PROTESTANTISMO
Movimiento cristiano internacional. Este término se aplica generalmente a todas las iglesias organizadas por la Reforma Evangélica o Protestante del siglo XVI y a iglesias, denominaciones y movimientos surgidos, inspirados o desprendidos de aquellas a través de los siglos.
En sociología de la religión se distingue entre protestantismo histórico, iglesias nuevas, iglesias marginales, grupos autóctonos, etc. El nombre preferido por los primeros protestantes era el de «evangélicos», pero hoy se identifica como tales a los protestantes conservadores en Estados Unidos y a todos los protestantes en Latinoamérica y ciertos países de Europa continental (como Alemania).
Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas
Ver «Cristianismo» e «Iglesia», y el encabezamiento de las distintas denominaciones.
Comenzó en 1517 con Martín Lutero, en Alemania.
1- Del Luteranismo, surgieron los Bautistas, en 1605, y los Anabaptistas.
2- El Anglicanismo, comenzó en Inglaterra, con el Rey Enrique VIII, en 1534. De él surgieron los «Episcopales», «Metodistas» y «Cuáqueros». De una iglesia Metodista , surgieron los «Pentecostales», en 1900.´Como Lutero, no aceptan el Papa, quedan los Obispos: (Epíscopos).
3- Calvinismo, Comenzo en Suiza, con Calvino, el siglo 16. De él surgieron los «Presbiterianos», en 1560, los «Puritanos», la «Iglesia Unida», y la «Iglesia de Cristo». Ahora desaparecen también los Obispos, queda los Sacerdotes, Presbíteros.
4- Evangélicos: Se considera que el 50% de los protestantes americanos son Evangélicos; contándose entre ellos los «Pentecostales», «Congregacionalistas», «Adventistas», «Ciencia Cristiana». Ahora desaparecen hasta los Sacerdotes.
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
La palabra protestante se deriva de la acción realizada en la Dieta imperial de Spira en 1529 por parte de la minoría de príncipes favorables a la Reforma, que «protestaron» contra las políticas del emperador y de la mayoría católica. De este modo, originalmente, el «protestantismo» se refirió a aquella reforma inspirada por Martín Lutero en algunos principados y ciudades libres de la Alemania del norte durante la primera mitad del siglo XVI. Sin embargo, esta palabra se extendió y se refino a las muchas comunidades y teologías cristianas que fueron surgiendo en la Europa continental: los grupos luteranos o evangélicos que seguían la enseñanza de Lutero, los grupos reformados, congregacionales o presbiterianos que seguían la dirección de Zuinglio.y Calvino y los grupos anabaptistas mas radicales, como los mennonitas. Una descripción plenamente adecuada del protestantismo debería enumerar las informaciones históricas y teológicas sobre estos grupos (ver, Anabaptistas, Calvinismo, Iglesias evangélicas, Congregacionistas, Luteranismo, Mennonitas, Presbiterianos, Zuinglismo). Los anglicanos y los episcopalianos no tienen el mismo origen que el protestantismo occidental, aunque presentan una historia de lucha interna sobre la aceptación de algunas enseñanzas y prácticas de los reformadores. El hecho de que los anglicanos que vivían en los recién formados Estados Unidos de América tras la revolución americana, al no querer que se les siguiera considerando miembros de la Iglesia de Inglaterra, se llamaran 1glesia episcopal protestante, demuestra hasta qué punto el pensamiento protestante se amalgamó con el anglicanismo (ver, Anglicanos, Episcopalianos). Finalmente, algunos grupos que habían surgido antes de la Reforma (ver, Valdenses, Moravos) y otros que aparecieron más tarde (ver, Adventistas, Bautistas, Metodistas, Pentecostalismo, Cuáqueros), comparten hasta tal punto las doctrinas básicas de los reformadores que son llamados protestantes y aceptan generalmente este nombre.
Una visión más completa del protestantismo puede obtenerse consultando también las voces Reforma, Fundamentalismo, Simul iustus et peccator, Sola Scriptura, Teología evangélica, Theologia crucis, Exsurge Domine, Pietismo, Puritanismo y Televangelismo, cada una de las cuales contiene un material ulterior relativo a la historia y al pensamiento protestante. En la presente voz presentaremos los principios básicos comunes al protestantismo en su conjunto, teniendo siempre presente la dificultad de reducir esta realidad histórica a una mera descripción.
Al comienzo de la Reforma aparecieron dos ramas principales: a) el protestantismo de la «línea principal», «clásico» o «conservador»; b) el protestantismo «radical».
1. El protestantismo clásico encuentra su expresión en los escritos de Calvino y de Lutero y de sus principales seguidores, basándose en un número de convicciones centrales que se refieren a: a) la salvación,. b) la revelación y c) la Iglesia.
a) La doctrina básica protestante relativa a la salvación es la justificación por medio de la fe. Debido al pecado de Adán, los seres humanos son completamente incapaces de agradar a Dios por medio de sus propios esfuerzos; incluso sus buenas intenciones van acompañadas de un orgullo pecaminoso. Solamente Cristo (Iesus Christus) es capaz de establecer la paz entre Dios y la humanidad por medio de su muerte en la cruz. La justificación puede llamarse «forense», es decir, se trata de una simple declaración de que Dios considera a un hombre justo, no gracias a una especie de justicia intrínseca por parte del ser humano, sino debido a los méritos de Cristo. Como tal, se puede decir que una persona es tanto justa como pecadora al mismo tiempo (simul iustus et peccator). La justificación se hace efectiva sólo a través de la fe (sola fide), es decir, creyendo que Cristo nos ha justificado personalmente a través de su muerte en la cruz. El hombre justo puede y tiene que realizar obras buenas, pero éstas no deberían ser vistas nunca como meritorias, va que son más bien un efecto y ..un signo de la justificación. El énfasis de la soberanía de Dios en la obra de la salvación llevó a varias interpretaciones de la doctrina bíblica sobre la predestinación (cf. Ef 1,5). Calvino afirmó que Dios es tan importante en la salvación de los seres humanos que no sólo predestina a la salvación a los que habrán de salvarse, sino que incluso destina de antemano a la condenación a los que serán condenados.
b) Por lo que se refiere a la revelación, el protestantismo afirma la autoridad de la Biblia (sola Scriptura) sobre toda otra autoridad humana. La Tradición y la enseñanza del Magisterio están inclinadas al error y necesitan constantemente ser corregidas a través de la Escritura. El protestantismo clásico no se oponía en principio a la Tradición y a la enseñanza oficial, que han de jugar un papel importante en la vida de la Iglesia. Pero es preciso emplear siempre la Biblia como criterio correctivo y reformador. También aquí se insiste en la soberanía de Dios y en la debilidad del hombre.
c) En el campo de la eclesiología, el protestantismo clásico valora la continuidad con el pasado, lo cual explica por qué Lutero y Calvino se opusieron tan fuertemente a los reformadores más radicales como los anabaptistas. Sobre todo, la Iglesia es la comunidad de aquellos que se salvan por medio de la fe, la congregación de los creyentes. La Iglesia puede encontrarse en todos los sitios en que se predica correctamente el Evangelio y se celebran justamente los sacramentos. En general, los protestantes consideran el bautismo y la eucaristía (o la cena del Señor) como los dos sacramentos directamente instituidos por el mismo Jesucristo. Muchos protestantes, señalando que la palabra sacramento no se utiliza en la Biblia, prefieren llamar «ordenanzas» al bautismo y a la cena del Señor. El acento que se puso en el sacerdocio de todos los creyentes (1 Pe 2,5) llevó a muchas comunidades protestantes a dar una responsabilidad significativa al laicado en el ámbito del gobierno de la Iglesia, así como a eliminar cualquier práctica que pudiera dar la impresión de que algunos cristianos eran de una «clase superior» respecto a los otros. De esta manera, ciertas prácticas como el celibato sacerdotal y la existencia de comunidades religiosas quedaron generalmente abolidas.
2. Los grupos protestantes más radicales, como los anabaptistas, compartían la mayor parte de las doctrinas mencionadas sobre la salvación, la revelación y la Iglesia. Sin embargo, fueron más allá, considerando a la Iglesia como una congregación totalmente voluntaria de cristianos comprometidos. Sobre esta base se oponían generalmente al bautismo de los niños pensando que esta práctica devaluaba el bautismo como compromiso en la fe. El ministerio se concebía según el modelo del profeta que llama a los individuos y a la sociedad a la conversión. Los reformadores más radicales favorecieron una división más severa entre la Iglesia y el Estado y a veces se dedicaron a la no-violencia pacífica (por ejemplo, los cuáqueros y los mennonitas). Estos protestantes- tendían a subrayar la importancia del Espíritu Santo en la vida de los creyentes y seguían un fuerte impulso misionero.
W Henn
Bibl.: w Maurer Protestantismo, en CFT III, 563-582; AA. VV., en SM, Y 587-626; J’ Delumeau, La reforma, Labor, Barcelona 1973; E. Jedin, HdI, V, Herder, Barcelona 1972; J M. Gómez Heras, Teología protestante, BAC, Madrid 1972; P Damboriena, Fe católica e Iglesias y sectas’ de la reforma, Fe y Razón, Madrid 1961.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
SUMARIO: I. Origen y extensión del término – II. Exigencia de renovación: 1. De la ética del pauperismo al espiritualismo joaquinista; 4. De la protesta religiosa de Wyclef al profetismo apocaliptico de Savonarola – lll. Los movimientos reformadores del s. XVI y sus características: 1. Prioridad de las Sagradas Escrituras: 2. Salvación por la fe: 3. Sacerdocio universal de los creyentes: 4. Una referencia a otras características – IV. De la rebelión frente al papado de la iglesia de Inglaterra a los movimientos carismáticos de nuestros días: 1. El anglicanismo: 2. El metodismo: 3. Los movimientos caracterizados por el «bautismo de los creyentes» – V. De la teología de la crisis a la teología de la esperanza – VI. La dimensión ecuménica.
I. Origen y extensión del término
El término protestantismo indica el complejo y multiforme movimiento reformador que tuvo comienzo en el s. XVI. Su origen arranca de la solemne «protesta» que las ciudades y los príncipes evangélicos de Alemania elevaron el 19 de abril de 1529 contra la decisión de la Dieta de Spira, la cual exigía la restauración de la jerarquía y del culto romanos en los países donde habían sido suprimidos. De ahí el apelativo de «protestantes» aplicado a los estados evangélicos. Luego, se utilizó el término para indicar los movimientos reformadores de los siglos sucesivos. A este término, que conserva un tono antirromano y acentúa la actitud crítica, muchos prefieren el menos polémico de «evangélico», que subraya el elemento positivo de la Reforma: el retorno al mensaje evangélico originario. También se utiliza, al menos por una parte de las iglesias surgidas en la Reforma, el término «reformadas», para subrayar el propósito de continua disponibilidad a la renovación de la Iglesia: Ecclesia reformata, semper reformanda. El anglicanismo, aunque por comodidad de clasificación cae bajo el término general de protestantismo, reivindica para sí un puesto en el ámbito de los diversos movimientos reformadores, proclamando, junto con la Iglesia católica y la ortodoxa, su carácter universal 1.
II. Exigencia de renovación
La exigencia de renovación en la Iglesia, que tuvo su explosión en la reforma del s. xvi, se había manifestado también en varios sectores del episcopado católico, Son prueba de ello las discusiones que al respecto tuvieron lugar en varios concilios: Vienne (1311) Pisa (1409), Constanza (1414-1418), Basilea (1441-1449). Una clara manifestación de protesta contra los males que padecía la Iglesia se había concretizado también en el hecho de que la piedad cristiana se refugiara en el ascetismo de los claustros. Recordemos entre todas la poderosa voz contestataria contra las prevaricaciones de la Iglesia de Occidente elevada por Bernardo de Claraval (1090-1153), ferviente estudioso de san Agustín y autor del cántico titulado Rey cubierto de heridas.
1. DE LA ETICA DEL PAUPERISMO AL ESPIRITUALISMO JOAQUINISTA – El pauperismo (neologismo derivado de pauper, igual a pobre) tuvo sus primeras manifestaciones en el movimiento de los cátaros (kátaros, igual a puro), del cual aparecen las primeras noticias en Italia, hacia el año 1030, tras la lucha contra los herejes del castillo de Monforte, junto a Alba (Cuneo, Italia). En los cátaros hay ya muchos elementos característicos de los movimientos pauperísticos del s. xii: reivindicación de un estado privilegiado de pureza doctrinal frente a la decadencia y a la corrupción del mundo y de la Iglesia, rigurosa disciplina espiritual y ética, redescubrimiento de la pobreza evangélica. Pero también se distinguió por su neto rechazo de la Iglesia jerárquicamente entendida; su condena del mundo como materia y, por lo tanto, como producto diabólico, su rechazo de la experiencia eclesiástica en cuanto sida sacramental y su contestación radical del vivir con la Iglesia (vivere cum Ecclesia). Y es precisamente junto a esta herejía de tipo dualista, que tenía elementos comunes con el antiguo movimiento maniqueo, donde surgen y se alimentan con frecuencia (como en el caso de los albigenses en Francia) ciertos movimientos populares de renovación de carácter pauperista más marcado, suscitados por hombres de diversa extracción y personalidad, pero todos deseosos de renovar la vida de la Iglesia partiendo del redescubrimiento de la pobreza evangélica. Recordemos las figuras más significativas.
Arnaldo de Brescia (1100-1155), apóstol del retorno del clero a la pobreza apostólica, acérrimo adversario del poder temporal del Papa, partidario de un ayuntamiento autónomo en Roma, y por esta causa ahorcado y quemado en dicha ciudad.
Pedro Valdo (1140-1217), o Valdus (el nombre de Pedro se utiliza tan sólo dos siglos más tarde), mercader lionés (pobres de Lyon), que se convirtió a la pobreza evangélica. Propugnaba la exigencia de un retorno de la Iglesia a un ideal de vida apostólica y reivindicaba también para el laicado el derecho a la predicación pública del Evangelio. Sus secuaces establecieron como fundamento de su vida espiritual la práctica del sermón de la montaña, dando amplio margen al sacramento de la penitencia y afirmando que la piedad debía imponerse al legalismo. Se preocupaban de forma especial de la oración y celebraban la santa cena como alimento comunitario con el pan y con el vino 2.
Francisco de Asís (1182-1226), cuya vida y cuya acción reflejan el ansia de renovación que fermentaba en la Iglesia con un fuerte realce de la exigencia de un retorno a la pobreza evangélica [>Hombre evangélico]. La llamada que él escuchó, dirigida directamente por Cristo mientras oraba en la iglesia de san Damián: «Francisco, ve y repara mi Iglesia, que se desploma en ruinas», a pesar de que en un primer momento se interpreta en sentido material, se convierte más tarde en una apelación que se transformó en fermento de profunda renovación espiritual. Su Cántico de las criaturas, compuesto en medio de los sufrimientos de la grave enfermedad que lo llevaría a concluir su existencia terrena en la Porciúncula, es un mensaje de fe gozosa y limpia en un siglo atormentado y en muchos aspectos oscuro. Es justo advertir que la amplitud de miras de Inocencio III fue quien transformó el franciscanismo en institución clerical, impidiendo que se convirtiera en un movimiento herético.
Joaquín de Fiore (1130-1202), alma de místico y de profeta, que madura el designio de una renovación de la Iglesia partiendo de una lectura «espiritual» de la Biblia. Su visión universalista de la historia, a medio camino entre la realidad y la utopía, está carismáticamente impregnada de la visión de una iglesia activa y renovada. La visión profética que lo anima va más allá de los puntos más avanzados e incisivos de los movimientos pauperistas, que se batían por una reforma de la Iglesia, proponiendo un ideal evangélico de pobreza. Brota del soplo del Espíritu y se expresa en una métrica triádica espiritual e histórica al mismo tiempo: después del reino del Padre (bajo la ley del AT) y del reino del Hijo (bajo la ley del NT), anuncia, aunque bajo el signo de la observancia de ambas leyes, el reino del Espíritu: ante legem, sub lege, sub gratia. Su pensamiento tuvo gran resonancia en la Italia de los últimos siglos del medioevo y ejerció gran influencia en Dante, que definió al monje calabrés «de espíritu profético dotado».
2. DE LA PROTESTA RELIGIOSA DE WYCLEF AL PROFETISMO APOCALIPTICO DE SAVONAROLA – La decadencia del papado en el período aviñonense había reforzado también en Inglaterra una actitud nacionalista de independencia de la curia papal, debido incluso a las presiones fiscales, alimentando una corriente reformadora de las costumbres y de la doctrina de la Iglesia. De dicha corriente se hizo intérprete sobre todo Juan Wyclef (1322-1384), que recibió de sus secuaces el sobrenombre de «Doctor Evangélico». Supo transformar la protesta nacional en protesta religiosa, apoyado por el sentimiento nacionalista de la corte y tolerado por la Iglesia, a pesar de que en su obra Del dominio civil (1376) contraponía el ideal de la pobreza evangélica a la riqueza del alto clero y afirmaba que los bienes de la Iglesia habían sido concedidos por Dios en uso temporal, a fin de usarlos para su gloria, y no en propiedad para disponer de ellos a capricho. Fue, sin embargo, acusado de herejía cuando comenzó a asegurar que la única autoridad para el creyente no era la Iglesia, sino la Biblia, que los laicos tenían el derecho a conocer la Sagrada Escritura en su propia lengua (de hecho, tradujo la Vulgata al inglés) y que la concepción jerárquica de la Iglesia es contraria a las Sagradas Escrituras. Este profesor de filosofía, teología y matemáticas de la Universidad de Oxford pasó después a enseñar que la doctrina sobre la Santa Cena era contraria a la transustanciación, y que las indulgencias, las obras supererogatorias, el culto de los santos y de las imágenes, las reliquias y la confesión auditiva se oponían a los escritos neotestamentarios. Ya se manifestaban aquí de una forma inicial clara todos los temas que recogería la «protesta» que habría de brotar dos siglos más tarde. Juan Huss (ca. 1369-1415), que había estudiado en la Universidad de Praga, de la que llegó a ser rector, tuvo conocimiento de las ideas de Wyclef a través de algunos exiliados bohemios que habían vuelto de Inglaterra, leyó sus escritos y adoptó la protesta, a excepción de la negación de la transustanciación. La corriente hussita tuvo numerosos seguidores, entre los que destaca la corriente más radical, llamada de los taboritas, la cual rechazaba todo cuanto no tuviera un origen escriturístico, tanto en la práctica de la Iglesia como en la fe. Algunos de ellos formaron hacia mediados del s. xv la Unitas Fratrum (o hermanos moravios), de los que se derivó la iglesia moravia, que todavía existe. Juan Huss, condenado por el concilio de Constanza (1414-1418), murió en la hoguera el 6 de julio de 1415, siendo seguido en el mismo suplicio, casi un año más tarde, por su discípulo Jerónimo de Praga (1380-1416), que había llegado a Constanza para defender a su maestro. El hussismo, aunque acogía la herencia del joaquinismo, había alimentado en amplios sectores empeñados en la renovación de la Iglesia la corriente profético-apocalíptica. También parece que estuvo animado por tales ideas el franciscano Juan Hilten, muerto en la cárcel hacia el año 1500.
La figura más importante que enlaza con esta corriente es, sin duda, la del fraile dominico Jerónimo Savonarola (1452-1498), cuya voz se levantó no sólo contra la tiranía política de los Médici y contra el papado, sino también para reclamar el retorno de la Iglesia a la sencillez apostólica. En sus predicaciones no atacaba ningún dogma de la Iglesia. sino que la llamaba con vehemencia a la renovación y revisión, instándola a un mayor amor a la Sagrada Escritura y profetizando graves calamidades en caso contrario. Algunas de sus profecías se cumplieron, con lo que aumentó su crédito entre el pueblo florentino, mientras que otras no se cumplieron. Sostenía, en todo caso, que la salvación no se obtiene mediante obras y méritos, sino solamente mediante la fe en la acción redentora de Cristo. A una persona que quería confortarlo en el día del suplicio, consumado el 23 de mayo de 1498 en la plaza de la Señoría, de Florencia, respondió: «En la hora extrema sólo Dios nos puede confortar».
III. Los movimientos reformadores del s. xvl y sus características
El comienzo de la reforma protestante se hace coincidir con la víspera de Todoslos Santos del año 1517, en que Martín Lutero 3 clavó en las puertas del castillo de Wittenberg sus 95 tesis contra las indulgencias. Por este mismo tiempo, independientemente de Lutero, inician su predicación Ulrico Zuinglio 4 en la Suiza de habla alemana, y Juan Calvino 5 en la de habla francesa. Además, el teólogo calvinista francés Lefevre d’Etaple (1455-1536) traduce a su lengua toda la Biblia. Esta simultaneidad de movimientos reformadores, surgidos espontáneamente en países distintos y en situaciones históricas particulares, presenta, dentro de algunas diferencias inevitables. una unidad fundamental. «Las diferencias sólo se pueden captar adecuadamente sobre el trasfondo de todo lo que tienen en común» (G. W. Locher). Esta unidad fundamental nace de la exigencia de un retorno a la autoridad de la Sagrada Escritura, de una recuperación del valor de la fe en contraposición a todo legalismo que pretenda asegurar la salvación del hombre, y de la negación de toda limitación o usurpación de la gracia de Dios por parte de instancias humanas. Las doctrinas comunes y fundamentales del protestantismo pueden reducirse sustancialmente, por tanto, a tres: exclusividad de la Escritura, salvación por la fe y sacerdocio universal de los fieles.
1. PRIORIDAD DE LAS ESCRITURAS – La Biblia es el documento inspirado en la revelación de Dios, que tiene su punto focal en Cristo. En el Antiguo Testamento. Cristo es aquel que debe venir y hacia el cual convergen en la esperanza tanto la ley como los profetas; el NT da testimonio de Cristo en su historicidad, en sus enseñanzas y en su ser acontecimiento redentor, en la historia y por la historia, del individuo y de la humanidad. Además, el Nuevo Testamento es el canon fundamental que debe ser siempre la norma para juzgar de nuevo todo desarrollo de la doctrina cristiana a fin de valorar su ortodoxia: «Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciase un evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gál 1,8). De hecho, los reformadores se remiten al testimonio de la verdad cristiana original frente a los cambios y a los oscurecimientos sufridos por esta verdad cristiana en el curso de los siglos. Esto no significa considerar a la Biblia como un código estático. Por el contrario. la Reforma introdujo el principio del estudio de la palabra de Dios a la luz de una investigación crítica, lingüística, histórica y teológica. Afirmó el aspecto dinámico de la Sagrada Escritura como voz de la historia que, transmitiéndonos una palabra del pasado, nos indica un futuro abierto. Sería también un equívoco rechazar las tradiciones etiquetándolas a priori como un abuso por el hecho de estar hoy en vigor en la Iglesia (Hans von Campenhausen).
2. SALVACIí“N POR LA FE – La doctrina de la salvación por la fe, causa de la ruptura de Roma con Lutero y de Lutero con Roma, es una doctrina exquisitamente paulina y pretendió volver a poner de relieve el hecho de que la salvación no es una conquista del hombre mediante sus obras, sino que es el don del amor de Dios en Cristo: «Habéis sido salvados gratuitamente por la fe, y esto no por vosotros; el don es de Dios» (Ef 2,8). Esto no significa que Dios realiza aquello que el hombre podría y debería hacer. No se trata de un cómodo pretexto para no obrar, sino de una toma de conciencia de la exigencia de obtener mediante la fe el perdón y la renovación interior, sin los cuales no podemos obrar el bien. «La gracia no produce perezosos; nos sitúa en una posición de espera, pero también de movimiento» (Manfred Linz). Lo que se niega en la doctrina de la justificación por la fe no es el valor y el deber de las llamadas «obras buenas», sino su efecto meritorio y salvífico. Son signo de la fe, servicio que el hombre presta a Dios. La certeza de la salvación no depende de una valoración empírica del grado de santificación alcanzado en la vida, sino que se funda sobre la acción de Dios en Cristo, es decir, sobre la acción de la gracia. Lutero afirma que «todo es gracia» y que el hombre anula la gracia cuando quiere poner junto a ella como factor determinante sus propias obras.
3. SACERDOCIO UNIVERSAL DE LOS CREYENTES – Con esta doctrina reafirmó la Reforma que los componentes de la comunidad de los fieles son hijos adultos de Dios y, por lo tanto, directamente responsables ante él. Lo contrario de «laico» no es, por consiguiente, el concepto de «clérigo», es decir, el que está iniciado en las cosas sagradas, sino aquel que se sitúa fuera de la Iglesia. De ahí un ordenamiento eclesiástico orientado a conseguir que los miembros de la Iglesia puedan realizar los unos por los otros, en la libertad y en el amor, aquel servicio que Cristo ejecutó de forma típica y ejemplar por todos los hombres y que él quiere que lo continúen los miembros de su cuerpo: «Disponeos como piedras vivientes a ser edificados en casa espiritual y sacerdocio santo para ofrecer víctimas espirituales aceptas a Dios por mediación de Jesucristo… Sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo peculiar» (1 Pe 2,5.9). La Reforma puso también de manifiesto que en el NT se habla de dones diversos (Rom 12,6; 1 Cor 7,7; 1 Pe 4,10; etc.) y de funciones diversas (He 1.20; Rom 12,4; 13,6; 1 Tim 3,1.10; etc.), sin hacer mención alguna de la jerarquía de ministerios o de una mediación sacerdotal humana: «Porque uno es Dios, único también el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tim 2,5). Esto no significa que cada uno en particular sea sacerdote de sí mismo, libre y soberano en la interpretación de las Escrituras, sino más bien que la función sacerdotal compete a la comunidad cristiana en su conjunto, sin distinción entre clero y laicos, y que todo creyente está llamado a examinar la vida de la Iglesia a la luz de la palabra de Dios. Para Lutero, más que el derecho, se trataba de reivindicar el deber del laicado de participar activamente en la vida de la Iglesia. La comunidad no es, por tanto, objeto, sino sujeto del cuidado pastoral de las almas (mutua consolatio fratrum); es responsable de la predicación del evangelio, de la administración de los sacramentos, de la disciplina interna y de su gobierno. Calvino no sólo restituyó al laicado parte del gobierno de la Iglesia, sino que reconoció a cada comunidad local el derecho de nombrar como ministro suyo al hombre que ella considerase como llamado por Dios a ejercer tal oficio.
4. UNA REFERENCIA A OTRAS CARACTERíSTICAS – Si los reformadores representan fundamentalmente una teología concorde en los elementos esenciales, cada uno de ellos acentúa o pone énfasis en uno u otro elemento, imprimiéndole un carácter peculiar. Si Lutero subraya en su predicación y en su enseñanza al Dios misericordioso, cuya gracia llama al creyente a la libertad de los hijos de Dios, Calvino ponía el acento no en la misericordia, sino en la absoluta soberanía de Dios. Esta soberanía, que se manifiesta en la naturaleza y en la historia a través de la providencia, tiene una evidente nota polémica en la mentalidad del reformador, en contra de la concepción fatalista difundida en la mentalidad del renacimiento. De esta doctrina de la soberanía de Dios se deducía para Calvino; al igual que para Zuinglio, la doctrina de la «predestinación». Esta doctrina, que ya estaba presente en Agustín y en Tomás de Aquino y que presenta ya atisbos en los evangelios (Mt 24,40; 25,24; 11,25-27: Mc 4,11-12; 13,20.22.27; etc.) y en el epistolario paulino (Rom 8,28-30 9,11; Ef 1,3-15; etc.), es radicalizada por el reformador ginebrino como posibilidad de predestinación a la salvación y a la perdición. La formulación clásica de esta doctrina se encuentra en la obra fundamental del reformador Christianae religionis institutio, que tuvo su primera edición en Basilea el año 1536: «Llamamos predestinación al eterno decreto de Dios con el que ha establecido lo que ha de suceder a cada uno de los hombres. De hecho, no todos son creados de igual condición, sino que para unos está predestinada la vida eterna y para otros la condenación eterna. Por eso, como cada uno ha sido creado para un fin o para otro, decimos que estamos predestinados a la vida o a la muerte». Esta definición tan radical vino a ser atenuada en la práctica por el mismo reformador, el cual subraya la íntima unión existente entre la fe y la vida, la salvación y la santificación. Lutero, en su obra titulada De servo arbitrio, proclama que el hombre es culpable del mal que lleva a cabo y que la predestinación y el esclavo albedrío derivan de la soberana libertad de Dios y hacen al hombre culpable en cuanto se adhiere voluntariamente al mal. Los teólogos protestantes de los siglos sucesivos prefirieron hablar de «presciencia» (es decir, que Dios sabe, pero no determina lo que tendrá lugar) y de «elección», o sea de que Dios escoge a sus elegidos para que transformen el mundo para gloria suya. Esta elección tiene lugar en Cristo y coincide con su entrega en la cruz.
Contra el riesgo de entender la Santa Cena como un mero símbolo y como sacramento meramente conmemorativo (Zuinglio y Calvino), Lutero afirma que en la Santa Cena se realiza un proceso de «consustanciación»; no en el sentido de que el pan y el vino se transformen (transustanciación) en cuerpo y sangre de Cristo, sino en el de que Cristo establece su residencia en el pan y en el vino. Según la doctrina luterana, en la Santa Cena encontramos a Cristo y él está realmente presente en este sacramento. Este encuentro siempre nuevo no es, sin embargo, obra del sacerdote o del pastor que administra el sacramento, sino solamente de Dios.
La oración, «don de Cristo y gemido del Espíritu Santo», ha asumido en el luteranismo una importancia especial como respiración comunitaria. Lutero mismo fue hombre de oración y nos ha dejado un amplio comentario del Padrenuestro para uso de personas sencillas, así como numerosas oraciones para uso liiúrgico inspiradas en los salmos y en pasajes de la Escritura. El canto sagrado es expresión comunitaria que sirvió de inspiración, entre otras cosas, para las composiciones corales de Bach y de Crüger.
Todos los reformadores reafirmaron los dogmas trinitarios de la Iglesia antigua y subrayaron el papel del Espíritu Santo para la vida de la Iglesia y para la recta comprensión de las Sagradas Escrituras. Lutero afirmaba que el Espíritu Santo está al servicio de Jesús para mostrarnos lo que él es. En polémica contra quienes se vanagloriaban de todo tipo de inspiración de parte del Espíritu Santo, escribía: «El Espíritu Santo sabe predicar únicamente a Jesucristo, no sabe ninguna otra cosa el pobre Espíritu Santo». Bastante mayor es el margen que se concede en el protestantismo a la acción del Espíritu Santo: «De la impotencia de nuestra incapacidad extrae Dios mismo, mediante el Espíritu Santo, nuestra misma capacidad, de una forma que sólo le es posible a él: capacidad de ver, de oír, de rezar, de creer y de amar» (H. Gollwitzer).
Preocupados por dar definiciones doctrinales que pudieran servir de norma a la Iglesia, tanto los reformadores como sus sucesores formularon numerosas «confesiones de fe6. Sin embargo, para el protestantismo constituye un concepto fundamental el hecho de que las confesiones de fe, igual que los dogmas, deben medirse con el criterio de la Escritura. Todas las proposiciones dogmáticas obligan, por tanto, únicamente en el caso y en la medida en que expresen la fuerza persuasiva de la Sagrada Escritura y lleven al hombre a escuchar la invitación de la fe. Se trata de «documentos teológicos de la historia de las religiones; nada más» (Manfred Mezger).
El mensaje de la Reforma fue sobre todo un mensaje de libertad cristiana: «Liberación de las leyes religiosas establecidas por los hombres, de las prácticas y de las tradiciones, liberación de la conciencia del peso y del pecado y del miedo, liberación de la meditación teológica frente a las especulaciones de la filosofía, liberación de la vida social y política frente a toda forma de clericalismo, liberación de todo el hombre para una vida al servicio de Dios» (Valdo Vinay). Este desafio de libertad no podía dejar de afectar también a las formas de la piedad religiosa y del culto, haciéndolas a veces más adecuadas a las exigencias de la espiritualidad de los tiempos y lugares diversos, pero dando también lugar a formas experimentales destinadas a ser abandonadas en breve plazo [cf también Ecumenismo espiritual II, 2b].
IV. De la rebelión frente al papado de la iglesia de Inglaterra a los movimientos carismáticos de nuestros días
Si en el continente europeo la Reforma tuvo motivaciones puramente religiosas. aunque arrastrara e involucrara a más de un gobernante, en Inglaterra recorrió un camino inverso; primeramente, el poder político creó una iglesia independiente y después penetraron en esta iglesia los principios religiosos de la Reforma.
1. EL ANGLICANISMO – El origen de la iglesia anglicana 7 procede de la negativa del catolicísimo Enrique Vlll (1509-1547), que había sido declarado por León X como defensor fidei, a reconocer la autoridad del obispo de Roma, que le negaba la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón. A pesar de este gesto de distanciamiento de Roma (1531) y a pesar de los leves intentos de reforma doctrinal por parte de Cranmer (1489-1556), nombrado arzobispo de Canterbury en 1532, la iglesia de Inglaterra había permanecido doctrinalmente católica. Y así continuó incluso bajo el reinado de Eduardo VI, pese a la presencia en Inglaterra de protestantes expresamente invitados por Cranmer, que habían debido abandonar su patria de origen por motivos de fe y entre los que se contaban Juan Knox, Bernardino Ochino y Pedro Martin Vermigli. Fue bajo el reinado de Isabel I (1548-1603), sucesora de la católica María Tudor (1553-1558), cuando la reforma de carácter jurisdiccionista asumió las características de reforma religiosa. Y esto ocurrió con la aprobación en 1571 de los 39 artículos de la confesión de fe, que se inspiran claramente en las Sagradas Escrituras y que todavía hoy constituyen la base doctrinal del anglicanismo. Esto explica también que el cordón umbilical que le unía con la espiritualidad católica jamás fuera completamente roto, especialmente en la rama de la High Church. Esta espiritualidad queda expresada y encauzada en el Prayer Book, cuya primera edición, de 1549, tuvo sucesivas revisiones, entre las que destaca como más importante la del año 1662. Bajo el impulso del movimiento litúrgico de los años veinte, se introdujeron algunas modificaciones significativas en 1928: reserva de las especies eucarísticas para ser llevadas a los enfermos, uso de vestiduras especiales para la celebración de la eucaristía e introducción de algunas oraciones por los difuntos. En la fase actual de acercamiento entre anglicanismo y catolicismo no dejan de tener una importancia primordial, por lo que se refiere al tema de la piedad religiosa, el auge de la vida ascética y el reflorecimiento de las órdenes monásticas en el anglicanismo.
2. EL METODISMO – Del seno de la iglesia anglicana, de la que aceptará 25 de sus 39 artículos de fe, surge a mediados del s. xviii el movimiento de renovación religiosa suscitado por Juan Wesley (1703-1791), pastor anglicano, formado en la Universidad de Oxford 8. Este movimiento tuvo en seguida unas características espirituales muy marcadas: estudio metódico de la Biblia, horas fijas reservadas diariamente a la oración, participación cotidiana en la Santa Cena, práctica de obras de caridad. De ahí el apodo burlesco de «metodistas», que quedó para denominar a los pertenecientes a la iglesia surgida de este movimiento. Cuando la iglesia anglicana prohibió a Wesley que predicara en sus templos, emprendió su predicación itinerante al aire libre, dirigiéndose particularmente a las masas del proletariado procedentes de la incipiente sociedad industrial. Su predicación era ante todo una apelación a la conversión con un cambio radical de estilo de vida. En el ámbito de lo social, organizaba cruzadas contra la esclavitud, el alcoholismo y la prostitución, y se concretizaba en obras de asistencia en favor de aquellos que eran sus víctimas. Wesley no quiso jamás separarse de la iglesia anglicana, y por eso mantuvo su acción el carácter de «movimiento», que organizó en «sociedades» subdivididas en «grupos» y, seguidamente. en «clases». Estas últimas, compuestas de doce miembros, se reunían semanalmente bajo la responsabilidad de un seglar que corría con la dirección espiritual. Pero hasta después de su muerte no se constituyó este movimiento en una iglesia separada de la anglicana, aunque conservó de forma simplificada la riqueza litúrgica de esta última. Más que la doctrina, el metodismo acentúa la vida práctica y la experiencia religiosa. Uno de los momentos más vivos de la expresión de la fe lo constituye la himnología, que tuvo su mayor artífice en Carlos Wesley, hermano de Juan. Las características de su espiritualidad son la certeza plena de la salvación mediante el testimonio interior del Espíritu Santo y el deber del creyente de realizar su propia santificación mediante la ayuda de la gracia para tender a la perfección en el amor. Al laicado se le reconoce, después de una adecuada preparación, el derecho a la predicación y, en casos especiales, a la administración de los sacramentos.
3. LOS MOVIMIENTOS CARACTERIZADOS POR El, «BAUTISMO DE LOS CREYENTES» – También se atribuye a un antiguo pastor anglicano, llamado John Smyth (1570-1612). el origen, en Holanda, de las primeras comunidades de tipo baptista. Este hombre enlazaba idealmente con el anabaptismo, que prometía la renovación de la Iglesia hasta las consecuencias más radicales. El anabaptismo. afirmando que la Iglesia debía componerse únicamente por personas creyentes, sostenía que no se entraba a formar parte de la misma por derecho de nacimiento, sino sólo por decisión personal mediante el bautismo de los adultos. Los baptistas se afianzaron sobre todo en los Estados Unidos de América en el s. xviii y en el xix se difundieron por el resto del mundo, manteniendo las características típicas del puritanismo, en cuyo seno se habían desarrollado. El bautismo de los creyentes como testimonio de fe y signo de la gracia divina; el sacerdocio universal de los fieles, que abolió toda distinción entre pastores y seglares; la organización eclesiástica de carácter congregacionalista, que sostiene la autonomía de la comunidad local, son otras tantas características que subrayan la índole propia de una religiosidad viva, que apela constantemente al compromiso personal. Siendo Dios la fuente de toda bendición temporal y espiritual, a él debemos todo lo que tenemos y somos.
Esta deuda es una llamada a la evangelización (de ahí el fuerte impulso misionero) y al amor al prójimo (obras sociales). La negación de todo ritualismo produce una espiritualidad espontánea y acaso un tanto individualista.
El bautismo de los adultos, aunque con diversas acentuaciones doctrinales, se practica por la mayor parte de las iglesias surgidas de los fermentos espirituales de la segunda mitad del s. xix y de comienzos del xx. Tienen en común un biblicismo rígido, una tendencia a separarse del «mundo» y de quien no comparte sus principios en el campo religioso, una forma de piedad religiosa que rehuye las tradiciones, las formulaciones teológicas y las manifestaciones litúrgicas. Entre estas iglesias recordaremos las que surgieron de los movimientos más significativos. Los darbislas. así llamados por el nombre de su más dinámico iniciador, John Nehon Darby (1800-1882). o plimutistas, por la ciudad de Plymouth, donde se constituyó su núcleo más importante, o también hermanos, por la característica de su organización eclesiástica, que rechaza los ministerios especializados, atribuyendo a todos los creyentes -con tal que los reconozca como tales la «asamblea»- el derecho de intervenir en el culto público según la inspiración del momento. Los adventistas del séptimo día, o sabatistas, surgidos de la predicación de un baptista llamado William Miller (1782-1849). Además de restablecer el sábado como «día del Señor», se relacionan con los movimientos milenaristas, situando en el centro de su interés religioso el retorno cercano de Cristo y practicando el principio hebreo del «diezmo». El intenso énfasis que se pone en la observancia de determinados preceptos estimula el compromiso personal más en la acción que en la espiritualidad, de la que en todo caso se destierra todo componente místico. Los pentecostales consideran como origen de su movimiento una reunión celebrada en Los Angeles (California) en abril de 1906, en la que W. J. Seymour, guía de la comunidad, levantó tal oleada de fervor religioso, que los allí presentes empezaron a hablar en lenguas, sintiéndose partícipes de un nuevo pentecostés. Practican un estricto biblicismo (Full Gospel), es decir, el «Evangelio pleno»; administran a los creyentes el bautismo de agua por inmersión e invocan el bautismo del Espíritu Santo, única fuente del don de las lenguas (glosolalia) o de su interpretación. Sostienen la curación por la fe mediante la imposición de las manos. Su espiritualidad tiene su expresión más intensa en la oración comunitaria de invocación del Espíritu, que se expresa también en el canto de la «asamblea». suscitando momentos de gran emotividad, de fervor colectivo y de arrebatos místicos. El pentecostalismo ha sido el precursor de los actuales movimientos carismáticos, suscitados en varios sectores de la cristiandad como signos de la exigencia de un despertar espiritual en la Iglesia. Son alas moderadas del pentecostalismo las asambleas de Dios y la iglesia apostólica. Esta última pretende hacer revivir en nuestro tiempo la función eclesiástica de los «apóstoles» y de los «profetas». La Church of Christ, constituida en 1832 cuando las varias ramas del «movimiento de restauración del movimiento apostólico» hallaron una cohesión unitaria, se relaciona con los movimientos fundamentalistas del s. xix. El bautismo de los adultos (creyentes-responsables) no tiene para ella valor sacramental ni de agregación a la Iglesia, sino que sólo expresa el aspecto del discipulado: seguir a Jesús.
De ninguna manera puede considerarse parte integrante del protestantismo a los movimientos para o pseudo-cristianos, como los mormones, los testigos de Jehová, la iglesia del reino de Dios, los niños de Dios, etc.
V. De la teología de la crisis a la teología de la esperanza
Las múltiples corrientes teológicas que se manifiestan en el protestantismo son signo de una tendencia a no fosilizarlo en posiciones. que siempre son relativas, y mucho menos en su formulación: «La aventura teológica es siempre nueva y no es posible contentarse con fórmulas puestas a punto en otros tiempos o en otros lugares» (George Casalis). Su florecimiento -tanto en el caso de que pretendan iluminar ciertas peculiaridades menos atendidas del mensaje cristiano como en el de que se trate de corregir algunas desviaciones o fosilizaciones- queda siempre relativizado por la exigencia de confrontación con la Sagrada Escritura.
Algunas acentuaciones que han caracterizado a la teología de nuestro siglo estaban ya presentes en Christoph Blumhardt (1842-1919). con su «teología del mundo», y en Wijfred Monod (1867-1943), que destacó las exigencias sociales del cristianismo.
El teólogo más significativo de nuestro siglo es, sin duda, Karl Barth (1886-1963). Este autor da vida a la «teología dialéctica» o «teología de la crisis» [en contraposición al liberalismo teológico, que había tenido sus representantes más eminentes en Friedrich Schleiermacher (1768-1884) y en Ernst Troltsch (1865-1923)]. Contra la teología liberal, Barth se convierte en el heraldo de la trascendencia de Dios y afirma que Dios es el «totalmente otro», que no puede ser afirmado por el hombre a menos que Dios mismo quiera revelarse a él. Rechaza también toda «teología natural», porque la posibilidad de llegar al conocimiento de Dios no procede de la razón, ni de la naturaleza, ni de la historia, sino sólo de la revelación en Cristo Jesús. Tal conocimiento es un «acontecimiento» querido por Dios, un acto de gobierno de Dios en su Iglesia y en su pueblo. Momento de fundamental importancia del viraje teológico barthiano es la llamada «concentración cristológica», en cuya perspectiva se desarrolla su monumental obra dogmática.
Contemporáneo de Barth es Rudolf Bultmann (1884-1976), conocido como el teólogo de la «desmitologización». Este no pretende. como Hegel y Strauss, eliminar el mito, sino descubrir la verdad que esconde. para conciliar la fe con el pensamiento científico moderno. Su posición no es racionalista o reductiva, sino una hermenéutica contemplada como doctrina de la lengua y de la fe. y como interpretación dialéctica de la historia.
A la teología barthiana del «totalmente otro» se opone la del «ser» de Paul Tillich (1886-1965). Este considera que la posición barthiana entraña el peligro de deducir de ella que Dios ha abandonado a su destino el mundo y los acontecimientos terrenos. Sostiene, por el contrario. la concepción de un Dios que crea todas las cosas por medio de su Palabra, que por medio de esta Palabra está presente en la realidad creada y de este modo es el fundamento de todo el ser y de toda la estructura del ser. Considerando necesaria una colaboración y una confrontación entre teología y filosofía, afirma. por otra parte, que «la teología que podemos practicar es la del hombre `todavía ciego y, sin embargo, ya iluminado por la gracia de Dios con vistas a un conocimiento preciso… que se producirá más tarde».
Con su crítica dirigida tanto a Barth como a Bultmann, y sobre todo con su visión de un «cristianismo no religioso» y de una «iglesia para el mundo», Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), el héroe de la «iglesia confesora» en Alemania, parece abrir el camino al desarrollo de la «teología radical» multiforme: desde la teología de la «muerte de Dios» a la teología de la «revolución». Es más justo subrayar que este autor se propuso angustiosamente descubrir un vocabulario y una expresión no religiosa para decir lo que es la realidad de Dios en medio de la realidad del mundo. La ampliación del horizonte de este teólogo la ha trazado de modo incisivo Eberhard Bethge. amigo suyo, al que le enviaba sus cartas desde la cárcel: «Bonhoeffer cuando tenía veinte años dijo a los teólogos: vuestro tema es la Iglesia; cuando tenía treinta, dijo a la Iglesia: tu tema es el mundo: y cuando tenía casi cuarenta, dijo al mundo: tu tema es el de la confianza; es el tema propio de Dios. Con este tema no engaña a tu existencia, sino que la despeja».
Una abierta denuncia de los eslóganes desmitificadores surgidos de la teología de Bultmann y de las apresuradas teorizaciones de una ideología de la revolución la encontramos tanto en Oscar Cullmann (nacido en 1902) como en Wolfhart Pannenberg (nacido en 1928), los cuales niegan que el mensaje cristiano tenga que ser reformulado ante el hecho de un mundo descristianizado. En su obra fundamental Cristo y el tiempo (1946), Cullmann se opone a la concepción cíclica del tiempo, propia del pensamiento griego, y apela a la concepción bíblica, que él considera rigurosamente lineal, con su momento central en Cristo, hacia el cual todo converge y del cual todo desciende. Pannenberg rehabilita la historia como lugar de la revelación: «La revelación de Dios en la historia está abierta a cuantos tienen ojos para ver: tiene carácter universal». Su «teología de la esperanza» abre el camino a una nueva corriente teológica, que Jürgen Moltmann (nacido en 1926) recoge y desarrolla presentando, en oposición a las corrientes teológicas radicales o de inspiración marxista, un Dios que actúa en la historia de los hombres para llevar a la humanidad hacia un futuro que actualice las esperanzas de todas las generaciones. Su impulso bíblico-teológico al compromiso de los creyentes en el mundo puede, sin embargo. favorecer una visión escatológica en la que el concepto de redención quede de hecho limitado al plano de la historia humana.
La espiritualidad del protestantismo, que tiene su expresión más patente en el culto, ha sido notablemente influenciada en los últimos decenios por las diversas corrientes de la teología radical, superando, sin embargo, la prueba con una recuperación que ha anticipado en el campo litúrgico lo que se está realizando en el sector teológico. Efectivamente, se ha difundido la convicción de que es preciso oponerse a la tendencia de condicionar la tradición espiritual cristiana a la secularización. John Mevendorff, al afirmar la exigencia de remontarse a la fuente para devolver el culto cristiano a su función pascual primigenia, se pregunta «si la crisis de la liturgia que hoy constatamos no se deriva. sobre todo, de una secularización del culto. introducida y aceptada con excesiva facilidad». Y Marc Gibbard aplica el bisturí con más profundidad cuando afirma que «tras nuestra crisis de culto existe una crisis generalizada de fe». Si, por un lado, se insiste justamente en la necesidad de que ni el culto comunitario ni la oración personal se conformen con modelos estereotipados, con riesgo de inautenticidad o de un pietismo introvertido, otras voces recuerdan a las iglesias y a los creyentes la necesidad de entrar en el santuario del hombre interior y comunicar con Dios en la contemplación y en la adoración gozosa: «Cualquier tentativa de formas nuevas de culto no debe estar guiada por la sed de novedad. sino por la sed de dar a Dios un culto más auténtico» (J. J. von Allen). Si las crisis espirituales de nuestro tiempo impulsan a los cristianos a realizar nuevas experiencias en la adoración y en la plegaria y la renovación del culto, puede responder a exigencias ambientales y culturales, «todo cuanto hagamos puede vivificar nuestro culto» (Uppsala 1968, documento sobre «El culto rendido a Dios en una época secularizada»).
VI. La dimensión ecuménica
El ecumenismo. como movimiento para la unidad de la Iglesia. comenzó a desarrollarse en el protestantismo a partir de mediados del siglo pasado. Este movimiento marcó la superación de la apologética y de la controversia, tanto frente a la responsabilidad misionera de la Iglesia como en la confrontación con las nuevas instancias sociales. Los primeros signos de esta nueva exigencia de solidaridad fueron varios organismos de carácter internacional e interconfesional: Asociación Cristiana de los Jóvenes (YMCA) (1845), Alianza Evangélica Universal (1847), Federación Universal de Estudiantes Cristianos (1895). Alianza Mundial de las Iglesias para la Amistad Internacional (1915), etc. El comienzo del movimiento ecuménico de nuestra época se remonta. sin embargo. a la Conferencia mundial misionera de Edimburgo (1910), que dio vida a los dos movimientos Faith and Order (Fe y Constitución) y Ljfe and tJ ork (Vida y Acción). De ellos surgiría en 1948 el fJ orld Council of Churches (Consejo Mundial de las Iglesias). del que originalmente formaban parte sólo las llamadas iglesias protestantes. Su primer secretario general. W. A. Visser’t Hooft. expresa en las siguientes palabras sus características: «El Consejo Mundial de las Iglesias no debe pretender representar a la ‘una santa’: pero puede y debe proclamar que es un cuerpo en el que y por el que se manifestará la `una santa’ cuando le plazca a Dios». Las sucesivas asambleas mundiales tuvieron lugar en Evanston, Illinois (1954), Nueva Delhi (1961). Uppsala (1968) y Nairobi (1975). Actualmente forman parte del Consejo también las iglesias ortodoxas, y la Iglesia católica envía, desde la asamblea de Uppsala, una delegación oficial de «observadores». Con ocasión de la asamblea de Nairobi se inició también un diálogo con las religiones no cristianas. La base de fe del Consejo Mundial de las Iglesias. revisada en Nueva Delhi. es de clara inspiración nicena: «El Consejo Mundial de las Iglesias es una asociación fraterna de iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según las Escrituras y se esfuerzan por responder juntas a su común vocación para gloria del único Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo».
El diálogo ecuménico, extendido ya a todos los componentes de la cristiandad, se expresa esencialmente en los encuentros celebrados a nivel teológico y a nivel de oración y de reflexión común sobre la palabra de Dios. Los encuentros celebrados a nivel teológico tienen numerosas comisiones de carácter nacional y sectorial. pero se llevan adelante sobre todo con el «grupo mixto de trabajo entre Iglesia católico-romana y el Consejo Ecuménico de las Iglesias», así como en las comisiones mixtas entre teólogos católicos y teólogos de las alianzas confesionales mundiales (anglicana, luterana, reformada, metodista. etc.). La «semana de oración por la unidad de los cristianos» ha superado la fase de la conversión de los unos a los otros, puesto que «ninguno tiene el derecho de rezar para que sucumba una determinada iglesia cristiana y triunfe la propia» (Gunner Rosendal). La exigencia ya reconocida por todos es la de una renovada conversión de unos y otros a Cristo. De esta forma se realiza aquel >ecumenismo espiritual que llevó a escribir a Paul Couturier en 1944 el siguiente pensamiento: «Es preciso pedir al Espíritu de Dios la luz para distinguir el bien allí donde se encuentre, tanto en los demás como en nosotros, y más todavía en los demás, donde tenemos menos inclinación a verlo, que en nosotros, donde tendemos a exagerarlo como si fuera obra nuestra». El camino del ecumenismo está sostenido en la actualidad por la conciencia cada vez más clara, expresada felizmente por un obispo ortodoxo ruso. Platón de Kief, que afirmaba: «Los muros de la separación no llegan hasta el cielo».
M. Sbaffi
Notas-(1) Según las estadísticas más recientes, los protestantes en el mundo superan apenas los 300 millones: 73 millones de luteranos, 65 de anglicanos, 55 de reformados o presbiterianos, 54 de baptistas o en general congregacionalistas, 38 de metodistas; el resto pertenece a movimientos o iglesias de carácter fundamentalista. En Europa los protestantes son aproximadamente 120 millones. de los que 30 son anglicanos, 32 luteranos, 19 reformados. cinco baptistas y cuatro metodistas.- (2) Los valdenses se difundieron en los ss. XIII y XIV en Francia meridional, en el norte de Italia. en Alemania, en Bohemia, en Hungría y en Polonia, siendo perseguidos por doquier como herejes. A comienzos del s. XVI quedaron sólo algunos grupos. entre los cuales se cuentan los de los Alpes Cozie (llamados todavía hoy valles valdenses). Fueron estos grupos los que en un sínodo general convocado por Chanforan en el valle de Angrogna (1532) decidieron adherirse a la reforma calvinista, aceptando sus principios doctrinales.- (3) Nació en Eisleben. Turingia. el 10 de noviembre de 1483. Estudió primeramente en Magdeburgo, después en Eisenach y en Erfurt, donde en 1505 consiguió el título de magister artium. En ese mismo año. ya matriculado en la facultad de jurisprudencia, se vio sorprendido por un temporal y, aterrado por un rayo que cayó a su lado, gritó: «Santa Ana. ayúdame y me haré monje». Mantuvo su voto y entró en el convento de los agustinos el año 1507; fue ordenado sacerdote. y en 1512 consiguió el doctorada en teología. En 1515 fue nombrado vicario de distrito para los conventos de su orden en Sajonia y Turingia. Ayudado por su superior Staupitz, maduró su crisis espiritual. que él mismo definió como «un combate para encontrar a un Dios misericordioso», y llegó a la intuición de la doctrina de la «justificación por la fe». enlazando a través de san Pablo con las enseñanzas de san Agustín. Acusado de herejía, de la que no se retractó ni en Augusta (1518) ni ante la dieta imperial de Worms (1521), y con la protección del elector de Sajonia, fue puesto a buen recaudo en el castillo de Wartbnrg, donde. entre otras cosas, tradujo a la lengua vulgar el Antiguo y Nuevo Testamento. La reforma luterana, a pesar de la postura adoptada por lanero contra la revolución de los campesinos, se difundió rápidamente en Alemania. facilitada a continuación por la liga de Esmalcalda (1531). Murió Lutero el 18 de febrero de 1546, a consecuencia de un ataque cardiaco, murmurando varias veces: «En tus manos encomiendo mi espíritu».- (4) Nació en Wildhaus. Toggenburg. el 1 de enero de 1484. Estudió en la universidad de Viena y de Basilea. y en 1506 fue nombrado párroco de Clarona, donde permaneció hasta 1516. dedicándose a los estudios humanísticos y a la lectura en griego del Nuevo Testamento. Después fue trasladado a Einsiedeln y posteriormente a Zurich como párroco de la catedral (1519). Aquí inicia una obra de reforma, encontrando la oposición del obispo de Constanza y el apoyo del consejo ciudadano. Después de haber renunciado al cargo de párroco, aunque manteniendo la misión de predicar, prosiguió su acción reformadora, que se extendió a Berna. Basilea, San Cal. Murió en Kappel el 11 de octubre de 1531, mientras asistía como capellán a las milicias de Zurich, atacadas por las de los cantones que permanecieron católicos.- (5) Nació en Noyon. en la Picardía, el 10 de julio de 1509. Estudió en La Marche y en Montaigu y después en Orleans. donde en 1532 terminó sus estudios de jurisprudencia. Trasladado a París para iniciar los estudios humanísticos. frecuentó ambientes interesados en la Reforma. a la que se adhirió. Fue en Italia. en 1535. huésped de Renata de Este. duquesa de Ferrara. en cuya corte se refugiaban numerosos hugonotes. Yendo de paso por Ginebra, fue casi obligado por el reformador Guillermo Farel a quedarse en aquella ciudad (1536) para dedicarse a la enseñanza de la Sagrada Escritura y a la predicación; pero dos años más tarde fue obligado por el partido hostil a la Reforma a que dejase Ginebra, adonde pudo volver en 1541. En la lucha dirigida por él para combatir las herejías aparecidas con el impulso del espíritu reformador, tuvieron lugar numerosos procesos provocados por él, entre los cuales se cuenta el de Miguel Servet, que negaba la doctrina trinitaria y acabó condenado a la hoguera (en 1903 tos protestantes de Ginebra erigieron un monumento expiatorio en el mismo lugar). Después de las victorias de sus partidaríos (1555), pudo estructurar libremente la vida religiosa y civil de la ciudad y defender los principios de la Reforma en varias regiones de Europa. Murió en Ginebra.el 17 de mayo de 1564. Su tumba no ha podido ser encontrada. puesto que él deseó que no quedara ningún recuerdo suyo. -(6) Recordemos las principales: Augustana (1530), leída ante Carlos V en la dieta que él habia convocado en Augusta; .Artículos de Esmalcalda (1537), redactados por Lotero para el concilio convocado por Pablo III en Mantua; Helvética posterior (1566), que sirvió a Federico III para verse descargado de la acusación de herejía: Galicana, que también se llama Confesión de la Roehelle, redactada por Calvino para el sínodo nacional de los hugonotes. reelaborada por los valdenses en francés en 1655 y en italiano en 1662; de Westnunster (1647). preparada en el periodo de la resolución de Cromwell. Entre las recientes conviene recordar la de Barmen (1934).adaptada por el sínodo de la iglesia confesora en Alemania.- (7) Seria más justo hablar de «comunión anglicana». ya que el anglicanismo. favorecido por la expansión del colonialismo británico y acompañado por un vigoroso esfuerzo misionero. ha tenido una amplia difusión geográfica en todos los continentes. dando lugar a iglesias que han acusado sus diversas influencias. Aunque los términos son hoy anticuados y no siempre adecuados a una diversificación efectiva. los de «iglesia baja» (low Church). «iglesia alta» (high Church) e «iglesia ancha» (bread Church) se refieren siempre a las disersas corrientes existentes en el anglicanismo, que, precisamente por esta coexistencia de posiciones. tiene un puesto muy importante en el diálogo ecuménico.- (8) Nació en Epwort. en Lincolnshire. el 17 de junio de 1713. Estudió en Oxford filosofía y luego teología. En 1728 fue ordenado pastor anglicano. En Oxford constituyó. junto con su hermano Carlos y otros estudiantes de aquella universidad. un cenáculo para la oración, el estudio del Evangelio, la asistencia a los pobres y a los enfermos, el cual recibió despectivamente el nombre de Holvelub; a sus miembros se les llamó «metodistas». Después de una estancia poco feliz en Georgia (América del Norte), mientras asistía a una reunión de hermanos moravios en la que se leía el prefacio de Lutero a la epístola a los Romanos, sucedió lo que él Ilamaria su conversión (24 de mayo de 1738), en la cual se vio invadido, como él mismo declaró, por un «fuego interior», dando inicio a su acción de renovación, recorriendo toda Inglaterra y llegando incluso a Gales, Irlanda y Escoria. Se calcula que recorrió a caballo 350.000 kilómetros, predicando 42.000 veces. Una de sus últimas frases antes de morir (2 de marzo de 1791) fue la siguiente: «Lo mejor de todo es Dios con nosotros».
BIBL.-Renunciamos a citar autores clásicos del protestantismo moderno e instituciones: Barlh, Bonhoeffer, Thurian, Tillich, Taizé, etc. Puede encontrarse una buena bibliografía protestante en castellano en «Diálogo ecuménico», n. 31-32 (1973) 575-581.-Biot, F, Comunidades protestantes. El renacimiento de lavida regular en el protestantismo continental, Eler, Barcelona 1964.–Bravo. E, El sacerdocio común de los creyentes en la teología de Lutero, Eset, Vitoria 1963.-Damboriena, P. El protestantismo en ,4mériea Latina, Madrid 1962.-Gómez tleras, J. M. G,Teología protestante..Sistetna e historia, FA. Católica. Madrid 1972.-López Aranguren, J. L. Catolicismo y protestantismo como formas de existencia, Alianza Editorial. Madrid 1980.–López Rodríguez. M, La España protestante. Crónica de una minoría marginada (1937-1975). Sedmay, Madrid 1976.-Mehl, R. Tratado de sociología del protestantismo, Studium. Madrid 1974.-risión católica de la herencia protestante. Estudios para el diálogo ecuménico, Apostolado Prensa, Madrid 1966.-Weber, M. La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península. Barcelona 1975.
S. de Fiores – T. Goffi – Augusto Guerra, Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1987
Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad
A) Concepto y ramificaciones históricas.
B) Símbolos de fe en el protestantismo.
C) Teología protestante.
A) CONCEPTO Y RAMIFICACIONES HISTí“RICAS
La palabra p. es, según la mente protestante, un concepto colectivo para designar todas aquellas Iglesias y comunidades que se distinguen conscientemente de la Iglesia católica romana y de la Iglesia ortodoxa oriental y en general rechazan para sí mismas el factor de lo «católico» en sentido tradicional. Pero, a su vez, se distinguen por una determinada manera de entender la Iglesia, por una decidida actitud de fe y una manera consciente de vida, de forma que no cabe considerarlas sólo por lo que niegan como Iglesias y comunidades del protestantismo. Algunas de ellas se remontan directamente a la reforma protestante y pueden derivarse de la actividad misma de los reformadores Lutero, Zuinglio y Calvino, mientras que otras han salido en la edad moderna de las Iglesias de la reforma. Estas han guardado factores característicos de su origen; mas, por otra parte, están determinadas por cuestiones modernas, de suerte que han llegado a elaborar formas de vida y de fe que no permiten se les aplique en modo alguno el concepto de p. puramente en sentido histórico.
Por eso puede distinguirse entre p. antiguo y moderno. Este último puede también aplicarse a las Iglesias que proceden inmediatamente de la reforma, pues bajo la influencia de las cuestiones e ideas de la edad moderna han experimentado un cambio de forma y un desplazamiento fundamental de los temas que dominan sus doctrinas, de suerte que sus rasgos de primitivo p. apenas son ya vivos o aparecen por una deficiencia de decisión como rudimentos todavía no rechazados definitivamente. Si quiere emplearse esta idea colectiva para caracterizar además aquellas Iglesias y comunidades que no son ni «católicas» ni «ortodoxas», será conveniente distinguir en el concepto de p. un doble elemento.
El p. comprende en primer lugar un determinado comportamiento en todas las cuestiones de la fe y de la vida cristiana, y, en segundo lugar, una inteligencia determinada de los problemas fundamentales que van anejos al ser de la Iglesia, p. ej., las cuestiones sobre su esencia y forma, sobre la relación entre la sagrada Escritura y el magisterio eclesiástico o sobre los medios de la acción eclesiástica, y, especialmente, sobre el sentido y la forma de las acciones eclesiásticas y sobre los factores personales y suprapersonales que determinan la vida de fe del cristiano. Si el p. se considera bajo estos dos aspectos, es decir, como respuesta real a las cuestiones que en general se plantean con la existencia misma de la Iglesia o como una manera determinada de fe y de vida que se manifiesta en particular en el ser de cada cristiano; en consecuencia puede entenderse, por una parte, bajo el aspecto de su posición confesional y, por otra, según su particular posición dentro del movimiento ecuménico y, finalmente, también bajo el aspecto de la diferenciación tan graduada de las comunidades e Iglesias que lo profesan o se clasifican dentro del mismo. Si él puede entenderse de esta manera, cabría hablar con derecho de «p. universal».
Este concepto podría aceptarse en toda su extensión, de forma que – como el concepto de «catolicismo» – no ha de entenderse únicamente en su restricción confesional o como negación de la Iglesia católica, sino como un comportamiento cristiano de fe y de vida, que lleva en sí mismo rasgos muy característicos e indelebles, lo mismo que el catolicismo tiene rasgos por los que se caracteriza inconfundiblemente. En tal caso, p. y catolicismo han de distinguirse como dos magnitudes o posibilidades de ser cristiano que están en mutua correlación.
Si modernamente la Iglesia oriental ortodoxa emplea para designarse a sí misma el epíteto de «católica», ello indica un uso supraconfesional de este concepto, que es una nota universal de la Iglesia cristiana, pero que recibe un sello particular a través de aquellas Iglesias que se entienden a sí mismas como «católicas» y que, por tanto, llenan más precisamente con contenido concreto la denominación general de «católicas». Lo mismo acontece con el concepto de p., sólo que en éste no se trata de una declaración hecha únicamente en relación con el fenómeno «Iglesia», sino de un factor en la manera de entenderse a sí mismo, que significa, por una parte, una manera de comportamiento cristiano y, por otra, un modo determinado de entender la fe y la realidad. Pero, en tal caso, no puede ya preguntarse por la «esencia» del p., o por un «principio protestante» simplemente constitutivo, sino que hay que buscar una característica de este concepto colectivo según la plenitud de su sentido, que no abarca siquiera a todas las Iglesias y comunidades designadas bajo tal nombre. Desde este punto de vista, hay «protestantes», pero no sólo en la separación confesional, sino, por la actitud de fe y las formas de vida, también en otras Iglesias cristianas, bien se entiendan a sí mismas como «ortodoxas» o bien como «católicas».
I. Definición objetiva
1. Trátase en la concepción objetiva que caracteriza al p., de un juicio que ocurre dentro del mismo, con gran escala de variaciones, sobre las realidades que van anejas a la existencia eclesiástica como tal, particularmente sobre la relación entre la esencia y la forma de la Iglesia. Por su propia historia, pero también partiendo de la tradición eclesiástica, el p. no sólo conoce la tensión que radica en el ser de la Iglesia misma entre su esencia espiritual y su forma empírica, sino que esa tensión es el tema fundamental que atraviesa su historia desde los comienzos. Y puede decirse que dondequiera esa tensión es sentida y sostenida en relación con las formas de vida de la Iglesia, allí se manifiesta a la postre una actitud «protestante» frente a las cuestiones fundamentales de la vida eclesiástica.
Ya Agustín puso en claro en su doctrina sobre la Iglesia que con el ser de la misma como tal, va aneja una dialéctica ineludible; ella es, por una parte, comunión de fe y amor y, en cuanto tal, obra del Espíritu Santo y de la acción especial de Dios en todas sus manifestaciones y en todos sus miembros, obra y acción que escapan a toda intervención humana y a todo poder de disposición terrena. Pero ella es, por otra parte, la institución histórica por la cual y en la cual se realiza la comunión de fe y amor en forma concretamente determinada en cada caso. Esta tensión está de antemano ingénita en el p. y es sentida tan profundamente en él, que aquí se levanta hasta sus últimas consecuencias la protesta contra un eclesiasticismo que no reconoce tal tensión y la reprime, o cree poderla eliminar muy unilateralmente por la espiritualización de una parte _o por la institucionalización de la otra. Toda inclusión de la Iglesia como comunidad de fe y amor en la historia y toda identificación de la misma con una magnitud e institución empírica elimina de hecho la tensión, que va ineludiblemente aneja a la existencia misma de la Iglesia y que aparece ya en la predicación de Jesús, pues el factor escatológico del reino de Dios y el llamamiento a seguirle como discípulos – llamamiento que debe entenderse como absolutamente real y cumplirse en forma concreta – entrañan en sí esta tensión y la prolongan en la historia.
De donde se sigue que el p. no debe caracterizarse como el «no» a la Iglesia en sí misma o, según anteriores modo de ver, como «individualismo» absoluto, sino como el «no» a una Iglesia en cuya manera de entenderse a sí misma queda suprimido el factor esencial de la tensión entre su esencia espiritual y su forma empírica. El mantenimiento de esta polaridad es de importancia decisiva para la efectiva aparición empírica de la Iglesia, para su actuación en el mundo y para su inteligencia del mundo en general. Del reconocimiento y mantenimiento consciente de esta tensión se sigue con objetiva necesidad una determinada postura ante el mundo y una actuación de la Iglesia y de la comunidad cristiana en el mundo en consonancia con esa postura.
El p. apareció donde esta tensión se experimentó conscientemente por primera vez y fue expresada y representada vitalmente como ingrediente esencial de la manera de entenderse a sí misma la Iglesia. Partiendo de ahí puede también interpretarse y entenderse la variedad de Iglesias y comunidades, que en el campo no protestante es sentida como variedad perturbadora dentro del cristianismo. Esa variedad expresa también la protesta contra el olvido de estos principios dentro del p. mismo. Es, por tanto, la recepción consecuente, incluso contra sí mismo, de un constante factor de inquietud en la vida de la Iglesia. Este fenómeno, tantas veces lamentado y achacado al p. como incapacidad de formar una Iglesia, tiene, por tanto, su razón última en el empeño de lograr una amplitud de ser adecuada a la inteligencia que la Iglesia tiene de sí misma.
2. Pero con ello se da también la solución de otra cuestión real que dimana de la existencia de la Iglesia, y que atañe a la relación entre la sagrada Escritura y el magisterio eclesiástico. Por más que en el pasado y en la actualidad misma, de lado católico y no católico, se hayan entendido estas magnitudes como incompatibles entre sí o como entrelazadas por un necesario vínculo mutuo, hoy por lo contrario hemos de reconocer que aquí no se trata para la Iglesia de un autoritativo «o lo uno o lo otro» (o la sagrada Escritura o el magisterio como última instancia autoritativa), como si sólo el magisterio eclesiástico pudiera exponer la Escritura, o sólo hubiera que reconocerlo en cuanto él mismo se pone enteramente bajo aquélla, sino que se trata, en estas dos magnitudes, de una polaridad insoslayable y de un constante «estar en función» y «poner en función», sin lo cual ni la Escritura está o puede estar nunca presente de hecho en la Iglesia o en lacomunidad, ni el magisterio como tal puede ejercerse con determinada vinculación objetiva.
La Escritura sólo «se pone en función» en cuanto es creída, en cuanto se instruye y vive desde ella en la Iglesia o la comunidad. Sin embargo, esta instrucción y su aplicación a la vida no pueden dirigirse a su vez sino a lo que está puesto y dado en la Escritura misma. Síguese que el magisterio no debe considerarse tanto por su lado institucional, cuanto por la relación a sus funciones, que de hecho se dan en toda Iglesia o comunidad cristiana y se ejercen en gradación variada desde el orden local hasta el supracomunitario o eclesiástico universal, desde los padrinos hasta los doctotes y pastores reconocidos de la Iglesia. Por eso se da el p. dondequiera se reconoce y practica la polaridad de estas funciones especiales entre la ligación a la Escritura, por una parte, y la necesidad de actualizar su contenido, por otra, a través de la función doctrinal, muy diferenciada en sí misma, de los miembros de la Iglesia, que evidentemente están en distintos grados de responsabilidad. No puede, pues, decirse simplemente que dondequiera se da una desviación respecto del «magisterio», allí hay ya o surge un p., porque el p. tiene efectivamente en sí mismo también las funciones del magisterio, que en él no se gradúen por el oficio jerárquico, pero sí por el estado espiritual de los cristianos.
3. Una de las notas objetivas del p. es también su concepción definida de la acción de la Iglesia y una afirmación decidida de los medios por los que esa acción se realiza. En este contexto hay que remitir primeramente a la relación entre palabra y sacramento, la cual no debe entenderse como si en el p. únicamente hubiera Iglesias y comunidades que sólo están dotadas de la palabra o que estiman sólo la palabra y no los sacramentos, caracterizando en cambio la Iglesia católica y la ortodoxa oriental como Iglesias del sacramento. Tal división entre una «Iglesia de la palabra» y una «Iglesia del sacramento» está vedada según la actual visión teológica (para el catolicismo sobre todo después del concilio Vaticano ii) por la sencilla razón de que la palabra y el sacramento están referidos entre sí de forma que ambos viven de la presencia de Cristo.
Ahora bien, en ésta hay que distinguir un doble aspecto: una presencia que en la palabra sale al encuentro del hombre, y una presencia que debe experimentarse por el sacramento. Si el sacramento se entiende como un hacer visible la palabra, hay que decir también, por otra parte, que no puede haber eficacia del sacramento sin la palabra que lo acompaña. Lo único que constituye la diferencia del p. respecto de las otras Iglesias es que reduce el número de sacramentos a dos (bautismo y cena) y funda a la vez estos dos sacramentos, partiendo de su fundamentación bíblicamente atestiguada, como dones especiales de Cristo por los que él se comunica a sí mismo; lo demás que otras iglesias miran como «sacramento» es considerado en el p. como una acción eclesiástica, sólo legitimable a partir de la palabra. Así, pues, no puede considerarse como característica universal protestante el menosprecio o el total desprecio de los sacramentos frente a la palabra, aunque ello acontezca también en algunas comunidades dentro del p. de manera sumamente equivoca.
Esta característica universal consiste más bien en que, en el p., la palabra ha sido reconocida en su propia función como el medio específico de aplicar los bienes salvíficos en la comunidad, lo que no quita en absoluto que también el sacramento tenga una significación correspondiente, la cual, sin embargo, se distingue fundamentalmente de la significación de la palabra, lo cual está relacionado con la manera diferente de presencia de Cristo en el sacramento. Así, en el p., también las acciones particulares eclesiásticas, a excepción del bautismo y la cena, son concebidas según su particular sentido por la palabra que las constituye. Con esto se relaciona el hecho de que, para fijar el uso verdaderamente eclesiástico y «auténtico» de dichas acciones, se recurre constantemente a su fundamento bíblico, de forma que dentro del p. no puede haber un tradicionalismo rígido (por más que también las Iglesias protestantes hayan pecado en contra de tal principio), que en el curso de la historia conserva las ampliaciones humanas e históricas que se han adherido a las acciones sacramentales y no está dispuesto a revisarlas según su justificación desde el punto de vista de la Escritura.
Así, dentro del p., actúa un constante elemento de crítica objetiva, dispuesto a revisar el hablar de Dios que se da en cada momento en la Iglesia, lo mismo que la visibilidad de esta palabra que se manifiesta en el uso de las acciones eclesiásticas, por lo que se refiere a su permanente legitimidad, que sólo puede justificarse partiendo de la Escritura. En este sentido, se da de todo punto en el p. el principio de una constante renovación de la Iglesia, necesaria en todos los tiempos en virtud de los elementos humanos e históricos que en ella actúan. Mas por ello precisamente no puede decirse que el p. sea la absoluta «protesta contra la forma», porque esa actitud de protesta supone y ha de suponer siempre que también el proceso de génesis de formas es necesario y debe realizarse constantemente de nuevo; sin tal proceso la protesta en contra no sería posible.
4. Así, pues, si el p. está caracterizado por una determinada inteligencia objetiva, que se manifiesta en una gran escala de variaciones, de forma que todos los factores mencionados no pueden en modo alguno encontrarse en una sola Iglesia protestante; por otra parte, está marcado por una determinada actitud de fe, que, de un lado, confiesa su completa dependencia de los factores suprapersonales, lo mismo que de la gracia divina y del Espíritu Santo, y, de otro, recalca también la recepción de la gracia y del Espíritu por parte del hombre y lucha por lograr el conocimiento de esta manera especial de recepción. El p. encuentra en esta personal apropiación de los dones suprapersonales el fundamento de la verdadera vida espiritual del cristiano, que debe ponerse de manifiesto como tal en todas las situaciones y en todos los órdenes de la vida de los hombres. La significación particular del p. y de su situación dentro de la cristiandad está en que ha puesto de relieve e interpretado teológicamente este elemento personal en su significación existencial para el cristiano.
Puesto que la fe cristiana sólo puede llegar a su pleno cumplimiento en esta personal apropiación, ha surgido, aun de lado protestante mismo, la opinión de que la nota que mejor caracteriza al p. es el «individualismo». Pero esta afirmación es sólo la mitad de una verdad, que consiste en que la fe cristiana está dirigida y tiende de manera absoluta a la formación y configuración de la persona humana. Por eso, no puede en manera alguna hablarse de una absolutización de los rasgos individuales de la fe por parte del p., por muy ciertamente que conste, de otra parte, cómo el conocimiento de la importancia del factor personal para la apropiación de la fe ha tenido y tiene amplias consecuencias para el descubrimiento de las leyes de la génesis o formación de la individualidad humana en general.
En conclusión, el p. está caracterizado por una «inteligencia objetiva» enteramente determinada, así como, por otra parte, puede describirse como una actitud de fe consciente de ser la realización y concreción en el terreno individual de la fe comunicada por Dios al hombre como una dádiva.
5. Si se considera así el p. según sus determinaciones objetivas, concretamente en relación con su inteligencia de la Iglesia, sobre todo por lo que se refiere a la vinculación de la Iglesia y de cada uno de sus miembros a la sagrada Escritura como dato normativo y crítico previamente dado para la fe cristiana y para la comprensión teológica; debe resultar evidente cómo las comunidades que han de contarse como protestantes no están definidas tanto por la uniformidad de sus doctrinas de fe, cuanto por su variedad; más aún, es característico del p. su verdadero miedo de dar valor absoluto a doctrinas particulares de fe y sucumbir así al peligro de un nuevo legalismo de la vida creyente. Por eso, respecto de la inteligencia de la Iglesia dentro del p., cabe encontrar una amplia gama de variaciones. Hay Iglesias que mantienen el llamado «episcopado histórico» o que consideran los ministerios indicados en la Biblia como absolutamente constitutivos de la Iglesia y de la comunidad; y también hay Iglesias que sólo reconocen en absoluto un único ministerio eclesiástico, del cual, sin embargo, pueden salir otros ministerios, pero que en la predicación de la palabra o en la administración de los sacramentos ejercen todas la misma función principal.
Tal vez sea una característica del p., a la que hemos de referirnos expresamente en este contexto, el que no reconozca la «sacramentalidad» del oficio y de las acciones sacramentales que se derivan de ella, sinoque vea fundado el oficio – en manera alguna constituido por la comunidad, sino dirigido a su encargo siempre personal, que sólo se da a determinadas personas – en el hecho de Cristo y en el lógos tés katallages (cf. 2 Cor 5, 18ss) que lo interpreta. El titular del ministerio eclesiástico dentro de todas las Iglesias y comunidades protestantes siempre es y sólo puede ser «servidor», que debe desempeñar este servicio en favor de la comunidad que lo ha llamado; lo cual no significa que la comunidad pueda disponer libremente sobre la provisión y perduración del ministerio.
Hay también dentro del p. Iglesias particulares que, respecto del ministerio, mantienen la sucesión apostólica de los obispos, sin anclarla sin embargo en su doctrina teológica sobre la Iglesia como absolutamente constitutiva para ella, a excepción desde luego de la comunión de Iglesias anglicanas (-> anglicanismo), cuya relación con el p. no es ya de por sí enteramente unívoca; como hay igualmente, sobre todo entre las -> Iglesias reformadas, algunas para las que el orden presbiteral y sinodal representa uno de los elementos esenciales y constitutivos de la Iglesia, sin el cual ésta no puede existir, porque está fundado en el orden apostólico y pertenece por ello necesariamente a las notas indelebles de la Iglesia.
6. Entre las notas características del p. hay que contar también la concepción de la relación entre la Iglesia y el mundo. El p. rechaza toda especie de cristianización del mundo. Este es y será siempre el lugar del alejamiento del hombre frente a Dios. A este mundo han sido enviadas la Iglesia y la comunidad (como representación local de la Iglesia) y en él está situado el cristiano particular, para poner de manifiesto por su obrar simbólico el amor de Dios a este mundo y a la humanidad que, una y otra vez, se aleja de Dios, y ganar también así a individuos siempre nuevos, que se incorporan a la comunidad creyente de los cristianos y así se capacitan para limitar los efectos sociales del alejamiento de Dios en la humanidad y para eliminarlos con toda provisionalidad en puntos particulares.
Esta manera de obrar en el mundo tiene para el p. un carácter claramente simbólico, lo cual significa teológicamente que el reino de Dios ultraterreno no entra nunca en este mundo, ni puede erigirse como una magnitud inmanente. Por eso es característico de todas las comunidades protestantes que, en la relación entre la Iglesia y el mundo, no hay superioridad cualitativa de la Iglesia sobre el mundo, ni de lo espiritual sobre lo terreno, sino que el mundo y lo terreno, con todas sus cualificaciones, ofrecen un trasfondo siempre igual para el ejercicio simbólico de la fe.
Estas determinantes objetivas que constituyen al p. en toda su extensión, están tomadas de las comunidades concretas en que él se representa, las cuales realizan por su parte los rasgos típicos del p., puestos de relieve en lo que antecede, sin que pueda decirse que una comunidad es la protestante. Repítese en relación con la realización del p. el problema que se plantea en otro plano, cuando se piensa en la relación entre la Iglesia de Jesucristo y su realización y representación por parte de una determinada Iglesia confesional. Ninguna de ellas realiza, a despecho de su pretensión de universalidad, de manera perfecta la Iglesia de Cristo. Su realización queda siempre quebrada por los factores de la historicidad. Lo mismo acontece con el p., que como tal tampoco está representado de manera perfecta por ninguna comunidad protestante, sino solamente bajo determinadas condiciones históricas, culturales, étnicas y sociológicas. Y así este hecho se refleja en 1as comunidades protestantes, que por de pronto se caracterizan a sí mismas sólo por el lado negativo, a saber, como no católicas ni ortodoxas orientales. Pero, sin duda alguna, éstas realizan también ciertos aspectos positivos, aunque en forma fraccionada, según hemos intentado mostrar.
II. Ramificaciones históricas
El nombre de «protestante» se formó con ocasión de la dieta de Espira en el año 1529. Con él se designó aquel grupo de cristianos dentro de la Iglesia católica de entonces, que protestó contra un decreto de la mayoría en las cuestiones de fe y vida cristiana, y estableció en su lugar la relación personal inmediata del individuo con Dios; con lo cual, indudablemente, ya en los comienzos del p. apareció un factor importante que caracteriza en general a los protestantes, factor que luego en los siglos siguientes se pensó a fondo en su significación teológica y se comprendió cada vez más fuertemente según todas sus consecuencias eclesiásticas y profanas. Sólo después de la dieta de Espira y de la de Augsburgo de 1530, que en cierto modo fue continuación de la primera, se vio claro que estos «protestantes» estaban unidos por una manera de entender la Iglesia, que se distinguía de la manera de entenderse la Iglesia católica de su tiempo, de forma que tenía que llegarse también a una separación consciente y, con ello, a una escisión de la Iglesia.
Pero también en los comienzos del p. aparece claro que esa inteligencia de la Iglesia y una actitud de fe que se pone de manifiesto en lo personal son cosas que van unidas, y ambas se manifiestan por de pronto únicamente en la profesión de fe, con lo cual a su vez se descubre un factor esencial de la vida eclesiástica. Eso no significa que la Iglesia se funde en la profesión de fe de sus miembros, pero sí que en su existencia concreta puede ser conocida por tal profesión de fe de sus miembros en el mundo, y que, con ello, esta profesión representa una afirmación sobre la manera de entenderse la Iglesia y sobre la existencia cristiana. Así los cristianos «católicos» y los «protestantes» por de pronto se separaron como tales, hasta que se impuso el conocimiento de la condición eclesiástica de los unos y de los otros, lo que aconteció con la conclusión de los símbolos protestantes (Libro de concordia [1580], sínodo de Dordrecht [16181) y con la delimitación romano-católica (concilio de Trento: 1545-63).
Esta evolución hacia la formación de Iglesias propias se inició en varios lugares simultáneamente dentro de la Iglesia católica del siglo xvi, aunque tuvieron de momento cierta prioridad los procesos dentro del luteranismo, prioridad que desapareció pronto por la ulterior evolución. En la geografía alemana representaron al p. las Iglesias luteranas, mientras que en Suiza se formaron otras Iglesias independientes, determinadas al principio por Zuinglio y marcadas luego en su forma y doctrina por Calvino; de estas últimas salieron las más fuertes representaciones sobre el continente europeo y luego también sobre el mundo norteamericano. Un tercer sector del p. se desarrolló en relación con la reforma de la Iglesia de Inglaterra, que no ha perdido nunca ciertos rasgos conservadores, propios de la baja edad media. Esta Iglesia fue luego decisivamente influida por el calvinismo y el luteranismo, y sólo tras largas luchas internas adquirió su forma definitiva.
Junto a ese p. orientado en conjunto eclesiásticamente en Alemania, Suiza e Inglaterra, que sigue aún vivo en estos espacios geográficos, se ha desarrollado un p. que no reconoce para nada a la Iglesia tal como surgió en las Iglesias luteranas y reformadas y en la Iglesia estatal o nacional de Inglaterra, sino que, por el contrario, proclama la autonomía de la comunidad particular en que se representa la Iglesia, y llega hasta la negación de toda clase de comunidad, acabando en un individualismo y espiritualismo cristiano, fenómeno que también pertenece indudablemente a la caracterización general del protestantismo.
Así como en el terreno luterano y reformado fue el -> pietismo el que llevó a cabo esta interiorización de la fe y de la Iglesia, así también en el ámbito de la Iglesia oficial inglesa el puritanismo dejó sentir sus profundos efectos. Esta línea del p., con gran variedad de tonalidades, al serle negado el reconocimiento jurídico de sus comunidades, halló nueva patria en el ámbito americano y contribuyó luego decisivamente a la construcción del mundo moderno del capitalismo y del socialismo. No cabe discutir que en el p. han de incluirse también aquellos grupos que llevaron a cabo la separación de las Iglesias estatales, nacionales y regionales, y hasta rechazan que ellos sean en absoluto comunidad o Iglesia. Estos grupos han proseguido unilateralmente el desarrollo de ciertos factores del p.; ora llevados de la convicción de que la Iglesia en general sólo puede representarse como comunidad particular, según lo defiende el congregacionalismo; ora porque aquélla es entendida como la libre asociación de sus fieles, por la que surge la Iglesia y la comunidad, como ocurre en los anabaptistas, que, por lo demás, han elaborado también una doctrina particular sobre el bautismo y la manera de administrarlo; ora porque el realce dado a la regeneración y la aspiración a la santidad han sido hechos signos del verdadero cristianismo, como es el caso entre cuáqueros y menonitas.
Pero incluso las Iglesias libres que se forman precisamente en Inglaterra por oposición a la Iglesia presbiteriana estatal o nacional son fenómenos típicos del p. en las tierras anglosajonas. Aquéllas exigen la libertad de la fe para la Iglesia misma en su relación con el Estado, pues a su juicio sólo puede hablarse de Iglesia en una comunidad autónoma e independiente del Estado. Recalcan además tan fuertemente la libertad individual de la fe, que la Iglesia cobra carácter de una Iglesia voluntaria, la cual no puede oponerse a la libertad de fe del individuo, sino que debe respetarla hasta el último extremo. También las comunidades surgidas de las Iglesias libres escocesas, como la «Iglesia de Cristo» o los «hermanos de Cristo» pertenecen al p., pues lo representan en rasgos típicos ante el mundo moderno. Lo mismo hay que decir de las Iglesias y formas comunitarias salidas de las -> Iglesias luteranas y reformadas, como las Iglesias libres luteranas, los antes llamados «viejos luteranos», o los diversos movimientos comunitarios fuera y dentro de las Iglesias protestantes.
Finalmente, no debe desconocerse que en el continente americano han surgido de nuevo una serie de Iglesias y comunidades, como protesta principalmente contra la restricción de la pretensión universal eclesiástica por parte de las Iglesias y comunidades europeas. Si bien es cierto que estas Iglesias americanas han desarrollado unilateralmente ciertos rasgos de la concepción protestante, sin embargo no cabe duda que también ellas pertenecen al p. y, aunque con restricciones, representan una cara típica del mismo en el mundo de hoy. En este contexto hay que mencionar sobre todo las comunidades del «Movimiento de pentecostés». Pero también hay que incluir en el p. fenómenos como la «Ciencia cristiana», la «Iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días» (mormones) o los «Testigos de Jehová» (movimiento de un nuevo mundo), aun cuando tales fenómenos hayan traspasado ya los limites de una comunidad cristiana, ora por completar los testimonios de la revelación bíblica mediante documentos extrabíblicos o mediante supuestas nuevas revelaciones divinas; ora por absolutizar datos basados en la experiencia humana, de suerte que pasa a segundo término la base general cristiana, vinculada a la Biblia; ora por desarrollar una doctrina particular y convertirla en centro de la predicación cristiana.
A decir verdad, en la postura ante esas comunidades debe expresarse también un rasgo esencial del p., y así éste las reconoce como hermanas cristianas que han nacido en su suelo, y han de entenderse no tanto como «errantes», cuanto como «extraviados» en la Iglesia de su tiempo; como comunidades que, con la restricción y unilateralidad de sus doctrinas y de su praxis, representan la pregunta crítica a las Iglesias cristianas sobre la plenitud de su testimonio, pregunta que ellas no pueden desoír. Pero, con ello, tales comunidades entrafian también factores de una falsa evolución, que evidencia por su parte los peligros a que puede llegar la mala inteligencia de la libertad protestante.
En conclusión, el p. moderno presenta una gran variedad y multiplicidad, y precisamente por ello ocupa también, dentro del movimiento ecuménico, un puesto singular y a la vez difícil, de suerte que está justificado hablar de un «protestantismo mundial» (a pesar de todas las dificultades para definir con más precisión este concepto). El p. está llamado en su generalidad a representar dentro del movimiento ecuménico los modos reales de entender que lo caracterizan y hacerlos valer frente a otras formas de fe y de vida en la cristiandad. Así, no tendrá su futuro sólo como negación o protesta contra un «supuesto» catolicismo o contra una «supuesta» ortodoxia, sino que podrá encontrarlo únicamente en el desenvolvimiento consecuente de la actitud de fe y de las formas de vida que lo distinguen, como un p. que debe renovarse conscientemente.
Este desenvolvimiento podrá permitirle aparecer, más aún que hasta ahora, como una manifestación de la fe cristiana, que no es en manera alguna idéntica con su delimitación confesional, sino que se completa precisamente en el hecho de ser conocida y reconocida en su justificación también por las otras Iglesias, de forma que podría haber p. dentro también de la Iglesia romana y de la ortodoxa, si determinadas realidades y modos de fe son aquí concebidos y afirmados de manera críticamente protestante; lo que cabe también decir a la inversa.
Sólo así y no en la estrechez confesional puede resolverse el problema ecuménico. Pero esto significa que también dentro del p. deben reconocerse y estimarse como manifestaciones típicas de la fe cristiana aquellas doctrinas y maneras de comportamiento que hasta ahora han sido consideradas como típicamente católicas u ortodoxas. Tales doctrinas y comportamientos no deben recibirse en sentido institucional, sino estimarse y aprovecharse según sus funciones. Por eso, en el movimiento ecuménico del futuro el p. tendrá una función decisiva, que no separará, sino que unirá a las Iglesias.
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Peter Meinhold
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
Palabra amplia que designa a un sector del cristianismo histórico que al tratar de reformar la iglesia en conformidad con la Palabra de Dios se apartó de la obediencia al Papa en el siglo dieciséis. Por eso, denota el sistema de fe y práctica derivado de los principios de la Reforma. El nombre tuvo su origen en Alemania, cuando en la segunda Dieta de Spira, en 1529, los seguidores de Lutero presentaron su protesta contra la derogación del edicto de 1526 que era más tolerante. Una declaración más larga, la Instrumentum Appellationis, dejaba en claro que la minoría evangélica, tal como Lutero ya lo había hecho, tomaba su posición en torno a la Palabra de Dios. «Este Santo Libro es en todas las cosas necesario para el cristiano …» declaraban. «Esta palabra es la que solamente ha de ser predicada, y nada que sea contrario a ella. Es la única Verdad. Es la regla segura de doctrina y conducta para todo cristiano. No puede fallarnos ni engañarnos».
Como ha señalado R.H. Bainton: «el énfasis estaba más en el testimonio que en la protesta» (The Reformation of the Sixteenth Century, Beacon Press, Boston, 1952, p. 149). Ese es el significado etimológico primario de protestatio en el latín posagustino, y, según Deán Inge: «es la ignorancia la que trata de restringir la palabra a la actitud de uno que objeta» (Protestantism, E. Benn, Londres, 1931, p. 1). Un testimonio positivo de la supremacía de la Palabra sigue siendo el rasgo distintivo del protestantismo.
BIBLIOGRAFÍA
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- Skevington Wood
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (497). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
El tema se tratara bajo las siguientes secciones:
Contenido
- 1 ORIGEN DEL NOMBRE
- 2 PRINCIPIOS CARACTERISTICOS PROTESTANTES
- 3 DISCUSION DE LOS TRES PRINCIPALES PRINCIPIOS DEL PROTESTANTISMO
- 3.1 Supremacía de Biblia (Sola Scriptura)
- 3.2 Justificación por la Fe Solamente (Sola Fide)
- 3.3 Sacerdocio universal de todos los creyentes
- 4 EL CRITERIO PRIVADO EN LA PRACTICA
- 5 JUSTIFICACION POR LA SOLA FE EN LA PRACTICA
- 6 ADVENIMIENTO DE UN NUEVO ORDEN: EL CESAROPAPISMO
- 7 EXPLICACION DE LA RAPIDA EXPANSIÓN DEL PROTESTANTISMO
- 8 PROTESTANTISMO EN EL PRESENTE
- 9 PROTESTANTISMO POPULAR
- 10 PROTESTANTISMO y PROGRESO
- 10.1 Prejuicios
- 10.2 Progreso en la Iglesia y en las iglesias
- 10.3 Progreso en la Sociedad Civil
- 10.4 Progreso en la Tolerancia Religiosa
- 10.5 La Prueba de Vitalidad
- 11 CONCLUSION
ORIGEN DEL NOMBRE
La Dieta del Sacro Imperio reunida en Espira en abril de 1529 resolvió que según el decreto promulgado en la Dieta de Worms (1524) las comunidades en las que ya se había establecido la nueva religión y que no podía ser alterada sin grandes dificultades, eran libres de mantenerla, pero hasta la reunión del concilio no debían introducir más innovaciones en la religión y no debían prohibir la Misa o poner impedimentos a los católicos para asistir a ella.
Contra este decreto y especialmente contra el último artículo, los seguidores del nuevo Evangelio – el Elector Federico de Sajonia, el Landgrave de Hesse, el Margrave Albert de Brandenburgo, el duque de Lüneburg, el príncipe de Anhalt, junto con los diputados de 14 de las ciudades imperiales libres – presentaron una protesta solemne como injusto e impío. El significado de la protesta era que los que disentían no iban a tolerar el catolicismo dentro de sus fronteras. Por ello fueron llamados Protestantes.
Con el paso del tiempo la connotación original de “no tolerancia para con los católicos”, se perdió y el término se aplica y es aceptado por los miembros de las iglesias occidentales y secta que en el siglo XVI fueron organizadas por los Reformadores en oposición directa a la Iglesia Católica. Un mismo hombre puede llamarse Protestante y Reformado: el término Protestante pone mayor acento en el antagonismo a Roma; el término Reformado enfatiza la adhesión a cualquiera de los Reformadores.
Donde prevalece la indiferencia religiosa, muchos dicen que son protestantes, simplemente para indicar que no son católicos. Es ese sentido vago y negativo la palabra está en la nueva fórmula de la Declaración de Fe hecha por el rey de Inglaterra en su coronación: “Declaro que soy un fiel Protestante («I declare that I am a faithful Protestant»). Durante los debates en el parlamento se observó que la fórmula propuesta excluía en efecto a los católicos c del trono, mientras que no comprometía al rey con credo particular, puesto que nadie sabe cual es o ha de ser el credo de un protestante fiel
PRINCIPIOS CARACTERISTICOS PROTESTANTES
Por más que el credo de los protestantes individuales sea vago e indefinido, descansa, sin embargo, en unas reglas standard, o principios, que se basan en las Fuentes de la Fe, los medios de justificación y la constitución de la Iglesia. Un reconocido autor protestante, Philip Schaff (en «The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge», art. Reformation), resume los principios del Protetantismo con las palabras siguientes:
El Protestante va directamente a la Palabra de Dios para buscar instrucciones y al trono de gracia en sus devociones, mientras que un católico romano consulta las enseñanzas e si iglesia y prefiere ofrecer sus oraciones a través de la Virgen maría y de los santos.
De este principio general de libertad evangélica, y de relación directa del creyente con Cristo, proceden las tres principales doctrinas del Protestantismo — l absoluta supremacía de (1) La Palabra, y de (2) la gracia de Cristo y (3) el sacerdocio universal de los creyentes…
1. Sola Scriptura (Solo la Escritura)
El primer objetivo o principio (formal) proclama que las Escrituras canónicas, especialmente el Nuevo Testamento, son la única fuente infalible y regla de fe y práctica y afirma el derecho a la interpretación privada de la misma, para distinguirse del punto de vista católico, que declara que la Biblia y la Tradición son fuentes coordinadas y reglas de fe y hace de la Tradición, especialmente los decretos de los papas y de los concilios el único intérprete legítimo e infalible de la Biblia.
En esta línea Chillingworth expresó este principio de la Reforma en la bien conocida fórmula: “La Biblia, toda la Biblia y nada más que la Biblia, es la religión de los protestantes”. Sin embargo, el Protestantismo no desprecia o rechaza en absoluto la autoridad de la iglesia en cuanto tal, sino que la subordina a ella y mide su valor por la Biblia y cree en una interpretación progresiva de la Biblia a través la expansión y profundización de la consciencia de la Cristiandad. De ahí que, teniendo sus propios símbolos o estándares de doctrina publica, retuvo todos los artículos de los antiguos credos y una gran cantidad tradición disciplinaria y ritual y sólo rechazó las doctrinas y ceremonias para las que no había una clara justificación en la Biblia y que parecían contradecir su letra o espíritu.
Las ramas Calvinistas del Protestantismo fueron más allá que los luteranos y anglicanos en su antagonismo a las tradiciones recibidas, pero todos unidos en el rechazo de la autoridad del papa.
Melanchthon estuvo durante un tiempo a punto de aceptar ésta, pero sólo jure humano, o una supervisión limitada de la iglesia, la meritoriedad de las buenas obras, las indulgencias , el culto a la Virgen, santos y reliquias, los sacramentos ( distintos del bautismo y la eucaristía) el dogma de la transubstanciación y el sacrifico de la Misa, el purgatorio y la oraciones por los muertos, la confesión auricular, el celibato del clero, el sistema monástico y el uso del latín en el culto público, sustituido por las lenguas vernáculas.
2. Sola Fide («Sólo la Fe»)
El principio subjetivo de la Reforma es la justificación sólo por la fe o, mejor, por la gracia libre a través de la fe operativa en las buenas obras. Hace referencia a la apropiación personal de la salvación cristiana y apunta a glorificar a Cristo declarando que el pecador esta justificado ante Dios (i.e. libre de culpa y declarado justo) solamente sobre la base de los meritos totalmente suficientes de Cristo tal cual los aprehende la fe viviente, en oposición a la teoría – que entonces prevalecía, y sustancialmente sancionada por el concilio de Trento – que hace de fe y las buenas obras la fuente compartida de justificación , poniendo el acento sobre las obras. El protestantismo no desprecia las obras pero niega su valor como fuente o condición de la justificación e insiste en ellas como frutos necesarios de la fe y prueba de la justificación.
3. Sacerdocio universal de los creyentes
El sacerdocio universal de los creyentes implica el derecho y el deber de los laicos cristianos no solo de leer la Biblia en las versiones vernaculares, sino también de tomar parte en el gobierno y en todos los asuntos públicos de la Iglesia. Se opone al sistema jerárquico que pone la esencia y autoridad de la iglesia en el sacerdocio exclusivo y hace que los sacerdotes ordenados sean los mediadores necesarios entre Dios y el pueblo”. Ver Schaff “El Principio del protestantismo alemán e inglés. (1845)
DISCUSION DE LOS TRES PRINCIPALES PRINCIPIOS DEL PROTESTANTISMO
Supremacía de Biblia (Sola Scriptura)
La creencia en la Biblia como única fuente de la fe es histórica, ilógica, fatal para la virtud de la fe y destructiva de la unidad.
Es ahistórica. Nadie niega el hecho de que Cristo y los Apóstoles fundaron la Iglesia predicando e imponiendo la fe de sus doctrinas. Ningún libro había dicho hasta entonces la divinidad de Cristo, el valor redentor de su pasión o de subvenida a juzgar al mundo; estas y otras revelaciones similares tenían que ser creídas en el mundo de los Apóstolos que eran, como mostraban con sus poderes, mensajeros de Dios. Y los que recibían su palabra lo hacían solamente por su autoridad. Puesto que la sumisión de su mente era durante la vida de los Apóstoles la única muestra de la fe, no había lugar, en absoluto, para lo que ahora se llama juicio privado. Esto está muy claro por las palabras de la Escritura: “De ahí que no cesemos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino como palabra de Dios cual es en verdad” ( Tes. 2:13) . La palabra oída se recibe a través de un maestro humano y se cree por la autoridad de Dios, que es el primer autor (cf. Rom. 10:17). Pero si en el tiempo de los Apóstoles la fe consistía en el sometimiento a la enseñanza autorizada, también es así hoy, porque la esencia de las cosas nunca cambia y los fundamentos de la del Iglesia y de nuestra salvación son inamovibles.
Y es ilógico basar la fe sobre la interpretación privada de un libro, porque la fe consiste en someterse y las interpretaciones privadas consisten en juzgar. En la fe por el oído la última palabra se apoya en el maestro, en el juicio privado se apoya en el lector, que somete el texto muerto de le escritura a una forma de examen post-mortem y emite un veredicto sin apelación: él cree en si mismo más que en una autoridad más alta; y esa confianza en propia iluminación no es fe. El juicio privado es fatal para la virtud teológica de la fe. John Henry Newman dice:” Pienso que puede asumir que esta virtud, ejercida por los primeros cristianos, es completamente desconocida entre los protestantes hoy o, al menos, si aun quedan ejemplos de ella, se ejercita hacia aquellos, quiero decir los maestros y adivinos que expresamente dicen que no son objetos de ella y que exhortan a su gente a juzgar por si mismos” (“Discourses to Mixed Congregations», Faith and Private Judgment).
Y como prueba aduce la inestabilidad de la llamada fe protestante: “Son como niños zarandeados aquí y allá y arrastrados por cualquier tormenta de doctrina. Si tuvieran fe no cambiarían. Miran la simple fe de los católicos cono si fuera indigna de la naturaleza humana, y sin crítica y tonta.” Pero sobre esa simple y obediente fe se construyó la iglesia y se mantiene firme y unida hoy”. Donde falta la confianza absoluta en la palabra de Dios, proclamada por sus embajadores acreditados, es decir donde no hay virtud de la fe, no puede haber unidad de la Iglesia. Es razonable y la historia protestante lo confirma. Las “infelices divisiones”, no sólo entre secta y secta sino hasta dentro de la misma secta se han convertido en lo norma y corriente. Se debe al orgullo del intelecto privado y solo se cura con una humilde sumisión a la autoridad Divina
Justificación por la Fe Solamente (Sola Fide)
Ver el artículo separado JUSTIFICACION.
Sacerdocio universal de todos los creyentes
El “sacerdocio universal de los creyentes” es una ilusión querida que va bien con todas las doctrinas del protestantismo ya que cada hombre es su propio y supremo maestro y es capaz de justificarse a si mismo por un fácil acto de fe, no hay necesidad de otros maestros ordenados ni ministros del sacrificio y de los sacramentos, Los mismos sacramentos, de hecho, son superfluos. La abolición del los sacerdotes, sacrificios y sacramentos es la consecuencia lógica de las falsas premisas, i.e., el derecho al juicio privado y la justificación por la sola fe, y es por consiguiente tan ilusorio como ellos. Más aún, es contrario a la Escritura a la tradición y a la razón. La postura protestante es que el clero era originalmente representante del pueblo y derivaba todo el peder de él, y que lo que hace el clero es mantener por cuestión de orden y conveniencia lo que los laicos podrían también hacer. Pero la Escritora habla de obispos, sacerdotes, diáconos como investidos con poderes espirituales no poseídos por la comunidad en si y transmitidos por un signo externo, la imposición de manos, creando así un orden separado, una jerarquía. La Escritura muestra a la Iglesia que empieza con un sacerdocio ordenado como su elemento central. La historia igualmente muestra este sacerdocio que vive en una sucesión ininterrumpida hasta el presente en oriente y occidente, hasta en las iglesias separadas de Roma. Y la razón requiere una institución así: una sociedad que se confiesa establecida para continuar la obra salvífica de Cristo debe poseer y perpetuar Su poder salvífico, debe tener un orden comisionado por Cristo que enseñe y administre, de la misma forma que Cristo fue comisionado por Dios: “ Como el Padre me ha enviado yo os envío a vosotros (Juan 20:21). Las sectas que son como sombras de las Iglesias crecen y decrecen con los poderes sacerdotales que subconscientemente o instintivamente atribuyen a sus pastores, ancianos, ministros, predicadores y otros líderes.
EL CRITERIO PRIVADO EN LA PRACTICA
A primera vista parece que el juicio privado como regla de fe disuelve enseguida todo credo y confesión en opiniones individuales haciendo así imposible ninguna vida de iglesia basada en una fe común. Porque quot capita tot sensus: no hay dos hombres que piensen exactamente lo mismo en cualquier tema. Sin embargo el hecho es que la iglesias protestantes han vivido durante varios siglos y han moldeado el carácter no sólo de los individuos sino también de naciones; millones de de almas han encontrado y encuentran en ellos el alimento espiritual que satisface su deseos espirituales; su actividad caritativa y misionera cubre amplios campos en sus países y en el extranjero. La aparente incongruencia no existe en la realidad, porque al libre examen individual no se le permite nunca y en ningún sitio total libertad en la formación de las religiones. La Biblia abierta y la mente abierta en su interpretación, son más bien una excusa para atraer a las masas, fomentando su orgullo y engañando a su ignorancia, que un principio de fe eficaz. La primera limitación impuesta a la aplicación del libre examen individual está en la incapacidad de la mayoría de los hombres de juzgar por si mismos en cuestiones que está más allá de sus necesidades físicas. ¿Cuántos cristianos se hacen gracias a las toneladas de biblias que reparten los misioneros a los paganos? ¿Qué clase de religión sacaría hasta un hombre culto si no tuviera otra cosa que su cerebro y su libro para guiarle?
La segunda limitación surge del entorno y sus prejuicios. El derecho asumido del libre examen individualmente no se ejerce hasta que la mente está provista de ideas y nociones proporcionadas por la familia y la comunidad, entre las cuales sobresalen las concepciones normales sobre los dogmas religiosos y las obligaciones. Se dice de la gente que son católicos, protestantes, mahometanos, paganos “de nacimiento”, porque el ambiente en el que han nacido les proporciones invariablemente la religión local mucho antes de que sean capaces de juzgar y elegir por si mismos. Y la firmeza con que se asientan en las mentes estos conocimientos iniciales se ilustra muy bien por los pocos cambios que se dan a lo largo de la vida. Las conversiones de una fe a otra son comparativamente raras. El número de convertidos en cualquier denominación comparado con el número firmes y fieles seguidores representan cantidades negligibles. Hasta allí donde el libre examen individual ha llevado a la convicción de que otra religión es preferible a la que uno profesa, no siempre se da la conversión. El convertido, junto y más allá de su conocimiento, ha de tener suficiente fuerza de voluntad para romper con antiguas asociaciones, viejos amigos, antiguos hábitos y enfrentarse a las incertidumbres de la vida en un nuevo ambiente. Su sentido del deber, en muchos casos, debe ser heroico.
Una tercera limitación al ejercicio del libre examen individual es la autoridad de la iglesia y del Estado. Los reformadores sacaron mucho provecho de su emancipación de la autoridad papal, pero no mostraron inclinación alguna a permitir a sus seguidores la misma libertad. Lutero, Zwinglio, Calvino y Knox fueron tan intolerantes del libre examen individual cuando iba contra sus propias opiniones como cualquier papa de Roma con la herejía. Por todas partes se distribuyeron confesiones de fe, símbolos y catecismos e invariablemente eran apoyados por el poder secular. De hecho, el poder civil en las distintas partes de Alemania, Inglaterra y Escocia y en todas partes tiene mucho más que ver con el moldeado de las denominaciones religiosas que el libre examen individual y la justificación por la sola fe. Los gobernantes eran guiados por consideraciones políticas y materiales en su adhesión a las distintas formas particulares de fe e impusieron el derecho de imponer su propia elección a sus súbditos, sin tener en cuanta las opiniones individuales: cujus regio hujus religio.
Estas consideraciones muestran que el primer principio protestante, el libre examen individual, nunca tuvo influencia en las masas protestantes. Su influencia se limita a unos pocos líderes del movimiento, a los hombres con la marca de un fuerte carácter que fueron capaces de formas sectas separadas. Ellos rechazaron la autoridad de la Vieja Iglesia, pero pronto la transfirieron a sus propias personas e instituciones y también a veces a los príncipes seculares. La forma inmisericorde con que fue ejercida la nueva autoridad es ya una cuestión histórica Más aun, con el curso de los tiempos, el libre examen se ha convertido en un librepensamiento sin ataduras, Racionalismo, Modernismo que campan por las universidades, sociedades culturales y la Prensa.
Las semilla ‘plantada por Lutero y los otros reformadores no echó raíces o enseguida murió entre las masas semieducadas que aún se agarran a la autoridad o fueron coaccionadas por el brazo secular, pero florecieron y produjeron su fruto completo en las escuelas y entre las filas de la sociedad que alimentaba su vida intelectual de esa fuente. La Prensa moderna hace esfuerzos infinitos para difundir el libre examen y sus últimos resultados al público lector.
Hay que notar que los primeros protestantes, sin excepción, pretendían ser la verdadera Iglesia fundad por Cristo y todos retuvieron e Credo de los Apóstoles con el articulo “Creo en la Iglesia católica”.
El hecho de su origen y entorno católicos es la razón de sus buenas intenciones y su confesión de fe a la que se sometían. Pero tales confesiones, si es que hay algo de verdad en el aserto de que el libre examen individual y la Biblia abierta son las únicas fuentes de la fe protestante, son directamente antagónicas del espíritu protestante. Esto lo reconocen, entre otros, J. H. Blunt, que escribe:” La mera existencia de tal confesión de fe como obligatoria para todos o algunos de los miembros de la comunidad cristiana es inconsistente con los grandes principios en los que los grupos protestantes justifican su separación de la iglesia, el derecho al libre examen individual. ¿No tiene ningún miembro un justo derecho a criticarlos y rechazarlos como sus predecesores tuvieron el derecho de rechazar el credo católico o los cánones de los concilios generales? Parecen violar otra importante doctrina de los reformadores, la suficiencia de la Escritura sola para la salvación. Si la Biblia sola es suficiente, ¿qué necesidad hay de añadir artículos?
Y si se replica que no hay adiciones, sino meras explicaciones, más o menos distintas unas de otras según las distintas sectas del protestantismo, ¿quién decidirá cual es la verdadera? Su finalidad confesada es asegurar la uniformidad , la experiencia de estos siglos ha demostrado lo que puno no haber sido previsto por sus originadotes, que han tenido un resultado diametralmente opuesto y han producido no unión sino diversidad “ (Dict. of Sects, Heresies, etc.», Londres, 1886; Protestant Confessions of Faith). Uniendo libre examen a la Biblia, los Reformadores comenzaron una religión de libro i.e., una religión de la que, teóricamente, la norma de fe y conducta se contiene en un documento escrito, sin un método, sin una autoridad, sin un intérprete autorizado. La colección de libros llamados “la Biblia” no es un código metódico de fe y moral; si se separa de la corriente de la Tradición de confirma su inspiración divina, no tiene una autoridad especial y , en manos de intérpretes individuales se retuerce con facilidad su significado para que encaje en la mente privada. Nuestras leyes modernas, elaboradas por mentes modernas para laS necesidades modernas, son oscurecidas y separadas diariamente de su finalidad por alegaciones interesadas: los jueces son completamente necesarios para su interpretación y aplicación y a no ser que afirmemos que la religión es un asunto de interés privado personal, que los grupos religiosos o iglesias son superfluos, debemos admitir que los jueces de la fe y de las costumbres son tan necesarios como los jueces de la ley civil lo son para el Estado. E esa es otra razón por la que el libre examen, aunque se sostiene en teoría, no se ha llevado a la práctica. De hecho todas las denominaciones protestantes están bajo unas autoridades constituidas, llámeseles sacerdotes, presbíteros, ancianos, ministros, pastores o presidentes.
A Pesar de la contradicción entre la libertad que proclaman y la obediencia que exigen a causado que su imposición haya llegado a ser tiránica, especialmente en las comunidades calvinistas. Así, en los siglos XVII y XVIII no había país alguno más dirigido por los sacerdotes en todo el mundo que la presbiteriana Escocia. Una religión del libro tiene además otros inconvenientes. Sus devotos pueden extraer de ella devoción solamente como los adoradores de fetiches la extraen de sus ídolos, es decir, creyendo firmemente en su espíritu escondido. Si se elimina la creencia en la inspiración divina de los sangrados libros, lo que queda puede ser visto simplemente como un documento humano de ilusión religiosa o hasta un fraude. Ahora, en el curso de los siglos, el libre examen privado ha conseguido un éxito parcial en eliminar el espíritu de la Biblia, dejando en ella poco más que la letra, para que los buenos y malos críticos discutan sin ninguna ventaja espiritual.
JUSTIFICACION POR LA SOLA FE EN LA PRACTICA
Este principio tiene que ver en la conducta, contrariamente el libre examen, que tiene que ver con la fe. No está sujeto a las mismas limitaciones, ya que su aplicación práctica requiere menos capacidad mental, su funcionamiento no puede ser verificado por nadie, es estrictamente personal e interno, escapando así a los conflictos violentos con la comunidad o el Estado que podría llevar a la represión. Por otra parte, así como evade la coerción, se presta a aplicaciones prácticas en cada paso de la vida del hombre y favorece la inclinación del hombre al mal haciendo la llamada “conversión “ridículamente fácil, siendo manifiesta su influencia funesta en la moral. Si se añade a la justificación por l a sola fe la doctrina de la predestinación al cielo o al infierno al margen de las acciones del hombre, la esclavitud de la voluntad humana parece inconcebible que ninguna buena acción pueda resultar de tales creencias. Históricamente, la moralidad pública se deterioró inmediatamente hasta un terrible nivel allí donde el protestantismo se introducía. Sin mencionar los robos de los bienes de las iglesias, el brutal tratamiento al que se sometía al clero, secular y regular, que permanecía fuel y los horrores de tantas guerras de religión. Tenemos el testimonio del mismo Lutero respecto a los malos resultados de sus enseñanzas (ver Janssen, «Historia del Pueblo Alemán «, donde cada cita se documenta con una referencia a las obras de Lutero publicadas por de Wette).
ADVENIMIENTO DE UN NUEVO ORDEN: EL CESAROPAPISMO
Un panorama similar, de degradación religiosa y moral se puede deducir de los escritores protestantes contemporáneos en todos los países después de la primera introducción del protestantismo. No podía ser de otra manera. El inmenso fermento causado por la introducción de los principios subversivos en la vida de la gente trae naturalmente a la superficie y muestra en su mayor fealdad todo lo que es brutal en la naturaleza humana. Pero sólo durante un tiempo. El fermento se agota en si mismo, la fermentación decae y el orden reaparece, posiblemente bajo nuevas formas.
La nueva forma del orden social y religioso, que es el residuo de la gran conmoción protestante en Europa. Es la religión territorial o estatal – un orden basado en la supremacía religiosa del gobernador temporal, en oposición al antiguo orden en el que el gobernador temporal emitía un voto de obediencia a la Iglesia. Para entender correctamente el protestantismo es necesario describir este cambio de largo alcance.
Los primeros intentos reformadores de lutero eran radicalmente democráticos. Buscaba beneficias a la larga al pueblo recortando los poderes tanto de la iglesia como del Estado. Los príncipes alemanes, eran para él “en general los más grandes tontos o las peores alimañas de la tierra”. En 1523 escribía: La gente no querrá ni podrá aguantar vuestra tiranía nuca más. El mundo no es ahora lo que era al principio cuando se podía cazar y conducir a la gente como rebaños”.
Este manifiesto , dirigido a las mas más pobres fue asumido por by Franz von Sickingen, un caballero del Imperio que apareció para ejecutar esas amenazas, con un doble objetivo, reforzar el poder político de los caballeros – la nobleza inferior – contra los príncipes y abrir el camino al nuevo evangelio expulsando a los obispos. Su empresa, sin embargo, consiguió todo lo contrario. Los caballeros fueron derrotados y perdieron toda la influencia que habían tenido, mientras que los príncipes salieron fortalecidos. La sublevación de los campesinos resultó ventajosa para los príncipes: la terrible matanza de Frankenhausen (1525) dejó a los príncipes sin enemigos y al nuevo evangelio sin sus defensores naturales. Los victoriosos príncipes usaron su poder aumentado exclusivamente en su propio beneficio en oposición a la autoridad del emperador y la libertad de la nación, sometiendo al nuevo evangelio a este propósito y ello con la ayuda del mismísimo Lutero.
Tras la fracasada revolución, Lutero y Melancthon comenzaron a proclamar la doctrina de poder ilimitado de los gobernantes sobre sus súbditos. Los príncipes habían destruido en menos de diez años el orden existente, pero fueron incapaces de hacer surgir uno nuevo de sus cenizas. Así pues se hubo de pedir ayuda a los poderes seculares, se colocó a la iglesia al servicio del Estado, su autoridad y su riqueza y sus instituciones pasaron a manos de los reyes, príncipes y magistrados de las ciudades.
El único papa de Roma descartado fue sustituido por muchos papas locales que “para fortalecerse a si mismos se aliaron para la promulgación del Evangelio” se reunieron en bandas dentro de los límites del Imperio alemán e hicieron causa común contra el emperador. Desde entonces en adelante el progreso del protestantismo ocurre más en lo político que en lo religioso. La gente deja de reclamar innovaciones pero sus gobernantes tienen la ventaja de ser obispos supremos y a la fuerza o por astucia o por ambos imponen el yugo del nuevo evangelio a sus súbditos. Dinamarca, Suecia, Noruega, Inglaterra y todos los pequeños principados y ciudades imperiales de Alemania son ejemplos de esto. Los lideres supremos y los gobernadores eran conscientes de que los que habían destruido la autoridad de Roma también destruirían la suya de ahí que se activaran leyes penales contra los que disentían de la religión del Estado decretada por el gobernador temporal. Inglaterra, bajo Enrique VIII, Isabel y los Puritanos elaboraron los códigos penales más feroces de todos contra los católicos y otros que no aceptaban someterse a la religión establecida. Resumiendo: Los jactanciosos principios protestantes solamente trajeron desastres y confusión donde se les permitió actuar libremente y el orden solamente se pudo restaurar con algo similar al viejo sistema: símbolos de la fe impuestos por una autoridad externa y aplicados a la fuerza por el brazo secular. Ningún lazo de unión existe entre las muchas iglesias nacionales, excepto su común odio a Roma, que es el sello de nacimiento de todas ellas, la marca comercial de muchas, aun en nuestros días.
EXPLICACION DE LA RAPIDA EXPANSIÓN DEL PROTESTANTISMO
Antes de pasar al estudio del Protestantismo contemporáneo, contestaremos la cuestión y resolveremos una dificultad ¿A qué se debe la rápida expansión del Protestantismo? ¿No es una pruebe de que Dios estaba de parte de los Reformadores inspirando, animando y coronando sus esfuerzos? Seguramente al considerar el crecimiento de la primitiva cristiandad y su rápida conquista del Imperio Romano como pruebas de su origen divino, debiéramos sacar la misma conclusión a favor del Protestantismo por su rápida expansión en Alemania y en los países del norte de Europa. De hecho el Protestantismo se extendió más rápidamente de que la Iglesia de los Apóstoles. Cuando murió el último de ellos no había grandes extensiones de tierra, ni reinos enteramente cristianos, la Cristiandad estaba aún en las catacumbas y en los suburbios alejados de las ciudades paganas, mientras que el un período de similar duración, setenta años, el Protestantismo había tomado el control de la mayor parte de Alemania, Escandinavia, Suiza, Inglaterra y Escocia.
Un momento de reflexión nos da la solución de esta dificultad. El éxito no se debe invariablemente a la bondad intrínseca ni el fracaso es prueba cierta de maldad interna. Ambos dependen en gran manera de las circunstancias: de los medios empleados, de los obstáculos encontrados, de la receptividad del público. El éxito del protestantismo, por consiguiente debe ser sometido a examen antes de usarlo como prueba de bondad interna.
El movimiento reformador del siglo dieciséis encontró el suelo bien preparado par su recepción. El clamor de una reforma profunda de la Iglesia en la cabeza y en los miembros había estado sonando a través de Europa durante un siglo, justificado por la forma mundana de vivir de muchos clérigos, altos y bajos, por los abusos en la administración de las iglesias, por las extorsiones monetarias, por la negligencia en el cumplimiento de los deberes religiosos que era muy amplia en el conjunto de los fieles. Si los protestantes hubieran ofrecido una reforma en el sentido de corrección, probablemente todos los elementos corruptos se hubieran vuelto contra ellos, de la misma forma que judíos y paganos se opusieron a Cristo y a los Apóstoles. Pero lo que querían los reformadores era, al menos al principio, poner fina al a la iglesia existente y este plan se ejecutó recurriendo a los peores instintos del hombre.
Se puso un cebo a la concupiscencia de siete cabezas que existe en el corazón de todos los hombres: lujuria, avaricia, gula, pereza, ira, envidia y soberbia y todas sus consecuencias fueron cubiertos y curados por la confianza en Dios. No se requerían buienas obras: la inmensa fortuna de la iglesia era el botín de la apostasía. La independencia política y religiosa animó a los reyes y principas a abolir los diezmos, confesiones, ayunos uy otras obligaciones desagradables , lo que atrajo a las masas. Mucashpersonas fueron engañadas para entrar en la nueva religion por la cuidadosa conservación por parte de los innovadores de las apariencias externas del catolicismo, por ejemplo , en Inglaterra y en los reinos escandinavos.
Evidentemente no necesitamos recurrir a la intervención divina para dar cuenta de la rápida expansión del Protestantismo. Era más plausible ver el dedo de Dios en la detención de su progreso.
PROTESTANTISMO EN EL PRESENTE
Teología
Después de casi cuatro siglos de existencia, el Protestantismo en Europa es aún la religión de millones, pero ya no es el Protestantismo original. Ha estado y está en un perpetuo flujo: el principio del ilimitado de la libre interpretación o como se llama ahora, Subjetivismo, ha estado llevando a sus fieles de aquí para allá de la ortodoxia al Pietismo, del racionalismo al Indiferentismo. El movimiento ha sido más notable en los centros intelectuales, en las universidades y entre los teólogos en general, pero se ha extendido a las clases populares. La escuela moderna Ritschl-Harnack también llamada Modernismo tiene discípulos en todas partes, no sólo entre los protestantes.
Para una exacta y completa revisión de las principales líneas de pensamiento referimos al lector a la Encíclica «Pascendi Dominici Gregis» (8 sept., 1907), cuya expresa finalidad es defender a la Iglesia Católica contra las infiltraciones protestantes. En un punto, ciertamente el Modernista condenados por Pío X difieren difiere de sus hermanos intelectuales: él permanece y quiere permanecer dentro de la Iglesia Católica para influir en ella con sus ideas; el otro está francamente fuera, enemigo y orgulloso estudiante de la evolución religiosa. Hay también que notar que todos los puntos del programa modernista han de se rastreados hasta la Reforma Protestante, porque el espíritu moderno es un residuo destilado de muchas filosofías y muchas religiones: el pinto es que el Protestantismo se proclama a si mismo como portaestandarte y reclama el crédito por sus logros.
Más aún, los puntos de vista Modernistas en filosofía, teología, criticismo, apologética, reforma de la Iglesia etc., son defendidos en un noventa por ciento de los casos por la literatura teológica alemana, francesa y americana, mientras que Inglaterra se queda un poco atrás. Pero el Modernismo está en las antípodas del Protestantismo del siglo XVI. Empleando la terminología de Ritschl, da nuevos valores a las antiguas creencias Aun se habla de la Escritura como inspirada, pero su inspiración es solamente la apasionada expresión de las experiencias religiosas humanas: Cristo es el Hijo de Dios, pero su ser de hijo es como el de otro cualquiera hombre bueno. La mismas ideas de Dios, religión, iglesia, sacramentos han perdido sus antiguos valores: ahora no representan nada real fuera del sujeto en cuya vida religiosa forman una especie de paraíso de los tontos El acto fundamental de la Resurrección de Cristo ya no es un hecho histórico, sino el resultado de una mente creyente. Harnack pone la esencia del Cristianismo, es decir toda la enseñanza de Cristo, en la Paternidad de Dios y la Hermandad de los hombres. ¡El mismo Cristo no es parte del Evangelio! No era tal la enseñanza de los Reformadores. El Protestantismo actual, por consiguiente, puede ser comparado con el Gnosticismo, maniqueísmo, el Renacimiento, el Filosofismo del siglo XVIII en cuanto estos eran virulentos ataques contra la Cristiandad, con la intención de destruirla. Ha conseguido victorias importantes en una especie de guerra civil entre la ortodoxia y la no creencia dentro del protestantismo; no es un enemigo menor a las puertas de la Iglesia Católica
PROTESTANTISMO POPULAR
En Alemania, especialmente en las grandes ciudades el Protestantismo, como guía positive de la fe y la moral, se extingue rápidamente. Ha perdido toda influencia en las clases trabajadoras. Sus ministros, cuando no son infieles, doblan sus manos con desesperación. La vieja fe es poco predicada y con poco éxito. Las energías ministeriales se dirigen a las obras de caridad, misiones extranjeras, polémicas contra los católicos. En las naciones de habla inglesa las cosas parecen un poco mejor. La influencia del Protestantismo en las masas es mejor que en Alemania, con el renacimiento de Wesleyen y el partido de la Alta Iglesia entre los anglicanos que hicieron mucho pro mantener alguna fe viva, de manera que las enseñanzas deletéreas de los Deistas y Racionalistas ingleses no penetró en el corazón del pueblo. El Presbiterianismo en Escocia y en otras partes ha mostrado más vitalidad que otras sectas menos organizadas. “Inglaterra”, dice J. R. Green, “se convirtió en el pueblo del libro” y ese libro era la Biblia. Aún era el libro que era familiar para todo Inglés, se leía en las iglesias y en el hogar y en todos los lugares sus palabras, cuando eran oídas según la costumbre aún no mortecina, hacían surgir un sorprendente entusiasmo…Respecto a la nación en general no existía historia, romance, apenas alguna poesía, salvado el poco conocido verso de Chaucer, en el idioma inglés, cuando la Biblia se leía en las iglesias… El poder del libro sobre la masa de los ingleses se mostraba en miles de formas superficiales y en ninguna situación de forma más conspicua que en la influencia ejercida sobre el idioma ordinario…Pero más grande queso influencia en la literatura en las expresiones del idioma era el efecto de la Biblia en el carácter de la gente en general…. . . (Hist. of the English People, chap. viii, 1).
PROTESTANTISMO y PROGRESO
Prejuicios
La mente humana está constituida de manera que colorea con sus concepciones propias previas cualquier noción que se presenta para ser aceptada. Aun que la verdad sea objetiva una e inalterable en su naturaleza, las condiciones personales son ampliamente relativas, dependiendo de preconcepciones y cambiable. Por ejemplo, los argumentos que hace trescientos años convencían a nuestros padres de la existencia de brujas y enviaron a millones de ellas a la tortura y el cadalso, ya no nos impresionan a nuestras mentas más ilustradas.
Lo mismo puede decirse de todas las controversias teológicas del siglo dieciséis. Para el hombre moderno es un conjunto oscuro, de cuya existencia es consciente, pero cuyo contacto evita. Con las controversias han desaparecido las formas bruscas y sin escrúpulos de ataque. Los adversarios se enfrentan como parlamentarios, con un deseo común de amable juego limpio, no como tropas armadas concentradas en matar, usando medios limpios o sucios. Aun existan excepciones pero solo en los niveles bajos de los estratos literarios. ¿A que se debe este cambio de comportamiento a pesar de la identidad de las posiciones? Porque somos más razonables, mas civilizados, porque hemos evolucionado de las oscuridades medievales a la comparativa luz moderna ¿De donde viene este progreso? Aquí el Protestantismo reclama que al librar de la esclavitud romana abrió el camino para la libertad política y religiosa, para la evolución sin limitaciones sobre al base de la confianza en si mimo, para más altos estándares de moralidad, para el avance de la ciencia – en resumen para todas las cosas buenas que han sucedido en el mundo desde la Reforma. Entre la mayor parte de los no católicos esto se ha convertido en un prejuicio que ningún razonamiento puede romper. Por consiguiente la discusión que sigue no será una batalla buscando la victoria final sino más bien una revisión pacífica de los hechos y los principios.
Progreso en la Iglesia y en las iglesias
La iglesia católica del siglo XX está muy avanzada respecto a la del siglo XVI. Ha compensado la pérdida de poder político y de riqueza mundana con el incremento de influencias espirituales y eficiencia. Sus fieles se extienden por más partes, son más numerosos más fervientes que nunca en su historia y están unidos con el gobierno central de Roma por un afecto más filial y más claro sentido del deber. La educación se da abundantemente a clero y laicado, la practica religiosa la moralidad y las obras de caridad florecen, el campo de las misiones católicas se extiende a todo el mundo y es rico en cosechas. La jerarquía nunca ha estado tan unida, nunca tan dedicada al papa. La unidad romana resiste con éxito la irrupción de sectas, filosofías o políticas. ¿Pueden nuestros hermanos separados decir algo semejante de sus numerosas iglesias, hasta allí donde están reguladas y dirigidas por el poder secular? No alegramos de su desintegración, de su caída en la indiferencia religiosa y del retorno a los partidos políticos. No, porque hasta un poco de cristianismo es mejor la línea mundana vacía. Pero sacamos esta conclusión: Después de cuatro siglos el principio católico de autoridad aun funciona para la salvación de la iglesia, mientras que para los protestantes el principio de subjetivismo está destruyendo lo que queda de su antigua fe y llevando a las multitudes a la indiferencia religiosa y ruptura con lo sobrenatural.
Progreso en la Sociedad Civil
La organización política de Europa ha sufrido más grandes cambios que las iglesias. Las prerrogativas reales, como las ejercidas, por ejemplo, por la dinastía Tudor en Inglaterra, se han desaparecido para siempre. “La prerrogativa era absoluta, tanto en teoría como en la práctica. El gobierno se identificaba con la voluntad del soberano, su palabra era ley para la conciencia y la conducta de sus súbditos” (Brewer, «Letters and Papers, Foreign and Domestic etc.», II, pt. I, 1, p. ccxxiv). Ahora no hay persecución por razones de conciencia dejados al capricho de los gobernantes. Y allí donde se da es la obra de la pasión antirreligiosa temporalmente en el poder y de todas formas ha perdido mucho de la antigua barbarie.
La educación está al alcance de los más pobres y más bajos. E castigo del crimen ya no es una ocasión para mostrar de forma espectacular la crueldad humana respecto a los seres humanos. Hay medidas contra la pobreza que se ha disminuido ampliamente.
Las guerras disminuyen en número y se hacen con humanidad de manera que las atrocidades como las de la Guerra de los Treinta Años en Alemania, de los Hugonotes en Francia, las Españolas en los Países Bajos y la invasión de Irlanda por Cromwell se han ido sin posibilidad de regreso (ver N. del T.). El cazador de brujas, el que las quemaba, el inquisidor, los soldados mercenarios descontrolados han dejado de ser una plaga para la gente. La ciencia ha sido capaz de controlar las epidemias, el cólera, viruela etc., la vida humana es más luminosa y sus amenidades han crecido cien veces. El vapor y la electricidad al servicio de la industria, del comercio y de la comunicación internacional unen a la humanidad en una vasta familia con muchos intereses comunes y una tendencia a hacer una civilización uniforme.
Desde el siglo XVI hasta el XX ha habido progreso. ¿Quién han sido los principales promotores? ¿Católicos, Protestantes o ninguno de ellos?
Las guerras civiles y revoluciones del siglo XVII que ponen fin a las prorrogativas reales en Inglaterra y ponen un verdadero gobierno del pueblo por el pueblo fueron religiosas en su totalidad y protestantes en lo esencial. “Libertad de Conciencia” era el grito de los Puritanos, que significaba libertad para ellos contra el episcopado. El abuso tiránico de su victoria para oprimir a los Episcopalianos produjo su caída y ellos a su vez fueron las víctimas de la intolerancia. Jaime II, que era católico, fue el primero en intentar con todos los medios de que disponía, asegurara para todos sus súbditos de todas las denominaciones “»liberty of conscience for all future time”, i. e. “Libertad de conciencia para todo el futuro” (Declaration of Indulgence, 1688).
Su prematuro Liberalismo fue apoyado por muchos clérigos y laicos de la Iglesia Inglesa, que nada tenía que ganar con ello, pero levantó la más violenta oposición entre los Protestantes No-conformistas que, exceptuando los Cuáqueros, preferían seguir con la opresión que conseguir la emancipación si habían de compartirla con los odiados y temidos “papistas”. Tan fuerte era este sentimiento que superó a todos los `principios de patriotismo y respeto de la ley de la que los ingleses suelen presumir, lo que les llevó a dar al bienvenida a un usurpador extranjero y tropas extranjeras para conseguir ayuda contra sus compatriotas ( co-súbditos) católicos en parte para hacer precisamente lo que éstos había sido falsamente acusados de hacer en tiempos de Isabel.
La dinastía Estuardo perdió el trono y sus sucesores fueron reducidos a una mera figura política. La libertad política se había conseguido, peor los tiempos no estaban aun maduros para la más amplia libertad de conciencia. Las leyes penales contra los católicos y los que disentían (Dissenters) se agravaron en vez de ser abolidas. Está más allá de de toda duda que la Revolución francesa de 1789 fue muy influida por los sucesos ingleses del siglo anterior y es igualmente cierto que el espíritu que la movía no era el Puritanismo Inglés, porque los hombres que hicieron la Declaración de los Derechos del Hombre contra los Derechos de Dios y que entronizaron a la Diosa Razón en la Catedral de Paría, tomaron sus ideales de la Roma pagana más que de la Inglaterra Protestante.
Progreso en la Tolerancia Religiosa
Respecto a la influencia protestante en el progreso general de la civilización desde el origen del protestantismo hay que separar al menos dos períodos: el primero desde el principio de 1517 al fin de la Guerra de los Treinta años (1648) y el segundo desde 1648 hasta hoy. El período de expansión juvenil y el período de madurez y decadencia.
Pero antes de ver su influencia en la civilización hay que examinar las siguientes cuestiones previas: ¿hasta dónde influye el cristianismo en la mejora del hombre – intelectual, moral y material – en este mundo, porque sus efectos saludables en el otro no se pueden comprobar y no se pueden usar como argumento en una disquisición científica?
Hubo naciones altamente civilizadas en la antigüedad, Siria, Egipto Grecia, roma y hay lo son China y Japón, cuya cultura nada debe al cristianismo. Cuando Cristo vino a iluminar al mundo, la luz de la cultura romana y griega brillaban en su mejor momento y al menos por tres siglos más, la nueva religión no añadió nada a su lustre. El espíritu de la caridad cristiana, sin embargo, gradualmente fue la levadura de la masa pagana, suavizando los corazones de los gobernantes y mejorando las condiciones de los súbditos, especialmente los pobres, los esclavos, los prisioneros. La intensa unión entre Iglesia y Estado, que comenzó con Constantino y continuo con sus sucesores, los emperadores romanos de Oriente y occidente, trajeron mucho bien, pero probablemente mucho más mal. El episcopado laico que los príncipes asumieron reducía prácticamente a la iglesia medieval a un estado de vasallaje abyecto, al clero secular a la ignorancia y a la mundanidad, y a los campesinos a la servidumbre y con frecuencia a la miseria
Si no hubiera sido por los monasterios, la Iglesia medieval no hubiera salvado, como hizo, los restos de la civilización grecorromana que tan poderosamente ayudó a civilizar la Europa occidental tras las invasiones bárbaras. Los monjes formaron por todo Occidente sociedades modelo, bien organizadas, regidas con justicia y prósperas por el trabajo de sus manos, verdaderos ideales de una civilización superior. Era aún la antigua civilización romana, perneada por el cristianismo, pero encadenada a los duros intereses de Iglesia y Estado. ¿Era mejor la Europa cristiana al principio del siglo quince, desde un punto de vista mundano, que la Europa pagana de principios del siglo cuarto?
Para el principio de nuestro distinto progreso moderno hemos de volver al Renacimiento humanístico o clásico, i.e., renacimiento pagano que siguió a la conquista de Constantinopla por los turcos (1453), después del descubrimiento de nuevas rutas de comercio por el Cabo de Buena Esperanza por los portugueses o el descubrimiento de América por los españoles y tras el desarrollo de los intereses europeos, fomentados o iniciados a principios del siglo quince, justamente antes del nacimiento del Protestantismo. La aparición del Nuevo Mundo fue para Europa una nueva Creación. Las mentes se expandieron con los vastos espacios abiertos a su investigación. El estudio de la astronomía, al principio al servicio de la navegación, que pronto consiguió su premio al descubrir su propio terreno, los cielos estrellados, la geografía descriptiva, la botánica, la antropología y ciencias asociadas, que exigían estudio y que dieron las grandes cosechas en el Este y en el Occidente.
El nuevo impulso y la nueva dirección dados al comercio cambiaron los aspectos políticos de la vieja Europa. Hombres y naciones fueron puestos en contacto con intereses comunes, lo que es la raíz de la civilización. La riqueza y la prensa proporcionaron los medios para satisfacer el debilitado deseo del arte, ciencia, literatura y formas de vivir más refinadas. En este estallido de nueva vida aparece el Protestantismo, hijo de su tiempo. ¿Fue una ayuda o un obstáculo en este movimiento hacia delante?
El protestantismo joven fue naturalmente un periodo de confusión en todas las esferas de la vida. Nadie puede leer hoy, sin avergonzarse y sentir tristeza la historia de esos días de conflictos religiosos y políticos; la religión convertida por todas artes la sirvienta de la política; la destrucción arbitraria de iglesias, monasterios y tesoros de arte sagrado; guerras entre ciudadanos de la misma tierra hechas con una increíble ferocidad, con terribles pérdidas ciudades sometidas al pillaje y arrasadas hasta los cimientos; gente pobre enviados a morir o condenados a morir de hambre en sus estériles tierras arrasadas; la prosperidad comercial cortada de un golpe ; los lugares del saber reducidos enseñanzas vacías y hueras y formas de vivir libertinas; la caridad eliminada de las relaciones sociales para dejar paso a la villanía a al abuso; la grosería en la forma de hablar y de comportarse de crueldad bárbara por parte de los príncipes , nobles y jueces en su trato don el “súbdito” y el prisionero. En resumen, la repentina caída de países completos en algo peor que el salvajismo primitivo. “Voracidad, robo, opresión, rebelión, represión, guerras, devastación, degradación “, es una descripción que encajaría en la lápida del primer Protestantismo.
Pero “violenta non durant”. El protestantismo se ha convertido en algo sedado, difícil de definir. De una u otra forma es la religión oficial en muchas tierras de la raza teutónica, y cuenta entre sus seguidores una enorme cantidad de grupos religiosos. Estos protestantes teutones y semi-teutones dicen ser los líderes de la civilización moderna, que poseen la mayor riqueza, la mejor educación, la moral más pura y en todos los aspectos se sienten superiores a las razas latinas que aún profesan la religión católica y asocian su superioridad a su protestantismo.
El hombre se conoce imperfectamente: el exacto estado de su salud, la verdad de su conocimiento, los motivos reales de sus acciones están un una velada semioscuridad; de sus vecinos aún conoce menos que de si mismo y su generalizaciones sobre el carácter nacional, tipificado en apodos, son caricaturas sin valor. Las antipatías enraizadas en luchas antiguas – políticas o religiosas – entran ampliamente en los juicios sobre las naciones o las iglesias. Epítetos oprobiosos y obsoletos aplicados en el calor y pasión de la batalla aún cuelgan del antiguo enemigo y crean prejuicios contra él. Conceptos formados hace trescientos años en un estado de cosas que hace mucho que ha dejado de existir aun sobreviven y distorsionan nuestros juicios. ¡Que despacio pierden su sus connotaciones perversas los términos como Protestante, papista, romanista, no-conformista y otros!
De nuevo: ¿Alguna de las grandes naciones es puramente protestante? Las más ricas provincias del Imperio son católicas y contiene un tercio de su población total. En los Estados Unidos de América los católicos forman la mayoría de la población que va a la iglesia en muchas grandes ciudades: san Francisco (81.1 por ciento); Nueva Orleans (79.7 por ciento); Nueva York (76.9 por ciento); S. Louis (69 por ciento); Boston (68.7 por ciento); Chicago (68.2 por ciento); Filadelfia (51.8 por ciento). (Estadística de principios del s. XX, N.del T).
A principios del s. XX Gran Bretaña y sus colonias una población católica de doce millones. Holanda y Suiza tienen poderosas provincias católicas y cantones; solo los pequeños reinos escandinavos han logrado sujetar el desarrollo de la vieja religión. Surge una pregunta más: concediendo que unos estados son más prósperos que otros ¿su gran prosperidad se debe a la forma particular de cristianismo que profesan? La idea es absurda. (Nota 2 del Traductor.)
Porque todas las denominaciones cristianas tienen el mismo código moral – el Decálogo – y creen en los mismos premios para en si mismo mientras que el catolicismo la elimina. Contra esto se puede decir que el catolicismo produce orden disciplinado – una cosa igualmente buena para el comercio. La verdad del asunto es que la confianza en si mismo se fomenta más con olas instituciones políticas libres y los gobiernos descentralizados. Estos ya existían en Inglaterra antes de la Reforma y han sobrevivido a ella; igualmente existían en Alemania pero fueron destruidos por el cesaropapismo protestante y nunca revivieron con el vigor primitivo
La Italia medieval, la Italia del Renacimiento disfrutaba de un gobierno municipal libre en muchas ciudades y principados, aunque el país era católico, produjo una abundante cosecha de hombres indisciplinados que confiaban en si mismos, grandes en muchos aspectos de la vida, buenos y malos. Y mirando a la historia vemos a la católica Francia y España llegando
Ambas al cenit de su grandeza nacional mientras Alemania minaba y trataba de desintegrar aquel Sacro Romano Imperio, investido en la nación alemana – un imperio que era su gloria, su fuerza, la fuente y principal corriente de su cultura y prosperidad.
La grandeza de Inglaterra durante la misma época se debe a la misma causa que la de España: el impuso dado a todas las fuerzas nacionales por el descubrimiento del Nuevo Mundo. Tanto España como Inglaterra comenzaron por conseguir la unidad religiosa. En España. La Inquisición, con u bajo costo de vidas, preservó la vieja fe; en Inglaterra las leyes penales infinitamente más crueles eliminaron toda oposición a las innovaciones importadas desde Alemania. La misma Alemania no recuperó su prominente posición en Europa bajo el emperador Carlos V hasta la construcción de un nuevo imperio durante la guerra franco alemana (1871). Desde entonces su avance en todas las direcciones, excepto en la religión ha sido tal que ha amenazado la superioridad comercial y marítima de Inglaterra La verdad de todo este asunto es esta: la tolerancia religiosa ha sido incluida en todas las constituciones de las naciones modernas; el poder civil se ha separado del eclesiástico; las clases gobernantes han crecido alarmantemente indiferentes a las cosas espirituales; las clases educadas en general son racionalistas; las clases trabajadoras están ampliamente infectadas con el socialismo antirreligioso; una prolífica prensa diaria y periódica predica el evangelio del naturalismo más o menos abiertamente a los incontables lectores; en muchas tierras las enseñanzas cristianas son eliminadas de las escuelas públicas y la religión revelada está perdiendo su poder de dar forma a la política a la cultura , a la vida de los hogares y el carácter personal que se ejercía en beneficio de los Estados cristianos. Y en esta huida general de Dios hacia la criatura, sólo el catolicismo se mantiene con su enseñanza intacta, su disciplina más fuerte que nunca y firme su confianza en la victoria final.
La Prueba de Vitalidad
Un estándar de comparación algo mejor que el glamoroso “progreso mundial”, que como máximo un resultado accidental de sistema religioso, el “poder de auto preservación y propagación “, i.e., la energía vital. ¿Cuáles son los hechos? “el movimiento anti-protestante en la Iglesia romana”, dice un escritor protestante,” que en general es llamado Contra-Reforma, es realmente al menos tan notable como la Reforma misma. Probablemente no hay exageración en llamarle el más notable episodio singular que ha ocurrido nunca en la historia de la Iglesia Cristiana. Su inmediato éxito fue más grande que el Movimiento Protestante. Ocasionó una explosión de de entusiasmo misionero como nunca ha existido del el primer día de Pentecostés. En lo que se refiere a la organización no hay duda de que el manto de los hombres que crearon el imperio romano ha caído sobre la Iglesia Romana y nunca ha dado pruebas más sorprendentes de vitalidad y poder que en ese momento, inmediatamente después de que una gran parte de Europa se había escapado de sus manos.
Las prensas producían literatura no sólo para las necesidades de las controversias del momento sino en admirables ediciones de los primeros Padres a los que apelaban los Reformadores – a veces con más confianza que conocimiento.
Ejércitos de devotos misioneros enviados a regiones de Europa que parecían perdidas para siempre (por ejemplo, la parte sur de Alemania y partes de Austria –Hungría) fueron recuperados para el papado y las reclamaciones del Vicario de Cristo fueron extendidas ampliamente por países donde nunca se habían oído antes” (R. H. Maiden, classical lecturer, Selwyn College, Cambridge, in «Foreign Missions», London, 1910, 119-20).
El Dr. G. Warneck, protagonista de la Alianza Evangélica en Alemania, describe así el resultado del Kulturkampf:” El Kulturkampf (i. e. la lucha por la superioridad del protestantismo contra el catolicismo en Prusia) inspirado por motivos políticos, nacionalistas y liberal-religiosos, terminó con una completa victoria de Roma. Cuando comenzó, pocos de los hombres que conocían Roma y las armas empleadas contra ella podían predecir con certeza que una lucha con el romanismo en esas condiciones iba a terminar necesariamente en la derrota del Estado y en el incremento del poder del romanismo… El enemigo el que nos enfrentamos en batalla nos ha vencido brillantemente, aunque teníamos todas las armas que el poder civil puede proporcionar. Ciertamente la victoria se debe a la habilidad de los líderes del partido del Centro, pero es más verdadero pero es verdad que las armas que utilizamos eran armas poco eficaces, incapaces de causar daños serios. La Iglesia romana es, como el Estado, un poder político, mundial en esencia, pero después de todo ella es la Iglesia y dispone de poderes religiosos que invariablemente utiliza cuando contiende con los poderes civiles por la supremacía. El Estado no tiene un poder equivalente que oponer. No puedes golpea a un espíritu, ni siquiera al espíritu romano…» (Der evangelische Bund und seine Gegner», 13-14).
El gobierno antirreligioso de Francia renovó el Kulturkampf, pero tampoco tuvo éxito “n golpear el espíritu romano”. Se confiscaron patrimonios, iglesias, escuelas, conventos, pero el espíritu vive.
La otra seña de la vitalidad católica – el poder de propagación – es evidente en el trabajo misionero. Mucho antes del nacimiento del protestantismo, los misioneros católicos habían convertido a Europa y llevaron la fe a sitios tan lejanos como China. Después de la Reforma, reconquistaron para la Iglesia las tierras del Rin, Baviera, Austria, parte de Hungría y Polonia y establecieron florecientes comunidades cristianas en toda América de Norte y de Sur, en las colonias portuguesas, en todas partes, por resumir, donde los poderes católicos pudieron actuar libremente.
Durante casi trescientos años los protestantes estaban demasiado concentrados en la auto preservación para pensar en la obra misionera extrajera. Pero eso ha cambiado y ahora la desarrollan en muchos países con éxito. Malden, en la obra citada arriba, compara los métodos católicos con los protestantes y resulta que a pesar de su simpatía por los suyos, su aprobación va al otro lado.
CONCLUSION
Los católicos profesan todos la misma fe, usan los mismos sacramentos, viven bajo la misma disciplina. El protestantismo, producto del Evangelio y de las fantasías de cien reformadores, gente que siempre está lamenta las infelices divisiones y llamando en vano a una unión que es sólo posible bajo esa misma autoridad central, contra la que protestar es su único común denominador
Bibliografía: Para los temas controvertidos, ver cualquier libro de texto católico o protestante. La obra estándar católica es BELLARMINE, Disputations de Controversiis Christianoe fidei etc. (4 vols., Rome, 1832-8); en el campo protestante : GERHARD, Loci Theologici, etc. (9 vols., Berlin, 1863-75).
Para la historia social , política del Protestantismo las mejores obras son DÖLLINGER, Die Reformation (3 VOLS., Ratisbon, 1843-51); The Church and the Cherches , tr. MACCABE (1862); JANSSEN, Hist. of the German People at the close of the Middle Ages, tr. CHRISTIE (London, 1896-1910); PASTOR, Hist. de los Papas desde el fin de la Edad media. BALMES, Protestantismo y Catolicidad en sus efectos sobre la civilización Europea; BAUDRILLART, The Catholic Church, the Renaissance and Protestantism, tr. GIBBS (London, 1908) Estas son lecturas recomendadas por el Instituto Católico de París y en el lado protestante recomendamos CREIGHTON y GARDINER.
N del T. La bibliografía que acompaña a este artículo, como éste mismo son de principios del siglo XX.
Fuente: Wilhelm, Joseph. «Protestantism.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/12495a.htm
Transcrito por Douglas J. Potter . Dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.
Traducido por Pedro Royo
Fuente: Enciclopedia Católica