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POSITIVISMO

POSITIVISMO

Movimiento filosófico, desarrollado por Augusto Comte en el siglo XIX, que motivó la formación de grupos promotores de cierta actitud hacia la religión que trata de sustituir los templos por talleres y los sacerdotes por sabios.
Comte rechazaba toda metafí­sica. Según su criterio, la humanidad se ha desarrollado desde un estadio teológico primitivo (con fases fetichista, politeí­sta y monoteí­sta), hasta un estadio «positivo», después de pasar por una etapa «metafí­sica». Ya en el estadio positivo predomina la ciencia positiva y se abandona la especulación metafí­sica. Además, predominarí­an tres principios básicos: la libertad como medio, el orden como fundamento y el progreso como fin.
Algunas organizaciones semirreligiosas de énfasis positivista subsisten en algunas naciones, incluso en América Latina, sobre todo en Brasil.
En 1881, se constituyó la Iglesia Positivista del Brasil que profesaba una «religión de la humanidad», con templos en Rí­o de Janeiro y Porto Alegre.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

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Sistema filosófico y actitud existencial que intenta superar las meras consideraciones especulativas y apoyarse, para reflexionar y para vivir, en los hechos concretos e inmediatos. Se mira como iniciador a Augusto Comte (1798-1857), con su «Curso de Filosofí­a positiva» y hasta con su libro de tí­tulo curioso «Catecismo positivista». En esas obras indica que ha pasado el estado teológico (mitologí­as y religiones) de la humanidad, e incluso el jurí­dico (leyes y principios); y estamos ya en el positivo (hechos y productos).

Se apoyaba en ideas previas de los «socialistas utópicos», como las de su maestro Henry Saint Simón (1760-1824), quien escribió en 1825 «Nuevo Cristianismo», desarrollando su otro texto básico: «Sistema industrial», de 1821.

Le seguí­an después Emilio Littré (1801-1881) con obras como «Coservación, revolución y positivismo»; L. De Dantec (1869-1917) con libros como «El Ateí­smo» o «Contra la Metafí­sica»; y Emilio Durkheim (1858-1917), con trabajos como «Las formas elementales de la vida religiosa» o bien «La educación moral». El positivismo, en general, se aferra a las realidades terrenas y prescinde, por superfluas, de las espirituales. Se atiene a los hechos y desconfí­a de los principios y de los postulados generales

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

1. Concepto
El p. no es una doctrina de perfiles fijos, que pueda limitarse a una época cerrada de la historia de la filosofí­a, sino una posición de la teorí­a de la ciencia. Caracterí­stica de todas sus formas es la crí­tica de la filosofí­a tradicional, particularmente de la -> metafí­sica, y ello no sólo respecto de tendencias y resultados particulares, sino también respecto de su fundamento metódico y de su planteamiento general de los problemas. Para el neopositivismo como desarrollo genuino de bases o puntos de partida positivistas, es caracterí­stica la aspiración a orientar la filosofí­a como ciencia por el método de las ciencias exactas naturales. Esto no lleva a una repulsa categórica de la filosofí­a, sino a la construcción de una filosofí­a «nueva», «diferente», que esté purificada de todos los elementos no cientí­ficos, especulativos o metafí­sicos.

El punto de partida epistemológico del p. es la limitación a lo dado, a lo existente y disponible, como única fuente posible del saber humano; pero sólo se admite comodado una multitud de impresiones sensoriales. Todo cuanto fuera de eso ha dicho la filosofí­a tradicional sobre el mundo y el hombre, no puede demostrarse con datos y no es, por ende, objeto de la ciencia. El yo del hombre es únicamente la suma de una multitud de interdependencias psicológicas, lógicas, etc. Según el p., una independencia respecto del mundo en el sentido de una personalidad no puede deducirse de datos y no es, por tanto, objeto de nuestro saber.

2. Historia
El p. más antiguo. Aun cuando cabe comprobar tendencias positivistas ya en el antiguo -> escepticismo, en Epicuro y en el -> nominalismo de la edad media, en relación con la disputa sobre los – universales, pasan como verdaderos fundadores del p. los representantes del -> empirismo inglés. Junto a F. Bacon (1561-1621), que quiere fundar todo conocimiento humano sobre una ciencia de procedimiento experimental e inductivo, hay que mencionar a Th. Hobbes (1588-1679), que rechaza toda base metafí­sica del -> derecho y sólo reconoce como tal la ley dada por el -> Estado (p. jurí­dico).

Pero quien más decididamente contribuyó al desarrollo del p. fue D. Hume. Para Hume, el conocimiento humano sólo puede referirse a la matemática o a una ciencia que trate de hechos empí­ricos. Es caracterí­stica su discusión sobre causa y efecto, sobre el principio de causalidad, acerca de cuya conexión interna no nos instruye la experiencia. Sólo podemos verificar empí­ricamente la frecuencia con que un efecto igual sigue a una causa igual, y trasladar esta experiencia nuestra a los fenómenos de la naturaleza como «ley» conocida por nosotros. Sí­guese que la causalidad no es conexión objetiva, fundada en el ser, entre causa y efecto, sino verificación subjetiva de su sucesión cronológica y su clasificación sistemática con ayuda de asociaciones psicológicas. Para D. Hume los datos accesibles a nuestra experiencia y a nuestro saber se dividen en dos grupos principales: en impresiones (impressions), que pueden proceder tanto de la percepción sensible como de la percepción de nuestros estados externos e internos, y en representaciones (ideas), que son imágenes de nuestras impresiones.

Con los enciclopedistas (d’Alembert [1717-17831 y Turgot [1727-811) se impusieron en Francia las ideas positivistas. También ellos postulan para la actividad cientí­fica una limitación a lo perceptible por los sentidos y rechazan todo conocimiento especulativo e hipotético que vaya más allá de lo experimentable.

Importancia máxima alcanzó el p. socio-lógico de A. Comte (1798-1857). Comte aplica la tesis de la ciencia de los hechos a la historia y divide a ésta, según los tres estadios cientí­ficos de la humanidad, en una época de la teologí­a, otra de la metafí­sica y otra de las ciencias positivas. En este proceso el hombre se libera de la dependencia y minorí­a de edad de la fe en Dios y en los dioses, del vano empeño de la filosofí­a por lograr la independencia y por el dominio de la naturaleza, mediante el cual el hombre mismo se crea la posibilidad de intervenir en el curso del mundo cambiando y mejorando (voir pour prévoir, prévoir pour prévenir, prévenir pour pourvoir).

Nuevo tono cobra la idea fundamental positivista en el neopositivismo, que ha salido del cí­rculo de Viena. Esta nueva tendencia se distingue del antiguo p. por el desplazamiento de los problemas filosóficos al terreno de la -> lógica y del estudio del -> lenguaje, del instrumental de los enunciados cientí­ficos. Como representantes más conspicuos de esta tendencia hay que citar a M. Schlick, L. Wittgenstein, R. Carnap, O. Neurath y también a B. Russell, fundador de la lógica simbólica. El objeto de la filosofí­a no es el estudio de hechos, que se reserva a las ciencias naturales exactas, sino la investigación lógica de las unidades del lenguaje (palabras, frases, el todo del lenguaje) con las que hablamos sobre el mundo cientí­ficamente investigado. Para el neopositivista sólo hay dos clases de enunciados con sentido: a) enunciados sobre relaciones de hechos, que proceden de la experiencia (a posteriori) y que deben ser verificables por la misma (principio de verificación); b) enunciados sobre relaciones puramente lógicas, que, consiguientemente, no transmiten conocimiento sobre hechos y, por tanto, tienen validez con independencia de toda experiencia.

El análisis lógico de estos enunciados que hacemos por medio del lenguaje es tarea de la filosofí­a. «La filosofí­a no es una teorí­a o doctrina, sino una actividad. El resultado de la filosofí­a no son «proposiciones filosóficas», sino el esclarecimiento de proposiciones» (L. Wittgenstein). El lenguaje es reductible a las llamadas proposiciones elementales, que, como construcciones lógicas, pueden derivarse de datos sensibles elementales, con lo que se aspira a la máxima uniformidad y precisión en sus enunciados. De este modo, todos los problemas tradicionales de la filosofí­a, o se presentan como problemas propiamente cientí­fico-naturales, o carecen de sentido; pues, por la investigación exacta de la estructura lógica del lenguaje, se eliminan a la postre todas las falsas opiniones sobre el objeto de la investigación cientí­fica.

3. Crí­tica
Una discusión crí­tica con el p. debe partir de su pretensión de establecer la filosofí­a como ciencia exacta. Según eso, el espí­ritu del p. brota del escándalo por la falta de unanimidad en la filosofí­a. En contraste con las ciencias naturales y con su constante progreso, en la filosofí­a se tiene la impresión de un estancamiento: los problemas que acometiera al principio de su historia, todaví­a hoy están sin resolver. De ahí­ saca el p. la conclusión de que la filosofí­a, prescindiendo de otras utilidades que ésta pueda tener, no representa un acceso al saber en el sentido de la ciencia.

La preferencia del p. por los hechos puros y por la experiencia coincide con la orientación de nuestro tiempo. El p. se glorí­a ciertamente de su objetividad, pero a la vez él mismo establece una limitación arbitraria e injustificada respecto del objeto y método. Determina metódicamente a priori lo que se acepta como real e impide así­ que la realidad se muestre en toda su extensión. La experiencia es más que lo que se ofrece igualmente a todos; la experiencia de lo dado y efectivo sólo se nos hace patente dentro de un horizonte trascendental. Si los filósofos no llegan a las mismas opiniones no es por falta de pruebas, sino porque el acceso a ciertas perspectivas se rige por los respectivos presupuestos. De donde se sigue que el p. necesita abrirse a la -> experiencia en todas sus dimensiones, incluidas la religiosa y la metafí­sica (partiendo de la cual pueden luego legitimarse también juicios sintéticos a priori; cf. -> conocimiento, -> principios). Por faltarle esta apertura, no obstante sus intenciones humanas, el p. calla sobre todos los grandes problemas de la humanidad.

Sin embargo, el p. no debe enjuiciarse sólo negativamente. Quitadas sus negaciones limitativas, puede ser saludable. Al insistir en que el saber debe fundarse en la experiencia humana, llama decididamente al filósofo a su tarea de explicar y cambiar este mundo, dejándose de construir mundos posibles. Al insistir además el p. de manera absoluta sobre la necesidad de las pruebas para asentar una afirmación, representa un buen contrapeso al carácter dogmático de la filosofí­a. La verdad no es únicamente lo que satisface al espí­ritu, sino que debe enunciar aquella realidad que se muestra en la experiencia. Lo que el p. tiene de positivo es también una ganancia para la teologí­a, pues le recuerda al teólogo que la fe y la redención no pertenecen tanto al orden de la teorí­a, cuanto al de la historia y la experiencia. Si hoy dí­a la teologí­a encuentra una nueva forma, ello se debe únicamente al hecho de haber reconocido que su tarea principal no es erigir un sistema lógico, sino la paciente investigación de lo que Dios ha revelado. (Por lo que se refiere a falsas formas positivistas en la -> exégesis, la -> dogmática, la -> teologí­a fundamental y la teologí­a -> moral, cf. los artí­culos encabezados con esas palabras y, además, -> teologí­a, -> hermenéutica, -> teologí­a bí­blica, historia de la -> salvación II, -> revelación.)

BIBLIOGRAFíA: A. Comte, Cours de philosophie positive, 6 vols. (P 1830-42); idem, Discours sur 1’ensemble du positivisme (P 1848); idem, Systeme de politique positive ou Traité de sociologie, 4 vols. (P 1851-1854); J. St. Mill, A. Comte and Positivism (Lo 1866); L. Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus (1922, F 1960); R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt (W 1928); A. Marcuse, Die Geschichtsphilosophie A. Comte (St 1932); K. Dürr, Der logische Positivismus (1950); V. Kraft, Der Wiener Kreis. Der Ursprung des Neo-Positivismus (W 1950); W. Brüning, Der Gesetzesbegriff der Wiener Schule (Meisenheim 1954); M. Macdonald (dir.), Philosophy and Analysis (0 1954); W. Stegmüller, Metaphysik – Wissenschaft – Skepsis (F – W 1954); W. Haeberli, Der Begriff der Wissenschaft im logischen Positivismus (Berna 1955); A. Comte, Discurso sobre el espí­ritu positivo (Aguilar Ma 1963); J. Lacro ix, La sociologie d’A. Comte (P 1956); W. Bröcker, Dialektik, Positivismus Mythologie (F 1958); E. Topisch, Vom Ursprung und Ende der Metaphysik (W 1958); Th. R. Miles, Religion and the Scientific Outlook (Lo 1959); H. Lübbe, Positivismus und Phänomenologie(homenaje a Szilasi) (Mn 1960) 161-184; H. Vogel, Zum philosophischen Wirken Max Plancks. Seine Kritik am Positivismus (B 1961); W. M. Simon, European Positivism in the Nineteenth Century (Ithaca [N. Y.] 1963); K. Heller, Ernst Mach. Wegbereiter der modernen Physik (W 1964); E. Zellenger, Wissenschaftlicher Empirismus und Erfahrungswissenschaft: Rahner GW I 3-38; R. Aron, Auguste Comte et Alexis de Tocqueville (0 1965); F. S. Marvin, Comte. The Founder of Sociology (NY 1965); F. Belke, Spekulative und wissenschaftliche Philosophie (Meisenheim 1966); K. Dürr, Metaphysik und wissenschaftliche Philosophie (B 1967); J. Habermas, Erkenntnis und Interesse (F 1968); A. J. Ayer, Positivismo lógico (F de C Económica Méx 1965); Narski, El positivismo contemporáneo (Pueblos Unidos Montevideo 1964); J.-M. Portugal, El positivismo: Su historia y sus errores (Subirana Ba); H. R. Weinberg, Examen del positivismo lógico (Aguilar Ma 1959); C. Astrada, Dialéctica y positivismo lógico (Devenir B Aires 21964); P. Barrau, Tensiones y unidad en el hombre de acción (Popular Ma 1965); S. de Beauvoir, ¿Para qué la acción? (S Veinte B Aires 1965); L. J. Lebret, Principios para la acción (Popular Ma 1964); F. Sánchez López, Sociologí­a de la acción (CSIC Ma 1964); F. Larroyo, El positivismo lógico, pro y contra (Porrúa Méx 1968); B. Russell, Ensayos filosóficos (Alianza Ma 1968).

Robert O. Johann

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

El positivismo es la filosofía que limita las posibilidades del conocimiento a las matemáticas y a las ciencias empíricas. Es «positivo» en el sentido que se restringe a sí mismo a lo experimental, lo táctico, lo indubitable. Todos los problemas no solucionables en principio dentro de estos límites son pseudoproblemas. En la ciencia es cauteloso con las explicaciones, con la construcción de hipótesis, con el concepto de causación y de las causas finales. Se contenta con el ideal de la descripción cuidadosa y exacta. Es intensamente hostil a la especulación filosófica y metafísica.

Aunque en algún sentido anticipado por hombres tales como Bacon, Hume y Kant, su primer defensor moderno fue Auguste Comte (1798–1857). Él se destaca por su división de la historia intelectual del hombre en tres períodos: el teológico (explicación en términos de dioses o espíritus); el metafísico (explicación en términos de esencias, formas); y el positivo (explicación en términos de lo explícito, lo sensorio). Otras modificaciones y refinamientos del positivismo fueron hechas por hombres tales como J.S. Mill, K. Pearson y Ernst Mach (para nombrar sólo a unos pocos).

En el siglo XX, el positivismo recibió una nueva formulación por el Círculo de Viena (conocido también como neopositivismo, positivismo lógico o empirismo científico). Difiere del antiguo positivismo en lo siguiente: emplea el progreso reciente en la lógica matemática; le ha dado una atención considerable a la semántica; y ha trabajado en una estrecha relación con los descubrimientos de la nueva física y la psicología conductista.

Los neopositivistas declararon que todas las declaraciones teológicas (tanto ateístas como teístas) no eran ni falsas ni verdaderas, sino absurdas. Como resultado, esto ha provocado una literatura altamente técnica (especialmente en Inglaterra) centrada alrededor del carácter lógico del lenguaje teológico.

En teología, el positivismo ha sido usado en dos sentidos: para señalar a la teología de Ritschl que limita la teología al área de evaluación religiosa practicable; y para referirse a una teología de revelación (como algo explícito) en contraste con una teología de especulación.

BIBLIOGRAFÍA

Julius Weinberg, An Examination of Logical Positivism; Alfred J. Ayer, Language, Truth and Logic.

Bernard Ramm

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (478). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Antiguo himno en honor a la Santísima Virgen, asignado a Fortunato por Thomasius y Mone sin lugar a dudas pero sin dar razón alguna. Kayser (Beiträge etc., I, 393), por su parte, resalta que no se encuentra en los manuscritos de los trabajos de Fortunato, de quien no obstante, Dreves («Analecta Hymnica», L. Leipzig, 1907, 86-8) y Blume (ver HYMNODY) se refieren. El Breviario Romano lo divide en dos partes: la primera, que empieza con «Quem terra, pontus, sidera», asignada a las Maitines en el Oficio Común, y también el Oficio Menor de la Santísima Virgen; la segunda, que empieza con «O gloriosa virginum», similarmente asignada a las Laudes. Las dos partes concluyen con la doxología de los himnos marianos, «Jesu tibi sit gloria etc.» Hasta aquí, los himnos son revisiones, con un interés específico en la prosodia clásica, del himno antiguo, «Quem terra, pontus, aethera», encontrado en varios de los antiguos breviarios como también en los manuscritos que datan del siglo ocho. En el oficio Cisterciense, fue cantado en las completas durante el tiempo de adviento. Algunas veces, era dividido en dos partes, como ahora en el Breviario Romano, la segunda parte empezando con «O gloriosa Domina» (o «femina»). Incluyendo ambos, la antigua y la forma revisada, hay más de dieciocho traducciones en inglés de la primera parte y catorce de la segunda, siendo casi todas de origen católico. En el «Breviario Romano» («The Roman Breviary») (1879) del Marqués de Bute, no obstante, las versiones seleccionadas son aquellas de traductores anglicanos, J.M. Neale y R.F. Littledale. Las bellas versiones del Padre Caswall, que aparecen originalmente en su «Lyra Catholica» (1849), son fácilmente accesibles en la obra reimpresa (Londres, 1884). Para las primera líneas de las traducciones, fuentes o autores, vea Julian, «Dict. of Hymnology» (2nd ed., London, 1907, 944). A su lista se le debe agregar las traducciones del Arzobispo Bagshawe («Breviary Hymns and Missal Sequences», London, 1900, 106-7) y del juez Donahoe («Early Christian Hymns», New York, 1908, 80-1). La versión revisada del texto en latín como también los antiguos textos, con una variedad de lecturas y algunas notas interesantes, pueden ser encontrados en Daniel («Thesaurus Hymnologicus», I, 172; 11, 382; IV, 135), y en Mone (Lateinische Hymnen des Mittelalters, II, 128-31). Para textos en Latín y traducciones en Inglés, canción simple antigua armonizada, y montaje musical alternativo, vea «Hymns, Ancient and Modern» (Londres, 1909, Hymn 222). La melodía oficial o «típica» puede ser encontrada en el «Antifonario».

H.T. HENRY
Transcrito por Douglas J. Potter
Dedicado al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María
Traducido por Daniel Wiegering

Fuente: Enciclopedia Católica