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CATEQUESIS

CATEQUESIS

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La catequesis es un «ministerio de la Palabra» en la Iglesia. Por eso entra en el mandato evangelizador de Jesús. Recoge, pues, en general todos los rasgos de la evangelización y por eso es desafí­o permanente del Espí­ritu. Es participación en la misma misión de Jesús y entra de lleno en la misión de la Iglesia que es, como la de Jesús, anunciar la salvación y el amor de Dios.

1. Definiciones
Definir la catequesis no es tarea sencilla, como no lo es definir otras realidades religiosas: fe, oración, moral, conciencia, sacramento, liturgia, etc. Es más fácil describir, comentar y comparar que definir. Pero es bueno hacer un intento.

1.1. Juan XXIII
Juan XXIII la definió como «Enseñanza ordenada y sistemática de la doctrina cristiana revelada por Dios y transmitida por la Iglesia para ser conocida y vivida cada vez más profundamente» (Disc. al Congreso Cateq. Internacional de Venecia. 1961)

Los elementos de esta definición van a ser claves en la comprensión y clarificación del concepto de catequesis.

– Se resalta la dimensión intelectual de «enseñanza» y por lo tanto su carga de instrucción y de formación.

– Se recoge la doble realidad del orden y de la sistematización en esa enseñanza y se alude a lo que diferencia la catequesis de otros ministerios de la Palabra: predicación, reflexión teológica, celebración litúrgica, anuncio evangelizador.

– Se precisa el objeto de la catequesis que es la «doctrina» de Cristo, no las opiniones teológicas o los consejos ascéticos, sino aquello que es obligado creer.

– Y se clarifica que esa doctrina tiene la doble cualidad de ser «revelada» y de ser «transmitida» por la Iglesia, que la ha recibido para darla a los hombres.

– Se pone de manifiesto la finalidad que motiva la transmisión, que es doble: conocer la doctrina y vivir según sus consecuencias.

– Y se alude a la progresión, es decir a la intención de hacerlo «cada vez más profunda y vitalmente».

Pocas definiciones o frases aclaratorias se han pronunciado por parte de la autoridad eclesial con tanta precisión, estructuración y clarificación como ésta. Y con ser clara y sugestiva, no deja claramente resaltados otros aspectos necesarios: sujeto, ámbito, método, condiciones.

1.2. Otras definiciones
Pueden ser de muy diversos estilos, alcances y configuración intelectual. El «Directorio general para la catequesis» reconoce que «la concepción que se tenga de la catequesis condiciona profundamente la selección y organización de contenidos (cognoscitivos, experienciales, comportamentales), precisa sus destinatarios y define la pedagogí­a que se requiere para la consecución de los contenidos» (Nº 35).

– El «Directorio internacional de pastoral catequética», de 1971, la definí­a como «La acción eclesial que conduce a las comunidades y a los cristianos en particular a la maduración de la fe». Es el segundo ministerio de la Palabra. Antes viene la evangelización o primer anuncio y luego viene la celebración u homilí­a y la profundización o Teologí­a. (Nº 17)
– Y el «Directorio General» de 1997, que pluraliza y diversifica los conceptos y las interpretaciones, entre las muchas ideas definitorias que presenta, la entiende como «la acción que promueve y hace madurar la conversión inicial, educando en la fe del convertido incorporándolo a la comunidad de fe» (Nº 61)
– Los viejos catequistas la miraban en su dimensión más intelectual. Daniel Llorente decí­a: «Es la enseñanza metódica y educación religiosa de los niños y jóvenes y de las personas adultas poco instruidas en la religión.» (Tratado de Ped. Cateq. Lecc. 1)
– Los Obispos suramericanos la socializaban y decí­an en Medellí­n: «Es la acción por la cual un grupo humano interpreta su situación, la vive y la expresa a la luz del Evangelio.» (Renov. De la Catequesis)

Pí­o X la concebí­a en forma moral como «acción de comparar lo que Dios manda obrar y lo que los hombres hacen, de modo que, con el ejemplo de la Sda. Escritura o de la vida de los santos, se enseña el camino que aleja del vicio y ayuda practicar la virtud». (Encí­clica Acerbo Nimis)
– Y Juan Pablo II la entiende como «La educación de la fe de los niños, jóvenes y adultos en la doctrina orgánica y sistemática para lograr la plenitud de la vida cristiana». (Catech. Tradenadae 18)

Entre las definiciones más intelectuales y las más morales, las que hacen referencia a la comunidad en que el creyente se integra y las que presuponen una dimensión más de fe, la variedad es grande. Incluso se puede decir que no es posible una definición entitativa, aunque se hayan formulado muchas descriptivas y fenomenológicas, puesto que decir lo que es resalta abstracto y describir lo que se hace es más cómodo.

2. Rasgos esenciales
Con todo interesa aclarar la identidad de la catequesis, pues de ello depende el que se pueda clarificar la identidad del catequista, del acto o proceso catequí­stico y de la perspectiva en la que se sitúe el concepto de catequizando.

Hay aspectos o elementos en el concepto de catequesis que deben ser resaltados y en los que todos llegan a una concordancia, sobre todo si se la mira como labor primordial en la Iglesia.

2.1. Identidad evangelizadora Pablo VI dijo: «Evangelizar constituye la dicha y vocación de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar». (Evangelii Nuntiandi 1)

La catequesis se presenta como singular ministerio de la Palabra y, por lo tanto, no es una acción superficial y fugaz. Su naturaleza evangélica es el rasgo radical. Se identifica con la oferta de la buena nueva, al paso que la aleja de cualquier visión proselitista, apologética, indoctrinadora, meramente informativa o socializadora.

Los rasgos comunes a toda acción evangelizadora quedan recogidos por Pablo VI de manera sugestiva: «Es un proceso complejo, con elementos variados:

– renovación de la humanidad….

– testimonio, anuncio explí­cito…

– adhesión del corazón…

– entrada en la comunidad

– acogida de los signos…

– iniciativas de apostolado… (Evangelii Nuntiandi, Nº 24) Los Obispos Españoles, también se hicieron eco de esos signos claros:

«Se entiende, pues, por evangelización el proceso total, mediante el cual la Iglesia, Pueblo de Dios, movida por el Espí­ritu Santo: – anuncia al mundo el Evangelio del Reino de Dios…

– da testimonio ante los hombres de nueva manera de ser y vivir…

– educa en la fe a los que se convierte a El y viven según su espí­ritu…

– celebra (mediante los sacramentos en comunidad) la presencia del Señor Jesús y el don del Espí­ritu…

– impregna y transforma con toda su fuerza el orden temporal».

(Catequesis de la Comunidad. 24-29)

Uno y otro documento hablan de evangelización como de un proceso e introducen en esa acción la catequesis como una forma selecta que sigue cronológicamente al primer anuncio.

Los rasgos peculiares y especí­ficos de la acción catequética son más iluminadores, precisos y exigentes.

2.2. Dimensión misionera.

Es la proyección, la apertura al misterio cristiano de la persona libre, infantil o adulta, al resultar formada, consolidada y comprometida. Se entiende como «anuncio misionero», el cual representa el primer paso de un camino, la llamada inicial a una vida, la proclamación alegre de una novedad, el ofrecimiento gratuito del mensaje de Cristo cuando se ha comprendido su valor.

La necesidad de anunciar el misterio de Jesús se encuentra, pues, en el corazón de la Iglesia. La catequesis conduce hacia esa necesidad. Por eso informa, instruye, ilumina, orienta, sugiere, ofrece formas de vida y pensamientos a la luz de la fe.

Pero esa necesidad no se identifica con la «predicación». Se expresa por el testimonio de los cristianos, que es más auténtico cuanto mayor es su formación de criterios, la promoción de virtudes y la apertura a relaciones.

Cuando este anuncio provoca en quien lo recibe un deseo de conocer a Jesús y de seguirle, la personas así­ «convertida» es creyente. Y cuando se siente la necesidad de compartirlo con los demás, entonces la persona se hace apóstol. A partir de esa fe proyectiva, comienza la madurez cristiana.

2.3. Variedad y analogí­a
La catequesis puede orientarse de variadas formas según la situación de los catequizandos. No se entiende la catequesis como algo compacto, uní­voco siempre equivalente, pues los destinatarios de la misma pueden moverse en diversidad de situaciones.

– Unas veces la «labor catequí­stica» es roturar la tierra, pues los destinatarios, aunque bautizados, apenas si tienen ingredientes cristianos en sus vidas. Puede deberse a ignorancia, al vicio, al abandono o a la simple indiferencia que impide una situación de partida propia del creyente.

Acontece así­ en ambientes indiferentes y poco religiosos, en los que lo cristiano se halla oculto por la indiferencia social. Se precisa allí­ una catequesis de novedad, de primer anuncio. La labor educativa se mueve en la frontera de la evangelización.

– Otras veces la «acción» exige colaborar con los diversos agentes que aportan nuevas semillas en la vida de los destinatarios, y se entrelazan las acciones de diversos agentes: familias, parroquias, escuela y el entorno social.

Entonces la catequesis es de construcción, de progreso y edificación. Con más o menos coordinación los sujetos reciben aportaciones de variadas fuentes.

– En ocasiones hay que formular la catequesis de forma recuperadora, pues los «potenciales catequizandos» se han alejado de la fe o de la virtud, aunque conservan algunos rescoldos cristianos.

Cuando se trata de desenterrar valores que existieron y los vicios o el error destruyeron, la catequesis se puede llamar de «restauración». Es el caso de la «reeducación cristiana» de los alejados por la herejí­a o el vicio, de los que han sido ví­ctimas de corrupción moral o ideológica, de los alejados de la fe cristiana o de las virtudes básicas. Todos ellos necesitan algo más que un maquillaje espiritual. Necesitan una curación.

2.4. Sintoní­a vital y mental.

Toda catequesis implica no sólo sintoní­a sino también sincroní­a de lo vital y de lo mental. Sintoní­a equivale a coherencia y concordancia en los tonos, formas e intensidades. Y sincroní­a alude a los tiempos, ritmos y procesos.

La catequesis tendrá siempre que cuidar la dimensión de instrucción y de formación, pues conduce por su naturaleza a conocer cada vez mejor el mensaje evangélico. Pero implica la dimensión vivencial: la que conduce a asimilarlo, a convertirlo en vida el mismo tiempo que se conoce y en proporción a la intensidad del conocimiento.

Precisamente este es un rasgo significativo en la tarea catequí­stica. Si se desajusta la armoní­a, se anula la eficacia catequí­stica: o se vive lo que no se conoce y se cae en el ritualismo; o no se vive lo que ya se conoce y se incurre en el hedonismo y en el indiferentismo.

2.5. Resonancia personal
La catequesis requiere claro y decidido sentido de acercamiento individual. En la medida en que atiende a las personas, y no sólo a los grupos, es catequesis cristiana, viva, dinámica, comprometedora.

Es peligroso hablar de catequesis a la medida de cada uno. Pero más nocivo es hacer una catequesis impersonal, ritualista, igual para todos, de cristiandad sociológica más que de cristianismo personal.

Lo catequí­stico tiene como objetivo la educación de la fe. Y el concepto «fe» como el concepto «educación» no son asumibles sin la referencia personal en el contexto de la fe eclesial. En esa dimensión personalista es donde reside su riqueza espiritual y lo que diferencia la catequesis de otros conceptos cercanos como son «instrucción, adoctrinamiento, inculturación, cristianización», etc.

Por eso en catequesis es decisivo el trato personal, el acercamiento, el encuentro con el creyente que madura.

Se debe este criterio a la certeza de que Dios ama a cada hombre individualmente y de que lo primero que debe importar al educador de la fe es la identidad y la situación de cada persona.

Sin sentido personal, el amor evangélico no puede entenderse y desde luego no puede ponerse en funcionamiento. Toda catequesis es eclesial por su naturaleza. Pero la Iglesia es la unidad de todos, no la colectividad.

3. Catequesis como proceso

Los rasgos y condiciones apuntadas hacen pensar en que la catequesis como tal es un proceso seguido durante un tiempo largo. No es acción fragmentaria y coyuntural. Es como un camino, no como un encuentro o una circunstancia. Implica un tiempo largo, con etapas graduadas, con diversidad de ritmo, incluso con desigualdad de resultados personales. Por eso la catequesis debe ser entendida como una ruta con señales, como una sucesión de momentos que se van superando.

– Un cristiano, un catequista, un creyente, no se hacen «en un dí­a». La pedagogí­a de Dios enseña que es mejor avanzar poco a poco, con paciencia. Y la pedagogí­a del mensajero de Dios como es el catequista debe acomodarse a esas formas divinas. La idea de itinerario está en la entraña de la catequesis cristiana.

– El comienzo del camino implica interés, curiosidad de lo que se va a encontrar, a veces la sorpresa de lo nuevo. El final del itinerario es el encuentro con Cristo, es la satisfacción de la conquista. Es la forma ordinaria que tiene de desenvolverse la semilla, la palabra, la luz, la verdad, la posesión del mensaje.

Es interesante confrontar que no otro es el procedimiento de Jesús según los relatos evangélicos. Así­ aparece en muchas parábolas, discursos, milagros y gestos, enseñanzas a los discí­pulos.

3.1. Sucesión de momentos

La formación de la fe se desarrolla en pasos, en etapas. Cada momento se apoya en el anterior. De la solidez de uno depende la eficacia del siguiente y la consistencia del conjunto.

La pedagogí­a catequética debe apoyarse en la realidad de ese proceso y presentarse como acompañamiento del mismo. Pero deben entender los que la cultivan que no se trata sólo un proceso humano y psicológico, sino que es está relacionado con el don divino, pues no es la cultura ni la religiosidad su centro de atención, sino la fe que es algo misterioso e interior, pero también evolutivo.

Por eso la catequesis asume la historicidad del hombre, su ritmo, su creatividad y su compromiso.

Habitualmente la idea de catequesis se vincula con los estadios iniciales del camino. Los mismos Obispos españoles la definen a veces desde una óptica meramente inicial, por ejemplo en su Documento sobre Catequesis de la Comunidad: «Catequesis es la etapa del proceso evangelizador en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar y vivir, el Evangelio del Reino, al que han dado su adhesión, y para participar activamente en la realización de la Comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio. Esta formación cristiana (integral y fundamental) tiene como meta prioritaria la confesión de la fe. (Nº 34)
Pero la instrucción y la formación religiosa no es labor exclusiva de los primeros estadios de la vida sino de toda la existencia. Con frecuencia se disimula la acción educativa con otros términos, ya que el de catequesis evoca connotaciones de inmadurez religiosa.

El cristiano debe seguir siempre profundizando su fe con itinerarios culturales y vivenciales cada vez más exigentes y comprometedores del procesor de educación de la fe, la catequesis no termina nunca. Pero en cuanto acto concreto y temporal que se diseña y realiza para conseguir un objetivo, la catequesis puede describirse de forma más precisiva.

– Un plan o acción catequí­stica tiene un principio y un fin. Dura un tiempo. Se caracteriza por una sistematización.

– Persigue la consecución de un plan o programa que, incluso, puede ser sometido a criterios de evaluación objetiva.

– Requiere una metodologí­a inspirada en estilos del Catecumenado bautismal.

– Supone, en consecuencia, una iniciación en el Misterio cristiano, pero también un perfeccionamiento: experiencia de vida evangélica, encuentro de oración, celebración litúrgica. Incluso conduce a una maduración: fomenta algún tipo de compromiso apostólico en referencia a la comunidad creyente.

– La cumbre del proceso culmina con el gozo del descubrimiento de Jesús y de su mensaje. Y encontrar a Jesús es de nuevo comenzar a desear acercarse más a El y profundizar su mensaje sin cesar.
Por eso, con Juan Pablo II, hay que reconocer que «la Catequesis no consiste únicamente en enseñar la doctrina, sino en iniciar a toda la riqueza de la vida cristiana». (Cat. Tradendae. 33). Es una riqueza interminable; por eso la acción catequí­stica nunca finaliza.

3.2. Exigencias del proceso

El proceso catequético tiene sus peculiares exigencias. Si se tienen en cuenta, se asegura la bondad del camino.

– Exige previsiones, «proyectos organizados y sistemáticos», preparados con seriedad y creatividad, con objetivos claros, con etapas previstas, con dinámicas coordinadas. En catequesis hay que planificar, programar, tener claros los objetivos, graduar los contenidos, adaptar los instrumentos de trabajo, respetar los estadios evolutivos. Entonces la catequesis resulta eficaz.

– Quienes se mueven en este sentido de maduración progresiva, de crecimiento espiritual, son los que pueden llegar a entender lo que es la fecundidad en la Iglesia y en la formación de la fe.

Los que creen que por ser capaces de memorizar una fórmula ya pueden transmitir vida a los demás, no pueden hacer labor de catequistas.

– Multitud de campos o aspectos demandan la aplicación de las leyes del crecimiento intelectual y espiritual: liturgia y oración, dogma y moral, historia eclesial y relaciones interpersonales, servicios de caridad y experiencias espirituales.

Entre las principales exigencias del proceso podemos recordar algunas:
– Su carácter temporal. Hay un principio y hay un final. Hay que disponer el primero y hay que prevenir el segundo.

– Su armoní­a constitutiva. Garantizar la realización acertada de cada momento es asegurar la bondad de la totalidad.

– Su singularidad. Cada caminante es diferente de los demás. Cada catequizando dispone de una singularidad que debe ser conocida, respetada, compartida, alentada y conjuntada con los otros.

– Acompañamiento singular. El catequista debe sentirse como cómplice y protagonista en el camino hacia el Señor de cada uno de los suyos. Debe saber quién es el compañero y qué necesidades tiene. Sólo así­ podrá llevarle a una fe auténtica: personal y comunitaria, individual y eclesial.

3.3. Etapas del proceso

Las clasificaciones y distribuciones del proceso catequí­stico pueden ser muchas, tantas casi como catequistas o sistemas existan y como catequizandos las desarrollan a lo largo un «perí­odo» catequí­stico.

Pero es bueno recordar lo que es natural: lo que en todo proceso de signo moral o espiritual acontece. Hay momentos de iniciación, los incipientes. Hay momentos de desarrollo, los proficientes; y hay estadios finales o de culminación, los concluyentes, los de perfección.

En los tratados de catequética se suelen diferenciar en cinco momentos significativos los procesos de alguna manera incipientes de la catequesis:
I. El despertar religioso: supone la iniciación en la fe (3 a 6 años). Se identifica con la etapa más infantil. La tarea se centra en la mejor «predisposición»: moral, sensorial, verbal, asistemática, afectiva, egocéntrica, fragmentaria, ocasional, animista, mimética y experiencial.

II. La primera comprensión (6 a 9 años). Es tiempo de leve sistematización religiosa y, de alguna forma, de iniciación eclesial y sacramental. Es infancia activa, memorí­stica, observativa, de cordialidad e inmediatez.
III. Infancia adulta (10 a 12 años). Exige una catequesis participativa por ser época expresiva, discursiva, social y comunicativa, consciente, reflexiva, de sensibilidad comunitaria y de apertura moral.

IV. Axiológica. (12-15 años). Exige una catequesis paciente, dialogante y personal. La preadolescencia es intimista, sensible, apta ante los valores, ansiosa de afianzarse a sí­ mismo ante los demás. Tiempo de intimidad, de conciencia, de sensibilidad ética y responsabilidad. Momento de crisis de identidad tanto pubertaria como convivencial. El chico y la chica se distancian madurativamente.

V. Adolescente y autónoma (15-18 años), en el comienzo de una adultez insegura, pero independiente. Es tiempo de catequesis dinámica, apostólica, pastoral. Las opciones religiosas de la vida anterior proporcionan apertura o clausura, creencia o incredulidad juveniles.

Las etapas posteriores, las de proficientes y las de culminación, las de la madurez y las de la tercera edad, pueden también presentarse en múltiples categorí­as, estadios o clasificaciones. Pero todas tienen que ver con los procesos de iniciación de la infancia y de la juventud.

4. Leyes de la catequesis

Si la catequesis es acción continuada y compromiso eclesial que reclama profunda reflexión, atención y discernimiento, no podemos olvidar los grandes criterios o leyes que deben regirla.

Teniendo claros los criterios, el camino se sigue con serenidad, seguridad, armoní­a y con fundamentación. Sin criterios los caminantes van a la deriva y confí­an al azar los resultados y los beneficios.

Por eso podemos aludir a diversos criterios o referencias que diluciden lo que realmente es la catequesis cristiana y ofrezcan señales de alarma cuando no se cubren suficientemente en el esfuerzo por conseguir su realización.

4.1. Cristocéntricas

La catequesis se debe regir por la persona, el mensaje y el misterio del mismo Jesús. Sin una referencia cristocéntrica muy clara y decisiva no habrá autenticidad catequí­stica.

No bastan las referencias evangélicas y las alusiones proféticas para asegurar el cristocentrismo. El Evangelio tiene ejes radicales que son los que verdaderamente definen la presencia misteriosa del Señor: caridad fraterna, confianza en la Providencia, justicia, esperanza, fidelidad, renuncia y cruz, valentí­a y sobre todo amor a Dios.

El cristocentrismo evangélico es el eje central de cualquier mapa de leyes teológicas a las que podamos aludir: sentido de la paternidad divina, acogida de la acción del Espí­ritu Santo, disposición a la conversión, cultivo de la esperanza escatológica.

4.2 Eclesiales

Cristo quiso una comunidad en la cual El prometió mantenerse presente hasta la consumación de los siglos. La Iglesia es comunidad, pero no al modo humano de las sociedades terrenas, sino al estilo sagrado del Cuerpo mí­stico, del Pueblo elegido, del Reino de Dios.

Al hablar de leyes eclesiales se alude a la comunidad y a la fraternidad, pero también a la jerarquí­a y la magisterio, a la catolicidad y a la unidad, a la misión y a los sacramentos, a la plegaria y al servicio, a la apostolicidad y a la santidad, que todo ello contiene la idea de Iglesia.

No hay que reducir el proceso catequético a la sola integración en la comunidad creyente. Hay que descubrir el aspecto vital y vocacional de esa comunidad. Pero no puede darse formación auténtica al margen de la comunidad.

La catequesis verdadera exige miradas de amor y claridad a la Encarnación del mismo Jesús. Pero del mismo modo reclama comunión con la Iglesia.

El proceso catequético de los niños y jóvenes hay que situarlo siempre en estas coordenadas. Situarse fuera de ellas es disgregarse. Y ello conduce a la desorientación, a la esterilidad espiritual y al alejamiento eclesial.

4.3. Pedagógicas y educativas

La catequesis es educación de la fe. Todo proceso educativo implica exigencias pedagógicas: acompañamiento, protagonismo personal, colaboración, continuidad, claridad de objetivos, evaluación continua, juego de estí­mulos, relaciones personales sólidas y adecuadas.

Hay que tener en cuenta todo ello en la buena catequesis, pues si se pierde de vista la identidad de la educación de la fe se incurre en el pragmatismo una veces y en la utopí­a mí­stica en otras ocasiones.

La catequesis exige lo mismo que requiere un proceso educador serio y eficaz. Pero con la peculiaridad de que su perspectiva, contenido y metodologí­a tienen que ver con lo relativo a la fe, a la unión con Dios, al defensa del mensaje divino, a la acogida de la gracia.

4.4. Psicológicas

Y algo parecido acontece con los criterios o dinamismos psicológicos. Hay que tener en cuenta que el sujeto de la catequesis es una persona humana, con cualidades y limitaciones, con dinamismos humanos y con aspiraciones espirituales.

Sin una comprensión psicológica del sujeto catequizando no se podrá obrar correctamente a la hora de educar la fe. La acción divina es misteriosa y original,. Pero dios no actúa al margen de las condiciones y conyunturas terrenas.

Entender y atender lo que es la inteligencia, la afectividad, la voluntad libre, la sociabilidad, la sensibilidad ética o los dinamismos humanos de la espiritualidad tampoco facilita la buena educación.

Sin entender cómo es el recipiente, lo que en él se deposite poca riqueza significará, pues pronto quedarí­a evaporado si es que llega a tocar la superficie del receptor.

4.5. Sociológicas

El hombre, incluso en su dimensión de creyente y de ser espiritual y libre, se halla siempre condicionado por el entorno en el que nace, se desarrolla y convive. Cultura y tradición, influencia familiar y referencias convivenciales, experiencias del entorno y sistemas escolares, evasiones y trabajos preferentes, le van dando una configuración propia y peculiar.

Es normal que se hable de leyes o criterios sociales a la hora de explorar y entender sus procesos religiosos. Habremos de ser siempre sensible al mundo y a la cultura para entender las actitudes y los juicios de valor en todo lo que a Dios se refiere. Y poco se podrá hacer en catequesis si se procede al margen de la realidad ambiental en la que el catequizando se mueve y en la que va a discurrir su vida humana y cristiana.

Se puede pensar que en estas afirmaciones hay cierto determinismo sociologista. Pero la experiencia se encarga de demostrarlo sin necesidad de especulación.

5. Referencias catequí­sticas

Las leyes de la catequesis llevan espontáneamente a juzgar la catequesis como algo divino por el fondo y la intención y algo muy humano, excesivamente humano, por las circunstancias y la realización.
Habremos de aceptarlo así­ y orientar la educación cristiana para que el catequizando tenga como referencia el adulto y maduro que llegará a ser y no el sujeto en camino que hoy se presenta: para que descubra la madurez y la fecundidad, la proyección, como último destino de todo creyente pleno y bien formado; para que viva de proyectos y objetivos y no de acciones en el momento presente.

Son tres referencias que ayudan a entender lo que de verdad es la formación religiosa, la catequesis.

5.1. Adulto como referencia

El proceso catequético corre el peligro de asociarse naturalmente a la etapa infantil; al menos así­ se ha hecho frecuentemente. Pero en los tiempos recientes se reclama la perfección supuesta del hombre maduro como ideal y destino, y no la cuyuntural y pasajera situación del que está adquiriendo formas.

Por lo tanto el diseño adulto, no el de niños o el del joven, es el modelo básico de referencia para toda catequesis bien ordenada. Esto supone que se debe aspirar a juicios equilibrados, a voluntad firma y libre, a sentimientos equilibrados, a relaciones estables, a capacidad de dar a los demás más que a esperar mucho de los otros. Dicen los Obispos españoles: «La catequesis de adultos es el proceso paradigmático en el que los demás deben inspirarse» (Cat. de la comunidad. N. 20)
Y en el Directorio General de Pastoral Catequética se explí­cita: «La catequesis de adultos ha de ir dirigida a hombres capaces de una adhesión responsable, debe ser considerada como forma principal de catequesis a la que todas las demás, ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan. Todo creyente tiene que estarse continuamente formando y reformando. Nunca conocerá lo suficiente a Cristo y a su Evangelio. Cada vez se debe sentir más llamado a vivir su fe con más claridad. (Nº 237))

5.2. Catequesis y fecundidad

Por otra parte, la madurez del adulto implica por naturaleza la tendencia a la fecundidad. El niño es receptor en exclusiva; el joven es receptor pero siente los anuncios de la entrega; el adultos, si es maduro, tiende a la fecundidad.

Por eso la catequesis debe aspirar a que, al final del proceso de formación espiritual de la persona, se llegue al estadio espiritual de la madurez cristiana. Ello significa actitud donativa, deseo de hacer el bien, capacidad de renuncia a sí­, sentido apostólico, compromisos responsables, en una palabra acción pastoral.

Acción pastoral es la que realizan los que, ya catequizados, están dispuestos a comprometerse en obras de salvación y de servicio fraterno, que la Iglesia debe ofrecer por mandato del mismo Jesús.

No se reducen esas obras a trabajos ocasionales en forma individual y a entretenimientos, como si de ocurrencias particulares se tratara. Son más bien entregas desinteresadas y compromisos de dar a otros lo que cada uno ha recibido.

Esas tareas reclaman la acción compartida de una Comunidad madura y corresponsable, en donde cada uno aporta lo que es capaz de dar. Sin acción compartida apenas si se puede hablar de fecundidad. Ciertamente sí­ puede hablarse de actividad. La catequesis en la Iglesia es ministerio y por lo tanto reclama esfuerzo, constancia, colaboración, objetivos claros.

5.3. Cultivo de ideales

Los signos de la fecundidad de la fe se realizan en perspectivas eclesiales, no en intereses individuales y pasajeros.

Esos intereses se realizan unas veces en el interior de la comunidad, para bien de sus miembros y de forma familiar y cercana. Pero el mensaje cristiano tiene una dimensión de universalidad, de estabilidad y trascendencia.

La buena catequesis no mira al presente y menos al pasado. Aspira a crear un futuro mejor en cada uno de los catequizandos y en la comunidad de todos los que aman a Jesús. Requiere claridad de ideas para preparar a los catequizandos para que un dí­a ellos mismos puedan ser catequistas.

Esa acción y disposición precisa, como es normal, cierta madurez humana en quienes han sido catequizados, es decir educados en la fe, y se sienten llamados y también enviados para dar gratuitamente lo que ellos han recibido.

Para hacerlo de forma suficiente, abierta y profunda, no hay que tener prisa. No es bueno quemar etapas, ya que la naturaleza humana, y también el desarrollo de la fe, pide tiempo y condiciones.

Pero no hay que perder oportunidades, ya que la personalidad sólo progresa y se desarrolla si oportunamente se va alimentando con experiencias y compromisos claros y cautivadores.

Por una parte está el ideal de la buena catequesis: claridad en la oferta del mensaje de Jesús y superación de las propias opiniones o aficiones religiosas.

Por otra parte se requiere la conciencia de mediación. Sólo en cuanto se siente mediador, el catequista puede formarse como responsable mensajero de la verdad. Si busca la acción catequí­stica con actitud dominadora, su labor se atrofia inmediatamente. Se busca a sí­ mismo, no la verdad.

La humildad pedagógica y la sencillez en las relaciones, la cordialidad y la responsabilidad de que quien lleva entre manos una tarea hermosa y valiosa, es la otra dimensión. Si el catequista se siente mediador entre Dios y los hombres, debe mostrarse dependiente. Es un ministro de la luz no productor de resplandores. El que hace la obra espiritual sólo es Dios. El catequista pone los soportes humanos para que Dios actúe.

Por eso la catequesis sincera y correcta, jamás puede fracasar. Aunque los resultados aparentemente no sean los esperados, la acción misteriosa de Dios late en las acciones exteriores que se hacen siguiendo los dictados de su voluntad. El catequista se descubre entonces como lo que realmente es: mensajero, no propietario, del misterio de Dios. Entonces entiende por que Jesús le dice: «Os he destinado para que deis fruto y vuestro fruto permanezca para siempre» (Jn. 6. 71) Se siente «elegido por El» (también Lc. 17-10; Jn. 8. 45). Y actúa como Pablo con total desinterés: «Ni el que siembra ni el que siega es nadie, sino Cristo es el quien da el verdadero crecimiento.» (1 Cor. 3.6)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Significado del itinerario formativo

La «catequesis» («resonancia», «instruir de viva voz)») corresponde al servicio profético de anunciar o enseñar la palabra de Dios. A veces se usa en sentido amplio de «anuncio», pero ordinariamente se refiere a un momento especial de «formación» de los creyentes catequesis del bautismo, confirmación, Eucaristí­a, matrimonio… Puede ser también catequesis de niños, jóvenes, adultos… (DGC 77-90).

El «kerigma» es el primer anuncio. El «catecumenado» es la formación antes del bautismo, mientras que la «homilí­a» es la explicación durante la celebración litúrgica. La «didascalí­a» es la formación superior o más profunda. La «catequesis» es más bien la formación de los ya bautizados. «Se trata de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espí­ritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo. La catequesis tiende, pues, a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella» (CT 20). Es un itinerario formativo en la fe y en el seguimiento de Cristo según la propia vocación.

Contenidos y metodologí­a

El punto de referencia de la catequesis es siempre Cristo Maestro. Por esto, el contenido de la catequesis abarca todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación (con la preparación veterotestamentaria) hasta la Ascensión (con su presencia en la Iglesia). Es una formación y educación para conocer, celebrar, vivir el misterio pascual (cfr. CT 5-9). La fuente de la catequesis es siempre la palabra de Dios.

La catequesis es parte de la evangelización (cfr. CT 18), tiende al «conocimiento y vida» del cristianismo, por medio de una exposición sistemática, armónica y completa, que introduzca en la práctica de los sacramentos y que ayude a tomar decisiones comprometidas en la comunidad eclesial y humana. Es formación sobre la fe (Credo), la celebración de los misterios (liturgia y sacramentos), vida moral (mandamientos y virtudes), actitud relacional con Dios (oración) (DGC 137-162).

La integridad de la catequesis, con todos sus contenidos, ha de impartirse aprovechando los métodos pedagógicos que mejor se adapten a las situaciones personales, comunitarias, psicológicas, sociológicas, históricas y culturales. La catequesis es también diferenciada según la edad y la condición de los catequizandos niños, jóvenes, adultos, enfermos, marginados, etc.(cfr. CT 26-50; cf. DGC 163-214).

La escuela es un lugar privilegiado para la enseñanza de la religión, en cuanto que ésta necesita ser presentada en armoní­a con todos los campos del saber humano. Todo creyente tiene derecho a recibir la enseñanza religiosa. Pero la enseñanza catequí­stica propiamente dicha no es sólo una materia académica, sino principalmente una educación que debe armonizarse con la vivencia y la celebración litúrgica (DGC 73-76).

Los catequistas

Aunque es toda la comunidad la responsable de la catequesis, no obstante, son los catequistas quienes llevan a efecto este ministerios. Pueden ser laicos, sacerdotes, religiosos. Los catequistas han tenido y siguen teniendo una especial participación en la misión «ad gentes» (cfr. AG 17). En los paí­ses llamados de misión, han sido especialmente lo laicos quienes han asumido este servicio. «El tí­tulo de «catequista» se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de misión… Sin ellos no se habrí­an edificado Iglesias hoy dí­a florecientes» (RMi 73; cfr. CT 66).

Los catequistas, para llegar a ser «fuerza básica de las comunidades cristianas», necesitan «una preparación doctrinal y pedagógica más cuidada y una constante renovación espiritual y apostólica» (RMi 73). El catequista es un testigo porque debe «comunicar, a través de su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús» (CT 6). «Solamente en í­ntima comunión con El, los catequistas encontrarán luz y fuerza para una renovación auténtica y deseable de la catequesis» (CT 9).

Dinamismo misionero

El dinamismo misionero de la catequesis arranca de su misma naturaleza profética y salví­fica. «La catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero. Si se hace bien, los cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana» (CT 24). Por medio de la catequesis, la comunidad eclesial tiene «la alegrí­a de llevar al mundo el misterio de Cristo» (CT 4). Por esto, «el don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe» (CT 61; cf. DGC 36-59)

La catequesis llevará a la renovación de la comunidad haciéndola misionera. Por ser «obra del Espí­ritu», esta renovación catequí­stica «tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia» (CT 72). Si la comunidad eclesial sabe imitar a Marí­a que, por ser fiel al Espí­ritu Santo, es «un catecismo viviente», y «madre y modelo de los catequistas», entonces, «realizará con eficacia, en esta hora de gracia, la misión inalienante y universal recibida del Maestro» (CT 73; cfr. Mc 16,15).

Referencias Anuncio, Catecismo de la Iglesia Católica, catecumenado, ciencia y fe, escuela católica, educación, evangelización, formación, homilí­a, kerigma, palabra de Dios, profetismo, teologí­a, testimonio.

Lectura de documentos AG 17, 19; ChD 14, 30, 44; PO 4; AA 10-11; GE 4; EN 44; RMi 73; CT (todo); CEC 4-6, 1074, 1231, 2688; CIC 773-780, 785; DGC (todo).

Bibliografí­a AA.VV., Dimensión misionera de nuestra catequesis (Burgos 1977); AA.VV., Commento alla Catechesi Tradendae di Giovanni Paolo II, Andate e insegnate (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1980); AA.VV., Catechisti per una Chiesa missionaria (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1982); AA.VV., Diccionario de Catequética (Madrid, CCS, 1987); AA.VV., Nuevo Diccionario de Catequética (Madrid, San Pablo, 1998); E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial. Identidad y dimensión de la catequesis (Madrid, CCS 1983); (Comisión Episcopal Enseñanza y Catequesis), La catequesis de la comunidad. Orientaciones para la catequesis en España, hoy (Madrid, EDICE, 1983); Idem, El catequista y su formación. Orientaciones pastorales (Madrid, EDICE, 1985); (Congregación del Clero) Directorio general para la catequesis (1997); (Congregación para la Evangelización de los Pueblos), Guida per i Catechisti (Cittí  Vaticano 1993; (Consiglio Inter. Catech.) La catechesi degli adulti nella comunití  cristiana, alcune linee e orientamenti (Lib. Edit. Vaticana 1990); G. GATTI, Catechizzare con gioia (Milano, Ancora, 1980); P. GIGLIONI, Temi biblici e teologici per la catechesi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985); J. GUITERAS Y VILANOVA, Manual para formación de los catequistas (Santander, Sal Terrae, 1986); S. RIVA, Corso di catechetica (Brescia, Queriniana, 1982).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: Introducción. I. La catequesis en la historia de la Iglesia: 1. El término catequesis y su realidad teológico-pastoral en la historia; 2. Resumen. II. Concepto evolutivo de catequesis. Definiciones más significativas: 1. Evolución de la catequesis en la segunda mitad del siglo XX; 2. Definiciones más significativas a partir del Vaticano II. III. La catequesis en el Directorio general para la catequesis (1997). La catequesis de iniciación y la catequesis permanente: 1. La Iglesia reflexiona sobre la acción catequética; 2. Catequesis de iniciación y catequesis permanente, niveles distintos, especí­ficamente diferentes pero complementarios, de catequesis. IV. Ni catequesis de iniciación sin catequesis permanente, ni catequesis permanente sin catequesis iniciatoria: 1. La catequesis de iniciación necesita, hoy especialmente, la catequesis permanente; 2. Toda catequesis permanente debe suponer una catequesis iniciatoria. Conclusión.

Introducción
El término catequesis no significa, como generalmente se piensa, la organización catequética, ni la ciencia catequética, ni tampoco la catequesis dirigida a los niños; se refiere, en general, a la acción de catequizar en su conjunto.

Desde mediados de los años sesenta se hizo clásica la expresión: «Todo acto de Iglesia es portador de catequesis 1. Se querí­a decir que todas las acciones eclesiales: proféticas, litúrgicas, testimoniales, etc. contribuyen a madurar la vida cristiana, son educadoras de la fe. El mismo Juan Pablo II (Catechesi tradendae [CTI, 49a) lo indica también cuando dice que «toda actividad de la Iglesia tiene una dimensión catequética», una capacidad para educar en la fe. Esta virtualidad, no obstante, se ha atribuido siempre de manera especial a las acciones vinculadas al ministerio de la Palabra, las cuales se designan con términos como: predicación, anuncio misionero, catequesis, homilí­a y enseñanza teológica.

Supuestas estas consideraciones e intentando entrar en materia, ¿es bueno llamar catequesis indistintamente a toda forma de educación en la fe mediante el ministerio de la Palabra? Si no se precisan la naturaleza y la finalidad de la catequesis se corre el riesgo de llamar catequesis a cualquier acción de este ministerio y no lograr eficazmente aquella maduración de la fe que se espera de la genuina acción catequética. Es preciso, por tanto, precisar el concepto teológico de catequesis.

I. La catequesis en la historia de la Iglesia
La historia de la catequesis es testigo de que, a partir de un sentido fundamental, el concepto y realidad teológico-pastoral de catequesis ha ido acentuando de forma diversa aquellos aspectos que exigí­an las circunstancias socioculturales que la Iglesia ha vivido en su historia, en orden a lograr cristianos adultos y comunidades vivas y dinámicas en el mundo.

Siendo la catequesis una «experiencia tan antigua como la Iglesia» (CT, tí­tulo del cap. 2), el repaso de la historia ayudará a clarificar, en alguna medida, las acciones genuinamente catequéticas y los componentes especí­ficos de su identidad teológica.

1. EL TERMINO CATEQUESIS Y SU REALIDAD TEOLí“GICO-PASTORAL EN LA HISTORIA. a) En la época apostólica (siglo I). En su sentido profano original, el verbo katechein significa hablar desde arriba; así­ los poetas catequizan a sus oyentes desde el escenario. Más exactamente aún, significa hacer eco, resonar, por el efecto de voz producido mediante las máscaras que los actores se poní­an ante el rostro en el teatro, para hacer eco, para hacer resonar la voz, de manera que las palabras llegaran ní­tidas a los espectadores.

En la Biblia, el sustantivo catequesis, katechesis, no aparece en el Nuevo Testamento. Se encuentra, en cambio, seis veces el verbo, katecheo, en cinco formas verbales distintas. Es una palabra tardí­a y raramente usada en el griego profano. La versión griega de los LXX no la usa.

En sentido derivado, el verbo katecheo, en el griego bí­blico, quiere decir informar, contar, comunicar una noticia (por ejemplo He 21,21-24; Lc 1,4). En sentido estricto significa dar una instrucción cristiana (He 18,25; Rom 2,18; Gál 6,6)2.

Las primeras comunidades desarrollan el ministerio de la Palabra de forma muy creativa y adaptada a las circunstancias de los oyentes y emplean otros términos que señalan esos matices: evangelización para suscitar la fe; instrucción o doctrina para profundizar en ella; exhortación, para corregir y alentar; testimonio para iluminar y convencer, etc. 3.

No obstante, en medio de esta multiplicidad terminológica del Nuevo Testamento «cabe destacar una cierta distinción de base entre un primer momento de lanzamiento (anuncio) del mensaje, a través de verbos como gritar (krasein), anunciar (keryssein), evangelizar (euanguelizein), testimoniar (martyrein) y un segundo momento de explicitación y profundización expresado por los verbos enseñar (didaskein), catequizar (katechein), predicar (homilein), transmitir (paradidonai) y otros semejantes» 4.

Como se ve, el verbo catequizar es uno más de este mismo momento en que se explicita el mensaje. En la Iglesia primitiva, la expresión catequizar no ha adquirido todaví­a la importancia central que adquirirá más tarde con los santos Padres.

Dentro de la explicitación de la fe, en el Nuevo Testamento se distingue entre los rudimentos, elementos fundamentales, de la revelación o leche espiritual y el alimento sólido propio de los adultos en la fe. (cf Heb 5,12-14; 1Pe 2,2). El primer alimento tendrí­a, más bien, un carácter iniciatorio y el segundo designarí­a una enseñanza más completa del mensaje recibido.

En cuanto a su contenido, esta explicitación y profundización del mensaje, este alimento sólido, abarca toda la Sagrada Escritura, en especial el Nuevo Testamento. Más aún, según el sentir común de la exégesis actual, la gestación de muchos de los relatos evangélicos y otros escritos neotestamentarios ha tenido lugar dentro de ese proceso de instrucción o explicitación del mensaje al nuevo discí­pulo de Cristo.

b) En la época patrí­stica (siglos II-V). A partir del siglo II se perfila el contenido del término catequesis. Este es empleado por primera vez por san Clemente de Roma (siglo II) preferentemente para designar la instrucción fundamental dada a los candidatos al bautismo. Y para san Hipólito (siglo III) el vocablo tiene ya ese significado como especí­fico y exclusivo. En efecto, el contenido preciso de catequesis brota en una época en que la Iglesia está ya extendida y bien organizada en sus instituciones, entre las cuales sobresale el catecumenado.

En su interior, el nombre de catequesis se aplica a una acción concreta, cuyos rasgos van a ser de alguna manera paradigmáticos en el futuro eclesial. Es la edad de oro del catecumenado para la iniciación cristiana, y la catequesis, juntamente con los sacramentos de la iniciación, «es elemento central de la iniciación cristiana» (C. Floristán).

Efectivamente, katechizein, catechesis, catechizare, catechizatio designan la enseñanza cristiana dentro de la institución catecumenal, con la finalidad de preparar al bautismo. Esta catequesis catecumenal se lleva a cabo de forma gradual, estructurando el contenido en tres grandes etapas (cf DGC 88-89, 107, 129): 1) en la primera, como preparación lejana al bautismo, se presentan las grandes gestas de Dios (magnalia Dei [He 2,5]), en la historia de la salvación hasta el hoy de la Iglesia; es la catequesis bí­blica; 2) En la segunda, como preparación bautismal inmediata, se comenta de palabra un texto doctrinal bastante fijo y pragmático, llamado sí­mbolo, y también la oración dominical, ambos con sus implicaciones morales; es la catequesis doctrinal; 3) La iniciación cristiana sellada con los sacramentos de la iniciación conduce a los neófitos a culminarla penetrando y gustando el misterio vivificante de los sacramentos acontecidos en la comunidad cristiana; es la catequesis mistagógica5.

Por tanto, en la época patrí­stica, katejein indica la instrucción dada a los catecúmenos y didaskein se refiere a la instrucción de los ya bautizados. No obstante, todos los componentes de la catequesis: La enseñanza, la oración, los elementos litúrgicos, las consecuencias morales, todo ello recibido y vivido en la comunidad catecumenal hacen de la catequesis, en este tiempo de los santos Padres, una iniciación cristiana integral6.

c) En la época medieval (siglos VI-XV). Tras el reconocimiento del cristianismo como religión oficial y las conversiones y bautismos multitudinarios, el catecumenado, como matriz de la Iglesia y desarrollo de la conversión, desaparece, y con él desaparece hasta el mismo término de catequesis7. Se mantiene, no obstante, el término catequizar y aparece un término nuevo: catechismus, catecismo, para designar la institución catequizadora, pero todaví­a no el libro con el que se catequiza, cosa que no ocurrirá hasta la época moderna.

En esta época, catechizare y catechismus -catequizar y catecismo- señalan, en general, la enseñanza anterior al bautismo, normalmente de niños. Y por estas expresiones se entendí­a las preguntas que el sacerdote formulaba a los padrinos antes del bautismo, para pulsar su situación de fe y las respuestas que estos daban como garantí­a de la enseñanza que los niños iban a recibir una vez bautizados. «A nadie se le ocurrió entonces llamar catechizare a la enseñanza siguiente al bautismo»8. Por el contrario, a esta enseñanza posbautismal en la Edad media se la llamará instructio, que en el latí­n eclesiástico medieval equivale a institutio, no instrucción, sino formación en sentido amplio.

La voz más autorizada de este tiempo, santo Tomás de Aquino, confirma lo que decimos. El santo distingue cuatro formas de instrucción cristiana: 1) Instrucción para convertirse a la fe; 2) Instrucción sobre los fundamentos de la fe para recibir los (primeros) sacramentos; 3) Instrucción para alimentar la vida cristiana; 4) Instrucción sobre los misterios profundos de la fe y de la perfección de la vida cristiana9.

Traduciendo estas categorí­as de santo Tomás a nuestro lenguaje, hoy a la primera instrucción la llamarí­amos primer anuncio; la segunda coincide con la catequesis de la iniciación cristiana; la tercera (instructio de conversatione christianae vitae) es nuestra educación permanente en la fe; y la cuarta, la enseñanza teológica (cf DGC 51-52; 61-72). Como vemos; a los tres primeros momentos del ministerio de la Palabra (anuncio misionero, catequesis de iniciación y educación permanente de la fe), santo Tomás añade un cuarto momento o forma de este ministerio: la enseñanza de la teologí­a.

d) En la época moderna (XVI-XVIII). En el siglo XVI, dentro del binomio catechizare-catechismus, adquiere un relieve especial el término y el contenido de catechismus -catecismo-. Catequizar y dar el catecismo son, en principio, expresiones equivalentes entre protestantes y católicos.

En el campo protestante, «el catecismo es una enseñanza para instruir a los paganos que quieren ser cristianos» (M. Lutero en 1526). Sin embargo, los protestantes implantaron pronto la práctica de dar el catecismo a los niños bautizados para que, «tengan por verdadero el bautismo recibido con serio temor de Dios y sepan a tiempo lo acontecido con ellos en presencia de la Iglesia»10
Según Zezshwitz, los protestantes no entendieron por catecismo simplemente un libro doctrinal -que también lo era-, «sino una forma actual -aunque literariamente fijada- de enseñanza o de preguntas y respuestas al servicio del examen sobre la fe» que los catequizandos tení­an que rendir a los visitadores de las comunidades.

Con ello los protestantes tomaron nuevamente en serio la relación mutua entre bautismo y fe, pero transformando el catecumenado prebautismal en catecumenado posbautismal para preparar a celebrar la cena del Señor. Por tanto, el catecismo -como institución- entre los protestantes pasó a ser una preparación para una buena comunión. La aportación original de la Reforma fue trasladar la enseñanza prebautismal al tiempo posterior al bautismo, pero sigue siendo una enseñanza iniciatoria, pues se hace en función de un rito de la iniciación cristiana.

Si miramos ahora expresamente la catequesis y el catecismo en la Iglesia católica, en este tiempo, observamos que, ante la crisis renacentista y la necesidad de una honda transformación cristiana en todos sus miembros, sobre todo en las masas creyentes, se descubre de nuevo la necesidad de una institución destinada exclusivamente a la enseñanza fundamental de la fe. Pero sus destinatarios no son ya adultos convertidos, sino personas bautizadas en su infancia. El término mismo de catequesis estuvo a punto de adquirir una gran relevancia11, pero su contenido no podí­a tener la densa carga educativo-cristiana de la época catecumenal.

A la nueva institución se la llamó catecismo, recuperando la denominación medieval arriba aludida y abarcó en principio todos los ritos que preparaban al bautismo de niños y, en particular, como antaño, las preguntas formuladas a los padrinos y sus respuestas, con las aclaraciones correspondientes. De aquí­ que el término catecismo fuera recibiendo el sentido de enseñanza cristiana elemental en forma de preguntas y respuestas. Pronto se aplicó esta palabra al libro doctrinal -pequeño o grande- utilizado después ampliamente en la instrucción cristiana para adolescentes y jóvenes, pero sobre todo para los niños, en la institución del catecismo12.

Junto a este sentido de la catequesis dirigida a niños, esta empezó a adquirir también un sentido de formación generalizada para todo el pueblo cristiano. En efecto, en el tiempo de la Reforma, la preocupación catequética de católicos y protestantes no era fundamentalmente la infancia y la adolescencia, sino, más en general, la formación cristiana del hombre corriente. Se puede, pues, dar por supuesto que unos y otros entendí­an por catequesis la instrucción a todo el pueblo cristiano. En este caso la catequesis habrí­a extendido su carga iniciatoria a la instrucción general de todos los fieles, para dar una fundamentación a su fe (una catequesis o educación generalizada y básica de la fe)13.

Según esto, los términos catequesis y catecismo y su contenido formativo (instructio=institutio) se aplican también a los bautizados, bien conservando su finalidad iniciatoria presacramental (Zezschwitz), bien ampliándose a una enseñanza más generalizada y básica possacramental, pero importante para todos los fieles cristianos, según situaciones, edades y responsabilidades. De ahí­ que los autores compusieran catecismos maiores, minores y hasta breves.

– La instrucción religiosa del pueblo cristiano tení­a su legislación ya desde la Edad media. Pero el concilio de Trento la vigoriza y la extiende a toda la Iglesia. Trento determina elaborar el Catecismo romano para ayudar a los párrocos a cumplir su deber de instruir al pueblo fiel. Para ello prescribe que, además de la predicación dominical y festiva, instruyan al pueblo cristiano (adulto) en el catecismo festivo (institución) durante todo el año, y todos los dí­as o tres veces por semana en adviento y cuaresma (Ses. 24, de ref. C 4; ib 337). Así­ se fue organizando este catecismo para el pueblo fiel, en general, en sí­nodos diocesanos y mediante prescripciones episcopales, hasta el siglo XX14.

Como puede verse, en esta época moderna la catequesis, manteniendo su carácter iniciatorio para las edades más jóvenes, extiende su acción al conjunto del pueblo de Dios mediante una enseñanza generalizada que quiere establecer una buena fundamentación de la fe del conjunto de los fieles cristianos.

e) En la época contemporánea (finales del siglo XIX y siglo XX). San Pí­o X, en su célebre encí­clica Acerbo nimis (1905), trata de forma muy completa la urgencia de mejorar el catecismo. Ante la gran difusión de la ignorancia religiosa y la corrupción moral, señala como primer remedio el catecismo para niños, adolescentes y jóvenes, y «restablece la práctica de la instrucción religiosa dominical para adultos, separada y distinta de la homilí­a»15. Respecto de los niños apremia a establecer en cada parroquia el catecismo dominical y festivo durante una hora. Y además, una instrucción durante un determinado perí­odo como preparación a la confesión y confirmación, y otro perí­odo en cuaresma o después de pascua, que prepare a la comunión.

El Código de Derecho canónico (CIC 1917) sigue en la misma dirección que san Pí­o X: sus disposiciones principales (cc. 1329-1336) se refieren a la instrucción catequí­stica, es decir, al catecismo parroquial dominical y a la preparación a los sacramentos. Reitera las preocupaciones de san Pí­o X sobre la penitencia, la confirmación y la comunión (c. 1330). Incluso insiste sobre la continuidad de este catecismo (c. 1331). Y pone especial énfasis en el destinatario adulto: «Los domingos y demás dí­as de precepto (a la hora más oportuna) el párroco debe explicar el catecismo a los fieles adultos, empleando un lenguaje que esté al alcance de los mismos» (c. 1332).

Considerados estos tres momentos catequéticos (Trento, Acerbo nimis y CIC) como una cata hecha en los últimos siglos, observamos que el término catecismo y su contenido se aplican a la instrucción cristiana dada después del bautismo a todo el pueblo cristiano para todas las edades, en una especie de enseñanza generalizada, a causa de la necesidad de una fundamentación sólida de la fe y de la moral.

Este catecismo, como institución catequética, solamente adquiere una dimensión presacramental cuando, a partir de san Pí­o X, reivindicador de la comunión para los niños, se prescriben tanto en Acerbo nimis, como en el CIC, «además, y durante un determinado perí­odo», una preparación a la confirmación y otro perí­odo para la comunión. Sin embargo, la forma doctrinal y memorista como se hace esta instrucción presacramental, el escaso tiempo dedicado a la preparación de la confirmación en la niñez, antes o después de la primera comunión, así­ como la celebración multitudinaria y escasamente preparada de la confirmación, desdibujan mucho la calidad iniciatorio-sacramental tanto de la preparación como de las celebraciones.

Así­ se explica que el término catechismus, catecismo, haya adquirido durante siglos el sentido de catequesis generalizada para todas las edades de la vida, en orden a una fundamentación básica de todo el pueblo fiel. Y el catecismo, con este significado amplio, ha llegado hasta los aledaños del Vaticano II en toda la Iglesia.

Y la expresión catequesis permanente, ¿cuándo y cómo aparece en la Iglesia? Para consolidar la fe, e incluso para suscitarla donde se habí­a deteriorado notablemente, surgió en 1925 (Munich) del Movimiento catequético y se reforzó a partir de 1950 (etapa kerigmática en adelante).

En la década de 1950, la Unesco establece dos categorí­as de enseñanza: la formación básica (de estudios reglados en las instituciones docentes) y la formación permanente, para el resto de la vida. A finales de la década de 1950 o comienzos de la década de 1960, cuando en la Iglesia de Francia se está revalorizando el término y el significado primitivo de catequesis, P. A. Liégé, inspirándose en la Unesco, habla de dos grados de catequesis: 1) el de la catequesis de la iniciación, para los adultos que se preparan al bautismo y para los niños que se preparan a su primera comunión; y 2) el de la catequesis permanente, para los jóvenes y adultos ya iniciados en la fe16. De esta manera se recupera para hoy, con otros nombres, la didaskalia de la época de los santos Padres (siglos II-V) y la tercera instrucción de santo Tomás, «para alimentar la vida cristiana» (siglo XIII).

En la década de 1960 se fue privilegiando el concepto de catequesis permanente, mientras que el de catequesis iniciatoria para adultos queda muy en la sombra. Hasta que, en 1975, Pablo VI, en la Evangelii nuntiandi, manifiesta la necesidad de una catequesis «bajo la modalidad de un catecumenado (catequesis de iniciación) para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él» (EN 44). Más explí­citamente, CT (22c [19791) afirma que la catequesis es siempre una catequesis de iniciación. De esta manera, la catequesis iniciatoria adquiere, en 1977, una mayor explicitación e importancia en el nuevo DGC (67-68).

2. RESUMEN. Sintetizando este conjunto de datos históricos acerca de la concepción de la catequesis y fijándonos en cómo se han ido presentando a la conciencia de la Iglesia las diferentes necesidades de catequización, podemos concluir lo siguiente:
a) En la época apostólica, y dentro del Nuevo Testamento, aparecen muchos términos para designar la realización concreta del ministerio de la Palabra. Sin embargo, dentro de esa multiplicidad terminológica, unos términos tienden a expresar el anuncio del evangelio a los no creyentes, mientras que otros se refieren, más bien, a la enseñanza dirigida a los ya convertidos. Dentro de este segundo momento de enseñanza, incluso se habla de una primera enseñanza elemental (leche espiritual, rudimentos de la fe…) y de una enseñanza más honda (alimento sólido, enseñanzas más profundas…). En esta época apostólica, el término catequesis, catequizar, catecúmeno es uno más entre otros y apunta a la enseñanza de los convertidos.

b) En la época patrí­stica acontece el florecimiento del catecumenado bautismal, dirigido fundamentalmente a los adultos. Los santos Padres llaman catequesis a la formación que prepara al bautismo. De hecho realizan una selección terminológica (prefieren el término catequesis respecto a los otros) y una puntualización de contenido (la formación básica preparatoria al bautismo). Para hablar de la formación cristiana posterior al bautismo, los santos Padres utilizaban otras expresiones: didajé, institutio christiana…
Considerando el ministerio de la Palabra en su conjunto, vemos, pues, cómo en la época patrí­stica se decantan ya tres formas principales de ese ministerio: el anuncio a los no creyentes, la catequesis a los candidatos al bautismo y la didajé a los convertidos.

c) En la época medieval, la institución del catecumenado se diluye, y con él una catequesis centrada, sobre todo, en el mundo de los adultos. La formación cristiana se ve centrada en los niños y jóvenes de las familias cristianas. Sin embargo, aunque haya un cambio en la edad de los destinatarios, las tres formas básicas del ministerio de la Palabra se mantienen. Un ejemplo eminente es el propio santo Tomás de Aquino, que añade, incluso, una forma nueva al ministerio de la Palabra: la enseñanza teológica. Para él, en efecto, hay cuatro formas de ese ministerio (las llamaba instructiones): la que suscita la conversión, la que educa en los rudimentos de la fe (catequesis propiamente hablando), la que alimenta diariamente la vida cristiana y la que enseña los profundos misterios de la fe. A estas formas hoy las llamarí­amos: primer anuncio, catequesis de iniciación, educación permanente de la fe (o catequesis permanente) y enseñanza de la teologí­a.

d) En la época moderna se introduce un factor nuevo, que afecta a los destinatarios de la catequesis, pero no a las formas de presentar la palabra de Dios. El factor nuevo es la toma de conciencia, cada vez más aguda, de que no sólo los niños y adolescentes, sino incluso los mismos adultos necesitan una formación cristiana básica (catequesis). Se va viendo, en efecto, cómo entre muchos adultos se da una gran ignorancia religiosa y, en muchas ocasiones, un serio deterioro moral. Tanto entre los protestantes como entre los católicos surge la necesidad de una catequesis básica generalizada, a nivel de todo el pueblo cristiano, que remedie esas insuficiencias. Esta necesidad dará origen a los catecismos menores (para niños y jóvenes) y a los catecismos mayores (para adultos).
e) En la época contemporánea se mantiene viva esta misma problemática y la Iglesia tiene la clara conciencia de que ha de catequizar a todo el pueblo cristiano. El propio Código de Derecho canónico (1917) reclama esta catequesis básica generalizada, dirigida no sólo a los niños y jóvenes, sino también a los adultos.

A partir de 1960, más o menos, se toma conciencia, incluso, de que la catequesis de adultos debe tener un doble nivel. Siguiendo las indicaciones de la pedagogí­a profana se introduce en la catequética la distinción entre formación básica y formación permanente, es decir, entre catequesis básica y catequesis permanente. Serí­a injusto, ciertamente, que una catequesis básica generalizada tratase a todos los adultos por igual, como si todos estuviesen a ese nivel de fe que requiere una formación elemental. La catequesis permanente se dirige a los ya iniciados y supone la formación básica.

El DGC recoge estas diferentes formas del ministerio de la Palabra que se han ido consolidando a lo largo de la historia de la Iglesia y acentuando de modo diverso según las circunstancias históricas. El Directorio habla, en concreto, del primer anuncio (a los no creyentes), del catecumenado bautismal (para no bautizados), de una catequesis de iniciación (para niños y jóvenes como proceso unitario, y también para los adultos bautizados que necesiten fundamentar la fe) y de una catequesis permanente (para los adultos realmente iniciados, y con una fe madura, por tanto). El Directorio habla, incluso, de una catequesis perfectiva, es decir, de la enseñanza de la teologí­a impartida a los candidatos al sacerdocio, a los agentes de pastoral y a miembros del pueblo de Dios especialmente cualificados.

II. Concepto evolutivo de catequesis. Definiciones más significativas
1. EVOLUCIí“N DE LA CATEQUESIS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX. En los cinco últimos siglos, la catequesis toma conciencia de que la educación cristiana no puede dirigirse sólo a la niñez, sino, de manera generalizada, a todo cristiano que necesite fundamentar su fe. A su vez, dentro ya del siglo XX, también se ha tomado con-ciencia clara de que la catequesis no puede reducirse a una mera enseñanza, sino que ha de prestar atención a todo el sujeto mediante tareas que son, a la vez, de iniciación, de educación y de instrucción.

En la Iglesia, especialmente en las cinco últimas décadas, hay una doble inquietud: 1) la mirada a los primeros siglos, a las fuentes de la vida cristiana: Sagrada Escritura y Tradición, y especialmente a la catequesis primitiva, en un intento por volver a la riqueza de los orí­genes apostólicos y patrí­sticos, y 2) la mirada al sujeto y al clima sociocultural en que él está inmerso, para incorporar -por fidelidad al hombre- todas las aportaciones cientí­ficas propicias al servicio de la fe. Con esta doble fidelidad al mensaje y al hombre, el término catequesis se carga de un sentido nuevo y se recupera el catecumenado17.

Son, sobre todo, Alemania (J. A. Jungmann 1936 y E. X. Arnold 1948) y Francia (J. Colomb y M. Fargues 1946, F. Coudreau 1948 y P. A. Liégé) las que, con sus movimientos bí­blico, litúrgico, teológico, catequético, pastoral, pedagógico… fueron acuñando, en aproximaciones sucesivas, el concepto de catequesis, contrastándolo con una praxis catequética muy creativa. A esta clarificación de la identidad de la catequesis contribuyeron notablemente el Vaticano II (1965), Medellí­n (1968), el Directorio general de pastoral catequética (DCG, 1971), el Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA, 1972), las III y IV Asambleas del sí­nodo de los obispos (Evangelización, 1974, y Catequesis, 1977) y sus respectivos documentos y exhortaciones apostólicas: Evangelii nuntiandi (EN, 1975), Mensaje al pueblo de Dios (MPD, 1977) y Catechesi tradendae (CT, 1979); también Puebla (1979), y últimamente el nuevo Directorio general para la catequesis (DGC, 1997)
2. DEFINICIONES MíS SIGNIFICATIVAS A PARTIR DEL VATICANO II. Desde el comienzo del movimiento catequético, a finales del siglo XIX (Munich), pero especialmente desde su intensificación a mediados del XX (etapa kerigmática, 1950, y Vaticano II, 1965 en adelante), en cada definición de catequesis que va emergiendo, se percibe el reajuste que el concepto de catequesis -naturaleza, finalidad, tareas y contenidos- va asumiendo, aunque permaneciendo siempre fiel al núcleo fundamental de los primeros siglos, que ha considerado constantemente la catequesis como educación de la fe del convertido.

a) El Vaticano II (1965) ofrece dos definiciones descriptivas: 1) «La formación (institutio) catequética tiende a que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva, explí­cita y operante, tanto en los niños y adolescentes como en los adultos» (CD 14); 2) «La formación (institutio) catequética ilumina y robustece la fe, nutre la vida con el espí­ritu de Cristo, conduce a una consciente y activa participación en el misterio litúrgico y mueve a la acción apostólica» (GE 4).

La primera definición subraya la finalidad integral de la catequesis: la educación general de la fe, no reducida a un conocimiento de la fe (fides quae), sino como entrega total a Dios (fides qua), que incluye la adhesión intelectual a lo que él ha revelado, así­ como el compromiso coherente en las obras. A la vez, subraya el medio para conseguir esta finalidad: mediante la formación doctrinal. A esta el Código de Derecho canónico de 1983, c. 773, añade: «la práctica -la experiencia- de la vida cristiana». Por tanto, la definición no se centra en la etapa especí­ficamente iniciatoria, sino que se refiere a la maduración general de la fe en todas sus dimensiones. Esta definición fue asumida por el DCG de 1971, 17.

La segunda definición describe la catequesis por sus tareas u objetivos inmediatos: consolidar el conocimiento de la fe; alimentar las actitudes morales cristianas con el espí­ritu de Cristo; ejercitar en la participación de la liturgia e impulsar a la vida apostólica. Esta definición se inspira en el decreto AG (11-15; cf CIC c. 788.2) donde se trata del catecumenado y la formación de los catecúmenos en él. A pesar de esto, la definición mencionada de catequesis no se polariza tampoco en el sentido iniciatorio, ya que en el tiempo del Vaticano II una era la actividad catecumenal (iniciatoria) en el mundo misionero (missio ad gentes) y otra la función educadora-catequética de los centros educativos cristianos en las Iglesias ya constituidas. Son como dos acciones paralelas.

Consecuentemente, las dos definiciones de catequesis del Vaticano II manifiestan una concepción amplia de catequesis, es decir, de constante educación en la fe.

b) En la Semana internacional de catequesis de Medellí­n (1968) fue considerada como buena la definición de catequesis de J. Audinet: «La acción por la cual un grupo humano interpreta su situación, la vive y la expresa a la luz del evangelio»18.

La circunstancia latinoamericana propició la explicitación de un componente teológico de toda acción eclesial; también, por tanto, del ministerio de la Palabra y, en concreto, de la catequesis: la conexión fe-vida en el mundo. La III Conferencia episcopal general del episcopado latinoamericano en Medellí­n (septiembre 1968: Conclusiones-catequesis), comenta así­ esta definición de catequesis: «La catequesis actual debe asumir totalmente las angustias y las esperanzas del hombre de hoy, a fin de ofrecerle las posibilidades de una liberación plena, las riquezas de la salvación integral en Cristo, el Señor… Las situaciones históricas y las aspiraciones auténticamente humanas… deben ser interpretadas seriamente, dentro de su contexto actual, a la luz de las experiencias vivenciales del pueblo de Israel, de Cristo y de la comunidad eclesial, en la cual el Espí­ritu de Cristo resucitado vive y opera continuamente» (Conclusión 8).

En esta perspectiva, la definición de la Semana internacional de catequesis corresponde a una modalidad de educación permanente en la fe o catequesis permanente. De hecho, para el DGC 71, la lectura cristiana de los acontecimientos es una de las formas de esta catequesis permanente.

c) La Conferencia episcopal italiana, en su documento programático Il rinnovamento della catechesi (1970), define la catequesis como: «explicación cada vez más sistemática de la primera evangelización, educación de cuantos se disponen a recibir el bautismo o a renovar sus compromisos; iniciación a la vida de la Iglesia y al testimonio concreto de la caridad» (30b).
Esta definición también expone la catequesis por sus tareas: desarrollo sistemático del primer anuncio, educación conectada con la liturgia bautismal, iniciación al testimonio en el mundo e iniciación a la vivencia comunitaria. La definición, sin embargo, tiene abundantes resonancias iniciatorias o reiniciatorias: organicidad del mensaje en torno a la persona de Cristo, preparación al bautismo o a su renovación, iniciación a la comunidad… Que son elementos catecumenales. No extraña, por tanto, que luego se aluda expresamente, en el 30c, a la definición de GE 4, inspirada en el catecumenado descrito en AG (11-15, cf supra).

d) En 1972, los teólogos catequetas del Instituto superior de catequética de Nimega ofrecen una nueva definición de catequesis, fruto de su investigación: «Entendemos por catequesis la iluminación de la existencia humana total, como acción salví­fica de Dios, en cuanto testimonio del misterio de Cristo, por medio de la palabra, con el fin de despertar y alimentar la fe y traducirla en acciones plenamente coherentes en la vida diaria» 19.

La definición pertenece a la etapa antropológica del movimiento catequético: la catequesis de la interpretación o catequesis de la experiencia. Destaca un elemento muy importante de la catequesis referente a la fidelidad al hombre: dar sentido a su existencia. Esta es una finalidad de la catequesis, cuya naturaleza consiste en dar «el testimonio del misterio de Cristo, por medio de la palabra»: este ilumina la existencia humana y despierta y alimenta la fe… Esta definición tampoco hace alusión a un primer momento iniciatorio estructurante de la vida cristiana. Por tanto abarca toda la educación de la fe, desde el comienzo al final de la vida: tanto la catequesis kerigmática en orden a despertar la fe, como la catequesis de iniciación en orden a fundamentarla y la catequesis permanente en orden a educarla continuamente. Esta catequesis de la iluminación cristiana de la experiencia fue acogida oficialmente en la Iglesia en el DCG de 1971 (26; cf 20-21, 23, 30, 34, 74).

e) En 1975, Pablo VI, en su Evangelii nuntiandi, sin dar una definición de catequesis, la presenta, en primer lugar, como un medio inherente a la evangelización (EN 44) en el sentido totalizador que él da a la evangelización (cf EN 14, 24c: la evangelización proceso complejo), subrayándola como «enseñanza religiosa sistemática de los datos fundamentales» de la revelación y como educadora de las costumbres o criterios morales del evangelio. Asimismo, la catequesis, sin confundirse con el primer anuncio, ha de tener siempre un carácter misionero y mantener viva la conversión a Jesucristo (cf EN 54).

En segundo lugar, EN subraya la necesidad de una catequesis de talante catecumenal: «Cada dí­a [es] más urgente la formación catequética (institutio) bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos» (44, final). Es decir, urge una catequesis iniciatoria, fundamentadora, concebida como un aprendizaje en activo de la vida cristiana. A esta acción fundamentadora parece reservar Pablo VI el término catequesis (EN 45; cf DV 24).

f) El sí­nodo de los obispos de 1977 en su Mensaje al pueblo de Dios, ofrece este modelo referencial para la catequesis: «El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal, que es formación especí­fica, que conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual» (8, la cursiva es nuestra).
El sí­nodo hace así­ una de sus aportaciones más notables, en continuidad con EN (44, final): el talante catecumenal que ha de adquirir la catequesis. El sí­nodo no excluye la necesidad de una educación permanente de la fe, pero la Iglesia, cada vez con más claridad, parece querer asegurar el papel fundamentador de la catequesis.

g) La exhortación apostólica Catechesi tradendae (1979), inspirándose en EN (17-24) y en MPD (1 y 11), describe la catequesis de modo diverso en diferentes párrafos numerados, pero siempre insistiendo en su carácter iniciatorio:
«Globalmente se puede considerar aquí­ la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana» (CT 21).

La catequesis es «una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (CT 18; cf CCE 5). «La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo ha hecho al hombre en Jesucristo; revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y comunicada constantemente mediante una traditio viva y activa, de generación en generación» (CT 22c).

Todos estos párrafos de la Catechesi tradendae expresan la identidad de la catequesis en su sentido más especí­fico: 1) su naturaleza se expresa llamándola iniciación cristiana integral que afecta a todas las dimensiones de la vida cristiana; 2) es una educación iniciática ordenada (orgánica) y sistemática, en cuanto a la doctrina que transmite; 3) su contenido no es meramente doctrinal, aislado de la vida, es una buena noticia capaz de dar el sentido último a la existencia humana desde sus más profundas experiencias.

No obstante, CT, después de llamar auténtica -o catequesis en su sentido más especí­fico- a la catequesis de iniciación (CT 22c), habla también de una catequesis permanente que «ayude a promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana» (CT 20). Con unas u otras expresiones, CT se refiere de esta manera a una educación permanente de la fe (cf CT 39c, 43, 45). Efectivamente, la catequesis de iniciación -orgánica e integral- es una formación de primer nivel. En cambio, la educación de la fe o catequesis permanente es una formación de segundo nivel, que ayudará a la maduración de la misma (cf CT 21 final).

Para CT existen dos formas de catequesis, la de iniciación y la permanente y las dos son especí­ficamente distintas, pero complementarias. Por eso dice: «Es importante que la catequesis de niños y de jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimentos estancos e incomunicados… Es menester propiciar su perfecta complementariedad» (CT 45b).

Este texto serí­a ininteligible si no se admite en CT la distinción entre catequesis de iniciación con niños, jóvenes y adultos y la catequesis permanente con los ya iniciados.

h) La catequesis de la comunidad (1983), documento de la Comisión episcopal de enseñanza y catequesis, de la Conferencia episcopal española, propone esta definición descriptiva: La catequesis es «la etapa (o perí­odo intensivo) del proceso evangelizador en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar y vivir el evangelio del reino, al que han dado su adhesión, y para participar activamente en la realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del evangelio. Esta formación cristiana -integral y fundamental- tiene como meta la confesión de fe» (CC 34).

A seis años del sí­nodo episcopal sobre la catequesis y del MPD (1977) y a cuatro de CT (1979), pero inspirándose en ellos, la catequesis española: 1) sitúa la acción catequética en el interior del proceso total de evangelización, como una etapa de la misma; inspirándose en CT 18, afirma que hay acciones evangelizadoras que «preparan a la catequesis» (testimonio, promoción humana de los pueblos, primer anuncio…) y acciones evangelizadoras que emanan de ella y la siguen (la acción pastoral comunitaria: educación permanente, sacramentos…); 2) expresa su naturaleza como iniciación o capacitación básica, integral y fundamental de los cristianos; 3) señala su finalidad: conocer, celebrar, vivir el evangelio del reino (Cristo revelado como reino de Dios), al que se han convertido y siguen; 4) explicita intencionadamente la finalidad de construir la comunidad cristiana y de difundir el evangelio (para la transformación de los hombres y del mundo); 5) sintetiza la finalidad en llegar a la profesión de fe, confesándola con el corazón, los labios y las obras en medio de la comunidad y del mundo.

Para el Episcopado español, la catequesis es siempre iniciatoria. A ella le sigue la educación permanente en la fe, a través de múltiples formas (CC 57-58).

III. La catequesis en el Directorio general para la catequesis (1997). La catequesis de iniciación y la catequesis permanente
1. LA IGLESIA REFLEXIONA SOBRE LA ACCIí“N CATEQUETICA. Después del recorrido histórico sobre el término catequesis y su contenido, y después de analizar diversas definiciones históricas de catequesis a partir del Vaticano II (1965), la Iglesia se topa con varias realidades que, desde hace dos décadas largas, la han inducido a reflexionar sobre la acción catequética: 1) Desde Pablo VI, hay una nueva concepción de evangelización, como proceso integrador de todo cuanto la Iglesia hace y vive para realizar la salvación de nuestro mundo (cf EN 14, 17, 21; AG 11-18). Comprende tres etapas o momentos esenciales (CT 18): la evangelización misionera o etapa misionera, la evangelización catequética o etapa catequético-iniciatoria (catecumenal) y la evangelización pastoral o etapa comunitario-pastoral (cf DGC 47-49); 2) La fe es un don (iniciativa gratuita de Dios) destinado a crecer en el corazón de los creyentes (colaboración personal). La adhesión en fe a Jesucristo da origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida (cf DGC 56); 3) El ministerio de la Palabra, elemento esencial de la evangelización (EN 22, 51-53), tiene diversas funciones básicas (de convocatoria, de iniciación, de educación permanente… [cf DGC 51-52]); 4) En la Iglesia se están dando, de hecho, dos concepciones diferentes de catequesis: la de los que conciben la catequesis como acción meramente iniciatoria (catequesis de iniciación) y la de los que la identifican con todo el proceso cristiano de educación en la fe (catequesis permanente) (cf DGC 35e, comienzo).

El Directorio trata de describir la catequesis de manera integradora, conjugando el conjunto de estos elementos o realidades (cf DGC 34-72).

2. CATEQUESIS DE INICIACIí“N Y CATEQUESIS PERMANENTE, NIVELES DISTINTOS, ESPECíFICAMENTE DIFERENTES PERO COMPLEMENTARIOS, DE CATEQUESIS. La catequesis de iniciación y la catequesis permanente no son excluyentes, sino complementarias (DGC 69). Son dos niveles distintos de catequesis, especí­ficamente diferentes; el primero -la catequesis iniciatorianecesita del segundo -la catequesis permanente-, y, a su vez, el nivel segundo -la catequesis permanente- no puede prescindir del nivel primero -la catequesis iniciatoria-. Efectivamente:
a) La catequesis iniciatoria: caracterí­sticas fundamentales. A esta catequesis se refiere CT cuando dice que «la catequesis es uno de esos momentos -muy importante, por cierto-en el proceso total de la evangelización» (18 y 20c). En esta etapa catequética se configura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión. «Los convertidos mediante una «enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana» (AG 14) son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del evangelio» (DGC 63; cf CT 18).

La catequesis, por tanto, es la que realiza la función iniciatoria del ministerio de la Palabra y así­ pone los cimientos del edificio de la fe (san Cirilo de Jerusalén). Así­ pues, la catequesis de iniciación no es una acción facultativa, sino básica, en la construcción de la personalidad del discí­pulo de Cristo. El crecimiento interior de la Iglesia y su fidelidad al plan de Dios dependen esencialmente de la catequesis de iniciación. Esta es, pues, un momento prioritario en la evangelización (cf DGC 64). Todo esto es así­, porque esta catequesis recupera la capacidad forjadora de cristianos -iniciación cristiana- que tení­a el catecumenado bautismal de los primeros siglos, y en él, el elemento fundamental de la iniciación cristiana era la catequesis, vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al bautismo (cf DGC 66).

Las caracterí­sticas fundamentales de la catequesis al servicio de la iniciación cristiana se resumen así­ (DGC 67-68 y 78):
– Es una formación orgánica y sistemática de la fe. Orgánica, porque procura una sí­ntesis viva de todo el mensaje evangélico, dando unidad a sus diversos elementos en torno al misterio de Cristo. Sistemática, porque sigue un programa articulado. Esta es la caracterí­stica principal de la catequesis.

Pero esta iniciación ordenada y sistemática a la Revelación realizada en Jesucristo y conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, no es ajena a la vida humana. La revelación, ciertamente, no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia, y la ilumina, para inspirarla o para juzgarla, a la luz del evangelio. Los catequistas son educadores del hombre y de la vida del hombre en la fe (cf CT 22c y d).

– Es una iniciación cristiana integral (CT 21), de manera que educa -desarrolla- todas las dimensiones existenciales de la fe en relación con todas las dimensiones de la personalidad humana, y así­ propicia un auténtico seguimiento de Cristo. Lleva a profesar la fe desde el corazón (san Agustí­n), desbordando, aunque la incluya, la mera doctrina. Es un aprendizaje de toda la vida cristiana, en aquello que es común a todos los cristianos. La iniciación cristiana integral no promueve especializaciones ni en el mensaje ni en el método. Estas especializaciones quedan para la catequesis permanente.

– Es una formación básica, esencial (CT 21b), centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos más fundamentales. Es decir, enraí­za o consolida aspectos de la fe como: la experiencia de encuentro con Dios, la adhesión a él, la vivencia comunitaria, los criterios morales, el aprendizaje de la oración y la celebración litúrgica, la sensibilidad misionera y las primeras experiencias de transformación del mundo según el evangelio (cf CT 36, 42, 44; DGC 90).

Como se ve, esta catequesis iniciatoria se inspira en el catecumenado bautismal (cf MPD 8; DGC 90). Pues bien, «esta riqueza, inherente al catecumenado de adultos no bautizados ha de inspirar a las demás formas de catequesis» (DGC 68 final). Este es el primer nivel de catequesis.

– Este primer nivel de catequesis o catequesis iniciatoria se realiza, al menos, según tres modalidades diversas: «con los jóvenes y adultos no bautizados, con los jóvenes y adultos bautizados necesitados de fundamentar su fe, y con los niños, adolescentes y jóvenes, en í­ntima conexión con los sacramentos de la iniciación ya recibidos o por recibir, y en relación con la pastoral educativa» (DGC 274). También podrí­a promoverse con los mayores (65 años en adelante).

b) La catequesis permanente: sus diversas formas. La catequesis de iniciación o fundamental se distingue de la catequesis permanente, destinada a desarrollar «en profundidad y en extensión la catequesis de iniciación, para la vida cristiana de adulto en pleno ejercicio»20. Es «la Iglesia en estado de catequesis»21. «La educación permanente en la fe es posterior a su educación básica y la supone. Ambas son dos funciones del ministerio de la Palabra, distintas y complementarias, al servicio del proceso permanente de conversión» (DGC 69).

– Es la comunidad cristiana la que acoge a los adultos en la fe, para acompañarles en su maduración continuada de la vida cristiana. Ese acompañamiento eclesial se convierte en plena incorporación de los ya iniciados en la comunidad. Esta catequesis permanente lleva, especialmente, a que «el don de la comunión y el compromiso de la misión se ahonden y se vivan de manera cada vez más profunda» (DGC 70).

Pero mientras la catequesis de iniciación se dirige a los catecúmenos y catequizandos y tiene a la comunidad como referencia, la catequesis o «educación permanente de la fe se dirige no sólo a cada cristiano, para acompañarle en su camino hacia la santidad, sino también a la comunidad cristiana como tal, para que vaya madurando tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor fraterno cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera. El deseo y oración de Jesús… son una llamada incesante: «Que todos sean uno… para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21)… [Estas ideas requieren] en la comunidad, una fidelidad grande al Espí­ritu Santo, un constante alimentarse del cuerpo y la sangre del Señor y una permanente educación de la fe en la escucha de la Palabra» (DGC 70b).

«Esta intencionalidad catequética, directamente comunitaria, marca una distinción importante entre catequesis de iniciación y catequesis permanente. Esta manera de ver las cosas es fundamental en el DGC»22.

– Dado que ambas modalidades de catequesis son niveles distintos de catequesis especí­ficamente diferentes, no extraña que, mientras la catequesis iniciatoria tiene un perfil muy preciso, según hemos visto, la catequesis permanente cuenta con muchas formas de catequesis (cf DGC 71): por ejemplo, el estudio y profundización de la Sagrada Escritura en la Iglesia y con la Iglesia y su fe siempre viva; la lectura cristiana de los acontecimientos, exigida por la vocación misionera de la comunidad cristiana con la ayuda de la doctrina social de la Iglesia; la catequesis litúrgica, «forma eminente de catequesis» (CT 23); la catequesis ocasional en determinadas circunstancias de la vida, para leerlas y vivirlas desde la fe; las iniciativas de formación espiritual; la profundización teológica del mensaje cristiano, etc.

c) Complementariedad de ambas formas de catequesis. El DGC aboga por la trabazón de las catequesis iniciatoria y permanente. «Es fundamental que la catequesis de iniciación de adultos, bautizados o no, la catequesis de iniciación de niños (adolescentes) y jóvenes y la catequesis permanente estén bien trabadas en el proyecto catequético de la comunidad cristiana, para que la Iglesia particular crezca armónicamente y su actividad evangelizadora mane de auténticas fuentes» (DGC 72). ¡Que unas y otras no sean compartimentos estancos!

IV. Ni catequesis de iniciación sin catequesis permanente, ni catequesis permanente sin catequesis iniciatoria
1. LA CATEQUESIS DE INICIACIí“N NECESITA, HOY ESPECIALMENTE, LA CATEQUESIS PERMANENTE. Además de las reflexiones expuestas más arriba sobre la relación necesaria entre la catequesis de primer nivel y la de segundo nivel, hoy es especialmente necesaria la catequesis permanente después de la catequesis iniciatoria. En primer lugar, porque aunque se asimilara bien el mensaje cristiano orgánicamente cristocéntrico, el pensamiento teológico avanza tan rápidamente que la formación orgánica recibida serí­a preciso actualizarla en una formación continua del mensaje cristiano. En segundo lugar, porque la iniciación cristiana se enfrenta hoy, al menos en los paí­ses de cultura occidental, a la dificultad peculiar de que esta cultura por sí­ misma no es unificadora sino fragmentaria. Existe el peligro de que los adolescentes, jóvenes y adultos en situación de iniciarse en la vida cristiana, no asimilen plenamente el mensaje cristiano organizado en torno a Jesucristo en una catequesis orgánica. De ahí­ que la catequesis básica o iniciatoria haya de complementarse en el futuro con la catequesis permanente23.

a) Dinamismos evangelizadores de la catequesis iniciatoria en el catecumenado bautismal. La gran intuición de la Iglesia a partir de la década de 1960, movimiento catequético francés y austrí­aco-alemán, Semanas internacionales de catequesis de Bangkok y Katigongo, 1962 y 196424 y, en especial, a partir del sí­nodo episcopal sobre la catequesis, 1977 (MPD 77 y CT, 1979)25, es haber recuperado la fecundidad educadora del catecumenado bautismal (siglos II-V).

En efecto, el catecumenado primitivo es un hecho mayor para la catequesis de todos los tiempos. Un acontecimiento que imprime carácter, que da a la catequesis iniciatoria una marca de buena solera para hacer cristianos y comunidades cristianas vivas. De ahí­ que la catequesis de la edad de oro del catecumenado sea el paradigma de toda catequesis (cf MPD 8). Por eso, la Iglesia hoy, ante una situación sociorreligiosa con muchos rasgos parecidos a la de los primeros siglos y necesitada de una nueva evangelización (DGC 58c), quiere recuperar los dinamismos evangelizadores sobre los que pivotan la catequesis y los sacramentos de la iniciación en el catecumenado.

El Mensaje al pueblo de Dios, impregnado, en buena parte, de acentos catecumenales (7-15), da nombre a esos dinamismos evangelizadores que fecundan la educación catecumenal: la catequesis es palabra, memoria y testimonio (7-11), tres categorí­as dinámicas que ponen de relieve otras tantas dimensiones de la catequesis y su mutua articulación. En la tercera parte (MPD 13) aparece una cuarta categorí­a dinamizadora de la catequesis: «El lugar o ámbito normal de la catequesis es la comunidad cristiana». «La comunidad -dirá la proposición 25 del sí­nodo- [es] origen, lugar y meta de la catequesis». Estos cuatro elementos, concentrados en el catecumenado bautismal y que dinamizan su catequesis iniciatoria, se identifican con las cuatro grandes mediaciones por las que la Iglesia realiza su tarea evangelizadora en el mundo: la palabra = martyria; la celebración litúrgica = leiturgia; el servicio-testimonio = diakoní­a, y la comunión en la comunidad cristiana = koinoní­a.

b) Pistas operativas para la complementariedad de la catequesis de iniciación, mediante la catequesis permanente. La educación o catequesis permanente encuentra en estas mediaciones otros tantos cauces o pistas operativas para llevar a cabo su tarea, como sucede en la catequesis iniciatoria dentro del catecumenado bautismal.

Hablando de jóvenes y adultos que han culminado su iniciación cristiana tras algún proceso catecumenal o catequesis de inspiración catecumenal:
– Algunos alimentarán su vida cristiana con una catequesis permanente, que insista en la Palabra: con el estudio y profundización de la Sagrada Escritura; con la lectio divina; con la profundización sistemática del mensaje cristiano mediante una enseñanza teológica de nivel medio o superior, que les capacite para dar razón de la propia fe, hoy; etc.

– Otros realizarán su catequesis permanente poniendo el acento en la liturgia: la catequesis litúrgica que prepara a los sacramentos y favorece un sentido más hondo del propio culto litúrgico, que estimula a la contemplación y al silencio…

– Otros desarrollarán su educación permanente en la fe desde el testimonio-servicio: la lectura cristiana de los acontecimientos, en el interior de la propia comunidad cristiana de referencia, desde el evangelio, desde la doctrina social de la Iglesia; la animación de un grupo cristiano en clave de catequesis liberadora…

– Otros, en fin, se formarán en una catequesis permanente que insista en la comunión eclesial: una catequesis que acentúe la renovación de la comunidad parroquial como comunión de comunidades, o de la propia comunidad eclesial de base; una formación espiritual que fortalezca la vivencia del propio carisma comunitario…26.

En este mismo Diccionario se encuentran verdaderas modalidades de catequesis permanente: las catequesis ocasionales, todas las formas de catequesis liberadora; la revisión de vida, ciertas formas de catequesis familiar en función de los padres, etc. Sin olvidar que la catequesis permanente puede revestir otras formas muy variadas: sistemáticas y ocasionales, individuales y comunitarias (cf DCG 19 final).

2. TODA CATEQUESIS PERMANENTE DEBE SUPONER UNA CATEQUESIS INICIATORIA. «La catequesis fundante (o iniciatoria) no basta, particularmente hoy, para promover a cristianos adultos en la fe, pero tampoco la catequesis será sólo permanente; siempre necesitará un perí­odo estrictamente fundante o de iniciación» (Mons. J. M. Estepa). Una de las aportaciones importantes del DGC es precisamente haber recuperado esta catequesis tradicional en la Iglesia desde su nacimiento en forma de catecumenado bautismal; de él vivió cuatro siglos (II-V) con una experiencia innegable de haber promovido a verdaderos cristianos y a auténticas comunidades cristianas, testimoniales y confesantes, precisamente en los siglos decisivos de implantación de la experiencia cristiana en el mundo.

a) La catequesis kerigmática o precatequesis, o de carácter misionero (cf DGC 62), siempre será una tarea de suplencia, quizá frecuentemente necesaria aún en el futuro. Se trata de la relación entre el primer anuncio y la catequesis dentro de la etapa propiamente misionera respecto de los no creyentes o de los religiosamente indiferentes. Son dos formas básicas -mejor, dos funciones- del ministerio de la Palabra, distintas pero complementarias (cf DGC 6la).
b) Recuperar la catequesis histórico-bí­blica de los santos Padres. Recuperar la catequesis de inspiración catecumenal iniciatoria significa recuperar la catequesis patrí­stica: 1) con su narración (narratio), en tres etapas, de la historia de la salvación: la de las gestas de Dios en el Antiguo Testamento; la de la vida de Jesús y sus misterios, en el Nuevo Testamento, y las intervenciones de Dios en la historia eclesial «hasta nuestros dí­as» (san Agustí­n) en el tiempo de la Iglesia, hasta la parusí­a del Señor Jesús. 2) Recuperar la catequesis de los santos Padres es también volver a la explicación doctrinal sistemática (explanatio) de esta historia con las entregas del sí­mbolo de la fe o credo apostólico y del padrenuestro, con todas sus implicaciones morales. 3) Asimismo, es recuperar la catequesis mistagógica que, una vez celebrados los sacramentos de la iniciación, ayudaba a interiorizarlos y gustarlos (cf DGC 129).

«Al fundamentar el contenido de la catequesis en la narración de los acontecimientos salvadores, los santos Padres querí­an enraizar el cristianismo en el tiempo, mostrando que era historia salví­fica y no mera filosofí­a religiosa, y que Cristo era el centro de la historia» (cf DGC 107, nota 12).

c) Un lenguaje apto para una catequesis de primer nivel. Según esto, tanto el lenguaje kerigmático, el lenguaje narrativo bí­blico-histórico, el sobrio discurso doctrinal de la explanatio o doctrina sistemática del sí­mbolo de los apóstoles y el padrenuestro, así­ como también el lenguaje simbólico utilizado en la catequesis mistagógica para penetrar -mediante los signos- en el misterio salvador presente en los sacramentos, todos ellos son lenguajes primarios, más adecuados para una catequesis de iniciación, de primer nivel, que una catequesis más conceptualizada, que tiene su punto de referencia en un documento de fe doctrinalmente estructurado, como suele ser un catecismo.

Conclusión
Los treinta años largos transcurridos desde el Vaticano II hasta las puertas del tercer milenio han dado a luz orientaciones muy certeras para la promoción de la catequesis, que no estaban recogidas en el DCG de 1971. En este momento se han recogido en el nuevo Directorio de 1997.

En el fondo, una de las graves cuestiones que ha reajustado el DGC ha sido el concepto teológico de catequesis, y el criterio que ha elegido, ha sido el criterio de convergencia: cómo colaborar a la nueva etapa que se abre al movimiento catequético en la Iglesia (cf DGC, Presentación de la edición española de Mons. J. M. Estepa, 10), evitando la confrontación de la catequesis de la iniciación y la catequesis permanente.

Creemos haber clarificado este criterio de convergencia, que nos lleve a todos los implicados en esta tarea fundamental de la Iglesia a una mayor armoní­a y fraternidad en favor del reino de Dios en el mundo.

NOTAS: 1. Directorio de pastoral catequética para las diócesis de Francia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1968, 44. -2 Para la reflexión que sigue, de carácter histórico, cf A. EXELER, Esencia y misión de la catequesis, Juan Flors, Barcelona 1968, 172-181. – 3. Cf B. MAGGIONI, citado por E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 46-47; DGC 50c. – 4. Cf E. ALBERICH, o.c., 47. – 5. Cf J. DANIELOU-R. DU CHARLAT, La catéchése aux premiers siécles, Fayard-Mame, Parí­s 1968, 44ss., 64ss., 89ss., 125ss., 249ss. – 6 Cf ib 52, 55-56, conclusión; D. GRASSO, Teologí­a de la predicación, Sí­gueme, Salamanca 1966, 317-318 y 341-342; A. EXELER, o.c., 174. – 7. Cf J. AUDINET, Catequesis, Catecismo, Catequética, en RAHNER K. (ed.), Sacramentum Mundi, Herder, Barcelona 1976, 684. – 8. V. ZEZSCHWITZ en A. EXELER, o.c., 175. – 9. Cf SANTO TOMíS DE AQUINO, Sum. Theol., III q 71 a 4; q 71 a 1 ad 2. – 10 G. WICELIUS, en A. EXELER, o.c., 176, nota 28. – 11. Cf J. AUDINET, a.c. -12. Cf ib, 683-692. – 13. Para esta reflexión, cf A. EXELER, o.c., 176-181. – 14 Cf L. CSONKA, Historia de la catequesis, en BRAIDO P. (ed.), Educar III: Metodologí­a de la catequesis, Sí­gueme, Salamanca 1966, 140-142. – 15. Cf ib, 197-198. – 16 Cf P. LIEGE, ¿Qué quiere decir «catequesis»? Ensayo de aclaración, Catéchése 1 (1960) 35-42.- 17. Cf E. ALBERICH, Catequesis, en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 154-159. – 18. Cf La renovación de la catequesis, en Catequesis y promoción humana, Medellí­n 1968, Sí­gueme, Salamanca 1969, 34-35; 18 y 20, y Orientaciones generales 11 y 15. – 19 Bases para una nueva catequesis, Sí­gueme, Salamanca 1972, 77-78 (traducción retocada). – 20. P. LIEGE, o.c., 19-21. – 21. Ib, 21 final. – 22 J. M. ESTEPA, Conferencia en el Congreso Internacional de Catequesis (Roma, octubre 1997), Actualidad catequética 176 (1997) 88, nota 1 I. – 23 Cf ib. – 24 Cf A. FOSSION,, La catéchése dans le champ de la communication, Du Cerf, Parí­s 1990, 197-204. – 25 Cf ib, 275-287 y 302. – 26 Cf DGC 71; otras pistas operativas de catequesis permanente, en E. ALBERICH-A. BINZ, Formas y modelos de catequesis de adultos. Una panorámica internacional, CCS, Madrid 1996.

BIBL.: AA.VV., ¿Qué es la catequesis? 2, Marova, Madrid 1968 (Artí­culos de Liégé, Ayel, Daniélou, Van Caster, Loewe, Saudreau, Girault); AA.VV., Catequesis: educación de la fe 3, Marova, Madrid 1968 (Liégé, Arnold, Van Caster, Le Du); AA.VV., III Encuentro nacional de estudios catequéticos: «La catequesis de la comunidad», Teologí­a y catequesis 4 (1983) 529-576; ALBERICH E., Catequesis, en GEVAERT J., Diccionario de Catequética, CCS, Madrid 1987, 154-159; ALCEDO A., La catequesis en la Iglesia. Carpeta 6, SM, Madrid 1990; APARISI A., Invitación a la fe, ICCE, Madrid 1972; AUDINET J., La renovación de la catequesis, en Semana internacional de catequesis: Catequesis y promoción humana, Sí­gueme, Salamanca 1969; BOROBIO D., Catecumenado, en FLORISTíN C.-TAMAYO J. J. (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, 131-150; Catecumenado para la evangelización, San Pablo, Madrid 1997; CAí‘IZARES A., ¿Qué catequesis? Claves para un perfil de su identidad, Communio 2 (1983) 109-134; COLOMB J., Manual de catequética 1, Herder, Barcelona 1971, 25-82; CONGREGACIí“N PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Libertad cristiana y liberación, PPC, Madrid 1986; Directorio de pastoral catequética para las diócesis de Francia. Notas y comentarios de Jean Honoré, Descleé de Brouwer, Bilbao 1967, 30-68; FLORISTíN C., Para comprender el catecumenado, Verbo Divino, Estella 1989; GINEL A., Un perí­odo de clarificación en la catequesis española (1976-1983), Teologí­a y catequesis 35-36 (1990) 347-372; GONZíLEZ DORADO A., La buena noticia hoy. Hacia una evangelización nueva, PPC, Madrid 1995; JUNGMANN J. A., Catequética, Herder, Barcelona 1966; Lí“PEZ J., El problema de la reiniciación en España, en Iniciación al catecumenado de adultos, CEEC, Madrid 1979, DOC 1; MARTíN VELASCO J., El malestar religioso de nuestra cultura, San Pablo, Madrid 1993; MATOS M., La catequesis como «Traditio evangelii in symbolo», Actualidad catequética 106 (1982) 95-107; MAYMí P., Pedagogí­a religiosa, San Pí­o X, Madrid 1980; MOVILLA S., Catequesis, en FLORISTíN C. Y TAMAYO J. J. (eds.), Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, Madrid 1983, 120-141; PEDROSA V. M., Memoria y prospectiva de la catequesis española. La catequesis en España, hoy, ayer y mañana, en Jornadas «Amigos de Proyecto Catequista», CCS, Madrid 1996, 30-50; RODRíGUEZ MEDINA J. J., Pedagogí­a de la fe, Bruño-Sí­gueme, Madrid-Salamanca 1972.

Vicente W. Pedrosa Arés
y Ricardo Lázaro Recalde

M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética