REFORMA CLUNIACENSE

Al finalizar el imperio carolingio (-> reforma carolingia), habí­an comenzado a disolverse las estructuras polí­ticas, sobre todo en Francia; en un feudalismo decadente, los bienes y a veces incluso las funciones eclesiásticas, habí­an pasado a manos de señores laicos, generalmente poco solí­citos de los intereses espirituales. Poco a poco la Iglesia va reformándose y reconquistando la libertad de sus instituciones: en el marco de todo este esfuerzo viene a situarse la r. c. (-> reforma eclesiástica, movimientos de).

I. Aspecto institucional
Puesto que el mal provení­a de que la mayor parte de las iglesias y de las abadí­as pertenecí­an a seglares que las habí­an fundado, o que las habí­an recibido en herencia o en encomienda, o que, encargados de protegerlas, se las habí­an apropiado; el remedio habí­a de consistir, ya en hacer que se restituyeran los monasterios a monjes auténticos, ya en fundar nuevas casas que poco a poco se incorporaran a las antiguas y les restituyeran la libertad. Se emprendieron otras reformas, en particular, a partir de 933, en la abadí­a de Gorze en Lotaringia. La originalidad de Cluny proviene de haber recibido un estatuto jurí­dico independiente de los señores y luego, poco a poco, de la misma autoridad episcopal. Este proceso se desarrolló como aplicación lógica, cada vez más rigurosa, de un principio admitido desde los comienzos.

Las etapas de esta evolución fueron las siguientes: en los orí­genes el fundador mismo, el duque de Aquitania, hace a san Pedro y a sus sucesores donación del nuevo establecimiento y de todo lo que en lo sucesivo se le pudiera agregar. Cluny vení­a así­ a ser propiedad de la Iglesia romana y quedaba por ello mismo sustraí­do a la injerencia del poder temporal. Poco a poco esta libertas se extenderá a la autoridad episcopal. Efectivamente Cluny quedó exento de la potestad de jurisdicción y de orden del obispo de la diócesis, que era el de Milcon. En adelante la abadí­a de Cluny podrá pedir a otro obispo que confiera las órdenes sagradas a los monjes de su monasterio. En la primera mitad del xi, ese doble privilegio se extenderá a todas las casas dependientes de Cluny. Esta exención respecto de las autoridades locales obliga a Cluny a crearse una organización centralizada, que se apoya en la autoridad universal del papa. Cluny, sin haber buscado otra cosa queda independencia necesaria para su propia vida religiosa, se veí­a preparado para contribuir en forma indirecta, aunque eficaz, a la reforma general de la Iglesia, cuyo apogeo lo marca el pontificado de Gregorio vii (-> reforma gregoriana). Los papas hallaron excelentes auxiliares en monjes de Cluny elevados al cargo de obispos, cardenales y legados pontificios. La acción reformadora de Cluny se extendió a monasterios de Francia, de Italia, de España, de Inglaterra; pero encontró resistencias en Flandes y en algunas abadí­as de otros paí­ses. Los monasterios reformados quedaron sometidos por privilegio papal a la potestad de Cluny, que así­, ya bajo el abad Odón, se habí­a hecho una congregación poderosa. Además, a fines del siglo xi, Cluny habí­a recibido tantas riquezas, tantos privilegios y derechos eclesiásticos especiales – diezmos y otros -, que esta misma prosperidad habí­a de llegar a serle gravosa.

De ahí­ se seguirá una cierta decadencia de la institución, crisis que por reacción provocará la aparición de formas de vida monástica más simples, más austeras, más verdaderamente pobres, más separadas del mundo, en particular en la orden del Cí­ster, que en la primera mitad del siglo xii tendrá en Bernardo su representante más preclaro. Entonces Cluny, bajo el sabio régimen de Pedro el Venerable, sabrá reformarse inspirándose en los ejemplos recibidos de este monaquismo más joven, que asumirá la influencia que hasta entonces habí­a ejercido Cluny en la reforma de la Iglesia.

II. Aspecto espiritual
La nueva concepción institucional que habí­a constituido la originalidad de Cluny, fue de la mano con un gran arranque de fervor religioso, sin el cual las estructuras jurí­dicas no habrí­an bastado para llevar a cabo y mantener la reforma. Durante doscientos años a partir de su fundación en 909, Cluny fue gobernado por seis abades, hombres de carácter, cuyo largo tiempo de gobierno les hizo posible asegurar la continuidad de la reforma emprendida. Estos fueron el beato Bernon (+ 927), san Odón (+ 942), el beato Aymard (que dimitió sus funciones en 948), san Maïeul (+ 994), san Odilón (+ 1048), san Hugo (+ 1109). En la primera mitad del siglo xii, Pedro el Venerable fue también un gran eclesiástico digno de tales predecesores. Gracias a sus escritos, a los de varios de sus monjes y a numerosos testimonios coetáneos, estamos mejor informados sobre el programa religioso de Cluny que sobre el de otros muchos centros de reforma. Pero esos mismos testimonios permiten concluir que el ideal era prácticamente el mismo que en otros centros semejantes de reforma. Cluny es, pues, un sí­mbolo de la espiritualidad de los siglos x y xi.

Ahora bien, la idea dominante, que une a Cluny con todos los movimientos de reforma de la edad media, es la de un retorno a la Iglesia primitiva (cf. la Occupatio de Odón).

Para los cluniacenses el monasterio es la realización perfecta del misterio de la Iglesia: en la renuncia a toda propiedad privada y en la vita socialis se realiza el misterio del amor, fundamentado en el misterio del amor divino. El monasterio se convierte en sí­mbolo de la «ciudad santa», de la «Jerusalén celeste», a la que aspira la Iglesia peregrinante. Para estar totalmente a disposición de la Iglesia, Cluny queda sometido inmediatamente al papa como director de la Iglesia apostólica, con la esperanza de liberar así­ al monacato de las redes del poder polí­tico-eclesiástico del tiempo (iglesia propia, feudalismo episcopal) y ponerlo a servicio de la auténtica tarea escatológica.

La vida monástica se rige por las Consuetudines, código religioso que se apoyaba en la interpretación de la regla de Benito hecha por Benito de Arriano. Ciertamente preside la forma de vida una disciplina rigurosa, pero ésta queda suavizada por la discretio, es decir, por la recta medida en todo, unida con la prudencia y el juicio acertado sobre lo que puede pedirse a cada uno. La oración común se alimenta de la lectura de la Escritura y de los padres, especialmente de Gregorio Magno, y ocupa la mayor parte de la vida monástica. En cambio el trabajo manual retrocede considerablemente, aunque las consuetudines no prescinden completamente de él. La liturgia, centro de la piedad benedictina se celebra con especial solemnidad. Todos están obligados a coro; raramente se conceden dispensas. En los dí­as feriales de invierno se recita todo el cursus de oraciones. Silencio y oración (son caracterí­sticas: la devoción a la cruz y a Marí­a, la recitación de los salmos, las intercesiones por los difuntos) determinan el ritmo de la vida cotidiana, útil para la devoción personal y no menos también para la musa de la actividad literaria y artí­stica.

No pocas alusiones de las Consuetudines descubren una asombrosa capacidad de acomodación en la legislación, que deja amplio espacio a la libertad espiritual.

III. Su influencia
En algún caso se ha querido ver en la r. c. una especie de polí­tica, la cual, guiada por el afán de conquista y posesión querí­a eliminar el sistema feudal, abusando de la protección y autoridad del papa con el único fin de superar obstáculos. Tal interpretación ha quedado ya excluida por los resultados convergentes de estudios recientes y minuciosos sobre los documentos. Ha quedado establecido que Cluny se comportó con gran flexibilidad respecto de los medios feudales y que apenas intervino directamente en la disputa de las -> investiduras. La mayor parte de las iglesias propias fueron confiadas o devueltas a Cluny por sus propietarios mismos, que actuaron así­ guiados por motivos religiosos. En reconocimiento de la libertas que se restituí­a a los monasterios dependientes de Cluny, éstos otorgaban a sus bienhechores la specialis familiaritas, por la que vení­an a formar parte de la familia religiosa; es decir, el laico quedaba unido con la comunidad monástica, se asociaba a sus intenciones, participaba del provecho de su oración y de su ejemplo, y podí­a estar seguro de sus sufragios después de la muerte. El movimiento cluniacense aspiraba en primer lugar a una renovación de la vida de la orden. Por la ventajosa situación geográfica de Cluny en el occidente de la edad media, por su independencia jurí­dica, por el centralismo de su constitución y por el hecho de que una serie de obispos importantes y de papas estaban acuñados por la r. c., ésta no pudo menos de tener también repercusiones polí­ticas (donde más claramente en la reforma gregoriana y en las -> cruzadas). Con ello Cluny en gran parte se convirtió en la fuerza espiritual decisiva de los siglos x y xi.

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Jean Leclercq

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica