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ANTIOQUIA, ESCUELA TEOLOGICA DE

ANTIOQUIA, ESCUELA TEOLOGICA DE

Antioquí­a, como tercera gran ciudad del imperio romano, ofrecí­a unas condiciones parecidas a las de la capital de Egipto (–> Alejandrí­a, escuela teológica de) para el desarrollo de una ciencia de la fe cristiana. Filosóficamente, A. se sentí­a más ligada a la herencia de Aristóteles, la cual dejó su marca en la escuela teológica, tanto como la dependencia del pensamiento platónico la dejó en la escuela alejandrina. Filológicamente predomina el método de trabajo del judaí­smo rabí­nico, mientras en Alejandrí­a se tomó como modelo el método cientí­fico de los judí­os helenistas. La teologí­a antioquena está menos ligada que la alejandrina a un instituto fijo de enseñanza; más bien, los mismos métodos y fines aparecen en una serie de individualidades cientí­ficas, de las cuales algunas llegaron a influir en la formación de una escuela.

1. Apenas se puede esclarecer la prehistoria de la escuela, que según la voz unánime de la tradición fue fundada por Luciano de A. (‘i 312). El obispo de A. Pablo de Samosata (hasta el año 268) tuvo que defenderse contra la acusación de un monarquianismo dinámico.

Parece que desconocí­a una teologí­a elaborada del Logos. Consta con seguridad que en la doctrina de Dios usó el concepto de óItooúatos, el cual podí­a parecer apropiado para borrar la distinción personal entre el Padre y el Hijo. La condenación lanzada contra Pablo de Samosata puede explicar en parte la reserva posterior de los obispos orientales en el Niceno ante ese término.

La manera de argumentar de su adversario Malción, un presbí­tero que al mismo tiempo era director de una escuela griega de retórica, hace sospechar un conocimiento exacto de la dialéctica de Aristóteles. Además se acusó a Pablo de Samosata de que él negaba la filiación divina del Hijo, pues acentuaba unilateralmente la plena condición humana de Cristo. Pero, probablemente, la tesis contraria de los sí­nodos antioquenos tení­a como base el así­ llamado esquema Logossarx, lo cual podrí­a disculpar ampliamente al obispo, mientras cargarí­a sobre sus adversarios la responsabilidad de haber propulsado la doctrina errónea de Apolinar de Laodicea, defendida posteriormente en A. Se discute si el contemporáneo más joven de Pablo y Malción, Luciano de Antioquí­a, era partidario del obispo. En todo caso, a causa de sus opiniones doctrinales, también estuvo durante algún tiempo en contradicción con la Iglesia oficial. Su cuidadosa crí­tica de la Biblia (revisión de los LXX y recensión del Nuevo Testamento, al menos de los evangelios) muestra por primera vez el método del trabajo exegético, en el que destacó la escuela de A. Apoyándose en datos de Eusebio, algunos colocan al lado de Luciano a Doroteo de Antioquí­a como maestro, de quien se dice que poseí­a la misma sabidurí­a que aquél y, sobre todo, que dominaba totalmente el hebreo. Cabe señalar esta época como principio de la escuela teológica propiamente dicha, y el hecho de que la generación de discí­pulos se autodenominen » silucianistas» da testimonio de la importancia espiritual y de la fuerza del maestro Luciano para formar escuela.

No podemos saber con exactitud la doctrina trinitaria de Luciano; pero el subordinacionismo de su discí­pulo Arrio revela un tipo de pensamiento distinto del que era usual entre los epí­gonos de Orí­genes. Mientras que en la gran tradición eclesiástica, tanto de los apologetas como de los alejandrinos, hasta el concilio Niceno, al tratarse de un cambio del logos sólo se admitió una mutación real en la creación, pero no en el interior de Dios; Arrí­o convirtió la distinción de relaciones en una separación real. Hasta entonces, sobre todo los alejandrinos tomaban como base el concepto platónico de unidad para describir la esencia divina. Según la concepción platónica, la realidad propiamente dicha corresponde a la idea unificante, de la cual las cosas particulares reciben solamente una participación. Por el contrario, la concepción de Arrí­o acerca de los dos Logos y su rí­gido monoteí­smo se derivan de la idea negativa de unidad en Aristóteles. En efecto, según él la verdadera realidad es la individual, y ésta queda negada en la unidad abstracta.

El interés teológico del –> arrianismo sin duda va dirigido a proteger la absoluta unidad del Padre como el único Dios verdadero. Esta acentuación le induce a infravalorar al Logos, al cual él califica con las expresiones: «no eterno, no eterno como el Padre, no &yévvi-ros como él» (cf. ATANASIO, Ep. de synodis 16). Arrí­o y su influyente protector y «con-luciano» Eusebio de Nicomedia fueron poco conocidos por sus escritos, a excepción de algunas cartas.

2. Eustacio de Antioquí­a, que militaba en el bando opuesto, teológicamente procedí­a igualmente de la tradición escolar de A. El atacó en igual manera a Arrí­o con sus partidarios y al maestro alejandrino Orí­genes. Teniendo en cuenta sus precisas y ortodoxas afirmaciones cristológicas, no parece justificado considerarlo como sucesor de Pablo de Samosata o como precursor de Nestorio. En las disputas posnicenas destacaron Ecio de Antioquí­a y su discí­pulo Eunomio como adversarios de la decisión conciliar. Con ayuda de la doctrina aristotélica de las categorí­as y de la dialéctica sofista, llevaron consecuentemente hasta el final la doctrina errónea de Arrí­o y negaron incluso la semejanza del Hijo con el Padre divino.

3. La escuela de Diodoro de Tarso (+ 394) constituyó un nuevo punto de arranque; él estuvo unido con la anterior tradición antioquena sólo por su método y por sus tesis teológicas. Sus discí­pulos más famosos fueron Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia, en cuya generación la escuela antioquena alcanzó un perí­odo de gran esplendor. Aunque en numerosos comentarios Diodoro cultiva su exégesis, en oposición consciente a la interpretación alegórico-mí­stica de los alejandrinos, sin embargo, con su exégesis histórico-gramatical él va más allá de «la letra desnuda».

Esto se pone de manifiesto sobre todo por su distinción entre allegorí­a y theorí­a, a base de la cual él intenta solucionar un problema importante de la hermenéutica bí­blica. La consideración espiritual de un texto (theorí­a) hace posible unir la inteligencia histórica del Antiguo Testamento con una interpretación referida a Cristo y a su reino. Así­ se halla un término medio entre la arbitrariedad alegórica de Filón y la interpretación literal del judaí­smo rabí­nico. Diodoro formula también por primera vez lo que después recibió el nombre de «cristologí­a antioquena». Así­ como él defiende decididamente contra los arrianos la divinidad plena del Hijo, acentúa igualmente contra Apolinar que en la encarnación el Logos ha asumido í­ntegramente la naturaleza humana. Así­ se llega en el pensamiento antioqueno a una fuerte separación en Jesucristo entre el que es Hijo de Dios y el que es hijo de Marí­a y, con ello, de David. Mas, para no renunciar a la unidad, Diodoro asegura que «no son dos hijos» (Adv. Synousiastas, fragmento 30s), si bien no consigue exponer esta unidad en forma conceptualmente satisfactoria.

4. Juan Crisóstomo, antioqueno nativo, que adquirió parte de su formación en la escuela del famoso retórico pagano Libanio, tiene el mérito de haber puesto la exégesis de la escuela teológica totalmente al servicio del apostolado y, más concretamente, de la predicación. La predicación fue el gran afán de su vida; a ella debí­an servir sus numerosos comentarios cientí­ficos. El primer fin de su predicación es revalorizar el sentido literal, y por eso se complace en anteponer a su exégesis una explicación histórica y no teme entrar en dificultades gramaticales. Rechaza explí­citamente el método alegórico de los alejandrinos. En cambio, él resalta con gusto el carácter tí­pico de la antigua alianza, de manera que a su juicio en el arca estaba simbolizada la Iglesia y Noé prefiguraba a Cristo. Crisóstomo desarrolla repetidamente un peculiar virtuosismo retórico en la conexión parenética de la ciencia con la vida. En la historia de los dogmas él apenas aporta ningún progreso, pero es un buen testigo del estado de la teologí­a griega hacia finales del s. iv, aunque generalmente evita toda intervención en las cuestiones delicadas de la cristologí­a. Se puede valorar como expresión de una sobriedad tí­picamente antioquena el que él no se una a otros padres de la Iglesia en sus elogios de Marí­a, a la cual no llama ni theotokos ni anthropotokos.

5. Teodoro de Mopsuestia, por el contrario, empuja el desarrollo doctrinal por el hecho de que saca consecuencias de los arriesgados principios de su maestro Diodoro. Habiendo recibido de Libanio, lo mismo que Crisóstomo, la formación retórica, Teodoro fue el mayor exegeta de la escuela antioquena, ya que él comentó casi toda la Biblia. La acusación de que él, al centrar su exégesis en el sentido puramente literal de la Escritura, sigue un método propiamente judí­o (LEONCIO DE BiZANCIO, Adv. Nestorium et Eutychem, 111, 15: tou8aaixw5), no es totalmente justa, como lo demuestra la explicación cristológica de cuatro salmos por lo menos (2; 8; 44; 109). De todos modos, una exagerada crí­tica bí­blica le llevó a denegar el rango canónico a algunos escritos de ambos Testamentos, pues en el Cantar de los cantares o en el libro de Job, p. ej., Teodoro querí­a aferrarse a una interpretación puramente literal. En la cuestión cristológica consiguió elaborar con claridad la terminologí­a relativa a la doctrina de las dos naturalezas, definida por primera vez contra el apolinarismo en el año 451 (Cristo = Logos-hombre; no simplemente = Logos-sarx).

Sin embargo, más tarde tuvo que provocar escándalo el que Teodoro pensara que la integridad de la naturaleza humana incluye necesariamente la personalidad. De ahí­ se sigue la existencia de dos personas en Cristo. Mas como el Logos «habita dentro» del hombre jesús, Teodoro habla en vistas a esta unión de una persona (De incarnatione, r, 8). Mientras él vivió, su teologí­a no fue impugnada. Si ya Cirilo Alejandrino escribió contra él, y el concilio segundo de Constantinopla condenó en el año 553 sus escritos junto con los «tres capí­tulos», la causa de esto parece radicar: más en una terminologí­a insuficiente y por tanto tergiversada, que en la doctrina defendida por Teodoro.

6. También el discí­pulo de Teodoro, Nestorio, por cuyas enseñanzas las tensiones entre los adictos a la teologí­a antioquena y los adictos a la escuela alejandrina desembocaron en una lucha abierta, probablemente quiso mantenerse fiel a la fe ortodoxa. Partiendo de la concepción antioquena, tení­a que oponerse a la fórmula adoptada por Cirilo en Alejandrí­a (mí­a fysis tou theou logou sesarkomene), la cual era atribuida a Atanasio, aunque en realidad procedí­a de Apolinar. Es lí­cito admitirla si la palabra fysis se entiende en un sentido concreto, como un ente dotado de actividad propia, idea que nosotros expresarí­amos, no con el vocablo «naturaleza», sino con los términos «unidad de ser».

Mas si por fysis se entiende la «naturaleza» en sentido abstracto -como sucedí­a en Antioquí­a-, la fórmula debe rechazarse por su sabor «monofisita». Para evitar el concepto erróneo de una mezcla (krasis) de la divinidad y de la humanidad del Logos en una única naturaleza, Nestorio acentúa siempre la integridad de cada una de las dos naturalezas en Cristo, si bien él quiere decididamente mantenerse lejos de la idea de «dos hijos». Por otro lado, Nestorio no muestra claramente cómo dos fyseis distintas pueden llegar a integrarse en una unidad personal. Pues el «único prosopon que él establece en Cristo, en el cual se unen xaTW8ox(av los dos «apóaw7ra de las naturalezas» de la divinidad y de la humanidad, no excluye la interpretación de que las naturalezas se unen solamente en un sentido moral.

El conflicto se encendió sobre todo a causa de su intento de sustituir el tí­tulo mariano de OeoTóxoc por el de xptwroTóxoS, para dejar en claro que lo engendrado por Marí­a fue, no la divinidad, sino el hombre indisolublemente unido a la divinidad. Para describir la plena realidad de la naturaleza humana, Nestorio habló insistentemente de que Jesucristo «ha aprendido obediencia» y se ha hecho perfecto; y por eso se le imputa la doctrina adopcionista de una «prueba». Aquí­ la teologí­a antioquena roza también los problemas del –>pelagianismo, en cuanto la doctrina voluntarista de una prueba sobrevalora el poder de la naturaleza humana. Hemos de tener en cuenta además que, junto a razones teológicas, eran sobre todo rivalidades eclesiásticas y polí­ticas entre los patriarcas de Alejandrí­a y Constantinopla, de donde Nestorio habí­a sido nombrado obispo, las que hací­an fuerza para una condenación.

7. El defensor más eficaz de Nestorio fue Teodoreto de Gro, a quien propiamente no se puede incluir en la serie de maestros y discí­pulos antioquenos, aunque con seguridad estaba marcado con el sello teológico de esa escuela. Sin que jamás aprobara totalmente la doctrina de Nestorio, lo cual le permitió distanciarse de él en Calcedonio para poder tomar parte en el Concilio como «maestro ortodoxo»; sin embargo, él rechazó su condenación, promovida por Cirilo. Probablemente Teodoreto contribuyó a través de su esfuerzo teológico a que en el año 433 ambos partidos aceptaran una fórmula de concordia. El apeló con éxito al papa León i contra su deposición por el «sí­nodo del latrocinio» (449). Teodoreto compendia en sus amplios trabajos exegéticos las aportaciones de la escuela antioquena, de tal manera que eso le caracteriza como el último representante de una tradición famosa. Después de él empieza el trabajo de los compiladores y de los comentarios en cadena, signo claro de que la decadencia ha comenzado. Hasta final del s. v se puede perseguir en Edesa, en el norte de Mesopotamia, las huellas de la gran escuela de Diodoro.

Friedrich Normann

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica