ACTO CATEQUETICO

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En general, se entiende por tal toda acción que, directa o indirectamente, conduce a la educación de la fe, bien por la inteligencia: instrucción, homilí­a, catequesis; bien por la acción interior: plegaria, exhortación, reflexión; bien por las obras compartidas: caridad, colaboración, consejo, sugerencia.

En el acto catequético se valora toda acción, relación, comunicación o intervención a través de la cual transmitimos el mensaje recibido a quien se pone en disposición de acogerlo. Una sesión de catequesis, un trabajo o una reunión de grupo, un encuentro, una experiencia, un estudio, una celebración, etc. cualquier hecho con intención de comunicar el mensaje religioso, son expresiones o formas de un acto catequético. A través de él se comunican conocimientos, actitudes, sentimientos, experiencias, de naturaleza religiosa, las cuales preparan a la persona para asumir la fe.

El acto catequético ofrece y anuncia el misterio cristiano a los hombres. Pero lo hace de forma ordenada, progresiva y sistemática. Mira a los destinatarios en cuanto pueden ser educados en la fe.

1. Sus dimensiones

Es acción que debe ser fiel a una doble realidad: a Dios y al hombre.

– La fidelidad al mensaje divino, a su Palabra, a su misterio revelado, se entiende como disposición a acoger lo que Dios comunica y tal como lo comunica.

Esa fidelidad reclama transmisión í­ntegra y real del mensaje revelado, profundización del misterio que proclama, acogida a la vida que el misterio aporta y respeto a las formas variadas de su acogida.

– La fidelidad al hombre supone aceptación de sus circunstancias y condiciones, así­ como adaptación a su calidad de educando.

Para que esa doble fidelidad sea posible, hay que integrar varios aspectos o rasgos: contar con la experiencia humana del catequizando; armonizar la experiencia humana con la Palabra divina; encauzar la expresión de la fe en el contexto de la comunidad; personalizar el mensaje con sentido de trascendencia; convertir el misterio en vida cristiana personal y comunitaria.

2. Exigencias humanas
La experiencia humana es el apoyo primero de todo acto catequético. La experiencia tiene importancia decisiva en la catequesis, en la de hoy y en la de todos los tiempos, debido a que los hombres, sobre todo los niños y jóvenes, son especialmente sensibles a lo que se vive, a lo que se experimenta, más que a lo que se dice, se oye o se piensa.

Dios se manifiesta y se revela en la vida y en la historia de los hombres. En ellas, vida e historia, y desde ellas, el hombre es capaz de integrarse en un proyecto salvador.

Por eso, el acto catequético debe asumir la experiencia humana para profundizar y valorar la vida de las personas y de los grupos y descubrir la presencia de Dios con los interrogantes y con las respuestas que su Palabra suscita en la historia de los hombres.

Los Obispos españoles, en su Documento de la Comunidad Cristiana, nos dicen: «La catequesis basada en la experiencia es algo más que una mera modalidad transitoria de la pedagogí­a catequética; es más que una metodologí­a; es algo inherente a la transmisión del Evangelio para que éste pueda ser recibido como mensaje de salvación vivo y operante.» (Nº 223)

El apoyo de la experiencia humana hace posible acomodar el acto catequético a cada persona, cuya fe se trata de educar. Si falla esa experiencia, se corre el riesgo de teorizar y divagar. Por eso, el acto catequético trata de acomodarse a las circunstancias de cada educando.

El catequista está siempre en disposición de aprovechar toda la experiencia que hay a su alcance. Por eso hace lo posible por relacionar el misterio cristiano con todos los recursos a su alcance y trata de hacerlo comprensible.

Su actividad no es teológica ni sociológica ni solamente pedagógica. Es catequética. Que sus actos deben ser catequéticos significa que intentan formar la fe, la convivencia espiritual y la vida cristiana de los catequizandos.

Por ello el acto catequético está condicionado por variables decisivas: las circunstancias en que se desenvuelve el sujeto; el eco í­ntimo de la vida espiritual y las actitudes de la conciencia; la necesidad de la liberación; el amor a los hombres y al servicio al prójimo; la fidelidad al propio proyecto y al de otros; la solidaridad con todos los hombres.

El acto catequético reclama, por parte del catequista, disponibilidad, generosidad, plenitud de entrega y mucho amor.

Requiere atención a la experiencia de la vida: a la propia, a la de los catequizandos, a la del entorno. No quiere ello decir que el acto catequético se pueda o deba limitar a la experiencia humana, pues quedarí­a reducido a un acto humano o terreno.

Pero se debe apoyarlo con habilidad, oportunidad y adecuación en la experiencia concreta de cada dí­a, a la humana y a la espiritual o interior. Sólo así­ se hace eficaz catequéticamente.

3. Sus raí­ces básicas En el acto catequético no basta contemplar la experiencia humana; hay que descubrir cómo ella afecta a cada persona concreta. Cada situación exige un trato diferente. Por eso el acto humano difí­cilmente se somete a normas rí­gidas y se halla muy dependiente del ser del catequista y del ser del catequizando.

Y por eso, el acto catequético es muy diferente del homilético, del litúrgico, del teológico, del evangélico, del espiritual.

Tiene ciertos rasgos originales y diferenciales:
– Hace referencia a los hechos humanos que configuran la vida de cada hombre concreto.

– Se ilustra desde la enseñanza expresada en la Escritura Santa sin reducirse a ella como modelo.

– Se vincula con la transmisión que hace de la fe y de la plegaria cada comunidad cristiana en la que se vive.

– Integra dimensiones intelectivas (conocimientos), afectivas (actitudes) y morales (opciones).

Supone todo esto que se estudia, se profundiza, se vive, en su caso se celebra, con profundidad la Palabra divina y para ello se instruye, se alienta, se invita y se educa. Y se deja a la propia conciencia interpelar su valor. Se orienta la propia existencia personal y solidaria desde esa Palabra divina.

La catequesis no busca hacer hombres eruditos en conocimientos humanos, al estilo de los sabios de la tierra que tantas cosas saben. Se parte de la inteligencia; pero no hay que quedarse en ella, sino que se debe llegar a la vida entera: ideas, sentimientos, deseos, temores, ideales, limitaciones, esperanzas…

La catequesis no busca el conseguir hombres expertos y hábiles en la vida, al estilo de los triunfadores en el mundo. Lo que pretende es formar cristianos firmes y convencidos de la propia fe, la cual ellos acogen, asumen y convierten en norma de vida.

El acto catequético es el paso que se va encauzando poco a poco a ese fin práctico: lograr un tipo de hombre transformado por la fe, dentro de una situación humana determinada.

Para realizar esta tarea, la catequesis cuenta con una clave, con una estrategia pedagógica: es la lectura de la vida humana desde la óptica de la palabra divina. Eso se consigue poco a poco, con actos catequéticos que implican unas referencias básicas.

– La Sagrada Escritura, recoge la comunicación divina y sirve de cauces.

– La Liturgia y la plegaria dan vida a la comunidad cristiana y ofrece estilo.

– El Sí­mbolo de la fe, que expresa la fe de la Iglesia y facilita fórmulas.

– Las enseñanzas del Magisterio eclesial iluminan a los creyentes y da seguridad y claridad.

– La tradición viva de la comunidad creyente refleja la Historia espiritual del mundo y sugiere precauciones y estimula procedimientos.

– La misma comunidad en la que se vive aporta vida y fe compartida y contribuye con el mutuo apoyo a vivir con alegrí­a.

4. Fin del acto catequético.

Es anunciar el mensaje para educar la fe. El catequista ofrece el mensaje desde la propia fe. No es su mensaje, sino el que ha recibido de la comunidad creyente a la que representa. Su lenguaje, para ser vivo, no tiene que ser ni afectivo ni conceptual con preferencia. Debe ser evangélico. El es mediador de quien le enví­a, que no es otro que el mismo Jesús.

Debe usar lenguajes testimoniales no académicos ni mundanos. Su testimonio no puede estar desconectado de su propia vida, ni de la vida de la Iglesia, ni de la Historia de la Salvación. Por eso, a la vez que testimonio de vida, es también lenguaje evangélico, esto es bí­blico, litúrgico y magisterial.

El encuentro que tiene lugar en el acto catequético entre la vida del hombre y la Palabra de Dios, debe penetrar y transformar la totalidad de la personalidad del creyente a quien se dirige.

Esa transformación es una experiencia más o menos intensa y más o menos consciente. Esta experiencia, vivida e interpretada a la luz de la fe, necesita ser expresada.

El acto catequético debe encauzarse, de una u otra forma, hacia esa expresión, que llamamos religiosa, pero que lo es también humana. Las expresiones básicas de la experiencia de fe, que deben iluminar todo acto catequético y hacia las que se orienta toda tarea catequí­stica, son tres:
– La profesión de fe. El hombre creyente dice su fe, proclama que el Señor salva, declara su creencia, hace exteriores sus modos de pensar y de sentir. Dice creo desde su conciencia.

– La celebración. El hombre creyente celebra lo que ha vivido, lo que ha experimentado. Celebramos la intervención de Dios en la Historia.

– El compromiso. El hombre creyente se compromete con lo que dice y va creando actitudes cristianas de conversión personal y de transformación del mundo en el que vive.

El acto catequético hace siempre referencia, de alguna forma, a lo que el hombre debe confesar, celebrar y vivir como compromiso.

Primero se vive, se asume, se recoge la experiencia:

– experiencia humana, que puede ser personal o de grupo.

– experiencia que se profundiza con el intercambio con los demás.

– experiencia que se hace universal y abierta a la Iglesia entera.

Luego se expresa la propia experiencia en claves de fe.

– Expresión de la experiencia de fe mediante la alusión a la Providencia (dimensión doctrinal) .

– Comunicación de la propia actitud a los demás: dar razones de la propia fe (dimensión moral).

– Proyección hacia la oración y a la celebración en la comunidad (dimensión litúrgica).

La labor del catequista, con sus actos catequéticos, es orientar poco a poco ese proceso que hace posible llegar, desde lo humano, al encuentro con Dios. Ese encuentro es el ideal, el objetivo, el fin de todo acto catequético.

Pero esto no es posible sin una cadena de actos, cuya suma constituye el proceso, itinerario o plan de maduración en la fe. El catequista debe dar importancia a cada acto, pero no quedarse en lo particular sino aspirar al todo, a la unidad de la acción. «Lo importante es que el acto catequético dinamice los tres planos a los que nos hemos referido y que, a lo largo de todo el proceso de catequización, vaya madurando la fe del catecúmeno en la lí­nea de una confesión cada vez más madura de la misma, más arraigada en la Escritura y significativa para su vida».

(Cateq. de la Comunidad Nº 233)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: I. Concepto de acto catequético. II. Los elementos del acto catequético: 1. La experiencia en la catequesis; 2. La palabra de Dios en la catequesis; 3. La expresión de fe en la catequesis. III. La dinámica del acto catequético: 1. Experiencia; 2. Palabra de Dios; 3. Expresión de fe.

I. Concepto de acto catequético
«Se entiende por acto catequético la realización concreta de la acción catequizadora en cuanto que integra -en mutua interacción- los diversos elementos que la componen: experiencia humana, palabra de Dios, confesión de fe, oración y celebración, compromiso cristiano y vida comunitaria» (CAd, anexo, 30).

Se distingue del proceso catequético, entendido como «acción dinámica desarrollada progresivamente a través de un programa y unas etapas sucesivas» (CAd, anexo, 29). Lo que caracteriza el acto catequético es la integración de todos sus elementos: La palabra de Dios «incide en el terreno de la experiencia humana y, en virtud del poder fecundante del Espí­ritu, produce su fruto en el corazón del hombre, que se exterioriza mediante la expresión de fé, en forma de confesión, celebración y compromiso» (CAd 264).

El acto catequético se corresponde, en cuanto a su extensión, con el desarrollo de un tema o aspecto del misterio cristiano, no así­ con una sesión de catequesis (un tema puede requerir varias sesiones). En una sesión de catequesis no tienen que estar presentes necesariamente todos los elementos del acto catequético, pero «sólo cuando el conjunto de estos elementos ha podido activarse, se puede decir que se ha producido un acto catequético» (CAd, anexo, 30).

El acto catequético tiene una estructura jerarquizada. La correcta realización de la catequesis depende, en buena parte, del respeto a esta jerarquí­a. La palabra de Dios y la experiencia -humana y cristiana- son los elementos que sostienen el peso de su estructura, mientras que la expresión de fe es el «corolario constante que acompaña de manera ininterrumpida el proceso de catequización» (CC 234). La palabra de Dios es el elemento medular del acto catequético y el que da vida a toda su estructura.

Desde el punto de vista pedagógico, el acto catequético no se identifica con el método que lo activa. Uno es el acto catequético, en sus componentes fundamentales, y diversos los métodos, de acuerdo con los tiempos, el orden o la intensidad con que esos componentes se ponen en acción. La pluralidad de métodos en la catequesis es signo de vitalidad y creatividad (cf CT 55; DGC 148-149). El concepto pedagógico que mejor se acomoda a lo que entendemos por acto catequético podrí­a ser el de modelo, entendido como «representación selectiva de los elementos esenciales del fenómeno didáctico, que permite describirlo y explicarlo en profundidad»1. Se trata, pues, de una imagen proporcional de la realidad, una creación hipotética, que tiene una doble función heurí­stica (interpretativa de la acción catequizadora) e integrativa (entre la teorí­a y la práctica).

II. Los elementos del acto catequético
En el acto catequético, como ya se ha dicho, se integran varios elementos o factores, que se reclaman mutuamente y que no se pueden disociar entre sí­. Estos son: la experiencia -humana y cristiana- del catequizando, la palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición, y la expresión de fe en sus diversas formas (confesión, celebración y compromiso).

1. LA EXPERIENCIA EN LA CATEQUESIS. Inicialmente nos referimos a la experiencia en un sentido amplio (todo lo humano), con dos limitaciones: la concepción popular que la identifica con la sabidurí­a de los mayores, y la concepción cientí­fica de aquello que ha sido sometido a experimentación. La vida humana como participación personal y social en la historia y en la cultura y, sobre todo, la vivencia cotidiana de la realidad es, toda ella, la posible materia prima de la catequesis.

Conviene destacar que la catequesis no sólo se interesa por las experiencias individuales, sino también por las sociales, así­ como por los problemas más acuciantes que preocupan hoy a la humanidad: la lucha por la paz, los derechos humanos, la abolición de la tortura, las nuevas relaciones Norte-Sur, el feminismo, la ecologí­a, etc. (cf DGC 17-21; 211).

La experiencia en catequesis implica también, y muy especialmente, la experiencia cristiana. Nos referimos a esa biografí­a religiosa con que llega el catecúmeno o catequizando a la catequesis: la imagen que tiene de Dios, su experiencia de oración, los criterios morales, los acontecimientos de fe vividos, las decisiones adoptadas y, en el caso de los niños, si ha tenido lugar o no el despertar religioso (cf CF 78-79).

Todo este material, una vez elaborado, llega a ser la experiencia humana de la que se habla en catequesis: la propia vida reflexionada, interpretada, transformada. Para ello hace falta todo un tratamiento pedagógico con distintos pasos: 1) la apropiación, la implicación personal, el contacto directo y vivencial con la realidad; 2) la vivencia intensiva y totalizante, en la que participa toda la persona (inteligencia, emotividad, operatividad, etc.); 3) la profundización mediante la reflexión y el esfuerzo interpretativo; 4) la expresión de lo vivido mediante formas diversas de lenguaje (palabra, gesto, rito, etc.); 5) el cambio, el crecimiento, la transformación de la persona. La experiencia surge de la vida y retorna a la vida, pero no vuelve como fue: la persona es ya distinta, ha cambiado2.

Sólo cuando se ha realizado este recorrido pedagógico, lo vivido se transforma en experiencia.

En la historia de la experiencia humana en catequesis, destaca como momento importante la constitución Gaudium et spes del Vaticano II, donde se propugna la sintoní­a con «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo» (GS 1).

Alrededor de ese momento aparece la llamada catequesis antropológica o de la experiencia. Primero en su versión personalista, especialmente en Europa3. Más tarde en su versión socio-polí­tica, cuyo punto de arranque hay que situarlo en la Semana catequética de Medellí­n (Colombia) de 1968, donde se afirma que las situaciones históricas y las aspiraciones auténticamente humanas son parte indispensable del contenido de la catequesis4.

El Directorio general de pastoral catequética de 1971 ratifica esta presencia activa de la experiencia humana en la acción catequizadora: «La catequesis debe ayudar a los hombres a explorar, interpretar y juzgar las experiencias y también a darle un sentido cristiano a su propia existencia» (DCG 74).

A partir de aquí­, los distintos materiales catequéticos que se van produciendo suelen tener en cuenta la experiencia humana con desigual fortuna. Así­ también, van apareciendo deficiencias y errores en su utilización.

Unas afectan a la propia experiencia humana en sí­, como: el uso restringido de la experiencia, reduciéndola a ciertas zonas de lo humano (lo personal, lo psico-social, etc.); la falta de profundidad o la interpretación insuficientemente fundada de la experiencia; la lectura ideológica, instrumentalizada, de la experiencia, o hecha desde presupuestos hostiles a la fe…

Otras deficiencias se refieren a su relación con la palabra de Dios, como: la yuxtaposición de la experiencia humana a la experiencia de la fe, haciendo imposible la relación entre la fe y la vida; la subordinación de los contenidos de la fe a las experiencias humanas elegidas, olvidando elementos esenciales del mensaje; la utilización de la experiencia como simple punto de partida o pretexto pedagógico para la transmisión del mensaje cristiano; el aplazamiento indefinido del encuentro con la palabra de Dios.

A la luz de los documentos del magisterio de la Iglesia sobre la catequesis en los años 70 (Evangelii nuntiandi, Sí­nodo de obispos sobre la catequesis y Catechesi tradendae), la reflexión catequética ha ido consiguiendo una formulación más equilibrada y precisa de la experiencia en catequesis, como aparece, entre otros, en los documentos de la Iglesia española: La catequesis de la comunidad (1983), El catequista y su formación (1985) y La catequesis de adultos en la comunidad cristiana (1990).

En los últimos años, la problemática de la experiencia humana en catequesis parece haber perdido relieve, tanto en la reflexión como en la práctica catequética. Entre otras razones, podemos indicar: a) un cierto cansancio pedagógico, unido a la incapacidad de muchos catequistas para tratar la experiencia adecuadamente; b) cierta actitud de sospecha ante la llamada catequesis de la experiencia, propiciada a veces por alguna que otra voz autorizada, que ha favorecido la inhibición por miedo a equivocarse.

El nuevo Directorio general para la catequesis (DGC) de 1997 -con abundantes referencias al tema- destaca explí­citamente la importancia de la experiencia humana en catequesis, cuyo fundamento es la pedagogí­a de la encarnación «por la que el evangelio se ha de proponer siempre para la vida y en la vida de las personas» (DGC 143): es parte esencial de la catequesis. «La relación del mensaje cristiano con la experiencia humana no es puramente metodológica, sino que brota de la finalidad misma de la catequesis, que busca la comunión de la persona humana con Jesucristo» (DGC 116); su iluminación e interpretación es tarea permanente de la pedagogí­a catequética y no debe descuidarse, a pesar de las dificultades, «so pena de caer en yuxtaposiciones artificiosas o en comprensiones reduccionistas de la verdad» (DGC 153); ha de ser valorada debidamente, por la diversidad de funciones que desempeña: transformando la existencia humana, favoreciendo la inteligibilidad del mensaje y, sobre todo, siendo espacio donde se manifiesta y se realiza la salvación (cf DGC 152).

Venciendo dificultades y superando errores, se impone hoy la necesidad de recuperar la experiencia humana para la catequesis, en toda su amplitud y profundidad.

2. LA PALABRA DE DIOS EN LA CATEQUESIS. «La palabra de Dios ilumina todo el acto catequético y es el elemento que da conexión a todos los demás» (CC 228). La catequesis hace resonar la Palabra en el corazón de los catecúmenos y catequizandos «para dejarse interpelar, para conocerla en profundidad y para orientar desde ella su experiencia» (CAd 266).

La Sagrada Escritura y el catecismo son los polos referenciales a los que acudir, en el proceso de catequización, para entrar en contacto con la palabra de Dios (cf DGC 132; CAd 266). Por la posición preeminente que la Sagrada Escritura tiene en todo el ministerio de la Palabra (cf DGC 127), nos referimos especialmente a ella, al plantearnos cómo se hace presente la palabra de Dios en el acto catequético.

La constitución dogmática Dei Verbum (DV) del Vaticano II constituye para la catequesis «una sólida base sobre la que apoyar la manera de entender el carácter propio de la catequesis» (CC 106). Todaví­a no se ha reflexionado suficientemente sobre este documento, para sacar todas sus consecuencias catequéticas. Por ejemplo, de su concepción personalista de la Revelación, del carácter histórico y sacramental de la misma, de las pistas que nos ofrece para superar las dificultades de conciliación entre la fides qua y la fides quae, entre Escritura y Tradición, entre integridad del Mensaje y adaptación pedagógica, etc.

El estudio de la palabra de Dios se ha visto alentado posteriormente por el documento de la Pontificia comisión bí­blica: La interpretación de la Biblia en la Iglesia5. Se trata de un manifiesto en favor de la racionalidad en el estudio de la Biblia, de la historicidad de la Revelación, de la apertura respecto a todos los métodos objetivos de investigación y del diálogo con todas las ciencias que puedan aportar soluciones. El capí­tulo dedicado a la Interpretación de la Biblia en la vida de la Iglesia (CC 111-125) ilumina especialmente la manera de entender la palabra de Dios en el acto catequético.

Desde la Dei Verbum y La interpretación de la Biblia en la Iglesia, nos preguntamos cómo en el acto catequético la palabra de Dios «se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del evangelio» (CT 22).

La Revelación es el acontecimiento de Dios saliendo al encuentro del hombre para entablar con él un diálogo de salvación. Así­, «en los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21). La Biblia nos muestra cómo Dios trata con el hombre por los caminos de la historia y de la encarnación:
– Durante siglos, Dios formó a su pueblo y preparó los caminos del evangelio. Israel conoció a Dios, no en abstracto, sino por la experiencia de los caminos de Dios en su historia. Esta historia de salvación se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros del Antiguo Testamento.

La Revelación encuentra en Jesucristo su consumación y perfección: el Hijo de Dios entra en la historia; «la Palabra hecha carne… habla las palabras de Dios» (DV 4), utilizando sin reparo la condición humana y sus medí­os de expresión. Y la Iglesia apostólica, guiada por el Espí­ritu, va descubriendo la verdad completa (cf Jn 16,12-15) en su propia historia (la vida de las primeras comunidades cristianas), a la luz de la tradición de Israel referida a Cristo y del testimonio apostólico sobre el Señor resucitado. De todo esto dan fe los escritos del Nuevo Testamento, donde la palabra de Dios despliega su fuerza de modo privilegiado.

Si Dios se comunica con nosotros entrando en la historia y sometiéndose a ella (kénosis), hemos de afirmar que no existe palabra de Dios, por así­ decirlo, quí­micamente pura. No hay palabra de Dios sin palabra humana, sometida a las leyes y a las limitaciones de nuestro lenguaje. En la Biblia, Dios se hace texto. Un texto alejado de nosotros por miles de años. Construido de acuerdo con una cultura que no es la nuestra. ¿Cómo podrá ser ese texto palabra de Dios para nosotros hoy? «La difí­cil tarea de la catequesis consiste justamente en hacer hablar hoy al lenguaje de una tradición» (CC 145). El acto catequético es un acto hermenéutico, de actualización.

La hermenéutica moderna nos ha hecho comprender que «todo texto, y por tanto también el bí­blico, se dirige al lector con una pretensión, no se deja considerar pasivamente, se acerca a la existencia del lector con una nueva posibilidad existencial. A su vez, el lector se acerca al texto con una relación vital al tema… A esta í­ntima relación previa entre texto y lector, junto con la dinámica que se desencadena cuando ambos se enfrentan, podemos llamarla cí­rculo hermenéutico»6.

Se trata de una expresión ya clásica para diseñar las leyes de la interpretación y, por tanto, del conocimiento y de la apropiación de sentido. La palabra cí­rculo indica la dinámica que se establece entre el comienzo y el final del proceso, que es el mismo sujeto que interpreta: partiendo de mí­, mediante el texto, vuelvo de nuevo a mí­ pero a un nivel distinto. Cuando tratamos de escuchar hoy un texto del pasado (en nuestro caso, la Biblia), se ponen en funcionamiento los distintos momentos del cí­rculo hermenéutico: desde la precomprensión de nuestra situación de vida concreta, llegamos por la exégesis al encuentro con el texto y su sentido vital; sentido que podemos hacer contemporáneo nuestro mediante un proceso de actualización o transculturación; para dejarnos interpelar por esa palabra y tomar una decisión concreta o actuación, a través del discernimiento.

Aquí­ se cierra el cí­rculo, encontrándonos con nuestra situación de vida iluminada, confrontada, cambiada7… Analizamos más en detalle cada uno de estos momentos:
a) La pre-comprensión. Para comprender, debo comprenderme. Pensar en un acercamiento objetivo, neutral, al texto es una falsificación. Hay siempre una confrontación entre el texto y yo, entre lo que escucho y lo que soy. Sobre todo, cuando están en juego valores importantes y el riesgo de su aceptación o su rechazo. Y más aún cuando se trata de la fe, y es la salvación lo que se ventila. La precomprensión supone apertura al texto e hipótesis adelantada de lectura: 1) la apertura al texto consiste en una actitud interior de aprecio, en un doble sentido: espero de esa palabra algo valioso para mi vida, y percibo al mismo tiempo en ella un deseo de comunicación, el gesto de una mano amiga, que trata de suscitar en mí­ la simpatí­a; 2) la pre-comprensión supone también situarse ante el texto desde los propios interrogantes vitales, esperar de él una verificación de aquellas hipótesis de sentido, que ahora tengo sobre mí­ mismo y sobre los demás, tanto individual como colectivamente.

b) La escucha del texto. Para comprender un texto del pasado es necesario hacerse contemporáneo del mismo. La Biblia tiene en sí­ una densidad existencial propia de los personajes que la pueblan. «El sentido para mí­, que brota de la Biblia, pasa necesariamente a través del sentido para ellos; la actualidad de la Palabra es actualización, es decir, transferencia al presente de un significado que apareció y que fue vivido en el pasado, prolongación de validez también para hoy de un sentido manifestado ayer… La mayor convergencia eclesial suele darse en el gesto de violentar el libro con el pretexto de hacerlo vivo. Cuando el primer servicio al libro, y a la Iglesia a quien se le ha confiado, es el de restituirle su sentido propio, para activar en torno a él la comunión real del consenso en vez de la convergencia formal del polisenso»8. Esta es la misión de la exégesis, realizada a través de una pluralidad de métodos, que no han de verse como contrapuestos y creadores de confusión, sino como una opción convergente de instrumentos diversos que, bien conjuntados, pueden ofrecernos el sentido del texto en toda su riqueza sinfónica9.

c) La actualización. Pero no basta que la Biblia se diga a sí­ misma: ha de hablar con el hombre de hoy. «La actualización es necesaria porque, aunque el mensaje de la Biblia tenga un valor duradero, sus textos han sido elaborados en función de circunstancias pasadas y en un lenguaje condicionado por diversas épocas. Para manifestar el alcance que ellos tienen para los hombres y mujeres de hoy, es necesario aplicar su mensaje a las circunstancias presentes y expresarlo en un lenguaje adaptado a la época actual» (La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 112). Con H. Gadamer, recordamos que para comprender un texto hay que interpretarlo siempre a través del espesor u horizonte de las tradiciones que nos lo han transmitido. Actualizar consiste en hacer la historia de las actualizaciones precedentes hasta la nuestra. «Cuando la catequesis transmite el misterio de Cristo, en su mensaje resuena la fe de todo el pueblo de Dios a lo largo de la historia» (DGC 105). Podemos distinguir en este caso un momento bí­blico, un momento eclesial y un momento antropológico:
– Momento bí­blico. La Biblia lleva dentro de sí­ esta dinámica de actualización a través de las llamadas relecturas, que de los acontecimientos salvadores se han ido haciendo durante su largo proceso de elaboración. Así­ tenemos, por ejemplo, la relectura que el Nuevo Testamento hace del Antiguo, o la que hacen las primeras comunidades de la historia terrena de Jesús… (DGC 84-90). La actualización va precisando el mensaje del texto bí­blico, siguiendo la dirección que señalan las distintas relecturas del mismo dentro de la Biblia.

– Momento eclesial. Un salto desde el pasado de la Biblia a nuestro presente, poniendo entre paréntesis veinte siglos de vida de la Iglesia, es un salto en el vací­o que, por desgracia, se da en muchas catequesis (cf DGC 30). Es necesario que el mensaje bí­blico tenga en cuenta las distintas actualizaciones que ha ido haciendo la tradición viva de la Iglesia «con su enseñanza, su vida, su culto» (DV 8). Un proceso de tradición10 que no ha de ser visto como historia de la Iglesia, sino como experiencia de una comunidad que vive su fe en la historia. Una tradición protegida -pero no monopolizada- por el magisterio de la Iglesia, en la que participan todos los cristianos (cf DV 8; LG 12; DGC 95-96). En este contexto adquiere todo su significado la definición de la catequesis como traditio Evangelii in symbolo, verdadero acto de tradición11, que no se puede limitar a una repetición de los documentos de la fe, sino que ha de posibilitar su interpretación creativa (cf CC 146).

– Momento antropológico. La vuelta al presente se completa con la transculturación. Efectivamente, el horizonte bí­blico, además de ser histórico, es también antropológico, es decir, es un mundo de experiencias y valores que tiende irresistiblemente a identificarse con el mundo de experiencias y valores profundos del hombre de todo tiempo y situación concreta en que vive. La actualización se realiza cuando un valor humano de algún o algunos personajes bí­blicos interpela a la libertad de personas de hoy desde ese mismo valor humano, siempre dentro de esa gama de valores universales comunes, que tienen relación con los eternos y decisivos problemas de la vida: Dios, nuestro destino, el destino de la historia, el bien y el mal, el sufrimiento, el amor, el futuro (cf DGC 133, nota 10). Cuando se produce esa correlación interpeladora o interacción entre el mensaje revelado y las experiencias humanas profundas de las personas de hoy, la Palabra revelada se ha hecho actual. Será la inculturación la que deberá poner el mensaje bí­blico en relación más explí­cita con los modos de sentir, de pensar, de vivir y de expresarse, propios de la cultura local (La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 116). Esta actualización interpeladora lleva a la actuación.

d) La actuación. La Palabra no tiene como finalidad solamente ser escuchada (entendida desde el horizonte cultural propio), sino que ha de ser practicada (cf Lc 11,28). No es lo mismo actualización que actuación: «La primera es la elaboración del mensaje dentro de las categorí­as mentales de hoy; la segunda, la llamada que el mensaje dirige (que el mismo mensaje es) a la libertad de cada uno, en la singularí­sima (no universal) y puntual (no repetible) situación del encuentro»12. El mensaje bí­blico no es único, en el sentido de que el texto no nos da la respuesta puntual a la situación vital de cada uno. Eso explica que, a una misma Palabra, los creyentes puedan dar respuestas diferentes, aunque no contradictorias. El mensaje, más bien, nos ofrece una dirección de marcha, nos da unas posibilidades de opción; «se podrí­a decir que el texto tiene una función negativa: dice lo que no se debe hacer, traza un lí­mite más allá del cual no se andarí­a en el camino de Jesús»13. De la actualización a la actuación no se pasa automáticamente, sino a través del discernimiento. Este implica un diálogo a tres niveles: con Dios (en la meditación, la plegaria, el silencio), con el hombre (las ciencias humanas, los datos de la razón…) y con la comunidad (el catequista, el grupo, el sacerdote…).

Cuando no se tiene en cuenta esta hermenéutica, es frecuente el mal uso de la palabra de Dios en el acto catequético. Errores más frecuentes son: el fundamentalismo, como interpretación literalista de la Biblia; la instrumentalización, que la utiliza para probar afirmaciones dogmáticas, morales o ideológicas; el exegetismo, que se sirve de los métodos histórico-crí­ticos, sin hacer ver la vitalidad de la Palabra ni actualizarla a la situación de los destinatarios; el intuicionismo carismático, que invita a cada uno a expresar lo que le sugiere el texto bí­blico, sin preocuparse de lo que realmente dice14.

3. LA EXPRESIí“N DE FE EN LA CATEQUESIS. Expresarse es hacer pasar algo al plano de lo visible, hacer presente a uno mismo y a los otros lo que llevamos en nuestro interior. Nos referimos aquí­ a la expresión como acto humano, inteligente y libre: acción, al menos en parte, consciente, controlada, intencionada, organizada. Se trata de un acto de creación (aporta algo nuevo al mundo) y, al mismo tiempo, de encarnación (lo espiritual toma cuerpo sin perder por eso su calidad). La expresión conlleva un doble dinamismo: un encuentro del hombre consigo mismo, que implica la necesidad de un cierto recogimiento interior para descubrirse personalmente y en relación con el medio, y un salir de sí­ mismo traduciéndose, para acercarse a los otros y encontrarse con ellos a un nivel más profundo.

La expresión de cualquier experiencia vivida por el hombre tiende a fijarse en el rito, como intento de revivir aquella experiencia; a tipificarse en conductas o modos de proceder surgidos de la actitud nacida en el acontecimiento original; a formularse en dogmas, que responden a la necesidad del ser humano de determinar conceptualmente el contenido de su experiencia15. En el campo educativo, experiencia y expresión son momentos alternativos del dinamismo de maduración del ser humano, en una cadena de mutuos refuerzos: la experiencia se desarrolla expresándose y, a su vez, la expresión da lugar a una nueva experiencia.

El acto catequético participa de este dinamismo: la catequesis tiene su origen en la confesión de fe (experiencia de fe de la Iglesia) y conduce a la confesión de fe (expresión de fe del catecúmeno) (cf MPD 8). Sin expresión de fe no hay madurez cristiana: «No puede decirse que la educación en la fe sea verdaderamente tal mientras no lleva a los catequizandos a expresar la renovación que se está operando en sus vidas» (CAd 267). La expresión de fe tiene diversas formas: la confesión o proclamación de la misma, la celebración y el compromiso cristiano. Estas formas tienen su razón de ser en el concepto mismo de catequesis:
– Desde la catequesis entendida como «educación integral de la fe». Para el creyente, la fe no es algo fijo, inmóvil. No sólo hay un camino que conduce a la fe, sino un camino en la fe misma. Hay un crecimiento de la fe (cf 2Cor 10,15), que la catequesis facilita desarrollando todas sus dimensiones, «por las que esta llega a ser una fe conocida, celebrada, vivida, hecha oración» (DGC 144). La fe crece por el conocimiento: una fe informada, instruida, que busca entender y trata de llegar a la penetración interna de lo que cree. La fe crece, también, por las obras del amor (cf Gál 5,6): el compromiso en el mundo para la construcción del Reino. La fe, como puro don y gracia, crece, sobre todo, por la oración y la celebración: ellas son como la respiración de la fe, donde inhalamos la fuerza del Espí­ritu. Por estas tres ví­as de crecimiento progresa el creyente con la ayuda de la expresión de su fe16.

– Desde la catequesis entendida como «acto de tradición viva de la Iglesia». La Tradición no se entiende como una simple colección de verdades, sino como presencia viva de la palabra de Dios que se realiza en «la doctrina, la vida y el culto» de la Iglesia, de suerte que Dios «sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado» (DV 8). La catequesis inicia al catecúmeno o cate quizando para incorporarse real y vitalmente en esa tradición: le entrega el evangelio (Sagrada Escritura) condensado en el sí­mbolo, regla de fe de la Iglesia; le entrega el Padrenuestro, modelo de toda oración cristiana; le entrega el Mandamiento nuevo y las Bienaventuranzas, encarnación de las actitudes básicas que configuran la vida evangélica. Y el catequizando, a través de la expresión de su fe, devuelve aquella vida que le ha sido entregada, enriquecida con los valores de su cultura (cf DGC 78).

La expresión de fe desborda los lí­mites del acto catequético. Su lugar es toda la vida cristiana: el creyente confiesa la fe en la comunidad cristiana, en medio de los hombres, en la vida y, de forma suprema y excepcional, por el martirio (cf DGC 83); celebra la fe principalmente por medio de la liturgia ordinaria de la Iglesia y por la práctica de la oración personal y comunitaria; compromete su fe viviendo los valores evangélicos en medio del mundo y colaborando activamente en la construcción del Reino. A la catequesis le corresponde, respecto a las distintas expresiones de la fe, tan solo una función iniciadora.

a) La confesión de la fe en el acto catequético. «Mediante la profesión de fe, proclamada en la comunidad, el catecúmeno devuelve -progresivamente interiorizado- el sí­mbolo que le fue entregado» (CC 234). Para ello, la catequesis deberá iniciar en el conocimiento de la fe. La confesión de la fe puede hacerse presente en el acto catequético:
– Como confesión explí­cita de esa misma fe. A través de distintos lenguajes (palabra hablada o escrita, dibujo, expresión corporal, etc.), los catecúmenos y catequizandos expresan su vivencia interior surgida en el encuentro con la Palabra: la intervención salvadora de Dios en sus vidas, la transformación que están experimentando, lo que han contemplado y tocado con sus manos acerca de la palabra de la vida (cf 1Jn 1,1).

– Como confrontación de las expresiones de fe propias con las expresiones acuñadas por la Iglesia. A través de su propio lenguaje, los miembros del grupo hacen una aportación creativa a la tradición viva de la Iglesia y, teniendo en cuenta los documentos de la fe, someten su expresión a la necesaria revisión crí­tica para retener sólo lo que es conforme a la fe (cf DCG 75).

– Como memorización cordial (creer es recordar) o aprendizaje significativo de las fórmulas de fe, tanto doctrinales como sapienciales, en toda su variedad: sentencias bí­blicas, fórmulas litúrgicas, plegarias comunes, expresiones de fe recogidas en los sí­mbolos y en los principales documentos de la Iglesia… (cf DGC 154).

– Como instrucción elemental orientada a que los catecúmenos y catequizandos puedan dar razón de su esperanza (cf 1Pe 3,15) ante ellos mismos y ante el mundo. La catequesis favorece su acceso a la inteligencia de la fe (una fe ilustrada y convencida de su racionalidad), para asegurar la verdad y la, profundidad de su dimensión vivencial, superando el sentimentalismo inconsciente, y, para practicar de forma razonable la obediencia a la fe (Rom 1,5).

b) La celebración de la fe en el acto catequético. «Mediante la celebración, el catecúmeno refiere constantemente a Dios, verdadero artí­fice de su crecimiento, la maduración progresiva de su fe cristiana al compartirla con la comunidad fraterna» (CC 234). Para ello, en la tarea catequizadora se ha de cuidar al máximo una relación profunda entre liturgia y catequesis. Algunas incidencias en el acto catequético:
La catequesis debe disponer de momentos celebrativos, en los que el grupo consiga que su fe llegue a ser experiencia significativa y dimensión interpretativa de la existencia. Esta presencia no puede ser marginal (cf DGC 30) y deberá evitar toda instrumentalización pedagógica de la celebración: lo que se celebra es el paso de Dios por nuestra historia. Sin celebración no hay comunicación ni maduración de la fe.

En el acto catequético tiene un lugar indiscutible la oración. No sólo la oración de petición, sino también de alabanza, de adoración, de acción de gracias… Oración espontánea y con las fórmulas de la tradición orante de la Iglesia. «Cuando la catequesis está penetrada por un clima de oración, el aprendizaje de la vida cristiana cobra toda su profundidad» (DGC 85).

La dinámica catequética necesita hablar la lengua de la liturgia. La correlación entre experiencia y Palabra necesita del lenguaje total de la celebración: el lenguaje simbólico es el único que permite expresar nuestras experiencias en toda su profundidad; el lenguaje simbólico es, también, el lenguaje del misterio, indispensable para expresar la experiencia religiosa. Si la celebración es una catequesis en acto, el acto catequético deberá impregnarse de talante celebrativo y la pedagogí­a de la celebración deberá inspirar la pedagogí­a catequética. Puesto que «el modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal» (MPD 8), el método más apropiado para la catequesis será aquel que mejor respete el clima catecumenal.

c) El compromiso de la fe en el acto catequético. «Mediante el compromiso, el catecúmeno transforma progresivamente su vida y da testimonio ante el mundo de ese hombre nuevo en que se va convirtiendo» (CC 234). Aunque su lugar de realización es la vida, corresponde a la catequesis una pedagogí­a para iniciar al compromiso.

Implicaciones en la configuración del acto catequético: A la pedagogí­a del compromiso, dentro de la pedagogí­a catequética, pertenece: hacer una lectura cristiana de la realidad; proponer campos de acción concretos donde sea necesaria una presencia cristiana transformadora; sugerir compromisos progresivos y enfocados a acciones que estén al alcance de los catequizandos; presentar modelos de identificación, empezando por el testimonio del propio catequista.

La estructura misma del acto catequético ha de llevar por sí­ sola al compromiso: al tomar conciencia del contraste entre su realidad personal y social por una parte, y el proyecto de Dios descubierto en la Palabra por otra, el catequizando deberá sentirse espontáneamente llamado al compromiso. De no ser así­, la acción catequética habrí­a fracasado. El compromiso es, por tanto, un buen indicador de calidad para la catequesis.

El grupo catequético es hoy uno de los puntos de convergencia en el pluralismo de los métodos: el acto catequético se concibe normalmente para ser realizado en grupo. La vida de grupo, pedagógicamente cuidada, es clima y lugar de experimentación del compromiso primordial de la fe: la comunión. La catequesis inicia a la comunión eclesial ayudando a catecúmenos y catequizandos a vivir como experiencia cristiana la experiencia de grupo (cf DGC 159).

En el acto catequético conviene disponer de momentos fuertes para discernir qué exigencias de acción trae consigo la fidelidad a Jesucristo y a su evangelio. Básicamente, en su contenido más inmediato, común y habitual de las obras de misericordia (cf ChL 41). Pero también en lo referente a la participación activa en tareas eclesiales (catequista, animador litúrgico, cooperante en obras asistenciales…), y en lo que atañe a una presencia activa en la sociedad (en la vida profesional, cultural, sindical, ciudadana, polí­tica…).

III. La dinámica del acto catequético
El concepto teológico de correlación es el que mejor nos ayuda a entender la dinámica del acto catequético. Se llama correlación a la relación y diálogo recí­proco entre el mensaje de la fe (palabra de Dios) y las aspiraciones del ser humano (experiencia humana). La correlación se inspira en el método teológico introducido por H. Cohen (1915) y formulado con más precisión por P. Tillich: sólo aquel Dios que se da a conocer en la Revelación puede ser respuesta a la pregunta que es el hombre mismo y satisfacer aquello que, en último análisis, está buscando (ultí­mate concern)17.

Esta intuición teológica ha ido madurando progresivamente y corrigiendo los defectos de formulaciones anteriores. Aplicada al campo de la educación de la fe, se ha convertido en el modelo más adecuado para explicar cómo debe lograrse la perfecta relación entre la fe y la vida (cf DGC 153). La correlación nos permite superar la tentación del dilema. Fe y vida no son realidades que se yuxtaponen: la fe es simplemente una manera particular de vivir, abriéndose a la trascendencia del Espí­ritu. Para esclarecer la relación entre la fe y la vida, es necesario introducir el término experiencia que profundiza a las dos y las pone en interacción. La experiencia es el término mediador entre la vida y la fe. «Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros. La catequesis actúa sobre esta identidad de experiencia humana entre Jesús Maestro, y el discí­pulo» (DGC 116). La correlación pone en marcha la dinámica del acto catequético: establece entre sus dos fuentes (las experiencias humanas de hoy y las experiencias fundantes de la fe) «una relación de reciprocidad crí­tica y constructiva»18:
Una relación de reciprocidad. No se trata de confundir, ni de oponer, ni de yuxtaponer la vida a la fe, sino de establecer relaciones entre ellas a través del concepto de experiencia.

Una relación de reciprocidad crí­tica. Respetando la singularidad de las experiencias de las personas y los grupos, así­ como la singularidad de la experiencia de la tradición de la fe en su contexto histórico. Lo que revela la Palabra, no sólo confirma, sino que corrige, desconcierta, supera a la experiencia humana; esta, a su vez, provoca a la Palabra, la hace viva y eficaz, y le hace sacar del arca de sus tesoros «1as cosas nuevas y viejas» (Mt 13,52).

Una relación de reciprocidad constructiva. Apoyándose en la fides qua (el dinamismo de la búsqueda de la fe tanto en la Tradición como en los catecúmenos o catequizandos), trata de lograr equilibrios siempre nuevos y más adecuados entre la fides quae del grupo catequético y la fides quae de la Iglesia (las objetivaciones de la fe).

La dinámica del acto catequético es una tarea de profundización. Cuando no hay profundidad, se malogra la catequesis. La experiencia humana no puede quedarse en la superficie de la cotidianidad. A través de la reflexión del grupo y del contraste con las experiencias de otros, ha de llegar hasta los grandes interrogantes de la existencia o de la condición humana, lugar común de encuentro con los contenidos de la fe. La palabra de Dios tampoco llega a conectar con la vida de los creyentes en la superficie de sus formulaciones objetivas (textos de la Escritura, fórmulas de la Tradición). Es necesario interpretar esa Palabra para descubrir lo que estaba profundamente en cuestión en la situación que le dio origen. Esa situación será el lugar común de encuentro con la vida de los catequizandos.

La dinámica del acto catequético es, sobre todo, una tarea de inculturación. El nuevo Directorio describe las tareas de la catequesis respecto a la inculturación de la fe: conocer en profundidad la cultura de las personas; reconocer la presencia de la dimensión cultural en el mismo evangelio; discernir los valores evangélicos presentes en esa cultura y purificarla de todo lo que esté bajo el signo del pecado; llamar a las personas a la conversión que la fuerza del evangelio opera en las culturas; promover en cada cultura a evangelizar una nueva expresión del evangelio… (cf DGC 203-204). Todo esto «determina un proceso dinámico integrado por diversos elementos, relacionados entre sí­» (DGC 204). Lo que nos permite la construcción de un modelo teórico de funcionamiento, que bien podemos llamar cí­rculo catequético. Dicho modelo sintetiza de forma operativa toda la reflexión hecha anteriormente, muestra la estructura del acto catequético y permite representar los diferentes momentos que lo articulan. No es una guí­a para las sesiones de catequesis, sino un modelo teórico porque, sólo con él, no se puede actuar directamente: ello será más propio de una metodologí­a de la catequesis.

El modelo presentado refleja un proceso lógico, no un proceso cronológico. Cada uno de los momentos o pasos no ha de ser tratado con una temporalidad uniforme. Tampoco son pasos que deban seguirse uno a otro, ni siquiera en el orden en que están señalados. Ni la experiencia ha de estar solamente al principio del acto catequético, ni la expresión de fe únicamente al final, ni la palabra de Dios ha de limitarse a hacer de puente entre experiencia y expresión. Los momentos, más bien, tenderán a entrecruzarse en el desarrollo concreto de la catequesis. La imagen circular del modelo nos está sugiriendo, por un lado, la flexibilidad con que deberán conjugarse todos sus elementos y, por otro, la unidad y globalidad de todo el acto catequético. Los términos que designan las distintas tareas pedagógicas, en el modelo aquí­ presentado, son meramente orientativos, variables según situaciones y sensibilidades. Lo importante es el momento al que se alude y el objetivo que se persigue, sea cual sea su denominación.

1. EXPERIENCIA: a) Evocación. Tomar conciencia de la experiencia básica que subyace al tema catequético y que lo dinamiza de principio a fin. Apropiarse la experiencia, es decir, verse implicado en ella, sentirse aludido.

b) Profundización. Búsqueda del sentido profundo, humanamente último, de la experiencia evocada. Profundizar es descubrir las aspiraciones profundas que se esconden tras los hechos, las raí­ces y las causas de lo que nos pasa, la actitud con que se está viviendo esa situación, los valores y contravalores que encierra con vistas a la humanización, sus lí­mites y posibilidades… Profundizar es también, a partir de la experiencia concreta de los catecúmenos o catequizandos, tomar conciencia de las implicaciones colectivas que comporta: su repercusión, por ejemplo, en el campo de la’convivencia, la justicia, la paz, el desarrollo de los pueblos, etc.

c) Universalización. La universalización, o generalización, consiste en comprobar la manera que tienen de vivir esa misma experiencia otras personas o grupos, desde los más próximos a los más alejados. Es otra forma de profundizar la propia experiencia, abriéndola a horizontes nuevos. Esto nos permite llegar a eso humano común, a esos valores universales comunes de los que se ha hablado anteriormente.

2. PALABRA DE Dios: a) Actualización. Actualizar la Palabra consiste en tratar de «encontrar, en el corazón de su formulación, la realidad de fe que expresa, y enlazar esta a la experiencia creyente de nuestro mundo» (La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 74). Esto supone un doble movimiento: puesto que la Palabra se ha encarnado en un tiempo, una cultura y un lugar determinados, será necesario viajar al pasado del texto para desenterrar la experiencia de fe que está en el origen de cualquier expresión del Mensaje. Para ello, el catequista deberá servirse de los resultados de la exégesis tanto bí­blica como teológica. Puesto que la palabra de Dios ha de ser palabra para nosotros hoy, será necesario regresar a nuestro presente y poner en correlación sus puntos esenciales (lo humano común de la Palabra) y nuestra vida (lo humano común descubierto en la experiencia).

b) Interiorización. Después de pasar por la ascesis de una lectura aten-ta y laboriosa, la catequesis deberá hacer resonar la Palabra en el corazón de catecúmenos y catequizandos, ayudar a «hacer el paso del signo al misterio» (DGC 108). El catequista ha de dar paso al Espí­ritu para que la palabra se haga carne en los oyentes y experimenten personalmente cómo Dios se hace presente en sus vidas. Es el momento de la proclamación de la Palabra, del silencio, de la plegaria y de la meditación: como Marí­a, que «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).
c) Conversión. El catecúmeno o catequizando responde con la fe a la palabra de Dios. Va madurando su conversión, renunciando a todo absoluto humano y adhiriéndose de una forma más plena a Jesucristo y a cuanto está unido a él: a Dios, su Padre; al Espí­ritu Santo que impulsa su misión; a la Iglesia, su cuerpo; y a los hombres, sus hermanos (cf DGC 81). Es el momento del discernimiento con vistas a la actuación, como nos ha sugerido el cí­rculo hermenéutico. La catequesis «hace madurar la conversión inicial hasta hacer de ella una viva, explí­cita y operativa confesión de fe» (DGC 82).

3. EXPRESIí“N DE FE: 1) Confesión. A lo largo de las sesiones de catequesis, el catecúmeno o catequizando -con su corazón, su memoria, su inteligencia y su voluntad- va confesando su fe: expresando lo que supone la aceptación de la palabra de Dios en su vida. 2) Celebración. El grupo catequético celebra, en comunidad frater-na, su experiencia de fe y da gracias a Dios, en la oración, por la salvación que el Señor va realizando progresivamente en sus vidas. 3) Compromiso. El catecúmeno o catequizando se compromete en lo que confiesa y celebra. Trata de discernir cómo comunicar a los hombres el don de la fe que ha recibido, y cómo colaborar activamente en la construcción del reino de Dios en el mundo.

NOTAS: 1M. RoMíN-E. DíEZ, Curriculum y enseñanza. Una didáctica centrada en procesos, EOS, Madrid 1994, 178-179 – 2 Cf E. ALBERICH, La catequesis de la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 78-79. – 3 INSTITUTO SUPERIOR DE CATEQUESIS DE NIMEGA, Bases para una nueva catequesis, Sí­gueme, Salamanca 1973; M. VAN CASTER, Pour une éclairage chrétien de 1’expérience, Lumen vitae 25 (1970) 241-252; J. LE DU, Realidad humana y reflexión cristiana, Comercial de publicaciones, Valencia 1970; A. EXELER, La educación religiosa, CCS, Madrid 1992. – 4 Catequesis y promoción humana, Sí­gueme, Salamanca 1969, 18. Idea posteriormente confirmada en Puebla, 803. – 5 PONTIFICIA COMISIí“N BíBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, PPC, Madrid 1994. – 6 L. F. GARCíA VIANA, La Biblia en la formación de catequistas, Teologí­a y catequesis 3 (1983) 340. -7 Se sigue aquí­ muy de cerca la exposición del profesor Cesare Bissoli en la Universidad pontificia salesiana de Roma. cf C. BISSOLI, Attualizzare la Bibbia, ma come?, Note di pastorale giovanile 12 (1978) 5, 48-54; La Bibbia nella catechesi, Ldc, Turí­n 1973. – 8 A. RIZZI, Teologia della liberazione. Spunti correttivi, Rivista di teologia morale 5 (1973) 189. Una exposición más amplia sobre el problema hermenéutico, del mismo autor: Bibbia e interpretazione. L’incidenza del problema ermeneutico negli studi biblici, en I libri di Dio. Introduzione generale alla Sacra Scrittura, Turí­n 1975, 273-321. – 9 Cf M. NAVARRO, Tendencias actuales de la exégesis bí­blica, Selecciones de teologí­a 136 (1995) 261-267. -10 Cf W. KASPER, Escritura y Tradición: perspectiva pneumatológica, Selecciones de teologí­a 123 (1995) 260. – 11 Cf A. BRAVO, La catequesis acto de tradición, Teologí­a y catequesis 3 (1984) 343-346; C. BissoLI, La Bibbia e la Tradizione come fonti della catechesi, Catechesi 49 (1980) 3-13. -12 A. RIZZI, a.c., 191. -13 Ib, 195. -14 Cf C. BISSOLI, La Bibbia nella catechesi, o.c., 10-13 y L. F. GARCíA VIANA, a.c., 342. – 15 Cf H. BISSONNIER, La ex-presión, valor cristiano, Marfil, Alicante 1967. -16 Cf W. KASPER, La fe que excede todo conocimiento, Sal Terrae, Santander 1988, 61-65. -17 P. TILLICH, Teologí­a sistemática I, Sí­gueme, Salamanca 1982, 86-93. – 18 Cf L. Rl-DEZ, La correlazione in catechesi: l’esperienza della tradizione e 1’esperienza attuale, en A. FOSSION-L. RIDEZ, Adulti nella fede, Paoline, Milán 1992, 118-119.

BIBL.: ALBERICH E., La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991; DUBUISSON O., El acto catequético: su finalidad y su práctica, CCS, Madrid 1989; FOSSION A.-RIDEZ L., Adulti nella fede, Paoline, Milán 1992; GEVAERT J., La dimensión experiencia) de la catequesis, CCS, Madrid 1985; HUGUET, J., Hacia dónde va la catequesis I, CCS, Madrid 1983; Lí“PEZ J.-PEDROSA V. M., Experiencia humana y experiencia de fe. La interacción catequética en el catecismo y en la catequesis, Actualidad catequética 81-82 (1977) 113-137; SECRETARIADO NACIONAL DE CATEQUESIS, Con vosotros está. Manual del educador 2. Orientaciones fundamentales para la catequesis de los preadolescentes. 3. Orientaciones pedagógico-catequéticas, Edice, Madrid 1977.

Manuel Montero Gutiérrez
M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética