AMEN

Psa 41:13 por los siglos de los siglos. A y A
Psa 106:48 y diga todo el pueblo, A. Aleluya
1Co 14:16 ¿cómo dirá el A a tu acción de
2Co 1:20 las promesas de Dios son .. en él A
Rev 3:14 he aquí el A, el testigo fiel y verdadero
Rev 22:20 vengo en breve. A; sí, ven, Señor Jesús


Amén (heb. ‘âmên, “ciertamente [realmente]”, “así­ sea” [del verbo ‘âman, “ser fiel”, “estar firmemente establecido”]; gr. amen; nái, “sí­”, “ciertamente”). En el AT ‘âmên es tanto un asentimiento ante una proclama (Deu 27:14-26) como una respuesta, tal vez por una audiencia, a salmos cantados en el culto del templo (Psa 41:13). También es la respuesta ante cualquier promesa, maldición, juramento y orden. En Isa 65:16 se traduce como “verdad” (“Dios de verdad”; literalmente, “Dios de amén”), destacando la fidelidad y confiabilidad de Dios (cf Rev 3:14, donde Cristo es “el Amén, el testigo fiel y verdadero”). Tanto en el AT como en el NT el término se duplica para darle énfasis (heb. ‘âmên we-‘âmên; gr. amen amen; LXX guénoito guénoito). En el NT, amen comúnmente sigue a una doxologí­a o atribución de alabanza a Dios, ya sea larga (1 Tit 1:17) o corta (Rom 11:36). Se usa también como palabra final de la mayorí­a de las epí­stolas (Jud_25), aunque en algunos casos la evidencia de los manuscritos está dividida acerca de si la palabra aparecí­a en los autógrafos originales (véase Phi 4:23, RVR, DHH y BJ). En algunos casos, el gr. amen se traduce por “ciertamente”, en lugar de ser transliterado. Este es el caso cuando antecede las afirmaciones más solemnes de nuestro Señor (Mat 5:18). En el Evangelio de Juan (1:51; etc.) el término se duplica. Nái (Mat 5:37; Phi 4:3, “asimismo”; Rev 22:20; etc.).45

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo así­ sea. Palabra que se usa tal cual en los textos griegos, latinos y en las lenguas modernas. En el A. T. indica asentimiento, afirmación, aceptación Nm 5, 22; Dt 27, 15; 1 Cro 16, 36, Ne 8, 6; 1 R 1, 36; Jr 11, 15 y 28, 6. Se usa el a., y a veces repetido, al final de los himnos y los Salmos, por ejemplo, Sal 41 (40); 72 (71); 89 (88). A. se usa en el N. T. como adverbio, con el sentido de ciertamente, verdaderamente, en verdad, y así­ suele comenzar Cristo sus sermones, a veces repitiéndolo, Jn 1, 51; 5, 19-24-25; 8, 34-51-58. El profeta Isaí­as llama a Yahvéh †œDios del Amén† Is 65, 16, y en Ap 3, 14, †œel Amén†, 2 Co 1, 20. En general, el a. se dice al final de las alabanzas, imprecaciones y oraciones al Señor, y así­ se adoptó en las liturgias cristianas, como en Mt 6, 13; 1 Co 14, 16; Ap 1, 6.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

El castellano y el gr. son ambas transliteraciones del heb., de la raí­z que significa confirmar o apoyar. El sentido general es que así­ sea, de verdad, efectivamente, en verdad.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Confirmar, apoyar). Generalmente significa “así­ sea”, “verdaderamente”, “por cierto”.

(Rev 22:20, Num 5:22).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Es verdad, o Así­ sea, o Que sea verdad). Palabra (una interjección) que viene directamente del hebreo y que se utiliza para: a) confirmar una aseveración o apoyarla; y b) expresar el deseo de que se realice o sea verdad, sin importar que la misma sea positiva o negativa. Al final de una bendición o de una maldición, se dice a. para señalar que se está de acuerdo con ella o que se espera que se cumpla. Así­, en el caso de las maldiciones que escribe el sacerdote por sospecha de adulterio, la mujer responde: a. a. (Num 5:22). Al escuchar las maldiciones que vendrí­an si no cumplí­a la Ley †œtodo el pueblo dirá a.† (Deu 27:11-26). Cuando Benaí­a recibe instrucciones de proclamar rey a Salomón, dice: †œA. Así­ lo diga Jehovᆝ (1Re 1:36). Después de una alabanza de David a Dios, †œdijo todo el pueblo, A.† (1Cr 16:36). El uso del a. en muchos salmos da a entender que esa era la palabra con la cual respondí­an los levitas a las oraciones y alabanzas en el †¢templo (Sal 41:13; Sal 72:19; Sal 89:52; Sal 106:48), costumbre que siguió en la sinagoga.

El NT utiliza el a. más abundantemente que el AT. Algunos eruditos opinan que las palabras †œcierto, de cierto†,que utilizaba el Señor Jesús, son una traducción de †œamén, amén†. Y que era costumbre del Señor hablar en esa forma para enfatizar lo que iba a decir y reafirmar la seguridad de sus palabras. Una tradición rabí­nica prohí­be el uso del a. al final de las oraciones, con unas cuantas excepciones. Pero se sospecha que puede ser una reacción contra la costumbre que adoptaron los cristianos de terminar las suyas siempre con un a. Hay un a. al final del Padrenuestro (Mat 6:13). Cada evangelio termina con un a. (Mat 28:20; Mar 16:20; Luc 24:53; Jua 21:25). Las bendiciones de Pablo o sus doxologí­as terminan con un a. (Rom 1:25; 1Co 16:24; 2Co 13:14; Gal 1:5; Efe 3:21; Flp 4:20; 1Ti 1:17; 2Ti 4:18; Tit 3:15; Flm 1:25). Así­ también Pedro (1Pe 4:11; 2Pe 3:18), Juan (1Jn 5:21; 2 Jn. v.13) y Judas (v. 25). Cuando un cristiano ora en público, debe hacerlo de manera que el oyente pueda decir a. (1Co 14:16).
vinculada está la palabra a la idea de lo firme y seguro, que Cristo es llamado †œel A., el testigo fiel y verdadero† (Apo 3:14), expresión relacionada con el †œDios de verdad† (Heb. Dios Amén) de Isa 65:16. Por eso se nos dice que †œtodas las promesas de Dios† son en Cristo †œSí­, y en él A.† (2Co 1:20).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

vet, (heb, “amen”). Término que indica una intensa afirmación o acuerdo. La primera mención de ella en las Escrituras es en el pasaje en el que la mujer de cuya fidelidad sospechaba el marido debí­a beber de las aguas amargas y dar su asentimiento a la maldición pronunciada sobre ella en caso de que fuera culpable, diciendo amén, amén (Nm. 5:22). También se usó como asentimiento por parte del pueblo, al pronunciarse las maldiciones desde el monte Ebal (Dt. 27:14-26). Cuando David declaró que Salomón debí­a ser su sucesor, Benaí­as dijo: “Amén. Así­ lo diga Jehová, Dios de mi señor el rey” (1 R. 1:36). Igualmente, cuando David trajo el arca, y cantó un salmo de acción de gracias, todo el pueblo dijo amén, y alabaron al Señor (1 Cr. 16:36; cp. también Neh. 5:13; 8:6). En un caso la exclamación no significa más que “ojalá”. Hananí­as habí­a profetizado falsamente que en el espacio de dos años completos todos los vasos de la casa de Jehová serí­an devueltos de Babilonia; a esto Jeremí­as dijo: “Amén, así­ lo diga Jehová.” Aunque sabí­a que se trataba de una falsa profecí­a, bien podí­a desear que pudiera ser así­ (Jer. 28:6, y ver el resto del pasaje). Se añade amén al final de los primeros cuatro libros de los Salmos (Sal. 41:13; 72:19; 89:52; 106:48). En estos casos no se trata de un aceptar lo que se ha dicho, sino que el escritor añade amén al final, significando “sea esto así­”, y se repite tres veces. Se traduce como “amén” siempre en el AT, excepto por dos ocasiones en Is. 65:16, donde se traduce “de verdad”. Hay una palabra hebrea relacionada, que significa “creer”, y que se usa en relación con Abraham (Gn. 15:6). En el NT se añade frecuentemente a la adscripción de alabanza y de bendiciones (p. ej., He. 13:21, 25). Como respuesta se usa también en diversos pasajes (p. ej., 1 Co. 14:16; Ap. 5:14; 7:12; 22:20). Hay otra manera en la que se usa la palabra: “Porque todas las promesas de Dios son en él sí­ (esto es, la confirmación), y en él amén (la verificación), por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Co. 1:20); también “He aquí­ el amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios” (Ap. 3:14). Así­ como hay respuestas en el cielo, como se ve en algunos de los pasajes anteriormente citados, así­ también debiera haber respuestas en la tierra en las congregaciones de los santos, no limitándose a una mera audición de la alabanza y de las oraciones. Es la palabra que usa constantemente el Señor para introducir Sus declaraciones, y que se traduce “de cierto” (p. ej., Jn. 6:26).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[473]
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Es un término hebreo que se ha usado desde antiguo en las plegarias cristianas. Significa el deseo de que “así­ debe ser” (Jer. 11.5) o que “así­ fue” (Jer. 28.6)

En el Nuevo Testamento, en donde se emplea unas 50 veces, tiene sentido de consentimiento, de afirmación y, a veces, de aclamación (1 Cor. 14.16; Apoc. 5.14; Hebr. 13, 21), que son los sentidos como ha pasado a la liturgia cristiana.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. culto, liturgia)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Es una palabra hebrea que significa “sí­, ciertamente, verdaderamente, con toda seguridad”, y que ha pasado al griego, al latí­n y al castellano sin ser traducida. Decir “amén” es aceptar, ratificar lo que se acaba de proclamar o de decir. La raí­z hebrea indica firmeza, solidez, seguridad. En el A. T. aparece incluso como nombre propio de Dios. Dios es “el Amén”, porque es el Dios de la firmeza, de la verdad, de la fidelidad, siempre el mismo, el inmutable (cf. Is 65,16). Jesús es el amén del Padre (Ap 3,14), porque a través de El, el Padre realiza en plenitud la verdad y la fidelidad de sus promesas y manifiesta que en El no hay sí­ y no, sino únicamente sí­ (2 Cor 1,19). Jesús acostumbraba a prolongar sus declaraciones solemnes con un “amén”, para indicar que sus palabras eran verdaderas, que antes que ellas dejen de cumplirse, pasarán el cielo y la tierra (cf. Mt 5,18; 18,3; Lc 24,53). San Juan emplea un “amén” redoblado para dar todaví­a más firmeza a sus palabras (Jn 1,51; 3,5; 5,19). En la liturgia cristiana el “amén” se emplea como una aclamación, con la que la asamblea se une al que preside la oración como adhesión total a cuanto se acaba de decir (cf. 1 Cor 14,16). -> .

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Tanto en español como en griego esta palabra es una transliteración del término hebreo ´a·mén. El significado es †œasí­ sea; seguro†. La raí­z hebrea de la que se deriva (´a·mán) significa †œfiel; fidedigno†.
En las Escrituras Hebreas se utiliza †œamén† como una expresión solemne para obligarse uno mismo legalmente a cumplir con un juramento o pacto y asumir sus consecuencias. (Nú 5:22; Dt 27:15-26; Ne 5:13.) Asimismo, se utiliza como expresión solemne de aprobación por lo que se dice en una oración (1Cr 16:36), por una expresión de alabanza (Ne 8:6) o por un propósito declarado. (1Re 1:36; Jer 11:5.) Cada uno de los primeros cuatro libros o colecciones de los Salmos concluye con la palabra amén, lo que tal vez indique que la congregación de Israel acostumbraba a unirse en un †œamén† al finalizar una canción o salmo. (Sl 41:13; 72:19; 89:52; 106:48.)
La palabra hebrea ´a·mán se aplica a Jehová como el †œDios fiel† (Dt 7:9; Isa 49:7) y define sus recordatorios y promesas como †˜fidedignos†™ y †˜fieles†™. (Sl 19:7; 89:28, 37.) En las Escrituras Griegas Cristianas el tí­tulo †œAmén† se aplica a Cristo Jesús en su papel de †œtestigo fiel y verdadero†. (Rev 3:14.) Jesús usó esa expresión de manera singular en su predicación y enseñanza, utilizándola muy a menudo para introducir un hecho establecido, una promesa o una profecí­a, y recalcando con ella la absoluta veracidad y confiabilidad de lo que decí­a. (Mt 5:18; 6:2, 5, 16; 24:34.) En estos casos la palabra griega (a·men) se traduce †œen verdad†, †œverdaderamente† (Val, †œde cierto†) o, cuando aparece dos veces seguidas, como sucede en el libro de Juan, †œmuy verdaderamente†. (Jn 1:51.) Se dice que el uso que hizo Jesús de †œamén† en este sentido es único en la literatura sagrada, y estuvo en conformidad con la autoridad que le fue conferida por Dios. (Mt 7:29.)
No obstante, como muestra Pablo en 2 Corintios 1:19, 20, el tí­tulo †œAmén† aplica a Jesús no solo por su veracidad y por ser un verdadero profeta y vocero de Dios, sino también porque en él se cumplen todas las promesas de Dios. Su fidelidad y obediencia, hasta el punto de sufrir una muerte sacrificatoria, han confirmado y hecho posible la materialización de todas esas promesas que conforman el propósito divino. El fue la Verdad viviente de aquellas revelaciones del propósito de Dios, de las cosas que Dios habí­a jurado. (Compárese con Jn 1:14, 17; 14:6; 18:37.)
La expresión †œAmén† se usa muchas veces en las cartas, en especial en las de Pablo, cuando el escritor expresa alguna forma de alabanza a Dios (Ro 1:25; 16:27; Ef 3:21; 1Pe 4:11) o cuando formula el deseo de que el favor divino se manifieste de alguna manera para con los destinatarios de la carta. (Ro 15:33; Heb 13:20, 21.) También se emplea en los casos en que el escritor concuerda de todo corazón con lo que se dice. (Rev 1:7; 22:20.)
Las oraciones registradas en 1 Crónicas 16:36 y en los Salmos 41:13; 72:19; 89:52; 106:48, así­ como el uso que se da al término †œamén† en las cartas canónicas, indican que es apropiado utilizar esta expresión al concluir una oración. Es verdad que no se explicita la palabra †œamén† en todas las oraciones registradas en la Biblia, como por ejemplo la oración final de David en favor de Salomón (1Cr 29:19) o la oración de dedicación que hizo Salomón en la inauguración del templo (1Re 8:53-61), aunque su omisión no significa que no concluyeran con esta expresión. (Véase 1Cr 29:20.) De manera similar, no hay registro de que Jesús la pronunciase en sus oraciones (Mt 26:39, 42; Jn 17:1-26) ni de que la usasen los discí­pulos en la oración de Hechos 4:24-30. No obstante, todos los hechos que se han presentado indican con claridad que es apropiado usar la expresión †œamén† como conclusión de una oración, y muy en particular lo indica el comentario de Pablo en 1 Corintios 14:16 respecto a la costumbre de los cristianos de decir †œamén† en sus reuniones al concluir una oración. Por otra parte, el ejemplo de las criaturas celestiales registrado en Revelación 5:13, 14; 7:10-12 y 19:1-4 también muestra que es oportuno usar el término †œamén† para significar que se está de acuerdo con una oración o una declaración solemne y expresar así­ la confianza, firme aprobación y ferviente esperanza que se tiene en el corazón.

Fuente: Diccionario de la Biblia

amen (ajmhvn, 281) es transliteración desde el hebreo al griego y al castellano. “Sus significados pueden verse en pasajes tales como Deu 7:9 “Dios fiel amen”; Isa 49:7 “Porque fiel es el Santo de Israel”; 65.16: “el Dios de verdad”. Y si Dios es fiel sus testimonios y preceptos son “fieles amen” (Psa 19:7; 11.7), como también lo son sus advertencias (Hos 5:9), y sus promesas (Isa 33:16; 55.3). “Amén” se usa también de hombres (p.ej., Pro 25:13). “Hay casos en los que el pueblo usaba esta palabra para expresar su asentimiento a una ley y la buena disposición de ellos de someterse a la pena que conllevaba el que esta fuera quebrantada (Deu 27:15, cf. Neh 5:13). Se utiliza también para expresar aquí­ esencia en la oración de otro (1Ki 1:36), donde se define como “Diga Dios también esto; o en la acción de gracias por parte de otro (1Ch 16:36), tanto por parte de un individuo (Jer 11:5), como por parte de la congregación (Psa 106:48). “Así­ “amén”, cuando es pronunciado por Dios, equivale a así­ es y así­ será, y cuando es dicho por hombres, “así­ sea”. “Una vez en el NT, “Amén” es el tí­tulo de Cristo (Rev 3:14), debido a que es a través de El que se establecen los propósitos de Dios (2Co 1:20). “Las iglesias primitivas cristianas siguieron el ejemplo de Israel asociándose de manera audible con las oraciones y acciones de gracias ofrecidas en nombre de ellos (1Co 14:16), donde el artí­culo “el” señala a una práctica común. Además, esta costumbre se conforma a la pauta de las cosas en los cielos (véase Rev 5:14, etc). “Los individuos decí­an también “amén” para expresar su “así­ sea” en respuesta al divino “así­ será” (Rev 22:20). Con frecuencia el que habla añade “amén” a sus propias oraciones y doxologí­as, como sucede en Eph 3:21, por ejemplo. “El Señor Jesús usaba a menudo “amén”, traducido de cierto, para introducir nuevas revelaciones de la mente de Dios. En el Evangelio de Juan siempre se repite, “amén, amén”, pero no en ningún otro lugar. Lucas no lo usa en absoluto, pero allí­ donde Mateo, 16.28, y Mc 9.1, tienen “amén”, Lucas dice, “en verdad”; así­, al variar la traducción de lo que el Señor dijo, Lucas arroja luz sobre su significado”. (De Notes on Galatians, por Hogg y Vine, pp. 26, 27.) Véase CIERTO (DE).

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “¡Asi sea!”, que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente, o sencillamente: Sí­. En efecto, este adverbio deriva de una raí­z hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cf. *fe.). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria.

1. Compromiso y aclamación.

El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “¡Sea!” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una *palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (IRe 1, 36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm 5,22). Todaví­a más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13).

En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo *bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y en este concepto tiene su puesto después de las doxologí­as (IPar 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rm 1,25; Gál 1,5; 2Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oí­das se comprende su sentido (ICor 14,16).

Finalmente el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al alleluia.

2. El amén de Dios y el amén del cristiano. Dios, que se ha comprometido libremente, se mantiene fiel a sus *promesas; es el *Dios de *verdad, que es lo que significa el titulo de Dios amén (ls 65,16). El amén de Dios es Cristo Jesús. En efecto, por él realiza Dios plenamente sus *promesas y manifiesta que no hay en él si y no, sino únicamente si (2Cor 1,19s). En este texto sustituye Pablo el amén hebreo por una palabra griega, nai, que significa sí­. Jesús, para recalcar que es el enviado del Dios de verdad y que sus palabras son verdaderas, introduce sus declaraciones con un amén (Mt 5,18; 18,3…), redoblado el evangelio de Juan (Jn 1,51; 5,19. .). Pero Jesús no es solamente el que dice la verdad diciendo las palabras de Dios, sino que es la *palabra misma del verdadero Dios, el amén por excelencia, el *testigo fiel y verdadero (Ap 3,14).

Así­, si el cristiano quiere ser *fiel, debe responder a Dios uniéndose a Cristo; el único amén eficaz es el que es pronunciado por Cristo a la gloria de Dios (2Cor 1,20). La Iglesia pronuncia este amén en unión con los elegidos del cielo (Ap 7,12) y nadie puede pronunciarlo a menos que la gracia del señor Jesús esté en él; así­ el voto con que termina la Biblia y que va sellado por un ú’itimo amén, es que esta gracia sea con todos (Ap 22,21).

-> Fidelidad – Fe – Palabra – Promesa – Testimonio – Verdad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Esta palabra hebrea originalmente era un adjetivo que significaba «confiable, seguro, fidedigno» o verbo adjetival «es confiable o verdadero». El verbo de la misma raíz es āman y significa «apoyar, sostener»; en la raíz hifil significa: «considerar a alguien digno de confianza, leal, fiable», y de ahí, «creer». Por sí sola āmēn se usaba como una fórmula («¡Ciertamente! ¡la verdad misma!) al final de (a) una doxología, tales como, «bendito sea Jehová por los siglos» (donde amén significa: «¡Sí, por cierto! o ¡Así es con toda verdad!») cf. Sal. 41:13; 72:19; 89:52; 106:48; también 1 Cr. 16:36 y Neh. 8:6, donde la audiencia asiente a, y toma para sí la alabanza que su líder entrega a Dios; (b) un decreto o expresión de propósito real, en la que el oidor obediente demuestra su cooperación y el asentimiento que hace con todo su corazón (1 R. 1:36; Jer. 11:5). Aquél que ora, asevera o se une en la oración o la aseveración de otro, hace suya la afirmación por medio de āmēn, lo que indica que lo hace con toda la fuerza de su fe y con toda la intensidad de sus deseos. El uso que el NT hace de la palabra es el mismo. Is. 65:16 habla de Jehová como el Dios del Amén, queriendo decir con esto que él habla la verdad y que efectúa sus propósitos. Lo mismo dice de sí mismo el Señor Jesucristo, cuando se llama a sí mismo «El Amén» en Ap. 3:14.

G.L. Archer, Jr.

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (23). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Del heb. ˒āmēn, ‘ciertamente’, de una raíz que significa ‘ser firme, estable, confiable’; cf. ˒emûnâ, ‘fidelidad’, ˒emeṯ, ‘verdad’. Se usa en el AT como fórmula litúrgica en la que la congregación o el individuo acepta tanto la validez del juramento o la maldición como sus consecuencias (Nm. 5.22; Dt. 27.15ss; Neh. 5.13; Jer. 11.5). Era también la respuesta a una bendición (1 Cr. 16.36; Neh. 8.6), y se encuentra incorporada en las doxologías que terminan los cuatro primeros libros de los Salmos (Sal. 41.13; 72.19; 89.52; 106.48). Otros usos son la respuesta irónica de Jeremías a la profecía de Hananías acerca de un exilio breve (Jer. 28.6), y la aceptación por Benaía del mandato de David de hacer rey a Salomón (1 R. 1.36); en ambos casos introduce una oración pidiendo la bendición de Dios sobre lo que se propone. Su relación tanto con las bendiciones como con las maldiciones constituye explicación suficiente para la descripción de Dios como “el Dios de verdad (lit. amén)” en Is. 65.16. Fuera del AT esta palabra se emplea en un documento del ss. VII a.C. para iniciar una declaración jurada de inocencia: “Amén, estoy libre de culpa …”

Ya para la época del NT la palabra se usa regularmente al final de las oraciones y doxologías, y constituye una respuesta natural que se espera en el culto público (1 Co. 14.16). El uso que hace Cristo de ella en la frase introductoria “Amén, yo os digo” probablemente era peculiar a su persona, ya que no hay indicios de que los apóstoles siguieran su ejemplo en esto, y le acordaba a sus palabras autoridad mesiánica distintiva. De allí la asociación del término con las promesas de Dios, que en forma peculiar se cumplen en él (2 Co. 1.20), y el que se le atribuyese a él el título de “el Amén” (Ap. 3.14).

Bibliografía.°DTAT, t(t). I; °DTMAT, t(t). I; °DTNT, t(t). I.

H. Bietenhard, NIDNTT 1, pp. 97–99; S. Talmon, Textus 7, 1969, pp. 124–129.

J.B.Tr.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

La palabra Amen es una de las pocas palabras hebreas que ha sido importada sin cambios a la liturgia de la Iglesia, propter sanctiorem como expresa San Agustín, en virtud de un ejemplo excepcionalmente sagrado. “Tan frecuente fue esta palabra hebrea en la boca de Nuestro Salvador” observa el Catecismo del Concilio de Trento “que le plugo al Espíritu Santo perpetuarla en la Iglesia de Dios”. Como cuestión de hecho San Mateo la atribuye veintiocho veces a Nuestro Señor, y San Juan en su doble forma veintiséis veces. En lo que se refiere a la etimología, Amén es un derivado del verbo hebreo aman “reforzar” o “confirmar”.

Contenido

  • 1 Uso Bíblico
  • 2 Uso Litúrgico
    • 2.1 El Amén después de la Consagración
    • 2.2 El Amén después de la Comunión
  • 3 Otros Usos

Uso Bíblico

I. En las Sagradas Escrituras aparece casi siempre como adverbio, y su uso originario es indicativo de que el que habla adopta como propio lo que ya ha sido dicho por otro. Así en Jer., 28, 6, el profeta se representa a sí mismo como respondiendo a la profecía de Jananías de días más felices: “Amén. Confirme el Señor las palabras que has profetizado”. Y en las imprecaciones de Deut., 27, 14 y ss. leemos, por ejemplo: “Maldito sea el que desprecia a su padre o a su madre. Y todo el pueblo dirá: Amén”. A partir de éste, parece haberse desarrollado un uso litúrgico de la palabra mucho antes de la venida de Jesucristo. Así podemos comparar I Paralipómenos, 16, 36, “Bendito sea el Señor, Dios de Israel desde la eternidad; y diga el pueblo Amén y un himno a Dios”, con el Salmo 105, 48, “Bendito sea el Señor, Dios de Israel por siempre: y diga todo el pueblo: así sea” (cf. también II Esdras, 8, 6), estas últimas palabras están traducidas en los Setenta por genoito, genoito, y en la Vulgata, que sigue a los Setenta por fiat, fiat; pero el texto masorético dice” Amén, aleluya”. La tradición talmúdica nos dice que Amén no se decía en el Templo, sino sólo en las sinagogas (cf. Edersheim, El Templo, p. 127), pero por esto debemos entender no que el decir Amén estuviera prohibido en el Templo, sino sólo que, al ser retrasada la respuesta de la congregación hasta el final por temor de interrumpir la excepcional solemnidad del rito, pedía una fórmula más impresionante y extensa que un simple Amén. La familiaridad del uso de decir Amén al final de todas las oraciones, incluso antes de la Era Cristiana, se evidencia en Tobías, 9, 12.

II. Un segundo uso de Amén más común en el Nuevo Testamento, pero no enteramente desconocido en el Antiguo, no tiene relación con las palabras de ninguna otra persona, sino que es simplemente una forma de afirmación o confirmación del propio pensamiento del que habla, a veces introduciéndolo, a veces siguiéndolo. Su empleo como fórmula introductoria parece ser peculiar de los discursos de Nuestro Salvador recogidos en los Evangelios, y es digno de señalar que, mientras que en los Sinópticos se usa un Amén, en San Juan la palabra invariablemente se duplica (Cf. el doble Amén de conclusión en Núm., 5, 22, etc.). En la traducción católica (esto es, la de Reims) de los Evangelios, la palabra hebrea se conserva en la mayor parte de los casos, pero en la “Versión Autorizada “ protestante se traduce por “En verdad”. Cuando se usa Amén así por Nuestro Señor para introducir una afirmación parece específicamente hacer un requerimiento a la fe de sus oyentes en su palabra o su poder; vg. Juan, 8, 58: “Amén Amén os digo, antes de que Abraham naciese, Yo soy”. En otras partes del Nuevo Testamento, especialmente en las Epístolas de San Pablo, Amén concluye habitualmente una oración o una doxología, vg. Rom., 11, 36, “A Él la gloria por siempre. Amén”. También la encontramos a veces agregada a bendiciones, vg., Rom., 15, 33, “Ahora que el Dios de la paz esté con todos vosotros. Amén”; pero este uso es mucho más raro, y en muchos aparentes ejemplos, vg., todos aquellos a los que apelaba el Abbé Cabrol, el Amén es realmente una interpolación posterior.

III. Finalmente la práctica común de acabar cualquier discurso o capítulo de una materia con una doxología que termina en Amén parece haber llevado a un tercer uso distinto de la palabra en la que aparece nada más que como una fórmula de conclusión—finis. En los mejores códices griegos el libro de Tobías termina de esta manera con Amén, y la Vulgata la da al final del Evangelio de San Lucas. Esta parece ser la mejor explicación de Apoc., 3, 14: “Así habla el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de las criaturas de Dios”. El Amén que es también el Principio sugeriría así la misma idea que “Yo soy el Alfa y el Omega” de Apoc., 1, 5, o “El primero y el último” de Apoc, 2, 8.

Uso Litúrgico

El empleo del Amén en las sinagogas como respuesta del pueblo a la oración dicha en voz alta por un representante debe sin duda haber sido adoptada en su propio culto por los cristianos de la época apostólica. Éste es al menos el único sentido natural en el que cabe interpretar el uso de la palabra en I Cor., 14, 16, “Porque si no bendices más que con el espíritu ¿cómo dirá Amén el que ocupa el lugar del no iniciado?” (pos erei to amen epi se te eucharistia) donde to amen parece claramente significar “el acostumbrado Amén”. Al principio, sin embargo, su uso parece haberse limitado a la congregación, que respondía a alguna oración pública, y no se decía por el que ofrecía la oración (ver von der Goltz, Das Gebet in der Altesten Christenheit, p. 160). Quizá sea una de las indicaciones más dignas de confianza de la temprana fecha de la “Didaché” o “Enseñanza de los Doce Apóstoles”, que, aunque varias fórmulas cortas litúrgicas se encuentran incorporadas en este documento, la palabra Amén sólo aparece una vez, y aun entonces en compañía de la palabra maranatha, aparentemente como una exclamación de la asamblea. En lo que respecta a estas fórmulas litúrgicas en la “Didaché”, que incluyen el Padre Nuestro, podemos, sin embargo, suponer que tal vez el Amén no se escribía porque se daba por seguro que después de la doxología los presentes responderían naturalmente Amén. También en los apócrifos pero tempranos “Acta Johannis” (ed. Bonnet, c.xciv, p. 197) encontramos una serie de oraciones cortas dichas por el Santo a las que los asistentes regularmente responden Amén. Pero no puede haber sido mucho antes cuando el Amén se añadía en muchos casos por el que pronunciaba la oración. Tenemos un ejemplo señalado en la oración de San Policarpo en su martirio, año 155, en cuya ocasión se nos dice expresamente en un documento contemporáneo que los ejecutores esperaron hasta que Policarpo completó su oración, y “pronunció la palabra Amén” antes de encender el fuego en el cual pereció. De esto podemos inferir correctamente que antes de la mitad del Siglo II se había convertido en práctica familiar para uno que rezaba solo añadir Amén a modo de conclusión. Este uso parece haberse desarrollado incluso en el culto público, y en la segunda mitad del Siglo IV, en la forma más primitiva de la liturgia que nos proporcionan datos seguros, la de las Constituciones Apostólicas, encontramos que sólo en tres casos está indicado claramente que ha de decirse Amén por la congregación (a saber, después del Trisagio, después de la “Oración de Intercesión”, y en la recepción de la Comunión); en los ocho casos restantes en los que aparece el Amén, se decía, en cuanto podemos juzgar, por el propio obispo que presentaba la oración. Del recientemente descubierto Libro de oraciones del obispo Serapio, que puede atribuirse con seguridad a la mitad del Siglo IV, podemos inferir que, con ciertas excepciones en lo que se refiere a la anaphora de la liturgia, todas las oraciones terminaban constantemente en Amén. En muchos casos sin duda la palabra no era nada más que una mera fórmula para señalar la conclusión, pero el significado real nunca se perdió de vista del todo. Así, aunque San Agustín y el Pseudo-Ambrosio no fueran del todo exactos cuando interpretan Amén como verum est (es verdad), no están muy lejos del sentido general; y en la Edad Media, por otro lado, la palabra se traduce a menudo con exactitud perfecta. Así en una antigua “Expositio Missae” publicada por Gerberto (Men. Lit. Alere, II, 276), leemos: “Amén es una ratificación por el pueblo de lo que se ha dicho, y puede interpretarse en nuestro lenguaje como si todos ellos dijeran: Que sea como el sacerdote ha rezado”.

General como era el uso del Amén como conclusión, hubo durante mucho tiempo fórmulas litúrgicas a las que no se añadía. No aparece al final en la mayor parte de los primeros credos, y un Decreto de la Congregación de Ritos (n. 3014, 9 de Junio de 1853) ha decidido que no se diga al final de la fórmula para la administración del bautismo, donde realmente carecería de sentido. Por otro lado, en las Iglesias Orientales el Amén se dice aún habitualmente después de la fórmula del bautismo, a veces por los asistentes, a veces por el mismo sacerdote. En las oraciones de exorcismo es la persona exorcizada la que se espera que diga “Amén”, y al conferir las órdenes sagradas, cuando se entregan los vestidos etc. al candidato por el obispo con una oración de bendición, es también el candidato el que responde, igual que en la bendición solemne de la Misa el pueblo responde en la persona del acólito. Aun así no podemos decir que un principio uniforme gobierne el uso litúrgico en esta materia, pues cuando en la Misa solemne el celebrante bendice al diácono antes de que éste vaya a leer el Evangelio, es el mismo sacerdote el que dice Amén. De manera similar en el Sacramento de la Penitencia y en el Sacramento de la Extremaunción es el sacerdote el que añade Amén después de las palabras esenciales de la forma sacramental, aunque en el Sacramento de la Confirmación esto se hace por los asistentes. Además, puede reseñarse que en siglos pasados ciertos ritos locales parecen haber mostrado una predilección extraordinaria por el uso de la palabra Amén. En el ritual mozárabe, por ejemplo, no sólo se introduce después de cada frase de la larga bendición episcopal, sino que se repetía después de cada petición del Pater Noster. Una exageración similar se puede encontrar en diversas partes de la Liturgia Copta.

Dos casos especiales del uso del Amén parecen pedir un tratamiento separado. El primero es el Amén antiguamente dicho por el pueblo al final de la gran Oración de Consagración en la liturgia. El segundo es el que se pronunciaba por cada uno de los fieles cuando recibía el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El Amén después de la Consagración

Con respecto a lo que nos hemos aventurado a llamar la “gran Oración de Consagración” son necesarias unas palabras de explicación. No puede haber duda de que por los cristianos de los primeros tiempos de la Iglesia el momento preciso de la conversión del pan y el vino sobre el altar en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no se entendía como lo es ahora por nosotros. Les bastaba creer que el cambio se operaba en el curso de la larga “oración de acción de gracias”(eucharistia), una plegaria formada por varios elementos – prefacio, recitación de las palabras de institución, memento de los vivos y muertos, invocación del Espíritu Santo, etc. – la cual plegaria concebían como una única “acción” o consagración, a la que, tras una doxología, respondían con un solemne Amén. Para una relación más detallada de este aspecto de la liturgia el lector debe remitirse al artículo EPICLESIS. Aquí debe ser suficiente decir que la unidad esencial de la gran Oración de la Consagración se nos presenta muy claramente en el relato de San Justino Mártir (año 151) quien, describiendo la liturgia cristiana, dice: “En cuanto han terminado las oraciones en común y ellos (los cristianos) se han saludado uno a otro con un beso, el pan, el vino y el agua se traen ante el presidente, que al recibirlos alaba al Padre de todas las cosas por el Hijo y el Espíritu Santo y hace una larga acción de gracias (eucharistian epi poly) por las bendiciones que Él se ha dignado otorgarles, y cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo que está presente responde en el acto con la aclamación: ‘Amén’” (Justino, I Apol., lxv, P.G., VI, 428). Las liturgias existentes tanto de Oriente como de Occidente dan claramente testimonio de esta primitiva disposición. En la Liturgia romana la gran oración de consagración, o “acción”, de la Misa termina con la solemne doxología y el Amén que precede inmediatamente al Pater Noster. Los demás Amenes que se encuentran entre el Prefacio y el Pater Noster se puede demostrar fácilmente que son añadiduras relativamente tardías. Las liturgias orientales también contienen Amenes interpolados de manera similar, y en particular los Amenes que en varios ritos orientales se dicen inmediatamente después de las palabras de Institución, no son primitivos. Puede señalarse que a fines del Siglo XVII la cuestión de los Amenes en el Canon de la Misa adquirió una importancia accidental por causa de la controversia entre Dom Claude de Vert y el Père Lebrun respecto al secreto del Canon. Ahora se admite generalmente que las palabras del Canon se decían en voz alta de forma que fueran oídas por el pueblo. Por alguna razón, cuya explicación no está clara, el Amén inmediatamente anterior al Pater Noster se omite en la Misa solemne celebrada por el Papa el día de Pascua.

El Amén después de la Comunión

El Amén que en muchas liturgias se dice por los fieles en el momento de recibir la sagrada Comunión puede remontarse también a un uso primitivo. El Pontificale Romanum aún prescribe que en la ordenación de clérigos y en otras ocasiones similares los recién ordenados al recibir la Comunión besen la mano del obispo y respondan Amén cuando el obispo les diga: “El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna” (Corpus Domini, etc.). Es curioso que en la recientemente descubierta vida en latín de Santa Melania la Joven, de primeros del Siglo V, se nos dice cómo la Santa al recibir la Comunión antes de la muerte respondió Amén y besó la mano del obispo que se la había traído. (ver Cardenal Rampolla, Santa Melania Giunore, 1905, p. 257). Pero la práctica de responder Amén es más antigua que esto. Aparece en los Cánones de Hipólito (Nº 146) y en el Orden de la Iglesia egipcia (p. 101). Además, Eusebio (Hist. Eccl., VI, xliii) cuenta una historia del hereje Novaciano (ca. 250), que, en el momento de la Comunión, en vez de Amén hacía decir al pueblo “No volveré al Papa Cornelio”. También tenemos evidentemente un eco de la misma práctica en las Actas de Santa Perpetua, del año 202 (Armitage Robinson, St. Perpetua, pp. 68, 80), y probablemente en la frase de Tertuliano sobre el cristiano que profana en el anfiteatro los labios con los que ha dicho Amén para saludar al Santísimo (De Spect., xxv) Pero casi todos los Padres proporcionan ilustraciones de esta práctica, notablemente San Cirilo de Jerusalén (Catech., v, 18, P.G., XXIII, 1125).

Otros Usos

Finalmente podemos señalar que la palabra Amén se presenta de manera no infrecuente en inscripciones cristianas antiguas, y que a menudo se introdujo en anatemas y ensalmos gnósticos. Además, como las letras griegas que forman Amén suman según sus valores numéricos 99 (alpha =1, mu = 40, epsilon=8, nu=50), este número aparece a menudo en inscripciones, especialmente de origen egipcio, y parece habérsele atribuido una especie de eficacia mágica a su símbolo. Debe mencionarse también que la palabra Amén se emplea aún en los rituales tanto de judíos como de mahometanos.

Fuente: Thurston, Herbert. “Amen.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01407b.htm

Traducido por Francisco Vázquez

Fuente: Enciclopedia Católica