PRISCILIANISMO
Secta de origen español. Seguidores de Prisciliano, obispo de ívila, España, en el siglo IV. Prisciliano, de origen hispanorromano era natural de Galicia. Sus seguidores o «priscilianistas» se extendieron por diversos lugares además de su bastión en Galicia en el norte de España. Varios obispos españoles (entre ellos Instancio, Higino y Salviano) apoyaron a Prisciliano. Los han acusado de maniqueísmo, sabelianismo, gnosticismo y de opiniones erradas acerca de la naturaleza de Cristo, pero en realidad no puede llegarse a conclusiones definitivas aceptables en investigaciones con rigor científico. Existe sin embargo una riqueza de datos dispersos en la Historia de los Heterodoxos Españoles de Marcelino Menéndez y Pelayo, de gran erudición, pero prejuiciado contra el polémico personaje. Prisciliano fue decapitado en Tréveris en 385, pero sus partidarios continuaron su labor por mucho tiempo en medio de persecuciones de todo tipo.
Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas
[329](+385)
Doctrina del gnóstico cristiano Prisciliano, retórico y de familia noble de Galicia, que fue luego Obispo de Avila y terminó siendo condenado a muerte por el Emperador Maximino. Figura discutida en cuanto a su doctrina y ortodoxia, fue, según unos, gnóstico y maniqueo alejado de la doctrina y, según otros, un místico exagerado en su austeridad de vida.
Con todo fue rechazada su doctrina por varios concilios: el de Astorga el 380, el primero de Toledo, el de Braga del 561, el de Burdeos. De ser cierto lo que le atribuye el Concilio de Braga (Denz. 235 y ss.), su mensaje era disolvente. Con todo sus escritos no se conservaron y por eso fue difícil desde los primeros tiempos discernir lo que hubo de exageración en las acusaciones de sus adversarios y lo que realmente afirmaba.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
DicEc
Â
El priscilianismo fue una herejía de los siglos IV y V, iniciada quizá hacia el 370 por Prisciliano, quien, a pesar de haber sido condenado en Zaragoza, llegó a ser obispo de ívila. Su doctrina era una mezcla de ideas maniqueas (la materia es mala y ha sido creada por el demonio) y de ideas docetistas (Cristo tenía sólo un cuerpo aparente). La teología trinitaria de Prisciliano era sabeliana o modalista y tendía al monarquianismo (el Hijo es sólo un modo del Padre, no una persona divina distinta). Negaban por tanto la preexistencia de Cristo y no le reconocían una verdadera humanidad. Se oponían al matrimonio y seguían un complicado conjunto de normas de comportamiento, centrado especialmente en el ayuno cuando la Iglesia celebraba fiestas a las que ellos se oponían, por ejemplo, el ciclo de navidad-epifanía. Al apelar al emperador tras su condena en un sínodo celebrado en Burdeos, Prisciliano fue en cambio juzgado por brujería y ejecutado junto a algunos seguidores. Es el primer caso en que el brazo secular inflige la pena de muerte a un hereje. El movimiento se extinguió finalmente tras su condena en el concilio provincial de Braga el 563.
Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Diccionario de Eclesiología
La España cristiana del siglo 1V demostró poseer una notable vitalidad teológica gracias a la obra de pensadores significativos como Potamio de Lisboa, Gregorio de Elvira, Paciano de Barcelona y Prudencio de Calahorra de esta misma vitalidad Expresión es también el priscilianismo, herejía que lleva el nombre de su fundador Prisciliano, laico culto educado en la universidad de Burdeos, de rígidas tendencias ascéticas. A la hora de divulgar su doctrina que, entre otras cosas, quería imponer a todo el clero el rigor de la vida monástica, Prisciliano chocó con los obispos Itacio de Ossonuba e Hidacio de Mérida, que lo acusaron de maniqueísmo. Por el contrario, encontró apoyo en otros dos obispos, Instancio y Salviano, que lo consagraron obispo de ívila.
El concilio de Zaragoza (380) condenó las doctrinas de Prisciliano y de sus seguidores, pero no los excomulgó. El 381, Prisciliano buscó apoyo en el papa Dámaso y en Ambrosio de Milán, favorables al ascetismo, obteniendo además a través de ellos que el emperador Graciano abrogase el rescripto de condenación contra los maniqueos y los priscilianistas.
Con el asesinato del emperador Graciano, los encarnizados adversarios de Prisciliano, Hidacio e Itacio, insistieron tanto ante el usurpador Máximo, en la corte imperial de Tréveris, que obtuvieron la condenación de Prisciliano en un sínodo reunido en Burdeos (384), al que siguió la pena capital bajo la acusación de practicar maleficios. Era la primera vez que se castigaba con la pena de muerte a un presunto hereje.
Fue muy amplio el eco que obtuvo este episodio: el emperador Teodosio declaró nulas las actas de Máximo y fueron rehabilitados los seguidores de Prisciliano. Itacio de Ossonuba fue depuesto del episcopado, mientras que Hidacio se retiró espontáneamente.
Los despojos mortales de Prisciliano fueron devueltos a España y honrados como los de un mártir. Todo ello contribuyó a reforzar al grupo priscilianista, pero alimentó durante algunos años la polémica entre los seguidores y los adversarios del movimiento.
Desde un punto de vista doctrinal parece ser que el priscilianismo confundía las tres personas divinas, alineándose en posiciones sabelianas. Esta fue realmente la acusación más grave y frecuente, tanto de los cánones conciliares de los siglos y como de los antiguos heresiólogo. Cristológicamente el priscilianismo, lo mismo que el apolinarismo, apreciaba la realidad divina del alma de Cristo. Más aún, parece ser que consideraba el alma humana como de substancia divina. En línea con esta concepción, encontró un puesto en este movimiento una tendencia encratita, expresada en un desprecio altanero del mundo material, en las reiteradas invitaciones al ayuno y en la abstinencia absoluta del matrimonio y de la generación.
En materia de sagradas Escrituras, la secta priscilianista afirmaba que Dios no limitó el Espíritu profético tan sólo a los libros canónicos; los libros considerados como apócrifos -a pesar de las posibles interpolaciones heterodoxas- merecían por consiguiente una atenta consideración.
Resulta difícil, sin embargo, definir el sentido exacto de la herejía priscilianista, tanto por la pérdida de los opúsculos de Prisciliano como debido al marcado esoterismo de la secta. El mismo CO~US de escritos priscilianistas descubiertos en un manuscrito de Wurzburgo en 1889 y que son probablemente del mismo Prisciliano, si tenemos en cuenta su carácter apologético, no nos ofrece los aspectos doctrinalmente más caracteristicos de esta secta, que se impuso por su empeño en la austeridad y por la búsqueda de una perfección no totalmente exenta de orgullo.
L. Padovese
Bibl.: M. Simonetti, Prisciliano – Priscilianismo, en DPAC, 11, 1834-1835; A. di Berardino (ed.), Patrologia, III, BAC, Madrid 1981, 159-165; se dedican varios artículos al priscilianismo en Primera reunión gallega de estudios clásicos (Pontevedra, 2-4 de julio de 1979), Santiago de Compostela 1981, 185209, 210-236, 237-242.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
Esta herejía se originó en España en el siglo IV, derivada de las doctrinas gnóstico- maniqueas enseñadas por Marco, un egipcio de Menfis.
Sus primeros seguidores fueron una dama llamada Ágape y un retórico llamado Elpidio, a través de cuya influencia se unió a ellos Prisciliano, «hombre de noble cuna, grandes riquezas, atrevido, inquieto, elocuente, erudito gracias a sus grandes lecturas, siempre listo para el debate y la discusión » (Sulpicio Severo, «His. Sac.», II, 46). Su elevada posición y sus grandes dotes le convirtieron en el líder del grupo y en ardiente defensor de las nuevas doctrinas. Sus dotes oratorias y la reputación por su extremo ascetismo atrajeron a muchos seguidores, entre ellos dos obispos, Instanciano y Salviano. Los miembros de la nueva secta se organizaron en una sociedad que se unía por un juramento. Su rápida difusión atrajo la atención del obispo católico de Córdoba, Higinio, quien le manifestó sus temores a Idacio, obispo de Mérida, y a instancias de este último y de Itacio de Ossanova, celebraron un sínodo en Zaragoza en el 380, al que acudieron obispos no solo de España sino de Aquitania. También se convocó a los priscilianistas, pero se negaron a acudir y el concilio pronunció sentencia de excomunión contra los cuatro líderes Instancio, Salviano, Helpidio y Prisciliano.
Se encargó a Itacio, hombre impulsivo y violento, que hiciera cumplir los decretos conciliares. No logró convencer a los herejes quienes, en claro desafío, ordenaron a Prisciliano como sacerdote y le nombraron obispo de Ávila. Idacio e Itacio apelaron a las autoridades imperiales. El emperador Graciano emitió un decreto que no solo privaba a los priscilianistas de las iglesias en las que habían intrusado, sino que además los condenaba al exilio. Instancio, Salviano y Priciliano fueron a Roma para ganar la ayuda del Papa Dámaso para conseguir la revocación de la sentencia. Al negárseles una audiencia se fueron a Milán para hacerle una petición similar a San Ambrosio, pero con el mismo resultado. Entonces recurrieron a la intriga y el soborno en la corte con tal éxito que no sólo se vieron libres de la sentencia de destierro, sino que se les permitió tomar posesión de sus iglesias de España, donde, bajo el patrocinio de los oficiales imperiales, disfrutaron de tal poder que obligaron a Itacio a salir del país. Este, a su vez, apeló a Graciano, pero antes de que se hiciera nada, el emperador fue asesinado en París, y el usurpador Máximo ocupó su lugar.
Máximo, deseando congraciarse con el partido ortodoxo y llenar sus arcas a través de las confiscaciones, ordenó que se realizara un concilio, el cual se realizó en Burdeos en el año 384. Primero se juzgó a Instancio que fue condenado a la deposición. Entonces Prisciliano apeló al emperador que estaba en Tréveris. Itacio actuó como acusador y fue tan vehemente en sus denuncias que San Martin de Tours, que estaba en Tréveris, intervino y, después de manifestar su desaprobación por llevar un caso eclesiástico ante un tribunal civil, obtuvo del emperador la promesa de no realizar su condena hasta el extremo del derramamiento de sangre. Después que San Martín abandonó la ciudad, el emperador nombró como juez al prefecto Evodio, que encontró a Prisciliano y a algunos otros culpables del crimen de magia. Se le informó la decisión al emperador, quien mandó ejecutar a espada a Prisciliano y varios de sus seguidores; a otros se les confiscaron sus propiedades y fueron condenados al destierro.
La conducta de Itacio fue severamente reprobada. Cuando San Martín de Tours oyó lo que había sucedido, volvió a Tréveris y obligó al emperador a rescindir la orden dada a los tribunos militares, que ya estaban de camino hacia España para extirpar la herejía. No tiene fundamento la acusación de que la Iglesia recurrió a la autoridad civil para castigar a los herejes, en la condena y muerte de Prisciliano. El Papa censuró no sólo las acciones de Itacio sino también las del emperador. San Ambrosio fue igualmente severo en la denuncia del caso, y algunos de los obispos galicanos, que estaban en Tréveris bajo el liderazgo de Teognisto, rompieron la comunión con Itacio, que luego fue depuesto de su sede por un sínodo de obispos españoles, mientras que su amigo y cómplice, Idacio, fue obligado a dimitir.
La muerte de Prisciliano y sus seguidores tuvo un efecto inesperado. El número y el celo de los herejes aumentaron y se veneró como santos y mártires a los que habían sido ejecutados. El progreso y difusión de la herejía requería nuevos métodos de represión. En el año 400 se celebró un concilio en Toledo en el que muchos, entre ellos los obispos Sinfonio y Dictinio, se reconciliaron con la Iglesia. Dictinio fue el autor de «Libra» (Las Balanzas) un tratado moral desde el punto de vista priscilianista. La convulsión que siguió en la península española a la invasión de los vándalos y los suevos, ayudó a la difusión del priscilianismo. Tan amenazador fue este reverdecimiento de la herejía que Paulo Orosio, un sacerdote español, le escribió a San Agustín (415) para conseguir su apoyo en la lucha contra ella. En una fecha posterior el Papa León tomó parte activa en la represión y gracias a su urgente insistencia se reunieron varios concilios en 446 y 447 en Astorga, Toledo y Galicia. A pesar de estos esfuerzos, la secta siguió propagándose durante el siglo V, para comenzar a declinar en el siglo VI y, tras el Sínodo de Braga del año 563, que legisló en su contra, pronto desapareció.
Respecto a las doctrinas y enseñanzas de Prisciliano y su secta no es necesario entrar en los méritos de la discusión si Prisciliano fue culpable de los errores que tradicionalmente se le atribuyen, si fue realmente hereje o si fue condenado injustamente. La falta de entendimiento y la reprobación ya durante su vida y después contribuyó a que se le cargara con el peso de opiniones heréticas que se desarrollaron más tarde y que se asocian con su nombre. El peso de la evidencia durante todo el curso de los acontecimientos a lo largo de su vida hace que el supuesto de inocencia sea extremadamente improbable. Los once tratados salidos de su pluma, descubiertos por Schepss en un manuscrito de los siglos V o VI hallado en la biblioteca de la Universidad de Würzburgo, no han puesto fin a la controversia que aún está envuelta en considerable dificultad. Kunstle (antiprisciliana), que ha examinado todo el testimonio, ha decidido a favor de la tesis tradicional que parece la única capaz de ofrecer una solución adecuada al hecho de que la Iglesia en España y Aquitania se despertó a la actividad por la tendencia separatista del movimiento priscilianista.
Las doctrinas priscilianistas se basaban en el dualismo gnóstico- maniqueo, una creencia en la existencia de dos reinos, uno de la luz y otro de la oscuridad. Decían que los ángeles y las almas de los hombres eran arrancadas de la sustancia de la deidad. Las almas humanas estaban destinadas a conquistar el reino de las tinieblas, pero cayeron y fueron aprisionadas en cuerpos materiales. Así ambos reinos están representados en el hombre, y de ahí el conflicto simbolizado por parte de la luz por los doce patriarcas, espíritus celestiales, que corresponden a ciertos poderes humanos; y por parte de la oscuridad, por los signos del zodíaco, símbolos de la materia y del reino inferior. La salvación del hombre consiste en la liberación del dominio de la materia. Cuando los doce patriarcas no pudieron liberarle, vino el Salvador en un cuerpo celeste que aparecía como el de otros hombres y con su doctrina y su muerte aparente liberó las almas de los hombres de la influencia de lo material.
Estas doctrinas podían armonizarse con las enseñanzas de la Escritura sólo mediante un extraño sistema de exégesis, en el cual se rechazaba por completo el sentido literal y una teoría igualmente extraña de la inspiración personal. Aceptaban el [[Antiguo Testamento, pero rechazaban el relato de la creación. Reconocían como genuinos e inspirados algunos escritos apócrifos. La ética del dualismo priscilianista con su pobre concepto de la naturaleza dio origen a un indecente sistema ascético así como a algunas observancias litúrgicas peculiares, tales como el ayuno los domingos y el día de Navidad. Puesto que sus doctrinas eran esotéricas y exotéricas y puesto que creían que los hombres en general eran incapaces de entender los más altos caminos, a los priscilianistas, o al menos a los iluminados, se les permitía mentir en aras de una finalidad más santa. Fue debido precisamente a que era probable que estas enseñanzas escandalizaran incluso a los fieles, que Agustín escribió su famosa obra “De mendacio”. (Sobre la Mentira).
Bibliografía: Ed. Schepss, Priscilliani que supersunt in Corpus script. eccles. lat., XVIII (Viena, 1889); Sulpicius Severus, Hist. sac., II, 46-51; Idem, Dialog., III, ii sq.; Orosius, Commonitorium ad Augustinium in P.L., XXXI, 124 sq.; Augustin, De Haer., xxx; Idem, Ep. xxxvi Ad Casulam; Jerónimo, De vir. illus., cxxi; Leon Magno, Ep. xv Ad Turribium; Hilgenfeld, Priscillianus u. seine nuentdeckten Schriften in Zeitschr. f. wissensch. Theol. (1892), 1-82; Paret, Priscillianus, ein Reformator des 4. Jahrh. (Wurzburgo, 1891); Michael, Priscillian u. die. neueste Kritik in Zeitsch. f. Kath. Theol. (1892), 692-706; Dierich, Die Quellen zur Gesch. Priscillians (Breslau, 1897); Künstle, Eine Bibliothek der Symbole u. theolog. Tractate zur Bekampfung des Priscillianismus u. westgotischen Arianismus aus dem 6. Jahrh. (Maguncia, 1900); Idem, Antipriscilliana. Dogmengeschichtl. Untersuchungen u. Texte aus dem Streite gegen Priscillians Irrlehre (Friburgo, 1905); Puech in Journal des Savants (1891), 110-134, 243-55, 307, 318; Leclercq, L’Espagne chrét. (París, 1906), iii, 150-213.
Fuente: Healy, Patrick. «Priscillianism.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/12429b.htm
Traducido por Pedro Royo. lhm
Fuente: Enciclopedia Católica