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ACCION CATOLICA

ACCION CATOLICA

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Por «acción católica» en general se entendió siempre el compromiso de todo cristiano de actuar, personal y solidariamente, en pro de la proclamación del Evangelio por todo el mundo.

Pero el término especí­fico de «Acción Católica» se aplicó, desde la encí­clica «Urbi arcano Dei consilia» de Pí­o XI en 1922, como «el movimiento organizado de seglares dependiente de la jerarquí­a para tareas de apostolado, de caridad y de formación de los miembros».

En este sentido, la Acción Católica, se presentó como la estructura eclesial en la que los seglares se integraban en la labor misionera de la Iglesia. Exigí­a una adecuada preparación en los miembros, en lo doctrinal, en lo social y en lo espiritual, y ayudaba, en comunión y dependencia de la jerarquí­a, a orientar la vida cristiana de los seglares.

Desde su fundación como movimiento, la Acción católica se fue organizando en grupos sectoriales: adultos, mujeres, jóvenes, obreros, (HOAC y JOC) estudiantes (JEC), niños (Junior).

A medida que los seglares fueron tomando conciencia de sus responsabilidades y se hicieron conscientes de la necesidad de su autonomí­a y corresponsabilidad eclesial, las dependencias jerárquicas entraron en crisis, sobre todo donde se extremó el gobierno clerical de los grupos seglares.

Las tensiones se incrementaron después del Concilio Vaticano II, cuando se impusieron los principios del Decreto conciliar «Apostolicam Actuositatem» de 1965 y los miembros más activos de los distintos sectores y paí­ses reclamaron la valiente desclerificación de las estructuras tradicionales. En algunos lugares se llegó a crisis eclesiales (Holanda, Francia, Centroeuropa) y en determinados sectores (obreros, JOC, y estudiantes JEC) surgieron reacciones de independencia y, en ocasiones, de ruptura.

Como encauzamiento de la crisis se reclamó la revisión de las actitudes, se flexibilizó la postura de algunas jerarquí­as eclesiales y se reclamó el cumplimiento de las consignas conciliares, sobre todo en referencia a la formación pastoral y doctrinal de los seglares para los servicios apostólicos (nº 29 a 33 del Decreto). El tiempo fue suavizando tensiones y eliminando a dirigentes más autonomistas, hasta ir tomando el movimiento una dirección más abierta y ecuménica, en confluencias con otras alternativas eclesiales juveniles. (Ver Movimientos ecuménicos. Ver Voluntariados de grupos. Ver Ongs)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Naturaleza apostólica

El apostolado realizado por los laicos tiene unas caracterí­sticas especiales cuando se realiza en forma asociativa y recibiendo la misión especial de parte de la Iglesia. Entonces los laicos son llamados a colaborar más estrechamente con la jerarquí­a, recibiendo de ella un «mandato» misionero y participando en su misma misión. La «Acción Católica» (que puede también expresarse con otros nombres) es, pues, «la cooperación de los laicos en el apostolado jerárquico» (AA 20). Con este calificativo fue creada por Pí­o XI en 1928. Posteriormente se concretó también en movimientos especializados del apostolado seglar (jóvenes, obreros, intelectuales, etc.)

Caracterí­sticas

Para que una institución apostólica pueda calificarse con estos términos, debe tener las siguientes caracterí­sticas «A) El fin inmediato de estas organizaciones es el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la evangelización y santifica¬ción de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias, de suerte que puedan saturar del espí­ritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes. B) Los laicos, cooperando, según su condición, con la jerarquí­a, ofrecen su experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección de estas organizaciones, en el examen diligente de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo del método de acción. C) Los laicos trabajan unidos, a la manera de un cuerpo orgánico, de forma que se manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado. D) Los laicos, bien ofreciéndose espontáneamente o invita¬dos a la acción y directa cooperación con el apostolado jerárqui¬co, trabajan bajo la dirección superior de la misma jerarquí­a, que puede sancionar esta cooperación, incluso por un mandato explí­ci¬to» (AA 20).

Referencias Apostolado, cursillos de cristiandad, laicado.

Lectura de documentos AA 20.

Bibliografí­a A. ALONSO, Laicologí­a y Acción Católica (Madrid 1955); J. CARDIJN, Laicos en primera fila (Barcelona, Nova Terra, 1965); J.M. DE CORDOBA, La Acción Católica a la luz del Concilio (Madrid, Edic. A.C., 1966); G. GARRONE, L’Action Catholique (Paris 1958); T.I. JIMENEZ URRESTI, La Acción Católica, exigencia permanente (Madrid 1973); E. SAURAS, Fundamento sacramental de la Acción Católica Revista Española de Teologí­a 3 (1943) 129-158; P. SCABINI, Azione cattolica, en Dizionario enciclopedico di Spiritualití  (Roma, Cittí  Nuova, 1990) 258-268. Ver bibliografí­a de referencias (laicado).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: 1. – Acción Católica General 2. – Movimientos especializados de Acción Católica: 2.1. HOAC; 2.2. JOC.

1. Acción Católica General
Dejando la larga historia de este gran y fecundo movimiento eclesial, digamos que la Acción Católica, en estos momentos, se encuentra en fase de renovación, desde la eclesologí­a de la Iglesia particular (es decir, la Iglesia Diocesana). La Acción Católica, según los más recientes documentos, tiene que ser un experiencia personal y comunitaria, al mismo tiempo, para hacer posible un laicado adulto, formado y comprometido; un organismo que articule a los laicos de forma estable y asociada en el marco de la Iglesia particular, y, muy especialmente, debe dinamizar la vida de la parroquia. Reconociendo, al mismo tiempo, que el apostolado seglar asociado abarca mucho más que la Acción Católica.

La Acción Católica no sólo debe valorar y respetar los diferentes carismas particulares, plasmados en otros movimientos o asociaciones laicales, sino que debe ponerse al servicio de la Diócesis para dinamizar sectores de evangelización que no están suficientemente atendidos, en comunión con el obispo y el presbiterio de la iglesia particular. La Acción Católica debe ser cauce y oferta natural de la Diócesis para vertebrar el laicado no organizado de las parroquias y de la propia Iglesia particular. La AC aporta, como cauce básico y permanente, corresponsabilidad laical y presencia misionera y evangelizadora.

Las cuatro notas que vertebran la Acción Católica son: su aspecto evangelizador, el protagonismo de los laicos, su formación en comunidad y su misión asociada al ministerio pastoral diocesano.

La espiritualidad de la Acción Católica tiende a desarrollar una fe madura, consciente y comprometida, fundamentada en la confrontación existencial del mensaje evangélico con la vida cotidiana (revisión de vida).

La Acción Católica ofrece dos grandes ramas: Acción Católica General y Acción Católica Especializada, expresada en diversos movimientos. En cualquier caso, son asociaciones públicas de la Iglesia que desarrollan su actividad evangelizadora, como acción de la Iglesia, desde la condición de seglar, promovidas y orientadas por el ministerio pastoral.

La diferencia entre la Acción Católica y el resto de apostolado seglar no está tanto en el quehacer sino en el encargo que recibe por voluntad expresa de la Jerarquí­a, en sus fines, y en el cómo se realiza este quehacer que, la Acción Católica quiere realizar en colaboración estrecha, estable, permanente y organizada con la Jerarquí­a, concretada en cada Iglesia particular. En este sentido la nueva Acción Católica se define claramente desde los ámbitos diocesanos, y en apertura a ámbitos zonal-regional y general-nacional.

En resumen, la Acción Católica encuentra su razón de ser al servicio de la evangelización y el compromiso, particularmente en la Iglesl a local, desde una clara promoción del laicado asociado.

2. Movimientos especializados de Acción Católica
De los movimientos especializados de AC sólo nos ocuparemos de dos: HOAC y JOC. Ambos son significativos de la forma de ser y trabajar de los movimientos de AC.

2.1. HOAC:

Recordamos que la Acción Católica, en sus dos ramas -General y de Movimientos Especializados- trata de hacer posible un laicado adulto, formado y comprometido (militante). Son movimientos que articulan a los laicos de forma estable y asociada en el marco de la Iglesia particular; y, muy especialmente, sirve para dinamizar la vida de la parroquia. Todo ello, siendo conscientes de que el apostolado seglar asociado es mucho más amplio que la Acción Católica. La Acción Católica debe ser cauce y oferta natural de la diócesis para vertebrar el laicado no organizado de las parroquias y de la propia Iglesia particular. Las cuatro notas que definen la Acción Católica serí­an: su aspecto evangelizador, el protagonismo de los laicos, su formación en comunidad y su misión asociada al ministerio pastoral diocesano. La diferencia entre la Acción Católica y el resto de apostolado seglar no está tanto en el quehacer evangelizador sino en el encargo que recibe por voluntad expresa de la Jerarquí­a y en el cómo se realiza este quehacer en colaboración estrecha, estable, permanente y organizada con esa misma Jerarquí­a, concretada en cada Iglesia particular. En este sentido la nueva Acción Católica se define claramente desde los ámbitos diocesanos, regional y nacional. En España, los obispos, han hecho una opción preferencial por la implantación de los movimientos de Acción Católica en las diócesis. Movimientos que abarcan diversos sectores (niños-JUNIOR, Jóvenes-JAC-GPJ, Adultos-GENERAL, etc.) y ámbitos (mundo rural-JUR, Mundo obrero-JOC-HOAC, mundo universitario-JEC, etc.).

LA HOAC (Hermandad obrera católica), como la JOC (juventud obrera católica), son movimientos especí­ficos y evangelizadores en el campo de la pastoral obrera. Para hacer militantes cristianos, que vivan sin divorcio, su identidad trabajadora y su fe. Para llegar a ser miembro adulto de la HOAC o de la JOC se precisa, primero, un curso de iniciación para posteriormente pasar a la formación propiamente dicha donde la revisión de vida, el método pastoral ver-juzgar-actuar y las acciones de campaña son mediaciones necesarias. Algunas de las claves de HOAC son: apertura y conocimiento de la realidad; fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio desde el compromiso con el mundo obrero; y una pastoral de evangelización y transformación de la realidad.

Lo que define a la HOAC es su voluntad de vivir la fidelidad a Jesucristo siendo Iglesia en el mundo obrero y en el pueblo, y siendo pueblo obrero en la Iglesia. HOAC lucha por la construcción de una sociedad nueva en la que no existan explotados ni explotadores, y todo ello reproduciendo, personal y comunitariamente, las mismas actitudes, sentimientos y valores por los que Jesucristo luchó. En este compromiso, la gracia y la fuerza recibidos en la oración y en los sacramentos, sin separarse de la vida, son la clave. Para la HOAC el tema de la formación permanente es prioritario.

Para ampliar lo que significa la HOAC remitimos a la voz «Pastoral obrera» de este mismo Diccionario.

2.2. JOC:

Este movimiento especializado de Juventud Obrera Católica (JOC) pertenece, como la HOAC, (Hermandad obrera católica), a los movimientos especí­ficos y evangelizadores de la Acción Católica en el campo de la pastoral obrera. Su finalidad es la de hacer militantes cristianos, que vivan sin divorcio, su identidad trabajadora y su fe. Para llegar a ser militante de la JOC, además de una edad (de 14 a 30 años) se precisa, primero, un curso de iniciación para posteriormente pasar a la formación propiamente dicha, donde la revisión de vida, el método pastoral verjuzgar-actuar y las acciones de campaña son mediaciones necesarias.

A la hora de definirse lo hacen de esta manera: «Un movimiento de jóvenes de la clase obrera creyentes en Jesucristo».

Su ideario se resume en estas premisas:

a. Una tarea: participar con otros jóvenes de la clase obrera en la lucha por construir un hombre y una sociedad nuevos.

b. Unos objetivos: la liberación del joven trabajador de cualquier forma de explotación; la lucha por una sociedad sin clases; la vivencia, personal y comunitaria de nuevos valores desde el compromiso por el Reino de Dios.

c. Una metodologí­a: la revisión de vida obrera, mediante la cual se analiza y profundiza en la vida personal y en lo que rodea socialmente al joven, y se descubren las contradicciones de un sistema socio-económico injusto que exige transfromación desde los valores del Evangelio. Mediante la revisión de vida, el joven militante ve-juzga-actúa. La revisión de vida desemboca en la llamada Campaña de transformación de la realidad.

El método pastoral de JOC se denomina de «mediación»: lo importante es la inserción, es decir, el testimonio personal y cristiano del joven cristiano en su ambiente de trabajo, alimentado y celebrado en su comunidad de referencia.

La JOC se estructura de esta manera: equipo de militantes (comunidad base donde el militante crece y madura su compromiso obrero y de fe); Federación (conjunto de equipos de una localidad, comarca o distrito); Región / Zona / Paí­s / Nacionalidad (conjunto de Federaciones de una región o comunidad autonóma; General (conjunto de regiones, zonas o nacionalidades de un Estado: Internacional / Mundial (conjunto de estructuras Generales a diversa escala).

Para ampliar información sobre JOC, remitimos a la voz «Pastoral obrera» de este Diccionario.

BIBL. – Para la AC en general: Cf. COMISIí“N EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR; La pastoral y la Acción Católica en la Iglesia Diocesana, EDICE, Madrid 2000; R. SERRANO, La acción católica española hoy, en COMISIí“N EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL, «La Acción Católica hoy. Algo nuevo está naciendo», Madrid 1995; R. SERRANO, La Acción Católica hoy, en CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAí‘OLA, «Impulsar la comunión y colaboración entre las asociaciones mediante los oportunos cauces de coordinación» (XV Jornadas de Vicarios/Delegados diocesanos y presidentes de movimientos. El Escorial, 13-15 de Mayo de 1994), Madrid 1994, 37-66. Para la HOAC: IX Asamblea General de HOAC, Jesucristo, propuesta de liberación para el mundo obrero, Publicaciones de la editorial HOAC, Madrid 1996. Para la JOC: Secretariado General de la JOC, Identidad de la JOC, Madrid 1995.

Raúl Berzosa Martí­nez

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

I. Organización
1. Origen
La acción católica nació de aquellos movimientos católicos de los s. xvIII y xix, cuyas metas fundamentales eran: liberar a la Iglesia de las tendencias revolucionarias de la ilustración y de las aspiraciones absolutistas de la época por lograr una Iglesia estatal; y solucionar los problemas sociales, que a partir de la revolución industrial eran cada dí­a más apremiantes. Para poner en práctica estos propósitos, en muchos paí­ses europeos se celebraron asambleas y congresos de católicos y se fundaron asociaciones y obras católicas. Con frecuencia se perseguí­an objetivos polí­ticos muy concretos, como la emancipación de los católicos en Gran Bretaña. De esta forma, se mezclaban objetivos temporales y profanos con fines espirituales y eclesiásticos. La autoridad eclesiástica subrayaba, sin distinguir apenas la diversidad de campos, su competencia y el derecho de control incluso sobre las asociaciones católicas de carácter económico, social y polí­tico, apelando para esto: a la obediencia que se debe a la Iglesia; a la unidad del cuerpo de Cristo y del apostolado, y a la necesidad de unificar todas las fuerzas. Esto es particularmente comprensible con relación a Italia, que se encontraba bajo la presión de la cuestión romana. Paulatinamente fue madurando un enfoque más matizado (reconocimiento de la autonomí­a fundamental de las esferas profanas: León xiii) y fueron formándose dos tendencias en el movimiento popular católico: una hacia la democracia cristiana, el movimiento social católico y los partidos cristianos; y otra representada por la a.c. Pero no sólo habí­a, llegando incluso hasta nuestros dí­as, organizaciones que por sus objetivos pertenecí­an a ambas tendencias, sino que la nomenclatura misma no, era uniforme, ni mucho menos.

Así­, según la encí­clica de Pí­o x, Il fermo proposito (11-6-1905), a la a.c. no sólo pertenece «lo que propiamente corresponde a la misión divina de la Iglesia, conducir las almas a Dios, sino también lo que se deriva naturalmente de esa misión divina», como las obras de la cultura y cualquier actividad en el campo económico, social, civil y polí­tico. Pero ambas clases de actividades también se distinguen claramente por su relación con la jerarquí­a. De las primeras, que vienen a prestar directamente un auxilio al ministerio espiritual y pastoral de la Iglesia, se dice que «deben estar subordinadas a la autoridad de la Iglesia incluso en la menor cosa»; respecto a las segundas, aunque se exige su dependencia «frente al consejo y a la dirección de la autoridad eclesiástica», se habla también de la «libertad racional que les corresponde» y de la responsabilidad propia «sobre todo en los asuntos temporales y económicos».

Cuando Pí­o xi, en su primera encí­clica (23-12-1922) y después de una forma cada vez más insistente, invita a todo el mundo a la a.c., tiene directamente ante los ojos el modelo italiano y todo su desarrollo. Los comienzos podemos verlos ya en las Amicizie Cristiane, que llegan de Francia en el año 1775. Bajo el estí­mulo del congreso internacional de católicos en Malinas, en 1865 se fundó una «asociación para la defensa de la libertad de la Iglesia en Italia»; en 1867 siguió la «asociación católica de la juventud» y en 1876 la «obra de los congresos y comités católicos». En 1892 se unieron entre sí­ cí­rculos de universitarios católicos y se integraron en la obra de los congresos; al mismo tiempo surgió una asociación para el fomento de estudios sociales, y pronto nacieron las asociaciones profesionales de obreros. Ante las aspiraciones de la Democrazia Cristiana por adquirir la autonomí­a, Pí­o x suprimió en 1904 la obra de los congresos y en 1906 confirmó la existencia de cuatro asociaciones independientes entre sí­: la unione popolare, concebida según el modelo de la Volksverein alemana («asociación popular para la Alemania católica», 1890), y encaminada a la defensa del orden social, a la creación de una cultura cristiana y a la formación de la conciencia del pueblo; una «asociación económica y social», que debí­a abarcar las obras de ayuda económica y las ligas profesionales; una «asociación católica electoral», que debí­a congregar a los católicos y formarlos polí­ticamente para las elecciones municipales y provinciales; y la «asociación de la juventud católica». Las directivas de estas asociaciones se unieron en 1908 y formaron la «dirección general de la acción católica italiana». De una manera semejante a la «liga de mujeres católicas alemanas» (1903), surgió en 1908 la «asociación de mujeres católicas de Italia» y en 1918 la de las «jóvenes católicas de Italia». Ambas se unieron en 1919, y en 1922 acogieron como tercera rama a las «universitarias católicas italianas». En 1926 surgió además un movimiento infantil. La «unión popular» habí­a reclamado desde el principio una función coordinadora; ésta empezó a ser efectiva por vez primera en 1915 (reforma de Benedicto xv) en la «comisión directiva de la acción católica», que estaba presidida por la «unión popular». A esta concentración de las fuerzas católicas bajo la jerarquí­a siguió después de la primera guerra mundial la independencia de las organizaciones católicas ordenadas más directamente a fines temporales; para ello, se formó un «secretariado económico y social», subordinado a la «comisión directiva», para el estudio de la cuestión social según los principios cristianos. De este modo, la situación obligó a reflexionar sobre las tareas propias de la a.c. En 1920 fueron modificados los estatutos de la «unión popular»; en 1922 siguió la nueva ordenación de la a.c. por el papa Pí­o xr; en noviembre la nueva «comisión central de la acción católica» asumió las funciones directivas y coordinadoras de la «unión popular», cuyos miembros debí­an quedar absorbidos en las organizaciones miembros de la a.c.; en diciembre se creó la organización que faltaba aún para los hombres. El 2-10-1923, después del llamamiento universal a la a.c., se confirmaron los nuevos estatutos.

Por consiguiente no hay razón para afirmar que la a.c. es una fundación exclusivamente romana o italiana: sus raí­ces las encontramos en Francia, Bélgica y sobre todo en Alemania. Tampoco ha surgido exclusivamente desde arriba, sino que tiene una larga historia, lo mismo que sus diversas ramas. Tampoco está articulada de acuerdo con las cuatro «columnas de los estados naturales», ya que las asociaciones de universitarios y trabajadores se cuentan entre sus organizaciones más antiguas y las ramas de hombres y niños entre sus agrupaciones más modernas. Ni fue concebida desde el principio exclusivamente como una ayuda pastoral dentro de la Iglesia, pues, incluso después de apartarse de las obras que primariamente serví­an a fines temporales recalcó su derecho a estudiar los problemas individuales, familiares, profesionales, culturales y sociales, a la luz de los principios católicos y a formar la conciencia de los católicos de acuerdo con esto. Precisamente Pí­o xi, en conexión con la a.c., habla del reinado mundial de Cristo, de la Iglesia que actúa en la sociedad. Con esto se viene abajo asimismo la afirmación de que la a.c. fue creada pensando sólo en la situación creada por la opresión fascista, y no pensando en tiempos normales, pues su historia es mucho más antigua que el fascismo; las reformas decisivas tuvieron lugar en 1915 y 1919, mientras que el fascismo llegó al poder el 28-10-1922.

2. Forma
Pí­o xi repetidas veces definió la a.c. como «participación y colaboración de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia». Pí­o xii prefirió la palabra colaboración, para no provocar la confusión de una participación en la jerarquí­a misma.

Ya la a.c. de Pí­o xi no implica un método determinado ni una estructura concreta, sino que se acomoda a las circunstancias del tiempo y del lugar, siempre que tales acomodaciones respondan a su naturaleza y sus cometidos. Esto es lo que nos muestra la evolución que tuvo en Italia y en otros paí­ses, aunque a veces se siguió demasiado servilmente el modelo italiano o se pensó erróneamente que la relación de la a.c. con otras organizaciones era monopolista y uniformista, contra lo cual previno ya Pí­o xii. Las nuevas organizaciones y las que ya existí­an desde hací­a tiempo fueron integradas en la a.c. o a escala mundial (JOC) o por paí­ses (Legio Mariae). Sobre las congregaciones marianas dijo Pí­o xii que podí­an llamarse «con todo derecho a.c. bajo la dirección y estí­mulo de la bienaventurada virgen Marí­a» (Constitución apostólica Bis saeculari del 27-9-1948). Poco a poco fueron surgiendo los siguientes modelos de a.c., que a veces no responden más que en parte a su verdadero cometido y que no siempre han sido aplicados en su forma estricta: a) a.c. como una simple idea, que puede encarnarse en diferentes organizaciones y grados; para lograr la coordinación se fundan a veces gremios adecuados (comisiones católicas) que abarcan desde el plano parroquial hasta el nacional; b) a.c. como nombre genérico de diversas organizaciones que conservan su nombre y su autonomí­a, pero que constituyen una unidad federativa en cuanto a.c.; en el segundo congreso mundial del apostolado de los laicos se quiso hacer de este sistema el modelo universal; c) a.c. como nombre de determinadas organizaciones apostólicas cuyas relaciones mutuas están ordenadas de manera muy diferente: federativamente (con frecuencia no se da más que una organización central muy floja) o unitariamente (aunque con algunas secciones totalmente dependientes); d) a.c. con carácter de élite (congregaciones marianas) o como organizaciones profesionales, las cuales deben estar sostenidas y guiadas por grupos selectos (modelo de la JOC); e) a.c. general (para los problemas comunes a varios estratos de edad o de ambiente o a varios campos de actividad) y a.c. especializada (para ambientes concretos respecto a la edad, profesión o forma de vida); ambas pueden complementarse; f) formas de a.c. organizadas a escala parroquial o sólo de forma supraparroquial: por ciudades, arciprestazgos, diócesis, naciones (asociaciones de académicos o artistas); tampoco estas formas se excluyen unas a otras; g) a.c. que de antemano se limita a ciertos sectores parciales dentro de las posibilidades que se le ofrecen, p.ej., a la ayuda pastoral directa.

El Vaticano II ha rechazado por una parte todos los intentos realizados por convertir un determinado sistema de a.c. en el sistema universal, pero, por otra, ha hecho resaltar los elementos que, independientemente de métodos, formas y nombres ligados al tiempo o al lugar, son esenciales a una genuina a.c. Por tanto, el problema de la organización es secundario y está subordinado al interés apostólico que se persigue.

3. Relación con otras organizaciones
Al principio, las obras que serví­an a la santificación personal se consideraron como auxiliares de la a.c.; respecto de las obras que tienen un fin primariamente temporal se recomendó colaborar con ellas, y con relación a las obras propiamente apostólicas se pensaba en una cierta incorporación o al menos asociación. El decreto Sobre el apostolado de los laicos (Vaticano II) reconoce el derecho de libre asociación de los seglares y sus ventajas, previniendo naturalmente contra la fragmentación (gremios para la colaboración y coordinación) y dejando a salvo las múltiples y necesarias relaciones con la jerarquí­a (a lo que en el orden temporal sólo compete la vigilancia sobre los principios cristianos): Arts. 19, 24, 26.

II. Objetivo
1. Caracterí­sticas esenciales
Si nos atenemos a su origen histórico y al decreto Sobre el apostolado de los seglares (art. 20), cuatro son en conjunto las caracterí­sticas que constituyen una verdadera a.c., prescindiendo de que se emplee o no este nombre, p. ej., cuando existen ya otros nombres, o cuando el término a.c. pueda dar lugar a interpretaciones falsas -p. ej., polí­ticas – (paí­ses anglosajones):
a) «La meta inmediata es el fin apostólico de la Iglesia en orden a la evangelización y santificación de los hombres», cumpliendo con esto los laicos una tarea especí­fica de ellos, «así­ como en orden a la formación cristiana de su conciencia», de manera que puedan realizar su misión temporal con espí­ritu cristiano, pero bajo su propia responsabilidad. En este sentido la a.c. tiende también a la transformación cristiana del mundo. Pero en la misma esfera temporal su competencia no va más allá de lo que le garantizan los principios cristianos, a cuya luz estudia los problemas humanos y forma las conciencias. Lo que va más allá de esto, cae bajo el campo de la caridad, como servicio a las múltiples necesidades humanas, o tiene sólo carácter de estí­mulo. La edificación inmediata del mundo no le está ya encomendada a ella. La transformación cristiana del mundo corresponde ciertamente a la misión de la Iglesia, pero la Iglesia sólo puede ejercer esta misión a través de aquellos a quienes está confiada la edificación del orden temporal. La Iglesia – y también la a.c. – debe ayudar a los hombres a que conozcan los principios generales de la revelación, pero no está llamada a transmitirles los igualmente necesarios conocimientos técnicos. Por eso, los miembros de la a.c. deben «distinguir claramente entre lo que como ciudadanos guiados por su conciencia cristiana realizan en nombre propio, individualmente o en asociaciones, y lo que hacen en nombre de la Iglesia juntamente con sus prelados» (Constitución pastoral: Sobre la Iglesia en el mundo de hoy, art. 76).

b) Los seglares aportan una experiencia especí­ficamente laica y asumen parte de la responsabilidad en la dirección, en la planificación y en la acción. Esto exige de los jerarcas un margen de libertad, de confianza y colaboración, que permita a los seglares adultos, expertos y con iniciativa personal desarrollar sus facultades e incluso realizar tareas auténticamente laicas dentro de la Iglesia.

c) Los laicos están unidos por una constitución y acción colegial y corporativa.

d) Los laicos actúan «bajo la dirección de la jerarquí­a misma», que con ello asume una cierta responsabilidad suprema, lo que a su vez implica el derecho – aunque restringido únicamente a esto- a determinar las lí­neas generales de orientación, a confirmar en el cargo a los funcionarios responsables, a ratificar las resoluciones y estatutos más importantes, pero también a emitir el juicio sobre la existencia de las cuatro caracterí­sticas. La relación especial con la jerarquí­a se llama mandato; éste no confiere una misión con nuevas atribuciones, pero sí­ un cierto carácter oficial. El concilio ha dejado en suspenso intencionadamente las controversias teológicas sobre la doctrina del mandato. La suprema dirección por parte de la jerarquí­a y el carácter laico no deben eliminarse mutuamente; entre ambos polos hay tensión, pero no contradicción. También en el mundo sólo existen responsabilidades divididas de diferente grado; pero en la comunidad de Cristo, por principio, hay una responsabilidad universal y colegial de todos para con todos.

Con una a.c. así­ entendida en el fondo también queda superada la «clásica» definición de la misma, según la cual el laico podrí­a ser considerado de una forma exagerada como el brazo prolongado de la jerarquí­a, como su instrumento y órgano de ejecución. Es cierto que todaví­a se encuentra la definición en el art. 20 del decreto Sobre el apostolado de los laicos, pero sólo en la introducción histórica. De hecho, solamente un reducido sector de la a.c. puede describirse como colaboración, como participación en el apostolado jerárquico. Pero así­ no aparece suficientemente el carácter especí­ficamente laico o cristiano de orden temporal de este apostolado, ni la auténtica y caracterí­stica corresponsabilidad de los seglares en la Iglesia. Es cierto que la a.c. no puede actuar más allá de su cometido eclesial, pero incluso en este cometido no se puede considerar a los laicos como meros colaboradores de la jerarquí­a, sino que ellos siguen siendo corresponsables del apostolado de toda la Iglesia, y la naturaleza de su apostolado no es otra que la del jerárquico; de lo contrario, no podrí­an prestar su contribución especí­fica a la Iglesia. Según la concepción actual serí­a mejor, por tanto, describir la a.c. como «participación oficial de los laicos en el apostolado de la Iglesia».

La consideración seria de estas cuatro caracterí­sticas y de la necesaria tensión existente entre ellas aclara también algunas disputas de los últimos años referentes a la a.c., p.ej.: sobre las relaciones entre el reino de Dios y la edificación del mundo terrestre, entre la evangelización o santificación y la configuración cristiana del orden temporal; sobre una estructura eclesial, en la que el cristiano pueda integrarse plenamente con todo su mundo, incluso profano, es decir, sobre un concepto nuevo, más amplio y completo, de cristianismo, y, más concretamente, sobre el compromiso temporal, tal vez polí­tico, de la a.c.; y sobre la libertad que tienen los laicos en la Iglesia con relación a la reforma interna y a la acción frente al mundo ateo, así­ como con relación a la edificación del -mundo en general. Según el Vaticano ii la acción temporal del cristiano debe considerarse como misión de la Iglesia y, por ello, como apostolado, si la ejecuta con espí­ritu evangélico; pero el creyente ha de realizarla bajo su propia responsabilidad y no la puede hacer en nombre de la Iglesia. Por otra parte, la a.c. es auténtico apostolado laico y no sólo ayuda a la pastoral; pero tampoco constituye un medio para volver a clericalizar el mundo en el sentido de un nuevo integrismo.

2. Importancia de la a.c.

La importancia de una a.c. que permanezca fiel a su esencia parece que reside precisamente en esta función mediadora: en que, gracias a su auténtico carácter profano y laico, es capaz de proporcionar a la Iglesia una visión del mundo y una aportación mundana, la cual puede ayudarle incluso en la elaboración y proclamación de los principios religiosos y morales; y en que, por el lado contrario, en virtud de su carácter simultáneamente oficial y eclesial, puede transmitir al mundo una visión de la Iglesia y, a los cristianos que están en el mundo, la ayuda de la Iglesia para el cumplimiento cristiano de sus tareas profanas, formándolos teórica y metódicamente para el apostolado. De este modo, la a.c. une la fuerza de los seglares y su conocimiento objetivo del mundo con la obra de los pastores (Constitución sobre la Iglesia, art. 37). Y aun cuando en la Iglesia siempre se dio de alguna forma este tipo de apostolado, es de especial importancia en una sociedad y en una Iglesia que necesitan más que nunca de una estrategia planeada a escala mundial. Así­ se comprende que el decreto Sobre el apostolado de los seglares, a pesar de que en principio valora positivamente todas las iniciativas apostólicas, recomiendo con especial «insistencia» las organizaciones a las que se pueden aplicar las caracterí­sticas esenciales de una auténtica a.c., lleven o no lleven este nombre. Esto, lejos de justificar una pretensión de monopolio, obliga a un especial servicio fraterno.

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Ferdinand Klostermann

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica