ANCIANOS

El grupo de creyentes ancianos (lí­deres) que reconocieron formalmente el don espiritual de Timoteo (1Ti 4:14, BJ, RVR-1960, VHA [BJ: †œcolegio de presbí­teros†; DHH: †œancianos de la iglesia†; RVA, †œconcilio de ancianos†]). La misma palabra se utiliza en Luk 22:66 y en Act 22:5 en relación con el conjunto organizado de ancianos judí­os en Jerusalén.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

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El concepto de anciano tiene una fuerte connotación bí­blica como sinónimo de autoridad, de experiencia y de piedad. Pero implica una intensa carga pastoral y catequética, teniendo en cuenta que hoy la vida media se prolonga en la mayor parte de los paí­ses.

La situación moral y religiosa de una persona que se jubila laboralmente y no asume los cambios en las ideas y en la convivencia exige un trato pedagógico adecuado.

En la Escritura Sagrada “los ancianos” representan la autoridad moral en las tribus, en las familias y en el pueblo, administrando justicia en tiempo de paz y asumiendo responsabilidades de guerra en las luchas contra los adversarios. Son numerosas las referencias bí­blicas a la labor de los ancianos (Jue. 11.5; Ex. 18.13; 1. Sam. 20.6)

En el Nuevo Testamento la actitud eclesial ante los de “más edad”, los presbí­teros, se advierte en los textos con más sabor primitivo o judaizante.

Se recoge el sentido colegial de “los ancianos” propio de la mejor tradición judaica (Hech. 11.30; 1 Tim. 5.17; Tit. 1.5. Sant. 5.14; 1 Pedr. 5.1). Pero se armoniza poco a poco con la figura del “episcopos” o animador propio de a cada comunidad o delegado y enviado del Apóstol o de los Apóstoles.

Es dudoso si se ha de interpretar como autoridad eclesial el grupo de ancianos que existí­a en cada comunidad cristiana primitiva. Más probablemente reflejaban los usos de la cultura de donde procedí­an los primeros cristianos. De hecho, a medida que la Iglesia se hace más helena y menos judaica, la autoridad viene del “orden” y de la “imposición de manos” y no de la fuerza de la edad y del ascendiente de la autoridad familiar.

Al margen de lo que suponga esa referencia bí­blica, histórica y eclesial de los primeros tiempos, de lo que no cabe duda es que, en la evolución histórica, la figura del presbí­tero (más anciano) adquiere una significación cristiana muy especial, litúrgica y sacramental.

También es conveniente el detectar el hecho sociológico de que, en nuestros dí­as, la vida humana se prolonga de forma insospechada en tiempos antiguos. Y gran número de cristianos vive una etapa de vida, que puede ser muy fecunda en lo espiritual e incluso prolongada en lo material. Se habla hoy mucho en pastoral y en catequética sobre la necesidad de “catequesis de la tercera edad”. Se entiende por tal la que prepara al hombre para vivir su fe en los “años posteriores”.

La catequesis de la tercera edad surge más por motivos sociológicos que bí­blcos. Pero debe nutrirse del sentido de dignidad, de responsabilidad y de fidelidad que implica el mensaje bí­blico sobre los ancianos.

Esta catequesis se halla hoy en proceso de búsqueda sobre su identidad. No puede reducirse a una “catequesis de consolación” y menos a una “catequesis de terminación” como si tratara de preparar la muerte y tuviera como horizonte el paso inmediato a la otra vida.

Teniendo en cuenta que muchas personas de la tercera edad van a estar en ese estado muchos años, se debe hablar de una catequesis de “culminación” y por lo tanto de conducir a desarrollar la conciencia de la responsabilidad del adulto que ofrece sus riquezas espirituales, sociales y morales al servicio de la comunidad.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Un don de Dios en la situación actual

Las personas de edad avanzada han sido siempre consideradas con especial aprecio y respeto por parte de todas las culturas. En la familia, en la comunidad eclesial y en la sociedad civil, los ancianos tiene todaví­a una función importante que cumplir. Son un don y una bendición de Dios (cfr. Job 42,17). El anciano puede ser un testigo de la fe, un maestro de vida y un fermento de caridad. Su realidad se encuadra armónicamente en la totalidad de la existencia, propia y de los demás. El cristiano camina hacia “el estado del hombre perfecto y la medida de la edad de la plenitud en Cristo” (Ef 4,13). Porque “aunque nuestro hombre exterior vaya perdiendo, nuestro hombre interior se renueva de dí­a en dí­a” (2Cor 4,16).

Hoy son cada vez más en número respecto a la población global. Ello es debido, por una parte, a la longevidad y, por otra, al menor número de hijos en las familias. Al mismo tiempo esas personas de “tercera edad” (desde los 60 ó 65 años) aumentan por retirarse legalmente del trabajo (jubilación). En muchas comunidades humanas, donde abunda el bienestar económico, la mayorí­a de la población es de tercera edad. Esta novedad estadí­stica lleva frecuentemente a consecuencias sociológicas y culturales nuevas el anciano no produce, se le busca un bienestar material en el aislamiento, la sociedad se ve frecuentemente imposibilitada para proporcionarle los medios necesarios, no cuenta activamente en la sociedad… Se le ha prolongado la vida, pero no se le ha proporcionado el gozo de vivir.

Limitaciones y lí­neas de superación

La realidad inmediata que podemos constatar es de limitaciones y defectos. Disminuye en general las capacidades fí­sicas y psí­quicas, se siente el cansancio por el trabajo, se tiende a conservar con seguridad los modos de actuar sin innovación. Ordinariamente se tiene que dejar el trabajo habitual y también falta el ambiente familiar. No faltan los achaques y las enfermedades. Se acentúa el aislamiento, con tendencia a la depresión y a buscar compensaciones. Se siente que la vida se escapa de las manos, tal vez con cierta angustia sobre el pasado…

Una fuerte vida espiritual, basada en la confianza en Dios, y una ayuda por parte de todos, puede transformar estas limitaciones en otras tantas posibilidades de donación. Habrá que asegurarle la ayuda económica y social, a que tiene pleno derecho, e incluso a veces se le podrán proporcionar medios sencillos para ser útil a los demás. Conviene que no pierda la inserción serena en el ámbito cultural y social, respetando su libertad.

Una vida de donación serena

Su serenidad, como fruto de la meditación evangélica y de la participación en la Eucaristí­a, equivale a una sanación de toda la vida anterior, especialmente por agradecer todos los dones recibidos y reparar los defectos. La vida pasa, pero la donación es cada vez más sencilla y auténtica, como de quien ya no tiene nada más que dar sino a sí­ mismo. Esta actitud es fecunda espiritual y apostólicamente. “Que los ancianos sean sobrios, hombres ponderados, prudentes, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia” (Tit 2,2).

Un puesto evangelizador en la familia y en la sociedad

El lugar normal del anciano es la familia y la comunidad eclesial y civil en que se ha desarrollado su existencia. Su experiencia, su consejo y su misma presencia son un valor incalculable. Su actitud de escucha y de acogida ayudan a relativizar los problemas, porque ahora “hace” mucho más que antes, sólo con “ser” para los demás. Vive un presente que le da la capacidad de ver las cosas en una perspectiva global. Su existencia se expresa así­ la gratuidad de la donación, testimonio de una tradición o historia de gracia.. En Africa dicen que cuando muere un anciano, se ha quemado una biblioteca. Un anciano puede ser, a su modo, evangelizador de niños, jóvenes, adultos, enfermos… En los momentos de dolor, su “inactividad” sigue siendo fecunda, especialmente si se transforma en oración y caridad.

La persona del anciano necesita, como los demás, la acción evangelizadora de parte de todos. Su historia es siempre de luces y sombras. El anuncio evangélico (con palabras y testimonio) le ayuda a adoptar una actitud permanente de agradecimiento, compunción, perdón, esperanza. La actitud contemplativa, guiada por la Palabra de Dios, se hace silencio de donación en la presencia de “Alguien” profundamente adorado y amado. Pero hay que ayudarle con el respeto, afecto, compañí­a, servicio… Es el momento culminante de la vida humana. Así­ se cumplirá la oración sálmica “En la vejez aún llevarán fruto, se mantienen frescos y lozanos para anunciar lo recto que es el Señor” (Sal 92,15-16).

Referencias Esperanza, dolor, muerte, silencio, soledad.

Lectura de documentos GS 27, 48, 66; AA 11.

Bibliografí­a I. AGUIRRE, Ocio activo y tercera edad un proyecto comunitario (San Sebstián 1981); P.R. BIZE, Una vida nueva la tercera edad (Bilbao, Mensajero, 1976); G. DAVANZO, Anciano, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 65-71; D. KATZ, Psicologí­a de las edades (Madrid, Morata, 1968); J. LECLERQ, La alegrí­a de envejecer (Salamanca, Sí­gueme, 1982); A. De MIGUEL Y MIGUEL, La tercera edad (Madrid, Edit. Católica, 1979.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Los ancianos de Israel constituí­an la nobleza del pueblo. Moisés los constituyó en autoridad (Ex 3,16) para administrar la justicia en tiempos de paz, pero su autoridad era más bien moral. Los ancianos fueron luego miembros del Sanedrí­n, —tribunal supremo de justicia, junto con los sacerdotes y los escribas. Ejercieron su potestad de juzgar condenando a Jesús (Mt 16,21; 27,41; Mc 11,27; 15,1; Lc 9,22). El consejo de los ancianos tení­a el poder de admitir o excluir del culto a los miembros de la comunidad (Lc 6,22; 12,42; 16,2). En la iglesia primitiva se les llama presbí­teros, estaban al frente de la comunidad y constituí­an una verdadera corporación colegiada (Act 11,30; 14,23; 20,17; 21,18). —> í­n.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> presbí­teros). El tema de los ancianos está vinculado con los “presbí­teros”, que la Iglesia católica ha tomado como jerarquí­a básica (junto a los obispos). Pero aquí­ hemos preferido separarlos, tratando ahora del consejo israelita de ancianos y de los ancianos “honorarios” del Apocalipsis. En otra entrada nos ocupamos de los presbí­teros* en cuanto institución jerárquica cristiana.

(1) Israel. Institución directiva y judicial. Los padres de familia y jefes de clanes más extensos, llamados en general ancianos, tendí­an a ser primera autoridad de Israel, sobre todo en el tiempo de la federación* de tribus. Ciertamente, Gn 2-4 conserva la memoria de un primitivo poder matriarcal, de mujeres, dadoras de vida (Eva*). Pero luego esa memoria se ha borrado, de manera que las mujeres ya no aparecen como institución central del pueblo, ni en las genealogí­as oficiales de tribus, clanes y familias. En esa lí­nea, la primera historia bí­blica sanciona el recuerdo de los padres-patriarcas, que no son divinos (como en otros pueblos, que han adorado a los antepasados), pero sí­ muy importantes, pues constituyen un recuerdo de la elección y de las promesas de Dios: ellos (Abrahán*, Isaac, Jacob y los Doce) definen el Génesis del pueblo; sólo después viene el Exodo o nuevo nacimiento marcado por Moisés (legislador, garante de la Ley) y los caudillos militares (Jueces). Esta división (ancianos, legisladores, jueces) no destruye el poder de los ancí­anos, sino que lo ratifica, de manera que los patriarcas masculinos, jefes de familia ampliada, con siervos y parientes, constituyen la autoridad primera del pueblo. De esa forma, el poder de los patriarcas antiguos pasa al consejo de ancianos (zeqtienim), que son la autoridad más alta (y casi única) en la federación de tribus: son representantes de familias y clanes, que forman la asamblea permanente (legislativa, ejecutiva, judicial) del pueblo (cf. Ex 3,16.18; Nm 11,6.24; Dt 5,23; 19,12). Ellos han seguido siendo la institución judicial básica, desde la monarquí­a (1 Re 21,8-11) hasta el tiempo de Jesús (como indica la historia quizá simbólica de Jn 8,1-11, donde los ancianos son los que tienen el poder de condenar a la adúltera). En esa lí­nea, cada familia repite y encarna el modelo patriarcal, con el padre varón como representante de Dios y transmisor de las promesas, en lí­nea genealógica. En este contexto debemos incluir otras instituciones derivadas: matrimonio, hijos e, incluso, esclavos. En tiempo de Jesús, los ancianos forman, con sacerdotes y escribas, el Sanedrí­n o Consejo (Parlamento y Tribunal) del pueblo (cf. Mc 8,31 par) y dirigen de forma colegiada la comunidad israelita. Representan la tradición, que es signo de Dios y garantí­a de continuidad: son poder establecido de forma engendradora (masculina), orden genealógico. Jesús, en cambio, interpreta y presenta a los hombres y mujeres como hermanos, de manera que sólo Dios es Padre/Anciano para todos (cf. Mc 3,31-35; 10,28-30 y Mt 23,1-12). Los primeros ministros de la Iglesia no serán ancianos, sino servidores comunitarios.

(2) Apocalipsis. Institución honoraria (-> vivientes, trono). El Apocalipsis no alude directamente a los ancianos o presbí­teros* como dirigentes de las comunidades cristianas (en la tierra), pero los presenta en el cielo, como autoridad colegiada de alabanza, liturgos de gloria, junto al trono de Dios. “Alrededor del trono habí­a veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas” (Ap 4,4). Los tronos simbolizan el poder compartido (como en Dn 7,9) y los ancianos representan el Consejo divino; son testigos y consejeros de su autoridad. Son veinticuatro (dos por cada una de las doce tribus), simbolizando la totalidad de lo humano: rodean a Dios y celebran el triunfo del Cordero (Ap 4,4.10; 5,6.8.11.14; 7,11.13; 11,16; 14,2; 19,4). Pero ellos pueden simbolizar también otras instituciones y valores de la historia israelita y cristiana: (a) Pueden ser un consejo de ángeles, que formarí­an el entorno celeste de Dios, Sanedrí­n de espí­ritus, que rodean su trono y comparten (realizan) su poder sobre el universo, en dos grupos de doce, que son los astros (meses) primordiales. En esa lí­nea se situaba la epifaní­a de Dn 7, donde Dios aparece rodeado de espí­ritus celestes (lo mismo que en 1 Hen 14), de manera que se le llama el “Señor de los Espí­ritus”, (b) Pueden representar a los veinticuatro grupos de levitas, como aquellos que se iban turnando a lo largo del año en el templo (cf. Cr 24,7-18). Estos ancianos serí­an los oficiantes de la nueva liturgia cristiana, organizada como la de Israel, de forma sacral. (c) En esa lí­nea, podemos entenderlos como un compendio de la historia de la salvación, representada por los doce Patriarcas de Israel más los doce apóstoles del Cordero, unidos en Ap 21,12-14 (cf. los doce tronos de los apóstoles en Mt 19,28). El profeta Juan habrí­a proyectado en torno a Dios el modelo de una comunidad judeocristiana, dirigida por veinticuatro ancianos o presbí­teros, (d) Ancianos, autoridad colegiada. Conforme a lo anterior, los ancianos son un signo de la Iglesia cristiana perfecta, gobernada por un Consejo de doce o veinticuatro presbí­teros que el Apocalipsis habrí­a proyectado sobre el cielo, identificándolos con el coro de alabanza de Dios.

(3) Los presbí­teros. Una autoridad en el camino de la Iglesia. Se han defendido, con buenas razones, las cuatro interpretaciones anteriores de los ancianos y aun otras. Pero ellas no deben excluirse, ni imponerse como definitivas. Los presbí­teros forman parte de un momento concreto de la historia. Así­ podemos afirmar que son como la anticipación de un final en el que ya no son necesarios. Tengan el sentido que tuvieren, un coro de presbí­teros y profetas guí­a la liturgia y alabanza de los fieles, en el camino que se abre hacia un final de bodas donde su liturgia al fin cesa. Los profetas reflejarí­an el aspecto carismático de la Iglesia, el testi monio de la entrega de la vida. Los ancianos representarí­an el aspecto más institucional. Pues bien, unos y otros desaparecen en la escena final del Apocalipsis (Ap 21-22), como si hubieran cumplido su función y no fueran necesarios. De esa manera, los ancianos van apareciendo y cantan a lo largo del drama en que concluye y se cierra la historia (cf. Ap 5,6-14; 7,11.13; 11,16; 14,2; 19,4), pero al final del trayecto no actúan ya más (Ap 21,1-22,5), a no ser que los identifiquemos con los patriarcas y apóstoles (cf. 21,12-14), que quedan también en las puertas y cimientos de la muralla, fuera de la ciudad. Dentro, en la plaza de la gran ciudad de Dios, junto al rí­o de la Vida, con Dios y su Cordero, no habrá ya distinciones. No hay al fin Ancianos (= presbí­teros, varones) dirigiendo o representando a la comunidad, como entorno patriarcalista de Dios, sino que todos los hombres y mujeres vivirán en igualdad de amor, en amor definitivo.

Cf. R. DE Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985, 109124; X. Pikaza, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra