AGRICULTURA

latí­n ager, campo, y colere, cultivar. El pueblo hebreo, en tiempos primitivos, como los demás hombres, era pastoril, pero ya asentado en la tierra prometida, regalo de Dios, Dt 11, 8, habiendo recibido cada tribu su porción de tierra, que fue propiedad hereditaria de cada una de las familias y se estableció una legislación para proteger esa herencia Lv 25, 8 y 23-35, vivió básicamente de la a., antes que de la industria y el comercio, por esto, sus grandes fiestas, la religión y el derecho están asociados a la a. La prosperidad entre los judí­os se medí­a de acuerdo con la abundancia de las cosechas. Israel, por sus condiciones geográficas, no fue un pueblo marí­timo, como sí­ lo fue Fenicia, que viví­a del comercio. Así­, en las Sagradas Escrituras la a. es considerada creación de Dios Is 28, 23-29.

Los judí­os cosechaban principalmente aceituna uva y granos, como el trigo, la cebada, el centeno, el garbanzo, a más de higos, dátiles, granadas, etc. La tierra ocupada por los judí­os era en su mayor parte no apta para la a., por el clima seco y abrasador además de las plagas de insectos Dt 28, 42; 1 R 8, 37; Jl 1, 4, principalmente la langosta, y el agua escasa, por lo que los judí­os desarrollaron sistemas para almacenarla como pozos, presas, cisternas, o formas de conducirla, como canales subterráneos; pero existí­an algunas zonas muy fértiles y las más apropiadas para la a. eran la llanura de Jezreel o Esdrelón, la llanura costera, el valle del rí­o Jordán y sus lugares altos, Samaria. La ley antigua establecí­a sobre los frutos la dedicación de los primeros, primicias, al Señor Nm 18, 12; Dt 14, 23, el diezmo sobre los frutos de la tierra Lv 27, 30; 1 S 8, 14-15, así­ como el auxilio a los menesterosos, las viudas, los huérfanos y los extranjeros, Lv 19, 9 y 23, 22; Dt 24, 19-21. Siendo la a. la principal fuente de subsistencia del pueblo judí­o, es tema recurrente en la literatura bí­blica Sal 65, 9-13; Cristo usa este sí­mil en la parábola del sembrador Mt 13, 3-9; Mc 4, 3-9; Lc 8, 4-8.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

No es una palabra bí­blica; labranza y labrador son las que se usan al referirse a la actividad y al que la practica. Como horticultura, es tan antigua como Adán (Gen 2:5, Gen 2:8-15). Cuidar el jardí­n del Edén se convirtió en trabajo luego de la maldición (Gen 3:17-19). Con Abel y Caí­n empezó a reconocerse la diferencia entre nómada y labrador (Gen 4:2-4). Noé plantó una viña (Gen 9:20). Abraham y sus descendientes eran pastores nómadas en Canaán, aunque a veces Isaac y Jacob cultivaban la tierra (Gen 26:12; Gen 37:7). La agricultura llegó a ser la base de la comunidad mosaica, dado que la tierra de Palestina era más adecuada para una economí­a agrí­cola que pastoral.

La viticultura (cultivo de la vid) es presentada en Isa 5:1-7 y Mat 21:33-41. Isa 28:24-28 describe algunos procedimientos agrí­colas. El arado era liviano y tirado por yuntas de bueyes (1Ki 19:19). La tierra en barbecho era rota y limpiada a principios del año (Jer 4:3; Hos 10:11). La semilla se desparramaba al vuelo, como en la parábola del sembrador (Mat 13:1-8), y era arada después para hacerla penetrar en la tierra, mientras los rastrojos de la cosecha anterior se convertí­an en pajote por descomposición. En los campos irrigados, la semilla era pisada por el ganado (Isa 32:20). Egipto dependí­a exclusivamente de la irrigación, pero Palestina dependí­a más de la lluvia (Deu 11:10-12). Se prohibí­a cultivar una variedad de semillas en el mismo campo (Deu 22:9).

Las Escrituras registran las relaciones de jornaleros en el campo, el mayordomo (administrador o capataz) y dueño (Rut; Mat 20:1-16; Luk 17:7-9). La agricultura estaba plagada de pestes: langostas, orugas, gusanos y pulgones (Joe 2:25), al igual que añublo, tizón y granizo (Hageo 2:17).

Ver OFICIOS, FUNCIONES Y PROFESIONES.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Aunque no podemos trazar los orí­genes de la agricultura, las excavaciones en varios lugares del Cercano Oriente han indicado la transición de una cultura que recogí­a alimentos a una productora de alimentos, a una productora de alimentos, lo que hizo possible la vida urbana y el crecimiento de la civilización en las tierras de la fértil media luna. Un pueblo conocido como natufianos (del Wadi en Natuf en el monte Carmelo donde fueron descubiertos sus artefactos) usaba una cuchila de pedernal en una asa de hueso para cosechar el grano. Existe evidencia de que estos natufianos viví­an mayormente de la caza ya que se han encontrado en sus cuevas cantidades des enormes de huesos de gacela. Las hoces podrí­an haber servido para recoger granos silvestres, pero algunos peritos están convencidos de que el grano era cultivado por la cutura mesolí­tica natufiana (ver Natufianos). El esqueleto de un perro en el nivel medio natufiano es el ejemplo más antiguo de la domesticación de animales.
Las excavaciones de Kathleen Kenyon en *Jericó indican que los natufianos también se establecieron allí­ y que ca. 7500 a. de J.C. sus descendientes se ocuparon de la agricultura. También las excavaciones en Jarmo, en Irak y Sialk, en Irán, han indicado evidencias de la transición de una cultura que recogí­a alimentos a una productora de alimentos.
Los granos, especialmente el trigo y la cebada, parecen haber sido el primer cultivo de la agricultura y continuaron siendo el producto principal de la antigua Palestina. El trigo es el más valioso, pero la cebada demora menos para crecer y, además, se cultiva en terreno más pobre. En tiempos posteriores una variedad de cultivos se plantó incluyendo lentejas, arvejas o chí­charos, frijoles (porotos), cebollas y ajo.
La vida en la antigua Palestina estaba mayormente determinada por el ciclo agrí­cola, como lo indica el calendario *Gezer de ca. 925 a. de J.C. Durante octubre y noviembre el agricultor esperaba la lluvia †œtemprana† la cual suavizaba el terreno reseco y le permití­a sembrar sus cultivos de invierno (trigo y cebada). Diciembre y enero son los meses de lluvias torrenciales cuando el terreno se satura y los pozos y estanques se llenan. Enero y febrero son los meses para plantar el grano de verano (mijo, ajonjolí­) junto con melones y pepinos. Las lluvias †œtardí­as† caen en marzo y abril, asegurando el grano de invierno y fertilizando la cosecha del verano. Los meses de verano, mayo a octubre, son por lo regular sin lluvia y las plantas se mantienen vivas por el denso rocí­o traí­do por el viento occidental.
La irrigación era más común en Egipto y Mesopotamia que en Palestina durante el perí­odo bí­blico. Los egipcios predinásticos y sumerios del valle del bajo Eufrates construí­an represas y excavaban canales al principio de la edad neolí­tica. Los primeros códigos de leyes sumerios y babilónicos señalan un interés por los derechos de agua. El código de *Hamurabi establece: †œSi un hombre ha abierto su canal para regar y lo ha dejado abierto, y el agua destruye el campo de su vecino, deberá compensar a su vecino con granos basado en lo producido en los campos vecinos† (párrafo 55).
Los primeros arados fueron simplemente horquetas o ramas torcidas de los árboles que se clavaban en el terreno a poca profundidad. Los arados de punta de cobre y bronce aparecen a principios del siglo X a. de J.C. Con la introducción del hierro, las puntas del arado se pudieron hacer más grandes y se abollaban con mayor dificultad. El arado tí­pico era tirado por dos bueyes (véase 1 R. 19:19). No podí­a arar el surco, sino que escarbaba la superficie del suelo por 8 a 10 cm.
En Mesopotamia se adherí­a al arado un tipo primitivo de sembradora, lo que permití­a que las semillas cayeran por un tubo fijado detrás de la punta del arado, pero no se conoce de tal mecanismo en Israel. Probablemente la mayorí­a de las semillas se esparcí­an a mano sobre el terreno arado y una segunda arada las cubrí­a. El remover y nivelar la tierra (véase Is. 28:24, 25; Os. 10:11; Job 39:10) se lograba arrastrando ramas detrás del arado para emparejar el terreno sobre la semilla.
Las hoces fueron usadas para cosechar en todo el Cercano Oriente. Hoces mesopotámicas prehistóricas se hicieron con dientes de pedernal incrustados en madera. Hoces natufianas de pedernal con mangos de hueso son de las más antiguas que se conocen. Este tipo de hoz se usó hasta el siglo X a. de J.C. , cuando pequeñas cuchillas curvas de hierro reemplazaron el pedernal anterior. Un mango de madera se añadió por medio de remaches.
El segador tomaba las gavillas del grano con una mano (véase Sal. 129:7; Is. 17:5) y con la otra las cortaba junto a la espiga. Más tarde una cantidad de manojos del grano se uní­a y ataba con pedazos de paja. Estos se llevaban entonces a la era más cercana, ubicada al aire libre fuera de la villa. Las espigas se extendí­an en el piso y el grano era separado de la paja por bueyes que las pisaban y que tiraban de una rastra trilladora. Dos tipos de trillos se conocí­an, uno hecho de tablas lisas y el otro que corrí­a sobre pequeñas ruedas o cilindros (véase ls. 28:27, 28). En secciones inaccesibles a la era, las mujeres golpeaban el grano de las espigas con mazos pesados de madera o varas largas llamadas mayales.
Desde mayo hasta septiembre, una fuerte brisa del Mediterráneo penetra hasta unos 322 kms. tierra adentro. Los agricultores la aprovechaban para separar el grano del tamo. Se paraban en la era y lanzaban montones de trigo trillado al aire dejando que el viento se llevara la paja, mientras que el grano siendo más pesado caí­a a tierra.
Después de aventar, y algunas veces de cernir en un cedazo, el grano se colocaba en jarrones de almacenamiento. Se han descubierto grandes silos para almacenar grano. Uno de Bet-semes ( ca. 900 a. de J.C. ) tení­a 8 mts. de diámetro en la parte superior y aproximadamente 6 mts. de profundidad. Habí­a sido excavado hasta alcanzar la roca en las ruinas de ciudades anteriores. Pequeños silos excavados y emplastados en el piso de una casa para uso privado también fueron comunes.
El calendario religioso judí­o es en gran parte paralelo al ciclo de las actividades de la agricultura que empezaban al fin del verano seco. Habí­a temporadas de ayuno al principio del año, antes que empezaran las lluvias y épocas de regocijo y acción de gracias cuando los frutos se cosechaban.
El año nuevo en el calendario judí­o actual llega durante el otoño en los dí­as de los sirocos cuando se espera la lluvia ansiosamente. En épocas anteriores, el año nuevo empezaba en la primavera, en la temporada de la Pascua, pero más tarde el calendario fue hecho para que se conformara al año agrí­cola que empieza en el otoño.
La fiesta bí­blica de las trompetas (Lv. 23:23-25) fue adaptada para señalar el inicio del año agrí­cola. Diez dí­as después los israelitas observaban el dí­a de la expiación, un tiempo de preparación solemne después de un año de vida pasado en obediencia a las leyes de Dios. La fiesta de los tabernáculos, la cual seguí­a pocos dí­as después del dí­a de la expiación, incluí­a un tiempo de oración especial por lluvia. Durante los dí­as del templo, el agua se sacaba del estanque de Siloé y se derramaba ceremoniosamente en el altar para simbolizar la necesidad de lluvia.
Generalmente, la temporada de lluvia empezaba a lo largo de la costa del Mediterráneo, poco después de la fiesta de los tabernáculos. Llegaba a la sección montañosa un poco después. Al caer la lluvia los cultivos empezaban a crecer hasta las †œlluvias tardí­as† de abril que hací­an possible su crecimiento final y aseguraban una burna cosecha. Siempre habí­a, sin embargo, la posibilidad de un año pobre a fin de que los israelitas no dieran por sentado que Dios siempre darí­a abundancia de comida a su pueblo. Habí­ hambres frecuentes y a Israel se le recordaba que Dios estaba directamente relacionado con la provisión de alimentos.
La amenaza constante del hambre era sin duda un factor importante en la popularidad del culto cananeo de la fertillidad, durante mucho del perí­odo preexí­lico de la historia de Isrel. *Baal era el dios de la fertilidad y los cananeos nativos, sin duda, enseñaron as sus vecinos israelitas a usar los medios tradicionales para obtener lluvia adecada por medio de la adoración licenciosa de Baal. Los profetas y los salmistas de Isrel insistí­an en que era Jehová, Dios de Israel y no Baal, quien †œcabalgaba sobre las nubes† y controlaba las lluvias y los vientos.
Al final del año agrí­cola, Israel tení­a una serie de observaciones especiales. Asociado con la pascua, que conmemoraba el éxodo de Egipto, estaba la fiesta de las promicias cuando se ofrecí­an a Dios los primeros granos en accií­on de gracias. En la teologí­a paulina, Cristo es tanto las †œprimicias† de la resurrección como la †œpascua† del cordero muerto por su pueblo. Las †œprimicias† se consagraban al Señor y se le presentaban ceremoniosamente cada año.
Siete semanas después, al final de mayo o prinicipious de junio, se observaba la fiesta de las semanas o Pentecostés. Esta marcaba el fin de la temporada de la cosecha. Poco después de la fiesta de las semanas, llegaba la temporada seca del verano y las actividades de los agricultores se reducí­an.
Existen dos épocas prinicipales en Palestina—el verano seco que se extiende sin interrupción desde mediados de junio hasta mediados de septiembre y la temporada de las lluvias la cual se extiende Intermitentemente por el resto del año. Sin embargo, el frí­o del invierno se limita a un perí­odo de tres meses que empieza alrededor de la mitad de diciembre.
Aunque la lluvia nunca cae en los meses de verano, los vientos del Mediterráneo ayudan a moderar el calor y traen rocí­o a lo largo de la costa y en la falda occidental de las montañas. El rocí­o de la mañana es un factor importante para el bienestar de la agricultura. Sin éste el crecimiento de las uvas durante la sequí­a del verano serí­a imposible. Las Escrituras consideran al rocí­o como una evidencia del cuidado de Dios por su pueblo (Dt. 33:28). El hecho de que éste rápidamente se disipa por el carol del dí­a, lo hace un sí­mbolo apropiado de lo transitorio de las cosas (Os. 13:3).
Las brisas del verano son hasta cierto punto regulares, lo cual sorprende a los occidentales quienes están acostumbrados al constante cambio climático. El aire fresco del Mediterráneo llega a las ciudades costeras de Palestina temprano en el dí­a. Al mediodí­a pasa sobre las montañas y entra al valle del Jordán. Cerca de las tres de la tarde alcanza la meseta de la Transjordania.
Los vientos no sólo refrescan a las personas sofocadas por el sol tropical, sino que también son útiles para los esfuerzos agrí­colas del agricultor palestino. El proceso de aventar el grano hace aprovechar los vientos que se llevan la paja y permiten que el grano caiga en el piso de la era (véase Sal. 1).
Poco después de la puesta del sol cesa la brisa marina y un perí­odo de calma reina hast las nueve o diez de la noche. Entonces empieza a soplar una brisa del continente, aunque tiene que contrarrestar la dirección general del aire del mar y en muchas ocasiones son indistinguibles. Las noches de verano son muy calientes a lo largo de la costa, pero se necesitan cobijas en las montañas para estar confortable.
A diferencia de la regularidad de los tres meses de verano, la temporada de lluvias en Palestina no se puede predecir. Regularmente comienza en el medio de octubre pero algunas veces se ha demorado hasta el mes de enero. Una demora así­ puede ser muy perjudicial para los cultivos, los cuales dependen de la temporada de lluvia para su humedad perí­odos prolongados de sequí­a después de las primeras lluvias pueden también matar los cultivos tiernos.
Las primeras caí­das de agua, las cuales regularmente empiezan en octubre, se conocen en la Escritura como la †œlluvia temprana†. Van acompañadas por lo regular de tormentas con descargas eléctricas que resultan de la rápida elevación del aire húmedo sobre la superficie de la tierra ardiente.
El tiempo frí­o llega a mediados de diciembre y caen nevadas ligeras en algunas partes del paí­s. Alrededor de una vez cada 15 años Jerusalén recibe nieve suficiente como para bloquear las carreteras. Tormentas de granizo son muy frecuentes en la llanura de la costa y pueden causar dañós considerables.
Las lluvias disminuyen en marzo y abril y hay una elevación correspondiente en la temperature. Las †œlluvias tardí­as† por lob regular caen en abril. Se convierten en la temporada final de tormentas y la temperatura baja rápidamente. Las †œlluvias tardí­as† hacen possible el crecimiento final de los cultivos y forman al final de la temporada un complemento para las †œlluvias tempranas† del comienzo.
Entre temporadas hay perí­odos tradicionales que a menudo van acompañados de tormentas violentas. La navegación en el Mediterráneo es verano. El naufragio descrito en Hechos 27 fue el resultado de un viaje prolongado dentro de la peligrosa temporada de transición con sus cambios repentinos de viento.
Los vientos que producen las condiciones desérticas en toda la Palestina durante lad temporadas de transición se conocen como sirocos, del término árabe †œviento oriental†. Algunas veces se les aplica el nombre †œKhamsin† pero esta palabra se usa en Egipto para similares condiciones.
El siroco es un viento seco y ardiente del desierto que produce las temperatures más elevadas del año. Una bruma amarilla polvorienta llena el aire tanto que la visibilidad es fuertemente reducida y las sombras del sol son muy débiles. La sequedad intensa de la atmósfera puede causar incomodidad fí­sica aun a aquellos que pueden adaptarse a temperaturas excesivamente elevadas. Las referencias bí­blicas al †œviento oriental† son frecuentes. El juicio de Dios se compara con un †œviento seco de las alturas del desierto †¦ no para aventar, ni para limpiar (Jer. 4:11). Al hablar del futuro de Judá, Ezequiel pregunta: †œ¿No se secará del todo cuando el viento Solano la toque

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

El pueblo de Israel nació primeramente como grupo nómada, muy unido a la actividad ganadera, lo cual le permití­a mayor movilidad. Abraham andaba «removiendo su tienda» (Gen 13:18) y era muy rico en †œovejas, vacas, asnos … asnas y camellos† (Gen 12:16). La promesa de Dios incluí­a que llegarí­a el momento en que su descendencia tendrí­a una tierra (Gen 13:15). Es decir, que llegarí­an a asentarse, dejando el nomadismo y dedicándose a la a., viviendo en †œciudades grandes y buenas … y … viñas y olivares que no plantaste† (Deu 6:10-11). El maná cesó cuando entraron a la Tierra Prometida y †œcomieron los frutos de la tierra† (Jos 5:12). Desde entonces los israelitas se dedicaron a trabajar la tierra.

Las áreas aptas para la a. no eran muchas, pero la tierra era usada muy intensivamente para poder mantener una población de varios millones de personas. El terreno se preparaba con el arado, rompiendo y quebrando †œlos terrones de la tierra† (Isa 28:24). Los arados eran de madera, pero la punta de la reja era metálica o estaba recubierta de metal, lo que hací­a importante la tecnologí­a para †œafilar cada uno la reja de su arado, su azadón, su hacha o su hoz† (1Sa 13:19-20). No se sembraba un mismo terreno todos los años sino que para conservar la fertilidad del suelo se utilizaba un sistema de rotación. De la misma manera, las siembras se escalonaban en el tiempo, para evitar que un solo fenómeno natural negativo dañara toda la cosecha. Algunos reyes de Israel se destacaron por su amor a la a., como Salomón (Ecl 2:4-6) y †¢Uzí­as (2Cr 26:10). Los cultivos más comunes eran el trigo, la cebada, el olivo y la vid. También, de manera secundaria, las †œhabas, lentejas, millo y avena† (Eze 4:9), así­ como distintas hortalizas. Los terrenos más propicios para la a. eran los del valle del Jordán, pero durante muchos años (hasta tiempos de David) éstos no pudieron ser conquistados de manos de los cananeos, por lo cual los hebreos, viviendo en lugares altos, hicieron terrazas para sus cultivos, lo cual trajo como consecuencia una deforestación que luego dejarí­a los suelos muy degradados (Jos 17:15-18). Como el agua no es muy abundante, cavaban pozos. Se han encontrado también huellas de sistemas de irrigación. Pero mayormente se dependí­a de la pluviometrí­a. Las lluvias tempranas (fines de octubre-principios de noviembre) permití­an preparar los terrenos. Las lluvias tardí­as (fines de marzo-principios de abril) hací­an madurar los frutos para la cosecha. Entre estos dos perí­odos lloví­a bastante, pero el agua se escurrí­a fácilmente, por lo cual se construí­an cisternas, a fin de conservarla para los dí­as en que faltara.
cebada era cosechada en los meses de abril o mayo. El trigo se cosechaba aproximadamente en junio-julio. Se cortaba éste a cierta altura del suelo, dejando parte de la planta para que sirviera de alimento al ganado. Luego se llevaban las gavillas a la era, que consistí­a en un espacio de terreno plano y apisonado, donde se separaban los granos por diversos métodos, mayormente golpeando las ramas con un palo. Después se tomaban los granos y se aventaban, sacudiéndolos de manera que el viento se llevara la paja que estuviera mezclada. Esto se hací­a regularmente en la tarde, para aprovechar la brisa. Limpiado el grano, se guardaba en recipientes de alfarerí­a o en graneros.
viñedos se hací­an mayormente en pendientes y se rodeaban con una cerca de piedras. A veces se construí­a una torre para vigilarlos. Entre julio y octubre se hací­a la cosecha, (mayormente agosto y septiembre). Se comí­an las uvas frescas o se secaban para hacer pasas, de las cuales se formaban tortas. El olivo era un cultivo también apreciadí­simo a causa de la producción de aceite. Después de sembrado, este árbol dura más de cien años. Cuando su fruto, la aceituna, estaba para ser cosechado, se sacudí­a el árbol o se golpeaban sus ramas con un palo para hacerlo caer. éste era luego exprimido en una prensa, o bajo los pies. El aceite así­ producido se usaba para cocinar o alumbrar. Asimismo se le daba un uso medicinal y como cosmético. El ganado consistí­a mayormente en ovejas y cabras, las cuales proveí­an de leche y quesos. Su carne se comí­a en ocasiones especiales.
la vida de Israel giraba alrededor de la a., muchas de sus festividades estaban ligadas a los distintos aspectos de esa actividad. Así­, la fiesta de la Pascua y de los panes sin levadura, se celebraba en la primavera (Exo 12:1-3; Lev 23:4-14). La de Pentecostés correspondí­a a la época de las cosechas de grano (Exo 23:16; Lev 23:15-21). La fiesta de las cabañas o de los tabernáculos era en otoño, cuando se cosechaban las uvas (Deu 16:13-16). La práctica del año sabático, en el cual no se sembraba, era algo conveniente para renovar la tierra (Exo 23:10-11; Lev 25:3-5). La relación de Israel con Dios tení­a sus efectos en la a. Si el pueblo obedecí­a al Señor, él darí­a †œvuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto. Vuestra trilla alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a la sementera† (Lev 26:4-5). El Señor Jesús utilizó muchas figuras tomadas de la a., como las parábolas del sembrador y del trigo y la cizaña (Mt. 13). La del hombre rico y sus graneros (Luc 12:13-21). La de la semilla de mostaza (Mat 13:31-32). La oveja perdida (Luc 15:3-7). La vid (Jua 15:1-8), y muchas otras más. San Pablo dijo que los creyentes son †œlabranza de Dios† (1Co 3:9), por lo cual deben dar †œel fruto del Espí­ritu† (Gal 5:22). Los creyentes serán finalmente recogidos y puestos como †œtrigo en el granero† (Mat 3:12; Luc 3:17).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, AGRI LEYE ARQU CALE La agricultura era muy importante en Israel. Desde las primeras páginas del Génesis, después de que nuestros padres fueron arrojados del paraí­so, la Biblia nos dice que Caí­n era labrador y Abel pastor de ovejas (Gn. 4:2). Con ello quiere significar que las dos principales ocupaciones de los hebreos después de la pérdida del paraí­so estaban í­ntimamente relacionadas con la agricultura. Se poseen numerosas noticias sobre la agricultura entre los hebreos, gracias a la arqueologí­a de Palestina, a las fiestas religiosas y a la literatura bí­blica, así­ como por las descripciones, los documentos profanos, etc., de otros pueblos del Antiguo Oriente. La agricultura constituyó y aún constituye la principal ocupación de los hebreos y, por lo tanto, la base de su vida económica. Además de proporcionarles sustento, fue factor importante en los designios de la Providencia respecto al pueblo escogido. La dedicación a la agricultura contribuyó no sólo a suavizar las costumbres más ásperas de la vida nómada, sino también a desarrollar el espí­ritu patriótico por el afecto a la tierra que llevaba consigo tal oficio. Los diversos libros de la Biblia nos mencionan las costumbres agrí­colas de los hebreos. Las fiestas más importantes del calendario israelita (la de las Semanas, la de los Tabernáculos, la de los ícimos) son fiestas agrí­colas. La legislación mosaica se ocupa cuidadosamente del aspecto agrí­cola de la existencia de los hebreos (Dt. 11:12; 14:22 ss; 15:19; 16:17; 19:14; 22:1, 3, 9, 10; 23:25, 26; 25:4; 26:1-11; 27:17). La Sagrada Escritura abunda en figuras, metáforas, sí­mbolos o palabras sacadas de la agricultura, porque los profetas, los poetas y los sabios de Israel encontraron el vocabulario de los labriegos lleno de significado y muy apto para impresionar con su fuerza la mente de un auditorio que conocí­a bien la agricultura. La simiente, los retoños, los injertos, los frutos, la vid, el trigo, el árbol, la viña, las raí­ces, las hojas, etc., son actualmente patrimonio común de todos los hombres a través de todas las expresiones y enseñanzas del Antiguo Testamento. En la época de los patriarcas, los hebreos, dedicados preferentemente a la crí­a del ganado menor y mayor, tuvieron más bien una vida nómada y sólo se dedicaban al cultivo de los campos cuando lo podí­an compaginar con la ganaderí­a; tanto es así­ que el término que indica «posesión» o «propiedad» fue durante mucho tiempo equivalente de «rebaño» o «ganado». Dado el carácter nómada de los patriarcas, las disputas sostenidas en su época se debí­an principalmente a los pozos y muy pocas veces a las cosechas o a los campos. Sin embargo, en Egipto, los israelitas pudieron adquirir interesantes conocimientos para su ocupación en la agricultura. A tal propósito hallamos dedicadas interesantes leyes promulgadas por Moisés. La historia de José revela cosas muy interesantes acerca de la dedicación al pastoreo, y también es significativa en cuanto a la actividad agrí­cola de entonces, prescindiendo del sueño del sol, la luna y las once estrellas, tan ligado al respeto de los astros, caracterí­stica de todos los pueblos de Oriente. José sueña con gavillas (Gn. 37:7), y más tarde sus hermanos fueron precisados a marchar a Egipto acuciados por el hambre que reinaba en Canaán. Moisés procura hacer de la agricultura la principal ocupación de los israelitas, para así­ conseguir ligarlos estrechamente al suelo. Con este fin promulga una verdadera ley agraria que distribuye la tierra en partes iguales y las hace inalienables, ya que aun en el caso de venta queda, por un lado, el precepto de goelato (Lv. 25:20) y, por otro, los jubileos (Lv. 25:11). A pesar de estos preceptos, los profetas tendrán que luchar en repetidas ocasiones contra la ambición de los poderosos, que pretenderán «añadir un campo a otro campo» (Is. 5:8). La tierra de Palestina era muy fértil en tiempos del Antiguo Testamento; es proverbial para describir la tierra de los hebreos como un paí­s «que mana leche y miel». En los relatos de viajeros y peregrinos, así­ como por diversos datos que aporta la arqueologí­a, se sabe también que en la Edad Media se cultivó la caña y que hubo plantaciones de arroz. El cultivo del naranjo, muy tí­pico en Palestina y tan remunerador para la economí­a del nuevo Estado de Israel, es muy reciente. El «Calendario de Gezer», documento tan precioso para la agricultura de Palestina como para la historia y escritura en lengua hebrea, da noticias de la época en que se desarrollaban las diversas labores: la recolección de la aceituna se efectuaba de septiembre a octubre; la sementera, en noviembre y diciembre, y la sementera tardí­a, en enero y febrero; la recogida del lino, en marzo; la siega de la cebada, en abril; las otras siegas y las fiestas de la recolección, en mayo; la poda de la viña, en junio y julio, y la recogida de frutas, en agosto. En el cultivo de los campos se empleaban diversos aperos, muy pocos y rudimentarios comparados con los que utiliza el labriego hoy en todas las partes del mundo. El arado primitivo era de madera con una pequeña punta metálica; la hoz, prescindiendo del material que la formaba y de su tamaño, parecí­a más o menos la moderna. La trilla se llevaba a cabo en la era, con procedimientos que no han cambiado mucho en esencia en la actualidad. Los hebreos recibieron en Egipto importantes conocimientos para las labores del campo, y utilizaron el buey y el asno como animales auxiliares. El uso de abonos era muy antiguo y variado: hojas podridas, sangre de animales sacrificados, cenizas de maderas, estiércol, paja mojada y mezclada con estiércol; etc. Cada siete años la tierra habí­a de descansar uno (Lv. 25:2, 7, 20), llamado año sabático. La agricultura conoció, y conoce, muy peligrosos enemigos. La sequí­a se presentaba, sin duda, como el más temible, porque acarreaba hambres espantosas que producí­an emigraciones a paí­ses más afortunados, casi de modo periódico (Gn. 12:10; 26:1; 41:50-57). Se pretendí­a hacerle frente con la creación de cisternas, acueductos y albergues que asegurasen el suministro y la conducción del agua y su empleo en el riego artificial. Otros azotes de los campos y los cultivos eran los insectos y el tifón. El peor de todos estaba encarnado en la langosta, capaz de devorar la vegetación de grandes extensiones de terreno, y de la que el hombre bí­blico no podí­a protegerse. De menor importancia por lo limitado de sus daños eran los ladrones y merodeadores, que se apoderaban de los productos campestres cuando estaban maduros. A fin de salvaguardarse de ellos, al propio tiempo que de los perjuicios que ocasionaban los animales silvestres, solí­an rodearse los campos con setos, y especialmente las viñas, donde se construí­an torteras desde las cuales se vigilaba. Los primeros frutos estaban consagrados al Señor, así­ como los diezmos de todo, y los pobres eran socorridos por la ley divina (Lv. 19:9; 23:22; Dt. 24:19-21; Rt. 2:2; 7:9).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Labranza; arte de cultivar la tierra para que produzca cosechas. Tuvo su principio en Edén, ya que después de que Adán fue creado por Dios, se le colocó en aquel jardí­n †œpara que lo cultivara y lo cuidara†. (Gé 2:5, 15.) Sin embargo, debido a la infidelidad de la primera pareja humana, el paraí­so edénico no se extendió, sino que, por el contrario, el suelo llegó a estar bajo la maldición de Dios. El hombre tendrí­a que ganarse la vida con su sudor y duro trabajo. (Gé 3:17-19.)
El primer hijo de Adán y Eva, Caí­n, se hizo †œcultivador del suelo†; Abel, pastor de ovejas. (Gé 4:2-4.) Después del Diluvio, †œNoé comenzó a trabajar de labrador† y plantó una viña. (Gé 9:20.) Más tarde, Abrahán, Isaac y Jacob vivieron como nómadas y pastores con sus rebaños, de modo similar a como lo habí­a hecho Jabal antes del Diluvio (Gé 4:20), aunque hay prueba de que Isaac y Jacob también cultivaron la tierra, pues se menciona especí­ficamente el trigo. (Gé 26:12; 27:37; 30:14; 37:7.)

Agricultura israelita. Las excavaciones arqueológicas han demostrado que la región de Palestina fue uno de los primeros centros agrí­colas. La Tierra de Promisión era una tierra muy fértil. En los dí­as de Lot, el distrito del Jordán era †œcomo el jardí­n de Jehová, como la tierra de Egipto hasta Zóar†. (Gé 13:10.) Antes del éxodo, la nación de Israel estuvo bien familiarizada con la agricultura de Egipto, donde se cultivaba trigo, lino, cebada, pepinos, melones, puerros, cebollas, ajo y otros productos. (Ex 9:25, 26, 31, 32; Nú 11:5; Dt 11:10.) Luego la nación llevó una vida nómada por el desierto durante cuarenta años, relativamente libre de la influencia corruptora de los pueblos paganos.
Cuando entró en la Tierra de Promisión, la nación se estableció en ella y emprendió una vida agropecuaria. Fue muy conveniente que heredaran una tierra que ya se estaba cultivando, pues la gran mayorí­a de los hebreos que habí­an conocido la agricultura en Egipto habí­an perecido en el desierto, por lo que habrí­a pocos labradores competentes con experiencia práctica, si acaso alguno, capaces de dar comienzo a la labranza de una tierra nueva y extraña para ellos. (Nú 14:22-30; Heb 3:16, 17.) Así­ que les fue muy conveniente heredar †˜casas llenas de toda suerte de cosas buenas, cisternas labradas, viñas y olivares ya plantados que daban fruto†™. (Dt 6:10, 11; 8:6-9.)
Después de la división de la tierra en territorios para cada tribu, se repartieron las parcelas de terreno, para lo que probablemente se utilizó el cordel de medir. (Sl 78:55; Eze 40:3; Am 7:17; Miq 2:4, 5.) Una vez establecidos, estos lí­mites tení­an que reconocerse y respetarse. (Dt 19:14; 27:17; Pr 22:28; Os 5:10; compárese con Job 24:2.)
La agricultura ocupó un lugar de importancia en la legislación dada a Israel. La tierra le pertenecí­a a Jehová y por lo tanto no debí­a abusarse de ella. (Le 25:23.) No podí­a venderse a perpetuidad, y, con la excepción de propiedades que estuvieran dentro de ciudades amuralladas, la que se vendí­a debido a infortunios o reveses económicos habí­a de devolverse a su propietario original en el año de Jubileo. (Le 25:10, 23-31.) Se requerí­a que hubiese un descanso sabático cada séptimo año, durante el cual se debí­a dejar la tierra en barbecho para que recuperara su fertilidad, con lo que se lograba lo que se consigue en la actualidad con la rotación de las cosechas. (Ex 23:10, 11; Le 25:3-7.) Tal requisito pudo parecer arriesgado y fue sin duda una prueba de la fe de los israelitas en la promesa de Dios de proveerles en suficiente abundancia para que pudieran esperar hasta la cosecha del año siguiente. Al mismo tiempo, fomentaba la prudencia y la previsión. El año de Jubileo (cada quincuagésimo año) también era un año de descanso para la tierra. (Le 25:11, 12.)
Las tres fiestas anuales que se mandó celebrar a Israel coincidí­an con las temporadas agrí­colas: la fiesta de las tortas no fermentadas, con el tiempo de la cosecha de la cebada; el Pentecostés, con el tiempo de la cosecha del trigo, y la fiesta de las cabañas, con el fin de la recolección de las cosechas a la salida del año. (Ex 23:14-16.) Las estaciones y las cosechas eran indicadores cronológicos para los israelitas, y se usaban como tales con mayor frecuencia que los nombres de los meses del calendario. Esta vida agrí­cola también protegí­a a los israelitas de modo espiritual, pues los hací­a bastante independientes de otros pueblos en lo que respecta a sus necesidades básicas y mantuvo al mí­nimo la necesidad de intercambios comerciales con las naciones vecinas.
Aunque para ellos tení­a que ser una tierra que †˜manara leche y miel†™ con la bendición de Dios, habí­a problemas agrí­colas que solucionar. Si resultaban obedientes, no debí­an preocuparse por el riego a gran escala. (Dt 8:7; 11:9-17.) La temporada lluviosa empezaba con las primeras lluvias a mediados de octubre y seguí­a hasta mediados de abril, cuando caí­an las lluvias tardí­as. (Dt 11:14.) Después vení­an cinco meses que solí­an ser secos, en los que los fuertes rocí­os que caí­an por la noche refrescaban el suelo y las plantas, y paliaban el calor y la sequí­a propios de la época. (Gé 27:28; Dt 33:28; véase ROCíO.)
Para la conservación del suelo en las laderas, se empleaban las terrazas con muros de piedra, que impedí­an que la lluvia se llevara el mantillo. Las excavaciones arqueológicas han descubierto tantas como sesenta o más de tales terrazas escalonadas en las laderas de algunas montañas. A fin de proteger las cosechas, en las viñas y campos se construí­an cabañas y cobertizos, e incluso torres permanentes, donde se albergaba un vigilante que inspeccionaba las zonas circundantes. (Isa 1:8; 5:2; Mt 21:33.)
Del rey Uzí­as en particular se dice que era †œamante de la agricultura [literalmente, el suelo]†. (2Cr 26:10.)
A pesar de que la nación desobedeció a Dios y perdió su bendición, por lo que tuvo que enfrentarse a desastres agrí­colas, como malas cosechas, sequí­as, plagas de langostas, añublo y otros problemas, y a pesar de la destrucción de los bosques y de haber descuidado la preparación de terrazas por muchos siglos, lo que ha supuesto la desaparición de mucho del mantillo en gran parte de Palestina, la tierra que ha quedado por lo general sigue siendo hoy muy fértil. (Véanse SEMBRADOR, SIEMBRA; SIEGA; TRILLAR; y temas similares bajo sus respectivos encabezamientos.)

[Fotografí­a en la página 67]
Terrazas en la ladera de una colina, comunes en la agricultura israelita

Fuente: Diccionario de la Biblia

Las excavaciones que se han efectuado en la Jericó del AT han demostrado que Palestina es uno de los más antiguos centros agrícolas que se hayan descubierto. Hay pruebas de una actividad agrícola floreciente en esta zona alrededor del año 7500 a.C. En Jericó encontramos representada la cultura de irrigación que era común en el período prehistórico en el valle del Jordán, no a lo largo del río mismo, sino junto a los arroyos que desembocaban en dicho río. Alrededor de esta misma época comenzaron a aparecer señales de agricultura en la zona montañosa pues la cultura natufiana revela la presencia de hojas de hoces y azadas fabricadas de pedernal. La irrigación como ciencia antigua alcanzó su punto culminante en Egipto y Babilonia que la mantuvieron en ese nivel. Sin embargo, ya para el tiempo de Abraham, en Palestina los cultivos por medio de la irrigación habían comenzado a declinar en importancia, e incluso empezaba a prevalecer la agricultura seca, como en el Neguev.

La mayoría de los agricultores de Palestina dependían de la lluvia. La sequía de un verano de seis meses terminaba con las “lluvias tempranas”, y tan pronto como se podía cultivar la tierra endurecida por el sol (a fines de noviembre o diciembre), se arrojaba la semilla y se araba la tierra para cubrirla. A veces también se araba la tierra antes de la siembra. Las copiosas lluvias invernales proporcionaban a los cultivos la mayor parte de su humedad, aunque se necesitaban las “lluvias tardías” de marzo y abril para completar el crecimiento del grano.

Los granos que se cosechaban principalmente eran el trigo y la cebada, siendo el primero más valioso, pero la segunda tenía la ventaja de requerir un período más corto de crecimiento y la posibilidad de ser cultivada en tierra más pobre. Una cosecha de menor importancia consistía en lentejas, arvejas, y porotos. Las *legumbres hacían más variadas las comidas, en las que ocupaban un lugar prominente las cebollas y el ajo. Diversas *hierbas, semillas y otros condimentos daban variedad a un menú que consistía básicamente en pan. Los retoños de ciertas *plantas silvestres servían para preparar ensaladas.

Después de la invención de la hoz, que consistía en dientes de pedernal colocados en un mango de hueso o madera, la mejora siguiente consistió en el arado. El mejor árbol que se podía utilizar para la fabricación de arados de madera era el roble. El labrador más pobre nunca lograba poseer rejas de arado de metal (heb. ˒ēt, trad. “azadón” en 1 S. 13.20s). Ya para la época de David, sin embargo, había abundancia de hierro y podían utilizarse rejas de arado de regular tamaño, con el resultado de que se obtenían mejores cosechas y una población más densa podía subsistir en la misma extensión de tierras.

El arado de madera que se podía manejar con una sola mano tenía la virtud de ser muy ligero, y como los campos a menudo eran pedregosos resultaba fácil alzarlo para pasar por encima de las piedras grandes. En tierras llanas, como en la región de Basán, se apilaban las piedras en los campos, pero en las laderas de las montañas se las utilizaba para construir terraplenes que evitaran la pérdida de tierra fértil y conservaran la humedad. Para marcar los límites entre los distintos campos de cereales se utilizaban piedras grandes, y no se usaban cercas. El arado que se manejaba con una sola mano dejaba libre la otra para aguijonear a los bueyes.

Los cereales maduraban primeramente en el profundo y cálido valle del Jordán, y luego la época de la siega seguía la gradual elevación de las tierras, primeramente las zonas de la costa y de Esdraelón, luego las sierras bajas, para terminar en las montañas más altas. La cosecha de la cebada correspondiente a los meses de abril y mayo precedía a la del trigo en varias semanas o aun un mes. Para entonces a menudo ya se había sembrado mijo para obtener una cosecha de verano en otros terrenos que se habían dejado descansar durante el invierno.

Para segar el cultivo se sostenía el grano con una mano y luego se lo cortaba con una hoz tomada con la otra. Los manojos se juntaban luego en gavillas, las que, a su vez, se cargaban en burros o camellos para llevarlas a la era. En el libro de Amós se menciona la utilización de carros. Detrás de los cosechadores iban los espigadores, y finalmente se admitía los animales para que aprovecharan el rastrojo, en el siguiente orden: ovejas, cabras y camellos.

Las eras se ubicaban cerca de la aldea en un sitio donde los vientos ayudaran el aventamiento. El piso mismo lo constituía un afloramiento de roca, o una extensión de tierra revestida de barro gredoso. Las gavillas se desparramaban por el piso hasta una altura de 30 cm. y en los bordes se colocaban piedras protectoras. Luego se obligaba a los animales, a los que a veces se les colocaban herraduras con este fin, a girar por la era para pisar las gavillas, hasta que el grano se separaba de las espigas. Un método más rápido consistía en emplear un trineo de madera en cuya parte inferior se adherían piedras o pedazos de hierro. El grano se aventaba arrojándolo al aire con palas de madera o aventadores. El grano se pasaba a veces por una criba (heb. keḇārâ en Am. 9.9 y nāfâ en Is. 30.28) para eliminar todas las partículas extrañas antes de embolsarlo para uso humano. La paja se guardaba para ser usada como alimento para los animales. El incendio de un campo de granos en proceso de maduración o de una era representaba un delito grave, por cuanto se perdía la provisión de alimento para todo el año. El episodio en el cual Sansón utilizó zorras para prender fuego a los trigales (Jue. 15.4–5) representó una catástrofe para los filisteos. En los casos de cosechas extraordinarias los trabajos de trilla podían extenderse hasta fines de agosto o más.

Las mejores tierras para el cultivo de cereales eran los escalones del valle del Jordán que podían ser regados por los tributarios del Jordán, la llanura filistea, Esdraelón (aunque parte de ella era pantanosa en esa época), Basán, y Moab. Pero teniendo en cuenta que el pan era el principal alimento del pueblo, a menudo se cultivaban incluso las tierras escalonadas pobres con el fin de producir grano. Se construían terrazas angostas semejantes a escalones en las laderas de las montañas, y aún hoy en el Líbano dichas terrazas ascienden por las montañas hasta cerca de las cumbres nevadas. Las montañas más bajas, como ser las de Sefela, proveían una más amplia distribución de los cultivos, ya que se agregaban a los cereales la *vid y el *olivo, los que constituían un famoso trío de cultivos mencionado a menudo en el AT. Las mejores secciones de las tierras altas se dedicaban a la agricultura, pero aun así se dejaba gran parte para el pastoreo o la forestación.

Los abundantes rocíos de verano en distintas partes del país aumentaban la humedad del subsuelo proveniente de las lluvias invernales y hacía posible el cultivo de uvas, pepinos y melones. Estos cultivos eran de un valor mucho mayor que lo que muchos lectores de la Biblia llegan a estimar, pues en Palestina no se conocen las lluvias de verano, y la mayoría de los arroyos se secan. Estas frutas y hortalizas se convierten, entonces, en una ración adicional de agua tanto para el hombre como para las bestias. Se cultivaba en esa época gran variedad de uvas, que constituían no sólo un valioso elemento alimenticio durante el verano sino que, en forma de pasas, formaban parte de los alimentos para el invierno. El vino que se producía con las uvas era artículo de exportación. Normalmente las uvas se cultivaban en las laderas de las sierras, y a menudo se plantaban porotos y lentejas entre las hileras de vides. En Is. 5.1–6 encontramos una buena descripción de un viñedo.

Otra manera de agregar variedad a las comidas era el consumo de frutas y nueces. El olivo y el sésamo eran las principales fuentes de aceite para cocinar; la grasa animal resultaba muy costosa. Las nueces, aunque muy ricas en aceite, se usaban principalmente como condimento. Las vainas del algarrobo servían de excelente alimento para los animales. La planta de *lino era la única que se cultivaba para la fabricación de telas.

La sequía constituía el peor enemigo del agricultor. La falta de una de las tres estaciones de lluvias originaba un problema serio, y con frecuencia las sequías eran prolongadas, especialmente en ciertas regiones del país. El agricultor era hostigado también por las invasiones de langostas, las plagas en las plantaciones, tales como el tizón, y los cálidos vientos sirocos. También las guerras constituían un enemigo común del agricultor, pues estas generalmente se entablaban en las épocas de siega, a fin de que el ejército invasor pudiera vivir a expensas de la producción de la tierra. Las principales exportaciones de Palestina eran el trigo, el aceite de oliva y el vino. Estos productos no solamente se mandaban a otros países, sino que grandes cantidades de los mismos eran consumidas por las caravanas que cruzaban la Palestina.

Las leyes levíticas de Moisés establecían ciertos principios para la agricultura, algunos de los cuales ya han sido mencionados anteriormente. Constituían a menudo buenas prácticas agrícolas para la conservación de la tierra, p. ej. el reposo en el séptimo año (Lv. 25), o se basaban en razones sociales, p. ej. la práctica de dejar los granos residuales para que la gente pobre pudiera espigar (Lv. 23.22). Si los principios establecidos por Dios no se observaban, los cultivos no habían de prosperar y la consecuencia sería el hambre (Lv. 26.14ss): lecciones morales y prácticas que siguen teniendo aplicación en la actualidad pero que todavía tienen que ser aprendidas en todo el mundo.

Bibliografía.°DBA, pp. 18–22; °GHTS, pp. 40ss.

D. Baly, The Geography of the Bible², 1974; A. Reifenberg, The Desert and the Sown, 1956; F. N. Hepper, Plants in Bible Lands, en prep.; P. J. Ucko y G. W. Dimbleby (eds.), The Domestication and Exploitation of Plants and Animals, 1969.

J.L.K., F.N.H.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico