Biblia

PSICOLOGIA MORAL

PSICOLOGIA MORAL

1. La p. m. no debiera cultivarse como parte de una psicologí­a general, sino que habrí­a de encontrar su propio objeto formal en el horizonte de la ética teológica (cf. teologí­a -> moral). Así­ podrí­a evitarse el psicologismo, que con razón produce desazón en el terreno de la religión y de la moral, y cabrí­a definir mejor el lugar hermenéutico de una p. m. como disciplina teológica. Esto tiene consecuencias metódicas: sólo es aprovechable una psicologí­a dinámica; una psicologí­a que trabajara estática y elementalmente con espí­ritu positivista serí­a inadecuada; el aislamiento de un terreno parcial de actos humanos («de lo psí­quico», etc.) resulta problemático; sólo es admisible como provisional y quedando abierto a interdependencias superiores. Algunos campos de la tradición ascética de la Iglesia, p. ej., la doctrina de la -> discreción de espí­ritus, especialmente en la forma de una discretio acquisita, están marcados por un estilo metódico semejante, si no refleja y cientí­ficamente, sí­ por lo menos de hecho y en forma de reglas de experiencia. La tarea urgente consiste en integrar esta orientación con sus preciosas y probadas reglas y experiencias en una visión en principio teológica y formularlas al mismo tiempo en el contexto de los conocimientos actuales.

Dos temas – que bien entendidos son complementarios y, por tanto, no deberán tratarse aislados – atañen a una p. m. así­ concebida: 1º. Por una parte, un estudio de penetración crí­tica, que ponga en claro lo insuficiente, que no se deje engañar por lo inauténtico e inmaduro, a manera de distinción negativa de toda «moral»; 2º. por otra parte, un estudio – que por lo menos inicialmente debe ser simultáneo – que permanezca abierto a lo trascendente, al lugar del paso de fronteras, que conduzca al horizonte del encuentro liberador, en cuanto estadio positivo, que despierta, señala el fin y delimita las fuentes de la moralidad teológica (inteligencia previa positiva).

2. Esto afecta a la situación histórica de la crisis de la «antigua moral», en el sentido de moral de obediencia, costumbre y aplicación casuí­stica. La «nueva moral», que frente a la otra se va elaborando lenta y trabajosamente y, como se comprende, no sin riesgo, tiene su asiento en la mayorí­a de edad, se plantea problemas completamente nuevos en razón de cambios especí­ficos de las estructuras sociales y de la historia del espí­ritu y está confrontada con filosofí­as de relieve ideológico, y hasta vitalmente inundada por ellas. La actual dimensión social, sugestivamente pública y virulentamente pluralista de los «espí­ritus» con su peculiar desplazamiento de acentos hacia la vida práctica en el procedimiento y en la concepción del mundo, llega a los lí­mites de la incompatibilidad herética.

Atención particular merece una difundida configuración falsa de la vida ética, la cual se mantiene en forma latente, no temática, pero va deslizándose de manera oculta e indirecta, y así­ sólo puede percibirse en un ligero desplazamiento de la forma de expresión con que se presenta. También de aquí­ resulta la necesidad de presentar al «espí­ritu» en su estructura comunitaria, ensu carácter de comunidad, en su representación pública. En el estilo de Cristo, esto sólo es posible como – representación que participa en la corredención en medio del mundo (-> Iglesia y mundo).

3. En particular cabe remitir a las siguientes manifestaciones: a) Una gentileza demasiado atildada; una adaptación demasiado lograda; un uso enajenante y deliberado de conductas filtradas por las reglas de higiene mental, entre otras cosas. Aquí­ se echa de menos la dimensión de lo absoluto, a la que no se puede renunciar en la fe salví­fica, la dimensión de la contradicción hecha realidad, de la distancia vivida, de la necesaria seriedad. b) Exagerada orientación lineal al fin, visión fascinada del futuro, desbordante y sugestivo esplendor de lo factible por la técnica y por cualquier otro medio: a costa del dominio humano y espiritual de la trivial actualidad, con pérdida de la humildad existencial, de la irremediable finitud. c) Una «credulidad» singularmente desligada, de estilo ideológico, que puede presentarse de múltiples formas, según la acentuación del contenido. d) La volatilización del obrar responsable en «reglas de trato» de una sociedad, en convenciones de conducta, en «rituales de ordenación», según los criterios de un funcionamiento técnicamente correcto. A ello responde a menudo una apatí­a general, un desinterés especí­fico por toda vinculación, la ausencia incluso de una conducta permanente y henchida de afectividad, un actualismo; luego, el siempre obvio narcisismo, que – perturbado – puede mudarse hacia afuera en brutal imposición de sí­ mismo, en conquista violenta de las pretensiones sentidas en el momento, sin voluntad ni capacidad siquiera de aplazamiento. e) Un romanticismo de la «naturaleza», ilusorio, especialmente desplazado con ribetes cristianos, de carácter a su vez ideológico, que, apelando falsamente a un orden de la creación, por lo general tergiversado en lo estático, tiende a debilitar el encargo de acción, superación y cultura. Como posición complementaria, también unilateral, habrí­a que mencionar la -> superstición, muy difundida, de la ciencia, que desconoce los anchos campos de lo indisponible, el carácter misterioso del ser, sometiéndolo al procedimiento experimental e hipotético de las ciencias naturales, que se presentan generalmente como modelo ideal.

En todo esto no se trata primariamente de la resonancia psí­quica funcional de lo moral, de lo espiritual, etc., sino de la experiencia existencial de la -> conciencia, de la -> verdad, de la paz definitivamente liberadora, o de una percepción de la insuficiencia, sólo posible partiendo de tal experiencia en los «análisis de la existencia», que, por lo demás, en sentido aisladamente moral (moralista) pueden descubrir estructuras completamente irreprochables. Así­, pues, en este hiato entre la moralitas obiectiva y el «moralismo» muy difundido que a menudo le corresponde (y que no es fenómeno sólo religioso y eclesiástico o de carácter limitadamente confesional) por una parte, y la previa inteligencia antes mencionada, tienen su puesto los esfuerzos de la psicologí­a moral.

4. Parece indispensable una visión que vaya más allá de un saber racional y penetre en los métodos y nexos experimentales de la -> psicologí­a profunda. Muy de atender es particularmente la tendencia de Viena, con su análisis de la existencia, logoterapia, terapia de grupos, intención contraria y análisis rápido. Pero hay que pensar también en la -> antropologí­a personal (A. Vetter), en la -> ética antropológica (M. Scheler, H. Plessner) y filosófica (W. Hartmann, H. Reiner). La moderna investigación de la conducta (K. Lorenz y otros) puede conducir a una «antropologí­a básica» (A. Portmann), de visión completamente nueva, que acabe con trasnochadas hipótesis biológico-fisiológicas de la tradición y, a la vez, con muchos pseudoproblemas.

5. Con esta preparación, puede aspirarse a un arte aprendible del diálogo, a un arte del encuentro que se dé cuenta de las falsas formas desfigurantes de «transmisión y resistencia» (S. Freud), y tenga en cuenta las etapas de maduración del ser humano tanto en su desenvolvimiento individual como en el social y espiritual e igualmente en sus capas especí­ficas, en decir, que sopese con prudencia llena de vida y espí­ritu las consecuencias previsibles, así­ como los peligros presumibles por influencias que se alzan contra el esperado aumento de madurez. También la constitución institucional del serhumano tiene el peso de una estructura esencial y, aunque ha de mantenerse siempre abierta a la corrección, debe respetarse y cultivarse como una dimensión necesaria (-> comunidad).

6. Para el director espiritual, el profesor, el que trabaje en el campo social y la comunidad de adultos, se desprenden las siguientes recomendaciones: soportar (no reprimir ni pasar por alto embelleciéndolas) las torturantes dificultades de las actualmente inevitables discrepancias; formularlas (no trágica, sino serenamente, con discreción e interés); tratar de entender (sin quitar importancia, generalmente para consolarse así­ mismo) y de interpretar; conducir sabiamente a fines inmediatos, a ayudas concretas; no silenciar que la liberación interior, paciente y duradera, y la conversión y purificación por el encuentro efectivo con Dios son tarea permanente (sin crear un ambiente sombrí­o y oprimente, sin sugerir únicamente lo difí­cil). Como punto de partida puede a menudo tomarse, para esclarecerla, la difundida «intuición negativa» («Â¡esto no puede seguir así­!») de los hombres (sin pretensiones de observador sabiondo de la ciega humanidad). Es un servicio especialmente exigente el de apropiarse las experiencias ejemplares, atestiguando su contenido trascendente y haciéndolas fructuosas para la salvación. Ello debiera incluir la propia persona, conmovida de manera fidedigna. En los consuelos han de evitarse rigurosamente las meras palabras (no huir, no eludir); en tal caso más valdrí­a callar – sin enmudecer impotentes -, permaneciendo abiertos.

BIBLIOGRAFíA: Th. Müncker, Die psychologischen Grundlagen der katholischen Sittenlehre (D 41953); W. Heinen: LThK2 VII 604-607; J. Bökmann, Aufgaben und Methoden der Moralpsychologie. Im geschichtlichen Ursprung aus der «Unterscheidung der Geister» (Kö 1964); J. Fuchs, La moral y la teologí­a moral según el concilio (Herder Ba 1969); J. Boeckman, La psicologí­a moral (Herder Ba 1968).

Johannes Böckmann

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica