ANCIANO DE DIAS

Anciano de dí­as (aram. attîq yômîn [yômayyâ’]). Término que se encuentra en Dan 7:9, 13, 22, donde describe a Dios el Padre como presente en una visión del juicio. El término no se refiere tanto a la existencia eterna de Dios, aunque eso puede estar implí­cito, sino a su apariencia como Daniel lo vio en visión. Para un antiguo oriental, tal apariencia demandarí­a máximo respeto, reverencia y temor.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Dios, como se le apareció al profeta Daniel (Dan 7:9, Dan 7:13, Dan 7:22). Ver DANIEL.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(-> Hijo del Hombre, Dios, Daniel). Conforme a la visión de Dn 7, toda la historia anterior de la humanidad ha venido a quedar representada por tres vivientes-bestias* (Dn 7,2-8), que cul minan en una cuarta que, conforme a lo que luego dirá Dn 7,25, se ha elevado contra Dios y ha blasfemado. Se puede pensar que esa bestia va a triunfar para siempre, dominando sin piedad sobre el conjunto de los hombres, pero el vidente descubre a Dios que viene, para responder a la Bestia y realizar el juicio de la historia: “Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos y se sentó un Anciano de Dí­as. Su vestido era blanco como la nieve; el cabello de su cabeza, como lana limpia; su trono, llama de fuego, y fuego ardiente las ruedas del mismo. Un rí­o de fuego procedí­a y salí­a de delante de él; miles de miles lo serví­an, y millones de millones estaban delante de él. El Juez se sentó y los libros fueron abiertos” (Dn 7,9-10). Es evidente que Dios no está solo; hay otros que se sientan y actúan a su lado, en compañí­a de juicio. Queda velada su faceta creadora, su gesto de amor apasionado hacia los hombres, y aparece su rasgo de anciano que parece haber dejado la historia en manos de la perversión de los violentos. Pero ahora cuando el pecado alcanza el lí­mite de lo intolerable, cuando la blasfemia del “cuerno insolente” (Dn 7,8) lo exige, viene a desvelarse en gesto de gran juicio: es Anciano de Dí­as, conforme a una expresión cercana a viejos textos de Ugarit donde Dios se mostraba como rey antiguo, “padre de años”. Este es sin duda el Dios originario que existe desde el mismo principio de los tiempos. No emerge de improviso: estaba allí­ por siempre, velaba al origen y allí­ sigue velando. Por eso le vemos con albo cabello, vestido de blanco. Nada se dice de su rostro y de su cuerpo, aunque es evidente, por su forma de sentarse sobre un trono, que tiene un cuerpo. Ez 1,26-27 le presentaba como “semejanza de ser humano”. Nuestro texto ha preferido dejarle sin rostro, para aplicárselo luego al “como Hijo* de Hombre” (Dn 7,13). En la lí­nea de Is 6, Ez 1 y 1 Hen 14, nuestro pasaje ha destacado la esencia incandescente de Dios. En el principio era el fuego*, pudiéramos decir con todos esos textos. Culminando una tradición milenaria, que aparece sobre todo en los salmos, el signo principal de Dios es un trono. Pero aquí­ no es trono para reinar, sino para juzgar. Se abre la sesión suprema del Supremo Tribunal; se han sentado los miembros del jurado; están los libros (siphrin) abiertos y marcan su Ley de Juicio. Esta revelación de Dios constituye el centro del pasaje. No hay en su figura ningún rasgo de violencia militar, ningún acceso de ira. Sobriamente ha presentado el texto su conducta, conforme a los esquemas forenses más perfectos. En los libros de Dios están escritas todas las acciones de los hombres, con las leyes de conducta que dimanan al principio de la creación. En este libro ha de escribirse la sentencia.

Cf. S. MOWINCKEL, El qne lia de venir. Mesianisino y Mesí­as, Fax, Madrid 1975; D. S. RUSSELL, The Method and Message of Jewish Apocalyptic, SCM, Londres 1971.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Traducción de la expresión aramea `at·tí­q yoh·mí­n, con la que se hace referencia a una persona †œentrada (o avanzada) en dí­as†. Este tí­tulo de Jehová solo aparece en Daniel 7:9, 13 y 22, y se alterna con el tí­tulo †œSupremo†. (Da 7:18, 22, 25, 27.) La escena tiene lugar en un tribunal donde el Anciano de Dí­as se sienta para juzgar a las potencias mundiales, representadas simbólicamente por enormes bestias. Se les retira el permiso de gobernar sobre la tierra, y se entrega la †œgobernación y dignidad y reino† a alguien †œcomo un hijo del hombre†, a quien todas las naciones han de obedecer. (Da 7:10-14.)
El tí­tulo †œAnciano de Dí­as† distingue al Dios eterno de las potencias mundiales que sucesivamente suben y caen, y además representa a Jehová en su papel de majestuoso y venerable Juez de todos. (Sl 90:2; 75:7.)

Fuente: Diccionario de la Biblia