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MODALISMO

MODALISMO

Herejí­a antigua. Los orí­genes del modalismo se encuentran en Asia Menor y se extendió hasta ífrica del Norte y Roma. Entre sus promotores estuvieron Noeto y Práxeas en el siglo III d.C. El principal teólogo de esta escuela fue Sabelio (® SABELIANISMO). Según la doctrina, las tres personas de la santí­sima Trinidad son únicamente manifestaciones o modalidades de Dios. (® PATRIPASIANISMO; MONARQUIANISMO.)

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

Con la expresión «modalismo» se califica a la doctrina trinitaria que se afirmó en el siglo 11, según la cual el único Dios se nos manifiesta de » modos » diversos: como Padre, como Hijo y como Espí­ritu Santo, Esta orientación de pensamiento encontró una amplia difusión incluso en los ambientes oficiales, ya que protegí­a al mismo tiempo la unidad de Dios y la divinidad de Cristo. Los modalistas creí­an que podí­an salvar la unidad de Dios solamente rechazando una verdadera distinción entre el Padre y el Hijo.

Sirvió para allanar el camino a esta concepción la falta de distinción entre los conceptos de naturaleza y de persona, pero también el hecho de que el tí­tulo de «Padre», antes de convertirse en el nombre «propio» de una persona divina (el Padre de Jesucristo), en el lenguaje religioso común y dentro del cristianismo del siglo 11 constituí­a un sinónimo de «Dios», atributo de la naturaleza divina.

Fue Noeto de Esmirna el que difundió el pensamiento modalista (final del siglo u). Para él, «Cristo es el Padre: el Padre es el que se encarnó, sufrió y murió» (Hipólito, Contra Noetum 1).

Con esta concepción modalista o patripasiana (el Padre que sufre) se unió una cristologí­a de tipo pneumático, que distinguí­a entre Jesús (Hijo) y Cristo (Padrel. Como nos confirma Tertuliano en el Adversus Praxeam (27, 1), los modalistas «distinguen ciertamente, aunque siempre dentro de una única persona, al uno y al otro, al Padre y al Hijo’ diciendo que el Hijo es la carne, o sea, el hombre, o sea Jesús: mientras que el Padre es el Espí­ritu, o sea Dios, o sea Cristo». Se trataba evidentemente de una distinción de naturaleza, no de persona.

Noeto fue condenado por los presbí­teros de la ciudad de Esmirna, pero encontró un discí­pulo, Epí­gono, que propagó su doctrina en Roma. Por su parte Tertuliano, en su Adversus Praxeam (por el año 213), combatió el modalismo de este personaje desconocido llegando a precisar con claridad unos términos y ~ unos conceptos que adquirió de esta manera la especulación teológica occidental («persona)», «substantia», «trinitas»…).

L. Padovese

Bibl.: S. del Cura Elena, Modalismo, en DCDT 916-922: M. Simonetti, Praxeas, en DPAC, 11, 1828: J M. Rovira Belloso, La humanidad de Dios, Secretariado Trinitario, Salamanca 1986: A, Orbe, Introducción a la teologí­a de los siglos 11 y III Sí­gueme, Salamanca 1988.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

1. Se entiende por m. en la teologí­a actual (desde el siglo xix, siguiendo tal vez la filosofí­a de B. Spinoza) aquella doctrina que, en la cuestión de la relación trinitaria e histórico-salví­fica entre el Padre y el Hijo, funda la divinidad de éste (comoquiera que se la describa más precisamente) en una potencia que no se distingue realmente sino sólo virtualmente del Padre, y así­ (contra todas las teologí­as del Logos) no entiende a Jesús mismo como Dios, sino sólo como «manifestación» de lo divino.

2. En la historia de los dogmas el m. aparece por vez primera a comienzos del siglo III (entre 180 y 260 d.C.) en Asia Menor y Roma, como forma del monarquianismo. Surge en conexión con la -> gnosis sobre el fondo de una creciente tendencia general a un monoteí­smo abstracto, en un tiempo que asiste, filosóficamente, al comienzo del -> neoplatonismo (hacia 210-242 d.C.), religiosamente (180-235 d.C.) al comienzo de un monoteí­smo solar y, polí­ticamente, a la creciente implantación del culto imperial (Aureliano) al soberano reinante como el exponente («carismáticamente») privilegiado del universal poder divino. Apoyada en el viejo credo, probablemente bajo el influjo del monoteí­smo judí­o y, en parte, por reacción antignóstica (contra la teologí­a del Logos), la teologí­a cristiana por primera vez ahora se halla explí­citamente ante el problema de ver la unicidad de Dios [Dz 52) y la divinidad del Hijo [Dz 48]) en su recí­proca compatibilidad.

El monarquianismo (en su forma adopcianista o dinámica de Teodoto el viejo, Teodoto el Joven y Pablo de Samosata) resuelve la cuestión considerando a Jesús como «mero» hombre, que, si bien nació de Marí­a virgen, sin embargo sólo posteriormente (en el bautismo) fue dotado de virtud divina y por tanto (así­ Teodoto el Viejo) no puede ser tenido por theós. Pablo de Samosata dice más explí­citamente que esta fuerza divina es un atributo divino impersonal, que entra en una unión dinámica, esencialmente externa con Jesús. El término ómooúsios ha de significar la identidad del Logos con la primera persona divina y no debe conducir a ninguna diferencia «personal» en la absoluta µovapxí­a de Dios.

A diferencia de este modo de ver – que parte del Jesús concreto y pone el acento en su conexión externa con Dios -, pero manteniéndose dentro de la misma aporí­a, el m. (como monarquianismo modalista en Noeto, Práxeas y Sabelio) desarrolla su posición a partir de la monarquí­a divina y, acentuando la actividad de Dios, lo pone en una relación interna con la historia. Noeto y Práxeas afirman por su lado que entre la persona del Padre y el Hijo (o su divinidad) no hay diferencia alguna y puede, por tanto, decirse que el Padre mismo se hizo hombre y padeció en la cruz (de ahí­ el nombre de patripasianismo). Sabelio prosigue esta idea – bajo el aspecto historico-salví­fico- diciendo que Dios se manifestó de distintos modos, como Padre en la creación, como Hijo en la encarnación y (aquí­ va más lejos que Noeto) como Espí­ritu en la santificación. A estos diversos modos de manifestarse (prosópa) no corresponde en Dios mismo (que es uiopater) ninguna diferencia real: la diferencia del Padre respecto del Hijo es la que se da entre aquél y su manifestación, pero no es una realidad que se halle dentro de la divinidad.

La teologí­a eclesiástica reaccionó vivamente contra esta doctrina (TERTULIANO, Adversus Praxean [PL 2, 175-220]; HIPí“LITO, Contra Noetum [PG 10, 803-830]; NovACIANO, De Trinitate [PL 3, 861-970]; ORIGENES, perí­ arjón [PG 11, 115-414]). Ví­ctor I excomulgó a Teodoto el Viejo y condenó su monarquianismo (EusEBIO, Hist. Eccl. v 28). Sabelio (¿favorecido por Zeferino?) fue excomulgado por Calixto I: Dz 42a). El concilio de Antioquí­a del año 268 condenó a Pablo de Samosata (EusEBIO, Hist. Eccl. vii 30). Dionisio de Roma, en su carta a Dionisio de Alejandrí­a, rechaza el sabelianismo, pero combate ya el triteí­smo (Dz 48ss) y, lo mismo que antes Calixto frente a Hipólito, rechaza la argumentación marcadamente subordinacianista. En esta época el uso de los términos es muy confuso. Palabras como hipóstasis y omoousios, tan importantes para la ortodoxia posterior, son empleadas para caracterizar la posición heterodoxa de un triteí­smo o de un modalismo; y Dionisio describe el logos y la sofí­a como dunameis tou theou (Dz 49), fórmula un tanto ambigua para los alejandrinos.

Sin embargo, ya aquí­ se dibuja el frente de la futura polémica ( -> Trinidad, -> cristologí­a). Desde ahora, m. y subordinacianismo (-3 arrianismo) forman los polos extremos de la lucha cristiana en torno a Dios. Una armonización precipitada de ambos infravalorarí­a el alcance de la problemática. A pesar de muchas condenaciones (Dz 85 60; DS 284; Dz 231 271 705), el m. (exagerado en su importancia por Hamack) se mantuvo tenazmente en occidente (priscilianistas, socinianos, Abelardo [ ? ]) y, a través de la filosofí­a idealista (Schleiermacher), ha penetrado también en la teologí­a actual (¿interpretación existencialista?), aquí­ constituye probablemente la tentación del pensamiento moderno.

3. Especulativamente con el m. se plantea el problema de la relación interna entre la Trinidad inmanente y la transcendente o, a la inversa, la cuestión de cómo se relaciona metafí­sicamente la historia de la -> salvación con Dios mismo. Lo decisivo no es aquí­ la yuxtaposición óntica de Dios y hombre, sino la profundidad de la diferencia en Dios mismo. Porque el m. atenúa demasiado esta diferencia, es herético en el plano trinitario, en el cristológico y en el soteriológico.

Pero si, por el contrario, la relación entre -> Dios y el mundo no ha de verse a manera de polos contrapuestos que se excluyen, sino en una interdependencia de condicionamiento interno, de manera que un «más» en Dios no disminuye sino que aumenta la subsistencia autónoma del hombre; entonces se sigue en consecuencia que, en la medida en que Dios se contrapone en sí­ mismo como distinto, lo diferente de él, el hombre, tiene que poder llegar a Dios (-> gracia y libertad). Por eso, cuanto más real es la diferencia interna de lo divino, tanto más real debe ser – en la inversión de la relación que acabamos de describir – la divinización del hombre..

De ahí­ que un «m. ortodoxo» ha de situarse en el misterio fundamental de la fe cristiana y ver su posición básica en la posibilidad de que Dios se comunique total y universalmente a sí­ mismo (la unidad crece aquí­ en la diferencia). La teologí­a más radical del Logos es simultáneamente la más radical cristologí­a y antropologí­a cristiana; y la historia de la salvación se piensa de la manera más escatológica cuando Dios mismo es su horizonte absoluto.

Y para la predicación esto significarí­a que el cristiano, en su trascendencia hacia el otro, lo alcanza en verdad a él mismo y no sólo en apariencia dentro de la dimensión de la salvación.

BIBLIOGRAFíA: G. Bardy: Monarchianisme: DThC X 21932209; M. Werner, Die Entstehung des christlichen Dogmas (T 1941); A. H. Armstrong, An Introduction to Ancient Philosophy (Lo 1947); B. L. Verhoeven, Studien over Tertullianus «adv. Prax.» (A 1948); H. de Riedmatten, Les Actes du procbs de Paul de Samosate (Fri 1952); J. A. Heyns, Die Grondstruktuur van die modalistiese Triniteitsbeskouing (Kampen 1953); H. Dörrte,’Tx6r.raetS. Wort- und Bedeutungsgeschichte (G5 1955); G. Xretschmar, Studien zur frühchristlichen Trinitätstheologie (T 1956); G. L. Prestige, God in Patristic Thought (Lo 1956); G. Aeby, Les missions divines, de saint Justin il Origine (Fri 1958); M. Harl, Origene et la fonction r6vélatrice du Verbe incarné (P 1958); J. Pépin, Mythe et Allégorie. Les origines grecques et les contestations judéo-chrétiennes (P 1958); Loofs 141-179; J. M. Dalmau. El «homousios» y el concilio de Antioquí­a de 268: MCom 34-35 (1960) 323-340; J. N. D. Kelly, Early Christian Doctrines (Lo 21960); C. Andresen, Zur Entstehung und Geschichte des trinitarischen Personbegriffs: ZNW 52 (1961) 1-39; P. Henry, The Christian Idea of God and its Development (Lo 1961); W. Mamis, Der Subordinatianismus (Mn 1963); Harnack DG I 425-496 697-796; Seeberg I 562 ss; L. Scheffcsyk, Lehramtliche Formulierungen und Dogmengeschichte der Trinität: MySal II 146-220; K. Rahner, Der dreifaltige Gott als transzendenter Urgrund der Heilsgeschichte: ibid. 317-401.

Elmar Klinger

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica