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PERSECUCIONES CONTRA LOS CRISTIANOS

PERSECUCIONES CONTRA LOS CRISTIANOS

I. Delimitación del tema
No pretendemos ofrecer aquí­ una descripción histórica de tales persecuciones, daremos solamente las determinaciones formales de este concepto bajo sus distintos aspectos.

II. Origen
El primer caso de persecución ha de verse en la vida misma de Jesús, tanto por lo que se refiere al hecho histórico como en lo relativo a sus caracterí­sticas. Decimos «en lo relativo a sus caracterí­sticas» porque los elementos distintivos de las posteriores p. c. no iban a ser muy diferentes, aunque las circunstancias externas se modificaron tanto en el transcurso de la historia, que incluso llegaron a darse persecuciones contra los cristianos en nombre de Jesús.

La persecución y el ajusticiamiento de Jesús, a juzgar por los testimonios del NT, tuvieron lugar primordialmente por motivos religiosos; en concreto porque cí­rculos decisivos del judaí­smo veí­an en la dura crí­tica de Jesús a la piedad legalista una amenaza seria para la fe tradicional en Yahveh, y no sólo una amenaza para determinados intereses de grupo. Por motivos análogos en la primera época del cristianismo se produjeron persecuciones contra los cristianos por parte de judí­os palestinenses o helení­sticos. Sin embargo, no serí­a justo atribuir a los judí­os la culpa exclusiva de la muerte de Jesús.

Pues también por parte de los romanos habí­a sospechas polí­ticas; p. ej., el temor de una sublevación popular contra el poder romano de ocupación, o el temor de una guerra civil entre los judí­os por motivos religiosos.

Pero ante todo el motivo de las persecuciones debe verse en la predicación acerca del -> reino escatológico de Dios. Por encima de cualquier aspecto concreto religioso y polí­tico, en general esa predicación contiene una declaración de guerra a todo intento de religiosidad mágico-legalista y a toda inmanencia autosuficiente del mundo, cuyo conformismo es negado con un radicalismo insuperable y queda desenmascarado en su situación desesperada por la exhortación a la -> metanoia y a la transformación revolucionaria de la vida por motivos escatológicos. Por más que en las afirmaciones histórico-salví­ficas, con términos neotestamentarios, y en la doctrina de la potencia obediencial, con términos sistemáticos, se enseñe claramente una apertura de la naturaleza y de la historia a la revelación de Cristo, no por ello queda suprimida la oposición total entre la adhesión obstinada al mundo y las exigencias escatológicas, oposición que es el auténtico -> escándalo de la fe cristiana. La negación expresa de tales exigencias (la cual, lógicamente, implica su conocimiento) cuando va unida con la fuerza se activa en sanciones y represalias, en una persecución contra los cristianos en el sentido estricto de la palabra. En todas las épocas de la historia de la Iglesia la cruz ha sido el signo de aquella dialéctica en virtud de la cual el testimonio de salvación se convierte en desgracia terrena para el testigo y, así­, nuevamente se convierte en testimonio de salvación.

Si esta tensión se elimina en una falsa paz con las circunstancias del momento, la contradicción de la cruz queda suprimida. Y si ese escándalo falta totalmente en una parte de la historia, ello es prueba de una acomodación saturada por parte de un cristianismo que niega su origen.

III. Cambio de forma
Sin duda en tal enjuiciamento ha de tenerse en cuenta también la ambivalencia de toda fase histórica. Así­ sólo difí­cilmente cabe decir qué motivos dominaron cada vez en la historia de las persecuciones. La única persecución por motivos puramente religiosos seguramente fue la que llevaron a cabo los judí­os en el primer siglo de nuestra era. Como fundamento jurí­dico sirvió aquí­ ante todo Lev 24, 14ss y 1 Re 21, 10, textos los cuales la blasfemia debe ser castigada con la muerte por lapidación (Esteban y Santiago). Además muchos miembros de la comunidad primitiva fueron objeto de insidias (p. ej., Pablo). En el «concilio apostólico» (Act 15), donde se aborda la disputa acerca de la misión entre los paganos y los judí­os, se refleja el problema fundamental de hasta qué punto los cristianos debí­an acomodarse a las exigencias judí­as o debí­an rechazarlas.

En cambio los cristianos romanos, que en calidad de ilustradores religiosos amenazaban con destruir la estructura de la antigua ordenación religioso-estatal, fueron perseguidos por parte del Estado romano sólo indirectamente a causa de su fe; primariamente el interés era polí­tico. Los emperadores romanos tuvieron que ver en la negativa del cristiano a sacrificar a los dioses nacionales una sublevación polí­tica, de manera que la decisión de perseguir la motivaron ante todo principios jurí­dicos nacionales, sobre todo si se tienen en cuenta que Roma en cuestiones religiosas era muy tolerante. Otros motivos fueron las calumnias acerca de la celebración cultual de los cristianos, las cuales se debieron a otros grupos que les hací­an la competencia y que obligaron a las autoridades romanas a intervenir. Finalmente se dio también la tensión, tí­pica de las situaciones históricas de transición, entre el poder establecido y el contramovimiento ilustrado, tensión que se manifestó en la dura persecución contra los cristianos o en una tolerancia tácita.

Con la elevación del cristianismo a religión del Estado (época de -> Constantino) y con su conversión en fe predominante de -> occidente, las persecuciones desde fuera fueron cada vez más raras, prescindiendo de las guerras polí­tico-religiosas contra el Islam. Sin embargo, surgieron ahora nuevos conflictos por la tensión entre el oficio que se consolidaba, con su necesaria tendencia a la acomodación, y los carismas no reglamentables, con el impulso crí­tico que les era propio. Como a cada institución, también al oficio eclesiástico le amenaza el endurecimiento legal, que es puesto constantemente en tela de juicio por el carisma como instancia que apela siempre al mensaje de Jesús, mensaje escatológico y adverso a la ley; esto, con deformaciones, se puede ver todaví­a en todos los movimientos heréticos. Puesto que el oficio está investido de poder «polí­tico», tiene también la posibilidad (de la que efectivamente ha hecho uso) de perseguir los movimientos revolucionarios por la violencia, o bien por la ví­a más silenciosa de los procedimientos inquisitoriales. Con no menor dureza transcurrieron frecuentemente las discusiones teológicas de escuelas opuestas. Así­, casi todos los movimientos de reforma en las fundaciones nuevas o renovaciones de órdenes religiosas, sólo triunfaron a costa de grandes dificultades. Hus y Savonarola fueron quemados; la historia de los herejes en la edad media conoce muchos casos similares. Aquí­ hay que citar la sangrienta persecución de los valdenses, así­ como, más tarde, la lucha contra los jansenistas.

En la -> edad media se llegó (debido a las pretensiones hierocráticas de poder papal) a alianzas polí­ticas en el ámbito mundano, a consecuencia de las cuales hubo guerras contra Roma, las cuales, a pesar de ser polí­ticas, fueron tenidas y sancionadas como sacrilegio y persecución contra la Iglesia. Igualmente las -> guerras de religión de los siglos xvi y xvii constituyen una mezcla indescifrable de motivos polí­ticos y religiosos, como lo pone de manifiesto, p. ej., el caso de Tomás Müntzer. Una historiografí­a eclesiástica sincera confesará que aquí­ muchas veces los motivos religiosos fueron un pretexto para encubrir los intereses polí­ticos y de poder que ocasionaron las «guerras de religión».

Si aquí­ de la alianza del cristianismo con el poder polí­tico surgieron opresiones para una minorí­a no conformista, la relación se invierte en las represalias de la -> ilustración contra la fe cristiana. Pero tampoco aquí­ puede pasarse por alto que el cristianismo, por su estrecha unión con sistemas feudales y monárquicos y por la expresa legitimación teológica que les dio (piénsese, p. ej., en el papel estatal-eclesiástico del catolicismo en los paí­ses latinos y en la Austria de los Habsburgo; y, dentro del protestantismo, en el caso de Escandinavia o de la iglesia anglicana de Inglaterra), participó práctica e ideológicamente en la injusticia de estos sistemas, de manera que la revolución social luchó también contra el cristianismo y sus doctrinas porque formaban parte de la reacción. En esos casos se impugnó una forma falsa de cristianismo, que se dejó poner al servicio de sistemas polí­ticos, descuidando así­ su función crí­tica frente al mundo; por eso, en el sentido estricto de la palabra, ya no se podí­a hablar de p. c.

Esto en parte tiene validez también para las persecuciones más recientes, p. ej., para la guerra civil española y para algunos paí­ses comunistas del bloque oriental. Evidentemente, por encima de lo puramente polí­tico, la presencia de un ateí­smo abierto hace que de nuevo se resalte como motivo de persecución el escándalo de la cruz, a pesar de toda la culpa histórica del cristianismo. En cuanto a la postura, hoy todaví­a discutida, del cristianismo frente al fascismo y al nacionalsocialismo, hemos de ser cautos ante glorificaciones unilaterales. Junto a los obstáculos y a las persecuciones crueles hay también, sobre todo al principio, numerosos documentos según los cuales dirigentes eclesiásticos afirmaron y llevaron a la práctica una afinidad de la Iglesia con el fascismo y el nacionalsocialismo. Sin tocar la difí­cil cuestión de la culpabilidad, hay aquí­, por lo menos inicialmente, un intento oficial eclesiástico de avenencia con un régimen totalitario; y en ese intento la conservación del poder polí­tico y de intereses eclesiásticos posiblemente prevaleció sobre las exigencias del evangelio.

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Werner Post

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica