí­sica de Tomás de Aquino (cf. neoscolástica, en ->escolástica, G).

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Kurt Krenn

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica