ADAN

v. Hombre Gen 1:26-5:5.
Rom 5:14 reinó la muerte desde A hasta Moisés
1Co 15:22 porque así como en A todos mueren
1Co 15:45 fue hecho el primer .. A alma viviente
1Ti 2:13 A fue formado primero, después Eva


Adán (heb. ‘í‚dâm, “hombre”, “ser humano” o “rojo” [existe una posible conexión con el verbo ‘âdam, “ser rojizo”, lo que serí­a una referencia a la arcilla de la que fue formado, y con ‘adâmâh, “suelo”, “tierra”]; fen. y ugar. ‘dm, “hombre” [en sudar. “siervo”]; ac. Admu, “niño”; cun. de Ebla, Ad~mu; gr. Adám). Primer miembro de la familia humana, creado por Dios del polvo de la tierra (Gen 2:7). Su esposa, Eva, fue formada de una costilla de él (vs 21, 22). A Adán se le dio autoridad sobre la tierra y todas las criaturas vivientes (1:26), y la orden de poblar el mundo (v 28). El y su esposa fueron puestos en “un huerto en Edén, al oriente”, y se les dio la tarea de labrarlo y cuidarlo (2:8, 15); el producto de las 20 plantas y los árboles serí­an su alimento (1:29). 9. Curso del Jordán, cerca de Adam, detenido por desprendimientos ocuridos durante el terremoto del 11 de julio de 1927. Adán y Eva fueron creados perfectos (1:31) -por tanto, sin pecado-, pero también con el poder de elección, de modo que tení­an la libertad de desobedecer a Dios. El los probó por medio del “árbol de la ciencia del bien y del mal”: les prohibió comer su fruto; incluso tocarlo (2:17; 3:3). Eva fue seducida por la serpiente y comió, y luego persuadió a Adán para que comiera también (3:1-7). Por este acto de desobediencia trajeron sobre sí­ y sus hijos la maldición del pecado, y fueron expulsados del huerto (vs 8-24). Después de la expulsión del Edén, Adán y Eva tuvieron a Caí­n, Abel, Set e “hijos e hijas” (4:1, 2, 25; 5:4). Adán murió a los 930 años (5:5). No se sabe cuánto tiempo vivió en el Edén (aunque serí­a un tiempo relativamente corto), ya que tení­a 130 años cuando nació Set (v 3), lo que evidentemente ocurrió algún tiempo después de su expulsión (4:1-25). Por causa del pecado de Adán, la muerte afectó a toda la familia humana (Rom 5:12- 14; Eph 2:12). Sin embargo, Cristo, el 2º Adán (1 Cor. 15:45-47), venció donde fracasó el 1er Adán (cf Mat 4:1-10), y por su sacrificio hizo posible nuestra redención de los resultados del pecado de nuestros primeros padres (Heb 5:9; 9:28).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

(heb., †™adham, de la tierra, o tomado de la tierra roja). En heb. éste es tanto un nombre personal (Gen 2:20; Gen 3:17, Gen 3:21; Gen 4:25; Gen 5:2-3; 1Ch 1:1) como un sustantivo general (humanidad, usado más de 500 veces en el AT). Como el primer y representativo hombre, Adán fue hecho a la imagen de Dios; se le proveyó un jardí­n, una esposa y trabajo para hacer (Génesis 1—2). Su rechazo de la autoridad de Dios resultó en el quebrantamiento de su comunión con Dios (ver CAIDA, LA), su expulsión del Edén y una vida de trabajo duro (Génesis 3). De los descendientes fí­sicos de Adán y Eva surgió la raza humana.

Adán es mencionado nueve veces en el NT (Luk 3:38; Rom 5:14 [dos veces]; 1Co 15:22, 1Co 15:45 [dos veces]; 1Ti 2:13-14; Jud 1:14). Verdades dignas de notar son la unión en una carne de Adán y Eva, la comparación de la identidad y el papel de Adán con los de Cristo y la sumisión de la mujer al hombre.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(De la tierra).

El primer hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Gen 1:26, a 5:5.

– El pecado de Adán y Eva en Gen. 3 fue el origen del pecado y de la muerte, según Rom 5:12-21. De él heredamos todos los hombre y mujeres el “pecado original”, que se borra con el bautismo. Ver “Bautismo”.

– Adán y Cristo, 1Co 15:22, 1Co 15:45.

– Adán y Eva, el hombre y la mujer, 1Ti 2:13.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Hombre, persona). (Posible combinación de las palabras ha adam -terreno- y ha adama -rojizo). Nombre del primer hombre, porque Dios †œformó al hombre del polvo de la tierra† (Gen 2:7). La palabra A. es de uso frecuente en el AT, casi siempre traducida como †œhombre†. Dios creó al hombre en el sexto dí­a, varón y hembra, a su imagen (Gen 1:27). Inmediatamente antes de su creación, Dios discurre o habla sobre lo que va a hacer, cosa que no hace con sus otras creaciones (Gen 1:26) . Le ordenó señorear sobre la creación (Gen 1:28-30). Lo puso en el huerto de †¢Edén (Gen 2:8). Le dio responsabilidades relacionadas con el cultivo y cuidado de la tierra (Gen 2:15), así­ como mandamientos (Gen 2:16-17).

Los animales no le proporcionaban †œayuda idónea† (Gen 2:19-20) y Dios le buscó una, haciéndole dormir y formando a †¢Eva de una de sus costillas (Gen 2:18-23). A. tení­a perfecta comunión con Dios (Gen 3:8-9). A. desobedeció a Dios al comer del †œárbol de la ciencia del bien y del mal† (Gen 3:6), violando así­ el pacto con Dios (Ose 6:7), tras lo cual se escondió (Gen 3:8). Cuestionado por Dios, echó la culpa a Dios mismo diciéndole: †œLa mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí­† (Gen 3:12). Junto con Eva fue echado del Edén (Gen 3:24). Tuvo muchos hijos e hijas, entre ellos †¢Caí­n, †¢Abel y †¢Set (Gen 4:1-2; Gen 5:3-4). Vivió novecientos treinta años (Gen 5:5).
la genealogí­a del Señor Jesús que aparece en Luc 3:38, se dice que A. era †œhijo de Dios†. Aunque tení­a, pues, el mejor padre, A. falló. Como consecuencia de su caí­da, se perdió la inocencia (Gen 3:7), cayó maldición sobre la serpiente (Gen 3:14-15); se multiplicó el dolor en la preñez de la mujer (Gen 3:16a); se inició el abuso del hombre sobre la mujer (Gen 3:16b); comienza el desequilibrio ecológico (Gen 3:17); el trabajo del hombre se torna incómodo y menos productivo (Gen 3:19a); y sobre todo, se introdujo la muerte en la humanidad (Gen 3:19b).
í­ †œreinó la muerte† en los seres humanos que le siguieron (Rom 5:14). A pesar de haber pecado, Dios preparó para A. y Eva †œtúnicas de pieles y los vistió† (Gen 3:21). Asimismo, les hizo una promesa relacionada con una futura redención (Gen 3:15). Para comparar los efectos de su acción con los de la obra de Cristo, la Escritura habla del †œprimer A.†, que fue hecho †œalma viviente†, mientras que el Señor Jesucristo es el †œpostrer A., espí­ritu vivificante† (1 Co. 15.45). Y †œasí­ como en A. todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados† (l Col 15:22). El NT establece un paralelo entre A. y Cristo, de manera que así­ como A. fue el responsable de la introducción de la muerte en la historia de la humanidad, Cristo es el Autor de la Vida, la cabeza de una nueva creación. Además, el daño introducido por el primer A. no es comparable con los beneficios que trae el segundo A. (Cristo), pues por éste †œabundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios† (Rom 5:15).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG TIPO HOMB HOAT Nombre dado al primer hombre creado por Dios. La palabra hebrea aparece en el Antiguo Testamento más de 500 veces y casi siempre significa “hombre” o “ser humano” (Gn. 7:23; 9:5-6). Adán es el nombre común para indicar el primer progenitor del linaje humano. Muchos ven el origen de la etimologí­a de esta palabra en el sumerio “Adan”, o “mi Padre”. Flavio Josefo dice que en la Antigüedad era común la opinión que hací­a derivar el nombre de Adán de la palabra “rojo”, aludiendo a la coloración de la piel y de acuerdo con la costumbre egipcia de poner en sus monumentos los hombres coloreados en rojo. El primer hombre creado por Dios, Adán, estaba en í­ntima relación con la tierra, “Adamah” (Gn. 2:5; 3:19-23; 10:9; 34:15; Sal. 7:1). Adán fue un hombre dotado de una personalidad y de caracterí­sticas propias (Gn. 4:1-25; 5:1-3 ss; 1 Cr. 1:1). Adán es padre de todos los hombres; Dios lo creó primero a él y luego a su mujer Eva, y ambos fueron los padres de toda la Humanidad: “Los creó macho y hembra” (Gn. 1:26-28). Los hijos de Adán y Eva nombrados en la Biblia son Caí­n, Abel y Set (Gn. 4:1, 2, 25), aunque engendró después otros anónimos. Al nacer Set, Adán tení­a 130 años, y vivió hasta 930 años (Gn. 5:3-5). Adán fue el único entre los seres de la tierra creado a la imagen y semejanza de Dios, con razón, con imaginación creativa y con inteligencia superior que le capacitaba para conocer, amar y comunicarse, no tan sólo con los demás seres inferiores, sino también con Dios. Fue la mayor y la última de las obras de la Creación de Dios, y recibió dominio sobre todo lo que la tierra contení­a. Para que no estuviese solo, Dios le dio a Eva como compañera y ésta llegó a ser su mujer. Adán fue hecho hombre perfecto (completo en todas las dotes fí­sicas, mentales y espirituales) y colocado en el jardí­n del Edén para someterlo a prueba, inocente y feliz, pero expuesto a la tentación y el pecado. Adán cayó por haber quebrantado el expreso mandamiento de Dios, por la tentación de Satanás y las instancias de Eva, y así­ incurrió en la maldición él mismo y toda su posteridad. En el Nuevo Testamento el nombre de Adán aparece 9 veces. Ocho veces en relación al primer hombre (Lc. 3:38; Ro. 5:14; 1 Co. 15:22, 45; 1 Ti. 2:13, 14; Jud. 14). Y una en relación a Cristo (1 Co. 15:45). En distintas ocasiones se hacen alusiones a Adán, el primer hombre, pero como nombre propio no aparece (Mt. 19:2-8; Mr. 10:6-8; Ro. 5:8, 15-19). De estas diferentes citas del Nuevo Testamento podemos concluir que Adán es único porque no tení­a padre ni madre, es el primero entre los hombres, y fue hijo de Dios por creación (Lc. 3:38), no por descendencia de ninguna raza animal. Por esto tiene una relación espacialí­sima con la raza humana. El Nuevo Testamento la compara con la de Cristo, que es el último Adán progenitor espiritual de todos los redimidos. Entre estas dos generaciones: la de Adán (el padre de todos los hombres) y Jesucristo (el nuevo Adán) se desarrolla toda la historia de la raza humana (1 Co. 15:45-49; Ro. 5:13-19). No hay nadie que haya vivido antes de Adán, porque es el primer hombre; y así­, tampoco hay nadie que haya vivido antes de Cristo en la gracia, porque Cristo es el segundo Adán. Todos los hombres viven por y en Cristo cuando son nacidos a El por la fe. Adán se convierte de este modo en un prototipo de Jesucristo, el que habrí­a de redimir a todos los hombres. Por Adán entraron la muerte y el pecado. La Epí­stola a los Romanos nos dice explí­citamente que por la trasgresión de Adán el pecado entró en el mundo (Ro. 5). En Adán todos los hombres pecaron y murieron. A través de la transgresión de un hombre (Adán), todos fueron hechos pecadores (Ro. 5:18). A través de su traspaso de la ley y de su condenación, todos los hombres llegaron a ser pecadores y mortales; a través de la obra de Cristo, todos los hombres que siguen a Cristo son rescatados y liberados del pecado y de la muerte. El Nuevo Testamento confirma así­ la historicidad de los relatos de los primeros capí­tulos de Génesis que se relacionan con Adán. En 1 Co. 15:45-47 tenemos una alusión clarí­sima a Génesis, (Gn. 2:7), y en la primera Epí­stola a Timoteo, (1 Ti. 2:13), tenemos otra referencia a Génesis, (Gn. 2:20-23). Son muchos los pasajes que en el Nuevo Testamento presentan alusiones clarí­simas (algunas veces implí­citas, pero muchas veces explí­citas) de los hechos sucedidos antes de que se escribiese la Biblia y que ésta nos relata en sus primeros capí­tulos. El Nuevo Testamento no pone en duda la historicidad de Adán, nos garantiza la historicidad de aquellos relatos antiquí­simos sobre el origen de la Humanidad, sobre la entrada del pecado en el mundo, sobre la vida que el Señor tení­a preparada para los hombres que fueran obedientes, y sobre la nueva vida que nos promete a través del nuevo Adán si nosotros seguimos a Jesucristo.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[011]

Nombre del primer hombre creado por Dios en el Paraí­so. (Gn. 4.25) Su significado etimológico es dudoso. Presente en toda la tradición cristiana como fuente de vida y origen del pecado original por su desobediencia, la idea de Adán, o Adam, pertenece a los misterios de la vida.

Como es natural, constituye un mito bí­blico de interpretación variable, según sea la tendencia que se adopte ante la Biblia.

(Ver Patriarcas 1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Alianza, pecado original, redención)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La etimologí­a popular dice que Adán proviene de adamaha (tierra). Por eso Adán, el primer hombre, serí­a el terroso, el que fue hecho del lodo de la tierra y al que Dios infundió el aliento vital (Gén 1,26). Dios le dio, sacándola de él, la ayuda de la mujer. Adán y Eva son el prototipo de la pareja conyugal (Mt 19,4-5). Fueron puestos por Dios en el paraí­so, como señores de todo lo creado, pero también sometidos a la prueba de obediencia, que no superaron (Gén 3), lo que es causa del pecado de origen que todos los hombres heredamos. Todos sufrimos la consecuencia de su pecado, la muerte universal, pues todos descendemos de Adán (Act 17,26). San Pablo hace una contraposición entre Adán y Cristo. Si en Adán, el primer hombre, todos morimos -porque en él y como él todos pecamos-, en Jesucristo, el segundo hombre, el nuevo Adán, todos vivimos. Adán trajo la muerte y su resurrección, venció a la muerte misma. Por la desobediencia de Adán entró en el mundo el pecado, la condenación y la muerte. Por la obediencia de Jesucristo tenemos la gracia la justificación y la vida (Rom 5,12-21). Si la muerte a todos nos afecta, la redención de Jesucristo es también universal. El evangelio de San Lucas intenta la comparación de Adán y Jesús en las famosas tentaciones del desierto. Jesús, “hijo de Adán, hijo de Dios” (Lc 3,38), es el verdadero Adán, pues si el primer Adán sucumbe ante la tentación del Demonio, Jesús resiste al Tentador (Lc 4).

E.M.N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> hombre, Eva, Cristo, Hijo de Hombre). Adán y Eva aparecen en Gn 1-3 como representantes de todos los hombres, de manera que en ellos se expresa y condensa el destino del conjunto de la humanidad. Así­ podemos entenderlos a lo largo de la Biblia como expresión del “ser humano”, varón y mujer, de tal manera que su sentido se va expandiendo y definiendo a lo largo de la historia de la humanidad. Por eso, el verdadero Adán de la Biblia no es el que aparece y cumple su función en Gn 1-3, sino aquel cuya identidad se va expresando a lo largo de la historia. La figura de Adán ha sido reinterpretada sobriamente en el libro de la Sabidurí­a*, pero también, con mucha más fuerza, en una serie de textos apocalí­pticos, sapienciales y gnósticos que hablan de un Adán-Cósmico, Adán-Kadmón, en el que se incluyen de algún modo todos los seres humanos, en su elevación y en su caí­da. Desde una perspectiva cristiana, la figura de Adán ha sido recreada en la lí­nea de las visiones del Hijo* del Hombre y, sobre todo, en las especulaciones de Pablo sobre el pecado de la humanidad y sobre el surgimiento del Segundo Hombre que es Cristo.

(1) El primer hombre, Adán pecador. Pablo ha interpretado la figura de Adán desde su visión de Cristo, como salvador universal. Así­ puede decir: “Pues, si por el delito de uno murieron muchos (todos), cuánto más la gracia de Dios… y el don de Jesucristo desbordará sobre muchos (sobre todos)” (Rom 5,15). “Como el delito de uno resultó en condena para todos los hombres, así­ también la justicia de uno resultó en justicia de vida para todos” (Rom 5,18). Entendido así­, desde Cristo, Adán, el hombre originario (que es Adán-Eva, varón y mujer) aparece como signo y principio de toda la humanidad: es la figura del hombre (del ser humano, varón-mujer) que ha quedado encerrado en la trama del bien/mal y que, queriendo hacerse dueño de la Vida (divina), ha terminado condenándose a la muerte. Podemos afirmar que ese Adán es el hombre primero en quien estamos todos incluidos: es la humanidad en su proceso de pecado-muerte; la humanidad culpable y condenada, bajo el juicio del talión, que ha culminado su maldad matando al Cristo. Pues bien, el hombre Jesús supera ese nivel donde se situaba Adán (ser humano pecador), rompe el principio del talión e introduce su vida (vida de Dios) allí­ donde existí­a sólo juicio (muerte). Sobre esa base inicia Pablo su argumento sobre el pecado y la gracia, argumento que luego desarrolla en toda la sección central de Rom (6,1-8,30). (a) El pecado (desobediencia) desliga al hombre de Dios situándolo en manos de su propio juicio, es decir, de su elección del bien/mal. Para regular ese mundo de pecado-juicio fue necesaria la ley, que domina de algún modo el pecado, pero que no puede superarlo. De esa forma vive inmerso en un cí­rculo de muerte, (b) La gracia de Dios en Cristo ha liberado al hombre para la Vida, llevándole más allá de la disputa del bien/mal, hasta la raí­z de la generosidad divina. Así­ se formula el nuevo comienzo pascual: la verdad del hombre mesiánico, que supera el pecado de Adán. En sí­ mismo, Adán era el hombre de una historia universal sin Cristo, el hombre que se encierra en una trama de pecado que desemboca en la muerte. Lógicamente, ese Adán está al principio, como sabe Gn 2-3, pues nosotros somos fruto de aquello que otros fueron: de la herencia de su mal hemos nacido. Pero, al mismo tiempo, Adán somos nosotros mismos, con nuestro tejido de violencia y ley, como humanidad que se articula y unifica en clave de pecado.

(2) Jesús, humanidad verdadera. Jesús es para Pablo el último Adán. No es la humanidad prediferenciada (antes de la escisión del varón/mujer); tampoco es un Adán varón que se opone a Eva como si él fuera lo masculino y ella lo femenino; tampoco es un simple Mesí­as de Israel. Jesús es el hombre nuevo, que viene de Dios, un hombre concreto, siendo la humanidad total: Logos o Palabra de Dios, humanidad definitiva: “Adán, el primer hombre, fue alma viviente; el último Adán es espí­ritu vivificante. Pero lo primero no es lo espiritual, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terreno; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo” (1 Cor 15,46-47). Conforme a la experiencia histórica de la vida de Jesús (Encarnación*) y a la intuición teológica de Pablo, este nuevo hombre que es Jesús no ha surgido de la tierra por obra de un Dios, que sopla sobre el barro (como el Adán primero de Gn 2,7), sino que proviene del cielo (de Dios), siendo totalmente divino, aunque naciendo al mismo tiempo de la historia humana, reflejada y concretada en el deseo materno de la mujer-madre (que se expresa en Eva, madre de todos los vivientes) (cf. Gn 3,20), tal como vie ne a realizarse en la madre concreta de Jesús (cf. Gal 4,4). Entendido así­, Jesús es el hombre escatológico: el Adán inclusivo en quien quedan asumidos todos los varones y mujeres de la tierra. Por eso (en sentido simbólico fundante) él ya no es varón ni mujer, sino ser mesiánico que incluye y desborda en humanidad de amor a varones y mujeres, como sabe Gal 3,28. Ha sido de hecho varón en plano histórico, pero no es varón en plano salví­fico o redentor, sino hombre universal, hermano de todos, anthropos definitivo (cf. 1 Cor 15,21.45) y no un anér, varón, varón/marido como aparece en otras tradiciones (cf. 2 Cor 11,2; Ef 5,25) que deben interpretarse aquí­ como derivadas o secundarias. Desde esa perspectiva se ha dicho y puede decirse que allí­ donde un ser humano se abre totalmente al misterio divino, allí­ donde alcanza su plenitud en gratuidad y diálogo con Dios, en apertura a todos los demás hombres y mujeres, ese humano es divino, presencia de Dios.

Cf. W. GUTBROD, Die panlinische Anthropologie, BWANT 4/15, Stuttgart 1934; R. JEWETT, Paids Anthropological Tenas: A Stndy of Their Use in Conflict Settings, AGJU 10, Leiden 1971; W. G. KÜMMEL, Das Bdd des Menschen imNeuen Testanient, Zwingli, Zúrich 1948; K. RAHNER, Curso fundamental de la fe, Herder, Barcelona 1982; A. SCHWEITZER, La mystique de VApotre Paid, Albí­n Michel, Parí­s 1962; W. F. Jr. TAYLOR, The Unity of Mankind in Antiqidty and in Paid, Claremont University, Ann Arbor MI 1981.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Según la Biblia, es el primer hombre creado por Dios y el origen de la humanidad. La palabra Adán indica, bien la especie humana, bien al individuo de quien descienden todos los demás hombres. Según el relato bí­blico, Adán fue puesto por Dios en la cima de la creación; se distingue de todos los demás seres creados en virtud de su cualidad de estar hecho “a imagen y semejanza de Dios”, cultivador y guardián del ambiente en que vive: señor preocupado de las demás criaturas, objeto de la benevolencia divina, compañero de un diálogo con Dios, abierto al encuentro y a la comunión con los demás hombres, dotado de una dimensión material o corpórea y juntamente de una dimensión espiritual.

En Gn 3 se dice que adán fué sometido a una prueba, que no logró superar, proporcionando entonces a sus descendientes una serie de consecuencias negativas, que pueden sintetizarse de este modo: pérdida de la armoní­a y de la paz con Dios, con los demás hombres y con las otras criaturas. Pero la última palabra que le dirige Dios a Adán no es la de condenación; junto con su no al pecado. el Creador pronuncia también el sí­ de la misericordia y de la salvación, que llegarán por medio de un descendiente del mismo Adán: es la promesa de un redentor, que restablecerá la armoní­a y la paz perdidas (cf. Gn 3,15). El Nuevo Testamento, siguiendo la lí­nea del Antiguo, habla de Adán como del primer hombre (cf. 1 Tim 2,13-14), pero sobre todo como anticipación de Cristo en los siguientes lugares : Mc 1,13; Rom 5,12-21; 1 Cor 15,22.45-49.

En Mc 1,13 se afirma que Cristo es el nuevo Adán que, sometido a la tentación, superó la prueba, convirtiéndose en cabeza de la nueva humanidad. En Rom 15,12-21, Pablo se sirve de la oposición Adán-Cristo para resaltar la universalidad de la gracia. En 1 Cor 15,22, la antí­tesis tipológica de Adán – Cristo es utilizada por Pablo para señalar la universalidad de la resurrección. En 1 Cor 15,45-49, por el contrario, la figura de Adán se recuerda en oposición a la de Cristo para afirmar la gloria y la incorruptibilidad de los resucitados. Es muy probable que esta idea paulina tenga como trasfondo cultural y religioso algunas concepciones judí­as relativas: a) al primer hombre como modelo de la humanidad; b) a la recuperación de la perfección que hubo en los origenes, perdida con el pecado, gracias a la obra del Mesí­as.

G. M. Salvati

Bibl.: J Jeremia5, Adam. en TWNT 1, 141- 143; F. Stier, Adán, en CFT 1, 27-42.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

(Hombre Terrestre; Humanidad; proviene de una raí­z que significa: †œrojo†).
La palabra hebrea que se traduce †œhombre†, †œhumanidad† u †œhombre terrestre†, aparece más de 560 veces en las Escrituras, y se aplica tanto a individuos como a la humanidad en general, además de usarse como nombre propio.

1. Dios dijo: †œHagamos al hombre a nuestra imagen†. (Gé 1:26.) Esta fue, en realidad, una declaración histórica. Y qué singular es la posición que ocupa en la historia †œAdán, hijo de Dios†, la primera criatura humana. (Lu 3:38.) Adán fue el coronamiento glorioso de la obra creativa terrestre de Jehová, no solo por haber sido creado hacia el final de seis perí­odos creativos, sino, aún más importante, porque †œa la imagen de Dios lo creó†. (Gé 1:27.) Por esta causa, el hombre perfecto Adán y, a un grado mucho menor, su descendencia ya degenerada, poseí­an facultades y capacidades mentales muy superiores al resto de las criaturas terrestres.

¿En qué sentido fue hecho a la semejanza de Dios?
Habiendo sido hecho a la semejanza de su Magní­fico Creador, Adán tení­a los atributos divinos de amor, sabidurí­a, justicia y poder. En consecuencia, poseí­a un sentido de moralidad que implicaba una conciencia, algo completamente nuevo en el ámbito de la vida terrestre. Al estar hecho a la imagen de Dios, habrí­a de administrar toda la Tierra y tener en sujeción a las criaturas terrestres y marinas, así­ como a las aves del cielo.
No era necesario que fuese una criatura espí­ritu, en su totalidad o en parte, para que poseyera las cualidades divinas. Jehová formó al hombre de los elementos del polvo del suelo y puso en él la fuerza de vida, de modo que llegó a ser alma viviente, dotado con la capacidad de reflejar la imagen y semejanza de su Creador. †œEl primer hombre procede de la tierra y es hecho de polvo.† †œEl primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente.† (Gé 2:7; 1Co 15:45, 47.) Esto sucedí­a en el año 4026 a. E.C., probablemente en el otoño, ya que los calendarios más antiguos comenzaban a contar el tiempo en esa época del año, alrededor del 1 de octubre, es decir, en la primera luna nueva del año civil lunar. (Véase Aí‘O.)
El hogar de Adán era un paraí­so muy especial, un verdadero jardí­n de perfección y placer llamado Edén. (Véase EDEN núm. 1.) Este paraí­so le suministraba todo lo necesario para la vida, pues allí­ habí­a †œtodo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento†, que le servirí­a de sustento para siempre. (Gé 2:9.) Adán estaba rodeado de animales pací­ficos de toda clase y caracterí­sticas, pero se encontraba solo, pues no habí­a otra criatura †œsegún su género† con la que pudiese hablar. Jehová reconoció que †˜no era bueno que el hombre continuara solo†™, de modo que mediante una operación quirúrgica divina, única en su género, tomó una costilla de Adán y la transformó en su complemento femenino para que llegara a ser su esposa y la madre de sus hijos. Con gran alegrí­a ante la presencia de esta hermosa ayudante y permanente compañera que Dios le habí­a dado, Adán pronunció la primera poesí­a conocida: †œEsto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne†, y la llamó mujer †œporque del hombre fue tomada esta†. Más tarde, le puso por nombre Eva. (Gé 2:18-23; 3:20.) Jesús y sus apóstoles confirmaron la veracidad de este relato. (Mt 19:4-6; Mr 10:6-9; Ef 5:31; 1Ti 2:13.)
Además, Jehová bendijo a estos recién casados con abundancia de trabajo deleitable. (Compárese con Ec 3:13; 5:18.) No se les maldijo con ociosidad, ya que habrí­an de mantenerse ocupados y activos cultivando y cuidando su hogar paradisiaco, que habrí­an de extender por todo el globo terráqueo a medida que se multiplicaran y llenaran la Tierra con miles de millones de seres de su mismo género. Era un mandato divino. (Gé 1:28.)
†œVio Dios todo lo que habí­a hecho y, ¡mire!, era muy bueno.† (Gé 1:31.) Adán fue perfecto en todo sentido desde el mismo principio. Se le dotó con la facultad del habla y con un vocabulario muy perfeccionado. Podí­a dar nombres significativos a las criaturas vivientes que le rodeaban y sostener una conversación tanto con su Dios como con su esposa.
Por todas estas razones, y por muchas más, estaba obligado a amar, adorar y obedecer estrictamente a su Magní­fico Creador. Más que eso, el Legislador Universal le enunció la ley simple de la obediencia y le informó con claridad en cuanto al castigo justo y razonable por la desobediencia: †œEn cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el dí­a que comas de él, positivamente morirás†. (Gé 2:16, 17; 3:2, 3.) A pesar de que esta ley explí­cita anunciaba un severo castigo por la desobediencia, Adán desobedeció.

Resultados del pecado. A Eva la engañó cabalmente Satanás el Diablo, pero ese no fue el caso de su esposo. †œAdán no fue engañado†, dice el apóstol Pablo. (1Ti 2:14.) Con pleno conocimiento de causa, escogió desobedecer deliberadamente, y luego intentó ocultarse como un delincuente. Cuando se le llamó a juicio, en vez de mostrar pesar o remordimiento, o pedir perdón, intentó justificarse y pasar la responsabilidad a otros, e incluso llegó a culpar a Jehová por su propio pecado deliberado: †œLa mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así­ es que comí­†. (Gé 3:7-12.) De modo que Adán fue expulsado de Edén a una tierra agreste y maldita que producirí­a espinos y cardos, y donde se ganarí­a su subsistencia con dificultad al segar los frutos amargos de su pecado. Fuera del jardí­n, en espera de su muerte, Adán llegó a ser padre de hijos e hijas. Solo se conoce el nombre de tres de ellos: Caí­n, Abel y Set. Puesto que Adán tuvo a sus hijos después de pecar, les pasó a todos ellos la herencia del pecado y la muerte. (Gé 3:23; 4:1, 2, 25.)
Este fue el trágico comienzo que Adán le dio a la raza humana. El paraí­so, la felicidad y la vida eterna se perdieron, y en su lugar empezaron, como resultado de la desobediencia, el pecado, el sufrimiento y la muerte. †œPor medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así­ la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habí­an pecado.† †œLa muerte reinó desde Adán.† (Ro 5:12, 14.) No obstante, Jehová, por su sabidurí­a y amor, proveyó un †œsegundo hombre†, el †œúltimo Adán†, que es el Señor Jesucristo. Gracias a este †œHijo de Dios† obediente, se abrió el camino por el que los descendientes del desobediente †œprimer hombre, Adán†, podrí­an recobrar el paraí­so y la vida eterna. En el caso de los que componen la iglesia o congregación de Cristo, podrí­an obtener la vida celestial. †œPorque así­ como en Adán todos están muriendo, así­ también en el Cristo todos serán vivificados.† (Jn 3:16, 18; Ro 6:23; 1Co. 15:22, 45, 47.)
Después de su expulsión de Edén, el pecador Adán vivió lo suficiente para ver el asesinato de uno de sus hijos, el destierro de su hijo asesino, el abuso de la institución matrimonial y la profanación del nombre sagrado de Jehová. Fue testigo, igualmente, de la edificación de una ciudad, de la invención de instrumentos musicales y de la forja de herramientas de hierro y cobre. Observó el ejemplo de Enoc, †œel séptimo en lí­nea desde Adán†, hombre que †œsiguió andando con el Dios verdadero†, y fue condenado por dicho ejemplo. Incluso vivió para ver al padre de Noé, Lamec, de la novena generación. Finalmente, después de novecientos treinta años, la mayor parte de los cuales se consumieron en el lento proceso de la muerte, volvió al suelo del que habí­a sido tomado en el año 3096 a. E.C., tal como Jehová habí­a dicho. (Gé 4:8-26; 5:5-24; Jud 14; véase LAMEC núm. 2.)

2. Nombre de una ciudad ubicada al lado de Zaretán según Josué 3:16. Por lo general se la identifica con Tell ed-Damiyeh (Tel Damiya´), lugar situado al E. del rí­o Jordán, aproximadamente a 1 Km. al S. de la confluencia de este rí­o con el valle torrencial de Jaboq; está a unos 28 Km. al NNE. de Jericó. Es posible que el nombre de la ciudad se derive del color de la arcilla de los aluviones, abundante en esa región. (1Re 7:46.)
El registro bí­blico indica que fue en Adán donde Jehová represó el agua del Jordán para que los israelitas pudiesen atravesar el rí­o. El valle del Jordán se estrecha considerablemente desde Tell ed-Damiyeh (Tel Damiya´) hacia el N., y la historia registra que en el año 1267 el rí­o se bloqueó en este mismo punto debido a la caí­da de un montí­culo elevado que quedó atravesado en el lecho, lo que detuvo el paso del agua por unas dieciséis horas. En épocas más recientes, en concreto en el verano de 1927, algunos temblores de tierra de nuevo provocaron corrimientos del terreno que represaron el Jordán, de modo que se interrumpió el paso del agua durante veintiuna horas y media. (The Foundations of Bible History: Joshua, Judges, de J. Garstang, Londres, 1931, págs. 136, 137.) Si este fue el medio que a Dios le pareció apropiado usar para represar el Jordán en los dí­as de Josué, entonces debió calcular y provocar el represamiento a fin de permitir que los israelitas atravesasen el Jordán el dí­a que les habí­a anunciado previamente mediante Josué. (Jos 3:5-13.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. ADíN Y LOS HIJOS DE ADíN.

1. El sentido de las palabras. Contrariamente a lo que sugieren las traducciones de la Biblia, el término Adán está sumamente extendido y ofrece una amplia gama de significados. Cuando un judí­o pronunciaba esta palabra, estaba lejos de pensar ante todo en el primer hambre: fuera del relato de la creación, en el que la expresión es ambigua, Adán sólo designa con certeza al primer hombre. En cuatro pasajes de la Biblia (Gén 4,1.25; 5,1.3ss; Tob 8,6). Habitualmente, y con razón, se traduce el término por hombre en general (Job 14,1), por las gentes (Is 6,12), por alguien (Ecl 2,12), por “uno”, “se” (Zac 13,5), nadie (IRe 8,46; Sal 105,14), el ser humano (Os 11,4; Sal 94,11). El sentido colectivo domina francamente. Lo mismo se diga de la expresién hijo de Adán, que no se refiere nunca a un descendiente del individuo Adán, sino que es un paralelo de hombre (Job 25,6; Sal 8,5), designa a una persona (Jer 49,18.33; p.e., Ezequiel) a a una colectividad (Prov 8,31; Sal 45,3; 1 Re 8,39.42). Utilizada en contraste con Dios, la expresión subraya, como el término “carne”, la condición perecedera y débil de la humanidad: “desde lo alto de los cielos mira Yahveh y ve a todos los hijos de Adán” (Sal 33,13; cf. Gén 11,5; Sal 36,8; Jer 32,19). Los “hijos de Adán” son, pues, los humanos según su condición terrestre. Esto es lo que insinúa la etimologí­a popular de la palabra, que la hace derivar de adamah = suelo, tierra: Adán es el terroso, el que fue hecho del polvo de la tierra. Esta ojeada semántica tiene alcance teológico: no podemos contentarnos con ver en el primer Adán un individuo de tantos. Esto indica el sorprendente paso del singular al plural en la palabra de Dios creador: “Hagamos a Adán a nuestra imagen… y dominen… ” (Gén 1,26). ¿Cuál era, pues, la intención del narrador de los primeros capí­tulos del Génesis?
2. Hacia el relato de la creación y del pecado de Adán. Los tres primeros capí­tulos del Génesis constituyen como un prologo al conjunto del Pentateuco. Pero no tienen una sola procedencia; fueron escritos en dos tiempos y por dos redactores sucesivos, el yahvista (Gén 2-3) y el sacerdotal (Gén 1). Por otra parte sorprende bastante comprobar que no dejaron la menor huella en la literatura hasta el siglo II antes de J.C. Entonces, como causa de la muerte del hombre, el Eclesiástico denuncia a la mujer (Eclo 25,24), y la Sabidurí­a, al diablo (Sab 2,24). Sin embargo, estos mismos relatos condensan una experiencia secular, lentamente elaborada, algunos de cuyos elementos se pueden descubrir en la tradición profética y sapiencial.

a) La creencia en la universaibdad del *pecado se afirma en ella cada vez más; es en cierto modo la condición adámica descrita por el salmista: “pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). En otro lugar se describe el pecado del hombre como el de un ser maravilloso, colocado, algo así­ como un ángel, en el huerto de Dios y caí­do por una falta de *soberbia (Ez 28,13-19, cf. Gén 2,10-15; 3,22s).

b) La fe en Dios creador y redentor no es menos viva. Un Dios alfarero plasma al hombre (Jer I,5; Is 45,9; cf. Gén 2,7), él mismo lo hace retornar al polvo (Sal 90,3; Gén 3,19). “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, o el hijo del hombre para que te acuerdes de él? Le has hecho poco menor que Dios; le has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorí­o sobre las obras de tus manos, todo lo has puesto debajo de sus pies. (Sal 8,5ss; cf. Gén 1,26ss; 2,19s). Después del pecado Dios no solo aparece como el Señor magní­fico (Ez 28,13s; Gén 10-14), que destrona al soberbio y le hace volver a sus modestos orí­genes (Ez 28,16-19; Gén 3,23s), sino que es también el Dios paciente que educa lentamente a su hijo (Os 11 3s; Ez 16; cf. Gén 2,8-3 21). Asimismo los profetas anunciaron un fin de los tiempos semejantes al antiguo *paraí­so (Os 2,20; Is 11,6-9); quedará suprimida la muerte (Is 25,8; Dan 12,2; cf. Gén 3,15), e incluso un misterioso *Hijo del hombre de naturaleza celeste aparecerá vencedor sobre las nubes (Dan 7,13s).

3. Adán, nuestro antepasado. En función de las tradiciones que acabamos de esbozar, veamos a grandes rasgos las enseñanzas de los relatos de la *creación. En un primer esfuerzo por pensar la condición humana, el yahvista, convencido de que el antepasado incluye en sí­ a todos sus descendientes, anuncia a todo hombre como el *Hombre que peco, habiendo sido creado bueno por Dios un dí­a habrá de ser redimido. El relato sacerdotal (Gén 1) por su parte revela que el hombre es creado a *imagen de Dios; luego, con la ayuda de las genealogí­as (Gén 5; 10), muestra que todos los hombres forman, más allá de Israel, una unidad: el género humano.

II. EL NUEVO ADíN.

1. Hacia la teologí­a del nuevo Adán. El NT repite que todos los hombres descienden de uno solo (Act 17,26), o que los primeros padres son el prototipo de la pareja conyugal (Mt 19,4s p; ITim 2,13s) que debe ser restaurada en la humanidad nueva. La novedad de su mensaje reside en la presentación de Jesucristo como el nuevo Adán. Los apócrifos, habí­an atraí­do la atención hacia la recapitulación de todos los hombres pecadores en Adán; sobre todo, Jesús mismo se habí­a presentado como el *Hijo del hombre, queriendo mostrar a la vez que era, sí­, de la raza humana y que debí­a cumplir la profecí­a gloriosa de Daniel. San Lucas hace una primera tentativa de comparación de Jesús con Adán: el que acaba de triunfar de la tentación es “hijo de Adán, hijo de Dios” (Lc 3,38), verdadero Adán, que resistió al tentador. Seguramente se puede también reconocer en un himno paulino (Flp 2,6-11) un contraste intencionado entre Adán, que trató de apoderarse de la condición divina, y Jesús, que no la retuvo ambiciosamente. A estas insinuaciones se pueden añadir referencias explí­citas.

2. El último y verdadero Adán. En ICor 15,45-49 opone Pablo vivamente los dos tipos según los cuales estamos constituidos; el primer hombre, Adán, fue hecho alma viva, terrena, psí­quica; “el último Adán es un espí­ritu que da la vida”, pues es celestial, espiritual. Al cuadro de los origenes corresponde el del fin de los tiempos, pero un abismo separa la segunda creación de la primera, lo espiritual de lo carnal, lo celestial de lo terrenal. En Rom 5,12-21, dice Pablo explicitamente que Adán era “la *figura del que debí­a venir”. Apoyándose en la convicción de que el acto del primer Adán tuvo un efecto universal, la *muerte (cf. ICor 15,21s), afirma asimismo la acción redentora de Cristo, segundo Adán. Pero marca netamente las diferencias: en Adán, la desobediencia, la condenación y la muerte; en Jesucristo, la obediencia, la justificación y la vida. Además, por Adán entré el *pecado en el mundo; por Cristo, sobreabundó la *gracia, cuya fuente es él mismo. Finalmente, la unión fecunda de Adán y de Eva anunciaba la unión de Cristo y de la Iglesia; ésta, a su vez, viene a ser el misterio en que se funda el *matrimonio cristiano (Ef 5 25-33; cf. ICor 6,16).

3. El cristiano y el doble Adán. El cristiano, hijo de Adán por su nacimiento y renacido en Cristo por su fe, conserva una relación doble con el primero y el último Adán. El relato de los origenes, lejos de invitar al hombre a disculparse con el primer pecador, enseña a cada uno que Adán es él mismo, con su fragilidad, su pecado y su deber de despojarse del hombre viejo, según la expresión de san Pablo (Ef 4,22s; Col 3,9s). Y esto para “revestirse de Jesucristo, el hombre nuevo”; así­ su destino entero se inserta en el drama del doble Adán. O más bien halla en Cristo al *hombre por excelencia: según el comentario que del Sal 8,5ss hace Heb 2,5-9, el que provisionalmente fue colocado por debajo de los ángeles para merecer la salvación de todos los hombres, recibió la gloria prometida al verdadero Adán. -> Cuerpo de Cristo – Creación – Hombre.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La palabra hebrea aparece cerca de 560 veces en el AT, significando casi siempre «hombre» o «humanidad». Sin embargo, en los primeros capítulos de la Biblia es usada claramente como nombre propio para referirse al primer hombre, que fue creado por Dios a su propia imagen, al cual también se le dio dominio sobre todos los animales, fue colocado en el jardín del Edén con la tarea de cultivarlo, y se le mandó multiplicarse y llenar la tierra. Aunque al igual que otras criaturas vivas él es un alma viviente (nep̄eš ḥayya), de todos modos a causa de sus dotes superiores no halla con los animales ningún compañero real, sino sólo en la mujer que es hueso de su hueso y carne de su carne. Esta pareja prístina es puesta a prueba por el Creador, y su obediencia es probada a través de la instrumentalidad del árbol de la ciencia del bien y del mal. Bajo la presión de la tentación, no logran pasar la prueba, y son abrumados por un sentimiento de culpa y vergüenza, escondiéndose de Dios su Hacedor. Pero siendo hallados, son castigados a vivir una vida de penas, dolores y trabajos, que terminaría en una nota trágica: la de regresar al polvo de donde fueron sacados. No obstante, para nuestros primeros padres fue ésta una maldición grande en bendición, ya que colocaba la promesa de un Libertador que destrozaría la cabeza de la serpiente. Una vez que fueron sacados del Jardín, se entrega un breve relato de su vida familiar que subraya la tragedia de su pecado cuando Abel es asesinado por su propio hermano, Caín.

Con Gn. 5:5 (en los libros canónicos del AT) se puede decir que cesa casi toda alusión al primer hombre, y no es hasta que llegamos a los Apócrifos, pero especialmente al NT, que el significado teológico de su transgresión para toda la raza es sondeado. Un examen del material del NT deja bien en claro que los escritores daban por sentado que Adán fue un personaje histórico, y que la narración que acabamos de ver envolvía acontecimientos históricos. Lc. 3:38 traza la genealogía de Jesús hasta llegar a Adán. En 1 Ti. 2:13, 14 Pablo se refiere a la creación del hombre y la mujer en su argumento para la subordinación que la mujer debe al varón, haciendo la afirmación de que Adán no fue engañado. En Judas 14 leemos que Enoc fue el séptimo después de Adán. Con todo, los pasajes más significativos son Ro. 5:12–21 y 1 Co. 15:22, 45. En ellos Pablo establece un contraste entre Adán y Cristo. El pecado, con todas sus horrendas consecuencias para la raza como un todo, se remonta a Adán. Por la desobediencia de un hombre, los muchos son constituidos pecadores. En contraste con este principio de solidaridad en el mal está el principio de solidaridad en la vida. Por la obediencia de un hombre, los muchos son constituidos justos. Por tanto, Pablo puede argumentar que «así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados». Por cierto, hay ciertas diferencias significativas. Nosotros nacemos por naturaleza en el primer Adán; pero sólo por gracia, por medio de la fe, somos implantados en Cristo. Por consiguiente, el «todos» que está en Adán es una categoría mucho más extensa e inclusiva que el «todos» que está en Cristo. Pablo aparentemente da por sentado que nadie deducirá de sus palabras alguna salvación universal, en vista de su enseñanza general acerca del pecado y la salvación. El punto que desea desarrollar es sólo que ambos, igualmente, actuaron en una capacidad representativa, y encuentra en la caída de toda la humanidad a través de la transgresión de Adán una ilustración de la forma en que el pecador es justificado por la justicia que está fuera de sí mismo y que él no puede realizar mediante su propia obediencia.

Una pregunta perenne para el cristiano contemporáneo será la de cómo entender esta enseñanza de la Escritura a la luz de la ciencia moderna. En la tradición liberal antigua se daba por sentado que la narración no tenía ningún valor histórico, y muchos la consideraban simplemente como un compuesto mitológico calculado para responder a preguntas que intrigaban la mentalidad primitiva, tales como por qué las culebras no tienen patas, por qué crece la mala hierba, por qué la mujer sufre dolores en el parto, por qué razón la gente usa ropa, y otras cosas de ese estilo. Otros argumentaron que, aunque la narración era obviamente mitológica, sin embargo, prueba profundamente aquellos movimientos espirituales internos del ser del hombre, para que éste pueda discernir la naturaleza intrínseca de su heredad espiritual. Por tanto, tenemos una parábola en la forma de una simple narración. En armonía con la forma evolucionista cabal de abordar el asunto, con frecuencia se ha afirmado que en la historia tenemos un relato de cómo el hombre ha madurado de la inocencia infantil de la neutralidad moral al carácter maduro de aquél cuya sensibilidad espiritual ha sido despertada por una elección responsable. Este desarrollo del carácter no estaba desprovisto de riesgos, y el levantamiento del espíritu del hombre le entregó (necesariamente) en manos de una afirmación de sí mismo, en una forma que en ello estaban envueltos ambos, el bien y el mal, como consecuencias necesarias. En armonía con el optimismo del liberalismo religioso, se daba por sentado que lo bueno del hombre y de la naturaleza humana al final triunfaría sobre el mal, y que en Cristo, el segundo Adán, tenemos el punto más alto en la evolución de la consciencia religiosa y moral de la raza.

Por otra parte, la exégesis del relato de la caída llegó a ser más sana con la reacción neortodoxa, que trataba seriamente de interpretar la vida del hombre en términos de la doctrina bíblica de la caída y el pecado. La interpretación neortodoxa del significado e importancia de la historia de Adán es fundamentalmente agustiniana, en el sentido de que el énfasis se coloca adecuadamente en el hecho de que el hombre fue creado recto y que cayó de un estado de integridad. Sin embargo, la escuela neortodoxa ha estado infectada con el problema de cómo tomar seriamente la narración adámica en su significado teológico sin envolverse en lo que se considera un oscurantismo científico desesperanzado, y esto por reconocer el carácter histórico del relato. Con frecuencia se afirma que la pérdida de la forma histórica no lleva consigo la pérdida de la enseñanza teológica: la forma histórica no es más que el alfabeto de la doctrina. Nadie que haya buscado dialogar seriamente con las evidencias de la ciencia moderna podrá dejar de notar el problema. Pero esta solución es un fracaso, porque un cristianismo que se divorcia de la historia viene a ser el cristianismo de las ideas atemporales, lo cual no es en ninguna forma cristianismo. Si debemos creer que el Segundo Adán fue crucificado bajo Poncio Pilato—y la neortodoxia está enfáticamente convencida de esto—, entonces parece que también debemos creer que el primer Adán cayó, no a la historia, sino en la historia. Difícilmente se puede existencializar al primer Adán y, al mismo tiempo, insistir en la historicidad del Segundo. En la forma que Pablo razona, especialmente en Ro. 5, la desobediencia del primer hombre y la obediencia del Segundo constituyen los dos puntos de la elipse de la salvación. Si uno anula uno, entonces toda la estructura de Pablo se cae a pedazos. Esto no quiere decir que debemos suponer que los acontecimientos registrados en Gn. 1–5 ocurrieron hace 6.000 años más o menos. Ni el material cronológico que puede sacarse de una interpretación literal del relato, ni aun el atavío cultural de la narración, son cosas teológicamente significativas para una comprensión adecuada del punto de vista bíblico en cuanto a Adán. Pero aun si él hubiese sido un hombre de la era de piedra, viviendo en una antigüedad mucho más remota de lo que tradicionalmente se supone, con todo, Adán fue un hombre completo, y en posesión de todas las capacidades y recursos morales y espirituales para haber actuado como un agente plenamente responsable, y como representante de la raza.

Muchos de los que toman el relato en cuestión como confiable teológica e históricamente han sostenido que no es necesario que nos preocupemos del desarrollo del hombre en cuanto al lado empírico, y que podría ser muy posible que la evolución biológica tal como la planteara Darwin y sus sucesores fuera la forma en que este primer hombre, la primera forma humana, fuera creado. Todo lo que se necesita es suponer que Dios divinamente supervisó el desarrollo, y que en un momento apropiado la forma humana, estando ya lo suficientemente evolucionada, fue provista de un alma humana. Aparte del hecho de que no existe evidencia específica ofrecida por las ciencias biológicas sobre que éste fue el caso, también debe notarse que la narración presenta a Dios como formando al hombre del polvo de la tierra; esto es, el barro con el que fue formado el hombre fue como manipulado por las manos del Creador, de tal forma que hay una intimidad divina especial aun en el lado físico de la creación del hombre. Mientras que en el resto de la narración leemos, «Y dijo Dios, produzca la tierra, produzcan las aguas», etc., en el caso del hombre no leemos, «produzca la tierra al hombre». Más bien leemos, «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra». También debemos notar que la infusión divina, que sería el punto en el cual el alma humana es comunicada al cuerpo en la narración del Génesis, parecería ser simultánea con el dar vida al cuerpo físico. Cuando Dios sopló en él el aliento de vida, entonces fue que vino a ser nep̄eš ḥayya, esto es, una «criatura animada». Parece difícil armonizar este punto del relato con el punto de vista de que el hombre ya era una criatura animada, quizá por largos milenios de tiempos geológicos anteriores al momento en que recibió un alma distintivamente humana capaz de producir juicios racionales y, más particularmente, éticos y religiosos.

Véase también Hombre.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Barth, Christ and Adam; J.F. Genung en ISBE; C. Hodge, The Epistle to the Romans (5:12–21); P.K. Jewett, Emil Brunner’s Concept of Revelation, pp. 146–149.

Paul K. Jewett

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (9). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el antiguo Testamento

El primer hombre, creado (bārā, Gn. 1.27) por Dios a su imagen (ṣelem) en el día sexto, formándolo (como forma el alfarero, yāṣar, Gn. 2.7) del polvo de la tierra (˒ḏāmâ), y soplando en su nariz aliento de vida (nišmaṯ ḥayyı̂m; véase b, inf.). El resultado de esto fue que “el hombre” se convirtió en ser viviente (nefeš ḥayyâ). Se conocen mitos sumerios y babilónicos sobre la creación del hombre, pero comparados con la historia bíblica de la creación resultan burdos; además son politeístas.

a. Etimología

El nombre Adán (˒āḏām), además de ser nombre propio, tiene la connotación de “género humano”, sentido con el cual se lo emplea en el AT alrededor de 500 veces, de modo que cuando aparece con el artículo definido (hā˒āḏām) debe traducirse como nombre sustantivo y no como el nombre. La palabra ˒adm también existe en ugarítico y tiene el sentido de “género humano”. En el relato de la *creación en Gn. 1 y 2 se usa el artículo con ˒āḏām en todos los casos excepto tres: 1.26, en el que evidentemente se refiere al “hombre” en general; 2.5, en el que “un hombre” (o “ningún hombre”) es claramente el sentido más natural; y 2.20, el primero uso admisible del nombre propio según el texto. En °vrv2 se ha proyectado este uso sobre el versículo anterior (2.19) a pesar del artículo, mientras que otras vss., al observar que en este caso, y en realidad en todos aquellos (3.17, 21) que no tienen el artículo hasta Gn. 4.25, el nombre que lleva antepuesta la preposición le, que podría entenderse (lā-<< le) en el sentido de incluir el artículo sin alteración del texto consonántico, prefieren suponer que los masoretas han puntuado incorrectamente el texto y que el nombre propio no aparece hasta Gn. 4.25. Aunque se ha tratado de determinar la etimología del nombre, no se ha llegado a un acuerdo, y el hecho de que la lengua original de la humanidad no era el heb. hace que estas teorías resulten cuestiones puramente académicas. Está claro, sin embargo, que el uso del término ˒aḏāmâ, ‘tierra’, en yuxtaposición con el nombre ˒āḏām en Gn. 2.7 es intencional, conclusión que Gn. 3.19 refuerza.

b. La condición inicial de Adán

Adán se distinguía de los animales, pero no porque los epíteros nefeš y rûaḥ se aplicaran a él (porque estos términos también se empleaban a veces para los animales), sino porque fue hecho a imagen de Dios, le fue dado señorío sobre todos los animales, y quizás también porque Dios personalmente sopló aliento (nešāmâ) de vida en su nariz (VT 11, 1961, pp. 177–187). Dios hizo un huerto para Adán en *Edén (Gn. 2.8–14), y lo puso en él para que lo labrara y lo guardara. La voz “labrarlo” (˓āḇaḏ) es la que comúnmente se utiliza para el trabajo (p. ej. Ex. 20.9), de modo que Adán no iba a quedar ocioso. Su alimento, aparentemente, iba a consistir en el fruto de los árboles (Gn. 2.9–16), en fresas y nueces de los arbustos (śı̂aḥ, ‘planta’) y en cereales de las hierbas (˓ēśeḇ, Gn. 2.5). Luego Dios trajo todos los animales y las aves a Adán para que les pusiera nombres y presumiblemente para que se familiarizara con sus características y posibilidades (Gn. 2.19–20). Es probable que algún leve reflejo de esto se encuentre en un texto sumerio de carácter literario que describe la forma en que el dios Enki puso el mundo en orden, y entre otras cosas colocó los animales bajo el control de dos deidades menores.

c. La caída

Dios dijo, “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2.18), de modo que hizo una mujer (2.22) para que lo ayudara (* Eva). Después de ser persuadida por la serpiente, la mujer convenció a Adán a que comiera de la fruta del árbol que Dios le había mandado no tocar (Gn. 3.1–7) (* Caída), y como resultado él y su mujer fueron echados del huerto (Gn. 3.23–24). Es evidente que hasta ese momento Adán tenía comunión directa con Dios. Cuando él y su mujer reconocieron su desnudez tomaron hojas de higuera y las cosieron para hacerse delantales (aḡôrâ, Gn. 3.7), indicación quizás de la práctica de artes tan simples como la costura en esas épocas remotas. Como castigo, Adán fue expulsado del huerto y tuvo que ganarse el sustento con el trabajo duro y con el sudor de su rostro, ya que la tierra ˒aḏāmâ, a la cual volvería a su muerte, fue maldita y produciría espinos y cardos. Seguiría siendo granjero, pero sus labores serían ahora más arduas (Gn. 3.17–19, 23). Se han hecho paralelos entre estos episodios y el mito acádico de Adapa, que por error rehusó el pan y el agua de vida, perdiendo así la inmortalidad para la humanidad; pero las conexiones son remotas. Dios dio a Adán y Eva túnicas de pieles (Gn. 3.21), indicando con ello que en adelante necesitarían protección contra la vegetación incontrolada o el frío.

Adán tuvo dos hijos, *Caín y *Abel, pero como Caín mató a Abel tuvo otro hijo, *Set, para sustituir al segundo (Gn. 4.25) y para continuar la línea de descendencia fiel. Adán tenía 130 años de edad (LXX 230) cuando nació Set, y vivió 800 más (LXX 700) después de este acontecimiento, lo que hace un total de 930 años (Gn. 5.2–5 concuerda con LXX y el Pentateuco samaritano, el que a su vez concuerda con el TM en todas estas cifras) (* Genealogia). En comparación, cabe destacar que al primer rey anterior al diluvio, Alulim, se le asigna en la lista de reyes sumerios un reinado de 28.800 años (una variante del texto da 67.200), y al personaje equivalente, Aloros, en la Babylōniaka de Beroso, 36.000 años. Es de suponer que Adán tuvo otros hijos además de los tres específicamente mencionados en Génesis. La fecha de la existencia de Adán y el lugar exacto en que vivió son objeto de controversia en la actualidad.

Bibliografía. G. von Rad, El libro del Génesis, 1977; F. Mass, “˒ādām”, °DTAT, t(t). I; para Enki y el orden mundial, véase °S. N. Kramer, La historia empieza en Sumer, 1974, pp. 210–217.

KB3, pp. 14; C. Westermann, Biblischer Kommentar AT, I/1, 1976; para la creación del hombre, véase A. Heidel, The Babylonian Genesis2, 1951, pp. 46–47, 66–72, 118–126; W. G. Lambert y A. R. Millard, Atraḫası̄s. The Babylonian Story of the Flood, 1969, pp. 8–9, 15, 54–65; S. N. Kramer, “Sumerian Literature and the Bible”, Analecta Biblica 12, 1959, pp. 191–192; para Enki y el orden mundial, véase History Begins at Sumer, 1958, pp. 145–147; para Adapa, véase Heidel, Genesis, pp. 147–153; E. A. Speiser en ANET, pp. 101–103; para la lista de reyes, véase T. Jacobsen, The Sumerian King List, 1939, pp. 70–71; A. L. Oppenheim en ANET, pp. 265.

T.C.M.

II. En el Nuevo Testamento

Fuera de la literatura paulina hay ocasionales referencias a Adán en los evangelios: Lucas lo coloca al comienzo de la genealogía de Cristo (3.38), dando realce de este modo a la relación de parentesco de este último con toda la humanidad (cf. Mt. 1.1s); Jud. 14 también menciona a Adán como el comienzo de la raza humana. La creación de Adán y Eva y su posterior unión se mencionan como prueba de que Dios ha querido la unión del hombre y la mujer en “una sola carne” (Mt. 19.4–6; Mr. 10.6–9, en los que se cita Gn. 1.27; 2.24). Para la tradición según Marcos esto significa que el divorcio está prohibido, pero Mt. 19.9 agrega una excepción, o sea los casos de “fornicación” o de falta de castidad (cf. °vp, “inmoralidad sexual”).

En la literatura paulina la unión de Adán y Eva sirve también como base para enseñanzas sobre la relación entre los sexos: Gn. 2.24 se vuelve a citar, en 1 Co. 6.16, para demostrar que la relación sexual jamás es algo trivial o éticamente intrascendente, sino siempre una unión y una fusión profunda de las dos personas que entran en esa relación, y en Ef. 5.31, donde se argumenta que también se refiere a la unión de Cristo y la iglesia. Hay alusiones al orden de la creación de Adán y Eva y a la dignidad, divinamente conferida, del primero en 1 Co. 11.7–9, para apoyar el argumento de Pablo sobre la subordinación de las mujeres a los hombres (a pesar de los vv. 11s): los hombres no deben cubrirse la cabeza, por ser “imagen y gloria de Dios”, pero las mujeres constituyen la “gloria” de los hombres y deshonran sus cabezas (literalmente, y tal vez figuradamente también, en el sentido de sus esposos; cf. vv. 3s) cuando se descubren. De la misma manera, 1 Ti. 2.12–14 apela al orden de la creación de Adán y Eva para apoyar la afirmación de que las mujeres, por la subordinación que les corresponde, deben guardar silencio en las reuniones cristianas; confirma esta inferioridad el hecho de que fue Eva quien fue engañada y arrastrada a pecar (cf. Ecl. 25.24). Por lo tanto, la enseñanza práctica sobre la conducta de la mujer que aquí se impone no puede desecharse como una simple acomodación a las convenciones de la época, sin al mismo tiempo poner en tela de juicio la exégesis y la doctrina escriturales sobre la creación que se invocan en apoyo de estas prácticas, o la lógica que sostiene que la una se sigue de la otra.

Pero el uso principal de la figura de Adán en la literatura paulina está relacionado con el contraste entre Adán y Cristo. Puede también haber una alusión a esto en los evangelios sinópticos: es posible que la descripción de las tentaciones de Jesús en Marcos (1.13) refleje la idea de que Jesús restableció nuevamente el estado del hombre en el paraíso: al vencer la tentación, al vivir con los animales salvajes, al ser atendidos por los ángeles (cf. J. Jeremias, TDNT 1, pp. 141). Igualmente, Lc. 3.38 se refiere a Adán como el “hijo de Dios”, frase que ya ha usado con referencia a Jesús (1.35). Esto constituiría un uso positivo de la historia de Adán: se asemeja a Cristo a Adán antes de su caída.

Pero para Pablo se da mayor realce a la desemejanza en medio de la semejanza entre Adán y Cristo; esto es así en los dos pasajes principales en que elabora esta idea, 1 Co. 15 y Ro. 5.12–21. También sería cierto con respecto a una posible tercera referencia a esto en el material tradicional que se emplea en Fil. 2.6–11; no hay allí, sin embargo, ninguna referencia explícita a Adán, ni mención explícita alguna de Génesis; lo más que podría afirmarse es que algunas de las ideas, p. ej. la obediencia, la renuncia a la igualdad con Dios, suponen un contraste con Adán (cf. R. P. Martin, Carmen Christi, 1967, pp. 161–164).

1 Co. 15 se refiere dos veces al contraste Adán-Cristo: primero, en los vv. 21–23, Pablo lo usa para mostrar que la resurrección de Jesús, que los corintios aceptan, es una promesa de que “todos” compartirán un destino igual, así como todos mueren (nótese el tiempo presente) “en Adán”; no es que todos murieron cuando murió Adán; más bien ahora todos mueren como él. La frase “en Adán” se forma por analogía con “en Cristo”, y no puede usarse para demostrar cómo vino a formularse esta última. Luego el mismo contraste se retoma nuevamente en los vv. 45–49: aquí el contraste es entre la naturaleza física de Adán, que ahora todos compartimos, y el cuerpo espiritual que se nos ha prometido al final en virtud de la resurrección de Cristo. En Corinto hacía falta que a algunas personas, excesivamente confiadas en sus dones espirituales, se les recordase que seguían siendo parte de una era y una humanidad dominadas por la muerte (v. 26); la respuesta que les da Pablo es la de que la Escritura (Gn. 2.7) demuestra que el hombre es físico, “natural” (°vm) (v. 45; es el Adán del día postrero el que es espiritual, agrega Pablo) y “lo espiritual no es primero, sino [más bien] lo animal; [y sólo] luego [posteriormente] lo espiritual” (v. 46; cf. NovT 15, 1873, pp. 301ss); participarán en la resurrección de Cristo, con naturaleza transformada, pero todavía corporal, mas no mientras sigan siendo “carne y sangre” (v. 50). La frase “el postrer Adán” (v. 45) y el intercambio de “Adán” y “hombre” indican que Pablo tiene plena conciencia de que “Adán” significa “hombre”.

Este último punto sirve para explicar por qué Pablo presenta la otra referencia principal a Adán en forma tan indirecta (Ro. 5.12: “por un hombre”). En el pasaje siguiente contrasta a Adán, que por su pecado puso en movimiento una reacción en cadena y su consecuencia, por el decreto de Dios, la muerte, con Cristo, que por su obediencia ha inaugurado un recurso salvífico mediante el cual el hombre recibe de Dios el don divino de la justicia y “reinará en vida” (v. 17). El vv. 19 suena determinista, pero notemos los tiempos verbales: la acción de constituir justos a muchos es algo que ya está ocurriendo, a pesar del tiempo futuro, y quizá sea correcto decir, igualmente, que la acción de constituir en pecadores a muchos también sigue ocurriendo; “ser constituidos” puede no significar más que “haciéndose”. El vv. 12 aclara que la muerte no se ha extendido automáticamente a todos los hombres como resultado del pecado de Adán sino, más bien, “por cuanto/debido a que todos pecaron” y por consiguiente recibieron la sentencia de muerte por sus propios merecimientos; hay solidaridad entre todos los hombres por el pecado, solidaridad por la que compartimos y consentimos los pecados de los demás, pero este versículo no lo expresa. Hay también un poder, el pecado, que es más que el acto individual de transgresión o, incluso, la suma de los actos individuales, y a esto se hace referencia en términos cuasi personales en el vv. 13. En los vv. 13ss Pablo encara el problema de los que no tenían, como Adán, un mandamiento explícito de Dios que podían desobedecer, y que, sin embargo, pecaron igualmente, como lo demuestra el que la muerte siguiese reinando desde Adán hasta Moisés y el hecho de la promulgación de la ley. Adán “es figura del que había de venir” y, no obstante, la elaboración de esta tipología indica que en gran medida tiene carácter antitético y contrastante (vv. 15–19), e. d., se trata de un uso negativo de la historia de Adán. Más aun, mientras que el pecado de Adán y sus efectos conforman una historia puramente humana del hombre abandonado a las consecuencias de sus propias acciones (cf. Ro. 1.24, 26, 28), el lado de la comparación que corresponde a Cristo contiene un elemento más que humano, que excede por lejos al lado negativo; por ello la frase “mucho más” que se repite (5.15, 17).

Se ha discutido mucho acerca de los orígenes del concepto Adán-Cristo, buscándolos algunos en la mitología del Cercano Oriente, o, más recientemente y en forma más específica, en la especulación gnóstica relativa al hombre primitivo. Pero los orígenes inmediatos deben buscarse más bien en las variadas creencias del judaísmo de la época, y también en la doctrina de Jesús: la restauración del estado original al final de los tiempos, los contrastes de Adán con diversas figuras de la historia de Israel y con el Mesías (cf. Baruc sir. 73s con 56.6), y la esperanza de que el “hombre” de Dios (o “el hijo del hombre”) había de venir en el momento de la culminación. Pablo y/o la tradición cristiana se han servido de estos materiales para formular la tipología de Adán en relación con Cristo.

Cualesquiera sean los puntos de vista que se tengan sobre los orígenes de la humanidad, sigue siendo cierto que la raza humana tiene una historia y un comienzo. Lo que afirma Pablo, entonces, es que esa historia, desde el principio mismo, está señalada por el pecado, que el hombre es responsable de esa historia pecaminosa, y que el pecado de uno afecta a otros y al mundo que lo rodea.

Bibliografía.H. Seebass, “Adán” °DTNT, t(t). I; J. Fitzmayer, Teología de San Pablo, 1975, pp. 140, 142ss; H. Ridderbos, El pensamiento del apóstol Pablo, 1979, pp. 65ss, 105ss.

C.K. Barrett, From First Adam to Last, 1962; M. D. Hooker, NTS 6, 1959–60, pp. 297–306; NIDNTT 1, 84–88; A. J. M. Wedderburn, NTS 19, 1972–3, pp. 339–354.

A.J.M.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Caída de Adán. Durero. Nurember, 1504. Adán y Eva de lucas Cranach, 1528. Rubens
Adán y Eva. Lucas Cranach. Grabado en 1509. El primer hombre y el padre de la raza humana.

Contenido

  • 1 Etimología y Uso de la Palabra
  • 2 Adán en el Antiguo Testamento
  • 3 Adán en el Nuevo Testamento
  • 4 Adán en la Tradición Judía y Cristiana

Etimología y Uso de la Palabra

Hay divergencia de opinión entre los expertos semíticos cuando intentan explicar el significado de la palabra hebrea adam (que con toda probabilidad se usó originalmente como nombre común y no como nombre propio), y ninguna teoría parece satisfactoria hasta ahora. La causa de esta inseguridad en el tema se debe a que la raíz de la palabra adam, con significado de “hombre” o “humanidad”, no es común en todas las lenguas semíticas, aunque por supuesto el nombre es adoptado por ellos en las traducciones del Antiguo Testamento. Hans Sebald Beham, Gravure, Adán y Eva, 1543Como un término autóctono con el significado anterior, sólo se da en la lengua fenicia y en la sabea, y probablemente también en la asiria. En Génesis 2,7 el nombre parece estar relacionado con la palabra ha-adamah (“la tierra”), en cuyo caso el valor del término estaría en que representa al hombre (ratione materiæ) como nacido de la tierra, similar al latín, donde la palabra homo se supone que es pariente de humus. Es un hecho generalmente reconocido que las etimologías propuestas para las narraciones del Libro de Génesis son a menudo divergentes y no siempre correctas filológicamente, y aunque la teoría (fundada en Gn. 2,7) que relaciona adam con adamah ha sido defendida por algunos eruditos, al presente está generalmente abandonada.
Otros explican el término con el sentido de “estar rojo”, un sentido cuya raíz incide en varios pasajes del Antiguo Testamento (por ejemplo, Gn. 25,30), como también en arábigo y en etíope. En esta hipótesis el nombre parece haber sido aplicado originalmente a una raza roja o rubicunda característica. En este sentido Gesenio (Thesaurus, s.v., p. 25) comenta que en los monumentos antiguos de Egipto las figuras humanas que representan a los egipcios constantemente están pintadas de rojo, mientras que las que representan otras razas lo están de negros o de algún otro color. Adán y Eva,Lucas Cranach, 1538 Algo análogo a esta explicación se revela en la expresión asiria çalmât, qaqqadi, es decir, “cabezas negras” que se usa a menudo para denominar a los hombres en general. (Cf. Delitsch, Assyr. Handwörterbuch, Leipzig, 1896, pág., 25.) Algunos escritores combinan esta explicación con la precedente, y asignan a la palabra adam el doble significado de “tierra roja”, y añaden así a la noción del origen material del hombre una connotación del color de la tierra de la que fue formado. Una tercera teoría, que parece ser la prevaleciente hoy día, (cf. Pinches, El Antiguo Testamento a la Luz de los Archivos Históricos y de las Leyendas de Asiria y Babilonia, 1903, pp. 78, 793), explica la raíz adam con el significado de “hacer”, “producir”, conectándola con el adamu asirio, cuyo significado probable es “edificar”, “construir”, de ahí que adam podría significar “hombre” ya sea en el sentido pasivo, como hecho, producido, creado, o en el sentido activo, como el que produce.

En el Antiguo Testamento la palabra se usa como nombre común y propio, en la primera acepción tiene significados diferentes. Así en Gn. 2,5, se emplea para señalar a un ser humano, hombre o mujer; raramente, como en Gn 2,22, significa hombre como contrario a mujer y, por último, a veces aparece señalando a la humanidad en su conjunto, como en Gn 1,26. El uso del término, tanto como nombre común o como nombre propio, es común a ambas fuentes llamadas en los círculos críticos como P y J. Así en el primer relato de la creación (P) la palabra se utiliza en referencia a la creación de la humanidad en ambos sexos, pero en Gn 5,14, el cual pertenece a la misma fuente, se utiliza como nombre propio. Del mismo modo el segundo relato de la creación (J) habla de “el hombre” (ha-adam), pero después (Gn 4,25) el mismo documento emplea la palabra como nombre propio sin el artículo.

Adán en el Antiguo Testamento

Prácticamente toda la información del Antiguo Testamento acerca de Adán y el comienzo de la especie humana aparece en los primeros capítulos del Génesis. Es un asunto muy discutido hasta qué punto estos capítulos deben ser considerados como estrictamente histórico, cuya discusión no está al alcance del presente artículo. Sin embargo, se debe llamar la atención al hecho de que la historia de la Creación se cuenta dos veces, en el capítulo 1 y en el 2, y a pesar de que hay un acuerdo sustancial entre los dos relatos, no obstante, hay una divergencia considerable en el escenario de la narración y en los detalles. Los escritores renuentes a reconocer la presencia de fuentes o documentos independientes en el Pentateuco han acostumbrado explicar el hecho de esta doble narrativa diciendo que el escritor sagrado, habiendo establecido sistemáticamente en el primer capítulo las fases sucesivas de la Creación, regresó al mismo tema en el segundo capítulo para añadir algunos detalles especiales respecto al origen del hombre. Sin embargo, se debe dar por sentado que muchos estudiosos modernos, incluso católicos, están insatisfechos con esta explicación, y que entre los críticos de cada escuela existe la opinión preponderante al efecto de que estamos en presencia de un fenómeno bastante común en los relatos históricos Orientales, es decir, la combinación o yuxtaposición de dos o más documentos independientes unidos más o menos estrechamente por el historiógrafo, que entre los semitas es esencialmente un recopilador. (Vea Guidi, L’historiographie chez les Sémites en la Revista Bíblica, octubre 1906.) En la parte I de la obra del Dr. Gigot, “Introducción Especial al Estudio del Antiguo Testamento”, se pueden hallar las razones en las que se basa esta opinión, así como los argumentos de los opositores. Baste mencionar que una repetición similar de los principales sucesos narrados es claramente visible a lo largo de todas las partes históricas del Pentateuco, e incluso en los libros más tardíos, como Samuel y Reyes; y que la inferencia extraída de este fenómeno constante está confirmada no sólo por la diferencia en estilo y punto de vista característicos de las narrativas dobles, sino también por las divergencias y antinomias que por lo general exhiben. Sea lo que sea, es pertinente al propósito del presente artículo examinar los rasgos principales de la doble narrativa de la Creación con referencia especial al origen del hombre.

En el primer relato (Gén. 1, 2, 4a) se presenta a Elohim creando diferentes categorías de seres en días sucesivos. Así crea el reino vegetal el tercer día, el cuarto día coloca al sol y la luna en el firmamento del cielo, y el quinto día crea Dios los seres vivientes del agua y las aves del cielo que reciben una bendición especial, con la orden de crecer y multiplicarse. El sexto día Elohim crea, primero, todas las criaturas vivas y bestias de la tierra; y después, con las palabras del relato sagrado: “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra: y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues Dios al ser humano a imagen suya: a imagen de Dios le creó: macho y hembra los creó” (Gén. 1,26-27).

Luego sigue la bendición junto con la orden de aumentar y llenar la tierra, y finalmente se les asigna el reino vegetal por comida. Considerado independientemente, este relato de la Creación hace dudar de si al usar la palabra adam, “hombre”, el autor quería designar al individuo o a la especie. Ciertas indicaciones parecen favorecer la última, por ejemplo, el contexto, pues las creaciones anteriormente registradas se refieren sin duda a la creación no de un individuo o un par, sino a un gran número de individuos pertenecientes a las diversas especies; y lo mismo en el caso del hombre se podría inferir de la expresión, “macho y hembra los creó”. Sin embargo, otro pasaje (Gén. 5,2), que pertenece a la misma fuente del primer relato y que en parte lo repite, suplementa la información de ésta última y da una clave para su interpretación. En este pasaje que contiene la última referencia a Adán del documento llamado sacerdotal, en él leemos que Dios “los creó varón y hembra… y los llamó “adam”, en el día de su creación.”

Y el escritor continúa: “Tenía Adán ciento treinta años, cuando engendró a un hijo a su semejanza, según su imagen, a quien puso por nombre Set. Fueron los días de Adán, después de engendrar a Set, ochocientos años y engendró hijos e hijas. El total de los días de la vida de Adán fue de novecientos treinta años, y murió.” Aquí evidentemente el adam u hombre del relato de la Creación se identifica con un individuo particular, y por consiguiente, las formas plurales que podrían de otro modo causar duda se deben entender con respecto a la primera pareja de seres humanos.

En Gén. 2,4b-25 nos encontramos con lo que parece ser un relato de la Creación nuevo e independiente, no una simple ampliación del relato ya dado. De hecho el escritor, sin al parecer presuponer que ya había algo registrado, se remonta al tiempo en que todavía no había ni lluvia, ni planta o bestia del campo; y, mientras la tierra era aún un desierto sin vida y estéril, Yahveh formó al hombre del polvo, y lo anima insuflando en su nariz el aliento de vida. Para conocer si estos textos deben ser interpretados literal o figurativamente, y si la creación del primer hombre fue directa o indirecta, vea Pentateuco, Creación, Hombre. Aquí la creación del hombre, en lugar de ocupar el último lugar, como sucede en la escala ascendente del primer relato, es colocada antes de la creación de las plantas y animales, y se les representa como siendo creados a continuación para satisfacer las necesidades del hombre. Al hombre no se le encomienda dominar la tierra entera, como en el primer relato, pero se le encarga cuidar del Jardín del Edén con permiso para comer de sus frutos, salvo los del árbol del conocimiento del bien y del mal; y se presenta la creación de la mujer como una idea posterior de Yahveh al reconocer la incapacidad del hombre de encontrar compañía adecuada en la creación inconsciente.

En el relato anterior, después de cada paso “Vio Dios que era bueno”, pero aquí Yahveh ve que no es bueno para el hombre estar solo, y procede a satisfacer la deficiencia formando a la mujer Eva de la costilla del hombre mientras éste duerme profundamente. Según la misma narración, viven en una inocencia pueril hasta que Eva es tentada por la serpiente, y los dos comen la fruta prohibida. De ese modo se vuelven conscientes de su pecado, provocan el disgusto de Yahveh, y para que no puedan comer del árbol de vida y así volverse inmortales, son arrojados del Jardín del Edén. De aquí en adelante su herencia será el dolor y la fatiga, y el hombre es condenado a la tarea penosa de ganar su sustento de una tierra que por su culpa ha sido maldecida con la esterilidad. El mismo documento nos da algunos detalles relativos a nuestros primeros padres después de la caída: a saber, el nacimiento de Abel y el fraticida Caín, y el nacimiento de Set. La otra versión, que parece no conocer nada sobre Caín o Abel, menciona a Set (Gn. 5,3) como si fuera el primogénito, y agrega que durante los ochocientos años que siguen al nacimiento de Set, Adán engendró hijos e hijas.

A pesar de las diferencias y discrepancias notables en los dos relatos del origen de la humanidad, sin embargo, ambos están en acuerdo sustancial, y en la opinión de la mayoría de eruditos ambos se explican y reconcilian fácilmente si se consideran como representantes de dos tradiciones hebreas variables; tradiciones que incluyen los mismos hechos históricos centrales de forma diferente, junto con una presentación más o menos simbólica de ciertas verdades morales y religiosas. Así en ambos relatos el hombre es claramente distinguido y dependiente de Dios el Creador; aun así está directamente conectado a Él a través del acto creador, excluyendo a todos los seres intermediarios o semidioses tal como se encuentran en varias mitologías paganas. En la primera narración se hace manifiesto que este hombre, más que todas las demás criaturas, comparte la perfección de Dios, pues es creado a imagen de Dios, a lo cual corresponde en el otro relato la igualmente significativa figura del hombre que recibe la vida del soplo de Yahveh. Por otro lado, en el primer relato se da a entender que el hombre tiene algo en común con los animales en el hecho de que son creados el mismo día, y en el segundo, por su intento infructuoso de encontrar entre ellos una compañera adecuada. El hombre es señor y corona de la creación, como se expresa claramente en el primer relato, donde su creación es el clímax de las obras sucesivas de Dios, y donde se establece explícitamente su supremacía, pero eso mismo se implica no menos claramente en el segundo relato. Ciertamente tal puede ser el significado de colocar la creación del hombre antes que la de las plantas y animales, pero, sin embargo, sea como sea, éstos son creados para su utilidad y beneficio.

Se presenta a la mujer como secundaria y subordinada al hombre, aunque idéntica a él en naturaleza, y la creación de una sola mujer para un solo hombre implica la doctrina de la monogamia. Además, el hombre fue creado inocente y bueno; el pecado vino a él de afuera, y fue seguido de inmediato de un severo castigo que no sólo afectó a la pareja culpable, sino a sus descendientes y también a otros seres. (Cf. Bennett en Hastings, Dic. de la Biblia, s.v.) Por consiguiente, las dos narraciones están prácticamente de acuerdo respecto a su propósito didáctico e ilustrativo, y es indudable que le debemos adscribir su principal importancia a esta característica. Es muy necesario señalar de paso que la excelsitud de las verdades doctrinales y éticas expuestas colocan la narración bíblica inmensurablemente por encima de las extravagantes historias de la Creación narradas entre los pueblos paganos de la antigüedad; aunque algunas, particularmente la babilónica, tienen un parecido más o menos llamativo en la forma. A la luz de su excelencia doctrinal y moral, el problema del carácter histórico estricto de la narrativa, tanto en lo relativo a la estructura y sus detalles, se vuelve menos importante, sobre todo cuando nosotros recordamos que en historia como lo entienden otros autores bíblicos, así como generalmente escritores semíticos, la presentación y orden de los hechos—y ciertamente todo su rol—se hace habitualmente subordinado a las exigencias de la preocupación didáctica.

Respecto a las fuentes extra bíblicas que arrojan luz a la narrativa del Antiguo Testamento, es bien sabido que el relato hebreo de la Creación encuentra un paralelo en la tradición babilónica como lo revelan las escrituras cuneiformes. Está fuera del alcance del artículo presente discutir las relaciones de dependencia histórica que generalmente se admite que existe entre las dos cosmogonías. Respecto al origen del hombre baste decir que, aunque no se ha hallado el fragmento de la “Épica de la Creación” que se supone lo contuviera, sin embargo, hay buenos fundamentos independientes para asumir que originalmente perteneció a la tradición incluida en el poema, y que debió ocupar un lugar en éste justo después del relato de la creación de las plantas y los animales, como en el primer capítulo de Génesis. Entre las razones para esta hipótesis están:
* Las advertencias divinas dirigidas al hombre después de su creación, hacia el final del poema;

  • El relato de Beroso que menciona la creación del hombre por uno de los dioses, que mezcló con arcilla la sangre que fluyó de la cabeza cortada de Tiamat;

* Un relato traducido por Pinches, no semítico (o pre-semítico), de un texto bilingüe, en el que se dice que Marduk ha hecho la humanidad, con la cooperación de la diosa Aruru.

(Cf. Enciclopedia Bíblica, art. “Creación”, también Davis, Génesis y Tradición Semítica, pp. 36-47.) En cuanto a la creación de Eva, hasta ahora no se ha descubierto ningún paralelo entre los registros fragmentarios de la historia de creación babilónica. Era la opinión de Orígenes, de Cajetan, y tambien es defendida ahora por expertos como Hoberg (Die Genesis, Friburgo, 1899, pág., 36) y von Hummelauer (Comm. in Genesim, pp. 149 ss.), que el relato tal como aparece en el Génesis no se debe tomar literalmente como descriptivo de hechos históricos. Éstos y otros escritores ven en esta narrativa el relato de una visión simbólica del futuro, análoga a la concedida a Abraham (Gén. 15,12), y a la de San Pedro en Joppe (Hch 10,10 ss.). (Ver Gigot, Introducción Especial al Estudio del Antiguo Testamento, pt. I, pág. 165, ss.)

En los libros posteriores del Antiguo Testamentos son muy pocas las referencias a Adán como individuo, y no agregan nada a la información contenida en el Génesis. Así su nombre, sin comentarios, aparece en la cabeza de las genealogías del libro I de las Crónicas; se menciona igualmente en Tobías 8,6; Oseas 6,7; Eclesiástico 33,10; 40,1; 49,16; etc., La palabra hebrea adam aparece en varios otros pasajes, pero en el sentido de hombre o humanidad. La mención de Adán en Zacarías 13,5, según la versión de Douay y la Vulgata, se debe a un error de traducción del original.

Adán en el Nuevo Testamento

Las referencias a Adán en el Nuevo Testamento como un personaje histórico sólo ocurren en unos pocos pasajes. Así en el tercer capítulo del Evangelio de San Lucas la genealogía de Cristo se remonta a “Adán que era de Dios”. Esta prolongación del linaje terrenal de Jesús más allá de Abraham, que forma el punto de inicio en San Mateo, se debe sin duda al espíritu más universal y a la afinidad característica del tercer evangelista que escribe más para la instrucción de los catecúmenos gentiles del cristianismo, y no tanto desde el punto de vista de la profecía y la esperanza judía. Otra mención del padre histórico de la raza se encuentra en la Epístola de San Judas (v. 14), donde se inserta una cita del apócrifo Libro de Henoc, el cual, es bastante extraño decir, se atribuye al patriarca antediluviano de ese nombre, “Henoc, el séptimo después de Adán”. Pero las referencias más importantes a Adán se encuentran en las Epístolas de San Pablo. Así en 1 Tm. 2,11-14, el Apóstol, después de establecer ciertas reglas prácticas respecto a la conducta de las mujeres, particularmente relativas al culto público, e inculcando el deber de subordinación al otro sexo, usa un argumento cuyo peso descansa más en los métodos lógicos corrientes de su tiempo que en el valor intrínseco según se aprecia en la mente moderna: “Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión.”

Una línea similar de argumento se sigue en 1 Cor. 11,8-9. Más importante es la doctrina teológica formulada por San Pablo en la Epístola a los Romanos, 5,12-21, y en 1 Cor. 15,22-45. En el último pasaje Jesucristo es llamado por analogía y contraste el nuevo y “último Adán.” Esto se entiende en el sentido de que como el Adán original fue la cabeza de toda la humanidad, el padre de todos según la carne, así también Jesucristo es constituido principio y cabeza de la familia espiritual de los elegidos, y potencialmente de toda la humanidad, ya que todos están invitados a compartir su salvación. Así el primer Adán es imagen del segundo, pero mientras el primero transmite a su descendencia un legado de muerte, el último, al contrario, se vuelve el principio vivificante de la rectitud restaurada. Cristo es el “último Adán” puesto que “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch. 4,12); no se debe esperar ningún otro jefe o padre de la raza. El primero y el segundo Adán ocupan la posición de cabeza con respecto a la humanidad, pero mientras que el primero por su desobediencia, por decirlo así, corrompió en sí mismo la estirpe de toda la raza, y legó a su posteridad una herencia de muerte, pecado, y miseria, el otro a través de su obediencia gana para todos aquéllos que se hacen sus miembros una nueva vida de santidad y el premio eterno. Puede decirse que el contraste así formulado expresa un principio fundamental de la religión cristiana y encierra en substancia toda la doctrina de la economía de la salvación. Es principalmente en éstos y otros pasajes de similar importancia (p.e. Mt. 18,11) donde se basa la doctrina fundamental de que nuestros primeros padres fueron elevados por el Creador a un estado de virtud sobrenatural, cuya restauración fue el objetivo de la Encarnación. Apenas es necesario decir que el hecho de esta elevación no puso haber sido claramente deducido del relato aislado del Antiguo Testamento.

Adán en la Tradición Judía y Cristiana

Es un hecho muy conocido que, tanto en la tradición judía posterior como en la cristiana y mahometana, surgió una cosecha exuberante de erudición popular legendaria alrededor de los nombres de todos los personajes importantes del Antiguo Testamento; esto se debió en parte al deseo de satisfacer la curiosidad piadosa añadiendo detalles a los escuetos relatos bíblicos, y en parte con propósitos éticos. Era por consiguiente natural que la historia de Adán y Eva debiera recibir una atención especial y ser ampliamente desarrollada por este proceso de embellecimiento. Estas adiciones, algunas de las cuales son extravagantes y pueriles, son principalmente imaginarias, y a lo mejor se basan en un entendimiento fantasioso de algún leve detalle de la narrativa sagrada. Es innecesario decir que estos relatos no incluyen información histórica real, y su utilidad principal es aportar un ejemplo de la credulidad popular piadosa de entonces así como del poco valor que debe añadirse a las llamadas tradiciones judías cuando se invocan como argumento en un análisis crítico. Hay muchas leyendas rabínicas que hablan de nuestros primeros padres en el Talmud, y muchas están recogidas en el apócrifo Libro de Adán, hoy perdido, pero cuyos extractos nos han llegado en otras obras de carácter similar (ver Hombre). La más importante de estas leyendas, que no está dentro del alcance del artículo presente, puede encontrarse en la Enciclopedia Judía, I, art. “Adán”, y en lo relativo a leyendas cristianas, en Smith y Wace, el Diccionario de Biografía Cristiana. s.v.

Bibliografía: PALIS en VIG., Dicc. de la Biblia, s.v.; BENNETT y ADENEY en HAST., Dicc. de la Biblia, s.v. Para las referencias del Nuevo Testamento, vea comentarios; para el Antiguo Testamento, GIGOT, Introducción Especial al Estudio del Antiguo Testamento, I, IV; VON HUMMELAUER, Comentarios sobre el Génesis.

Fuente: Driscoll, James F. “Adam.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01129a.htm

Traducido por Félix Carbo Alonso. L H M

Selección de imágenes: José Gálvez Krüger

Fuente: Enciclopedia Católica