ANUNCIACION

en el mes sexto, como lo refiere el evangelista Lucas, y se entiende después de la concepción del Precursor Juan Bautista, le fue enviado por Dios a Marí­a el ángel Gabriel, estando ésta en Nazaret, a anunciarle que serí­a la madre del Salvador del mundo Lc 1, 26-38.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

La palabra en sí­ no aparece en las Escrituras pero es el nombre que se le da al anuncio que hizo el ángel Gabriel a Marí­a de que concebirí­a y darí­a a luz un hijo que serí­a llamado Jesús (Luk 1:26-38).

Se usa la palabra también para el festival que se realiza el 25 de marzo (9 meses antes de Navidad) para celebrar la visitación de Gabriel a la virgen Marí­a.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

[253]

Misterio que recoge S. Lucas (Lc. 1. 26-38) sobre el anuncio que Marí­a recibe sobre su elección como Madre del Mesí­as que en ella se iba a encarnar.

Litúrgicamente alude a la fiesta conmemorativa que se celebra en la Iglesia Occidental el 25 de Marzo. (Ver Mariana, devoción.7)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El anuncio del ángel

La “anunciación” del ángel a Marí­a señala la llegada de “la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4). Las palabras del ángel indican algunas circunstancias del misterio de la Encarnación, puesto que Marí­a concebirá al Hijo del Altí­simo por obra del Espí­ritu Santo (Lc 1,35; Mt 1,20), a quien pondrá por nombre “Jesús”, es decir, Salvador. Al mismo tiempo, a Marí­a se la llama “llena de gracia” (Lc 1,28), como amada por Dios de modo especial. La escena de la anunciación termina con el “sí­” (fiat) de Marí­a “Hágase en mí­ según tu palabra” (Lc 1,38).

La narración según San Lucas tiene el trasfondo de otros pasajes del Antiguo Testamento, como para indicar la clave de lectura de un hecho que aconteció así­, y que ahora es presentado con indicaciones literarias y teológicas para mejor comprensión de su lectura Sof 3,14ss (el gozo de la Hija de Sión Lc 1,28ss), Is 9,6 (el Mesí­as Rey; Lc 1,32-33), Ex 40,35 (la nube de la gloria de Dios Lc 1,35), etc.

La Hija de Sión, la “llena de gracia”

Hay que notar especialmente el paralelo de Marí­a con “la Hija de Sión” (Sof 3,14ss), porque recibe con fidelidad al Salvador y Rey que trae el gozo salví­fico. En efecto, el Salvador es para todas las generaciones (Lc 1,50) y para todo el pueblo (Lc 2,10). El “gozo” que Marí­a canta en el Magnificat (Lc 1,47), es anuncio de la buena nueva (anuncio gozoso, “eu-angello”) para todas las gentes. Marí­a personifica a la comunidad mesiánica que recibe al Salvador para anunciarlo y comunicarlo a toda la humanidad. Su capacidad contemplativa ante la palabra se convierte en transparencia del misterio de Cristo para todos los pueblos (Lc 2, 19-20).

El tí­tulo de “llena de gracia” (kejaritomene) (Lc 1,,28) significa que ha sido plenamente “transformada” por la acción salví­fica y gratuita de Dios. El don (“gracia”), que ha recibido es conforme a su misión de Madre de Dios y de asociada a Cristo (según los planes salví­ficos de Dios), como amada y elegida por Dios de modo permanente. Marí­a es “toda santa”, sin pecado personal ni original, siempre fiel y abierta a la acción de la gracia.

Marí­a, modelo de fe para la Iglesia

Marí­a, según el texto de Lucas, es consciente de la misión que se le ha anunciado, sobre el Hijo del Altí­simo que será concebido virginalmente en su seno por obra del Espí­ritu Santo, según las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento. Su conocimiento era sapiencial, a la luz de la fe, no en el campo de los conceptos técnicos. Por esto, su “sí­” es plenamente libre y voluntario, también respecto a la virginidad (cfr. Lc 1,34-35; Is 7,14).

Desde la Anunciación, Marí­a aparece como modelo de la fe de la comunidad eclesial personificada en la Hija de Sión (cfr. Lc 1,45; Sof 3,14), especialmente por su “sí­” a la nueva Alianza (cfr. Lc 1,38; Ex 24,7), por su alabanza a Dios (Magnificat en relación con los salmos), por la contemplación de la palabra en su corazón (Lc 2,19.51), por su vida escondida con Cristo en Nazaret (Lc 2, 39-52)), por su presencia en medio de la comunidad eclesial (Hech 1,14). En el evangelio según San Juan, la relación con la Iglesia se expresa con el tí­tulo de “la mujer” que es fiel a la Alianza esponsal (Caná y Calvario). “A partir del “fiat” de la humilde esclava del Señor, la humanidad comienza su retorno a Dios” (MC 28).

Referencias Ave Marí­a, Encarnación, Jesucristo, Magní­ficat, Marí­a, Tipo de la Iglesia.

Lectura de documentos LG 56; MC 28; CEC 484-486, 494, 721-726, 2617.

Bibliografí­a R.E. BROWN, The Birth of the Messiah A Commentary on the Infancy Narratives in Matthew and Luke (Garden City, Doubleday, 1977); J. DANIELOU, Les Evangiles de l’Enfance (Paris 1967); O. DA SPINETOLI, Introduzione ai Vangeli dell’Infanzia (Brescia 1967); I. DE LA POTTERIE, Mary in the Mystery of the Covenant (New Yok, Alba House, 1992 (parte 1ª, cap.1); A. FEUILLET, Le Saveur méssianique et sa mère dans les récits de l’enfance de saint Matthieu et de saint Luc (Lib. Edit. Vaticana 1990); J. FITZMYER, Luca teologo, aspetti del suo insegnamento (Brescia, Queriniana, 1991); A. GUERET, L’engendrement d’un récit. L’Evangile de l’Enfance sélon saint Luc (Paris, Cerf, 1983; R. LAURENTIN, Structure et théologie de Luc I-II (Paris 1957); E.G. MORI, Anunciación del Señor, en Nuevo Diccionario de Mariologí­a (Madrid, Paulinas, 1988) 143-153; S. MUí‘OZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia (Madrid 1983-1987); A. ORBE, Annunciación ( BAC, Madrid, 1976); A. SERRA, E c’era la Madre di Gesù…, saggi di esegesi biblico-mariana (1978-1988) (Roma, Marianum, 1989); Idem, Nato da Donna…, ricerche bibliche su Maria di Nazaret (1989-1992) (Roma, Marianum, 1992).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

1. Zacarí­as

(-> Juan Bautista). Hay en el Antiguo Testamento diversos relatos en los que se anuncia el nacimiento y se presenta la figura de algunos personajes importantes, como Ismael (Gn 16,10-12), Isaac (Gn 18,9-15), Sansón (Je 13), Samuel (1 Sm 1) e incluso Gedeón (Je 6,11-24). Las anunciaciones suelen seguir un esquema semejante, en el que se incluyen estos momentos: presentación del sujeto, aparición de un ser celeste, turbación del sujeto, mensaje del ser celeste, pregunta del sujeto, signo y despedida o marcha del ser celeste. Por la importancia que tienen para el cristianismo evocamos dos anunciaciones del Nuevo Testamento: la de Zacarí­as y la de Marí­a, la madre de Jesús. La primera es la de Zacarí­as (Lc 1,5-25), un relato ejemplar que sirve para introducir el nacimiento y misión de Juan Bautista.

(1) Presentación. Espacio sagrado. Zacarí­as es sacerdote. Su lugar es el templo. “Hubo en los dí­as de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarí­as, de la clase de Abí­as; su mujer era de las hijas de Aarón y se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tení­an hijos, porque Isabel era estéril. Ambos eran ya de edad avanzada. Aconteció que ejerciendo Zacarí­as el sacerdocio delante de Dios, según el orden de su clase, le tocó en suerte entrar, conforme a la costumbre del sacerdocio, en el santuario del Señor para ofrecer el incienso” (Lc 1,5-9). Zacarí­as, sacerdote estéril, oficia sobre el santuario. Lc ha tocado el turno (pertenece a la clase sacerdotal de Abí­as, la octava de las veinticuatro: cf. 1 Cr 24,10) y en nombre de los restantes sacerdotes de Israel, signo del pueblo entero, como liturgo de una humanidad que alaba a Dios, debe oficiar con el incensario dentro del templo. No penetra en el Santo de los Santos, donde sólo el Sumo Sacerdote puede introducirse una vez al año, intercediendo de un modo oficial por los pecados del pueblo entero (cf. Lv 16), sino en el naos o Santo, el espacio de alabanza y plegaria cotidiana de los sacerdotes. La gente queda fuera. Participa del culto en aquello que el culto tiene de visible para los israelitas varones que pueden acercarse al patio de los sacrificios. Todos contribuyen en el culto diario, pero sólo el sacerdote con vestidos sagrados penetra en el Santo, naos de Dios, con el incensario de la gloria y perfume, del fuego sacral, balanceándose en sus manos. Allí­ entra Zacarí­as y allí­ le espera el ángel* de Dios, rostro visible del mismo ser divino, que se abre hacia los hombres para comunicarles su misterio. Zacarí­as sabe que Dios habita en ese espacio sacral, pero no ha esperado a su ángel de esa forma. Por eso teme. Desde el lugar de Dios habla su ángel. Es como si todo el Antiguo Testamento viniera a culminar en su palabra.

(2) Palabra del ángel: ¡tendrás un hijo! El culto de Israel se concentra y culmina en ese gesto del ángel que habla. “No temas, Zacarí­as, porque ha sido escuchada tu plegaria y tu mujer engendrará un hijo para ti y le pondrás por nombre Juan” (Lc 1,13). La sacralidad del templo se pone al servicio de ese hijo. En un primer momento podemos suponer que Dios mismo ratifica desde el santuario la esperanza del anciano sacerdote, dándole un vástago que pueda renovar el árbol muerto de su genealogí­a. En esa lí­nea ha de entenderse la expresión “engendrará un hijo para ti” (soi): en el centro de atención emerge la función genealógica, sacerdotal del viejo padre. La preocu pación de Zacarí­as era no tener descendencia. Si todos los sacerdotes de Israel (con sus esposas) resultaran estériles, el mundo sacral acabarí­a: no podrí­an elevarse sacrificios sobre el templo; cesarí­a la liturgia, el mismo pueblo israelita vendrí­a a terminarse. Por eso se destaca desde antiguo la promesa de la descendencia sacerdotal en los levitas y en los hijos de Aarón. De esa forma puede mantenerse, también a través de Zacarí­as y su hijo (por supuesto, un varón), la alianza eterna de Dios con Leví­, con Aarón, con los sacerdotes (cf. Nm 3; 1 Cr 6.9). La escena resultaba hasta ahora transparente: es como si el mismo Dios ratificara la esperanza sacral de su pueblo. La promesa del ángel podrí­a haber terminado aquí­. Todo habrí­a recibido así­ pleno sentido, dentro de la estructura sacral israelita. Pero el ángel continúa con palabra sorprendente.

(3) Un nazareo*, hijo profeta. “Y será alegrí­a y gozo y muchos se alegrarán en su nacimiento, pues será grande delante del Señor, y no beberá vino ni sidra, y le llenará el Espí­ritu Santo desde el vientre de su madre; y convertirá a muchos israelitas al Señor su Dios; y él mismo irá delante del Señor, con el espí­ritu y fuerza de Elias, para hacer que los hijos tengan el corazón de los padres y los rebeldes la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1,14-17). El hijo esperado del buen sacerdote no será ya sacerdote, no destacará por sus rasgos sacrales. Desaparece la función del templo, no se habla ya de sacrificios ni de incienso. El hijo del anciano sacerdote será nazareo y profeta, (a) Nazareo, consagrado, es alguien que renuncia por ascesis fuerte al vino y la bebida fermentada (= sidra); se aparta de la vida ordinaria del pueblo, no asiste a los banquetes, no crea comunión de amor con otros fieles (cf. Nm 6,2-21). El hijo del sacerdote será nazareo, duro asceta que prepara con su misma vida la llegada de Dios sobre la tierra: vivirá al servicio de la transformación del pueblo entero, comprometido incluso a participar en lo que suele llamarse guerra santa o combate en favor de Yahvé y de sus principios religiosos, (b) Profeta es quien habla y actúa al servicio de la causa de Dios. El hijo del sacerdote será profeta como Elias (cf. 1 Re 17-19; 2 Re 1-2), portador de conversión y fue go. Amplios cí­rculos del judaismo esperaban la vuelta de Elias, escondido o raptado en Dios (no muerto), que vendrá para transformar al pueblo y preparar la llegada de Dios. Esa esperanza está en el fondo de una visión popular de Jesús (cf. Mc 6,15; 8,28) y ha sido ratificada por el mismo Evangelio al presentar a Elias con Moisés como testigos de Jesús en el Tabor (cf. Mc 9,2-8).

(4) Zacarí­as, un hombre de frontera. Zacarí­as se inscribe dentro de la espera sacerdotal israelita, en el contexto de la alianza de Aarón. Pero al mismo tiempo desborda ese nivel: necesita y quiere la conversión de su pueblo; de la vena más profunda de su vida y pensamiento sacral ha brotado esta palabra que le anuncia el ángel en el templo. En la frontera donde sacerdocio y profecí­a se vinculan, allí­ donde el sacerdote abre su espí­ritu y tiende por un lado hacia la transformación apocalí­ptica y por otro hacia la guerra santa, en defensa de su pueblo, nos sitúa este sacerdote. Por un lado, Lucas le presenta sobre el templo de Jerusalén, ratificando de esa forma la continuidad del templo y de sus sacerdotes legí­timos, en contra del rechazo y condena de algunos grupos de renovación, como los de Qumrán. Por otro lado, aun vinculándose al culto oficial del templo, donde Dios le habla por su ángel, Zacarí­as aparece vinculado a una esperanza que desborda los lí­mites del templo y que se expresa por su hijo prometido, que será nazir y profeta de Dios.

Cf. M. COLERIDGE, Nueva lectura de la infancia de Jesils. La narrativa como cristologí­a en Lucas 1-2, El Almendro, Córdoba 2000; C. ESCUDERO FREIRE, Devolver el evangelio a los pobres. Apropósito de Lc 1-2, BEB 19, Sí­gueme, Salamanca 1978; S. MUí‘OZ IGLESIAS, Los Evangelios de la Infancia I-IV, BAC, Madrid 1987.

ANUNCIACIí“N
2. Marí­a

Lucas ha redactado la Anunciación a Marí­a (Lc 1,26-38) en paralelo con la anunciación a Zacarí­as. El texto comienza así­: “Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era Marí­a. Entrando el ángel en el lugar donde ella estaba, dijo: ¡Alégrate, agraciada de Dios! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres…” (Lc 1,26-28). Las diferencias con respecto a la anunciación de Zacarí­as son claras: estamos en Nazaret, no en el templo de Jerusalén; estamos ante una mujer, no ante un sacerdote… Sobre esa base puede entenderse el conjunto del texto, que dividimos como sigue.

(1) Introducción (Lc 1,27-28). El ángel de Dios que se llama Gabriel (que significa “poder de Dios”), que aquí­ no es un ángel separado (como en Dn 8,16; 9,21), sino el mismo Dios (es el Angelos Kyrioti, el Malak Yahvé o Dios mensajero del Antiguo Testamento), saluda a Marí­a (¡Ave, alégrate!) y ella se extraña y turba porque ese saludo rompe los esquemas normales de palabra y cortesí­a de este mundo. Suele ser el inferior el que comienza presentando sus respetos; aquí­ es Dios, ser Supremo, quien se inclina ante Marí­a y le ofrece su presencia.

(2) Promesa y objeción (Lc 1,29-34). Ella se turba y Dios le tranquiliza (¡no temas!), prometiéndole precisamente aquello que Marí­a, como buena israelita y madre, habí­a deseado más que nada sobre el mundo: “¡Concebirás, tendrás un hijo, será grande, y Dios mismo le dará el trono de David su padre!”. Su hijo cumplirá la esperanza de Israel, el sueño y deseo de la humanidad entera. Pero Marí­a se atreve a objetar al mismo Dios: “¡no conozco varón!”. De esa forma se coloca en manos de Dios, desde su misma carencia, que se convierte aquí­ en plenitud. Marí­a supera el deseo más normal de muchas mujeres que, como Eva, ansian al marido, siendo dominadas por él (cf. Gn 3,16). Marí­a no conoce (¿no quiere conocer?) varón, estando, sin embargo, desposada; desde esa situación paradójica trasciende el nivel en que se sitúa el deseo de la mujer hacia el hombre, de manera que pudiéramos pensar que ella desea al mismo Dios a quien dice que no conoce varón.

(3) Espí­ritu de Dios y voluntad de Marí­a (Lc 1,35-38). Dios acepta el argumento de Marí­a. Ella le ha dicho que no se ha situado (¿no quiere situarse?) en la lí­nea de generaciones de la historia, como una mujer más en la espiral de deseos y conocimiento de varones. Dios acepta y responde a Marí­a diciéndole que ponga su vida a la luz del más hondo deseo y poder de Dios: “El Espí­ ritu Santo vendrá sobre ti…”. Al escuchar esa propuesta, ella responde libremente: “¡Hágase en mí­ según tu palabra!”. Voluntad de Dios (Espí­ritu Santo) y voluntad de Marí­a se han unido: Marí­a ha dejado que Dios haga (genoito), que cumpla por medio de ella su Palabra. Ellos ya no son dos seres separados, cada uno por su rumbo, Dios por un lado, Marí­a por otro. Dios y Marí­a comparten un camino a través del Espí­ritu. De esa manera se ha unido el deseo de Dios y el deseo de Marí­a: Dios quiere como Padre que su Hijo nazca en la historia de los hombres; para eso necesita y busca la colaboración libre de Marí­a; Marí­a pone su más honda fecundidad de mujer, persona y madre, al servicio de la manifestación salvadora de Dios. Se han juntado así­ dos voluntades, dos deseos, dos palabras: la de Dios y la de Marí­a. Así­ han colaborado: Dios todopoderoso necesita que Marí­a le escuche, que confí­e y responda con toda su persona (cuerpo y alma) para que su Hijo se encarne entre los hombres; Marí­a necesita que Dios se revele, que actúe a través de ella (con ella), para realizar de esa manera su más hondo deseo de mujer y de persona.

(4) Ampliación. La gracia de Dios en Marí­a. Las reflexiones anteriores han vinculado esta anunciación con el relato de la creación y caí­da de Gn 2-3. Pues bien, ahora podemos decir que el pecado original de Gn 2-3 era el mismo deseo de hombre que se escinde de Dios y que se encierra en un cí­rculo de falso endiosamiento que termina siendo fuente de ruptura personal y de angustia que conduce hacia la muerte. Pues bien, ahora se expresa la gracia original: Dios y el hombre (Marí­a) han dialogado en libertad, se han unido los dos en un mismo deseo, poniendo cada uno lo más hondo de su vida en manos del otro. Dios como Padre ha confiado en Marí­a, entregándole su tesoro más hondo y perfecto, la riqueza y gracia de su vida, el Hijo eterno. Por su parte, Marí­a ha puesto en manos de Dios lo que ella es (como mujer, persona) y lo que ella puede engendrar (su mismo hijo). En este trueque o intercambio, que la liturgia católica suele presentar como admirable comercio, Dios se expresa plenamente como divino (Padre) sobre el mundo y Marí­a viene a realizarse en plenitud como persona huma na en gracia. En esa lí­nea, los católicos se atreven a decir, partiendo de este mismo pasaje (Lc 1,26-38), que Marí­a es Inmaculada, es decir, que ella supera, por gracia de Dios, el pecado de la historia humana, abriendo un camino a través del cual otros muchos, como ella, pueden también superar el pecado. Quizá podamos decir que se va haciendo Inmaculada al dialogar con Dios en plenitud, sin egoí­smo. Allí­ donde un frágil ser humano (una mujer y no una diosa, una persona de la tierra y no una especie de monstruosa potencia sobrehumana) puede escuchar a Dios en libertad y dialogar con él en transparencia surge el gran milagro: nace el ser humano desde Dios, el mismo Hijo divino puede ya existir en nuestra tierra. No quiere Dios el sometimiento de Marí­a, no busca su silencio, ni se impone sobre ella como los dioses griegos violadores de mujeres (sobre todo Zeus). Dios la quiere a ella, en persona: desea su colaboración; por eso le habla y espera su respuesta. Por eso, esta escena de Anunciación podrí­a titularse “diálogo de consentimiento mutuo”: Marí­a ha respondido a Dios en gesto de confianza sin fisuras; ha confiado en él, le ha dado su palabra de mujer, persona y madre. Por su parte, Dios ha confiado en Marí­a. Ella y Dios se han vinculado a través del Hijo común, que es hijo de Dios, siendo hijo de la misma historia humana (de Marí­a). Este es el misterio, éste el enigma: que Dios puede querer, con su propio ser divino e infinito, lo que quiere una mujer; y que una Mujer pueda desear en cuerpo y alma (en carne y sangre, en espí­ritu y en gracia) aquello que Dios quiere. Ciertamente son distintos, pero ambos se han unido para compartir una misma historia de amor y gracia, la historia del Hijo eterno y Cristo de los hombres.

Cf. R. E. Brown, El nacimiento del Mesí­as, Cristiandad, Madrid 1982; J. McHugh, La Madre de Jesús en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, Bilbao 1978; Ch. Perrot, Los relatos de la infancia de Jesús. Mt 1-2 y Lc 1-2, CB 18, Verbo Divino, Estella 1987.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Designa el anuncio (latí­n nuntium) del ángel Gabriel a Marí­a de la intención que Dios tení­a de insertarla en su proyecto de salvación de la humanidad a través de su consentimiento para hacer miembro de la familia humana al Mesí­as, Hijo del Altí­simo. Para algunos autores, más que de anuncio se tratarí­a de una revelación (apocalipsis) de las intenciones divinas definitivas de salvación a Marí­a y a la humanidad; para otros, habrí­a que hablar más bien de vocación de Marí­a a ser Madre de Cristo. Estos tres aspectos no se excluyen, sino que se integran de forma admirable.

Sólo Lucas nos narra el episodio (cf. Lc 1,26-38), dándole una forma literariamente sugestiva y cargándolo de significados teológicos profundos, El evangelista introdujo este trozo al principio de su evangelio, donde narra el nacimiento y la infancia de Aquel a quien la comunidad cristiana después de su resurrección confesaba clara y abiertamente como Señor e Hijo de Dios. El texto está lleno de alusiones y recuerdos de las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento, vistas como ya realizadas plenamente en el hijo que Marí­a se ve invitada a concebir. El objeto central del episodio está constituido por el anuncio de la concepción del Mesí­as de Dios; es por tanto de carácter cristológico; pero ya que Marí­a, como Madre suya, se ve intima e indisolublemente implicada en aquel gran acontecimiento, su misión sublime y su dignidad de Madre de Dios constí­tuyen un segundo tema fundamental, aunque subordinado.

Elementos destacados del episodio.a) El anuncio de la llegada de los tiempos mesiánicos, caracterizados por la realización de la salvación de Dios que llena de gozo a la humanidad: así­ aparece en la invitación dirigida por el ángel a Marí­a: “alégrate” (gr. chaire), que es un eco de otras invitaciones análogas dirigidas por algunos profetas a la “Hija de Sión” (Israel) en su anuncio de los tiempos mesiánicos en nombre de Dios (cf. Sof3,14; Zacg,g; J12,21.27. etc.).

b) La concepción y el nacimiento del Hijo del Altí­simo, – del Mesí­as, hijo de David, e incluso -más radicalmente- Hijo de Dios, gracias a una intervención extraordinaria del poder del Espí­ritu de Dios (cf. Lc 2,30-35). Con una clara referencia al vaticinio mesiánico del profeta Natán a David (cf. 2 Sm 7 12-16) y a la profecí­a de 1s 7 14 sobre la “virgen” (almah) que dará a luz a un hijo, el ángel anuncia a Marí­a la maternidad mesiánica; más aún, refiriéndose a la bajada y ~ a la presencia santificadora de Dios a su pueblo con su sombra en el tabernáculo (cf. Ex 40,35; Nm 8,18.22; 10,34) y con su nube en el templo (cf. 1 Re ~,10-l3. 2 Cr 5,13-14; 6,1; Lv 16.1-2), le comunica que quedará cubierta por la sombra del Espí­ritu divino, y que por eso concebirá y dará a luz, de una forma totalmente extraordinaria, a un hijo que será el “Santo’, o bien el Hijo de Dios de modo absolutamente distinto de como se le entendí­a en el contexto de las esperanzas mesiánicas del judaí­smo.

c) La predilección singular de Dios por Marí­a y la misión particular que le confí­a. La Joven de Nazaret es la “llena de gracia” (kecharitoméne, de la raí­z charis, gracia, favor), o mejor, la “agraciada”, la “privilegiada”, la “favorecida’ de manera única por Dios (cf.

2,28), destinada por él para abrir la era mesiánica. El participio “privilegiada” señala, por así­ decirlo, el nombre nuevo que Dios da a Marí­a a través del ángel; indica un favor y un amor divino singularí­simo para con ella. Esto constituirá la base de toda la reflexión teológica sobre Marí­a a lo largo de los siglos.

d) El consentimiento de la †œsierva del Señor† con espí­ritu de obediencia y de fe en los designios del Altí­simo:
“Aquí­ está la esclava del Señor, que me suceda según dices† (Lc 1,38). La respuesta afirmativa de Marí­a constituye la cima del diálogo entre ella y el enviado divino. Es el fí­at de la Virgen a su Dios, con el que se coloca en aquella serie tan numerosa de siervos del Señor de su pueblo y se declara totalmente disponible ljara la realización de los designios de Dios sobre ella y sobre la humanidad entera, poniendo la libertad humana en sintoní­a con la urgente invitación del amor divino, para que por medio de una alianza semejante Dios vuelva a ser el Señor de la vida del hombre y éste pueda experimentar la salvación, la redención y la esperanza que Dios le ofrece. De este modo Marí­a realiza de la forma más auténtica y plena la substancia de la “fe” en la perspectiva bí­blica; con ello comienza un camino de fe, que la llevará a compartir con su Hijo los gozos y los sufrimientos (cf. Jn 19,25-27) incluidos en la realización de la obra de salvación del Padre.

La Anunciación es el acontecimiento que abre el Nuevo Testamento. En él Dios dice su sí­ definitivo y más alto a la humanidad, y ésta en Marí­a inaugura su historia de amor con su Dios hecho carne en ella y . por ella (Jn 1,14; Gál 4,4), el “Dios con nosotros”, de una forma infinitamente más alta que las esperanzas del profeta lsaí­as (1s 7 14).

El cielo besa definitivamente a la tierra y ésta se abre al abrazo divino en Marí­a, comenzando aquel camino de unión í­ntima de amor con Dios, que encontrará su cumplimiento en el establecimiento pleno y definitivo del Reino mesiánico del Hijo de la Virgen (cf. 1s 2,33), término de aquel camino de fe que es disponibilidad para dejarse guiar por Dios y para construir la propia historia sobre la confianza puesta en su palabra. La piedad y la teologí­a de la Iglesia a lo largo de los siglos han visto en la Anunciación estos profundos contenidos de fe y han colocado en el centro este acontecimiento de gracia divina y de disponibilidad y obediencia humanas. A partir de la Edad Media el acontecimiento de la Anunciación ha sido uno de los temas preferidos de la representación artí­stica cristiana.

Por lo que se refiere a la Anunciación como fiesta litúrgica, hay que decir que la comunidad cristiana celebró desde el s. VI la Natividad de Jesucristo y correlativamente hizo memoria del mensaje del ángel a Marí­a. Antes del s. VII no tenemos noticias de una celebración de la fiesta de la Anunciación un dí­a determinado, e125 de marzo. Es interesante la variedad de designaciones de este dí­a festivo: “Anunciación de la bienaventurada virgen Marí­a”, “Anunciación del ángel a la bienaventurada virgen Marí­a”,..”Anunciación del Señor”, “Anunciación de Cristo”, “Concepción de Cristo”. En los últimos siglos ha prevalecido “Anunciación de la bienaventurada virgen Marí­a”, señal de que se ha entendido esta fiesta principalmente en una perspectiva mariana. En la reforma litúrgica propuesta por el Vaticano II se le ha dado a la fiesta el nombre de “Anunciación del Señor>’ y por tanto, un valor eminentementé cristológico; esta designación es acertada, ya que, como hemos dicho, el tema central del episodio y de la narración correspondiente de la Anunciación es la encarnación del Hijo de Dios; la veneración cristiana de Marí­a tiene su raí­z precisamente en el hecho de que la grandeza de su misión y de su persona consiste en haber sido incorporada por pura gracia singular divina al misterio de Jesucristo como Madre del Mesí­as Hijo de Dios (cf. LG 67).

G. Iammarrone

Bibl.: L, F Garcí­a-Viana, Evangelio SEgÚn san LucaS, Verbo Divino, Estella 21992; E.

G. Mori, Anunciación dEl SE’ior, en NDM, 143- 153; íd., Figlia di Sione SE~a di JahvE Bolonia 1970; R. Laurentin, StructurE et thEologiE dE Luc 1-II Parí­s 1970.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Tres personas recibieron un annuntiatio (euangelismos) en los Evangelios, esto es, Zacarías (Lc. 1:13), José (Mt. 1:20) y María (Lc. 1:26ss.); sin embargo, el término normalmente señala al último caso. La información de Lucas debió derivarse originalmente de María, posiblemente a través de Juana (véase Sanday); su narración da muestras de una dignidad y delicadeza ausente en los mitos paganos (cf. Enoc. 15:86). Lucas nos relata la anunciación que el ángel Gabriel había hecho a María en su casa de Nazaret. Mateo entrega un relato del anuncio del nacimiento y nombre de Jesús que fue dado a José en un sueño.

El mensaje es triple: (1) Chaire kecharitōmenē («Salud, favorecida»). Esta frase griega es traducida por la Vulgata en esta forma, Ave, gratia plena [= «Salve, llena de gracia», así NC], como si María misma estuviese llena de gracia y pudiera dar dones. Pero el contexto describe a María como un mero recipiente de la gracia de Dios, «muy favorecida», dice Bengel, «no como madre de la gracia, sino como hija de la gracia». La TA correctamente no coloca en su texto del v. 28 (cf. Jue. 6:12) la frase «bendita tú entre las mujeres» que aparece en la RV60. Esta frase no pertenece al original del v. 28, y fue tomada del v. 42. La modestia de María agitó su corazón, pero recurrió a la meditación (cf. 2:19). (2) Ahora pasamos a los vv. 30–33. «No temas» (cf. Zacarías en el v. 13). El nombre Jesús (= Josué), que significaba «Jehová salva», era dado con frecuencia a los niños de padres que esperaban un hijo que fuera el Mesías. Pero ahora por mandamiento de Dios es dado a aquel que era el cumplimiento del Sal. 2:7 e Is. 9:7. La palabra griega basileia quiere decir «soberanía». El ms. «b» de la versión Antigua Latina (o, Ítala) omite el v. 34; pero Creed ha rechazado la pretensión de Streeter en cuanto a qué semejante evidencia escuálida pueda probar que el nacimiento virginal es una interpolación en el texto. La palabra griega ginōskō (en heb. yāḏaʿ), esto es, «conocer», se usaba para referirse a las relaciones sexuales (cf. Gn. 19:8); con todo, el tiempo del verbo en Lc. 1:34 no está en futuro, como si María tomara sobre sí una virginidad perpetua, sino en presente. (3) Pasamos ahora a los vv. 35–37. El Evangelio según los Hebreos también remite la concepción al Espíritu. Jesús no llegó a ser el Hijo Santo de Dios (cf. Lc. 3:22) por esta concepción sobrenatural, sino que es reconocido como tal. La señal es (cf. Is. 7:14) la preñez de Elisabet. La sumisión de María siguió adelante a pesar de lo que podría ser escándalo público y un dilema para José.

La Fiesta de la Anunciación es un «día marcado con letras rojas» (25 de marzo) en BCP, fechado en base al 25 de diciembre para la Natividad, o adaptándose al festival pagano de Cibeles. Algunos afirman que su origen es más antiguo, y que viene de Atanasio o Gregorio Taumaturgo. La referencia antigua más cierta es la del décimo Sínodo de Toledo (656 d.C.). En el calendario etiópico se le llama «la Concepción de Cristo».

BIBLIOGRAFÍA

HDCG; Geldenhuys en Luke, pp. 74–80; ODCC; Exp., April, 1903, p. 297.

Denis H. Tongue

NC Biblia Nácar-Colunga

TA Biblia Torres de Amat

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

BCP Book of Common Prayer

HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

Exp. The Expositor

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (40). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

La visión de María (Lc. 1.26–38) “anuncia” la concepción de un Hijo-Mesías y describe con imágenes poéticas el carácter humano (Lc. 1.32) y divino (Lc. 1.34s) del Mesías, y la naturaleza eterna de su reino (Lc. 1.33). Machen y Daube ofrecen el tratamiento más útil de las cuestiones literarias. Véase tamb. * Nacimiento virginal; * Encarnacion.

Bibliografía. °R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, 1982; J. Schmidt, El evangelio según san Lucas, 1968.

R. E. Brown, The Birth of the Messiah, 1977; D. Daube, The New Testament and Rabbinic Judaism, 1956; E. E. Ellis, The Gospel of Luke², 1974; J. G. Machen, The Virgin Birth, 1931; J. McHugh, The Mother of Jesus in the New Testament, 1975; DCG; ODCC.

E.E.E.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico