AGUSTINISMO

En sentido amplio, el término indica la perspectiva teológico-filosófica tí­pica de san Agustí­n: en sentido estricto, señala la visión particular del obispo de Hipona sobre el problema de la gracia, Gracias a Agustí­n, el pensamiento filosófico en general, y el platónico en particular, ha adquirido «derecho de ciudadaní­a» en la teologí­a occidental, en el sentido de que ha sido utilizado serenamente, después de las oportunas correcciones, para profundizar en el misterio cristiano, Los escritos de Agustí­n se convirtieron en un instrumento privilegiado. bien para el desarrollo del pensamiento teológico, bien para la solución de algunas controversias particulares. Aunque nunca representó un sistema orgánico y riguroso, como serí­a más tarde el tomismo, el agustinismo fue realmente hasta el s.

XIII el alma y la referencia principal del pensamiento teológico de Occidente.

En relación con el problema de la gracia, el agustinismo constituye ante todo la superación de los lí­mites del maniqueismo que niega la existencia de la libertad, y del pelagianismo, que niega la necesidad de la gracia. En particular, contra Pelagio, que niega el orden sobrenatural, afirmando la independencia absoluta de la libertad del hombre respecto a Dios, la autonomí­a del hombre en el ejercicio del bien, su capacidad de salvarse gracias al uso correcto y riguroso de la libertad, la posibilidad de la perfección sin la ayuda de Dios, la gravedad absoluta incluso del pecado más pequeño y la condena a la perdición de todos los pecadores. Agustí­n sostiene los siguientes principios (asumidos por la fe eclesial): a) el pecado original, que provocó la pérdida de la inmortalidad en el primer hombre, es transmitido por él a todos sus descendientes, que tienen necesidad del bautismo para el perdón de los pecados: es imposible que los niños no bautizados entren en el Reino de los cielos y . gocen de una auténtica bienaventuranza: b) la gracia no sólo es necesaria para el perdón de los pecados, sino que es además una ayuda necesaria para no cometerlos: cj no se da la impecabilidad en el hombre, como afirman los pelagianos: la santidad es puro don de Dios, lo mismo que la gracia.

En la visión agustiniana tienen una importancia fundamental estos principios: se da una prioridad absoluta de Dios respecto a las acciones virtuosas del hombre: contra toda emancipación de la libertad respecto a la acción divina, hay que reconocer la soberaní­a absoluta de Dios sobre la voluntad del hombre: sin la gracia, no hay bondad, no hay virtud, no hay perseverancia, no hay salvación.
G. M. Salvati

Bibl.: E. Portalié, Augustinisme, en DTC III1, 2501-2561.

, A. Trapé, Agustinismo, en DPAC, 1, 61-64; E. Cimoris, Agustinismo, en SM, 1, 69-81.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

A) Agustí­n y su influencia histórica.

B) Escuela agustiniana.

A) AGUSTíN Y SU INFLUENCIA HISTí“RICA

I. Sentido de la palabra agustinismo
Aurelio Agustí­n (354-430) es una de la figuras más sorprendentes de la historia occidental del espí­ritu y de la Iglesia. Se halla entre las pocas personalidades cuya voz y cuyo influjo se extienden eficazmente a épocas tan distintas como la antigüedad, la edad media y la misma edad moderna, para llegar incluso hasta la actualidad. Su í­mpetu intelectual ha encendido una y otra vez la cuestión de la propia autocomprensión, de manera que en el correr de los siglos, bajo su luz, se logró en cada situación una mejor inteligencia de la respectiva problemática, desarrollándose así­ un diálogo «agustiniano» que ha resaltado con acentos oscilantes, ora diversos aspectos intelectuales de Agustí­n y de su obra, ora la problemática del tiempo que lo interpretó. Ese movimiento conjunto recibe el nombre de a. La obra de Agustí­n, junto con la de Tomás de Aquino, ha desempeñado un papel fundamental y decisivo para la recepción de la -> metafí­sica antigua en la historia de la tradición judeocristiana. Pero cada uno de estos pensadores marcó su sello en dicha recepción. De ahí­ que la historia del influjo de Agustí­n incluya desde el s. XIll preferentemente la discusión con el -> tomismo. Y, bajo este aspecto, ciertas tesis filosóficas y teológicas, las cuales se aferran con especial ahí­nco a verdaderas o supuestas doctrinas de Agustí­n, son designadas como a. en sentido estricto.

II. Vida y obra de Agustí­n
Conectando con algunas noticias biográficas de la vida de Agustí­n vamos a esbozar el horizonte de su pensamiento, y esto nos servirá de base para entender mejor el influjo histórico de Agustí­n en su conjunto.

A través de una tremenda odisea espiritual, descrita en sus Confesiones, Agustí­n recorrió un proceso que, partiendo de la fe cristiana transmitida por su madre Mónica y pasando por un perí­odo de locas pasiones, a causa de la lectura del (perdido) diálogo de Cicerón Hortensio, le llevó en primer lugar al -> maniqueí­smo. Este sistema pronto le decepcionó en su sed de verdad y, por eso, cayó en una fase fundamentalmente escéptica. El neoplatonismo y el encuentro con Ambrosio de Milán vuelven a acercarle al cristianismo. En el punto culminante de una crisis largamente fermentada, bajo el influjo de la carta a los Romanos, se decide por la fe cristiana y por una vida monástica. Recibe el bautismo de manos de Ambrosio. Abandona su oficio de profesor de retórica y regresa a ífrica, donde se establece en Hipona. Madaura, Cartago, Roma y Milán habí­an sido hasta ahora las estaciones de su vida. En el 396 es nombrado obispo de Hipona. Aquí­ escribió la mayorí­a de sus obras. En las Confesiones, él mismo expone con detención el desarrollo del camino de su vida, y sus Retractaciones ofrecen una precisa visión conjunta de sus obras. Entre las otras obras mencionamos aquí­: Los soliloquios, Sobre el libre albedrí­o, Sobre la verdadera religión, Sobre la Trinidad, Narraciones sobre los Sal I-XXXII (Tí­tulo de Erasmo) y La ciudad de Dios.

Agustí­n no habí­a recibido una sistemática formación cientí­fica. Fundamentalmente era un autodidacta. Pero precisamente sus preguntas genuinamente personales, brotadas de su apertura a la verdad, determinan la vitalidad de su pensamiento y de su lenguaje. Sus obras no surgieron por mero interés cientí­fico, sino gracias a la confrontación con el espí­ritu de su época; así­, p.ej., como fruto de la discusión con los pelagianos surgió su doctrina de la gracia, de la disputa con los donatistas salió su doctrina de los sacramentos y, sobre todo, de su diálogo con el neoplatonismo nació en esencia su concepción teológica y filosófica. Puesto que su pensamiento, bajo el acicate del diálogo con sus compañeros de camino, amigos y enemigos, y con el mismo Dios, creció en armoní­a con la respectiva situación, Agustí­n jamás elaboró un sistema cerrado. Sin embargo, la historia de ese diálogo no es otra cosa que la historia de su radical preguntar por la verdad. Este constante preguntar, alentado una y otra vez por una experiencia original de la verdad o de Dios, es la fuente de su vida y de su pensamiento. De ahí­ su persuasión de que el hombre no ha de ir hacia fuera, sino que debe entrar en sí­ mismo: » ¡En ti mismo habita la verdad! » Para el hombre, ella es más í­ntima que su propio yo. Bajo esta conciencia de la compenetración entre la Intelección del yo y de la verdad, él puede decir dirigiéndose a Dios: «Cuando a mí­ me conozco, a ti te conozco.»
1. Punto de arranque de su pensamiento
El hecho de la experiencia de Dios o de la verdad le lleva al desarrollo de su doctrina de la iluminación. P-sta incluye el siguiente pensamiento: lo que convierte al hombre en hombre es su relación original a la verdad. En todo conocimiento se conoce simultáneamente la verdad como la luz incondicional de toda conciencia y en toda aspiración se quiere a la vez su bondad como la vida incondicional de toda libertad. Como luz y vida la verdad es, no una posesión estable del hombre, a manera, p.ej., de un constitutivo esencial y terminado de la razón, sino mn evento que se produce en el encuentro del hombre con Dios. Es, por un lado, la constante iluminación del hombre por Dios, iluminación a la que de hecho el hombre ha dejado de corresponder por un acto de libre decisión (pecado original), y, por otro lado, la singular illuminatio en la cual la gloria judicial y a la vez indulgente de Dios es experimentada como salvación. En este suceso irrumpe en el hombre el misterio tremendo y fascinante de Dios, y al mismo tiempo el hombre, estremecido y beatificado en igual medida por el acies mentis, se conoce como un yo a quien habla Dios como su tú.

Frente a la metafí­sica aristotélica, para la cual el fundamento absoluto, la esencia de todas las esencias, pertenece inmanentemente al espí­ritu o al mismo mundo, como el ordenador permanente, para la cual el xóat.o5 von-rós no es ningún más allá del xóat.o5 «ia0oTó5 (aunque hemos de notar, sin embargo, cómo la filosofí­a platónica presiente la existencia de un Dios vivo que, siendo totalmente diferente, no obstante se acerca al hombre como un tú); Agustí­n sabe que el hombre está constituido por la llamada de Dios. El suceso de la iluminación es un diálogo en el cual se realizan al mismo tiempo la transcendencia y la historia del hombre. Transcendencia e historia de la libertad son las dos dimensiones cuya elaboración intelectual Agustí­n, haciendo a la vez más radical su inmanencia, debí­a añadir al pensamiento griego. Pero el mismo Tomás de Aquino dejará ya de alcanzar esa visión de la relación entre transcendencia e historia concebida radicalmente como diálogo y evento, relación que para Agustí­n se consuma en la encarnación de Dios, la cual se produce junto con el hecho de que el hombre se hace hombre.

Con ello hemos esbozado el origen y el horizonte permanentes a base de los cuales Agustí­n vive y piensa. Ahora vamos a diseñar brevemente las doctrinas y posiciones especí­ficas que con mayor relieve han tomado cuerpo en su obra. No podemos exponerlas aquí­ reproduciendo a lo vivo el proceso intelectual de Agustí­n y, por eso, de cara al fin de esta obra, hablaremos de ellas usando aquel lenguaje técnico a base del cual dichas doctrinas han sido articuladas y transmitidas en el curso de la historia de la teologí­a, aun cuando este lenguaje no nos dé una imagen totalmente adecuada de Agustí­n.

2. Doctrinas principales
a) Donde Agustí­n pone más en juego la fuerza de su pensamiento es en la doctrina trinitaria. El desarrolla la concepción según la cual las personas divinas son relaciones subsistentes, y en este punto, a diferencia de los padres griegos, parte de la esencia de Dios y no del Padre como origen. Agustí­n explica la generación del Hijo y el origen del Espí­ritu Santo en el Padre y en el Hijo por analogí­a con los fenómenos de la vida espiritual, por ejemplo, con el de la palabra y con la relación en ella implicada entre el que habla y el contenido expresado. El atribuye a las tres personas divinas en igual manera la posibilidad de la automanifestación de Dios hacia fuera. Y, si bien no usa el término, en cuanto al contenido defiende el pensamiento de la apropiación.

b) En su doctrina sobre la gracia o sobre la predestinación del perí­odo preepiscopal, Agustí­n interpretaba la relación entre el libre Dios personal y el hombre igualmente libre, establecida por la revelación divina, como un ví­nculo que el hombre prepara por sus propias fuerzas. Pero luego atribuyó a la omnipotencia de la gracia divina la iniciativa exclusiva en el primer paso hacia la salvación. Según esta doctrina posterior, el hombre nada puede querer si Dios no le asiste en su querer. Y, por tanto, la bondad o maldad, la fe o incredulidad, la salvación o condenación, de tal modo se deducen de la voluntad divina, que solamente los rescatados de la massa damnata creada por el pecado original llegan a la salvación en virtud de la inescrutable elección gratuita de Dios, mientras los demás hombres se pierden para siempre en virtud de la «pasividad» divina; y, con relación a éstos, Agustí­n ni siquiera elaboró el concepto de una gracia suficiente. Sostuvo, más bien, que no se comete con ellos injusticia alguna, ya que después del pecado original ningún hombre tiene derecho a la redención. Por consiguiente, él enseña una predestinación a la felicidad por la cual Dios junto con la elección confiere el don de la perseverancia, y también una predestinación, no al pecado, pero sí­ a la perdición eterna (Tract. in Jo., 48, 46). Y eso implica una limitada voluntad salví­fica de Dios. Según Agustí­n hay que mantener con firmeza que Dios es absolutamente justo, aunque no sea posible explicar esta justicia.

c) En la cristologí­a Agustí­n anticipa la doctrina de Efeso (431) y de Calcedonia (451). Según él, en Cristo hay dos naturalezas (substancias). Jesucristo es Dios y hombre, y, sin embargo, hay en él una sola persona, a saber, la segunda persona divina, la del Logos. La soteriologí­a no unitaria de Agustí­n está determinada por el pensamiento de que el diablo por el pecado de Adán ha recibido el derecho de perder a los hombres. Pero este derecho expiró por la muerte de Cristo. En efecto, el diablo cayó en la «trampa» de la cruz, pues, procediendo contra el hombre Jesús, sobre quien no tenia ese derecho, se jugó la potestad recibida al principio, y así­ el hombre puede ser rescatado de sus garras.

d) Desde la perspectiva eclesiológica de Agustí­n, los hombres agraciados y redimidos por la muerte de Cristo forman una comunidad, la Iglesia. En él tiene validez el principio: Salus extra ecclesiam non est. Esta Iglesia puede ser conocida por su unidad, santidad y apostolicidad. Su conjunto forma el cuerpo de Cristo. En este sentido, junto a la Iglesia visible está también la invisible. Por eso, no toda pertenencia externa garantiza automáticamente la salvación y, viceversa, los hombres que sin culpa y bona fide no pertenecen a la Iglesia visible, pueden ser, sin embargo, miembros de la Iglesia invisible.

e) La concepción de la historia. Mientras la antigüedad concebí­a la historia según la imagen de la «fí­sica», como el eterno movimiento circular del nacimiento y ocaso de la naturaleza, para la concepción de Agustí­n el hombre y la historia están constituidos por el encuentro y la relación con el Dios metahistórico. La historia de la humanidad convenza con la «iluminación» y ha de terminar con la revelación perfecta de Dios. El sentido de la historia es la revelación de Dios y la unión con él. El devenir de la humanidad constituye la historia de la aceptación o de la repulsa dada a Dios en jesucristo, y es por tanto historia de salvación o de perdición. Sólo tienen un sentido comprensible los sucesos por los que Dios ha penetrado en el mundo; en cambio, la historia de perdición resulta incomprensible y únicamente al final de todos los tiempos se revelará con claridad su naturaleza peculiar. La mayorí­a de los hombres pertenecen a la civitas terrena o civitas diaboli. La ciudad de Dios es la comunidad de los hombres elegidos y revestidos de la gracia. Sin embargo, ninguna sociedad o institución concreta puede identificarse dentro de la historia con alguno de estos tí­tulos. El Estado y la Iglesia, p.ej., son civitates permixtae, y la misma Iglesia es solamente prefiguración de la ciudad perfecta de Dios, que no se revelará hasta el final de los tiempos.

III. Historia de su influencia
Por el punto de arranque y por el esbozo aquí­ hecho del pensamiento de Agustí­n, podemos reconocer ya la problemática o temática que propulsará el movimiento conocido con el nombre de a. Citemos los temas principales: la relación entre la iluminación permanente y la singular; la contraposición entre la naturaleza y la gracia, entre el orden metafí­sico y el acontecer histórico de la salvación, entre el conocimiento empí­rico del mundo y la experiencia dialogí­stica de Dios; y, finalmente, la relación entre la razón y la revelación, entre la filosofí­a y la teologí­a en general. Además, un poco después de la muerte de Agustí­n, dada la incapacidad de apropiarse la plenitud y riqueza de sus pensamientos con aquella misma fuerza de penetración que los habí­a engendrado, algunos temas se independizaron y fueron considerados aisladamente. Y también los aspectos sombrí­os de Agustí­n, por ejemplo, su dualismo más o menos claro entre amor al cuerpo y desprecio del cuerpo, entre amor al hombre y un cierto desprecio del hombre – un dualismo que, en último término, como lo muestra la concepción de la predestinación es extendido al mismo Dios-, en el tiempo posterior, en lugar de ser entendidos dentro del todo de su proceso evolutivo y de quedar relativizados bajo la imagen conjunta de su personalidad, comienzan a influir independientemente, como lo muestran ciertas actitudes de tipo pastoral, ascético e incluso filosófico y teológico que con todo celo acostumbran a apoyarse en Agustí­n.

1. Patristica y principios de la edad media
Ya en vida de Agustí­n comienza la discusión en lo relativo a su doctrina de la gracia. Se oponen entre sí­ el predestinacionismo y el semipelagianismo. En la concepción pelagiana intentan imponerse algunas ideas sia nergistas y, por el contrario, en el predestinacionismo pasa a primer plano aquel otro Agustí­n que acentuó la corrupción de la naturaleza humana y, en esencia, adscribió solamente a la gracia la libertad para hacer el bien. El pensamiento agustiniano de la omnicausalidad de la gracia en el proceso de la salvación queda sobreacentuado y se une con la doctrina de la limitada voluntad salví­fica de Dios. La imagen de Dios diseñada por los adversarios de la predestinación, la cual influí­a como trasfondo y era difundida como si procediera de Agustí­n, resultaba abiertamente terrible para los coetáneos. Esta «imagen estremecedora de Dios> (Altaner) llamaba a la disputa y a un urgente esclarecimiento. El segundo sí­nodo de Orange (529) tomó la decisión oficial en el sentido de un «a. moderado». Frente a los «massilienses», el Sí­nodo proclamó la necesidad de la gracia incluso para el principio de la salvación, para el primer movimiento de la voluntad hacia Dios y la fe inicial, o sea, para la curación de la naturaleza humana en general (Dz 176s, 186). La idea de una limitada voluntad salví­fica de Dios no se mantuvo.

Sin embargo, tres siglos más tarde, con Gotescalco de Orbais (t hacia el año 867) llamearon con nuevo brí­o las tendencias predestinacionistas. En nombre de Agustí­n, a quien Gotescalco calificaba de maximus post apostolos Ecclesiarum instructor y en cuyos escritos antipelagianos buscaba su mejor apoyo, él defendió con gran empeño y tenaz decisión la tesis de la total predestinación divina, tanto a la salvación como a la condenación. En los dos sí­nodos de Quierzy (849 y 853), congregados por su causa, él y su concepción fueron condenados firmemente. Y, a manera de complementación de dicho Concilio, los sí­nodos de Savonniéres (859) y de Toucy (860) revalorizaron el a. moderado, el cual, desde entonces, habí­a de permanecer como tendencia fundamental en la -> escolástica y en la teologí­a en general.

2. Escolástica primitiva
También en las discusiones espirituales de la –> escolástica primitiva los adversarios apelaron siempre a Agustí­n: desde Anselmo de Canterbury (fi 1109) hasta Abelardo (t 1142), desde Pedro Damián (t 1072) a Bernardo de Claraval (fi 1153 ). En Anselmo, Abelardo, Hugo de San Ví­ctor (t 1141) y Pedro Lombardo (j’ 1160), Agustí­n es la autoridad más citada. A través del libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, que en la época siguiente sirvió de base para muchos comentarios y finalmente se convirtió en el libro escolar por excelencia, las numerosas citas de Agustí­n contenidas en él se difundieron rápidamente como una herencia clásica. Gracias a esa tradición, se hicieron eficaces sobre todo la concepción trinitaria de Agustí­n y la doctrina, perteneciente a su concepción fundamental, de la primací­a del amor sobre el conocimiento, es decir, del bien sobre la verdad, y así­ se creó en conjunto una actitud que, basándose en la existencia creyente, desarrollaba una unidad de teologí­a y filosofí­a teocéntricamente orientada.

3. Alta escolástica
La alta escolástica quedó introducida por el descubrimiento de la obra de Aristóteles. El Aristóteles transmitido por los filósofos árabes y sus traducciones latinas fue asimilado en un tiempo tan sorprendentemente breve, que desde ese momento apareció un nuevo maestro junto a la autoridad de Agustí­n, indiscutible hasta entonces, un maestro al que Tomás de Aquino llamará sin más «el filósofo». Por lo menos en principio, J influjo de la doctrina aristotélica arrancó la filosofí­a del antes omnienvolvente pensamiento revelado y la constituyó en una autónoma disciplina racional, dando así­, por otro lado, el impulso para el desarrollo de un método conceptual o racional dentro de la teologí­a. Esta irrupción revolucionaria tení­a que traer conflictos. Para seguir a Agustí­n, los defensores de las doctrinas agustinianas se vieron forzados a concebirse por primera vez como (meros) «agustinistas», frente a la recepción de Aristóteles por parte de los tomistas. Aquéllos intentaron proteger fundamentalmente la teologí­a contra una alienación a causa del saber puramente natural.

La doctrina aristotélica de la abstracción, que Tomás adoptó y siguió desarrollando en el sentido de una transcendencia del espí­ritu humano hacia el ser infinito, suscitó en los agustinianos la objeción de que ahí­ se perdí­a de vista la antigua doctrina de Agustí­n acerca de la iluminación. Y, en general, ellos encontraban demasiado acentuado el interés por el acercamiento al mundo. Con la condenación de varias doctrinas aristotélico-tomistas en el año 1277 por el obispo de Parí­s, Esteban Tempier, se alcanzó un punto muy cimero en la lucha del agustinismo contra el -> aristotelismo, el cual presentaba la forma del averroí­smo latinb de Siger de Brabante (+ 1282) y la forma adoptada en Alberto Magno (+ 1280) y en Tomás de Aquino (+ 1274). Aunque con ello la «nueva» filosofí­a y teologí­a, en las cuales de ningún modo estaba ausente el caudal intelectual de Agustí­n – una de las autoridades más citadas por Tomás-, de momento perdieran en parte su poderí­o y el a. alcanzara la victoria, sin embargo, en el curso del tiempo se hizo indispensable una elaboración más profunda de sus posiciones. Poco a poco los agustinistas intentaron unificar la doctrina de la iluminación y la teorí­a de la abstracción, reconociendo a ésta su valor para la comprensión de la experiencia del mundo, pero sosteniendo que sólo la doctrina de la iluminación explica adecuadamente la peculiaridad de la experiencia de la verdad.

La doctrina de Agustí­n acerca de las «fuerzas informantes» (rationes seminales), que Dios insertó desde el principio en la materia como principios internos, y la afirmación de una «pluralidad de formas», de modo que el alma espiritual serí­a la última, pero no la única forma esencial del cuerpo humano, se convirtieron en punto de partida de la discusión. He aquí­ las doctrinas cuasi clásicas con las que se acostumbra a individuar el a. en su confrontación con la doctrina de la abstracción de los tomistas. En ese tiempo los representantes principales del a. eran Buenaventura (+ 1274), con especial agresividad Juan Peckham (+ 1292) y, en forma más conciliadora, Guillermo de la Mare (+ 1298).

4. Baja escolástica
En la baja escolástica son los agustinos ermitaños los que conservan la herencia de su maestro. Egidio Romano funda la llamada «antigua escuela agustiniana» (después, B). A través de él se produjo una amplia fusión entre el a. y el tomismo, pero con ello desaparecieron de la conciencia importantes aspectos del a. Con todo, fueron los agustinos ermitaños los que, más allá de la posterior disputa escolar entre tomistas y escotistas, siguieron ocupándose con Agustí­n y, junto con las tradiciones de la orden dominicana y de la franciscana, lo transmitieron sin interrupción a la edad moderna. La edad media fue apoyándose cada vez más en los pensamientos desarrollados en la Ciudad de Dios acerca de la relación entre la Iglesia y el Estado. Y, a este respecto, la «ciudad celeste» y la «ciudad terrena», que Agustí­n habí­a entendido escatológicamente, fueron identificándose cada vez más con la institución eclesiástica y con el estado secular respectivamente. Así­ se llegó a confiar a la Iglesia la tarea de representar la «ciudad celeste» incluso en el terreno polí­tico y la de configurar el Estado como última instancia. Este a. polí­tico tuvo gran transcendencia histórica. Una vez derrumbado el imperio romano, pudo nacer así­ la idea de un reino que abarcara la multiplicidad de reinos. Y de esa manera, a través de la concepción teocrática de Carlomagno, se llegó a la idea del imperium romanum de la alta edad media, el cual fue concebido como una manifestación del corpus Christi. La incomparable autoridad de Agustí­n era esgrimida ideológicamente en la discusión entre el papado y el imperio. En el transcurso de esta disputa entre la corona y la tiara acerca de la plenitudo potestatis, tanto recurrieron a Agustí­n los decretalistas de los siglos xiii y xiv, que veí­an en sus escritos una fuente jurí­dica del derecho canónico del papa, como recurrió a él, por ejemplo, Guillermo de Ockham, que defendí­a la autonomí­a jurí­dica del Estado nacional e impugnaba la plenitud de poderes de la curia romana. También más tarde, cuando la reforma del papado era un deseo general, los diversos partidos apelaron otra vez a Agustí­n, tanto los defensores de la teorí­a conciliar, como los partidarios de una solución centralista o curial de la reforma.

Aunque en esas discusiones el caudal intelectual de Agustí­n sin duda se quedó fuertemente ideologizado, sin embargo, la apelación a él y su consecuente presencia autoritativa o formal fomentaron considerablemente la evolución social y polí­tica.

5. La edad moderna
Durante la edad moderna Agustí­n adquiere gran importancia entre los reformadores, iniciándose así­ una nueva tradición agustiniana de tipo protestante, y el mismo concilio de Trento ostenta esencialmente el sello de la tradición agustiniana de la edad media. En Francia, con el -> bayanismo, con el -> jansenismo y con Quesnel irrumpe nuevamente la discusión acerca de la doctrina agustiniana sobre la gracia, y, por cierto, adoptando las posiciones extremas de una desvalorización y de una supervaloración de la naturaleza humana en igual medida exageradas. Enrique Noris, apuntando contra los jansenistas, funda la así­ llamada «moderna escuela agustiniana». La doctrina agustiniana de la gracia defendida por esta escuela ha llegado a gozar de la misma estima que la concepción de Tomás y la de Molina, las cuales resaltan más la fuerza propia de la libertad humana. Con esto, la discusión acerca de la gracia, que surgió ya en vida de Agustí­n y en la historia del a. ha quedado siempre zanjada mediante una componenda a base de un a. moderado, ciertamente se halla esclarecida en sus formas extremas, pero, en el fondo, sigue permaneciendo abierta e indecisa hasta nuestros dí­as. Actualmente están apareciendo las primeras ediciones cientí­ficas de Agustí­n, y con ello se presenta por primera vez en la historia del a. el planteamiento histórico de la cuestión acerca del «verdadero» Agustí­n. Este planteamiento es el que hoy vivifica con mayor fuerza el diálogo en torno a Agustí­n y el que empuja hacia un análisis histórico y crí­tico de la historia de la tradición agustiniana.

En un terreno preferentemente filosófico, el así­ llamado –> idealismo alemán, partiendo de la revolución de su filosofí­a transcendental, somete las posiciones fundamentales del a. a un análisis radical, examinándolas con un supremo esfuerzo especulativo. Así­, p.ej., cuando dicho sistema trata los grandes temas de la relación o del primado entre razón teórica y práctica, entre fe y saber, entre vida y concepto. Las grandiosas intuiciones de Agustí­n sobre la interrelación entre la autointeligencia y la inteligencia de la revelación, entre la transcendencia y la historia, quedan aquí­ confirmadas en gran parte, así­ como radicalizadas en su armazón conceptual y sometidas a discusión. También en el -> vitalismo y en el -> existencialismo aparecen pensamientos agustinianos, p. ej., en lo relativo a la importancia de la vida concreta frente a todo conceptualismo meramente abstracto y de la inteligencia histórica y dinámica del yo y del ser frente a las categorí­as puramente estáticas y generales de un pensamiento centrado en la esencia y el orden. Los análisis existenciales de esa filosofí­a, orientados sobre todo hacia los fenómenos, despiertan con nueva agudeza el sentido de la decisión y de la responsabilidad del individuo, así­ como el de la indigencia y la amenaza que pesan sobre la existencia.

Por eso la teologí­a actual, influida tanto por el idealismo alemán como por el existencialismo, tributa un renovado aprecio a Agustí­n por el interés transcendental, existencial y dialogí­stico de su pensamiento.

Eberhard Simons

B) ESCUELA AGUSTINIANA
Esta corriente doctrinal de tipo filosófico y teológico dentro de la orden de los ermitaños de san Agustí­n se remonta a Egidio Romano (fi 1316). Abarca numerosos pensadores independientes entre el s. XIII y el xviu, los cuales, no obstante sus diferencias doctrinales en puntos particulares, acusan claramente una homogénea dirección doctrinal agustiniana. Sus principales representantes son Gregorio de Rí­mini (+ 1338), el cardenal legado del Concilio tridentino Girolamo Seripando (+ 1563 ), el poeta y teólogo Fray Luis de León (+ 1591), el cardenal Enrico Noris (+ 1704) y Lorenzo Berti (+ 1766), los cuales, frente a las opiniones del -> bayanismo y del –> jansenismo, trataron de dar una genuina interpretación de la doctrina de Agustí­n sobre la gracia.

Estos pensadores manifiestan una concepción fundamentalmente dinámica de la teologí­a cuando responden con la idea agustiniana del primado del amor a la cuestión de los diversos rangos en las fuerzas aní­micas del hombre y en las tareas vitales, cuestión tan decisiva para la actitud espiritual de un teólogo. Ellos sostienen la primací­a del bien sobre la verdad y de la voluntad sobre el entendimiento. Ven en la caridad el fin supremo de toda investigación teológica y, en consecuencia, consideran la teologí­a como ciencia afectiva, la cual conduce al hombre a adherirse con amor a la verdad suprema. Señalan como objeto de la teologí­a al Dios glorificador y cifran la esencia de la bienaventuranza eterna más en un acto de la voluntad que en el de la inteligencia. También la acción de la gracia divina en el hombre la entienden con Agustí­n como un influjo no fí­sico, sino moral: per amorem alliciendo.

Otra tendencia fundamental, tí­picamente agustiniana, de la escuela consiste en destacar con insistencia la soberaní­a de Dios (primací­a de la -> gracia). Dichos teólogos ven en la predestinación de los elegidos un acto absolutamente gratuito, el cual se produce sin atender a las obras humanas (ante praevisa merita). Enseñan que la primera justificación es totalmente inmerecida y tienen por necesaria la cooperación de la gracia auxiliante (auxilium Dei speciale) para toda obra verdaderamente buena. Combaten como error pelagiano lo que, a su juicio, en el ockamismo o en el molinismo oscurece la acción de la gracia (–> gracia y libertad). Siguiendo a Agustí­n afirman que los méritos humanos son dones de Dios.

Estos teólogos tienen como Agustí­n aquella forma concreta e histórica de pensar, que considera y valora siempre al hombre y su acción partiendo de su fin sobrenatural querido efectivamente por Dios. Aunque no creen imposible un estado de naturaleza pura, sin embargo, lo consideran como menos conforme con la sabidurí­a y la bondad divinas. Niegan que las virtudes puramente humanas tengan valor efectivo ante Dios. Esta actitud mental explica también los graves recelos con que los teólogos medievales de la escuela agustiniana miraban a los filósofos paganos, en plena armoní­a con Agustí­n (cf. De civ. Dei xii, 17). Ya Egidio Romano, con su escrito De erroribus philosophorum, trataba de inducir a una lectura crí­tica de los filósofos paganos. Simón de Cascia (+ 1348) formuló escrúpulos de principio contra la utilización de la «ramera» filosofí­a por la teologí­a. En Gregorio de Rí­mini y sobre todo en Hugolino de Orvieto (+ 1373) se manifiesta un escepticismo moderado frente al conocimiento natural en general, aunque no por ello cedieran al –> fideí­smo o al -> agnosticismo.

Por otra parte, ya en la edad media mostraron los teólogos agustinianos gran estima de las fuentes teológicas. Así­ Hermann de Schildesche (+ 1357) concedió a la prueba escriturí­stica una importancia sorprendente para su tiempo. Gottschalk Hollen, de Osnabrück (+ 1481) y los proferoses de Erfurt Johannes de Dorsten (+ 1481) y Johannes de Paltz (+ 1511) criticaron la poca estima y el poco conocimiento de la Biblia incluso en cí­rculos ilustrados. Recomendaron encarecidamente la lectura de este ars minerales caelestis (Paltz) y defendieron la legitimidad de las traducciones alemanas de la Biblia. Seripando y Fray Luis de León son conocidos como patrocinadores del texto original de la Biblia. El conocimiento de los padres en la edad media fue fomentado por los grandes lorilegios de Bartolomé de Urbino (+ 1350), Milleloquium S. Augustini y Milleloquium S. Ambrosii. A los teólogos agustinianos del s. xiv, y en particular a Juan de Basilea, debemos un progreso que hizo época en la técnica de las citas.

En numerosos teólogos de esta escuela se acusa – entre otras razones por su modo concreto de pensar a semejanza de Agustí­n – un interés especial por las cuestiones de la –> justificación. Una profunda experiencia de la escisión en el corazón humano y una comprensión psicológica de la lenta preparación para la gracia en el hombre, dan a su doctrina un eminente aspecto existencial. Los representantes de la e.a. subrayan con ahí­nco la debilidad de la voluntad del hombre caí­do y la fuerza de la -a concupiscencia. Conforme a esto, antes de la aparición de los decretos tridentinos, no negaron, pero restringieron notablemente la libertad y el valor de las obras humanas. Según ellos, la recompensa de la gloria no es estrictamente debida, y la justicia del hombre, por razón de la -> concupiscencia, es necesariamente deficiente hasta el fin de la vida y tiene necesidad de ser completada mediante la justicia de Cristo. También es caracterí­stica de los teólogos pretridentinos de dicha escuela la importante función que éstos asignan a la fe (fides per caritatem operans) en el hecho de la justificación.

A pesar de todo esto, la escuela se atuvo siempre al dogma católico. La afirmación de que Simón de Cascia, Gregorio de Rí­mini, Hugolino de Orvieto, Agustí­n Favaroni (+ 1443) y Jacobo Pérez (+ 1490) anticiparon importantes doctrinas de Lutero, se ha demostrado históricamente falsa. El reproche de jansenismo que se formuló contra Noris y sus discí­pulos fue rechazado por la misma santa sede. La doctrina de la gracia de los teólogos agustinianos más recientes no contradice tampoco a la enc. de Pí­o xii, Humane generis, pues destaca suficientemente el carácter plenamente indebido de la gracia dada al hombre.

Adolar Zumkeller

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica