AGUSTIN. SAN

[925](354-430

Es la máxima figura eclesial de los tiempos antiguos en lo referente a doctrina, a erudición y a influencia en la Iglesia. Representa la cumbre de la Patrí­stica y de la Teologí­a construida durante todo el perí­odo paleocristiano. Como educador significativo y más frecuentemente citado de toda la Historia fue, y sigue siendo, el centro de la atención de cuantos viven para la educación cristiana.

Es el gran teólogo, el gran catequista y el gran obispo en quien la Iglesia se ha inspirado para formular su doctrina, para anunciar el mensaje cristiano, para ahondar en la Escritura, en la Tradición, en el Magisterio de la Iglesia.

1. Vida
554. 3 Noviembre. Nace en Tagaste, en Numidia. Su padre, se llama Patricio, es pagano y se convierte al fin de su vida. Su madre, Mónica, piadosa y sufrida cristiana, es modelo de madres y de esposas y, sobre todo, educadora del corazón de su hijo genial. Tiene un hermano, Navigio, y una hermana, Perpertua. La familia goza de modestas posesiones agrí­colas.

360. Frecuenta en Tagaste la escuela para aprender a leer, escribir y contar.

367. Es enviado a Madaura, a 30 kilómetros, para estudiar Gramática, Lengua latina y para iniciarse en los autores clásicos. A los tres años vuelve a Tagaste por falta de medios. Su padre, empeñado en sus estudios, allega recursos con sus propiedades. Hacia el 370 muere su padre en Tagaste.

371. Es enviado a Cartago, para estudiar Elocuencia y Filosofí­a. Allí­ obtiene la categorí­a de Profesor. Lleva vida desordenada. A los 19 años convive con una mujer de Cartago, con la que no puede contraer matrimonio por las leyes romanas del momento. Tiene un hijo y le llama Adeodato. El 373 lee el «Hortensius» de Cicerón y decide entregarse a la búsqueda de la verdad.

373-374. Con tres amigos, Alipio, Romaniano y Honorato, se hace maniqueo. Enseña Retórica en Tagaste y adquiere cierto desahogo económico.

375. Con ayuda de Romaniano, abre una escuela propia de Retórica. Escribe obras de juventud. En 382 contrae una enfermedad grave, que le dificulta la docencia.

383. Se dirige a Roma y se dedica también a la Retórica. Se afilia a los grupos escépticos.

384. Es enviado a Milán por Sí­maco, Prefecto de Roma, como Profesor de Elocuencia. Llega a la Corte de Valentiniano el Joven con cierto prestigio y pronto hace alguna fortuna.

386. Entra en contacto con Ambrosio, Obispo de la Ciudad. Un dí­a escucha en el templo al Obispo que predica. Una voz inspirada parece decirle: «Toma y lee». Interpreta esto como una exhortación a leer las Escrituras. El primer pasaje que aparece al azar: «Nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y envidias. Revestí­os más bien del Señor Jesucristo, y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rom. 13, 13-14), le conmueve.

Está acompañado de su madre y de varios amigos. Se convierte al cristianismo y se retira a la Quinta de Casiacum, de su amigo Verecundo, en compañí­a de los suyos. Mantiene conversaciones dirigidas a ellos. Entre el 13 y 15 de Noviembre, sintetiza una en el libro «De la vida feliz».

387. 24 de Abril. Pascua. Recibe el Bautismo de manos de San Ambrosio, junto con su hijo, el cual muere poco después. Camino de Africa, enferma su madre en Roma y fallece en Ostia. Entonces decide quedar en Roma un año.

388. Otoño. Vuelve a Tagaste. Reparte sus bienes entre la Iglesia y los pobres. Se reserva una casa rural, donde lleva vida monacal con varios amigos. Ayuda en la organización de otros Monasterios.

391. Es promovido a Presbí­tero por el Obispo Valerio, de Hipona. Simultanea el monacato con la predicación de la Palabra. Escribe abundantemente.

396. El Obispo Valerio le designa Obispo asociado a su tarea. Se resiste. Le consagra Megalio, Primado de Cartago. Organiza un Monasterio en un yermo de Valerio.

397. Muere Valerio. Es consagrado obispo de Hipona (hoy Annaba, Argelia). Se entrega a intensa actividad pastoral. Lleva vida monacal con sus presbí­teros. Es tolerante con los paganos y caritativo con los cristianos disidentes.

401. Asiste al Concilio de Cartago. Disputa con los Donatistas. En 404 colabora con otro Concilio de Cartago, pidiendo al Emperador Honorio leyes contra los donatistas, maniqueos y priscilianistas.

410. Saqueo de Roma por los godos. Se da cuenta del peligro en que está todo el Occidente por lo que está aconteciendo con los bárbaros invasores.

411. 18 de Junio. Gran intervención en otro Concilio de Cartago.

416. Agosto. Concilio de Melvi, contra Pelagio y Celestio. Los Obispos escriben a Inocencio, Obispo de Roma. El 27 de Enero de 417 llega la respuesta del Papa que condena a los pelagianos.

420 Se multiplican sus intervenciones contra los grupos heterodoxos. Corre peligro su vida por asechanzas y atentados.

426. Septiembre. Designa como su sucesor al Presbí­tero Heráclio. Termina la «Ciudad de Dios», que habí­a iniciado en el 413 y que será su obra más extensa.

428. Conferencia con el Obispo arriano Maximino. Mantiene las polémicas con los arrianos y sigue escribiendo ampliamente.

430. 28 de Agosto. Muere en Hipona, con la ciudad sitiada por los vándalos, llamados por el Conde Bonifacio y dirigidos por Genserico. Enterrado en la ciudad, sus restos son llevados en 404 a Cagliari, en Cerdeña, trasladados en 722 a la Basí­lica de S. Pietro de Paví­a, por Luitprando, y transferidos finalmente a la misma Catedral de Paví­a, en 1832.

2. Obra escrita
La lista es interminable. Hasta 116 tí­tulos contiene el elenco conservado de sus Obras Completas. Y resulta difí­cil en un genio como el suyo dilucidar cuáles son las importantes.

Las más significativas en el orden educativo merecen un recuerdo agradecido. Son las siguientes: – Sobre el orden. 586 – Sobre el libre albedrí­o. 588 – Sobre el Maestro. 389 – Sobre la fe y el Sí­mbolo. 393 – De la Doctrina Cristiana. 396 – De la catequización de los rudos. 400 – Las Confesiones. 400 – La unidad de la Iglesia. 401 – Sobre la Trinidad. 502 – Sobre la fe y las obras. 413 – La Ciudad de Dios. 413-426 – Sobre la paciencia. 418 – Sobre la gracia y libre albedrí­o. 423 – Sobre la perseverancia. 429 – Epistolario. – Sermones – Homilí­as
Su obra más popular es su autobiografí­a con el tí­tulo de «Confesiones», donde narra sus primeros años y su conversión. En su erudita y profunda visión de la sociedad cristiana que titula «La ciudad de Dios» (413-426) presenta una filosofí­a teológica de la Historia. Tiene 22 libros; 10 sobre el panteí­smo y doce sobre el origen, destino y progreso de la Iglesia.

En «De la verdadera religión» ofrece criterios para caminar hacia la verdad, dejándose llevar de la luz interior, que es de Dios.

Sus tratados más pedagógicos son «De libero arbitrio» (389-395), en donde estudia la libertad; «La grandeza del alma» es un interesante estudio de psicologí­a; «De doctrina Cristiana» (397-428) presenta la verdad que debe ser predicada; «De catechizandis rúdibus» es un manual de metodologí­a catequí­stica; y «De Magisto» que ofrece una visión de la iluminación del alma por Cristo, Maestro de la verdad.

En las demás obras habla de todo: «De Baptismo» nos presenta el Sacramento de la entrada en la Iglesia; «Contra Donatistas (400-401) previene contra el error por ignorancia; De Trinitate (400-416) es un hermoso tratado sobre Dios; De natura et gratia (415) es un recuerdo sobre la acción divina en el hombre.

Además de otros tí­tulos sugestivos, se conservan diversas «Homilí­as» sobre varios libros de la Biblia, «Comentarios», «Enarraciones,», «Exordios» «Soliloquios» y una hermosa colección de 270 «Cartas».

3. Luchas de S. Agustí­n

Inspirado por el Hortensius de Cicerón, Agustí­n se convierte en ardiente buscador de la verdad. Su experiencia intelectual se apoya en los diversos grupos que conoce en sus primeros años.

Durante nueve años, 373 al 382, habí­a sido maniqueo. Luego se hizo hacia el 382 escéptico. En Milán se movió bajo la órbita del neoplatonismo. Por influencia de S. Ambrosio y por el recuerdo de su madre, se sintió atraí­do de nuevo por el cristianismo, aunque la primera lectura de la Biblia le produjo desazón.

A pesar del perí­odo de gran agitación polí­tica y militar (guerras, invasiones, amenazas,) que se viví­a, él preferí­a centrar la atención en las polémicas teológicas, obsesionado como estaba por defender la verdad revelada y anunciarla a todos los hombres.

Además de combatir la herejí­a maniquea, participó en dos grandes conflictos religiosos: con los donatistas, secta que mantení­a la invalidez de los sacramentos si no eran administrados por eclesiásticos sin pecado; y con los pelagianos, seguidores del influyente monje británico que negaba la doctrina del pecado original.

Por motivo de esos conflictos desarrolló muchas de sus obras y clarificó muchas doctrinas que luego resultarí­an definitivas en la Teologí­a: la del pecado original y gracia divina, la soberaní­a divina y predestinación, la de la Providencia universal, etc.

Asume una postura moderada entre los extremos que defendí­a el pelagianismo y del maniqueí­smo. Contra Pelagio, mantení­a que la desobediencia espiritual del hombre se habí­a producido en un estado de pecado que corrompí­a la naturaleza humana. Y afirmaba que los hombres se pueden salvar por el don de la gracia divina.

Contra el maniqueí­smo defendí­a con energí­a el papel del libre albedrí­o en unión con la gracia y por la tanto la unidad interior del hombre en el doble principio de cuerpo y alma, ambos creados por Dios.

4. Como educador
Se mostró maestro insuperable de la verdad. Su magisterio, ejercido en los momentos en que los cristianos configuraban un nuevo mundo ante la llegada de pueblo invasores, se dio cuenta de que habí­a necesidad de cultura y ésta no era sólo estudiar el pasado.

Heredero de la lengua y de la cultura de Roma, supo seleccionar en ella lo que era profundo y permanente y lo que era simple resplandor pasajero. Por eso siempre manejó un sabor crí­tico, sin amargura, pero con deseos de llegar al mejor discernimiento de la realidad del mundo.

Eso le facilitó formular lenguajes religiosos adecuados al momento. Los suyos resultarí­an válidos, luminosos, comprensibles hasta nuestros dí­as. Su genial intuición, su fidelidad a la Palabra divina, su experiencia humana y su inalterable amor a la verdad, le han convertido en el Pedagogo cristiano por excelencia. En sus innumerables escritos late una savia perenne. Su clarividencia en los temas relacionados con el hombre va emparejada con su sinceridad en las cuestiones referentes a Dios. Por eso su teologí­a es un torrente de luz y su antropologí­a resuena el Historia como grito de esperanza.

Su profundidad no es la del astro magní­fico que se pierde en la inmensidad del universo, sino la del faro generoso que ilumina a los navegantes, que dirigen hacia él sus miradas, sobre todo en las tormentas inesperadas. Su erudición no fue sólo verbal, sino conceptual, pues su mente privilegiada supo buscar y hallar la verdad en medio de las múltiples teorí­as que podrí­an eclipsarla. Además supo envolverla en palabras adecuadas para hacerla asequible a todos.

Por el amor profundo a Dios y al hombre, a la verdad y al misterio, es por lo que se alza en la Historia como torrente de luz y de «iluminación».

5. Agustí­n catequista

La pedagogí­a de la fe que promueve es esencialmente catequesis, no filosofí­a religiosa y modelo de profundidad y habilidad. Es la pedagogí­a permanente de la Iglesia cristiana.

Conocí­a al hombre por su experiencia personal y sabí­a entrar en sus problemas. Le miraba como ser libre y providencial, en camino hacia la eternidad. Hizo lo posible para educarle con sus consignas y para darle la conciencia de una dignidad sobrenatural y de responsabilidad moral que le llevaran a buscar la verdad en su interior y a educarse a sí­ mismo en la presencia de Dios.

– Despierta inquietudes y se basa en la conciencia providencialista.

– Asegura que la verdad está en el alma de cada hombre honesto y sincero y que la voz de Dios, que resuena en el interior, es el verdadero pedagogo que conduce al bien, al amor y a la fe.

– Encumbra el valor de la libertad humana, don divino a los hombres.

– Se funda en la firme creencia de que la gracia divina actúa en la vida.

– Resalta la importancia de la comunidad humana como ciudad terrena, pero prepara a los hombres para el cielo, ciudad celeste.

Desde Agustí­n de Hipona no hay pedagogí­a cristiana auténtica que pueda formularse sin referencia explí­cita a sus geniales intuiciones. Su resplandor ilumina profusamente el horizonte de todos los que precisan aclarar ideas, formular principios sólidos, establecer relaciones, abrir caminos, descifrar tradiciones, discernir intuiciones. Agustí­n es singular en la Historia cristiana. Es perpetuo en sus influencias.

Es clarificador en sus consignas. Si San Agustí­n no hubiera existido, algo importante habrí­a faltado en el horizonte de los tiempos. Con sus principios se han alimentado quince siglos de Teologí­a, de Filosofí­a y de Pedagogí­a. Y, a pesar del tiempo transcurrido, siguen vigentes para comprender el corazón humano, siempre buscador de la verdad. Su gran principio: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón se hallará inquieto hasta que descanse en Ti», que nos dice en sus emotivas e inolvidables «Confesiones», sigue siendo uno de sus principales regalos para los corazones.

6. Modelo agustiniano
Los grupos agustinianos se han multiplicado en la Iglesia como resultado del infatigable ardor teológico y evangelizador de este singular apóstol. Se han caracterizado por el cultivo de los grandes valores agustinianos: el amor a la verdad, la sensibilidad ante el mal, el deseo de libertad, la valoración de la cultura, el valor en las polémicas, la confianza en la Providencia, la esperanza en el futuro de la Iglesia, el respeto al misterio revelado, la valoración de la conciencia, la aceptación de la gracia, el rechazo del pecado, le firmeza en la fe, la defensa de la caridad, la seguridad en la inteligencia iluminada por la luz interior del Espí­ritu Santo.

Mil años iluminó el espí­ritu agustiniano la teologí­a y dio luz a los demás astros del pensamiento de Occidente. Sólo al llegar lumbreras como Santo Tomás de Aquino o San Buenaventura surgieron formas nuevos lenguajes para entender el mensaje de Cristo y se cambiaron las terminologí­as o se completaron los planteamientos. Pero los agustinos de todo el mundo siguieron cultivando el amor a las misiones, el gusto por la docencia, la flexibilidad ante las diversas culturas, la sensibilidad ante la belleza, el bien y la verdad. Gracias a ellos San Agustí­n sigue siendo referencia teológica de primer orden y lo seguirá siendo durante siglos venideros, por que su doctrina siempre joven parece destinada a ser de las pocas que durarán para siempre por ser fruto de su luz interior y desde luego presentarse en el mundo como hecho providencial y cumbre de toda la tarea patrí­stica de los primeros tiempos de la Iglesia. Un programa de catecúmenos, escrito para un Catequista
Esquema del libro DE CATEQUINZADIS RUDIBUS de San Agustí­n
(De la catequesis de los principiantes)
Introd.

I. 1. Motivo. Consulta del Diácono catequista Deogracias.

2. Es un deber ayudar con la propia experiencia a lo que catequizan.

II. 3. Las experiencias propias han sido numerosas. Son las que no enseñanza a catequizar.

Parte 1ª ? De cómo tener la catequesis.

III. Base de la Catequesis son los hechos importantes de la Historia religiosa.

IV. La Bondad de Dios, y la venido de Cristo, son como los motores que ayudan al catequista.

V. El catequizando debe tener buenas disposiciones.

VI. Se inicia con la presentación de la creación de Dios para bien de los hombres.

VII. Se expone la fe y la moral: fe en Dios, poner la confianza en Dios, vivir bien por Dios.

VIII. A veces la catequesis se da a hombres cultos: apoyarse en sus lecturas preferidas.

IX. Los gramáticos y oradores deben mirar más al fondo de lo dicho y no reí­rse de la forma.

X. Hay seis causas del aburrimiento del catequista. Una es el hastí­o interior. Otra la cortedad del oyente.

XI. También desanima el resultado incierto. Pero hay que confiar en Dios, que es lo que importa.

XII. Aburre a veces repetir siempre lo mismo. No importa si ellos aprenden.

XIII. Si vemos que el oyente no se conmueve, hay que tener paciencia y saber esperar.

XIV. Si parece que la mente se fatiga, no desanimarse, ni dejarse mover por el escándalo.

XV. Siempre el discurso tiene que acomodarse al nivel de los oyentes.

Parte 2?. Ejemplos prácticos de las catequesis.

XVI. Cómo comenzar un sermón largo cuando viene uno para hacerse cristiano. Felicitar y alabar.

XVII. Cuánto conviene diferencias las intenciones por las que vienen.

XVIII. Relato de la creación. Cómo gusta escuchar cómo el Señor Dios hizo el Paraí­so.

XIX. Cómo se hicieron las dos ciudades: la de la salvación y la otra.

XX. Cuando el Pueblo fue a Egipto y ya se hizo mayor de edad y luego fue liberado.

XXI. Al llegar la Cautividad de Babilonia y vino la redención.

XXII. Llegó la plenitud de los tiempos y entonces llegamos a la última de las seis edades.

XXIII. De cómo interesa relatar la Historia de Jesús y la predicación de la Iglesia.

XXXIV. Y la Iglesia camina hasta el final de los tiempos.

XXXV. Y llegará la resurrección de la carne y la felicidad eterna.

XXXVI. Cuando ya el catecúmeno haya escuchado todo esto, se le pregunta si cree.

XXXVII. Las explicaciones finales tienen que apoyarse en las profecí­as de la vida futura.

DEL MAESTRO (Esquema de cómo aprendemos y enseñamos) [Primera parte: El lenguaje es preciso para comunicar y recibir] 1. Finalidad del lenguaje: enseña… comunicar… recordar… 2. El hombre muestra el significado de las palabras por las mismas palabras. 3. Se puede mostrar alguna cosa sin el empleo del signo. 4. Si los signos se necesarios para mostrar signos. 5. Signos recí­procos. 6. Signos que se significan a sí­ mismos 7. Epí­logo a lo anterior [Segunda parte: Cómo enseñamos y como aprendemos la realidad] 8. Si se ha de llevar el pensamiento a las cosas significadas. 9. Si se han de preferir las cosas o los signos que las representan 10. Si se puede enseñar algo sin signos o bastan las palabras 11. Aprendemos, no con palabras, sino con la enseñanza interna de la verdad [Tercera parte: La verdadera fuente del conocimiento: Cristo iluminador] 12. Cristo es la verdad que nos enseña interiormente 13. La palabra no puede manifestar lo que tenemos en el espí­ritu 14. Cristo enseña dentro. Fuera el hombre advierte con palabras.

Decreto de Lituardo, Obispo de Nep. de Viterbo, de 1286, Estableciendo un Monasterio de agustinas en Orvieto

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa