HIJO DE DAVID
ver, GENESIS
vet, HIJO DE DAVID (Mt. 1:20; Lc. 3:31). Este término llegó a ser, con motivo de las profecías del Antiguo Testamento que anunciaban el dominio firme y glorioso de un descendiente de David (Is. 9:7; Jer. 23:5; Am. 9:11), uno de los dictados más usuales del Mesías (Mt. 12:23; 22:41, 42; Mr. 12:35; Jn. 7:42), y como tal se aplica repetidas veces a Jesús (Mt. 1:1; 9:27; 15:22; 20:30, 31; 21:9, 15).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
(-> Mesías). El Nuevo Testamento parece saber que Jesús era de ascendencia davídica. Posiblemente, la pretensión de ascendencia davídica se hallaba bastante extendida y es probable que la familia de Jesús se contara entre aquellas que tenían esa pretensión. Quizá sus antepasados emigraron de Belén a Galilea en los años de la conquista y rejudaización de los asmoneos (hacia el 104 a.C.). El mismo Pablo presenta a Jesús como «hijo de David según la carne» (Rom 1,3-4) en un tiempo en que aún vivían y tenían gran influjo sus hermanos y parientes en Jerusalén. Desde ahí se entiende mejor la experiencia mesiánica de Jesús. Decir que es Hijo de David significa, ante todo, afirmar que es humano, pero de un modo especial, dentro de una historia mesiánica, de manera que Jesús se en tiende a sí mismo como enviado de Dios en la línea de David. Los textos del Nuevo Testamento asumen la filiación davídica de Jesús como algo dado, pero no fundan en ella su argumento cristológico.
(1) Jesús, Hijo de David, como Mesías misericordioso. La invocación «Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí» (Mc 10,47-48) interpreta el mesianismo en forma de capacidad sanadora. Es significativo el hecho de que la obra distintiva del Hijo de David sea curar a los enfermos (o mostrar misericordia). Mateo ha sentido la singularidad de ese dato y lo ha introducido en otros textos (Mt 9,27; 15,22; 20,30-31): la sirofenicia confiesa a Jesús como Hijo de David que se apiada de los pobres y perdidos (15,22); frente a los fariseos que interpretan los milagros como signo diabólico (Mt 12,24), las gentes se admiran y exclaman: ¿no será éste el Hijo de David? Jesús no lo es por ser monarca, sino en cuanto exorcista y sanador (cf. Mt 12,23; 15,22 y 20,31-32 y, en otra perspectiva: 9,9.15). Posiblemente, en el fondo de esa imagen se encuentra el hecho de que Salomón, hijo de David, fue considerado por la tradición como gran experto en exorcismos y curaciones. Pues bien, como verdadero y más alto Salomón (cf. Mt 12,42), portador de vida y salud para el pueblo sometido a miseria y opresión (ceguera y posesión diabólica), aparece ahora Jesús. Por eso le aclaman los ciegos de Jericó (son dos: para que su testimonio pueda valer jurídicamente, según ley israelita: Nm 35,30; Dt 17,6), diciendo «compadécete de nosotros, Hijo de David» (Mt 20,31; cf. Mc 10,48). Jesús les responde abriendo para ellos un camino de fe y curaciones: ha llegado el rey mesiánico, pero no para asumir por fuerza el poder, sino para curar de manera gratuita a los enfermos. Los Salmos de Salomón 17 y 18 suponían que el Hijo de David debe aniquilar a los enemigos, instaurando por fuerza el orden israelita; los evangelios confiesan que debe tener piedad y ayudar a los perdidos.
(2) Jesús, hijo de David, portador del Reino. Así entra en Jerusalén mientras cantan «Bendito el que viene en nombre del Señor» y «bendito el reino de David, nuestro padre, que viene» (Mc 11,9-10). El primer «bendito» es de carácter procesional: aclaman a Jesús, como a los otros peregrinos que se acercan a la fiesta, en nombre del Señor. El segundo es de tipo escatológico: proclaman la llegada del Reino. Esta redacción de Mc parece fiel a la historia: Jesús no se gloría de ser Hijo de David, pero actúa mesiánicamente al entrar en Jerusalén. Como ya hemos dicho, Jesús ha suscitado entusiasmo mesiánico; por eso, su figura se ha debido situar sobre el trasluz de la esperanza del Hijo de David tradicional de los judíos. Mateo (21,9) es más explícito, diciendo que la gente invoca a Jesús como el Hijo de David. El carácter provocador de ese título aparece en la inscripción de la cruz donde se le llama «Rey de los judíos» (Mc 15,26 par).
(3) Jesús es hijo de David como Mesías discutido. En el ámbito de disputa judía y recreación cristiana se sitúa Mc 12,35-37 par. Como Hijo de David, Jesús debía estar subordinado a la figura y esperanza del antiguo rey judío, apareciendo como subordinado suyo. Pero la Iglesia cristiana ha descubierto su grandeza: viene de Dios y es más que un simple Mesías humano. Para confirmar esa convicción ella emplea el Sal 110,1, donde, según la exégesis del tiempo, el mismo autor del salmo (David) llama a su hijo «Señor». Eso significa que Jesús es más que hijo de David. Esta visión del valor y límites de la filiación davídica se ha debido de extender pronto por la Iglesia, pues la hallamos expresada de forma positiva en un contexto prepaulino: Jesús nace en el plano de la carne como el Hijo de David, pero ha sido constituido por la resurrección Hijo de Dios (Rom 1,3-4). La filiación davídica resulta valiosa, abre el campo de esperanza en que Jesús ha nacido, pero ella es al fin insuficiente y debe completarse tras la pascua con el título de Hijo de Dios.
(4) Los evangelios de la infancia (Mt 1. 25 y Lc 1,26-38) vinculan filiación davídica y concepción* por el Espíritu. Eso significa que Jesús es Hijo de David sin nacer de la sangre de David, pues la genealogía davídica se debía transmitir por línea paterna (por José). De esa forma, al mismo tiempo que se dice que Jesús es hijo de David se niega esa filiación (en el sentido en que la había propuesto Rom 1,34, al decir que Jesús era hijo de David sólo según la carne). De esa manera, el mesianismo davídico queda asumido y superado, al integrarse en una experiencia más profunda de vinculación especial y universal con Dios, como supone también el gran discurso de Hch 2,14-36.
Cf. Ch. Burger, Jesús ais Dañdssolm, FRLANT 98, Gotinga 1970; R. H. Fuller, Fundamentos de Cristología neotestamentaria, Cristiandad, Madrid 1979; F. Hahn, Christologische Hoheitstitel Ihre Geschichte im frühen Christentum, FRLANT 83, Gotinga 1962.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
Título cristológico presente en los evangelios sinópticos para indicar que Jesús es el mesías prometido. Como título no figura en los textos del Antiguo Testamento; sin embargo, toda la tradición ve al mesías como aquel que nacerá de la «casa de David» en la longitud de onda de la profecía de Natán (2 Sm 7,13-16). Se le encuentra raras veces en los textos extrabíblicos, como en los Salmos de Salomórl, mientras que en los textos rabínicos su uso parece muy acreditado en la fórmula: «El hijo de David que viene»‘ Con mucha probabilidad, el uso que los sinópticos hacen de este título revela una mentalidad precristiana que identificaba el título con la espera de un mesianismo «real»,. Esto explica el uso un tanto parco en el Nuevo Testamento y la collección que hace Jesús del mismo cuando se le aplica este título. Es el caso de Mt 22,4-46 en donde, en un contexto de disputa con los fariseos, Jesús acepta el título, pero haciéndolo más conforme y coherente con su predicación, que veía en el Siervo doliente su expresión más adecuada.
A la luz de la Pascua, el título vuelve a aparecer en la profesión de fe de Rom 1,3-4, pero sólo como lugar de paso para aceptar mejor el uso del título de «Hijo de Dios,», que se convertirá en el usual para designar a Jesús.
R. Fisichella
Bibl.: L, Sabourin, Los nombres y los títulos de Cristo, San Esteban, Salamanca 1965, 48-58; O. Michel, Hijo de David, en DTNT 11, 301 -304; R. Fisichella, Cristología, III. Títulos cristológicos, en DTF 237-249. H. Cazelles, El Mesías de la Biblia. Cristoíogia del Antiguo Testamento, Herder Barcelona 1981.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico