ADORACION

Adoración (heb. generalmente shâjâh, “inclinación”, “adoración”; âtsab [Jer 44:19]; segid; gr. generalmente latréia, “servicio” [religioso], “culto”; latréuí‡, “servir”, especialmente en relación con las formas externas de adoración; proskunéin, “postrarse”, “besar” [como adoración]; proskunéí‡, “rendir obediencia [reverencia]”, “postrarse”). Actitud de humildad, reverencia, honor, devoción y adoración que señalan adecuadamente las relaciones entre los seres creados y su Creador, particularmente en su presencia. La Biblia enseña que tal adoración es debida sólo al único Dios verdadero (Exo 20:1-5; 34:14; Mat 4:10; Act 10:25, 26). Los ángeles, aunque son seres celestiales, no deben ser objeto de adoración (Rev 19:10). Un estricto monoteí­smo ha de caracterizar el culto de quienes honran al verdadero Dios, el Creador del cielo y de la Tierra (Deu 6:4, 5). Además, como Dios es “espí­ritu” (Joh 4:23, 24), se prohí­be al hombre adorarlo mediante representaciones materiales (Deu 4:12, 15-19).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Ver oración.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., shahah, inclinarse, postrarse; gr., proskyneo, postrarse, reverenciar). El honor, reverencia y homenaje dado a seres o poderes superiores, sean hombres, ángeles o Dios.

Cuando se rinde a Dios, la adoración implica un reconocimiento de las perfecciones divinas. Puede expresarse en forma de discurso directo, como en adoración, acción de gracias, o en servicio a Dios; puede ser privada o pública.

En tiempos patriarcales habí­a la oración privada (p. ej., Génesis 18) y el acto público de edificar un altar (p. ej., Gen 12:7). Moisés estableció la base de la adoración pública de Israel y le dio su punto céntrico en el tabernáculo (p.ej. ., 1Sa 1:1). El ritual del templo, que tuvo su origen en el tabernáculo, era conducido por los sacerdotes asistidos por los levitas. En las sinagogas, el énfasis era más en la instrucción que en la adoración. Los cristianos judí­os, mientras les fue permitido, continuaron adorando en el templo y la sinagoga, aun cuando para ellos todo el sistema ceremonial y de sacrificios habí­a terminado con la muerte y resurrección de Jesús. La adoración cristiana pública se desarrolló según el modelo de la sinagoga. Parece ser que desde el principio los creyentes se reuní­an en hogares para reuniones fraternales privadas; la ocasión era el dí­a del Señor (Joh 20:19, Joh 20:26; Act 20:7; 1Co 16:2). El culto público cristiano consistí­a en predicación (Act 20:7; 1Co 14:9), lectura de las Escrituras (Col 4:16; Jam 1:22), oración (1Co 14:14-16), canto (Eph 5:19; Col 3:16), bautismos y la cena del Señor (Act 2:41; 1Co 11:18-34), ofrenda para beneficencia (1Co 16:1-2), y algunas veces profetizar y hablar en lenguas.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Postrarse).

Sólo se adora a Dios, Mat 4:10, Luc 4:8.

– Le Eucaristí­a es la más grande adoración. Ver “Misa”, Eucaristí­a”.

– A la Virgen y a los Santos no los adoramos, sino que los “honramos”, los “veneramos”, por son amigos de Dios, y les pedimos que oren por nosotros, porque están ya con Dios: (Luc 23:46, Stg 5:16, Jn. 2, Rev 8:3-4.

– Las imágenes, estatuas y pinturas, nos recuerdan a Dios, a Jesús, a los Santos, pero no las “adoramos”. Ver “Imágenes”, “Santos”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Acto mediante el cual se expresa reverencia, respeto, honor, amor y obediencia a Dios. En el AT se utiliza la palabra shachah para indicar esa actitud, con la connotación de †œpostrarse†, †œarrodillarse†, †œinclinarse†. En el NT el término es proskusneo, que es reverenciar a una persona. Usualmente el adorante baja †œla cabeza hacia el suelo† (Exo 34:8) o se postra en tierra (Job 1:20; Sal 95:6), por lo cual muchas veces se usa la palabra †œinclinarse† como equivalente a a. (Exo 20:5; 2Re 5:18). Pero el acto fí­sico de inclinar el cuerpo puede tener otro sentido, como súplica a una persona (Gen 23:7-12), o simple reverencia ante un rey (1Sa 24:8-9). Para que exista a. es imprescindible una actitud del corazón que reconoce en el objeto de la a. el carácter de soberano señor y dueño, como en el Sal. 99, donde se comienza reconociendo la grandeza de Dios: †œJehová reina…. él está sentado sobre los querubines…. Jehová en Sion es grande y exaltado sobre todos los pueblos†, etcétera. Y luego se reclama la a.: †œExaltad a Jehová nuestro Dios, y postraos ante su santo monte†.

Abraham, así­ como los otros patriarcas, construí­a altares a Dios, lugares especiales de a. (Gen 12:8) donde rendí­a culto a Jehová. La a. se realiza en privado (2Sa 12:19-20) o en público. Por extensión se designa como a. a los rituales que acompañan el acto en público. Después de Moisés, la a. pública giró alrededor del †¢tabernáculo, con ritos muy elaborados que surgieron tras la experiencia liberadora del éxodo, en los cuales una clase sacerdotal, la de †¢Aarón, dirigí­a el culto. Tras la construcción del †¢templo, siguió la tradición aarónica, con los cambios que surgieron por el hecho mismo de que se tení­a entonces un lugar especial en el territorio, †¢Jerusalén. David diseñó muchos aspectos de la liturgia del †¢templo, y organizó el culto, especialmente con la participación de músicos.
ólo a Jehová se debe adorar (2Re 17:35-36, Mat 4:10; Apo 14:9-11). Los ángeles obedientes a Dios no aceptan que se les adore (Apo 22:9). No se debe adorar a un hombre (Hch 10:25-26). La a. se hace en el †œtemor† de Dios (Sal 5:7), †œen la hermosura de la santidad† (Sal 29:2), y con cántico alegre (Sal 66:4) y alabanza (2Cr 7:3), asegurándose de que se hace de corazón (Isa 29:13). De igual manera, la palabra †œservir† puede señalar la a. (Exo 3:12; Deu 4:28). Salvo casos extremos, no se podí­a hacer a. a Dios †œcon las manos vací­as† (Deu 16:16). Por lo tanto, la a. incluí­a un sacrificio o una ofrenda (Gen 8:20; Deu 26:10). El pueblo de Israel se desvió, dedicándose a la a. de dioses falsos (2Cr 7:22; Jer 22:9), adoptando sus ceremonias y costumbres violentas e indecorosas (1Re 18:28-29). Adoraron †œla obra de sus manos† (Jer 1:16), lo cual es idolatrí­a, una abominación (Deu 7:25; Deu 13:12-16; Deu 27:15). En contraposición con una a. ritualista o tradicionalista de los judí­os y samaritanos, el Señor Jesús dijo que Dios busca adoradores sinceros, que lo hagan †œen espí­ritu y en verdad† en cualquier sitio (Jua 4:21-24). El Señor Jesús aceptó que se le rindiera a. (Mat 14:33; Jua 5:22-23), dando así­ señal de su deidad. Los ángeles rinden a. al Señor Jesús (Heb 1:6).
iglesia original de Jerusalén, teniendo el †¢templo, siguió por un tiempo reuniéndose en cierto rincón del mismo. Generalmente se acepta que la costumbre de la iglesia primitiva de reunirse el primer dí­a de la semana (Hch 20:7, 1Co 16:2) tení­a por propósito la a. Pero muchos judí­os cristianos continuaron observando el sábado y las fiestas tradicionales. Muy pronto, sin embargo, los cristianos gentiles decidieron reunirse para hacer su a. pública el primer dí­a de la semana (Hch 20:7; 1Co 16:2), que fue llamado †œel dí­a del Señor† (Apo 1:10), en conmemoración de la resurrección de Cristo.
NT no da detalles sobre la forma en que se realizaba la a. pública. Sabemos, sin embargo, que en sus reuniones se celebraba el partimiento del pan (Hch 2:46); se leí­a la Palabra de Dios (Col 4:16; 1Te 5:27); se profetizaba (1Co 14:1); se hablaba en lenguas y se interpretaban éstas (1Co 14:4-6, 1Co 14:13, 28); habí­a oraciones (1Co 14:14); se cantaban †œsalmos e himnos y cánticos espirituales† (Col 3:16). Llegará un dí­a en que †œtoda la tierra† (Sal 66:4) y †œtodas las naciones† (Sal 22:27; Sal 86:9) adorarán a Jehová (Flp 2:10-11). †¢Oración.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LEYE La adoración a Dios ha sido descrita como “la honra y adoración que se le rinden en razón de lo que El es en Sí­ mismo y de lo que El es a aquellos que se la dan”. Se presupone que el adorador tiene una relación con Dios, y que hay un orden prescrito del servicio o de la adoración. Los israelitas habí­an sido redimidos de Egipto por Dios, y por ello, como pueblo redimido podí­an allegarse al lugar por El señalado para adorar en seguimiento de Sus instrucciones. Así­, dice el salmista: “Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación… Porque Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses… Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque El es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y el rebaño de su mano” (Sal. 95:1-7). En los tiempos del AT los adoradores no podí­an entrar en el santuario divino. Solamente podí­an entrar en el patio exterior a él. Incluso el sumo sacerdote sólo podí­a entrar en el lugar santí­simo sólo una vez al año, con sangre. Por lo demás, los mismos sacerdotes se quedaban limitados al santuario, sin poder atravesar el velo. Todo esto ha cambiado ahora. La redención ha sido cumplida, el velo ha sido rasgado de arriba abajo, Dios ha abierto de par en par el acceso a El, y los adoradores, como sacerdotes, tienen libertad para entrar en el lugar santí­simo. Dios ha sido revelado en los consejos de Su amor como Padre, y el Espí­ritu Santo ha sido dado. Por ello, el lenguaje de los Salmos ya no es adecuado para dar expresión a la adoración cristiana, debido a lo í­ntimo de la relación a la que ha sido traí­do el creyente. En el milenio, “el pueblo” no tendrá acceso en este mismo sentido. La verdadera figura para la actitud cristiana es la del sacerdote, no la del pueblo. Los que adoran a Dios deben adorarle en espí­ritu y en verdad, y el Padre busca a los tales que le adoren (Jn. 4:24). El deleite de ellos está en lo que El es. Se gozan en Dios, y le aman, gloriándose en El (Ro. 5:11). Adorar “en espí­ritu” significa adorar de acuerdo con la verdadera naturaleza de Dios, y en el poder de comunión que da el Espí­ritu Santo. Por ello, está en contraste con la adoración consistente en formas y ceremonias, y con la religiosidad de que es capaz la carne. Adorar “en verdad” significa adorar a Dios de acuerdo con la revelación que El ha dado en gracia de Sí­ mismo. Por ello, “ahora” no serí­a adorar a Dios en verdad el adorarle “simplemente” como “Dios grande”, “nuestro Hacedor” y “Rey grande sobre todos los dioses”, como en el Sal. 95. Todo esto es cierto de El. Pero a El le ha placido revelarse a Sí­ mismo bajo otro carácter para los suyos, como Padre. Entran así­ en Su presencia con espí­ritu filial, y con la consciencia del amor que les ha dado un lugar ante El en Cristo, como hijos según Su buena voluntad. La consciencia de este amor, y de la buena voluntad de Dios de tenernos ante El en Cristo, es entonces la fuente de la que surge nuestra adoración como cristianos. El Padre y el Hijo son conocidos, siendo la voluntad del Padre que todos honren al Hijo como revelador de la fuente del amor, y el Hijo conduce a los corazones de muchos hijos al conocimiento del amor del Padre. Así­, la adoración se distingue de la alabanza y de la acción de gracias: es el homenaje tributado por el amor (Ro. 8:15), y vertido al Padre y al Hijo, conducidos en ello por el Espí­ritu Santo. Bibliografí­a. Darby, J. N.: “On Worship”, en Collected Writings, vol. 7, PP. 87-126; “The Father Seeking Worshipers”, en Coll. Writ, vol. 34, PP. 333-342 (Kingston Bible Trust, Lancing, Sussex, reimpresión 1967); Gibbs, A. P.:”Worship, the Christian’s highest occupation” (Walterick Pub., Kansas City, s/f); Lacueva, F.:”Espiritualidad Trinitaria” (Clí­e, Terrassa, 1983).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Acto o actitud de reconocimiento intelectual y moral de la supremací­a divina por parte de las criaturas. Es el acto religioso supremo del creyente y se halla expresada por los actos de culto dirigidos a Dios: oración, plegaria, sacrificio.

Es propia de todas las religiones antiguas y modernas, en donde se concibe la figura divina como receptora del tributo del creyente. Especialmente se considera el acto central de la respuesta a la fe en las religiones monoteí­stas: judaí­smo, cristianismo y mahometismo.

En el Antiguo testamento de se reclama la adoración a sólo Dios en el primero precepto del Decálogo “Ex. 20. 1-17 y Deut 5. 6-21): “Adorarás al señor tu Dios y a él solo servirás”. En el Nuevo Testamento, Jesús reclamará el mantenimiento del primer mandamiento, pero lo señalará como insuficiente sin el segundo: “El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Lc. 10. 27 y Mt. 10. 40)

Por lo demás, en el cristianismo se presenta la adoración a Jesús, Hijo de Dios, como expresión también de la adoración divina o reconocimiento de su supremací­a. Se reclama también la adoración de la humanidad del mismo Jesús, no en cuanto criatura, sino en cuanto unida hipostáticamente al Verbo o persona divina hecha carne. La adoración de un dios falso, o de formas falsificadas de divinidad, se denomina idolatrí­a: fetichismo, si se adoran objetos; espiritismo si se adoran espí­ritus: diabolismo si se adoran demonios.

En la catequesis, la adoración divina, del Padre, del Espí­ritu y del Verbo encarnado, es la cumbre de las actitudes del creyente. Por eso debe ser un objeto central de toda clarificación religiosa el reconocimiento de la adorabilidad exclusiva de Dios. Con todo es un tema propio de la madurez espiritual, ya que en la mente infantil e incluso adolescente, el puro concepto de adoración se escapa de la comprensión inalcanzable para quien no ha llegado a un mí­nimo de capacidad abstractiva.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Sólo Dios es el Santo

Adorar es reconocer la trascendencia, la absoluta soberaní­a, y el misterio de Dios infinito, porque “sólo él es el Santo” (Sal 99,5). Esta actitud interna se puede expresar con gestos externos o con fórmulas oracionales. Sólo Dios puede ser adorado, puesto que sólo él es el primer principio de quien procede y depende todo (Mt 4,10; Deut 6,13). “Ante él se postrarán todas las familias de los pueblos” (Sal 22,28). Los salmos invitan a adorar a Dios, “porque él nos ha creado” (Sal 95,6-7).

En el plano moral, la adoración pertenece a la virtud de la “religión” relación especial con Dios (Santo Tomás, II-II, 84). Se expresa en el “culto” de “latrí­a” (de adoración) porque va dirigido a la divinidad, reconociendo su “misterio” y su infinitud.

En el camino de la oración, no solamente se trata de adorar a Dios, sino también de la actitud profunda y contemplativa de “callar” ante el misterio. Decimos también que adoramos los designios misteriosos de la Providencia de Dios. Jesús nos enseña a “adorar al Padre en espí­ritu y en verdad” (Jn 4,23).

Adorar a Dios uno y Trino

En el cristianismo, adoramos a Jesús, por ser Hijo de Dios (la persona del Verbo unida a su naturaleza humana), y consecuentemente también la Eucaristí­a, donde él está presente. Los Magos “lo adoraron” (Mt 2,11). Hemos recibido, como herencia apostólica y evangélica, la expresión del apóstol Santo Tomás “Señor mí­o y dios mí­o” (Jn 20,28).

San Pablo invita a toda la humanidad a adorar a Jesús, el Señor “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2,10-11). Esta adoración del Verbo hecho hombre es, al mismo tiempo, afirmación de la unidad vital de Dios Amor, uno en su naturaleza y trino en las personas, Padre, Hijo y Espí­ritu Santo.

Referencias Alabanza, contemplación, culto, Encarnación, Eucaristí­a, gloria de Dios, misterio, oración, Providencia, religión, Trinidad.

Lectura de documentos CEC 2084-2086, 2096-2098, 2628.

Bibliografí­a I. HAUSHEER, Adorar al Padre en Espí­ritu y en verdad (Bilbao, Mensajero, 1968); R. MORETTI, Adorazione, en Dizionario enciclopedico di Spiritualití  (Roma, Cittí  Nuova, 1990) 28-32. Ver bibliografí­a de culto, gloria de Dios, oración.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La adoración es el culto máximo que el hombre puede tributar, la suprema adoración, que sólo a Dios debe referirse, porque él solo es el santo y el grande, el único. La adoración es al mismo tiempo el reconocimiento de la criatura ante el Creador y la expresión psicológica del que se siente nada ante el que lo es todo. En el A. T., la adoración suele ir acompañada de unos gestos externos, tales como la postración, los brazos extendidos, la postura suplicante, los ritos en torno al altar, que tratan de expresar la total sumisión del hombre ante Dios. Jesús estableció que la adoración a solo Dios es debida (Mt 4,10), tal y como en el A. T. estaba ordenado. En el N. T. los cristianos adoran también a Jesucristo glorioso, resucitado y exaltado, el Señor (Mt 28,9.17; Lc 24,52), el Hijo de Dios con plenitud de derechos a ser también adorado como el Padre (Mt 14,33; Jn 9,38). Incluso antes de ser resucitado, ya es adorado (Mt 2,2.11). Porque Jesucristo tiene un nombre-sobre todo-nombre, ante el que debe doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos (Flp 2,9-10). Pero esta novedad de la adoración cristiana no sólo radica en que se dirige a la Trinidad Augusta, sino en las exigencias radicales que comporta -el hombre debe estar consagrado sustancialmente al Señor en alma y cuerpo (1 Tes 5,23)-, sin que sean necesarios los gestos y las formas externas, pues los verdaderos adoradores de Dios han de serlo en espí­ritu y en verdad (Jn 4,24). Dios es espí­ritu y quiere una adoración espiritual y sincera, en la que se compromete el propio ser y la propia conducta, no como la farsa y la comedia del culto farisaico, sostenida por la hipocresí­a y arropada con fórmulas y liturgias vací­as de contenido espiritual. La adoración se puede ofrecer, en cualquier lugar de la tierra, sin necesidad de ir al templo (Jn 4,20-21), pues el único templo agradable al Padre es el cuerpo resucitado de Jesús (Jn 2,19-22), y los que, mediante la fe, son hijos de Dios, nacidos del Espí­ritu (Jn 3,8), asocian su adoración espiritual a Jesucristo, en quien el Padre tiene todas sus complacencias (Mt 3,17). —> ón; templo.

E.M.N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

¿En qué consiste la adoración eucarí­stica, una devoción que quizá no acabamos de entender muy bien? Consiste en cultivar una actitud sorprendida ante Cristo que da su vida por nosotros, ante su amor infinito del que somos indignos y que, sin embargo, nos acepta con su infinita misericordia en nuestra pobreza. La adoración eucarí­stica es cultura en el sentido más profundo. Cuando se habla de cultura, y de lo que es premisa necesaria de la misma, se habla de cultivar algunas actitudes básicas sin las cuales ninguna cultura es real y penetrante. Adorar significa, propiamente, cultivar sentimientos de humildad, de pobreza, de agradecimiento y, por tanto, de eucaristí­a, de una acción de gracias admirada y llena de asombro ante el don de Dios. Estos sentimientos, cultivados en la adoración, nos ayudan también a vivir más plenamente la misa y la comunión eucarí­stica. Ensanchando el discurso, yo dirí­a que la actitud de adoración es importante no solamente para que la eucaristí­a tenga su fuerza en nosotros, sino igualmente para que ocurra lo mismo con la Palabra. Esta es un don que supone una iniciativa imprevisible y apasionada de Dios y que siempre nos coge desprevenidos. Sólo así­ se revela como palabra viva, que tiene que decirnos algo nuevo que no conocemos todaví­a, si nos ponemos frente a ella dispuestos realmente a escucharla.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Sumario:
I. En la Sagrada Escritura:
1. En el A.T.;
2. En el N.T
II. En los Santos Padres
III En la liturgia latina
IV. Actitud religiosa:
1. Fenomenologí­a;
2. Teologí­a
V. El Misterio trinitario como misterio de adoración
VI. Gestos de adoración trinitaria.

1. En la Sagrada Escritura
La palabra castellana adoración, del latí­n adoratio (adorare, gesto de acercar la mano a la boca para enviar el beso), pertenece al lenguaje religioso universal y expresa tanto el culto que se debe a Dios (culto de latreí­a: adoratio) como los actos, fórmulas o gestos mediante los cuales se realiza (v.gr. proskynésis, postración, traducida igualmente por adoratio).

1. EN EL A.T.: La adoración se denomina histahawah y sagad (proskynésis en los LXX), que aluden a la inclinación corporal “hasta el suelo” (Gén 18,2; 33,3; etc.). Se dirige al Dios verdadero (Gén 22,5; Ex 4,31; Dt 26,10) y a los ángeles del Señor que lo representan (Gn 18,2; 19,1; etc.). Pero a veces también a los í­dolos (Ex 20,5: la prohibición del primer mandamiento divino; Dt 4,9; 1 Re 22,54; Is 2,8; etc.) e incluso a los hombres (Gn 23,7.12), reyes (1 Sam 24,9), profetas (2 Re 2,15; 4,37) etc., gesto prohibido más tarde (Est 3,2.5). La adoración va acompañada de sacrificios (Dt 26,10; 1 Sam 1,3), de cantos (2 Par 29,28; Eclo 50,16-18) y exhortaciones (Sal 95, 6ss.). El sentido profundo de la adoración es el reconocimiento de la grandeza de Dios (Sal 99,2.5.9). Al final de los tiempos todos los pueblos se postrarán en su presencia (Is 2,3ss.; Sal 22, 28; 66,4; etc.).

2. E? EL N.T.: Los verbos proskynein y pí­ptein (proeí­dere y adorare, postrarse y adorar), a menudo juntos, forman parte de una colección de más de treinta vocablos que se refieren al culto, como eulábeia (reverentia), curébeia (pietas), latreí­a (servitus), dóxa (gloria), leitourgí­a (ministrium), etc. La adoración sólo puede darse a Dios (cf. Mt 4,10; 1 Cor 14,25; Heb 11,21; Ap 4,10; etc.), aunque se otorgue sacrí­legamente a los í­dolos o a Satán (cf. Mt 4,9; He 7,43; Ap 13,4.8; etc.). Pedro y el ángel del Apocalipsis rechazan la adoración (He 10,26; Ap 19,10; 22,9).

Pero la novedad más importante que ofrece el N.T. respecto de proskynein es la de tener como término de ella a Jesús, el Señor (Flp 2,6-11; cf. Is 45,23-24; Heb 1,6; cf. Sal 97,7; Dt 32,43). La adoración a Jesús da a entender que es el Rey Mesí­as (Mt 2,2), el Señor (Mt 8,2), el Hijo de Dios (Mt 14,33) a quien se invoca para obtener la salvación (Mt 8,2; 9,18; Mc 5,6-7) y a quien se confiesa como tal Un 9,38), sobre todo desde la manifestación del poder de la resurrección (Mt 28,9.17; Lc 24,52; Jn 20,28; cf. He 2,36; Rom 1,4).

La adoración, pues, es un gesto religioso por el que el hombre demuestra quién es su Dueño y Señor (II 14,7). En sentido absoluto proskynein significa participar en el culto, hacer oración, adorar, y afecta también al lugar donde se manifiesta la presencia de Dios, como Jerusalén (Jn 12,20; He 8,27; 24,11). La cuestión que la samaritana planteó a Jesús se referí­a al lugar de culto (Jn 4,20), pero la respuesta, en la perspectiva de la novedad de la “hora” de la glorificación de Jesús, habla de la única adoración posible ya, la adoración “en el Espí­ritu y en la verdad” (Jn 4,23-24), es decir, baj? la acción del Espí­ritu Santo y en el interior del templo nuevo (Jn 2,19-22; 7,37-39; Ap 21,22), en la verdad que es el mismo Jesús (cf. Jn 14,6; 8,32)’. Esta realidad condiciona para siempre la noción de adoración y se encuentra en la base de la liturgia cristiana.

II. En los Santos Padres
Los Apologistas fueron los primeros en reivindicar la adoración sólo a Dios, frente al reproche de los paganos que les acusaban de adorar a un hombre, a Jesús. Las Actas de los Mártires dan testimonio de que los cristianos reservaban la adoración a Dios, negándose en particular a adorar a los emperadores. La adoración debida al Hijo y al Espí­ritu Santo, como expresión de su divinidad, aparece en imnumerables testimonios.

III. En la liturgia latina
Especialmente en la romana, se aprecia la dependencia de la Sagrada Escritura tanto para referirse a la adoración (adorare) en sí­ como a su objeto, que es Dios, Jesucristo como Dios y como hombre, el Santí­simo Sacramento (Adoro te devote, laten deitas), la cruz (rúbricas del Viernes Santo). La Santí­sima Trinidad es, obviamente, objeto de la adoración: aeternae gloriae Trinitatis agnoscere et unitatem adorare in potentia maiestatis; et in maiestate adoretur aequalitas. Adorare suele ir acompañado de otros verbos que completan su significado: glorifieare (himno Gloria), laudare (prefacio), venerari (himno Pange lingua), etc. Y se dirige a Dios con términos como maiestas tua, nomen tuum, pietas tua, etc. y con una serie de expresiones de glorificación y alabanza entre las que destacan gloria, honor, laus, etc.

No sólo las salmos del Oficio Divino terminan siempre con la doxologí­a Gloria Patri sino también todos los himnos, en los que la palabra más usada suele ser gloria, Estos contienen numerosas fórmulas de adoración inspiradas en el ?.?., como ipsi (Deo) gloria in saecula (cf. Rom 11,36), pero la mayorí­a de las veces originales.

IV. Actitud religiosa

1. FENOMENOLOGíA: La adoración es el sentimiento religioso más importante, la actitud religiosa fundamental. Constituye el homenaje de la criatura hací­a su Creador, el reconocimiento de la más profunda dependencia. La adoración entraña, por una parte, la admiración hací­a la insondabilidad del misterio divino por la inteligencia humana y, por otra, el afecto del corazón humano hací­a la bondad de Dios que procura el bien de sus criaturas. El amor confiado y filial configura la adoración, de manera que el hombre se abandona totalmente en Aquel que le ha dado el ser y que podrí­a sumergirle de nuevo en la nada.

Ahora bien, este abandono total es un acto positivo para el adorador que, lejos de perder nada, se realiza a sí­ mismo. La adoración descansa sobre tres presupuestos: a) la existencia de un yo totalmente dependiente, contingente, sin valor propi s, limitado y pecador; b) la existencia de un Absoluto generalmente personificado, Dios que es pura bondad; y c) la conexión de la salvación como fin de la existencia humana en la aceptación de los dos primeros presupuestos por parte del hombre.

Para practicar cualquier forma de culto con sentido de adoración, el hombre ha de ser un asceta que reconoce que hay mucho que purificar en la condición humana, incluso mucho a lo que es preciso renunciar porque no tiene valor en sí­ mismo e impide al hombre abandonarse en el Creador. Pero el adorador ha de ser también un mí­stico que ha descubierto que sólo Dios es el Ser total, la realidad verdadera, la perfección suma y eterna. El adorador se deja inundar del sentido de Dios no como causa primera o poder supremo, sino como presencia, a la vez inmanente y transcendente, que lo invade todo y lo gobierna todo como providencia atenta. En el fondo la adoración se identifica con el amor que capacita para celebrar a Dios y darle la gloria y el honor que le son debidos.

La adoración va más allá de la oración, en el sentido de que es la revelación de la fe y su consecuencia. Quien cree, adora, y no sólo reza. La desgracia enseña a orar y a pedir, pero no a adorar. El que adora ha olvidado la oración y sólo conoce la majestad de Dios. La adoración es el alma del culto de manera que, gracias a ella, coinciden por completo realidad interna y forma externa. Pero las formas externas, que son una mediación exigida por la corporeidad humana, resultan a veces desbordadas por la presencia del misterio. Así­ el canto comunitario, el hymnus, llega un momento en que se queda sin palabras y se transforma en jubilus, para expresar lo que la palabra no puede decir.

Dios espera del hombre que actúa de este modo, que doblegue ante todo su mente y su corazón mediante la conversión y el arrepentimiento: “doblar las rodillas del corazón.

2. TEOLOGíA: La teologí­a considera la adoración como el acto propio de la virtud de la religión y distingue, en razón de la excelencia del acto, entre culto de latrí­a debido de manera absoluta solamente a Dios y a cada una de las personas divinas, y de manera relativa a la Cruz, a las imágenes de Cristo y a las reliquias de la pasión, y culto de dulí­a que se da a los siervos de Dios -ángeles y santos- que participan de la dignidad divina. El culto de la Virgen Marí­a se denomina de hiperdulí­a, a causa de su vinculación especial al misterio de Cristo.

Las primeras herejí­as, como el arrianismo, tendí­an a reservar la adoración únicamente al Padre, pero los primeros concilios ecuménicos (Nicea, a. 325; y Constantinopla I, a. 381) fijan en este punto la fe y la actitud cultual de la Iglesia. Después se planteó la cuestión de la adoración de la humanidad de Cristo, que se resuelve en base a la unidad de la persona del Verbo (Efeso, a. 431 y Constantinopla II, a. 553). Más compleja fue la controversia de los iconoclastas, que condenaban la proskynésis ante las imágenes. La controversia se resuelve en el Concilio II de Nicea (a. 787) aceptando la proskynesis ante las imágenes porque se orienta hací­a quien representan, pero distinguiéndola de la latreí­a debida únicamente a Dios (cf. DS 601). En Occidente, al margen de las luchas iconoclastas, se establece la doctrina de la distinción entre latrí­a y dulí­a, por una parte y latrí­a absoluta y latrí­a relativa por otra, como se ha dicho antes”. Esta es la doctrina que hace suya el Concilio de Trento aunque sin aludir a esta última distinción (cf. DS 1821-1825). Trento se refirió también a la adoración a Cristo en la eucaristí­a con culto de latrí­a incluso externo (cf. DS 1656). La base de esta doctrina es la misma que justifica la adoración de la humanidad del Verbo encarnado.

La espiritualidad cristiana con diversos matices según las escuelas, hace de la adoración el primer objetivo de la vida en el Espí­ritu. De manera particular considera la celebración eucarí­stica como el más perfecto e integral ejercicio de adoración, no solamente porque el primero de los fines de la celebración es la alabanza y la acción de gracias, sino también porque en la acción litúrgica y sobre todo en el sacramento eucarí­stico se hace presente el Señor resucitado con su humanidad vivificada y vivificante por el Espí­ritu Santo (cf. PO 5; SC 7; 10; LG 11).

V. El Misterio trinitario como misterio de adoración
Dios adorado en sí­ mismo y en cada una de sus perfecciones, lo ha deser sobre todo en el misterio de su ser más í­ntimo: Unum Deum in Trinitate et Trinitatem in unitatem veneremur dice el Sí­mbolo Quicumque (DS 75). El Sí­mbolo Nicenoconstantinopolitano, al confesar la personalidad divina del Espí­ritu Santo, afirmaba también: qui cum Patre et Filio simul adoratur et conglorificatur (DS 150). Los textos de la Misa de la solemnidad de la Santí­sima Trinidad citados más arriba ponen de manifiesto también esta misma adoración. De hecho toda la liturgia y de manera particular el Oficio Divino y la celebración eucarí­stica tienen una orientación latréutica y doxológica, expresión del dinamismo bendicional ascendente – bendición a Dios por sus obras – y descendente – invocación del nombre de Dios sobre los hombres- que tiene la oración bí­blica.

La adoración de la Trinidad se pone de manifiesto también en diversas devociones del pueblo cristiano hací­a este misterio. Entre estas devociones destacan el recuerdo de la presencia de Dios, la conciencia de la inhabitación trinitaria, la búsqueda de las huellas de Dios en las criaturas, la veneración del bautismo, y la devoción especí­fica al Padre, al Verbo y al Espí­ritu Santo.

Los maestros de la espiritualidad cristiana, de una manera o de otra, se refieren también a la presencia de la vida trinitaria en los bautizados, a partir de la condición fil?al de éstos y de la inhabitación de las divinas personas en los justos. La unión personal con el Dios trinitario es también objeto de contemplación amorosa y de gratitud gozosa. Conocimiento y amor, bajo la acción del Espí­ritu que da testimonio a nuestro espí­ritu de que somos hijos de Dios (cf. Rom 8,15-16), son también las condiciones para adorar la presencia divina en el corazón de los creyentes: “El especial modo de la presencia divina propio del alma racional consiste precisamente en que Dios está en ella como lo conocido está en aquel que lo conoce y lo amado en el amante. Y porque, conociendo y amando, el alma racional aplica su operación al mismo Dios, por eso, según este modo especial, se dice que Dios no sólo es en la criatura racional, sino que habita en ella como en un templo”St Thm

VI. Gestos de adoración trinitaria
El acto espiritual de la adoración se traduce necesariamente en unos gestos caracterí­sticos, como genuflexiones, inclinaciones, postraciones, etc. De suyo estos gestos no son exclusivamente religiosos, ní­ han estado siempre reservados a la divinidad. Sin embargo, en el ámbito religioso, manifiestan la actitud profunda del hombre para con Dios, especialmente cuando le da culto o se dedica a la oración: “Los que oran, adoptan la postura corporal que conviene a la oración. Se ponen de rodillas, extienden las manos, se postran en tierra y hacen otros gestos externos del mismo tipo”
Entre los diversos gestos que expresan la actitud religiosa de los creyentes en el Dios revelado por Jesucristo hay algunos de matiz trinitario. El principal de todos es la señal de la cruz invocando las tres divinas personas bien sobre uno mismo, bien sobre el pueblo para bendecirlo o sobre el que recibe un sacramento. La señal de la cruz está atestiguada desde los primeros tiempos de la Iglesia, no sólo como evocación del misterio pascual sino también en sentido trinitario y bautismal (cf. Mt 28,19), El actual Ordo Mossae del Misal Romano sitúa al comienzo de la celebración euear?stica la invocación trinitarí­a. La señal de la cruz con la mención de las divinas personas aparece también en varios sacramentos y sacramentales, aunque la reforma litúrgica del Vaticano II ha reducido el número de estos gestos, multiplicados en la época del influjo franco-germánico sobre la liturgia romana. En el siglo VI, en Oriente, se introdujo la costumbre de hacer la señal de la cruz con dos (pulgar e Indice) o tres dedos abiertos (pulgar, í­ndice y medio) y los demás cerrados, para expresar las dos naturalezas de Cristo o la Santí­sima Trinidad, Esta costumbre pasó después a Occidente, siendo posteriormente sustit?ida por la mano abierta.

Angelologí­a, Bautismo, Concilio, Cruz; Doxologí­a; Espí­ritu Santo; Eucaristí­a, Gloria; Hijo; Icono, Idolatrí­a,. Inhabitación; Jesucristo; Liturgia ; Marí­a; Misterio; Padre; Oración, Trinidad; Verbo; Vida cristiana.

Julián López Martí­n

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

Parece indicar un gesto de postración ante una persona, llevando las manos a los labios y dirigiéndolas luego a besar sus pies o sus vestidos: aunque casi siempre guarda relación con la divinidad, puede referirse también a algunas personas (el rey, los sacerdotes, los profetas). Desde la antiguedad hasta la Edad Media, la adoración, incluso en ambientes no sacrales, se realiza mediante el gesto de doblar las rodillas, de postrarse total o parcialmente, de besar el suelo, de inclinar la cabeza, etc. En el cristianismo la adoración se refirió siempre a elementos religiosos, como Dios, Cristo y sus misterios. El concepto y la praxis se conocen tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En teologí­a es considerado bajo el aspecto dogmático (naturaleza, término, contenido, motivaciones), en el ámbito del conocimiento moral (deber, acto, función en la estructura religiosa del ser humano), como gesto litúrgico (1ugares y personas), pero sobre todo como elemento significativo de la tensión del hombre hacia la relación unitiva con la divinidad, que se concreta en una profundización de la vida espiritual.

La adoración, según dice santo Tomás, constituye un elemento interior/exterior de la virtud de la religión, colocado después de la devoción y de la oración (S. Th. II/II, 84). Más que como elemento exterior la adoración se valora como elemento interno y por tanto inherente al culto latréutico reservado a Dios, para expresar el reconocimiento de su trascendencia y de su infinita santidad; de aquí­ el carácter teologal fundamental de la adoración, bien como gesto, bien como comprensión consciente del misterio.

Como actitud interior permanente, la adoración puede identificarse de alguna manera con el éxtasis del amor, cuando el alma, saliendo de la noche oscura y esencializándose en sus tensiones, recoge más simplemente sus aspiraciones, transformándose en un estado de continua oración y de pura adoración. Más recientemente la adoración se ha orientado particularmente a los temas cristológicos, especialmente a la eucaristí­a (5C lO). siguiendo las intervenciones magisteriales de pí­o XII en la Mediator Dei (1947. .AAS 39, 1947, 566-577), en la alocución al Congreso de liturgia pastoral de Así­s de 1956 (AAS 48, 1956, 718-723) y en el Discurso a los sacerdotes adoradores nocturnos (1953: AAS 45, 1953. 416-418); la de Pablo VI con la encí­clica Mysterium fidei (1965: AAS 57 1965, 769-774) y con la Instructio de cultu mysterii éucharistici (1967, emanada de la Congregación de ritos: AAS 59, 1967 566-573), y otros documentos importantes hasta las alocuciones de Juan Pablo II a los diversos Congresos eucarí­sticos y las Cartas pastorales a los sacerdotes de la Iglesia con ocasión de la celebración de la cena pascual. La ritualidad, la reflexión sobre el gesto, la teologí­a se entremezclan en los análisis de diversa profundidad doctrinal y psicológica, en busca de las raí­ces y motivos de un gesto que representa una actitud y un estado interior del alma, concretado de maneras diversas, pero que siempre convergen hacia la unión con la divinidad o hacia la profunda adoración y reconocimiento de la misma.

G. Bove

Bibl.: E. Beurlier, .Adoration, en DTC, 1, 271-303: A. G. Martlmort, La Igiesia ell oración, Herder, Barcelona 1967. 1. Hauscheer Adorar al Padre e” Espí­ritu y e” verdad: Mensajero, Bilbao 1968; R. MOretti, Adoración, en DE, 45-49.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Acción de rendir honor reverente u homenaje. La adoración verdadera al Creador abarca todo aspecto de la vida humana, como reconoció el apóstol Pablo al escribir a los corintios: †œSea que estén comiendo, o bebiendo, o haciendo cualquier otra cosa, hagan todas las cosas para la gloria de Dios†. (1Co 10:31.)
Cuando Jehová Dios creó a Adán, no prescribió ninguna ceremonia especí­fica ni ningún medio para adorarle. Adán podí­a servir o adorar a su Creador haciendo fielmente la voluntad de su Padre celestial. Más adelante, Jehová delineó para los israelitas un modo especí­fico de acercarse a El en adoración, con sus sacrificios, sacerdocio y santuario tangible. (Véase ACERCARSE A DIOS.) Sin embargo, esto solo era †œuna sombra de las buenas cosas por venir, pero no la sustancia misma de las cosas†. (Heb 10:1.) Lo más importante siempre ha sido ejercer fe y hacer la voluntad de Jehová Dios, no las ceremonias o los rituales. (Mt 7:21; Snt 2:17-26.)
El profeta Miqueas dijo al respecto: †œ¿Con qué me presentaré a Jehová? ¿Con qué me inclinaré ante Dios en lo alto? ¿Me presentaré con holocaustos, con becerros de un año de edad? ¿Se complacerá Jehová con miles de carneros, con decenas de miles de torrentes de aceite? ¿Daré mi hijo primogénito por mi sublevación, el fruto de mi vientre por el pecado de mi alma? El te ha dicho, oh hombre terrestre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que Jehová está pidiendo de vuelta de ti sino ejercer justicia y amar la bondad y ser modesto al andar con tu Dios?†. (Miq 6:6-8; compárese con Sl 50:8-15, 23.)

Términos hebreos y griegos. La mayorí­a de las palabras hebreas y griegas que significan adoración también pueden aplicarse a otros actos que no están relacionados con la adoración. El contexto es lo que determina su sentido.
Una de las palabras hebreas que transmite la idea de adoración (`a·vádh) básicamente significa †œservir†. (Gé 14:4; 15:13; 29:15.) El servir o adorar a Jehová requerí­a obediencia a todos Sus mandamientos, estar dedicado exclusivamente a El y hacer su voluntad. (Ex 19:5; Dt 30:15-20; Jos 24:14, 15.) Por lo tanto, la participación de una persona en un ritual o acto de devoción hacia cualquier otro dios significaba que abandonaba la adoración verdadera. (Dt 11:13-17; Jue 3:6, 7.)
Otro término hebreo que puede traducirse como adoración es hisch·ta·jawáh, que significa principalmente †œinclinarse† (Gé 18:2) o †œrendir homenaje†. (Véase HOMENAJE.) Aunque en ocasiones el inclinarse solo era una señal de respeto o cortesí­a hacia otra persona (Gé 19:1, 2; 33:1-6; 37:9, 10), también podí­a ser una expresión de adoración, una muestra de reverencia y gratitud a Dios y sumisión a Su voluntad. Cuando se utiliza con referencia al Dios verdadero o a las deidades falsas, la palabra hisch·ta·jawáh a veces se relaciona con sacrificio y oración (Gé 22:5-7; 24:26, 27; Isa 44:17), indicando con ello que cuando se oraba o se ofrecí­an sacrificios era común inclinarse. (Véase ORACIí“N.)
El significado básico de la raí­z hebrea sa·ghádh (Isa 44:15, 17, 19; 46:6) es †œpostrarse†. Aunque la palabra aramea equivalente por lo general se relaciona con la adoración (Da 3:5-7, 10-15, 18, 28), en Daniel 2:46 se utiliza con referencia al homenaje que el rey Nabucodonosor le rindió a Daniel, postrándose delante de él.
Tanto el verbo griego la·tréu·o (Lu 1:74; 2:37; 4:8; Hch 7:7) como el sustantivo la·tréi·a (Jn 16:2; Ro 9:4) transmiten la idea de rendir, no cualquier clase de servicio común o mundano, sino un servicio sagrado.
La palabra griega pro·sky·né·o corresponde al término hebreo hisch·ta·jawáh al expresar la idea de homenaje y, a veces, adoración. El término pro·sky·né·o se utiliza para referirse a un esclavo que rinde homenaje a un rey (Mt 18:26), así­ como para el acto que Satanás le exigió a Jesús cuando le ofreció todos los reinos del mundo y su gloria. (Mt 4:8, 9.) Si Jesús hubiera rendido homenaje al Diablo, habrí­a indicado que se sometí­a a él y se hací­a su siervo. Pero Jesús rehusó, diciendo: †œÂ¡Vete, Satanás! Porque está escrito: †˜Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar [una forma de la palabra griega pro·sky·né·o, o de la hebrea hisch·ta·jawáh según Deuteronomio, de donde Jesús estaba citando], y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado [una forma de la palabra griega la·tréu·o o de la hebrea `a·vádh]†™†. (Mt 4:10; Dt 5:9; 6:13.) De manera similar, adorar, rendir homenaje o inclinarse ante la †œbestia salvaje† y su †œimagen†, implica servicio, pues los adoradores se identifican como apoyadores de la †œbestia salvaje† y su †œimagen† al tener una marca sobre la mano (de la que la persona se vale para servir) o sobre la frente (a la vista de todos). Como el Diablo le da a la bestia salvaje su autoridad, adorarla significa, en realidad, adorar o servir al Diablo. (Rev 13:4, 15-17; 14:9-11.)
Otras palabras griegas relacionadas con la adoración se derivan de eu·se·bé·o, thre·skéu·o y sé·bo·mai. La palabra eu·se·bé·o significa †œdar devoción piadosa a† o †œvenerar; reverenciar†. (Véase DEVOCIí“N PIADOSA.) En Hechos 17:23 se utiliza para referirse a la devoción piadosa o veneración que los hombres de Atenas rendí­an a un †œDios Desconocido†. De thre·skéu·o viene el nombre thre·skéi·a, que denota una †œforma de adoración†, sea verdadera o falsa. (Hch 26:5; Col 2:18.) La adoración verdadera que los cristianos practicaban se distinguí­a por su interés genuino en los pobres y por una completa separación del mundo impí­o. (Snt 1:26, 27.) La palabra sé·bo·mai (Mt 15:9; Mr 7:7; Hch 18:7; 19:27) y el término relacionado se·bá·zo·mai (Ro 1:25) significan †œreverenciar; venerar; adorar†. Los objetos de adoración o devoción se designan con el nombre sé·ba·sma. (Hch 17:23; 2Te 2:4.) Hay otros dos términos que vienen de la misma raí­z verbal, pero con el prefijo The·ós, Dios, y son: the·o·se·bes, que significa †œel que reverencia a Dios† (Jn 9:31), y the·o·sé·bei·a, †œreverencia a Dios†. (1Ti 2:10.) Estos dos términos corresponden en cierto modo a la palabra alemana para †œadoración pública†, a saber: Gottesdienst (sustantivo que combina †œde Dios† y †œservicio†).

La adoración que es aceptable a Dios. Jehová Dios solo acepta la adoración de aquellos que se comportan en armoní­a con Su voluntad. (Mt 15:9; Mr 7:7.) Jesús le dijo a una mujer samaritana: †œLa hora viene cuando ni en esta montaña [Guerizim] ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos […]. No obstante, la hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espí­ritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren†. (Jn 4:21-24.)
Con estas palabras, Jesús mostró claramente que la adoración verdadera no iba a depender de cosas visibles ni de lugares geográficos. En lugar de confiar en la vista o el tacto, el adorador verdadero ejerce fe, y su adoración a Dios no se ve afectada por el lugar donde esté o por lo que haya a su alrededor, de modo que no adora con la ayuda de algo que se pueda ver o tocar, sino con espí­ritu. Al ser poseedor de la verdad según Dios la ha revelado, su adoración armoniza con la verdad. Habiendo conocido a Dios por medio de la Biblia y habiendo experimentado la influencia del espí­ritu de Dios en su vida, la persona que adora con espí­ritu y con verdad verdaderamente †˜conoce lo que adora†™.

Fuente: Diccionario de la Biblia

Ezequiel ante la *gloria de Yahveh (Ez 1,28), Saulo ante la aparición de Cristo resucitado (Act 9,4) se ven derribados por tierra, como aniquiiados. La *santidad y la grandeza de *Dios tienen algo abrumador para la criatura, a la que vuelven a sumergir en su nada.

Si bien es excepcional que el hombre se encuentre así­ con Dios en una experiencia directa, es normal que en el universo y a lo largo de su existencia reconozca la *presencia y la acción de Dios, de su gloria y de su santidad. La adoración es la expresión a la vez espontánea y consciente, impuesta y voluntaria, de la reacción compleja del hombre impresionado por la proximidad de Dios: conciencia aguda de su insignificancia y de su *pecado, confusión silenciosa (Job 42,1-ó), veneración trepidante (Sal 5,8) y agradecida (Gén 24,48), homenaje jubiloso (Sal 95,1-6) de todo su ser. Esta reacción de fe, puesto que efectivamente invade todo el ser, se traduce en gestos exteriores, y apenas si hay adoración verdadera en que el *cuerpo no traduzca de alguna manera la soberaní­a del *Señor sobre su *creación y el homenaje de la criatura conmovida y consintiente. Pero la criatura pecadora tiende siempre a escapar al influjo divino y a reducir su adhesión a las solas formas exteriores; así­ la única adoración que agrada a Dios es la que viene del corazón.

I. LOS GESTOS DE ADORACIí“N.

Se reducen a dos, la postración y el ósculo. Una y otro adoptan en el *culto su forma consagrada, pero convergen siempre con el movimiento espontáneo de la criatura delante de Dios, dividida entre el *temor pánico y la fascinación maravillada.

1. La postración, antes de ser un gesto espontáneo es una actitud impuesta a la fuerza por un adversario más poderoso, la de Sisara, que cae herido de muerte por Yael (Jue 5,27), la que Babilonia impone a los israelitas cautivos (Is 51,23). El débil, para evitar verse constreñido a la postración por la violencia, prefiere con frecuencia ir por si mismo a inclinarse delante del más fuerte e implorar su gracia (IRe 1,13). Los bajorrelieves asirios suelen mostrar a los vasallos del rey arrodillados, con la cabeza prosternada hasta el suelo. Al *Señor Yahveh, “que está elevado por encima de todo” (IPar 29,11), corresponde la adoración de todos los pueblos (Sal 99,1-5) y de toda la tierra (96,9).

2. El ósculo añade al respeto la necesidad de contacto y de adhesión, el matiz de *amor (Ex 18,7; ISa 10,1…). Los paganos besaban sus *í­dolos (IRe 19,18), pero el beso del adorante, que no pudiendo alcanzar a su dios, se llevaba la mano delante de la boca (ad os = adorare, cf. Job 31,26ss), tiene sin duda por objeto expresar a la vez su deseo de tocar a Dios y la distancia que le separa de él. El gesto clásico de la adorante de las catacumbas, perpetuado en la liturgia cristiana, con los brazos extendidos y expresando con las manos, según su posición, la ofrenda, la súplica o la salutación, no comporta ya ósculo, pero todaví­a alcanza su sentido profundo.

3. Todos los gestos del culto no sólo la postración ritual delante de Yahveh (Dt 26,10; Sal 22,28ss) y delante del *arca (Sal 99,5), sino el conjunto de los actos realizados delante del *altar (2Re 18,22) o en la *”casa de Yahveh”‘ (2Sa 12,20), entre otros los sacrificios (Gén 22,5; 2Re 17,36), es decir, todos los gestos del servicio de Dios, pueden englobarse en la fórmula “adorar a Yahveh” (ISa 1,3; 2Sa 15,32). Es que la adoración ha venido a ser la expresión más apropiada, pero también la más variada, del homenaje al Dios, ante el que se prosternan los ángeles (Neh 9,6) y los falsos dioses no son ya absolutamente nada (Sof 2,11).

II. ADORARíS AL SEí‘OR TU DIOS.

1. Sólo Yahveh tiene derecho a la adoración. Si bien el AT conoce la postración delante de los hombres, exenta de equí­vocos (Gén 23,7.12; 2Sa 24,20; 2Re 2,15; 4,37) y con frecuencia provocada por la sensación más o menos clara de la majestad divina (ISa 28,14.20; Gén 18,2; 19,1; Núm 22,31; Jos 5,14), prohibe rigurosamente todo gesto de adoración susceptible de prestar un valor cualquiera a un posible rival de Yahveh: *í­dolos, *astros (Dt 4,19), dioses extranjeros (Ex 34,14; Núm 25,2). No cabe duda de que la proscripción sistemática de todos los resabios idolátricos arraigó en Israel el sentido profundo de la adoración autentica y dio su puro valor religioso a la altiva repulsa de Mardoqueo (Est 3,2.5) y a la de los tres niños judí­os ante la estatua de Nabucodonosor (Dan 3,18).

2. Jesucristo es Señor. La adoración reservada al Dios único es proclamada desde el primer dí­a, con “escándalo para los judí­os, como debida a *Jesús crucificado, confesado *Cristo y *Señor”. (Act 2,36). “A su *nombre dobla la *rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los infiernos. (Flp 2,9ss; Ap 15,4). Este *culto tiene por objeto a Cristo resucitado y exaltado (Mt 28,9.17; Lc 24,52), pero la *fe reconoce ya al *Hijo de Dios y lo adora (Mt 14, 33; Jn 9,38) en el hombre aun destinado a la muerte, e incluso en el recién nacido (Mt 2,2.11; cf. Is 49,7). La adoración del Señor Jesús no obsta en absoluto a la intransigencia de los cristianos, solí­citos en rehusar a los *ángeles (Ap 19,10; 22,9) y a los apóstoles (Act 10,25s; 14,11-18) los gestos aun exteriores de adoración. Pero al *confesar su adoración tributada a un *mesí­as, a un Dios hecho hombre y *salvador, se ven inducidos a desafiar abiertamente al culto de los césares, figurados por la *bestia del Apocalipsis (Ap 13,4-15; 14,9ss) y a afrontar el poder imperial.

3. Adorar en espí­ritu y en verdad. La novedad de la adoración cristiana no está solamente en la figura nueva que contempla: el Dios en tres personas; este Dios, “que es *Espiritu”, transforma la adoración y la lleva a su perfección: ahora ya el hombre adora “en espiritu y en verdad” (Jn 4,24). No ya con un movimiento puramente interior, sin gestos y sin formas, sino con una consagración del ser entero, espí­ritu, alma y cuerpo (ITes 5,23). Asi los verdaderos adoradores, totalmente santificados, no tienen ya necesidad de Jerusalén o del Garizim (Jn 4,20-23), de una religión nacional. Todo es suyo, porque ellos son de Cristo, y Cristo es de Dios (ICor 3,22ss). En efecto, la adoración en espí­ritu tiene lugar en el único *templo agradable al Padre, el *cuerpo de Cristo resucitado (Jn 2,19-22). Los que han nacido del Espiritu (Jn 3,8) asocian en él su adoración a la única en la que el *Padre halla su complacencia (Mt 3,17): repiten el grito del *Hijo muy amado: “Abba, Padre” (Gál 4,4-9). -> Confesar – Temer – Creación – Culto – Dios – Rodilla – ídolos – Señor.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Acciones tales como inclinar con reverencia la cabeza (Ex. 34:8), levantar las manos (1 Ti. 2:8), arrodillarse (1 R. 8:54), y postrarse (Gn. 17:3; Ap. 1:17) manifiestan externamente la adoración interna que el alma dirige a Dios.

En muchos de los Salmos (Sal. 93, 95–100), Dios es adorado por su majestad y poder, su providencia y bondad, su justicia y su santidad.

Jesús recibió adoración en el día de su nacimiento (Mt. 2:11), durante su ministerio (Mt. 8:2; 9:18; 14:33; 15:25; 20:20), y después de su resurrección (Mt. 28:9, 17). Los hombres (Jn. 9:38), los ángeles (Heb. 1:6) y hasta los demonios (Mr. 5:6) se entregan a esta adoración. Y por cierto, no hay ningún peligro en adorar a Jesús, porque él es Dios encarnado (Fil. 2:5–11).

La adoración de objetos materiales está estrictamente prohibida (Ex. 20:1–6; Is. 44:12–20). También se condena la adoración a los ángeles (Col. 2:18; Ap. 19:10), a los hombres de ilegalidad (2 Ts. 2:1–12; Ap. 13), o a Satanás (Lc. 4:7s.). Los ciudadanos de los cielos se gozan eternamente en la adoración (Ap. 4:8–11; 5:9–14; 7:11s.).

Véase también Culto.

BIBLIOGRAFÍA

J.T. Marshall en HERE; D.M. Edwards en ISBE.

Wick Broomall

HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (13). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El léxico relacionado con el culto de adoración es muy extenso en la Biblia, pero el concepto esencial es el de “servicio”. El heb. ˓aḇôḏâ y el gr. latreia se referían ambos originalmente a la tarea de los esclavos o sirvientes asalariados. En consecuencia, a fin de ofrecer este “culto” a Dios sus siervos deben postrarse—heb. hištaḥa o gr. proskyneō—y así manifestar temor reverencial y una actitud de admiración y respetuosa adoración.

En el AT hay ejemplos de adoración individual (Gn. 24.26s; Ex. 33.9–34.8). Pero se pone el acento en la adoración en el seno de la congregación (Sal. 42.4; 1 Cr. 29.20). En el culto del tabernáculo y del templo el ritual ocupaba un lugar prominente. Aparte de los sacrificios matutinos y vespertinos diarios, la celebración de la pascua y la observancia del día de expiación constituían momentos culminantes en el calendario religioso judío. Los actos rituales del derramamiento de sangre, de la presentación de incienso, del pronunciamiento de la bendición sacerdotal, etc., tendían a destacar lo ceremonial en detrimento de los aspectos espirituales del culto de adoración, y hasta tendían a introducir una sensación de tensión o conflicto entre las dos actitudes (Sal. 40.6; 50.7–15; Mi. 6.6–8). Pero no cabe duda de que en Israel serían muchos los que tendrían la posibilidad de tomar las palabras de alabanza pública (p. ej. Sal. 93; 95–100) y las oraciones (p. ej. Sal. 60; 79; 80), y usarlas para expresar su amor y gratitud a Dios (Dt. 11.13) en el acto real de culto espiritual interior.

Este culto público sumamente complejo que se ofrecía en el tabernáculo y en el templo, distaba mucho del de los tiempos primitivos, cuando los patriarcas creían que el Señor podía ser adorado dondequiera que él mismo hubiese elegido revelarse. Pero el que ese culto público en el templo constituía una realidad espiritual resulta claro por el hecho de que cuando fue destruido el santuario, y los exiliados se encontraban en Babilonia, el culto siguió siendo una necesidad, y para hacer frente a ella se “creó” el servicio de la sinagoga, que consistía en (1) el Shema˓, (2) oraciones, (3) lectura de las Escrituras, y (4) exposición. Pero más tarde, en el segundo templo, los servicios diarios, el día de reposo, las fiestas y las abstinencias anuales, y las alabanzas del himnario (Libro de los Salmos) aseguraban que la adoración siguiese siendo un factor vital en la vida nacional judía.

En el NT se encuentra nuevamente el culto del templo y de la sinagoga. Cristo participó de ambos, pero constantemente inculcó la idea de que la adoración debía representar el amor del corazón hacia un Padre celestial. En su enseñanza el acercarse a Dios mediante el ritual y el sacerdocio no sólo no tiene importancia, sino que ya no es necesaria en absoluto. Por fin la “adoración” es la verdadera ˓aḇôḏâ o latreia, un servicio ofrecido a Dios no sólo en función de culto en el templo sino de servicio a los demás (Lc. 10.25ss; Mt. 5.23s; Jn. 4.20–24; Stg. 1.27). Al comienzo, sin embargo, la iglesia no abandonó el culto en el templo; y probablemente los cristianos siguieron concurriendo a los servicios en la sinagoga también. Además, cuando se produjo finalmente la ruptura entre el judaísmo y la iglesia, el culto cristiano puede haber adoptado como modelo el servicio de la sinagoga.

El gran factor contribuyente en la ruptura con el día de reposo, el templo, el ritual, etc., judaicos, fue el encarnizado antagonismo de los judíos contra la iglesia. Pero por lo que hace al NT nuestras nociones en cuanto al culto cristiano son muy vagas. Indudablemente el día principal de adoración era el día del Señor (Hch. 20.7), aunque se habla de servicios diarios al comienzo (Hch. 2.46). No se hace mención en el NT de servicios para conmemorar la resurrección del Señor y la llegada del Espíritu en Pentecostés. El culto se llevaba a cabo en las casas de los creyentes. En tales circunstancias no hacían falta ministrantes oficiales. La simplicidad era la nota principal de estos servicios de adoración de las iglesias reunidas en las casas, y consistían en su mayor parte en *alabanza (Ef. 5.19; Col. 3.16), *oración, lectura de las Escrituras, y exposición. En la iglesia de Corinto vemos que se “habla en lenguas” (1 Co. 14). El ágape, seguido por la Cena del Señor (1 Co. 11.23–28), constituían también rasgos comunes del culto cristiano. Pero en todos los casos el acento recaía sobre el Espíritu, y sobre el amor y la devoción interior del corazón.

Bibliografía. °J.-J. von Allmen, Vocabulario bíblico, 1973; id., El culto cristiano, 1968; J. E. Giles, “Teología de la adoración”, Diálogo teológico, 1979; W. D. Maxwell, Culto cristiano, 1963; E. Nelson, Que mi pueblo adore, 1986; A. P. Gibbs, Adoración, 1974; E. Schweizer, D. Díez Macho, La iglesia primitiva— medio ambiente, organización y culto, 1974; H. Zimmerman, “Adoración”, °DTB, 1967, cols. 16–23; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985.

J. V. Bartlett en ERE; R. Martin-Achard en J.-J. von Allmen (eds.), Vocabulary of the Bible, 1958, pp. 471–474; R. Abba, Principles of Christian Worship, 1957; R. P. Martin, Worship in the Early Church2, 1974.

J.G.S.S.T.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

En sentido estricto, es un acto de religión que se ofrece a Dios en reconocimiento de su suprema perfección y dominio, y de que todas las criaturas dependen de Él; en un sentido más amplio, la reverencia mostrada a cualquier persona u objeto que posee inherentemente o por asociación, un carácter sagrado o un alto grado de excelencia moral. La creatura racional, al levantar la vista hacia Dios, a quien la razón y la revelación muestran ser infinitamente perfecto, no puede, en derecho y justicia mantener una actitud de indiferencia. Esa perfección, que es infinita en sí misma y la fuente y cumplimiento de todo el bien que poseemos o que poseeremos, es la que debemos adorar reconociendo su inmensidad y sometiéndonos a su supremacía. Esta adoración requerida por Dios, y dada exclusivamente a Él como Dios, es designada por los griegos como latreia (latinizada, latría), para la cual la mejor traducción que ofrece nuestra lengua es la palabra adoración.

La adoración difiere de otros actos de culto, tales como la súplica, la confesión de los pecados, etc., en la medida en que consiste formalmente en la propia humillación ante el Infinito y en un devoto reconocimiento de su transcendente excelencia. En Apocalipsis 5,11-12 se da un excelente ejemplo de adoración: “Y en la visión oí la voz de una multitud de ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos; y caían rostro en tierra frente al trono y adoraban a Dios, diciendo: ‘Amén, bendición y gloria, y sabiduría, y acción de gracias, honor, y poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén”. El precepto revelado de adorar a Dios fue mencionado por Moisés en el Monte Sinaí y fue reafirmado en las palabras de Cristo “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto.” (Mt. 4,10).

El elemento primario y fundamental en la adoración es un acto interior de la mente y la voluntad; la mente percibe que la perfección de Dios es infinita, y la voluntad que nos ordena a exaltar y dar culto a esta perfección. Sin alguna medida de esta adoración interior “en espíritu y en verdad” es evidente que cualquier muestra exterior de culto divino sería mera pantomima y falsedad. Pero igualmente evidente es que la adoración sentida dentro buscará la expresión exterior. La naturaleza humana demanda algún tipo de expresión física para sus estados de ánimo espirituales y emocionales; y es a este instinto por la auto expresión que se debe todo nuestro aparato de lenguaje y expresión corporal. La supresión de este instinto en la religión sería tan irrazonable como reprimirlo en cualquier otra esfera de nuestra experiencia. Más aún, haría atroz daño religioso reprimir su tendencia a manifestaciones externas, ya que la expresión externa reacciona sobre el sentimiento interior acelerándolo, reforzándolo y manteniéndolo.

Como enseña Santo Tomás: “es connatural para nosotros pasar de los signos físicos a la base espiritual en que se apoyan” (Summa II-II:48:2). Es de esperarse, entonces, que los hombres se hubiesen puesto de acuerdo sobre ciertas acciones convencionales que expresen adoración al Ser Supremo. De estas acciones, una ha significado adoración preeminente y exclusivamente, y esa es sacrificio. Otros actos han sido usados extensamente para el mismo propósito, pero la mayor parte de ellos —exceptuando siempre al sacrificio— no han sido reservados exclusivamente para el culto divino; también han sido usados para manifestar amistad o reverencia a altos personajes. Así Abraham “cayó rostro en tierra” frente al Señor (Gén. 17,3). Esto claramente fue un acto de adoración en su más alto sentido; aunque pudo haber tenido otro significado, sabemos, por ejemplo, de 1 Sam. 20,41, que dice que David “cayo rostro en tierra” adoró ante Jonatán, quien había venido a advertirle del odio de Saúl. Del mismo modo Gén. 33,3 narra que Jacob, al encontrar a su hermano Esaú “se inclinó en tierra siete veces “. Leemos de otras formas de adoración entre los hebreos, tales como quitarse los zapatos (Éx. 3,5), la prostración, (Gén. 24,26), y se nos dice que los publicanos contritos se ponían de pie cuando oraban, y que San Pablo se arrodilló cuando hizo adoración con los ancianos de Éfeso. Entre los primeros cristianos era común adorar a Dios de pie, con los brazos extendidos y de cara al oriente.

Finalmente, tal vez deberíamos mencionar el acto de adoración pagano que parece contener la explicación etimológica de nuestra palabra adoración. La palabra adoratio muy probablemente se originó a partir de la frase (manum) ad os (mittere), que designaba el acto de besar la mano a la estatua del dios que uno quería honrar. Concerniente a la manifestación verbal de adoración —es decir, la oración de alabanza— no es necesaria ninguna explicación. La conexión entre nuestros sentimientos interiores y su declaración articulada es obvia.

Hasta aquí hemos hablado del culto rendido directamente a Dios como el ser infinitamente perfecto. Está claro que la adoración en este sentido no puede ser ofrecida a objetos finitos. Sin embargo, el impulso que nos conduce a adorar la perfección de Dios por sí misma, nos mueve también a venerar los rastros y atribuciones de esa perfección tal como aparecen conspicuamente en los hombres y mujeres santos. Incluso le rendimos algún tipo de reverencia a objetos inanimados que por una u otra razón nos recuerdan notablemente la excelencia, majestad, amor y misericordia de Dios. La bondad que poseen estas criaturas por participación o asociación es un reflejo de la bondad de Dios; honrándolos de forma apropiada ofrecemos tributo al dador de todo bien. En tales casos Él es el fin último de nuestro culto, ya que Él es la fuente de la perfección derivada que le dio origen.

Empero, como sugerimos más arriba, cuando el objeto inmediato de nuestra veneración es una creatura de este tipo, el modo de culto que le dedicamos es fundamentalmente diferente del culto que pertenece a Dios solamente. Como ya dijimos, latría es el nombre del culto a Dios; y para el culto a los ángeles y santos empleamos el término dulía. La Santísima Virgen María, la cual manifiesta de una manera más sublime que cualquier otra creatura la bondad de Dios, merece de nosotros un reconocimiento más elevado y una veneración más profunda que cualquier otro de los santos; y este culto particular que merece debido a su posición única en la economía divina, la teología lo designa con el nombre de hiperdulía, es decir, dulía en un grado eminente.

Es desafortunado que ni nuestra lengua ni el latín posean en su terminología la precisión de la lengua griega. La palabra latría nunca se aplica en ningún otro sentido que la incomunicable adoración que se debe a Dios únicamente. Pero en el inglés las palabras adore y worship aún se emplean algunas veces, y en el pasado se usaron comúnmente, para denotar tipos inferiores de veneración religiosa e incluso para expresar admiración o afecto por personas vivas sobre la tierra. Así David “adoró” a Jonatán. De la misma manera Meribbaal “cayendo sobre rostro, se postró” ante David (2 Sam. 9.6). Tennyson dijo que Enid en la sinceridad de su corazón adoraba a la reina. Aquellos que forzosamente adoptaron estas maneras de expresión entendieron perfectamente bien lo que ellas significaban y por tanto no estaban en peligro de invadir los derechos de la Divinidad. Se hace apenas necesario hacer notar que los católicos también, aún los menos letrados, no están en peligro de confundir la adoración que deben a Dios con el honor religioso que se da a criaturas finitas aun cuando se emplee la palabra culto, que debido a la pobreza de nuestro lenguaje, se aplica a ambos. El Séptimo Concilio General (787) plantea el asunto en pocas palabras cuando dice “la verdadera latría se dará solamente a Dios”; y el Concilio de Trento (Ses. XXV) aclara la diferencia entre invocación de los santos e idolatría.

Para concluir, se pueden añadir unas pocas palabras sobre las ofensas que tienen conflicto con la adoración a Dios. Pueden resumirse en tres categorías:

  • culto ofrecido a falsos dioses;
  • culto ofrecido al verdadero Dios, pero de una manera falsa, indigna y escandalosa; y
  • la blasfemia.

La primera clase abarca pecados de idolatría. La segunda clase abarca pecados de superstición. Estos pueden tomar muchas formas que serán tratadas en otros artículos. Baste decir que la teología católica repudia enfáticamente las observancias vanas que descuidan lo esencial en el culto a Dios y exageran características puramente accidentales o desprecian lo esencial en excesos fantásticos y pueriles. Honrar, o pretender honrar a Dios, por medio de números místicos o frases mágicas, como si la adoración consistiese principalmente en el número o la declaración verbal de las frases, corresponde a la cábala judía o mitología pagana, no al culto del Altísimo. (Vea blasfemia, idolatría, María, Comunión de los Santos, culto cristiano).

Fuente: Sullivan, William L. “Adoration.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01151a.htm

Traducido por Javier L. Ochoa M. rc

Fuente: Enciclopedia Católica