REENCARNACION
Véase METENSICOSIS.
Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas
Reencarnar (volver a encarnar). En general, es la creencia de que los seres, después de la muerte, vuelven a la vida mortal transformados en nuevos . Según esta creencia, las almas pasan por ciclos de muertes y nuevas encarnaciones. Un ser humano, por ejemplo, podría volver a vivir naciendo como un nuevo personaje (o animal).
La reencarnación es una de las supersticiones paganas más antiguas. Forma parte del hinduismo, el budismo y otras religiones orientales. En el occidente, la reencarnación tuvo adeptos entre algunos filósofos griegos. En nuestros tiempos se encuentra entre las enseñanzas de las sociedades teosóficas, los gurus indios, los psíquicos y el movimiento de la nueva era por el cual se han importado muchas creencias orientales, casi nunca comprometiéndose a serios cambios de vida sino como algo que está de moda.
La reencarnación está vinculada al concepto del †œKarma,† según el cual cada uno paga por su buen o mal comportamiento en sus próximas reencarnaciones. El alma de quien tenga un buen karma †œtransmigrarᆠencarnándose en un ser superior, quién tenga un mal karma encarnará como un ser inferior, ya sea, por ejemplo una vaca o una cucaracha.
Los proponentes de la reencarnación creen que el alma es eterna pero que la persona no. El alma no es individual sino que forma parte de †œDios† o †œBrama.† El objetivo en los ciclos de reencarnaciones es pagar culpas de vidas anteriores y purificar el alma del mal hasta llegar a la †œiluminación,† lo cual le hace posible quedar absorta en el †œTodo,† el †œalma mundial.† Conocerse como parte de ese †œTodo† es señal de iluminación.
El cristianismo y la reencarnación son incompatibles.
Hay diferencias fundamentales entre el cristianismo y la reencarnación, sin embargo, algunos insisten en que son compatibles y hasta algunos dicen que la Biblia enseña la reencarnación. Simplemente están interpretando la Biblia mal.
Hebreos 9:27 sintetiza la enseñanza de las Escrituras al respecto: †œestá establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio.† Uno de los pasajes bíblicos en que pretenden encontrar la reencarnación es Mateo 11:14: †œY, si queréis admitirlo, él (Juan Bautista) es Elías, el que iba a venir.† Debería ser claro por el contexto que Jesús habla aquí de que el espíritu profético de Elías (no su cuerpo ni su alma) continúa en San Juan Bautista. Un ejemplo: Si nosotros decimos de una niña: †œtiene los ojos de su madre,† todos entienden que no se trata de un transplante de ojos. No se trata de la reencarnación de los ojos de la madre en la niña. Solo estamos diciendo que los ojos de madre e hija se parecen mucho. Por eso no podemos entender la Biblia si no la leemos en el contexto adecuado.
Que se refiere al espíritu profético y no al cuerpo físico de Elías se deduce de Lucas 1:17 †œe irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.† Además, el mismo San Juan negó explícitamente ser Elías: †œY le preguntaron: †œ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?† El dijo: †œNo lo soy.† †œ¿Eres tú el profeta?† Respondió: †œNo.† (Juan 1:21).
Diferencias principales entre la doctrina cristiana y la reencarnación
La Resurrección. La fe cristiana se fundamenta en la resurrección de Jesucristo. Nuestros cuerpos no serán ni reciclados ni aniquilados. El alma no pierde su identidad absorbiéndose en el cosmos. El destino final del hombre es la resurrección para el gozo de la vida con Dios para siempre en el cielo o la pena eterna de la separación de Dios en el infierno.
La resurrección es mucho más que la reencarnación. Es cierto que algunas religiones narran sobre dioses que mueren y resucitan pero ninguna habla de un cuerpo gloriosamente resucitado, ni del poder para compartir esta nueva vida con otros. Los judíos no esperaban un Mesías que muriera y resucitara. Algunos tenían la esperanza de resucitar, pero no con cuerpos gloriosos sino en una resurrección análoga a la de Lázaro (Cf. Is. 26:19; Ez. 37:10; Dn 12:2).
Algunas filosofías y religiones han creído en la reencarnación o en la inmortalidad del alma apartada del cuerpo. Pero la fe en la resurrección solo se encuentra entre los cristianos. (Más sobre la resurrección).
La naturaleza de Dios. El Dios de la revelación judeocristiana es personal, mientras que en la reencarnación se le percibe como algo impersonal, el Todo Cósmico de las religiones orientales.
El amor. Un Dios impersonal no ama, no es Padre, entonces los hombres no somos hermanos. Según los proponentes de la reencarnación los pobres son culpables de su miseria por males que hicieron en otras vidas. Como están pagando el karma, no se les debe ayudar. Son una casta baja. Jesucristo no solo nos enseña el amor a los pobres sino que el mismo se hizo pobre para darnos ejemplo.
La victoria sobre el mal. El mal no es vencido por cada individuo expiando sus pecados por medio de transmigraciones a otras formas de vida. Los cristianos creemos que Jesucristo pagó por nuestros pecados en la cruz y solo en el tenemos salvación. Nosotros cooperamos con nuestros sacrificios pero la salvación es un don.
La iluminación. Lo que constituye †œiluminación† para los cristianos es muy diferente al concepto reencarnacionista: Esta se consigue al conocer a Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida, y recibiendo el Espíritu Santo, Espíritu de la Verdad enviado por el Padre y Jesucristo.
El Tiempo. El concepto judeocristiano del tiempo y de la relación de Dios con el tiempo es totalmente diferente. El tiempo para el cristiano no es un ciclo sin fin. Es linear, teniendo un principio y un fin. Dios es el creador y Señor del tiempo. Jesús es el †œAlfa y Omega,† principio y fin del tiempo. El hombre tiene un propósito que cumplir en el tiempo que tiene, según la voluntad de Dios. El Génesis nos habla del principio del tiempo. El Apocalipsis, del fin del tiempo: la segunda venida del Señor. Después ya no habrá tiempo sino la eternidad, vivida en el cielo o en el infierno.
La Eternidad. Los cristianos no creemos que los hombres sean diluidos en el cosmos impersonal. Todo lo bueno se unirá en Cristo y será presentado al Padre †œQue Dios sea todo en todos† (I Cor 15:28) pero nuestra individualidad, nuestra persona no se perderá jamás. Podríamos imaginarnos a los santos en el cielo como un precioso campo de flores. Al mismo tiempo cada flor es individual y preciosa en si misma. Los redimidos por Cristo encontrarán su identidad plenamente en el cielo. Serán sanados y elevados a la plenitud de su ser. Los santos están unidos por el amor y al mismo tiempo cada uno es precioso.
Tristemente no son pocos los cristianos que han aceptado la reencarnación en una forma u otra. En algunas encuestas estos llegan al 23%. Esto demuestra la gran ignorancia que existe sobre la fe.
El evangelio del amor y del perdón sobrepasa en grande la enseñanza cruel de la reencarnación con sus ciclos y karmas. Dios tanto amó al mundo que envió a Su único Hijo para que el que crea en El tenga vida eterna.
Fuente: Diccionario Apologético
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Creencia frecuente en las religiones primitivas y que está latente en el hinduismo y en el budismo. En esta creencia admite que los difuntos, en la parte espiritual que en ellos ha existido, se vuelven a encarnar en otros cuerpos y siguen viviendo en el mundo de forma nueva y misteriosa.
Con todo, la reencarnación presupone la permanencia de las mismas almas en diferentes cuerpos. Se basa en la creencia ingenua que concibe el cuerpo como un depósito o continente del hombre auténtico, que es el alma, de naturaleza divina por proceder de la divinidad y estar destinada a regresar a ella. Este esquema conceptual, expresado sobre todo por la filosofía platónica, es anterior a ella, pues se pierde en la noche de los tiempos y se mantiene en variedad de formas, teorías, religiones y creencias, sobre todo orientales.
Las interpretaciones varían según los distintos sistemas religiosos, siendo el más extendido el hinduista que limita las reencarnaciones a un número variable, pero reducido. La reencarnación terminará cuando el alma vuelva a ser absorbida por la divinidad, de donde procede, para perpetuarse para siempre en una quietud total y placentera, que eso es el «nirvana». El educador debe ser consciente de que es creencia supersticiosa frecuente en sectas y en tradiciones populares. Debe fomentar en los educandos la reflexión crítica y la clarificación cristiana suficiente, que es totalmente opuesta a la preexistencia del alma o a la trasmigración
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
La «reencarnación» o «transmigración» de las almas («metempsícosis»), es una creencia antigua que se encuentra en algunas religiones (diversas religiones primitivas, hinduísmo, budismo, jainismo, sikhismo, etc.). En el siglo XIX fue un tema central de la teosofía y de experiencias ocultistas. Actualmente ha entrado de nuevo en algunos grupos religiosos o pseudoreligiosos, con diferentes connotaciones, bajo el influjo de corrientes procedentes de esas religiones, de algunas sectas nuevas y de algunas experiencias espiritistas.
El paso de un alma (o principio vital) de un cuerpo a otro cuerpo (a modo de nuevos nacimientos), tendría como objetivo el poder ir realizando las cualidades que no se han desarrollado en una vida anterior. Pero también se puede entender como un camino de purificación hasta llegar a la perfección y luego entrar en la felicidad perenne del más allá (hinduismo). En algunos casos, más bien se afirma un objetivo final de disolución.
Ordinariamente se parte del supuesto que el alma es eterna. El proceso de repetidas «reencarnaciones» haría posible que todos los seres humanos pudieran llegar finalmente a la salvación eterna. Para ello, el alma se va liberado de la existencia fenomenológica, para ir llegando a la perfección «espiritual» y trascendente.
El concepto de «reencarnación» depende también del concepto de historia o de tiempo. Efectivamente, la historia tendría un movimiento «circular» (a modo de repeticiones cíclicas). Este concepto es opuesto a la fe profesada por las religiones que se basan en una palabra revelada (hebraísmo, islamismo, cristianismo), puesto que la historia es salvífica e irrepetible.
La teoría de la reencarnación ha captado muchos adeptos, especialmente por medio de las nuevas sectas sincretistas. Pero en la reencarnación, la dignidad de la persona humana desaparecería, quedando a merced de la historia. Entonces quedaría destruida la irrepetibilidad y responsabilidad de la persona concreta. En realidad, cada uno debe responder, ante Dios y ante la humanidad, de la vida y del tiempo recibido.
El mensaje cristiano es más entusiasmante y corresponde más a la dignidad de la persona humana. La misericordia de Dios Amor ofrece no solamente el perdón, sino la posibilidad de rehacerse en cada momento de la vida. Al mismo tiempo, el dogma de la comunión de los santos ofrece una perspectiva de ayuda mutua entre todos los hermanos de toda la historia. El obrar, libre y responsable de cada uno, como miembro de una misma familia, influye en toda la humanidad de todos los tiempos. Toda persona humana, por gracia de Cristo, queda capacitada para rehacerse amando, aunque sea en el último momento. Pero el «sí» de cada uno es irrepetible y trascendental, como acto que expresa la dignidad del hombre ante Dios.
Referencias Budismo, hinduísmo, espiritismo, muerte, New Age, sectas.
Lectura de documentos (según referencias)
Bibliografía M. ELIADE, El mito del eterno retorno (Madrid, Alianza, 1979); A. Des GEORGES, La réencarnation des âmes selon les traditions orientales et occidentales (Paris 1966). Ver otros estudios en las referencias.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
(-> creación, nacimiento, inmortalidad, resurrección). La religión bíblica no defiende ni expone una teoría de la reencarnación de las almas; pero sólo conociendo el sentido de la reencarnación puede entenderse la novedad bí blica de la resurrección, dentro de una visión general de la supervivencia humana. Las religiones de la interioridad parten del mito (símbolo básico) de la caída de las almas: en su verdad más honda, los hombres pertenecen a otro mundo, forman parte del ser de lo divino, de aquello que es siempre y no puede nacer ni morir. Sin embargo, por un tipo de perturbación, pecado o destino, ellas han descendido y se encuentran de algún modo atadas a los ciclos de la vida, definida por el constante nacer y morir. Por eso, el alma está cautiva: se encuentra atrapada en la materia, es incapaz de comprender y de asumir su sentido dentro del conjunto de la realidad. No está cautiva de cosas externas, nadie le esclaviza y oprime desde fuera. Está más bien cautiva de sí misma: atada a sus deseos, a la propia realidad violenta de su cuerpo, inmersa en la gran rueda de una fortuna (fatalidad, destino) en la que todo lucha contra todo. Según eso, la misma realidad del alma rueda en un proceso en el que podemos trazar algunas líneas de orientación.
(1) Hay metempsicosis o transmigración allí donde el alma va tomando nuevas formas, va viviendo de maneras diferentes, dentro del gran proceso cósmico. El alma es como una energía que se expresa y manifiesta en diversos vivientes. Ella es como la misma vida, que cambia de formas, pero que nunca muere. En ese sentido podemos hablar de una inmortalidad del alma o de la vida que permanece por encima de nacimientos y muertos. En ese contexto se puede hablar de palingenesia, aunque esta palabra tiene un sentido ligeramente distinto. No es una pura transmigración, sino que implica un renacimiento. En esta perspectiva se supone que el alma es inmortal en sí, pero se añade que ella ha penetrado en el proceso de los giros cósmicos (de generación y corrupción), de manera que viene a quedar sometida por la muerte. No se limita a cambiar como en las transmigraciones, pasando de un cuerpo a otro, sin morir, sino que se supone que ella sufre, muriendo en cada muerte, pero de tal forma que puede superar el estado de muerte. Por eso decimos que ella renace o se reencarna, vuelve a tomar carne, a introducirse en la materia girante de la tierra. Para las almas, que en sí son inmortales, este constante viaje cósmico constituye la expresión de una caída, es un estado inferior de existencia. Resulta a veces difícil distinguir entre una pura transmigración, una reencarnación y un renacimiento, entre el viaje de las almas y una experiencia de vuelta a nacer, de nueva entrada en el mundo, después de una muerte que puede parecer traumática. Aquí prescindimos de las diferencias y vemos el tema de una forma general.
(2) Liberación del alma e inmortalidad. El hombre religioso sabe que se encuentra atado a las reencarnaciones, descubre su más honda verdad eterna o divina (como Brama o no nacido) y por eso puede iniciar un camino de ruptura o superación, que le permite volver a su origen divino, superando el nivel del tiempo. Para ello debe purificarse, entrar en su verdad original, venciendo los deseos y representaciones de la tierra (de la vida cósmica). En esa línea, la liberación definitiva (moksa, nirvana) se entiende como un retorno: el ser humano reconquista su eternidad o se deja reconquistar por ella, superando de esa forma la rueda de las reencarnaciones. La libertad del hombre es lo eterno: retornar a la inmortalidad, recuperar el carácter divino de la vida primigenia. Por eso, el camino de las reencarnaciones tiene que ir pasando y quedando atrás, hasta que el alma llega a descubrir su más honda verdad, alcanzando su forma divina (que es eterna) y superando de ese modo el nivel de las reencarnaciones. Normalmente la liberación del encadenamiento del hombre, que trasciende la esclavitud de las reencarnaciones, está vinculada a la exigencia (esperanza) de la inmortalidad. El paso del alma por el mundo no ha tenido carácter positivo, no ha sido tiempo de creación, sino caída. Por eso, la auténtica liberación del alma inmortal ha de tener un aspecto de olvido: superar las huellas del tiempo, borrar la memoria pasada de las cosas (deseos, violencias) de la historia. Un mal sueño en una mala posada: eso ha sido esta vida de giros, de encarnaciones sucesivas, hasta que el alma ha descubierto su identidad primera y ha podido elevarse, más allá de las esferas más altas, hasta su propio ser, que es lo divino. Al mismo tiempo, la liberación es encuentro, retorno al estadio original en que el al ma vivió. No ha existido verdadera creación, no hay novedad en la culminación de la vida humana. El hombre no es alguien que traza los rasgos personales de su vida, no es alguien que construye su propia historia, sino alguien que se libera del pasado malo del mundo para volver a lo divino. Difícilmente puede haber en este contexto una inmortalidad personal, difícilmente puede hablarse aquí de salvación del individuo, pues persona e individuo pertenecen a la trama de la historia, que ha sido tiempo de olvido, miseria y caída. Más allá de la historia, en la eternidad, no hay individuos ni personas, sino sólo el ser de lo divino.
(3) Conforme a la visión de las reencarnaciones, no se puede hablar de redención, ni de resurrección, ni tampoco de un salvador, es decir, de una persona (como Cristo) que nos libera de la esclavitud de la historia, pues cada uno debe liberarse a sí mismo. Pero al decir que «cada uno» se libera a sí mismo hay que añadir, en otra perspectiva, que no se libera «cada uno», pues no hay verdadero yo, no hay nadie distinto de los otros, no hay personas, en sentido estricto. No me salvo «yo», sino que se salva en mí lo divino, es decir, el fondo permanente, perdurable, de mi vida. Yo mismo no soy más que una forma pasajera, individual, dividida, que el alma sagrada (la totalidad divina) ha tomado por un tiempo, al bajar a la materia. Eso significa que no puede haber resurrección de la persona (pues mi persona es máscara temporal, puro cambio que debe acabar cuando el alma en sí retorne a lo divino). La transmigración (reencarnación, metempsicosis) alude a una experiencia de unidad radical de las almas en Dios o en lo divino. Los individuos dependemos unos de los otros de tal manera que formamos un todo, en la gran cadena de la vida, que ofrece a cada uno un lugar y tarea partiendo de existencias anteriores, es decir, del proceso total de lo divino. Esta perspectiva ofrece grandes valores, pues vincula a todas las almas en un despliegue universal donde se encuentran insertas. Pero falta en ella la experiencia de individualidad y de responsabilidad personal que son propias de las religiones «multianimistas» (en las que cada ser humano tiene un alma propia, personal), (a) En las religiones mono-animistas, donde sólo hay un alma o divinidad universal, domina la experiencia de la reencarnación, hombres y mujeres corremos el riesgo de ser sólo un momento en la serie de la vida, de tal manera que cada uno de nosotros estamos determinados por el pasado de las almas que nos han precedido y el futuro de aquellas que vendrán tras nosotros, hasta que logremos «descrearnos», superando el encadenamiento doloroso de reencarnaciones, pero de tal manera que, entonces, al final, ya no seremos distintos unos de otros. En estas religiones sólo hay un alma verdadera, la de lo divino que se expresa y renace en la historia de los hombres. Nadie nace de verdad (por gracia de un Dios personal), nadie muere totalmente, ni se define a sí mismo, decidiendo su identidad en una única existencia. Nacer y morir son momentos de un proceso que comienza con una gran caída y lleva de una forma de existencia a otra, hasta que al fin la «sustancia» meta-mundana del alma pueda liberarse de la gran cadena, retornando a lo divino (moksa, nin†™ana). (b) Las religiones multianimistas suponen, en cambio, que cada hombre o mujer tiene un alma o, mejor dicho, es un alma individual, desde Dios, en relación con los demás. Por eso, más que de reencarnación hay que hablar de encarnación de Dios en cada ser humano: cada hombre o mujer es un «alma» individual o única, en comunicación con los demás, en un camino de muerte y de posible resurrección.
(4) La resurrección bíblica. La religión bíblica tiende a ser multianimista (en el sentido de que cada hombre o mujer es un alma independiente) y personalista (cada hombre es autónomo), de forma que no hay en ella transmigración de unas almas a otras, sino vinculación y comunicación personal, de unos hombres con otros, en un camino que está abierto a la resurrección. Las diferencias parecen al principio pequeñas, pero al fin son grandes. En este nuevo contexto, las almas no deben superar una caída que las ha separado de su origen, retomando a lo que son en sí, sino que han sido creadas por Dios y deben crearse a sí mismas, en comunicación comunitaria. Eso significa que ellas se realizan recibiendo, compartiendo y entregando la existencia. Cada hombre (varón o mu jer) brota de la tierra (es mundo), surgiendo de un Dios personal y de unos padres y un grupo cultural, en un determinado lugar y momento de la historia, llevando en sí la historia de todo su pasado y de su contexto cósmico y social. Cada hombre nace de Dios, por el Espíritu, como ser independiente y autónomo, teniendo que hacerse desde y con los otros. Cada uno es responsable de sí y ha de asumir su propia muerte, intransferible y única, no para renacer otra vez y seguir en la cadena de existencias, sino para culminar en amor (con el riesgo de perderse, si se encierra en su egoísmo). Siendo lo más individual y lo más peligroso (pudiendo entenderse como destrucción total del ser humano), la muerte puede venir a presentarse también como culmen del proceso de comunión que vincula a los hombres entre sí, vinculándoles a un Dios entendido como poder de resurrección. El Dios bíblico no es la eternidad supratemporal de las almas, ni el sustrato divino de la vida, que se expresa en el proceso de las reencarnaciones. Al contrario, el Dios bíblico es aquel que crea a cada ser humano de la nada (creándolo en la historia) y resucita a los que han muerto (cf. Rom 4,17). Según eso, fe en la creación y en la resurrección son inseparables. Sólo un Dios que crea de la nada puede resucitar a los que han muerto.
(5) Reencarnación y resurrección. Las dos representaciones tienen algo en común, sobre todo si se miran las cosas desde la perspectiva de la comunicación vital. Tanto en un caso como en otro, los hombres mantienen relaciones espirituales, de mutua implicación, que están vinculadas a la herencia biológica y psíquica (brotan de un mismo proceso de vida y cultura), pero que trascienden ese nivel e implican un tipo de comunicación espiritual, pues unos reciben la vida y la despliegan con otros (desde otros), a través de un proceso de nacimiento* sagrado. Pero hay una diferencia básica: las religiones reencarnacionistas tienden a pensar que el «todo divino» se encuentra ya fijado, de manera que los hombres no tienen más tarea que ser lo que son, desde lo divino (pues sólo hay un alma verdadera, que es el alma de Dios). No hay en ellas creación (sino, más bien, caída del ser divino); no puede haber en ellas una segunda creación o resurrección, pues no existe un Dios trascendente, que crea de la nada y resucita a los que han muerto. En contra de eso, la religión bíblica cree que los hombres surgen por creación de Dios, dentro de un proceso de comunicación histórica de la vida. Más aún, la Biblia cree que los hombres culminan su despliegue humano por resurrección: porque el Dios de la Vida acoge en su Vida a los muertos. Dios les acoge no sólo en su trascendencia, sino en el mismo proceso de la historia, de manera que los muertos (como Jesús) resucitan no sólo en el mas allá de Dios, sino en el mismo más acá profundo de la historia humana. Así lo muestra Jesús, que ha resucitado y vive no sólo en Dios, sino en la vida de los hombres que le acogen (cf. Rom 4,24). Desde esa base se distinguen las religiones monoteístas: judíos y musulmanes centran su fe en el Dios que resucitará a los muertos en el último día; los cristianos, en cambio, creen en aquel que ya ha resucitado de Jesús, recreando así la historia humana.
Cf. M. BARKER, The Risen Lord. The Jesús of History as tiie Christ of Faith, Clark, Edimburgo f 996; B. DOMERGUE, La Re’incamation et ia Divinisation de l†™Homme dans íes Religions, Gregoriana, Roma J997; G. PARRINDER, Avatary encamación, Paidós, Barcelona f 993; E. PUECH, La croyance des Esse’niens en ia vie future: immortalité, re’surrection, vie étemelie? Histoire d†™une croyance dans le judaisme anden I-II, Gabalda, París J993.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
El tema de la reencarnación, dentro de la New Age, y otros movimientos contemporáneos, es algo muy popular y extendido. Tratado en forma científica y en forma novelada, es entendida como evolución optimista hacia la perfección total subjetiva y personal, según los diversos niveles de conciencia adquiridos. No es la reencarnación clásica oriental (más bien purgativa y purificativa), sino la positiva: porque en cada vida conseguimos niveles de conciencia cada vez más superiores.
En las versiones occidentales de creencia en la reencarnación, vigentes en nuestros días, se acentúa con más fuerza que en las tradiciones orientales la valoración positiva de esta reencarnación, enlazándola con los ideales propios de evolución progresiva, autorrealización personal y logro de la propia madurez (R. Steiner).
La supuesta base científica de la reencarnación viene avalada desde varios campos: Steiner, desde las ciencias naturales; Trautmann, desde la física nuclear (la persona humana sería una correlación de electrones pensantes); I. Stevenson, desde los recuerdos de ciertas personas que afirman haber vivido otras existencias anteriores; Th. Dethlefsen, desde planteamientos psicoanalíticos; y, desde luego, diversos fenómenos culturales tales como remedio para mitigar el miedo a la muerte (la muerte sería como la mariposa que echa a volar saliendo de la larva), elementos astrológicos, y hasta la postura ética contemporánea de no jugarse todo en una existencia o en opciones fundamentales vinculantes.
Unido al tema de esta reencarnación en sentido positivo, y para encontrar una base fiable y plausible, se encontraría la creencia en cuerpos energéticos, entre ellos un «cuerpo astral», y en la importancia y sentido de los «chakras» Según esto, el cuerpo físico está rodeado externamente por siete cuerpos energéticos que, como capas de energía, lo envuelven. La cuarta capa es el cuerpo astral. La enumeración completa de estos cuerpos sería: Cuerpo etérico o etéreo, cuerpo emocional, y cuerpo mental en el plano físico denso; cuerpo astral, que haría de puente o comunicación y crisol; finalmente, cuerpo etérico, cuerpo emocional y cuerpo mental en el plano espiritual o más sutil y anímico.
A su vez los chakras estarían situados en siete zonas del cuerpo etérico, y se definen como fuentes o vórtices de energía, y se corresponden con los principales plexos nerviosos del cuerpo. Cada chakra tiene un nombre y un color: Chakra básico en el coxis (rojo, muladhara), Chakra sacro en el ombligo (naranja, swadhistana), Ckakra solar en el plexo solar (amarillo, manipura), Chakra coronario en el corazón (verde, anahata), Chakra laríngeo en la garganta (azul, vishudda), Chakra frontal entre los ojos (índigo, ajna), y Chakra corona en la frente (violeta, blanco o dorado, shasrara). Los chakras tienen como misión mantener la energía humana en equilibrio mediante un proceso de corriente energética entre ellos.
Otra forma de denominar los campos energéticos o el espectro energético es el «aura», que incluso, se afirma, puede ser fotografiada. Dicha aura, multicolor representaría diversos órganos: rojo, columna vertebral y glándulas suprarrenales, que simbolizan la actividad, fuerza de voluntad y emociones. Naranja, los órganos reproductores y gónadas, representan la creatividad y el potencial artístico. Amarillo, el corazón y sistema inmunológico, simboliza la capacidad intelectual. Verde, el plexo solar y páncreas, simboliza el asiento de la personalidad y el equilibrio físico y psíquico. Azul, la garganta y tiroides. Representa la seguridad en uno mismo. Violeta es la frente y el metabolismo. Indica intuición y transformación. Finalmente, blanco equivale al cerebro y glándula pineal. Simboliza capacidad de concentración, energía y sentimientos espirituales.
En otro orden de cosas, el primer chakra simboliza la tierra; el segundo, el agua; el tercero, el fuego; el cuarto, el aire; el quinto, el sonido; el sexto, la luz; y el séptimo, el pensamiento.
El cuerpo astral es el doble del cuerpo físico, etérico, emocional y mental y sirve de enlace con los otros tres cuerpos más sutiles. Está relacionado con el cuarto chakra situado en el corazón, y es el que rige el sistema circulatorio, los doce meridianos de energía corporal, las emociones y los sentimientos. Este cuerpo astral es un condesador de energía cósmica y telúrica que da vida al cuerpo físico y tiene la propiedad de poder separarse del cuerpo físico. Esta salida se puede producir voluntariamente (para comunicarse con otra persona), o involuntariamente (mientras dormimos). Gracias al cuerpo astral, podemos experimentar la sanación holística o sanación integral del hombre como cuerpo, mente y espíritu, e, incluso, se puede llegar a un tipo de cirugía astral.
M. Blavatsky habla de cuerpo físico, principio vital, cuerpo astral, karma rupa o lugar de deseos y pasiones, inteligencia (mana), alma espiritual (buddi) y espíritu (atma). Atma, buddi y mana forman el «christós» (el Cristo), la conciencia plena y realizada. Por su parte, la antroposofía habla de cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral, forma de mi yo, el yo espiritual, el espíritu de la vida, el hombre espiritual.
Al hilo de lo que venimos diciendo, me atrevo a realizar una observación y una pregunta. ¿No será el momento, en la antropología de cuño cristiano, de integrar esta dimensión «energética» de la persona humana? Tal vez la visión de la persona humana tradicional ha estado demasiado condicionada sólo por tres dimensiones: biofísica, psicológica-emotiva-racional y espiritual-pneumática. Desde la aceptación del campo energético, como integrante de la visión del hombre, la antropología se enriquecería y equilibraría muchas de las posturas hasta ahora alejadas de las visión cristiana.
Sobre el tema de la muerte, E. Kübler-Ross afirma que, en el momento de la muerte, hay tres etapas: la muerte física del hombre, que es idéntica al abandono del capullo de seda por la mariposa. En la segunda etapa se está provisto de energía psíquica y se experimenta que no se muere solo sino en compañía de nuestros seres más queridos. En la tercera etapa se pasa a la Luz eterna, a otra forma de vida total marcada por el amor grande, indescriptible e incondicional. Cuando se ha visto la Luz, ya no es posible desear volver al cuerpo físico terrestre.
BIBL. – R. BERZOSA MARTíNEZ, Nueva Era y cristianismo, BAC, Madrid 1998.
Raúl Berzosa Martinez
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
(ver METEMPSíCOSIS)
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
1. DIVERSAS FORMAS DE ESTA CREENCIA. La reencarnación es la creencia según la cual el alma, o el elemento psíquico del hombre, toma a través de sucesivas existencias un cuerpo diferente, encontrándose así «re-encarnada». El concepto, guarda cierto parentesco con los de metensomatosis o transmigración, y de metempsícosis. La reencarnación es una creencia común a ciertas tradiciones orientales, como el hinduismo y el budismo, y -en la tradición griega- el orfismo, a Pitágoras y Platón. La sociedad teosófica, los círculos espiritistas y ocultistas desarrollaron un modelo occidental a comienzos del siglo xx, queé hoy está muy extendido. Sin embargo, hay que distinguir las diversas formas de la creencia e indicar su sentido. Se verá que, mientras los modelos orientales y griegos guardan cierto parentesco, la orientación del modelo occidental es sensiblemente distinta.
En el hinduismo, donde la creencia en la reencarnación se remonta a los Upanishads, las reencarnaciones sucesivas están regidas por la ley del karma, acumulación de méritos y de deméritos a través de las encarnaciones precedentes. No cesarán hasta que se rompa la cadena de los efectos y las causas. El alma tiene que liberarse del samsára descubriendo finalmente la verdad, o sea liberándose de la maya, ilusión que hace creer en la realidad del mundo. Vendrá entonces la iluminación, la bienaventuranza, el samadhi.
La experiencia de Gautama Sakyamuni, convertido en el Buda (el iluminado), se concentra en las «cuatro nobles verdades». El hombre tiene que liberarse del dolor. Para ello ha de suprimir la sed o el deseo aliado con el placer, que origina inexorablemente las reencarnaciones. En efecto, la sed, que se debe sobre todo a la ignorancia, engendra la ambición, el odio y el error, las «tres raíces del mal», de donde nacen los actos y los frutos malos. La liberación por extinción de la sed es una larga maduración que supera muchas veces la duración de una existencia humana. Desemboca en el nirvana, al abrigo de todo dolor y de toda transmigración.
Según los órficos, apenas sale el alma de un cuerpo se encarna en otro; el cuerpo (sóma) es considerado como una cárcel (séma). El ciclo de las reencarnaciones no tiene fin para los no-iniciados; la salvación del hombre consiste en el cese de estas existencias sucesivas. También para Pitágoras el hombre tiene que reencarnarse para llegar eventualmente a la purificación completa de su ser. En cuanto a Platón, piensa que ciertas almas han tenido que reencarnarse incluso en animales para adquirir la pureza necesaria para entrar en la morada de los dioses. La reencarnación es un lento proceso de purificación del cuerpo y de la materia con vistas ,a la ascensión progresiva a lo divino.
El modelo occidental de la reencarnación es una reconstrucción del modelo hindú, sincretista y mezclado de tradiciones esotéricas y ocultistas. La reencarnación es un medio de autorrealización y de lenta ascensión hacia el Espíritu divino. Los renacimientos corresponden a la escala de méritos; restablecen así la justicia y siguen un proceso de ascensión constante.
Frente al modelo hindú, budista o griego, el modelo teosófico occidental de la reencarnación revela una concepción más optimista del hombre. En efecto, la reencarnación no se concibe ya como un nuevo encarcelamiento doloroso del alma, círculo infernal del que tiene que liberarse, sino como una nueva oportunidad. A la concepción del cuerpo-prisión se opone el concepto de una evolución y de un desarrollo sin regresión, haciéndose siempre la reencarnación en un cuerpo humano.
Esto no impide que los diferentes modelos tengan un sustrato doctrinal común. La filosofía hindú del karma, del samsara y de la moksa es su punto de apoyo. Los seres han de renacer indefinidamente hasta que encuentren su propia liberación. Según la antropología subyacente, el hombre es esencialmente un espíritu (principio divino inmortal) que posee un alma (que une al espíritu con el cuerpo) y un cuerpo (hecho de materia perecedera). Es un eslabón de la cadena cósmica, de la que ha de soltarse para alcanzar su estado primitivo y su verdadera naturaleza. A ello se añade una concepción cíclica de la historia, opuesta al concepto lineal del cristianismo. La creencia en la reencarnación forma parte de este modo de una concepción global del hombre, del mundo y de la historia.
2. RERNCARNACIóN O RESURRECCIóN. Se ha hablado justamente de «creencia». En efecto, la reencarnación no está sometida a pruebas científicas, como tampoco la fe cristiana en la resurrección de los cuerpos. Hay que insistir en ello, dadas las pretensiones que a menudo se tienen en Occidente de poder ofrecer pruebas científicas, experimentales. Esas pruebas pretenden establecerse, por una parte, en una memoria psíquica o en ciertas huellas psíquicas de vidas anteriores; por otra parte, en la comunicación experimental con espíritus «desencarnados», que aguardan la reencarnación. No se puede rechazar la existencia de «recuerdos» que no pueden explicar la experiencia del sujeto y su existencia actual. Sin embargo, la hipótesis que se ha hecho de una vida anterior para dar cuenta de ellos es sólo una hipótesis entre otras. La atribución de ciertas particularidades psicológicas del nacimiento a una vida anterior es todavía más hipotética. Existen otras explicaciones más plausibles de esos fenómenos. Por otra parte, si, hay hechos todavía inexplicables en el estado actual de la ciencia, la hipótesis de la reencarnación como explicación, por muy legítima que sea,, no puede decirse científicamente probada., Es objeto de creencia, de una adheión que es una opción personal, como lo es en una perspectiva cristiana la fe en la resurrección de los cuerpos. Pero hay que medir bien las diferencias que las separan, así cómo las perspectivas globales en que se insertan. A la ley cósmica de la reencarnación, la fe cristiana opone de hecho la promesa que Dios hace al hombre de la resurrección:
Según la fe cristiana, el cuerpo no es un elemento negativo del ser humanó, del que haya que liberarse; forma parte integrante de su humanidad. Por tanto, no se trata de dejarlo caer para tomar otro en otra existencia. La vida humana’ es una: es decisiva para toda persona humana, compuesta de espíritu, de alma y de cuerpo. El cristianismo pone así de relieve la dignidad, querida por Dios, de la persona y de la vida humana, así como el peso de su libertad.
Pero ese Dios, que quiere y que conoce personalmente a cada persona humana, es un Dios de amor que la resucitará como resucitó a su Hijo. Porque en la pasión-resurrección de Jesucristo la muerte ha sido definitivamente vencida, el hombre se ha liberado de ella, y esto hace que la reencarnación no tenga objetó. Por su pasión, Jesús tomó sobre sí mismo el karma de la humanidad entera y la liberó de él. No cabe duda de que el hombre que ha de acercarse a Dios por medio de una vida de fidelidad sigue estando sometido a la muerte. Pero la muerte única está llamada a desembocar en una nueva forma de vida, que comprende incluso para el cuerpo una existencia nueva. La resurrección al final de los tiempos llevará a su culminación el proyecto de salvación realizado por Dios para la humanidad entera a través de la historia.. En la resurrección de los muertos, Dios realizará para todos los hombres lo que realizó en la mañana de, pascua con su Hijo Jesús. Los elegidos, incluso en sus cuerpos, serán conformados con la vida sin fin de Cristo resucitado.
Por tanto, la creencia en la reencarnación es inconciliable con la fe cristiana en la resurrección. Están en cuestión concepciones diferentes de Dios y del hombre, de la historia y del mundo. Se impone una opción entre ellas; esa opción es materia de fe.
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J. Dupuis
LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teología Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992
Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental