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IGLESIAS ORIENTALES

IGLESIAS ORIENTALES

Véase ORIENTALES, IGLESIAS.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

DicEc
 
Las Iglesias cristianas de Oriente son una realidad muy compleja para la que no existe una clasificación enteramente satisfactoria: se puede hacer una descripción histórica de las Iglesias; cabe también hacer una clasificación sobre la base de la comunión. Cualquier catalogación tendrá inevitablemente superposiciones; es difí­cil ser rigurosos, dado que las fechas y los hechos pueden interpretarse de diversos modos. Un método que muestra claramente la complejidad y las superposiciones es el de clasificarlas partiendo de cuatro preguntas basadas en el rito, la doctrina, el grupo étnico y la comunión.

¿Cuál es su >rito? Un rito no es meramente una distinción litúrgica, sino que implica también un sistema de jurisprudencia, unas instituciones y una espiritualidad (OE 3; UR 14). Cada Iglesia pertenece a uno de los cinco ritos orientales: alejandrino, antioqueno, armenio, caldeo y bizantino.

¿Cuál es su doctrina? En el concilio de >Efeso (431) fue condenado Nestorio. Algunos grupos formaron entonces las Iglesias nestorianas y son de rito caldeo. Se encuentran en Iraq, Irán, Siria y el sur de la India, pero no serí­a correcto atribuirles posiciones nestorianas a todas ellas en la actualidad. En el concilio de >Calcedonia (451) fue condenado el monofisismo, dándose así­ pie a la formación de las Iglesias monofisitas, aunque tampoco en este caso son estas doctrinas plenamente vigentes. Pertenecen a los ritos alejandrino, antioqueno y armenio. Las Iglesias que aceptaron los siete primeros concilios se llaman Iglesias ortodoxas. Desde la Edad media algunos cristianos de los cinco ritos se reconciliaron con Roma y se les denomina >Iglesias uniatas.

¿Cuál es su paí­s o grupo étnico de origen? En el rito alejandrino hay Iglesias uniatas y monofisitas que son coptas y etí­opes. En el rito antioqueno hay Iglesias uniatas y monofisitas que son malankares (sirias e indias) y uniatas maronitas (Lí­bano). En el rito armenio hay armenios católicos y monofisitas en la antigua Unión Soviética, así­ como en Irán, Iraq y Egipto. En el rito caldeo hay Iglesias nestorianas, que incluyen grupos asirios (en Iraq) e indios melusios, e Iglesias uniatas en Iraq, así­ como grupos malabares en la India. A excepción de un pequeño número de Iglesias difí­ciles de clasificar, todas las demás pertenecen al rito bizantino, que incluye a las Iglesias católicas y ortodoxas de la Europa del Este y a las Iglesias ortodoxas de China, Finlandia, Japón y Uganda. La mayorí­a de las Iglesias orientales tienen miembros, y normalmente un obispo, en Estados Unidos.

Las tres preguntas anteriores bastan para situar a cualquiera de las Iglesias orientales más importantes; una cuarta pregunta sirve de repaso de las anteriores y añade nuevas aclaraciones. ¿Con quiénes están en comunión? La pregunta se refiere a la relación de la Iglesia en cuestión con otras Iglesias de Oriente. Un ejemplo de >comunión, que es siempre recí­proca, es que la Iglesia de Roma no está en comunión con las Iglesias protestantes ni con las ortodoxas, pero sí­ con las uniatas, que aceptan las doctrinas católicas y el primado del papa, aunque mantengan sus propios ritos y estén en gran medida confinadas en sus propios grupos étnicos.

La Iglesia asiria no está en comunión con ninguna otra Iglesia. Es nestoriana en su origen, y puede encontrarse en Irán y en Estados Unidos. Unos 15.000 >cristianos de Santo Tomás forman parte de la Iglesia asiria de Oriente.

Hay cinco antiguas Iglesias cristianas en comunión entre sí­, pero separadas por el rito y la jurisdicción. Se las conoce con distintos nombres: Iglesias ortodoxas orientales, Iglesias orientales menores, Iglesias orientales antiguas, Iglesias no calcedonianas o Iglesias precalcedonianas. Su origen estuvo en la negativa a aceptar el concilio de Calcedonia, razón por la cual también se las conoce como monofisitas; sus posturas teológicas no son ya heréticas, pero difieren verbalmente de las confesiones ortodoxas de la unidad de Cristo en dos naturalezas. Incluyen a las siguientes Iglesias: la Iglesia ortodoxa armenia (la antigua Unión Soviética), cuya liturgia es una sí­ntesis de tradiciones bizantinas y sirias; la Iglesia ortodoxa copta (Egipto, Oriente Medio), con una liturgia desarrollada a partir de la alejandrina, con influencias monásticas; la Iglesia ortodoxa etí­ope, que conserva algunas prácticas judí­as (circuncisión, normas relativas a los alimentos, descanso tanto el sábado como el domingo) y tiene una fuerte tradición monástica; la Iglesia ortodoxa siria (Siria, Lí­bano, Turquí­a, Israel), que tiene una tradición teológica y espiritual muy rica, y que es conocida también como Iglesia jacobita, aunque esta denominación deberí­a evitarse; la Iglesia siria ortodoxa malankar (la India), un grupo de >cristianos de Santo Tomás escindido por una campaña de latinización llevada a cabo por los portugueses en 1665.

Estas cinco Iglesias tienen también sus homólogas uniatas (las fechas se refieren al momento del reconocimiento de su jerarquí­a por parte de Roma; varí­an en los distintos autores según los criterios utilizados para determinarlas): Iglesia católica armenia (reunión abortada en 1439 en el concilio de > Florencia; algunos reunidos, 1742); Iglesia católica copta (1824, 1895); Iglesia católica etí­ope (1626, pero colapsada debido a la latinización; sede metropolitana, 1961); Iglesia católica siria (1662, 1782); Iglesia católica siro-malankar (1930).

Hay dos Iglesias uniatas procedentes de la Iglesia asiria: la Iglesia católica caldea (1553) y la Iglesia católica siro-malabar (1662, 1886). Hay también un grupo de Iglesias cristianas uniatas que eran parte originariamente de la Iglesia ortodoxa. Se las llama a veces «católicas bizantinas» o «católicas griegas». Son, con sus respectivas fechas de unión o de establecimiento de su jerarquí­a en comunión con Roma, las siguientes: Iglesia católica melquita (1744); Iglesia católica ucraniana (ss. XVI-XVIII); Iglesia católica rutena (1646, 1664, 1713); Iglesia católica rumana (1698-1700); Iglesia católica griega (1878ss.); Católicos Bizantinos, en la antigua Yugoslavia (1611, 1777); Iglesia católica búlgara (1861); Iglesia católica eslovaca (1646, 1968); Iglesia católica húngara (desde la Edad media, s. XVIII y 1912). Otras comunidades católicas bizantinas son: la rusa (s. XIX), la bielorrusa (1595-1596), la albanesa (1628) y la georgiana (1329). Estas cuatro últimas fueron suprimidas por las autoridades seculares o incorporadas a la Iglesia ortodoxa, pero pueden reaparecer en las nuevas situaciones polí­ticas de finales del siglo XX e inicios del XXI.

Aunque la Iglesia católica maronita y la Iglesia católica í­talo-albanesa nunca se apartaron de la comunión con Roma, en muchos sentidos pueden considerarse junto con las Iglesias uniatas.

La Iglesia ortodoxa se resiente fuertemente de la presencia de las Iglesias uniatas, especialmente allí­ donde es nombrado un obispo o patriarca para la misma área que un ortodoxo.

Las Iglesias ortodoxas (Ecumenismo, Iglesias ortodoxas y otras Iglesias orientales) son con mucho las más numerosas de las Iglesias orientales y mantienen diálogos con varias Iglesias de Occidente. Las Iglesias ortodoxas siguen el rito bizantino y tienen homólogas uniatas en la mayorí­a de los paí­ses de la Europa del Este, pero no en los lugares por los que los ortodoxos se han extendido: China, Estonia, Finlandia, Japón, Lituania y Uganda.

Por distintas razones las Iglesias del Oriente cristiano tendieron a permanecer aisladas hasta los siglos XIX y XX. Ahora, por medio de publicaciones especializadas y populares, de la traducción y publicación de sus obras clásicas, de congresos y de contactos ecuménicos, estamos tomando conciencia de su riqueza teológica y espiritual, protegida de la latinización o de la destrucción por el hecho mismo del cisma o del aislamiento secular.

Juan Pablo II celebró el centenario de la carta apostólica de León XIII Orientalium dignitatis (1895) publicando a su vez una carta apostólica, Orientale lumen, en la que habla cordialmente de la herencia espiritual de las Iglesias orientales y anima a la actividad ecuménica. El diálogo teológico con las Iglesias orientales es uno de los más ricos eclesiológicamente.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

Alcance de la expresión «Iglesias orientales»

Se llaman «orientales» a las Iglesias fundadas por los Apóstoles o sus sucesores, en las áreas culturales de Oriente, distintas de la cultura latina o de las Iglesias occidentales. La distinción quedó marcada, en un primer momento, con la división del imperio romano por obra de Diocleciano (año 286), ratificada posteriormente en el año 395 (al morir Teodosio). Son principalmente las Iglesias fundadas en Palestina, Asia Menor, Siria, Mesopotamia, Egipto… De este modo se fueron concretando los «Patriarcados» de Jerusalén, Antioquí­a, Alejandrí­a y Constantinopla, reconocidos (junto con el Patriarcado de Roma) por Justiniano. El Patriarcado de Constantinopla tuvo cierta primací­a por estar radicado en la capital del imperio oriental (Bizancio, la nueva Roma). La distinción entre Oriente y Occidente quedó más marcada cuando la lengua griega dejó de ser oficial en Roma y cuando los centros polí­ticos quedaron totalmente separados.

La misma tradición apostólica se habí­a concretando en ritos distintos, con cierta diversidad de tradiciones litúrgicas y espirituales (como el monaquismo), de expresiones culturales y lingüí­sticas, así­ de normas disciplinares y organizativas (sanciondas por los concilios ecuménicos y por los Santos Padres). Es una historia de gracia y de dones del Espí­ritu Santo a cada una de las Iglesias «particulares», que forman la única Iglesia de Jesucristo. El servicio del Obispo de Roma, como sucesor de Pedro, durante el primer milenio era lazo de unión y de «arbitraje» en momentos de conflicto (cfr. UR 14). La celebración de los primeros concilios ecuménicos fue una expresión de fe común y de comunión eclesial.

Se han llamado, con imprecisión, Iglesias orientales precalcedonenses, aquellas que no aceptaron explí­citamente las formulaciones y decisiones del concilio de Calcedonia (451), sobre la unidad de la persona de Cristo en sus dos naturalezas (divina y humana), sin división ni separación. Debido también a malentendidos culturales (por términos teológicos diversos) y a situaciones polí­ticas diferentes, esas Iglesias se mantuvieron en cierta separación de las demás, aunque las Iglesias ortodoxas ya han reconocido en ellas una común tradición. Son las Iglesias de rito armeno-Georgiano, copto (Egipto y Etiopia) y siro-jacobita (Damasco y en el sur de la India el rito siro-malabar o cristianos de Santo Tomás). Tuvieron amplia expansión en Asia central, China y sur de la India durante los siglos VIII y XIII. Una parte de esas comunidades se adhirieron a Bizancio (Iglesias «melquitas» o imperiales). En siglos posteriores, se unieron a Roma algunas comunidades de rito armenio, copto y sirio. Ultimamente, por parte las Iglesias «precalcedonenses», se ha llegado a formulaciones doctrinales comunes con la Iglesia católica.

Se llaman Iglesias orientales «ortodoxas» a las que profesan «la verdadera fe», es decir, la doctrina del concilio de Calcedonia, así­ como la doctrina de los siete concilios ecuménicos y de los Santos Padres. Aunque hubo algunas rupturas anteriores con la Iglesia de Roma, la ruptura definitiva tuvo lugar al inicio del segundo milenio (no aceptando el primado del Papa). Aunque el Patriarcado de Constantinopla ejerce una autoridad significativa (primací­a honorí­fica), existen los otros tres grandes Patriarcados antiguos (Jerusalén, Antioquí­a, Alejandrí­a), a los que se han añadido posteriormente otros Patriarcados menores nuevos (Rusia, Servia, Bulgaria, Rumaní­a, Georgia), algunas autocefalí­as que sólo reconocen la autoridad del concilio ecuménico (como Grecia) y algunas Iglesias autónomas que tienden a ser autocéfalas (Hungrí­a, Japón). El monasterio del monte Athos («montaña sagrada»), desde el año 961, recoge una herencia espiritual común (ver textos de Filocalia, 1782).

Comunión de fe y sacramentos

La comunión de fe y de sacramentos, especialmente en torno a la Eucaristí­a, mirando hacia la figura de Marí­a, ha sido casi constante desde los inicios, salvo la tensiones, rupturas y malentendidos debidos principalmente a la diversidad de culturas y de expresiones diversas de la misma fe, que dieron lugar a una exposición teológica distinta. Pero «todo este patrimonio espiritual y litúrgico, disciplinar y teológico, en sus diversas tradiciones, pertenece a la plena catolicidad y apostolicidad de la Iglesia» (UR 17).

De todos los ritos y tradiciones orientales hay comunidades unidas desde hace siglos al sucesor de Pedro («uniatas»). Pero hay ritos y comunidades orientales que propiamente no habí­an roto la comunión con Roma, como la Iglesia «maronita» o de San Marón en el Lí­bano, de tradición sirí­aca, que es patriarcado autónomo desde el siglo VIII. El código de los cánones de las Iglesias Orientales (1990) traza las lí­neas prácticas, por las que se conservan todos los valores y autonomí­as de los ritos respectivos, dentro de la comunión con el Obispo de Roma, sucesor de Pedro. Especialmente se respeta la estructura sinodal de gobierno y de elección episcopal (que el Papa rarifica) en las Iglesias patriarcales.

Martirio y misión común

No hay que olvidar que muchas Iglesias orientales han tenido grandes persecuciones, viven en paí­ses de mayorí­a musulmana o también en la diáspora (especialmente en toda América). Se han eliminado las excomuniones mutuas entre la Iglesia de Roma y las Iglesias orientales, y se han creado comisiones mixtas para estudiar los pasos hacia la unión definitiva y plena. «El valiente testimonio de tantos mártires de nuestro siglo, pertenecientes también a otras Iglesias y Comunidades eclesiales… son la prueba más significativa de que cada elemento de división se puede trascender y superar en la entrega total de uno mismo a la causa del Evangelio» (UUS 1). «Es necesaria una sosegada y limpia mirada a la verdad, vivificada por la misericordia divina, capaz de liberar los espí­ritus y suscitar en cada uno una renovada disponibilidad, precisamente para anunciar el Evangelio a los hombres de todo pueblo y nación» (UUS 2).

Referencias Catolicidad de la Iglesia, diálogo ecuménico, ecumenismo, Iglesia comunión, Iglesia particular, imágenes (iconos), martirio, unidad de la Iglesia.

Lectura de documentos OE; UR 14-17; UUS; OL.

Bibliografí­a K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas (Madrid, Rialp, 1964); I.H. DALAMIS, Las liturgias orientales (Andorra, Casall i Vall, 1960); R. ETTELDORF, La Iglesia católica en el Oriente medio (Madrid, FAX, 1962); J. MEYENDORFF, La Iglesia ortodoxa ayer y hoy (Bilbao, Desclée, 1969); J. SANCHEZ VAQUERO, El Oriente próximo y la unidad cristiana (Barcelona 1962); A. SANTOS HERNANDEZ, Iglesias de Oriente (Santander, Sal Terrae, 1969); B. SCHULTZE, Iglesias orientales, en Sacramenum Mundi III, 807-833; T. SPIDLIK, Oriente cristiano, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 1407-1421; C.De F. VEGA, Las Iglesias orientales católicas (Madrid, San Pablo, 1997).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

1. Concepto, origen, división
Al hablar de I. o., tomamos como base la imagen geográfica del mundo antiguo y entendemos por tales aquellas Iglesias que se fundaron en el oriente del imperio romano. Como el sol sale por oriente, así­ la buena nueva (evangelio) viene de oriente, de Palestina: «Seréis testigos mí­os en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra» (Act 1, 8). Las primeras Iglesias fueron fundadas en Jerusalén y desde Jerusalén: en Samaria, Antioquí­a, Chipre, Asia Menor, Grecia, Creta, Siria, Persia, Egipto, Armenia, Etiopí­a, Georgia, la India y, más tarde, en los paí­ses eslavos. Luego es importante para comprender la separación de oriente y occidente el hecho de que, a la muerte de Teodosio 1 (395), el imperio romano se dividió en imperio oriental y occidental (occidente). La lí­nea fronteriza corrí­a entre Italia y Grecia. Según eso, entendemos por I. o. las que nacieron en el imperio de oriente y en dependencia de las Iglesias del imperio de oriente. En las Iglesias de oriente se formó muy pronto una gradación jerárquica en patriarcados dentro del imperio y en «catolicados» fuera del mismo (en Persia, Armenia, Georgia). Como sede del emperador, Constantinopla trabajó desde el siglo lv por ocupar el primer lugar entre los patriarcados de oriente (Alejandrí­a, Antioquí­a y más tarde Jerusalén).

II. Unidad y variedad
Cristo envió a los apóstoles para enseñar a todos los pueblos, bautizarlos y predicarles lo que él les habí­a mandado (Mt 28, 19ss). De este triple mandato resulta, por un lado, la esencial unidad del evangelio en oriente y occidente con relación a la doctrina, al sacrificio, a los sacramentos, y a la estructura esencial de la Iglesia fundada sobre Pedro y los apóstoles y sobre sus sucesores; y, por otro lado, la variedad y diferencia: 1) en la manera de presentar la doctrina una (sinópticos, Juan, Pablo, padres griegos, latinos y sirios); 2) en las ricas liturgias de oriente y occidente en cuanto al sacrificio, los sacramentos y las bendiciones; y 3) en la legislación y administración. La variedad, que tiene su fundamento en la naturaleza de los distintos pueblos, sólo por la separación de la Iglesia universal y de su magisterio pudo venir a ser un obstáculo para la unidad. La diversidad en la doctrina sólo daña a la unidad cuando se aparta de la verdad revelada o niega un dogma. Con toda razón existen también diferencias de rito, ora se entienda éste en sentido estricto como uso litúrgico en la celebración de la eucaristí­a, en la administración de los sacramentos, en el ayuno, etc., ora en sentido lato (jurí­dica mente), como costumbres, leyes, o la disciplina de una determinada Iglesia oriental con inclusión del rito en sentido estricto (cf. CIC can. 98). Como en muchos casos diversas Iglesias orientales – católicas y no católicas – practican el mismo rito litúrgico y, a la inversa, sujetos del mismo pueblo pertenecen a ritos distintos, hay que distinguir entre los distintos ritos litúrgicos orientales y las distintas Iglesias o comunidades orientales.

II. Escisiones y uniones
De importancia decisiva para la evolución de las I. o. son los tres grandes cismas que fueron provocados por el nestorianismo, el monofisismo y las controversias entre la antigua y la nueva Roma, es decir, entre Roma y -> Bizancio o Constantinopla. Por eso representan hitos decisivos los concilios ecuménicos de Efeso (431) y Calcedonia (451), así­ como el año 1054, en el que se fecha ordinariamente la rotura definitiva entre la Roma de oriente y la de occidente (-> cisma oriental). A la historia de las separaciones corresponde la historia de los esfuerzos ro manos por la unión y de las uniones, que se prolonga durante siglos. Duradera fue la unión de los maronitas (1181). Las uniones de los concilios de Lyón (1274) y de Florencia (1438-39 [-1445]) con los griegos y otros orientales no tuvieron consistencia. Las uniones mayores en la edad moderna son las de Brest-Litovsk (1595) con los rutenos (ucranianos y rusos blancos) y la de Alba Julia (1697) con los rumanos de Transilvania. Hay grupos menores de albaneses unidos desde la segunda mitad del siglo xv en el sur de Italia, de servios unidos en Croacia desde fines del siglo xvr, y desde más tarde, también grupos de búlgaros y griegos unidos en Bulgaria y Grecia. Mayor éxito tuvieron en el próximo oriente asiático y africano los trabajos por la unión de religiosos latinos bajo la protección de potencias occidentales, particularmente de Francia. Uno de cada cuatro cristianos es allí­ católico. Sin embargo, hubo aquí­ altibajos de unión y separación. Son importantes las uniones de los caldeos, sirios, melquitas, armenios y coptos. En la India los portugueses trabajaron por la unión de los cristianos malabares (Diamper 1599). Desde 1930 numerosos cristianos malabares aceptaron allí­ la unión.

IV. Las Iglesias orientales según ritos y comunidades
Pueden distinguirse cinco ritos orientales: el alejandrino (entre coptos y etí­opes); el antioqueno (entre sirios occidentales, maronitas, cristianos malancares); el caldeo (entre siro-caldeos y cristianos malabares); el armenio y el bizantino, que es el más ramificado (entre los griegos, melquitas y eslavos: búlgaros, rusos, servios; entre los rutenos, ucranianos y antiguos creyentes rusos; además entre los rumanos, georgianos, albaneses, húngaros, japoneses, chinos y africanos de Uganda; en Italia, en el monasterio de Grottaferrata cerca de Roma y entre los í­talo-albaneses). Los ritos orientales se distinguen por su venerable antigüedad, por el esplendor y magnificencia de las ceremonias y por su profunda piedad.

A menudo se habla de la Iglesia oriental con poca exactitud. En realidad, las Iglesias locales de oriente o las comunidades eclesiales orientales no forman en su conjunto una unidad. Se dividen en cinco grupos más o menos unidos entre sí­: nestorianos, monofisitas, ortodoxos, Iglesias unidas con la católica y protestantes. Del grupo en tiempos numeroso de los nestorianos, que en la alta edad media penetraron hasta la India, China y Mongolia, sólo han quedado en números redondos 70 000, principalmente en el Irak, y en la India unos 5000. Mucho más fuerte es el grupo de los monofisitas (en conjunto, unos 14 millones), los enemigos de la definición de Calcedonia, llamados por eso recientemente «ortodoxos no calcedónicos»; a ellos pertenecen los coptos y etí­opes, los sirios occidentales (en gran parte en la India) y los armenios. El grupo más fuerte de los cristianos orientales es el de los ortodoxos. A él pertenecen los antiguos patriarcados de Constantinopla, Alejandrí­a, Antioquí­a y Jerusalén (entre todos, tal vez dos millones). Numéricamente, las Iglesias ortodoxas más fuertes son las de Grecia (8 millones) y, en los paí­ses comunistas (en cuanto puede decirse algo seguro, las de Rusia, Rumania, Yugoslavia y Bulgaria (en total, quizá 80 millones). El número de rusos emigrados (que se reparten en cuatro comunidades eclesiales: la Iglesia patriarcal moscovita, la jerarquí­a de Parí­s y dos jerarquí­as con sede en los Estados Unidos puede alcanzar el millón. En general, en todo rito oriental hay un grupo católico. Cerradamente católicos son los maronitas, í­talo-albaneses, eslovacos y cristianos malabares, mientras que los georgianos, estonios, letones, finlandeses, japoneses y chinos no tienen contrapartida católica. Además, en los distintos paí­ses, cristianos orientales se han pasado al protestantismo (los marthomitas en la India; nestorianos que en Estados Unidos se hicieron presbiterianos y ucranianos que en el Canadá se hicieron presbiterianos). En el próximo oriente hay misiones protestantes. Numerosos son los patriarcados de las Iglesias separadas de Roma. Además de los ya mencionados, el de los coptos y (desde 1959) el de los etí­opes, el de los monofisitas de Antioquí­a (jacobitas; los jacobitas de la India tienen un «catolicado») y el de los nestorianos; dos «catolicados» y dos patriarcados de los armenios; un «catolicado» de los georgianos ortodoxos; de fecha reciente son entre los ortodoxos los patriarcados de Rusia, Servia, Rumania y Bulgaria; son autocéfalas las Iglesias ortodoxas de Grecia (a su cabeza está el arzobispado de Atenas), Chipre, Albania, Polonia y Checoslovaquia. Para los cristianos orientales católicos hay seis patriarcados (copto, sirio, maronita, melquita, armenio y caldeo) y un archiepiscopus mayor, con derechos de patriarca, el de los ucranianos. La Iglesia católica etiópica, los cristianos malabares, los católicos rumanos y los ucranianos están gobernados por metropolitas. Los demás cristianos católicos orientales están sometidos directamente a la sede apostólica (excepto los dos grupos de Yugoslavia y Hungrí­a, que son sufragáneos de un obispo latino).

Los ortodoxos. Las Iglesias de rito bizantino reciben distintos nombres: «Iglesia ortodoxa de oriente», «Iglesia ortodoxa» o simplemente «Iglesia oriental», «Iglesia de los siete concilios ecuménicos», o, según sus principales representantes, «Iglesia bizantino-eslava» o «Iglesia greco-eslava». Esta gran Iglesia de oriente, que está hoy dí­a extendida por toda la tierra, no forma – como tampoco la Iglesia monofisita – una estricta unidad, sino que se compone de muchas Iglesias nacionales particulares. Se divide en patriarcados y, más tarde, en las llamadas autocefalí­as. Es decir, consta de Iglesias lo cales y nacionales, cada una de las cuales tiene su propia cabeza y es autónoma. Algunas Iglesias ortodoxas autónomas están en la mayor oposición entre sí­ (p. ej., la Iglesia rusa de emigrados, con sede originaria en Karlowitz y luego en Munich y Nueva York, en su relación con la Iglesia patriarcal de Moscú; los viejos creyentes rusos en relación con la Iglesia principal rusa).

V. Evolución doctrinal en oriente
Con la división exterior de las I. o. va unida de la manera más estrecha la evolución doctrinal interna. Después de la era patrí­stica, que normalmente se considera cerrada con Juan Damasceno (j hacia el 750), o bien después-de las controversias trinitarias y cristológicas (especialmente el -> arrianismo, el -> nestorismo, el -> monofisismo y el -> monotelismo), o también después de los siete concilios ecuménicos (desde el primer concilio de Nicea hasta el segundo: 325-787), se inicia en el siglo IX la conversión de los eslavos. En el mismo siglo, por el cisma temporal bajo el patriarca Focio, se anuncia ya la separación entre el oriente y occidente cristiano que, desde mediados del siglo xr, persiste hasta el presente. La historia del oriente cristiano no puede entenderse luego sin tener en cuenta la dominación de los árabes, mongoles y turcos, y las cruzadas occidentales contra el islam. En esta época acaece la lamentable conquista de Bizancio por los cruzados (1204) y la erección del imperio latino de Constantinopla (1204-61). Otra ruptura profunda en la historia eclesiástica de la ortodoxia fue la conquista de Constantinopla por los turcos (1453), que puso fin al imperio ortodoxo de Bizancio. En el siglo xix se da el movimiento contrario, es decir, la liberación de la pení­nsula de los Balcanes del dominio turco.

VI. Sí­ntesis de la historia de la teologí­a bizantina y eslava
Como la separación de Roma del oriente ortodoxo influyó notablemente en la doctrina, el comienzo de la teologí­a ortodoxa puede ponerse hacia mediados del siglo xi. Pero la historia de la teologí­a bizantina, como continuación de la patrí­stica griega, comienza ya antes. Sus perí­odos principales pueden fijarse como sigue: 730-850: perí­odo iconoclasta; 850-1050: perí­odo de Focio hasta Cerulario, es decir, comienzo de la controversia sobre la procesión del Espí­ritu Santo; 1050-1200: perí­odo desde Cerulario hasta el imperio latino de Constantinopla; 1200-1330: perí­odo entre la conquista de Constantinopla por los cruzados y el comienzo del palamismo; 1330-1453: perí­odo del palamismo hasta la conquista de Constantinopla por los turcos. Desde este perí­odo el centro de gravedad de la ortodoxia se desplaza de Constantinopla, pasando por Kiev, hacia Moscú y Petersburgo. Grecia y los paí­ses balcánicos no se recuperan hasta su liberación. En el historia de la teologí­a ortodoxa eslava pueden distinguirse los siguientes perí­odos: desde los comienzos en Bulgaria (siglos ix-x) y en el reino de Kiev (siglos x-xi) hasta el fin de la unión florentina; perí­odo después de la re forma protestante; edad de oro de la escuela de Kiev (fines del siglo xvii y comienzos del xviii); nacimiento del gran cisma ruso, del raskol (por el mismo tiempo aproximadamente); supresión del patriarcado y erección en su lugar del santo sí­nodo por Pedro el Grande (1721); desde la reforma antiprotestante en Rusia (1836) hasta la revolución comunista de 1917; y hacia el mismo tiempo: desde el nacimiento de la teologí­a eslavófila hasta la actualidad. La revolución de 1917 permitió a la Iglesia rusa la restauración del patriarcado en el concilio pan-ruso de 1917-18, pero inició también la era de opresión y persecución, que eludieron numerosos teólogos ortodoxos por la emigración, para fundar en el extranjero centros de teologí­a ortodoxa, entre los que descuellan el instituto teológico ortodoxo de san Sergio en Parí­s y el seminario ortodoxo de san Vladimiro en Nueva York.

En la teologí­a bizantina se impuso desde siempre el influjo de la filosofí­a, señaladamente de Platón, Aristóteles, Plotino, etc.; sin embargo, apenas cabe distinguir en ella distintas escuelas al estilo de occidente. Una influencia escolástica occidental no puede comprobarse hasta el siglo xiv. En la teologí­a ortodoxa postridentina predomina la influencia católica, lo mismo que en la es cuela de Kiev, pero el influjo protestante aparece fuerte en la escuela de Teófanes Prokopovich, que ayudó a Pedro el Grande en la reforma eclesiástica. Desde la reforma del alto procurador del santo sí­nodo ruso, Protasov, el año 1836, predomina en la teologí­a rusa la influencia católica; pero en la teologí­a de Alejo Komyakov prevalece la protestante. La teologí­a bizantina habí­a alcanzado un postrer punto culminante en el palamismo, cuya sí­ntesis universal aparece no tanto en la doctrina sobre la esencia de Dios y sus energí­as, cuanto en la mariologí­a. El último teólogo de talla, también palamista, fue Jorge Scholarius, que intentó una sí­ntesis de teologí­a bizantina y escolástica. En los siglos xvi y xvii trató luego la ortodoxia de defenderse contra la penetración de ideas protestantes aprovechando doctrinas tomadas del catolicismo o de la escolástica. Así­ se ve ya en las tres respuestas del patriarca Jeremí­as II a los teólogos protestantes de Tubinga (1576-1579, 1581), así­ como en la condenación de la confesión del patriarca de Constantinopla Cirilo Lucar (+ 1638), en la que habí­an penetrado doctrinas calvinistas, hecha por el patriarca Cirilo Contarenus; y se ve sobre todo en el hecho de que el concilio de Jassy (1642) confirmó el credo ortodoxo de Pedro Mogila y el de Jerusalén (1672) confirmó la profesión de fe del patriarca de Jerusalén, Dositeo. En la confessio de Dositeo se ha visto recientemente el cénit de la aproximación doctrinal de la ortodoxia al catolicismo. También el notable teólogo ortodoxo Gabriel Severo (1541-1616) se puso en la lucha de lado católico. En la escuela teológica de Kiev desde fines del siglo xvii entró incluso el método escolástico. En esta escuela, fundada el año 1631 por Pedro Mogila (1596-1646), se introdujeron como disciplinas la filosofí­a en 1685 y la teologí­a en 1690; en 1701 la escuela pasó a ser academia eclesiástica.

Durante los primeros siglos después de la conversión de los eslavos en Bulgaria, en Servia y en el reino de Kiev y luego en el moscovita, la literatura teológica, en la medida que se conserva, delata influencia griega – en Moscovia todaví­a bajo Máximo el Griego (t 1556), al que se ha llamado «el primer iluminador de los rusos» -; pero más adelante cobró tal importancia la academia de Kiev, que fue frecuentada no sólo por rutenos, es decir, ucranianos y rusos blancos, sino también por moscovitas, griegos, rumanos, búlgaros y servios. Allí­ era indiscutida la autoridad de Tomás de Aquino, cuya Summa theologica se empleaba generalmente a través de los comentarios de los jesuitas Gregorio de Valencia, Suárez, Hurtado, Arriaga y de Lugo. A menudo se apelaba también a otros teólogos católicos, sobre todo a Belarmino, de quien depende también la célebre obra Kamin Very (Piedra angular de la fe), dirigida contra el protestantismo, de Esteban Javorsky, oriundo de la Rusia del sur. Javorsky (1658-1722) habí­a estudiado en Kiev y con los jesuitas, y en 1700 fue nombrado por Pedro el Grande administrador del patriarcado. La publicación de su obra principal tropezó con grandes dificultades. Sobre la justificación, el mérito y las buenas obras, la forma de la eucaristí­a, el purgatorio y el canon de la sagrada Escritura enseñaba de acuerdo con la teologí­a católica. Lo mismo enseñaba la escuela de Kiev, que sostení­a incluso la concepción inmaculada de Marí­a, pero no apelando a la teologí­a católica, sino a la tradición y la liturgia bizantino-eslávicas.

La lucha contra la Petra fidei de Javorsky partió del consejero de Pedro el Grande, Teófanes Prokopovich (1681-1736), que fue arzobispo de Novgorod a la muerte de Pedro. A él se debió la entrada de la teologí­a protestante en el imperio moscovita. Nacido en Kiev, se hizo católico en sus años juveniles, fue monje basiliano y estudió en Roma. De retorno a su patria volvió a la fe de sus padres, enseñó en la academia de Kiev y llegó a ser su rector. En 1716 fue llamado por Pedro a Petersburgo. Desde 1759 aproximadamente se hizo sentir su influencia en los manuales rusos de dogmática. Teófanes pasa por fundador de la teologí­a sistemática en Rusia. El fue el primero que separó allí­ la teologí­a dogmática de la moral. Teófanes in tentó también enlazar entre sí­ los distintos tratados de la teologí­a. Samuel Mislavsky (1782) tomó más tarde a su cargo completar su dogmática. De propia mano Prokopovich sólo escribió el tratado, fuertemente influido por la doctrina de Lutero, sobre la justificación gratuita del pecador por Cristo. Sin embargo, ya antes de Prokopovich habí­an penetrado doctrinas luteranas en escritos de teólogos griegos (p. ej., en el catecismo de Zacarí­as Gerganos y en la confesión de Metrofanes Kritopulos). Pero en el ámbito de Bizancio no se impuso la influencia protestante, que se nota en Prokopovich en la doctrina sobre la Escritura como única norma de fe, en la fijación del canon del AT, en la eclesiologí­a y en la doctrina de la justificación. El último representante de la teologí­a de Prokopovich fue el célebre metropolita de Moscú, Filareto Drozdov (1782-1867), como se pone de manifiesto, entre otras cosas, por las primeras ediciones de su catecismo.

En el año 1836 se produjo un cambio por obra del conde Protasov, que fue durante 15 años discí­pulo de los jesuitas y se inclinaba en cierto modo a los latinos. Protasov ayudó a que cobraran nuevo prestigio los escritos simbólicos de Pedro Mogila y de Dositeo y la obra de Esteban Javorsky, fomentó los estudios patrí­sticos e introdujo la patrologí­a como asignatura. Como fruto de la reforma de Protasov se compusieron en lengua rusa aquellas dogmáticas escolásticas que permanecieron en uso hasta la revolución de 1917 y todaví­a son manejadas por los estudiantes de teologí­a de la Iglesia patriarcal rusa. Filareto se vio forzado a revisar su catecismo, que en 1839 apareció en tercera edición y posteriormente ha vuelto a imprimirse muchas veces. Protasov trató de apoyar sus medidas en decretos imperiales, pero no tuvo éxito completo.

Continuando la lí­nea de Prokopovich, en polémica con el idealismo alemán y también bajo su influjo (señaladamente de Schelling y Hegel), pero inspirada también por la antigua tradición oriental patrí­stica y ascética, surgió ahora la cada vez más influente filosofí­a y teologí­a eslavófila; su primera cabeza filosófica fue Iván Kireyevsky (1806-56), y la primera cabeza teológica fue su amigo Alejo Stepanovich Komyakov (1804-60). A los eslavófilos perteneció también originariamente Vladimiro Soloviev (1853-1900), el filósofo y teólogo laico ruso más importante, que, sin embargo, se fue apartando cada vez más, en puntos esenciales, de las tesis teológicas del eslavofilismo, hasta que, en 1896, aceptó en bloque el credo católico. Komyakov, cuyo influjo se extiende sobre todo a la eclesiologí­a de la mayorí­a de los teólogos ortodoxos rusos, ha influido precisamente sobre la nueva teologí­a rusa independiente. Siguiéronle algunos representantes de la tea logia oficial (como E. Akvinolov y P. Svetlov), pero particularmente los teólogos más conocidos de la emigración rusa (L. Karsavin [que murió, sin embargo, como católico], V. Zenkovsky, S. Bulgakov, G. Florovsky y N. Berdyaev, el filósofo internacional mente conocido). Karsavin, Bulgakov y Berdyaev estuvieron además bajo la influencia de Soloviev, al que se remonta también la doctrina rusa de la sophia (sabidurí­a), cuyos principales representantes vinieron a ser luego P. Florensky y S. Bulgakov; fueron también secuaces suyos L. Karsavin, S. y E. Trubeckoy y V. Ivanov. Importantes para orientarse en la noví­sima teologí­a ortodoxa son las actas del primer congreso de teologí­a ortodoxa (Atenas, noviembre-diciembre de 1936), la controversia entre Constantinopla y Moscú sobre la preeminencia dentro de la ortodoxia, los esfuerzos de ésta por lograr unidad interior y exterior (así­ con ocasión de los congresos panortodoxos de Rodas y de Belgrado en 1966), y la relación de la ortodoxia con el movimiento ecuménico y con el consejo mundial de las Iglesias, con el Vaticano II y con la Iglesia católica..

VII. Lo que une y lo que separa en la doctrina de oriente y occidente
La historia de las I. o. y su relación con la Iglesia católica van ligadas de la manera más estrecha con las controversias dogmáticas y litúrgicas que originaron la separación o que, después de ella, fueron discutidas durante siglos. Hay que notar en primer lugar que entre la doctrina católica y la ortodoxa – y, más o menos, la de los otros orientales – reina en gran parte armoní­a. Lo mismo hay que decir de la liturgia y de los sacramentos, así­ como de la piedad. Todos los teólogos orientales – con pocas excepciones – toman la verdad revelada no sólo de la sagrada Escritura, sino también de la tradición oral. Por lo general al principio de la sola Scriptura contraponen el de la «Escritura en la Iglesia». Todos consideran la Escritura y la tradición como unidas entre sí­ y como una unidad. Diferencias de opinión se dan acerca de la extensión de la tradición oral. Algunos teólogos restringen la tradición oral a la explicación de la Escritura. Otros insisten más en una tradición oral independiente. Todos los teólogos ortodoxos tienen por inspirados los libros sagrados. Los teólogos ortodoxos coinciden con la tradición católica en la fijación del canon neotestamentario; pero en la determinación del canon veterotestamentario, desde el siglo xvii difieren en parte rusos, rumanos y servios, y los griegos vacilan respecto de los escritos llamados deuterocanónicos. Los griegos sólo en los LXX ven una traducción auténtica del Antiguo Testamento. Fuente de la tradición para los ortodoxos son sobre todo los antiguos sí­mbolos de la fe, en primer lugar el niceno-constantinopolitano y el pseudo-atanasiano en su traducción griega. Añádense las decisiones de los siete concilios ecuménicos (a veces ocho, incluyendo el celebrado bajo Focio en los años 879-880), más los decretos del Trullanum, que completa los dos concilios de Constantinopla (553 y 680-681). Fundamentales para la doctrina ortodoxa son también los escritos de los santos padres, entre los que son preferidos Atanasio, los tres -> capadocios, Juan Crisóstomo, el Pseudo-Areopagita y Máximo el Confesor. Juan Damasceno es ya menos citado, y de los latinos casi sólo se cita a los papas León I y Gregorio I. La razón es la recí­proca ignorancia de la lengua latina y de la griega respectivamente. Por primera vez en la teologí­a bizantina del siglo xiv y luego en los teólogos de Kiev aparecen citas más frecuentes de los padres latinos. En la época posterior a la reforma protestante sirven de sí­mbolos de fe las confesiones cuya autoridad se mantuvo durante dos siglos, mientras que en los últimos tiempos se multiplican las voces crí­ticas, que reprochan particularmente a las confesiones de Mogila y Dositeo su excesiva dependencia de la doctrina católica.

Sin género de duda hay diferencias de mentalidad y espí­ritu entre el oriente ortodoxo y el occidente católico. Hay, sin embargo, muchas cosas que los unen. No habrí­a que exagerar en la exposición de las diferencias; pero donde se dan en materia de fe habrí­a que confesarlas lealmente y no tratar de taparlas piadosamente. No puede demostrarse la tesis sostenida por V. Lossky de que todas las diferencias existentes en la vida espiritual de oriente y occidente se reducen a la doctrina sobre la procesión del Espí­ritu Santo, bien del Padre solo, o bien del Padre y del Hijo. De ordinario, todo el mundo está de acuerdo en oriente y occidente en que la razón principal del cisma está en el reconocimiento o la negación del primado romano. Aparte del Filioque y de su inserción en el sí­mbolo de la fe, Focio enumera (en su encí­clica a los arzobispos de oriente [867], en la mistagogia del Espí­ritu Santo y en otras partes) como puntos de controversia el primado del obispo de Roma, el ayuno de los latinos el sábado, la ingestión de lacticinios durante la primera semana de cuaresma, el celibato de los sacerdotes y la exclusiva facultad de los obispos para administrar la confirmación. En el siglo xi, al tiempo del cisma definitivo, la lista de los errores latinos se hace considerablemente más larga. Miguel Cerulario enumera 22 de tales errores, ante todo el uso de pan ácimo para la celebración de la eucaristí­a. Pero muchas de estas acusaciones no afectan para nada a la fe, sino únicamente a la disciplina (como el afeitarse la barba, el anillo de los obispos latinos, etc.), según lo advirtió ya entonces Teofilacto, arzobispo de Bulgaria. Del siglo xii al xv el número de errores latinos fue subiendo a más de sesenta. Añadióse la controversia sobre el purgatorio y la forma de la eucaristí­a. El concilio de unión de Florencia (Dz 691-694) resolvió las cinco cuestiones discutidas: 1. El Espí­ritu Santo procede «del Padre y del Hijo» o «del Padre a través del Hijo». 2. La adición del Filioque en el credo está justificada. 3. La eucaristí­a puede consagrarse válidamente ya con pan ácimo ya con pan fermentado, según el uso occidental o el oriental. 4. Entre el cielo y el infierno hay penas de purificación para los pecadores que han muerto arrepentidos. 5. El obispo de Roma, como sucesor de Pedro, posee primado universal en la Iglesia. Máximo el Griego (

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica