Biblia

APOSTOL Y DISCIPULO

APOSTOL Y DISCIPULO

Sumario: 1. Apóstol: 1. Problemática actual y situación neotestamentaria; 2. Apóstol y misión en el mundo judí­o y en la literatura ambiental; 3. El apóstol en las primeras comunidades cristianas: a) En el lenguaje tradicional pre-paulino y de la primera actividad paulina, b) En la polémica paulina contra los judeocristianos †œjudaizantes†, c) En la aclaración restrictiva de Lucas (Evangelio y Hechos), d) En Jos otros evangelios, e) En las relaciones con los †œdoce†; 4. La misión apostólico-profética de Jesús y de sus discí­pulos: a) En los evangelios sinópticos, b) En el cuarto evangelio, c) ¿La primera misión se deriva del Jesús terreno? 5. Conclusión: aposto-licidad de la Iglesia. II. Discí­pulo: 1. Interpretaciones y problemas; 2. Discí­pulo y seguimiento en, el mundo judí­o y en la literatura ambiental: a) En el mundo griego, b) En la Biblia hebrea, ¿) En las escuelas rabí­nicas; 3. Los discí­pulos de Jesús y su seguimiento: a) Según los evangelios sinópticos, b) Según el cuarto evangelio; 4. Relación entre los discí­pulos y los †œdoce†: a) En Marcos, fe) En Mateo, c) En Lucas, d) En el cuarto evangelio; 5. Los destinatarios de la radicali–dad evangélica.
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1. APOSTOL.
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1. Problemática ACTUAL Y SITUACION NEOTESTAMENtaria.
En la cultura profana de nuestros dí­as la palabra †œapóstol†™ no es muy significativa; indica genéricamente al propagandista fervoroso de una idea. En el lenguaje eclesial y en las relaciones ecuménicas con las otras confesiones cristianas tiene, por el contrario, una importancia destacada.
En el uso de la Iglesia católica, el término †œapóstol†™ presenta un significado general o más restringido, según los contextos. A veces comprende a todos los cristianos, y por eso se les inculca a todos el deber de ser apóstoles y de ejercitar el apostolado; más frecuentemente se reserva para designar el ministerio directivo de los obispos y del papa, como sucesores de forma ininterrumpida de los doce primeros apóstoles de Jesús y de su cabeza, Pedro, y por consiguiente guardianes e intérpretes autorizados de Ja primera tradición apostólica. Prueba de ello es el mismo Vaticano II, que utiliza este término con el primer significado en LG 17 y 33, desarrollando sus aspectos en todo el decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos; pero lo utiliza con el segundo significado en LG 19-20, donde intenta aclarar las diferencias y las relaciones -entre el apostolado de los obispos y el de los fieles, no sólo para determinar los derechos y deberes respectivos dentro de la Iglesia, sino también para estimular su colaboración mutua en la evangelización del mundo y en la animación cristiana del orden temporal. En estos documentos conciliares no todo resulta debidamente aclarado, hasta el punto de que la misma †œComisión teológica internacional creyó oportuno intervenir en el 1975 a fin de favorecer el recto diálogo ecuménico con un documento titulado La apostolicidad de la Iglesia y la sucesión apostólica (EV, V, 434- 478); también aquí­ se insiste por un lado en la estrecha relación que existe entre la apostolicidad de la Iglesia y el sacerdocio común de los fieles, y por otro lado en el aspecto histórico y espiritual de la sucesión apostólica desde los apóstoles a los obispos a través de la continuidad sacramental de la imposición de manos y de la invocación del Espí­ritu Santo.
En las mismas relaciones ecuménicas entre las diversas Iglesias, el tema de su apostolicidad se muestra hoy de importancia primordial, hasta el punto de que la †œComisión Fe y Constitución, en el documento de Lima de 1982 titulado Bautismo, Eucaristí­a, Ministerio, al tratar en el capí­tulo II de †œLa Iglesia y el ministerio ordenado†, apela ampliamente a los apóstoles y a los doce en el NT (nn. 9-1 1), dedicando luego todo el capí­tulo IV (nn. 34-38) a †œLa sucesión de la tradición apostólica, con frecuentes referencias a los textos del NT. Afirma que la Iglesia confiesa en el Credo que es apostólica, en cuanto que †œvive en continuidad con los apóstoles y con su predicación†; pero especificando que †œdentro de esta tradición apostólica hay una sucesión apostólica del ministerio, que está al servicio de la continuidad de la Iglesia en su vida en Cristo y de su fidelidad a las palabras y a los gestos de Jesús transmitidos por los apóstoles. Los ministros encargados por los apóstoles, y a continuación los epí­s-kopoi, fueron los primeros guardianes de esta transmisión de la tradición apostólica† (n. 34). Por eso, †œdonde las Iglesias dan poca importancia a la transmisión regular (del ministerio ordenado), deberí­an preguntarse si su concepción de la continuidad de la tradición apostólica no tendrá que modificarse. Por otra parte, donde el ministerio ordenado no sirve adecuadamente a la proclamación de la fe apostólica, las Iglesias tienen que preguntarse si sus estructuras ministeriales no necesitarán una reforma†™ (n. 35).
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Estas indicaciones no son más que una pequeña muestra de la importancia y complejidad del tema bí­blico del †œapóstol†™ que nos proponemos ilustrar interpelando a la palabra de Dios codificada en la Biblia, y especialmente en los evangelios, sin dejarnos condicionar por prejuicios u opciones confesionales posteriores.
El término †œapóstol†™ (†˜enviado, adjetivo verbal con sentido pasivo del verbo apostélló) es frecuente en el NT (80 veces), y en muchas ocasiones con un sentido ya técnico.
Una estadí­stica de la distribución según la cual aparece este término en los diversos libros sagrados resulta sumamente aleccionadora. Los encontramos 35 veces -con una distribución bastante uniforme- en las diversas cartas paulinas, incluidas las pastorales y la carta a los Hebreos. Aparece otras 34 veces en Lucas, discí­pulo y colaborador de Pablo: seis veces en el evangelio y 28 veces en los Hechos; en Marcos sólo figura dos veces (3,14; 6,30), una sola vez en Mateo (10,2), también una vez sola y con sentido bastante vago en Juan (13,16)y tres veces en el Apocalipsis (2,2; 18,20; 21,14).
Añadamos que, por el contrario, sólo aparece en pocas ocasiones en el NT -cuatro veces- el sustantivo abstracto †œapostolado†™ (apostóle9: Rom 1,5 y 1 Co 9,2 (referido a Pablo); Gal 2,8 (referido al †œapostolado entre los circuncisos†™ de Pedro); Ac 1,25 (referido a los †œdoce).
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Así­ pues, además del sentido de la palabra †œapóstol†™, queda por aclarar el motivo de esta diversa aparición dentro de las primeras comunidades cristianas, y en especial si se le entiende del mismo modo en los diversos filones del NT.
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2. Apóstol y misión en el mundo JUDíO Y EN LA LITERATURA AMBIENTAL.
En el mundo griego el verbo apostélló era de uso común en el sentido de †œenviar†™. Se distinguí­a del sinónimo pémpó en que el primero establecí­a una relación entre el mandante y el mandado y lo constituí­a en representante o encargado suyo, mientras que el segundo poní­a más de relieve el acto de enviar en cuanto tal.
El adjetivo verbal apostólos era más bien raro y se le usaba ya en forma sustantivada; se utilizaba preferentemente en el lenguaje marinero griego para indicar la nave de carga o la flota enviada o a su comandante y a los mismos colonizadores; en los papiros indicaba también la carta de presentación o la factura comercial. Pero ya en Herodoto (1, 21; V, 38)10 encontramos dos veces para indicar al enviado como persona particular, unido además la primera vez al sustantivo †œheraldo† (kéryx).
En Flavio Josefo apostólos aparece con seguridad tan sólo una vez (Ant. 17,300) para indicar el grupo o delegación de judí­os enviados porJe-rusalén a Roma al morir Herodes el Grande a fin de defender la libertad de vivir según sus leyes.
Los Setenta tradujeron ordinariamente (unas 700 veces) con el verbo apostélló (o con el compuesto exapostélid) el verbo hebreo sa/ah: lo prefirieron claramente apémpo (sólo cinco veces como traducción suya), precisamente porque comprendieron que el original hebreo no indicaba puramente el enví­o en sí­, sino que subrayaba el encargo o investidura del enviado, que adquirí­a para aquella tarea concreta y determinada la misma autoridad que la persona mandante (Jos 1,16; IR 20,8; IR 21,10; 2R 19,4); especialmente los Setenta indican con este verbo la misión de los profetas de Israel para hablar en nombre de Dios (Ex 3,10; Jc 6,8; Jc 6,14; Is 6,8; Jr 1,7; Ez 2,3; Ag 1,12; Za 2,15; Za 4,9; MI 3,23).
El correspondiente adjetivo verbal sustantivado apostólos se encuentra, por el contrario, en los Setenta (seguidos también aquí­ por Aquila) en una sola ocasión, concretamente en 1R 14,6, como traducción del participio pasivo saluah del correspondiente verbo hebreo; se refiere al profeta Ají­as, que por encargo divino se presenta a la mujer de Jeroboán como †œapóstol duro† (apostólos skle-rós) para anunciar la ruina de la nueva dinastí­a.
El correspondiente arameo del saluah hebreo era saliah (pl., seluhin). En estos últimos decenios se ha intentado ver en el saliah del judaismo rabí­nico el precedente del †œapóstol†™ cristiano.
Pero los seluhin hebreos en la literatura rabí­nica están documentados con este nombre tan sólo a partir del 140 d.C. -como recientemente han demostrado G. Klein y W. Schmi-thals-, y quizá precisamente en polémica con los †œapóstolescristianos. Indican personas que han recibido para una tarea muy determinada
-como una boda, un divorcio, una compra- un encargo jurí­dico de la competente autoridad judí­a, y actúan entonces en su nombre y con su autoridad. De aquí­ la máxima tantas veces repetida: †œEl enviado de un hombre es como él mismo† (Ber. 5,5; cf otros pasajes en Strack-Bill., III, 2). Se procedí­a así­ según el derecho semí­tico tradicional, seguido ya por los antiguos hebreos (IS 25, 40s; 2S 10,lss), según el cual el mensajero representaba por completo en su persona al mandatario (generalmente el rey). De todo este conjunto parece evidente que los seluhin judí­os tan sólo tení­an funciones jurí­dicas o doctrinales dentro de las comunidades judí­as. Habí­a ciertamente en la época de Jesús (Mt 23,15) misioneros judí­os que hací­an prosélitos entre los paganos; pero lo nací­an por propia iniciativa, sin estar mandados por la autoridad, ya que la autoridad judí­a ni antes ni después del año 70 autorizó con finalidad religiosa la propaganda misionera entre los paganos, por la conciencia de ser un pueblo elegido y orgullosa de que otros desearan lo que ellos poseí­an.
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3. EL APí“STOL EN LAS PRIMERAS comunidades cristianas.
Examinemos ante todo el término †œapóstol†™, para remontarnos luego a su radical apostélló.
Para poder establecer el sentido -único y múltiple- del término †œapóstol†™ en el NT, veamos ante todo la situación partiendo de los escritos considerados como más antiguos y teniendo en cuenta las diversas comunidades en que se redactaron.
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a) En el lenguaje tradicional pre -paulino y de la primera actividad paulina.
Partamos de las primeras cartas paulinas, escritas entre los años 47 y 63, y sobre las cuales no hay serios problemas de autenticidad.
En la lTh (anterior a las polémicas de Pablo con los judeo-cristianos judaizantes) los tres fundadores de la comunidad -Pablo, Silvano y Timoteo (cf lTs 1,1 y 2Ts 1,1; 2Co 1,19)- se designan en plural †œapóstoles de Cristo† (lTs 2,7), porque, como se deduce del contexto próximo, habí­an llevado allá el †œevangelio de Dios† (1,5; 2,2.4.8). Por eso aquí­ el objeto del apostolado es sólo la predicación del evangelio a los paganos – como se deduce del contexto-, sin que tales apóstoles hubieran recibido un encargo directo del resucitado; de lo contrario, el término no se le podrí­a aplicar a Silvano (o Si-las), que, según Ac 15,22, parece haber sido mandado de Jerusalén a An-tioquí­a de parte de los †œapóstoles y presbí­teros†, y en especial al †œhijo† Timoteo, convertido por Pablo en lconio(lCor4,17;cf Hch 16,1).
Por eso al principio eran llamados apóstoles aquellos que, en número de dos o tres por lo menos (Mc 6,7 y Lc 10,1), habí­an sido mandados por Cristo,o por las comunidades apostólicas (Hch 13,1-3; Hch 14,4; Hch 14,14) a fundar nuevas comunidades entre judí­os, y especialmente entre paganos. En este sentido son llamados apóstoles, además de Pablo, tanto Bernabé (1Co 9,5-6; Ga 2,1; Ga 2,8-10) como Apolo ICo 4,9 cf ICo 4,6), Andrónico y Junias, †œque se han distinguido en el apostolado, y que fueron creyentes en Cristo antes que yo† (Rm 16,7). De forma semejante, a Pedro o Cefas se le confió †œel apostolado de los cir-cuncisos†(Gál 2,8; cf 2,11-1 5), es decir, de los judí­os; y entre los apóstoles que actuaban entre los judí­os, Pablo parece incluir también a Santiago, hermano de Jesús (Ga 1,19). En este sentido amplio no sorprende que fueran también llamados apóstoles los mandados o designados por las comunidades para recoger la colecta para los pobres de Jerusalén (2Co 8,23 cf 2Co 8,19; Flp 2,25).
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b) En la polémica paulina contra los judeo-cristianos 7udaizantes†.
En un determinado momento nace, sin embargo, una polémica precisamente sobre este tí­tulo de apóstol; encontramos varias huellas de ella en la 2Co, particularmente en los capí­tulos 10-13 (que parecen constituir la †œcarta con lágrimas†: cf 2Co 2,4, puesta como apéndice). Mientras estaba Pablo en Efeso (por los años 54-56), algunos judeo-cristianos judaizantes llegaron a las Iglesias paulinas de Corinto y de Galacia procedentes de Jerusalén y de Antioquí­a. Se oponí­an a la lí­nea de Pablo de admitir a los paganos en la Iglesia sin pasar antes por el judaismo. Por eso empezaron a discutirle a Pablo precisamente el tí­tulo de apóstol, a fin de desacreditar su autoridad; él no era un apóstol como †œlos que eran apóstoles antes que yo† (toús pro emoú apostólous)en Jerusalén (Ga 1,17). Pablo, a su vez, denuncia a estos calumniadores, que se llaman incluso †œsuper-apóstoles† (hyperlí­an apósto-loi: 2Co 11,15; 2Co 12,11), como †œfalsos apóstoles (pseudapóstoloi), obreros fraudulentos, que se disfrazan de †œapóstoles de Cristo† (11,13).
Parece evidente (teniendo presente además la posición de Lucas [1 mfra, c], que le discutí­an este tí­tulo por varias razones): 1) Pablo no habí­a tenido contacto con el Jesús terreno; 2) no habí­a sido testigo con los doce de las apariciones pospascuales del resucitado; 3) por eso no habí­a sido enviado como apóstol ni por Cristo ni por los doce apóstoles de Jerusalén.
Precisamente desde este momento Pablo empieza a reivindicar para sí­ el tí­tulo de †œapóstol de Jesús†™ con energí­a, sin atribuí­rselo ya a los colaboradores del mismo rango, como Silvano o Apolo; se lo suele atribuir sobretodo al comienzo de sus cartas (lCo 1,1; ICo 4,9; ICo 9,12; ICo 15,9 bis; 2Co 1,1; 2Co 11,5 cf 2Co 11,13; 2Co 12,12; Ga 1,1; Rm 1,1; Rm 11,13; Col 1,1; Ef 1,1). En este contexto polémico afirma que su apostolado no le viene de los hombres (Ga 1,1; Ga 1,12), sino de la voluntad eterna de Dios (1Co 1,1; 2Co 1,1; Col 1,1; Ef 1,1; Ef 1,5); es obra de †œJesucristo y de Dios Padre† (Ga 1,1); constituye †œla gracia y la misión apostólica† recibida por medio de Jesucristo para †œque obedezcan a la fe todos los pueblos† Rm 1,5).
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Con estas afirmaciones Pablo no se pone entre los doce, de los que se distingue con claridad
Ga 1,17-19; Ga 2,2-10; ICo 15,5); tampoco afirma que haya visto o que haya sido enviado por el Jesús terreno. Declara, por el contrario, que ha visto a Jesús resucitado en el camino de Damasco, lo mismo que †œlos doce† y que †œtodos los demás apóstoles†™, aunque sólo sea como último (1Co 15,5; ICo 15,7-9 cf ICo 9,1; Flp 3,8; Flp 3,10; Flp 3,12; Ga 12,16). Pablo afirma, por consiguiente, que ha sido mandado también él por Cristo resucitado en misión apostólica, al igual que †œtodos los otros apóstoles†™ a los que se
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apareció Cristo, y que ha sido enviado con el ca-risma especí­fico de ser el apóstol evan-gelizador de los paganos(Ga 2,8-10 cf Ga 1,18).
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Con esta finalidad Dios lo habí­a †œllamado desde el seno de su madre†, como a Jeremí­as y al siervo de Yhwh; y eñ el camino de Damasco le habí­a †œrevelado† a Jesús como su Hijo, para confiarle la misión profética de anunciarlo a los paganos (Ga 1,12; Ga 1,15-16; Jr 1,5; Is 49,1), con la posibilidad para ellos de acceder inmediatamente a la filiación divina, sin estar ya obligados a las prácticas cultuales y nacionales judí­as (cf en especial Ga 3,26-29). Pablo no pretende, sin embargo, afirmar que ha recibido por revelación de Jesús todo el †œevangelio†™, como se deduce del hecho de que él †œtransmite†™ el keryg-ma tradicional sobre la institución de la eucaristí­a y sobre los hechos pascuales, que a su vez declara haber recibido del Señor a través de la tradición anterior (para/ambánb, verbo caracterí­stico, como el anterior, de la tradición oral rabí­nica: ICo 11,23; ICo 15,1-13). Se trata de fórmulas estereotipadas precedentes; el mismo Pablo declara que están en conformidad con las que predican los doce y los demás apóstoles ICo 15,11). A Para verificar el contenido del mismo carisma profético recibido por revelación de Cristo en el camino de Damasco, Pablo se siente en la obligación de †œconsultar† a Pedro, subiendo tres años más tarde a Jerusa-lén (Ga 1,18); y catorce años más tarde vuelve allá desde Antioquí­a con Bernabé y Tito, después de una †˜revelación†™, para exponer †œa los dirigentes el evangelio que predico a los paganos, para saber si estaba o no trabajando inútilmente† (Ga 2,2). Y afirma con satisfacción, frente a sus calumniadores, que precisamente estos †œdirigentes† -que son en este contexto por lo menos †œSantiago y Cefas y Juan†- reconocieron la †œgracia† o / carisma que habí­a recibido, es decir, que él habí­a recibido de Cristo el †œevangelio†™ de los no judí­os, del mismo modo que Pedro con lo†s demás de Jerusalén habí­an recibido el †œevangelio†™ y el †œapostolado† de los judí­os; por eso aprobaron su lí­nea de actuación y la de Bernabé, dándoles la mano en señal de comunión (2,6-9).
Pablo, para demostrar el origen divino de su apostolado, apela además a la prueba de los hechos: el vigor de sus comunidades pagano-cristianas (1Co 15,10; 2Co 3,1-3) demuestra que han surgido en virtud del poder de Dios (lTs 1,5; 2Co 6,7; 2Co 12,12; Rm 15,19). †œSi para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; pues vosotros sois, en el Señor, el sello de mi apostolado (apostóles)†(lCo 9,2).
Pero, a mi juicio (a diferencia de D. Müller, ac, 130-131), en todos estos textos Pablo parece aplicar el tí­tulo de apóstoles también al grupo de los doce que él conoce (1Co 15,5) y a cada uno de sus miembros; en efecto, dice que Jesús se apareció †˜a todos los apóstoles†™ (15,7), después de haberse aparecido a los †œdoce† y †œa más de 500 hermanos† (15,5-6); y en la carta a los Gálatas dice que después de la aparición de Jesús en el camino de Damasco no partió para Jerusalén, †˜a ver a los que eran apóstoles antes que yo (1,17); tres años después, en Jerusalén, durante su permanencia de quince dí­as con Pedro, dice que allí­ †˜no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, el hermano del Señor† (1,19); habla además del apostolado de Pedro entre los judí­os (2,8).
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c) En la aclaración restrictiva de Lucas (Evangelio y Hechos).
Lucas distingue con claridad -casi como si quisiera superar la controversia paulina anterior- entre discí­pulos y apóstoles, ya a nivel del Jesús terreno.
En efecto, presenta a Jesús que, entre el cí­rculo más amplio de los discí­pulos que le seguí­an, †œeligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles† (6,13; Hch 1,2), a los que luego envió (aposté/lo: 9,1-2) a proseguir su misma misión entre el pueblo de Judea (cf 4,44). Las expresiones están sacadas de la misión análoga contada ya por Marcos (6,5-7).
Luego, a lo largo de su vida, Jesús fue dando algunas normas radicales sobre el discí­pulo auténtico, e inmediatamente después designó y mandó (aposté/lo) †œa otros setenta y dos discí­pulos† con una misión casi idéntica (lO,l-l2y que Lucas parece tomar de la fuente Q, dado que es utilizada también por Mateo en su misión análoga de los doce). La lección †œ70† o †œ72† en los códices tiene el mismo valor; por eso está claro el significado genérico: según Lucas, Jesús escogió un †œgran número† de otros colaboradores, además de los doce. Más especí­ficamente, el número 70/72 les parece a algunos exegetas que fue escogido para indicar la misión universalista (estamos en Samarí­a y en Lucas) entre todos los pueblos de la tierra, catalogados en número de 72 en la carta genealógico-geográfica de los judí­os (Gn 10 y Henoc etiópico 89,59); según otros, habrí­a aquí­ más bien una referencia a los 70/72 jueces (Ex 18,13-27) y/o presbí­teros (Nm 11,24-30), elegidos por Moisés y dotados como él de Espí­ritu divino para ayudarle en la dirección del pueblo de Israel.

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Sumario: 1. Apóstol: 1. Problemática actual y situación neotestamentaria; 2. Apóstol y misión en el mundo judí­o y en la literatura ambiental; 3. El apóstol en las primeras comunidades cristianas: a) En el lenguaje tradicional pre-paulino y de la primera actividad paulina, b) En la polémica paulina contra los judeocristianos †œjudaizantes†, c) En la aclaración restrictiva de Lucas (Evangelio y Hechos), d) En Jos otros evangelios, e) En las relaciones con los †œdoce†; 4. La misión apostólico-profética de Jesús y de sus discí­pulos: a) En los evangelios sinópticos, b) En el cuarto evangelio, c) ¿La primera misión se deriva del Jesús terreno? 5. Conclusión: aposto-licidad de la Iglesia. II. Discí­pulo: 1. Interpretaciones y problemas; 2. Discí­pulo y seguimiento ien, el mundo judí­o y en la literatura ambiental: a) En el mundo griego, b) En la Biblia hebrea, ¿) En las escuelas rabí­nicas; 3. Los discí­pulos de Jesús y su seguimiento: a) Según los evangelios sinópticos, b) Según el cuarto evangelio; 4. Relación entre los discí­pulos y los †œdoce†: a) En Marcos, fe) En Mateo, c) En Lucas, d) En el cuarto evangelio; 5. Los destinatarios de la radicali–dad evangélica.
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1. Problemática ACTUAL Y SITUACION NEOTESTAMENtaria.
En la cultura profana de nuestros dí­as la palabra †œapóstol† no es muy significativa; indica genéricamente al propagandista fervoroso de una idea. En el lenguaje eclesial y en las relaciones ecuménicas con las otras confesiones cristianas tiene, por el contrario, una importancia destacada.
En el uso de la Iglesia católica, el término †œapóstol† presenta un significado general o más restringido, según los contextos. A veces comprende a todos los cristianos, y por eso se les inculca a todos el deber de ser apóstoles y de ejercitar el apostolado; más frecuentemente se reserva para designar el ministerio directivo de los obispos y del papa, como sucesores de forma ininterrumpida de los doce primeros apóstoles de Jesús y de su cabeza, Pedro, y por consiguiente guardianes e intérpretes autorizados de Ja primera tradición apostólica. Prueba de ello es el mismo Vaticano II, que utiliza este término con el
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primer significado en LG 17 y 33, desarrollando sus aspectos en todo el decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos; pero lo utiliza con el segundo significado en LG 19-20, donde intenta aclarar las diferencias y las relaciones -entre el apostolado de los obispos y el de los fieles, no sólo para determinar los derechos y deberes respectivos dentro de la Iglesia, sino también para estimular su colaboración mutua en la evangelización del mundo y en la animación cristiana del orden temporal. En estos documentos conciliares no todo resulta debidamente aclarado, hasta el punto de que la misma †œComisión teológica internacional† creyó oportuno intervenir en el 1975 a fin de favorecer el recto diálogo ecuménico con un documento titulado La apostolicidad de la Iglesia y la sucesión apostólica (EV, V, 434- 478); también aquí­ se insiste por un lado en la estrecha relación que existe entre la apostolicidad de la Iglesia y el sacerdocio común de los fieles, y por otro lado en el aspecto histórico y espiritual de la sucesión apostólica desde los apóstoles a los obispos a través de la continuidad sacramental de la imposición de manos y de la invocación del Espí­ritu Santo.
En las mismas relaciones ecuménicas entre las diversas Iglesias, el tema de su apostolicidad se muestra hoy de importancia primordial, hasta el punto de que la †œComisión Fe y Constitución†, en el documento de Lima de 1982 titulado Bautismo, Eucaristí­a, Ministerio, al tratar en el capí­tulo II de †œLa Iglesia y el ministerio ordenado†, apela ampliamente a los apóstoles y a los doce en el NT (nn. 9-1 1), dedicando luego todo el capí­tulo IV (nn. 34-38) a †œLa sucesión de la tradición apostólica†, con frecuentes referencias a los textos del NT. Afirma que la Iglesia confiesa en el Credo que es apostólica, en cuanto que †œvive en continuidad con los apóstoles y con su predicación†; pero especificando que †œdentro de esta tradición apostólica hay una sucesión apostólica del ministerio, que está al servicio de la continuidad de la Iglesia en su vida en Cristo y de su fidelidad a las palabras y a los gestos de Jesús transmitidos por los apóstoles. Los ministros encargados por los apóstoles, y a continuación los epí­s-kopoi, fueron los primeros guardianes de esta transmisión de la tradición apostólica† (n. 34). Por eso, †œdonde las Iglesias dan poca importancia a la transmisión regular (del ministerio ordenado), deberí­an preguntarse si su concepción de la continuidad de la tradición apostólica no tendrá que modificarse. Por otra parte, donde el ministerio ordenado no sirve adecuadamente a la proclamación de la fe apostólica, las Iglesias tienen que preguntarse si sus estructuras ministeriales no necesitarán una reforma† (n. 35).
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Estas indicaciones no son más que una pequeña muestra de la importancia y complejidad del tema bí­blico del †œapóstol† que nos proponemos ilustrar interpelando a la palabra de Dios codificada en la Biblia, y especialmente en los evangelios, sin dejarnos condicionar por prejuicios u opciones confesionales posteriores.
El término †œapóstol† (†œenviado†, adjetivo verbal con sentido pasivo del verbo apostélló) es frecuente en el NT (80 veces), y en muchas ocasiones con un sentido ya técnico.
Una estadí­stica de la distribución según la cual aparece este término en los diversos libros sagrados resulta sumamente aleccionadora. Los encontramos 35 veces -con una distribución bastante uniforme- en las diversas cartas paulinas, incluidas las pastorales y la carta a los Hebreos. Aparece otras 34 veces en Lucas, discí­pulo y colaborador de Pablo: seis veces en el evangelio y 28 veces en los Hechos; en Marcos sólo figura dos veces (3,14; 6,30), una sola vez en Mateo (10,2), también una vez sola y con sentido bastante vago en Juan (13,16)y tres veces en el Apocalipsis (2,2; 18,20; 21,14).
Añadamos que, por el contrario, sólo aparece en pocas ocasiones en el NT -cuatro veces- el sustantivo abstracto †œapostolado† (apostóle9: Rom 1,5 y 1 Co 9,2 (referido a Pablo); Gal 2,8 (referido al †œapostolado entre los circuncisos† de Pedro); Ac 1,25 (referido a los †œdoce†).
Así­ pues, además del sentido de la palabra †œapóstol†, queda por aclarar el motivo de esta diversa aparición dentro de las primeras comunidades cristianas, y en especial si se le entiende del mismo modo en los diversos filones del NT.
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2. Apóstol y misión en el mundo JUDíO Y EN LA LITERATURA AMBIENTAL.
En el mundo griego el verbo apostélló era de uso común en el sentido de †œenviar†. Se distinguí­a del sinónimo pémpó en que el primero establecí­a una relación entre el mandante y el mandado y lo constituí­a en representante o encargado suyo, mientras que el segundo poní­a más de relieve el acto de enviar en cuanto tal.
El adjetivo verbal apostólos era más bien raro y se le usaba ya en forma sustantivada; se utilizaba preferentemente en el lenguaje marinero griego para indicar la nave de carga o la flota enviada o a su comandante y a los mismos colonizadores; en los papiros indicaba también la carta de presentación o la
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factura comercial. Pero ya en Herodoto (1, 21; V, 38)10 encontramos dos veces para indicar al enviado como persona particular, unido además la primera vez al sustantivo †œheraldo† (kéryx).
En Flavio Josefo apostólos aparece con seguridad tan sólo una vez (Ant. 17,300) para indicar el grupo o delegación de judí­os enviados porJe-rusalén a Roma al morir Herodes el Grande a fin de defender la libertad de vivir según sus leyes.
Los Setenta tradujeron ordinariamente (unas 700 veces) con el verbo apostélló (o con el compuesto exapostélld) el verbo hebreo salah: lo prefirieron claramente apémpo (sólo cinco veces como traducción suya), precisamente porque comprendieron que el original hebreo no indicaba puramente el enví­o en sí­, sino que subrayaba el encargo o investidura del enviado, que adquirí­a para aquella tarea concreta y determinada la misma autoridad que la persona mandante (Jos 1,16; IR 20,8; IR 21,10; 2R 19,4); especialmente los Setenta indican con este verbo la misión de los profetas de Israel para hablar en nombre de Dios (Ex 3,10; Jc 6,8; Jc 6,14; Is 6,8; Jr 1,7; Ez 2,3; Ag 1,12; Za 2,15; Za 4,9; Ml 3,23).
El correspondiente adjetivo verbal sustantivado apostólos se encuentra, por el contrario, en los Setenta (seguidos también aquí­ por Aquila) en una sola ocasión, concretamente en 1R 14,6, como traducción del participio pasivo saluah del correspondiente verbo hebreo; se refiere al profeta Ají­as, que por encargo divino se presenta a la mujer de Jeroboán como †œapóstol duro† (apostólos skle-rós) para anunciar la ruina de la nueva dinastí­a.
El correspondiente arameo del saluah hebreo era saliah (pl., seluhin). En estos últimos decenios se ha intentado ver en el saliah del judaismo rabí­nico el precedente del †œapóstol† cristiano.
Pero los seluhin hebreos en la literatura rabí­nica están documentados con este nombre tan sólo a partir del 140 d.C. -como recientemente han demostrado G. Klein y W. Schmi-thals-, y quizá precisamente en polémica con los †œapóstoles†cristianos. Indican personas que han recibido para una tarea muy determinada
-como una boda, un divorcio, una compra- un encargo jurí­dico de la competente autoridad judí­a, y actúan entonces en su nombre y con su autoridad. De aquí­ la máxima tantas veces repetida: †œEl enviado de un hombre es como él mismo† (Ber. 5,5; cf otros pasajes en Strack-Bill., III, 2). Se procedí­a así­ según el derecho semí­tico tradicional, seguido ya por los antiguos hebreos (IS 25, 40s; 2S 10,lss), según el cual el mensajero representaba por completo en su persona al mandatario (generalmente el rey). De todo este conjunto parece evidente que los seluhin judí­os tan sólo tení­an funciones jurí­dicas o doctrinales dentro de las comunidades judí­as. Habí­a ciertamente en la época de Jesús (Mt 23,15) misioneros judí­os que hací­an prosélitos entre los paganos; pero lo nací­an por propia iniciativa, sin estar mandados por la autoridad, ya que la autoridad judí­a ni antes ni después del año 70 autorizó con finalidad religiosa la propaganda misionera entre los paganos, por la conciencia de ser un pueblo elegido y orgullosa de que otros desearan lo que ellos poseí­an.
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3. EL APí“STOL EN LAS PRIMERAS comunidades cristianas.
Examinemos ante todo el término †œapóstol†, para remontarnos luego a su radical apostélló.
Para poder establecer el sentido -único y múltiple- del término †œapóstol† en el NT, veamos ante todo la situación partiendo de los escritos considerados como más antiguos y teniendo en cuenta las diversas comunidades en que se redactaron.
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a) En el lenguaje tradicional pre -paulino y de la primera actividad paulina.
Partamos de las primeras cartas paulinas, escritas entre los años 47 y 63, y sobre las cuales no hay serios problemas de autenticidad.
En la lTh (anterior a las polémicas de Pablo con los judeo-cristianos judaizantes) los tres fundadores de la comunidad -Pablo, Silvano y Timoteo (cf ITs 1,1 y 2Ts 1,1; 2Co 1,19)- se designan en plural †œapóstoles de Cristo† (ITs 2,7), porque, como se deduce del contexto próximo, habí­an llevado allá el †œevangelio de Dios† (1,5; 2,2.4.8). Por eso aquí­ el objeto del apostolado es sólo la predicación del evangelio a los paganos – como se deduce del contexto-, sin que tales apóstoles hubieran recibido un encargo directo del resucitado; de lo contrario, el término no se le podrí­a aplicar a Silvano (o Si-las), que, según Ac 15,22, parece haber sido mandado de Jerusalén a An-tioquí­a de parte de los †œapóstoles y presbí­teros†, y en especial al †œhijo† Timoteo, convertido por Pablo en lconio(lCor4,17;cf Hch 16,1).
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Por eso al principio eran llamados apóstoles aquellos que, en número de dos o tres por lo menos (Mc 6,7 y Lc 10,1), habí­an sido mandados por Cristo,o por las comunidades apostólicas (Hch 13,1-3; Hch 14,4; Hch 14,14) a fundar nuevas comunidades entre judí­os, y especialmente entre paganos. En este sentido son llamados apóstoles, además de Pablo, tanto Bernabé (1Co 9,5-6; Ga 2,1; Ga 2,8-10) como Apolo ICo 4,9 cf ICo 4,6), Andrónico y Junias, †œque se han distinguido en el apostolado, y que fueron creyentes en Cristo antes que yo (Rm 16,7). De forma semejante, a Pedro o Cefas se le confió †œel apostolado de los cir-cuncisos†™(Gál 2,8; cf 2,11-1 5), es decir, de los judí­os; y entre los apóstoles que actuaban entre los judí­os, Pablo parece incluir también a Santiago, hermano de Jesús (Ga 1,19). En este sentido amplio no sorprende que fueran también llamados apóstoles los mandados o designados por las comunidades para recoger la colecta para los pobres de Jerusalén (2Co 8,23 cf 2Co 8,19; Flp 2,25).
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b) En la polémica paulina contra los judeo-cristianos 7udaizantes†.
En un determinado momento nace, sin embargo, una polémica precisamente sobre este tí­tulo de apóstol; encontramos varias huellas de ella en la 2Co, particularmente en los capí­tulos 10-13 (que parecen constituir la †œcarta con lágrimas†: cf 2Co 2,4, puesta como apéndice). Mientras estaba Pablo en Efeso (por los años 54-56), algunos judeo-cristianos judaizantes llegaron a las Iglesias paulinas de Corinto y de Galacia procedentes de Jerusalén y de Antioquí­a. Se oponí­an a la lí­nea de Pablo de admitir a los paganos en la Iglesia sin pasar antes por el judaismo. Por eso empezaron a discutirle a Pablo precisamente el tí­tulo de apóstol, a fin de desacreditar su autoridad; él no era un apóstol como †œlos que eran apóstoles antes que yo (toús pro emoú apostólous)en Jerusalén (Ga 1,17). Pablo, a su vez, denuncia a estos calumniadores, que se llaman incluso †œsuper-apóstoles†™ (hyperlí­an apósto-Ioi: 2Co 11,15; 2Co 12,11), como †œfalsos apóstoles (pseudapóstoloi), obreros fraudulentos, que se disfrazan de †œapóstoles de Cristo† (11,13).
Parece evidente (teniendo presente además la posición de Lucas [1 mfra, c], que le discutí­an este tí­tulo por varias razones): 1) Pablo no habí­a tenido contacto con el Jesús terreno; 2) no habí­a sido testigo con los doce de las apariciones pospascuales del resucitado; 3) por eso no habí­a sido enviado como apóstol ni por Cristo ni por los doce apóstoles de Jerusalén.
Precisamente desde este momento Pablo empieza a reivindicar para sí­ el tí­tulo de †œapóstol de Jesús†™ con energí­a, sin atribuí­rselo ya a los colaboradores del mismo rango, como Silvano o Apolo; se lo suele atribuir sobretodo al comienzo de sus cartas (lCo 1,1; ICo 4,9; ICo 9,12; ICo 15,9 bis; 2Co 1,1; 2Co 11,5 cf 2Co 11,13; 2Co 12,12; Ga 1,1; Rm 1,1; Rm 11,13; Col 1,1; Ef 1,1). En este contexto polémico afirma que su apostolado no le viene de los hombres (Ga 1,1; Ga 1,12), sino de la voluntad eterna de Dios (1Co 1,1; 2Co 1,1; Col 1,1; Ef 1,1; Ef 1,5); es obra de †œJesucristo y de Dios Padre† (Ga 1,1); constituye †œla gracia y la misión apostólica† recibida por medio de Jesucristo para †œque obedezcan a la fe todos los pueblos† Rm 1,5).
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Con estas afirmaciones Pablo no se pone entre los doce, de los que se distingue con claridad
Ga 1,17-19; Ga 2,2-10; ICo 15,5); tampoco afirma que haya visto o que haya sido enviado por el Jesús terreno. Declara, por el contrario, que ha visto a Jesús resucitado en el camino de Damasco, lo mismo que †œlos doce† y que †œtodos los demás apóstoles†™, aunque sólo sea como último (1Co 15,5; ICo 15,7-9 cf ICo 9,1; Flp 3,8; Flp 3,10; Flp 3,12; Ga 12,16). Pablo afirma, por consiguiente, que ha sido mandado también él por Cristo resucitado en misión apostólica, al igual que †œtodos los otros apóstoles†™ a los que se apareció Cristo, y que ha sido enviado con el ca-risma especí­fico de ser el apóstol evan-gelizador de los paganos(Ga 2,8-10 cf Ga 1,18).
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Con esta finalidad Dios lo habí­a †œllamado desde el seno de su madre, como a Jeremí­as y al siervo de Yhwh; y eñ el camino de Damasco le habí­a †œrevelado† a Jesús como su Hijo, para confiarle la misión profética de anunciarlo a los paganos (Ga 1,12; Ga 1,15-16; Jr 1,5; Is 49,1), con la posibilidad para ellos de acceder inmediatamente a la filiación divina, sin estar ya obligados a las prácticas cultuales y nacionales judí­as (cf en especial Ga 3,26-29). Pablo no pretende, sin embargo, afirmar que ha recibido por revelación de Jesús todo el †œevangelio†™, como se deduce del hecho de que él †œtransmite†™ el keryg-ma tradicional sobre la institución de la eucaristí­a y sobre los hechos pascuales, que a su vez declara haber recibido del Señor a través de la tradición anterior (paralambánb, verbo caracterí­stico, como el anterior, de la tradición oral rabí­nica: ICo 11,23; ICo 15,1-13). Se trata de fórmulas estereotipadas precedentes; el mismo Pablo declara que están en conformidad con las que predican los doce y los demás apóstoles ICo 15,11). A Para verificar el contenido del mismo carisma profético recibido por revelación de Cristo en el camino de Damasco, Pablo se siente en la obligación de †œconsultar†™ a Pedro, subiendo tres años más
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tarde a Jerusa-lén (Ga 1,18); y catorce años más tarde vuelve allá desde Antioquí­a con Bernabé y Tito, después de una †œrevelación†, para exponer †œa los dirigentes el evangelio que predico a los paganos, para saber si estaba o no trabajando inútilmente† (Ga 2,2). Y afirma con satisfacción, frente a sus calumniadores, que precisamente estos †œdirigentes† -que son en este contexto por lo menos †œSantiago y Cefas y Juan†- reconocieron la †œgracia† o / carisma que habí­a recibido, es decir, que él habí­a recibido de Cristo el †œevangelio† de los no judí­os, del mismo modo que Pedro con lo†s demás de Jerusalén habí­an recibido el †œevangelio† y el †œapostolado† de los judí­os; por eso aprobaron su lí­nea de actuación y la de Bernabé, dándoles la mano en señal de comunión (2,6-9).
Pablo, para demostrar el origen divino de su apostolado, apela además a la prueba de los hechos: el vigor de sus comunidades pagano-cristianas (1Co 15,10; 2Co 3,1-3) demuestra que han surgido en virtud del poder de Dios (lTs 1,5; 2Co 6,7; 2Co 12,12; Rm 15,19). †œSi para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; pues vosotros sois, en el Señor, el sello de mi apostolado (apostóles)†(lCo 9,2).
Pero, a mi juicio (a diferencia de D. Müller, a.c, 130-131), en todos estos textos Pablo parece aplicar el tí­tulo de apóstoles también al grupo de los doce que él conoce (1Co 15,5) y a cada uno de sus miembros; en efecto, dice que Jesús se apareció †œa todos los apóstoles† (15,7), después de haberse aparecido a los †œdoce† y †œa más de 500 hermanos† (15,5-6); y en la carta a los Gálatas dice que después de la aparición de Jesús en el camino de Damasco no partió para Jerusalén, †œa ver a los que eran apóstoles antes que yo† (1,17); tres años después, en Jerusalén, durante su permanencia de quince dí­as con Pedro, dice que allí­ †œno vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, el hermano del Señor† (1,19); habla además del apostolado de Pedro entre los judí­os (2,8).
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c) En la aclaración restrictiva de Lucas (Evangelio y Hechos).
Lucas distingue con claridad -casi como si quisiera superar la controversia paulina anterior- entre discí­pulos y apóstoles, ya a nivel del Jesús terreno.
En efecto, presenta a Jesús que, entre el cí­rculo más amplio de los discí­pulos que le seguí­an, †œeligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles† (6,13; Hch 1,2), a los que luego envió (apostéllo: 9,1-2) a proseguir su misma misión entre el pueblo de Judea (cf 4,44). Las expresiones están sacadas de la misión análoga contada ya por Marcos (6,5-7).
Luego, a lo largo de su vida, Jesús fue dando algunas normas radicales sobre el discí­pulo auténtico, e inmediatamente después designó y mandó (apostéllo) †œa otros setenta y dos discí­pulos† con una misión casi idéntica (lO,l-l2y que Lucas parece tomar de la fuente Q, dado que es utilizada también por Mateo en su misión análoga de los doce). La lección †œ70† o †œ72† en los códices tiene el mismo valor; por eso está claro el significado genérico: según Lucas, Jesús escogió un †œgran número† de otros colaboradores, además de los doce. Más especí­ficamente, el número 70/72 les parece a algunos exegetas que fue escogido para indicar la misión universalista (estamos en Samarí­a y en Lucas) entre todos los pueblos de la tierra, catalogados en número de 72 en la carta genealógico-geográfica de los judí­os (Gn 10 y Henoc etiópico 89,59); según otros, habrí­a aquí­ más bien una referencia a los 70/72 jueces (Ex 18,13-27) y/o presbí­teros (Nm 11,24-30), elegidos por Moisés y dotados como él de Espí­ritu divino para ayudarle en la dirección del pueblo de Israel.
A continuación Lucas reserva el tí­tulo de †œlos apóstoles†, con el artí­culo determinado, tan sólo a los doce:
tanto en el Evangelio (Lc 9,10; Lc 17,5; Lc 22,14; Lc 24,10) como en los Hechos (Hch 1,2; Hch 26; Hch 2,37; Hch 42; Hch 43; Hch 4,33; Hch 35; Hch 36; Hch 37; Hch 5,2; Hch 12; Hch 18; Hch 29; Hch 40; Hch 6,6; Hch 8,1; Hch 14; Hch 18; Hch 9,27; Hch 11,1; Hch 15,2; Hch 4; Hch 6; Hch 22; Hch 23; Hch 16,4 ). Pero los presenta la misma tarde de pascua rodeados de otros discí­pulos (24,33), que en los dí­as anteriores apentecos-tés forman ya con ellos un grupo numeroso de †œunos 120 hermanos† (Hch 1,15-16). Las únicas excepciones se dan en el texto de 11,49 del Evangelio y el texto de 14,4.14 de los Hechos. Aquí­, en dos ocasiones, se les da a Pablo y a Bernabé el tí­tulo de apóstoles, cuando van a fundar comunidades pagano-cristianas por misión recibida de la comunidad de Antio-quí­a (13,1-3). Muchos opinan que el término se le †œescapó† a Lucas, que lo encontró en la fuente antioquena de donde sacó este material; estos dos, por lo menos, no responden a los requisitos postulados por Lucas para los doce apóstoles. Lo mismo parece que hay que decir de los †œapóstoles† que él menciona en el Evangelio Lc 11,49), en donde depende, con Mateo, de la fuente Q; allí­ -como veremos- el término tendrí­a el sentido más amplio prepau li-no del que antes hablábamos.
Los doce o los apóstoles tienen realmente para Lucas la función de †œdar testimonio† (Hch 1,8) -pero quedándose en Jerusalén (1,4; cf 8, 1.14) y en Judea (11,1), es decir, entre las †œdoce† tribus de Israel- de todo el mensaje de Jesús, del que habí­an sido testigos oculares desde el bautismo de Juan hasta su
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ascensión, y especialmente de su resurrección (Hch 1,21-22; Lc 1,2). Por consiguiente, su predicación es la continuación de la causa de Jesús en la historia posterior.
En Ac 1-5 Lucas presenta al grupo de los doce apóstoles también como dirigentes de la comunidad judeocris-tiana de Jerusalén. Desde el capí­tulo 6 este grupo recibe la ayuda, para la atención a las obras caritativas en la sección de lengua griega, del grupo de los †œsiete† con Esteban (pero también con huellas de otras funciones originales más amplias, como la predicación y la fundación de nuevas comunidades). En la sección de lengua hebreo-aramea que se quedó en Jerusalén reciben también la ayuda de un grupo de presbí­teros (11,30) que, con su portavoz Santiago, hermano del Señor, participan y deciden en el concilio de Jerusalén junto con los doce apóstoles, presididos por Pedro (15,2.4.6.22.23; 16,4).
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Después del concilio de Jerusalén, Lucas ya no menciona a †œlos apóstoles†™, ni tampoco a Pedro; en cambio, presenta a la comunidad judeo-cris-tiana de Jerusalén dirigida por el grupo de los presbí­teros (21,18), y a Pablo y Bernabé, que desde su primer viaje apostólico †˜constituyeron†™ (cheirotonéo – lit. †œelegir alzando la mano†) un grupo de †œpresbí­teros† para la dirección de cada una de las comunidades pagano- cristianas (14,23). Hay que observar que en el segundo viaje apostólico Pablo, junto con Silas, transmitirá a esas comunidades los decretos sancionados por el concilio de †œapóstoles y presbí­teros† de Jerusalén
(16,4).
Parece evidente: Lucas intenta hacer resaltar que la función de los †œdoce apóstoles† en Jerusalén, y la de los †œapóstoles†™ Pablo y Bernabé en las comunidades pagano-cristianas, ha pasado ya al grupo de presbí­teros de las diversas comunidades. A éstos 7-según el testamento espiritual de Pablo (20,17-38)- les corresponde ahora la función de velar por toda la grey como †˜inspectores†™ (episkopoün-tes) y pastores para mantener la fidelidad al evangelio de Jesús (20,28) contra los perseguidores externos y también contra aquellos que en el interior de la comunidad †œenseñen doctrinas perversas con el fin de arrastrar a los discí­pulos (toüs mathetas) en pos de sí­† (20,30).
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d) En los otros evangelios.
Por eso mismo resulta extraño que un término tan importante para Pablo y para Lucas aparezca en los otros evangelios tan sólo una vez: en Marcos (6,30) y en Mateo (10,2) para indicar a los †œdoce† en el contexto preciso de su misión temporal a Galilea; en Juan, después del lavatorio de los pies, en la admonición al servicio, dirigida por Jesús a los †œdiscí­pulos†: †œOs aseguro que el criado no es más que su amo, ni el enviado (apostólos) más que el que lo enví­a† (13,16). Intentaremos dar respuesta a esta rara circunstancia [1 ¡nfra, 4].
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e) En las relaciones con los †œdoce†.
Hablando de apóstoles nos hemos encontrado ya varias veces con el número doce. Este número tení­a en la antigüedad de Oriente medio un simbolismo astral, vinculado a las doce constelaciones del zodí­aco y a los doce meses del año (cf Henoc etiópico 82,11). Pero en la Biblia el número doce aparece siempre en relación con las †œdoce tribus de Israel† (cf ya la antigua lista de Núm 26,4-56), por tener su origen tradicional en los doce hijos de Jacob. El mismo Pablo, ante Agripa II, designa a su pueblo con la simple expresión tó dodekaphylon hémón (Hch 26,7; Flp 3,5), es decir, †œnuestro (pueblo) el de las doce tribus†. Los primeros cristianos son conscientes de ser la continuación de este pueblo (St 1, 1; IP 1, 1; Ap 7,4-8; Ap 21,12).
Estas referencias tan estimadas por los primeros cristianos nos llevan a comprender mejor por qué el mismo Jesús eligió un grupo de doce apóstoles para formarlos (Mc 3,14-16 par) y enviarlos luego como apóstoles suyos, ya durante su vida terrena, a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mc 6,7-13 par; Mt 10,5-6). En contra de una posición que a veces ha surgido en estos últimos decenios, y recogida recientemente por HO. Günter (o.c), que querrí­a atribuir la institución del grupo de los doce a la Iglesia pospascual, nosotros pensamos que debe remontarse,, al mismo Jesús, puesto que está ya presente en la profesión de fe prepaulí­na (1Co 15,5) y en una frase de la fuente Q (Lc 6,13! Mt 10,2), con la promesa de que †˜en la nueva creación, cuando el hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, os sentaréis también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel† (Mt 19,28; Lc 22,30). Así­ pues, Jesús los escogió como asociados a su tarea de juez escatológico en la reconstrucción me-siánica del Israel ideal; en ello va implí­cita su función de cofundadores y corresponsables con Jesús en la dirección del Israel mesiánico.
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4. La misión apostólico-pro-fética de Jesús y de sus discí­pulos.
Para completar el cuadro semántico creemos necesario examinar también el uso del verbo apostélló (de donde se deriva †œapóstol†), sobre todo teniendo en cuenta que es frecuente y que se distribuye de manera bastante uniforme en los cuatro evangelios, mientras que es más bien raro en el epistolario del NT (fenómeno inverso al de †œapóstol†).
Este verbo aparece 135 veces, de ellas 22 en Mateo; 20 en Marcos; 51 en Lucas (25 en Lucas y 26 en Hechos), 27 en Juan; sólo cinco veces en el epistolario paulino; una vez en 1P, tres veces en 1Jn y tres veces en el Apocalipsis.
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a) En los evangelios sinópticos.
Del conjunto se deduce que el verbo apostélló, como ya en los Setenta y en Flavio Josefo [1 supra, 1, 2], pone de relieve el encargo relacionado con la misión, mientras que el sinónimo pémpó (frecuente en Lucas: 22 veces) pone el acento en el enví­o en cuanto tal. Además, los sinópticos, al hablar de Dios, utilizan siempre el verbo apostélló.
Tomando en consideración solamente los textos en donde el verbo tiene una importancia doctrinal, observamos:
– Ya la fuente de los lóghia (fuente Q) presentaba a Jesús clasificándolo entre los profetas mandados por Dios a Jerusalén y rechazados por ella (Mc 23,37/Lc 13,34), en un contexto en que Jesús, incluso con otra terminologí­a, es presentado repetidas veces como modelo de profeta, superior a los profetas antiguos; la misma fuente Q describí­a a Jesús como el mandado por Dios; el que lo escucha o lo desprecia, escucha o desprecia al mandatario divino (Mt 10,40/Lc 10,16); en la parábola de los invitados se narraba cómo mandó Dios a sus criados a invitar al banquete, con una evidente alusión a los profetas de Israel, incluidos Jesús y los primeros profetas cristianos (Mt22,3-4/Lc 14,17).
– En los sinópticos, el mismo Jesús se presenta como el mandado de Dios; acogiéndolo en los niños, se acoge al mandatario divino (Mc 9,37; Lc 9; Lc 48; Mt 18,5); en la parábola de la viña afirma que Dios mandó repetidamente a sus criados (los profetas) y finalmente a su Hijo predilecto a la viña de Israel Mc 12,2; Mc 12,4; Mc 12,5; Mc 12, Mc 21,34; Mc 21,36; Mc 21,37; Lc 20,10).
– En varios textos, referidos por cada uno de los sinópticos, Jesús afirma que ha sido mandado (por Dios:
pasivo hebreo) tan sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15,24); explica por qué ha llamado a su mensaje †œevangelio† (cf ya Mc 1,15) y por qué se identifica con el profeta vaticinado por Is 61,1:†… Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres† (Lc 4,18), y va a evangelizar por todas partes, con las palabras y con los hechos, ese reino de Dios precisamente porque ha sido mandado por Dios para esto
(4,43).
– Ya, según la misma fuente Q, Jesús, como sabidurí­a de Dios (según se le llamaba a Jesús en la
comunidad de esa fuente: cf Lc 7,35/Mt 11,19; cf también ICo 1,24; ICo 1,30), habí­a dicho refiriéndose a
sus misioneros: †œLes enviaré profetas y apóstoles† (Lc 11,49), en donde la expresión parece una endí­adis,
a no ser que Lucas haya intentado aclarar coneel correspondiente griego de †œapóstoles† el hebreo/arameo
†œprofetas†. Realmente Mt 23,34 dice: †œPor eso yo os enví­o profetas, sabios y maestros de la ley†.
En los mismos sinópticos se narra que Jesús escogió a los doce para †œmandarlos† (Mc 3,14; Lc 6,13; Mt 10,2), a su vez, a continuar su obra profético-escatológica como anunciadores de la próxima llegada del reino de Dios, como exorcistas contra Satanás y como curadores de enfermedades; y que luego de hecho los mandó con semejantes funciones (Mc 6,7; Mt 10,5; Mt 10,16; Lc 9,2 cf Lc 10,1; Lc 10,3).
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b) En el cuarto evangelio.
También en Juan el verbo apostillo (que aparece 27 veces) lo utiliza Jesús para indicar su mandato divino frente a los judí­os (5,36.38; 6,29.57; 7,29; 8,42; 10,36) y los discí­pulos (3,17; 20,21); por eso es el profeta por excelencia (4,19.44; 6,14; 7,40.52; 9,17). Jesús a su vez mandó a los discí­pulos: †œComo el Padre me mandó a mí­, así­ os enví­o (pémpo) yo a vosotros† (20,21; cf 4,38), infundiendo en ellos la tarde de pascua su mismo Espí­ritu y capacitándolos para santificar a los hombres mediante el perdón de los pecados
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(20,22-23).
El tema de la misión está en el centro de la estructura literaria y teológica de la oración de Jesús al Padre después de los discursos de despedida (cf G. Segalla, o.c), hasta el punto de que podrí­a verse en esa oración una cristologí­a del mandato y definir su vida de Hijo que ha entrado en el mundo desde la gloria del Padre (17,5.24), como †œuna vida en misión†. En efecto, el verbo aposti/ló aparece hasta siete veces en la oración, y el tema de la misión está presente en seis de las siete unidades literarias en que se estructura dicha oración (17,3.8.18.21.23.25),teniendo su centro en las frases: †œConságralosen la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así­ también los enví­o yo al mundo. Por ellos yo me consagro a ti, para que también ellos sean consagrados en la verdad† (17,17-1 9).
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c) ¿La primera misión se deriva del Jesús terreno?
Así­ pues, creemos que puede afirmarse con seguridad, tomando como base todos estos múltiples y unánimes testimonios, que ya el Jesús terreno se habí­a presentado como profeta mandado (sa/ah) por Dios, en la lí­nea de los antiguos profetas, pero con la tarea única y esca-tológica de anunciar e iniciar el reino esperado de Dios; este verbo, con el contenido relativo de misión proféti-ca, fue traducido por el verbo griego aposté/Id muy pronto después de Pentecostés (si no ya en vida del Jesús terreno y,por el propio Jesús en la tierra de Israel, en donde el griego era comúnmente conocido como segunda lengua). Los mismos pasivos hebreos que aparecen frecuentemente en estos textos atestiguan su origen antiguo en el ambiente judí­o. Ya Pablo lo usa en este sentido en Gal 4,4.6.
Por tanto, parece evidente que ya Jesús utilizó la raí­z sa/ah-aposté/lb para indicar, además de su misión, la de sus misioneros; no está documentado -aunque tampoco excluido, y por tanto es posible, a mi juicio- que el mismo Jesús haya usado el participio sustantivado sa/uah-sa-Iiah-apósto/os (al menos en la forma hebreo-aramea, si no ya en griego), que encontramos luego tan frecuentemente en las comunidades paulinas y lucanas.
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5. CONCLUSIí“N: APOSTOLICIDAD de la Iglesia.
Por tanto, la sustancia de la misión (expresada con el verbo caracterí­stico hebreo-arameo sa/ah) tiene que remontarse al mismo Jesús, que se presentó como profesa enviado de Dios Padre, al modo de los profetas del AT (Is 6,8; Is 61,1; Jr 1,7); Jesús, a su vez, envió †œapóstoles y profetas† (Lc 11,49; Mt 23,34). También en Pablo están estrechamente asociados los apóstoles y los profetas (1Co 12,28; Ef 2,20; Ef 4,11 ), ylos profetas se encuentran en segundo lugar; así­ también en la Didajé (cc. Xl; XIII; XV, 1).
Por eso creo que se puede formular como más satisfactoria esta solución, siguiendo a D. Müller y a E. Testa (y apartándome algo de las precedentes posiciones de R. Regentorf, J. Du-pont, G. Klein y W. Schmithals): no está excluido que el mismo término apostó/os, o al menos el correspondiente hebreo- arameo sa/uah-sa/iah, pueda remontarse al mismo Jesús. Por lo menos deberí­a remontarse al mismo Jesús el contenido del vocablo expresado por el verbo sa/ah, y traducido muy pronto al griego por el correspondiente aposté/lo. Este verbo se utilizaba ya en el AT para describir la misión de los profetas por parte de Yhwh, misión que ya en el AT tení­a también como destinatarios a los paganos. De todas las tradiciones evangélicas se deduce realmente que el mismo Jesús describió su misión en la lí­nea de la de los profetas del AT, que reunió a su alrededor a unos discí­pulos [111] y que los mandó a continuar su misión profética.
Con este sentido más profundo, siguiendo a los Setenta [II, 2.4a), se empleó en el ambiente cristiano griego la raí­z griega aposté/lo, y en especial el adjetivo verbal sustantivado apostó/os, anteriormente poco usado en el mundo griego y con un sentido no teológico. Este término se convirtió muy pronto en el terreno cristiano en un termina técnico para indicar a todos los enviados, primero por el Jesús terreno y resucitado, y luego por sus primeras comunidades, a fin de continuar su obra profética: tanto para los doce enviados por Jesús a evangelizar a las comunidades judí­as de Jerusalén y de Judea (cf para Pedro Ga 2,8 como para los otros enviados alas comunidades judí­as de la diáspora y a las paganas; entre estos últimos estaba también Pablo y su equipo.
La polémica de los judaizantes contra Pablo los movió a restringir el tí­tulo a los enviados directamente por el Jesús terreno y resucitado, y especialmente a los doce; por eso Pablo tuvo que defender el tí­tulo de haber sido también él †œenviado† por Cristo resucitado.
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Más tarde Lucas concilla estas dos posiciones, restringiendo el tí­tulo de apóstol a los doce. De este modo responde también a la necesidad cada vez más sentida -frente al retraso de la parusí­a y las herejí­as nacientes- de tener un criterio seguro de garantí­a a la fidelidad a Cristo y a su mensaje. Para ello subraya el papel de los doce apóstoles como garantes autorizados y completos de la tradición evangélica, a la que se habrí­a referido también Pablo y él mismo
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para su evangelio escrito (Lc 1,1-4). Esta función de garantes de la tradición apostólica y de guí­as de la comunidad fue transmitida por los doce a los presbí­teros-obispos, sus sucesores, con el rito de la / imposición de las manos (13,13; Hch 6,6) y de la †œelección a mano alzada† (cheiroto-néb: 14,23), pero con la participación, en la elección de los candidatos, de la misma comunidad (1,23; 6,1-6) y de sus profetas (13,1-3; cf 20,28).
Ya la carta a los ¡Efesios (obra quizá de un discí­pulo de Pablo) enu-.mera a los apóstoles y a los profetas cristianos del pasado -entre ellos Pablo- como el fundamento de la / Iglesia (de la que Cristo sigue siendo de todas formas la piedra angular y de bóveda), en cuanto que son los que han recibido la revelación del misterio de Dios manifestado en Cristo y que hay que leer también en los escritos del apóstol Pablo (2,20; ,cf 3,2-6); su función la continúan ahora los actuales †œevanç:jelistas, pastores y maestros† (4,11) de la lçilesia.
También en las cartas pastorales a ¡Timoteo ya/Tito, Pablo †œapóstol†™ (lTm 1,1; lTm 2,7; 2Tm 1,1; 2Tm 1,11; Tt 1,1) representa la tradición apostólica sobre el depósito (parathéké: 1 Tm 6,20; 2Tm 1,12;
2Tm 1,14) o evangelio de Jesús, al que hay que mantenerse fiel a la luz también de la doctrina (didaskalí­a: 1 Tm 1,10; 1 Tm 4,6; 1 Tm 4,13; 1 Tm 4,16; 1 Tm 5,17; 1 Tm 6,1; 1 Tm 6,3 2Thn 1 Tm 3,10; lTm 3,16; lTm 4,3; Tt 1,9; Tt2,17; Tt 2,10), o sea de su autorizada enseñanza interpretativa.
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II. DISCIPULO.
1. Interpretaciones y problemas.
El tema del †œdiscí­pulo†™ está unido en parte con el del †œapóstol†™. Suscita menos tensiones, pero no carece de actualidad ni de interés; exige una aclaración en sus relaciones con el apóstol y en su misma definición. En efecto, muchos consideran que equivale a †˜cristiano; por eso aplican a todos los creyentes lo que en los evangelios se dice de los discí­pulos. Otros lo refieren, en todo o en parte, solamente a los actuales †œreligiosos, que han asumido como propias las exigencias radicales de Jesús en relación con los discí­pulos; pero éstas no serí­an más que †œconsejos evangélicos†™, que sólo son practicables para unos sujetos destinatarios de una †œespecial† / vocación y consagración.
Una simple mirada a una concordancia del NT suscita también algunas preguntas: el término †œdiscí­pulo†™ (mathetes) aparece con frecuencia en todos los evangelios: 45 veces en Marcos; 71 en Mateo; 38 en Lucas; 78 en Juan. También aparece con cierta frecuencia en Hechos (28 veces, entre ellas una también en femenino: discí­pula, mathetria: 9,36). En los evangelios indica casi siempre a los seguidores de Jesús, y en los Hechos siempre a los miembros de las primeras comunidades cristianas. Luego, con gran sorpresa de nuestra parte, el término desaparece por completo de los escritos del NT.
Por eso nos proponemos profundizar en la relación de los discí­pulos con Jesús y entre ellos y en su continuación o no dentro de las comunidades cristianas.
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2. DISCfPULO Y SEGUIMIENTO EN EL MUNDO JUDíO Y EN LA LITERATURA ambiental
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a) En el mundo griego.
En la lengua griega extrabí­blica el verbo manthanó, de donde se deriva mathétés, tení­a ya en Herodoto (VII, 208) el sentido ordinario de †˜aprender, es decir, de asimilar mediante el aprendizaje o la experiencia.
Elsustantivo correspondiente mathetes indicaba a un hombre que se vinculaba a un maestro (didaskalos),
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al cual pagaba unos honorarios: o para aprender un oficio, y entonces corresponderí­a a nuestro †œaprendiz†, o bien una filosofí­a y una ciencia, y entonces corresponderí­a a nuestro †œalumno†.
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b) En la Biblia hebrea.
También en la traducción griega de los Setenta se utiliza el verbo manthánd (que corresponde al hebreo lamad) en el sentido ordinario de †œaprender†.
Por el contrario, el sustantivo derivado †œdiscí­pulo† (mathetes) no aparece nunca; por lo demás, el mismo correspondiente hebreo talmid sólo aparece en ICrón 25,8 para indicar a los †œdiscí­pulos†de los †œmaestros cantores† del templo. Esto parece ser que se debe a la antigua conciencia de Israel de que sólo Dios es el maestro, cuya palabra hay que seguir. Por eso los seguidores de los mismos profetas se designan como servidores (mesaret), y no como discí­pulos suyos: así­ Josué de Moisés (Ex 24,13 Núm Ex 11,25), Elí­seo de Elias (1R 19,29ss), Guejazí­ de Elí­seo (2R 4,12) y Baruc de Jeremí­as (Jer 32,12s).
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c) En las escuelas rabí­nicas.
Precisamente en relación con las escuelas filosóficas griegas que se intentó erigir en la misma Jerusalén IM 1,14; 2M 4,9) se desarrolló en el judaismo la institución del rabbi(lit. = †œgrande mí­o† o †œeminencia†); este término fue traducido en las comunidades judeo-helenistas por el sinónimo didaskalos (†œmaestro†).
El discí­pulo del rabbi era llamado talmid (áe lamad, †œaprender†). Habí­a así­ entre los judí­os varias escuelas de rabbiy de discí­pulos, llamadas †œcasas† (†œcasa de Hillel†, †œcasa de Sam-mai†), a veces en contraste entre sí­ en ajgunos puntos discutidos, como aparece en la literatura rabí­nica. Por su sabidurí­a, los rabbi tuvieron también el antiguo tí­tulo tradicional de †œsabio† (hakam), mientras que †œpor su madurez de juicio, por su prudencia y experiencia, independientemente de su edad, fueron llamados
†˜presbí­teros† (E. Testa, o.c, 347). Frecuentemente se les dio también el tí­tulo de †œpadre†, de modo que las sentencias de los rabbi se llamaban †œperí­copas de los padres† (pirqé †˜Abót), así­ como el tí­tulo de man (†œseñor mí­o†: ib; Mt 23,8-10).
El talmid, en su trato con el rabbi, aprendí­a con él no sólo la ley escrita mosaica, sino también la oral, llamada esta última †œla tradición de los presbí­teros† (parádosis tónpresbyté-rbn: cf Mc 7,3-13/Mt 15,2-9). Así­ pues, el talmid tení­a que estudiar durante largas horas todo el saber del maestro. No se podí­an escuchar las Escrituras sin la introducción del maestro (Ben. 476); sólo así­ el discí­pulo podí­a esperar convertirse también él en †œsabio† y recibir del maestro una especie de ordenación que lo declaraba a su vez rabbiy le daba la facultad de enseñar, de abrir una escuela y de imponer su propia tradición doctrinal.
Por lo que se refiere a la metodologí­a didáctica, como ha observado G. Gerhardsson en sus estudios, el discí­pulo aprendí­a escuchando y viendo: escuchaba y recogí­a religiosamente todas las palabras del maestro y de sus alumnos más influyentes, hací­a preguntas y al final de su aprendizaje podí­a ofrecer él también su aportación; pero además veí­a y seguí­a atentamente todas las actividades del maestro y lo imitaba. Los informes de estas escuelas rabí­nicas, recogidos más tarde en el Talmud, refieren no sólo las palabras, sino también los ejemplos de los rabinos.
Los rabinos enseñaban de memoria, repitiendo varias veces el texto de la ley mosaica; enseñaban además de memoria sus interpretaciones y sus máximas; pero las condensaban en fórmulas sintéticas, lo más brevemente posible. Es famosa su norma: †œMejor un grano de pimienta picante que una cesta llena de pepinos†. Para facilitar el aprendizaje mnemónico recitaban el texto en voz alta y con una melodí­a de recitación; y aunque oficialmente esta tradición oral no se escribí­a en tiempos de Jesús para mantenerla secreta a los paganos, los «discí­pulos tomaban apuntes o notas escritas; por eso hoy se va afirmando í­a opinión de que entre los mismos rabinos no existió nunca una tradición puramente oral.
El mismo Pablo se formó con estas técnicas en la escuela de Gamaliel (Hch 22,3; Ga 1,14) [1 Lectura judí­a de la Biblia].
3. Discí­pulos de Jesús y su seguimiento.
El sustantivo †œdiscí­pulo† (mathetes) es empleado por los cuatro evangelios para indicar a veces a los discí­pulos del Bautista (Mc 2,18 y 6,29 par; Lc 7,18-19/Mt 11,2; Lc 11,1; Jn 3,25), pero prefieren usarlo para señalar a los seguidores de Jesús. Dada la convergencia de los textos, es innegable que el Jesús terreno fue considerado como un rabbiy se vio rodeado de discí­pulos, como ellos.,
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a) Según los evangelios sinópticos.
Aunque no habí­a sido más que .un simple carpintero (Mc 6,3), Jesús enseñó y discutió en las sinagogas (Mc J,21-28 par; 6,2-6 par; Mt 4,23; Mt 9,35; Mt 12,9-14)yenlamismaJerusalén al estilo de los rabbi( Mc 12,1-37 par), y se le plantearon preguntas de tipo jurí­dico (Lc 12,13-15). Llama en su seguimiento a un grupo de discí­pulos: primero a cuatro, las dos parejas de hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan Mc 1,16-20 par); luegoa,,unquinto, Leví­, yconélaotrosmuchos(Mc2,13-17 cfv. Mc 15 par). Más adelante escoge a doce, entre ellos a los cuatro primeros y a un tal †œMateo†, identificado por el primer evangelio con el †œLeví­† anterior; hace vida común con ellos (Mc 3,13-19 par), para mandarlos luego a continuar su misión (6,7-13 par). Estos discí­pulos lo llaman su †œmaestro†: a veces en la forma hebreo- aramea rabbi (Mc 9,5; Mc 11,21; Mc l4,45)y más ordinariamente en el equivalente griego didáskalos(10 veces en Marcos; seis en Mateo; 12 en Lucas).
Pero aparecen notables diferencias entre el talmí­d hebreo y el discí­pulo de Jesús. En las escuelas filosóficas griegas y en las rabí­nicas era el discí­pulo el que escogí­a la escuela y el maestro; en los evangelios, por el contrario, es Jesús el que con autoridad divina llama a los discí­pulos, del mismo modo que Dios llamaba a los profetas del AT, y les fija las condiciones para su seguimiento (Mc 1,17 par; Lc 9,57-62, etc.). Parece ser precisamente éste el motivo de que el verbo mathéteúó, derivado de mathetes (y que de suyo, en griego, tiene un significado estático o activo, es decir, sirve para indicar lo mismo †œser discí­pulo† que †œhacer discí­pulos†), se emplee en el NT cuatro veces, y siempre en el sentido activo de †œhacer discí­pulos†: o por parte de Jesús (Mt 13,52; Mt 27,57) o por parte de los enviados por Jesús Mt 28,19; Hch 14,21). Por el mismo motivo el verbo †œaprender† (mantháno) es raro y se le sustituye por el correlativo enseñar (didáskb), referido eminentemente a Jesús.
En las escuelas filosóficas griegas y en las rabí­nicas el discí­pulo buscaba en el maestro una doctrina y una metodologí­a para convertirse a su vez en maestro: en los evangelios los discí­pulos siguen á Jesús como el único maestro (didáskalos) y preceptor (ka-thégetés), de modo que no pueden llamarse a su vez rabbi, preceptores, ni tampoco padres, sino hermanos, ya que tienen todos un solo Padre celestial Mt 23,8-10). Deben aspirar más bien a hacerse en todo semejantes, en su misma suerte, al único maestro y Señor (didáskalosy Kyrios), Jesús (Lc 6,40/Mt 10,24-25). Ellos tendrán a su vez la tarea de hacer discí­pulos (mathetéúo), pero consagrándolos con el bautismo al Padre y al Hijo y al Espí­ritu Santo y haciéndolos obedientes a los mandamientos de Jesús (Mt 28,19; Hch 14,21). Por eso siguen a Jesús como una persona a la que hay que entregar sin reservas toda la vida, por encima de todos los bienes y de los mismos afectos a los hermanos, a los padres, a los hijos y a la esposa (Mc 10,17-30 par; Lc 14,26- 27/Mt 10,37-38; Mc 3,31-35 par), sin poderya mirar para atrás ni retirarse (Lc 9,57-62/Mt 8,19-22).
Para ser discí­pulo de Jesús hay que seguirlo. El seguimiento de Jesús se expresa en los sinópticos bien con el verbo †œseguir† (akolouthéó), bien con la expresión †œir detrás de† (érjo-mai deüte u opisó).
El verbo akolouthéó significaba ya en Tucí­dides †œhacer el camino con alguien†, †œseguir†, en un sentido favorable o también hostil. En el NT encontramos este verbo casi exclusivamente en los evangelios (59 veces en los sinópticos y 18 en Juan); en otros lugares raramente y sin relieve teológico.
En los sinópticos el verbo se aplica a veces a la muchedumbre que sigue a Jesús con cierta simpatí­a, aunque todaví­a de forma superficial (Mc 3,7/Mt 4,25; Mt 12,15; Mc 5,24; Mt 8,1; Mt 8, Mt 14,1 3/Lc Mt 9,11; Mt 19,2; Mt 20,29); a los muchos pecadoresque despuésde la llamada de Leví­ siguen a Jesús (,o a Leví­?) en el banquete que da en su casa (Mc 2,15 par); a las mujeres que habí­an seguido a Jesús para servirle (diakonéo). Lucas habí­a narrado anteriormente que en Galilea habí­an acompañado ya ellas a Jesús (8,2-3) y a los doce en la obra de evangelización y que algunas de buena posición le habí­an †œservido† con sus bienes, ya que era una obligación de los discí­pulos de los rabinos proveer a la manutención del maestro y del grupo. Por eso se comportan -inovedad sin paralelos entre los rabinos judí­os!- como verdaderas discí­pulas.
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Pero en todos estos casos el seguimiento no va precedido de una llamada del maestro (aunque no se la excluye). Otras veces se trata de un seguimiento que es la respuesta a la llamada inicial y definitiva dirigida por Jesús (de ordinario con el imperativo †œsigúeme†) a individuos concretos o a grupos, que precisamente desde aquel momento son llamados expresamente discí­pulos, y cuya vocación se describe al modo de la llamada del profeta Elí­seo por parte del profeta Elias (IR 19,19-21): el seguimiento de las dos parejas de hermanos Pedro y Andrés, Santiago y Juan (Mc 1,16-20 par); el seguimiento desechado del rico (Mc 10,21; Mc 10,18). Este seguimiento †œdetrás† (opí­-sd) de Jesús supone renegar de la propia
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mentalidad de pecado, para uniformarla a la de Dios, hasta llevar la propia cruz juntamente con Jesús Mc 8,34 par). Jesús da la orden de seguirle también al que se le ha ofrecido espontáneamente; pero antes le dicta las condiciones exigidas (Mt 8,19; Mt 8, Mt 9,57; Mt 9,59; Mt 9,61).
Jesús llama a este discipulado a cualquiera, sin barrera alguna: a personas puras, pero también a pecadores y publí­canos (como Leví­: Mc 2,14 par), a zelotes (como Simón †œel zelo-te†: Lc 6,15; Hch 1,13) y a hombres de toda condición: cuatro pescadores (Mc 1,16-20 par), un cobrador de tributos (2,14 par), una persona casada (Pedro: Mc 1,30 par; pero, al parecer, también a otras: cf 10,29).
Todos ellos son llamados por Jesús de su profesión a otra análoga y de otro orden: †œOs haré pescadores de hombres† (Mc 1,17). La referencia a Jer 16,16 especifica que la finalidad de esta nueva profesión será la de reunir a los miembros del pueblo de Dios para el juicio definitivo.
Esta nueva profesión asimilará al discí­pulo con el maestro en las contradicciones y persecuciones (Mt 10,24-25/ Lc 6,40) y le obligará a confesarlo públicamente sin renegar jamás de él (Mt 10,32-33/Lc 12,8-9).
Una actitud equivalente a la del seguimiento es la que se contiene en la expresión †œir detrás†™ (erjomaio deüte opí­só, con genitivo); la encontramos para indicar el seguimiento de Jesús en todos los sinópticos Mc 1,17; Mc 1, Mc 4,19 Mc 8,33/Mt Mc 16,23; Mc 16,24; Lc 9,23; Lc 14,27). En especial, según Lc 9,62, no es idóneo para el reino de Dios aquel que pone la mano en el arado y mira hacia atrás (eis ta bpí­sb); no hay que ir detrás de aquellos que se presentan en el nombre de Jesús para anunciar la proximidad de la parusí­a (21 ,8; Hch 20,30). – Para Lucas, después de pentecos-tés, el término †œdiscí­pulo† se convierte en sinónimo de †œcreyentes en Cristo†, es decir, de los que se comprometen a su imitación: o el individuo concreto, cuando se usa en singular (Hch 9,10; Hch 9,26; Hch 16,1; Hch 21,16), o la comunidad entera, cuando se usa en plural (6,1.2.7; 9,1.19.25.26.38; 11,29; 13,52; 14,20.22.28; 15,10; 18,23.27; 19,9.30; 20,1.30; 21,4.16). Es decir, pasa a in-tlicar a todos los cristianos (11,26), de origen tanto judí­o como pagano. Es evidente que todos estos discí­pulos pospascuales llevaban un sistema de vida adaptado a la nueva situación, muy distinto del comunitario fí­sico-corporal con el rabbi Jesús, y que iban organizándose según una nueva estructura.
Ya hemos observado en este sentido que en todo el epistolario del NT, incluido el Apocalipsis, no vuelve a aparecer el término †œdiscí­pulo†: los cristianos son llamados con otros nombres, quizá precisamente para indicar la diferencia del sistema de vida de los primeros discí­pulos del rabbi Jesús. Esta misma desaparición vale para el verbo †œseguir† en el sentido de seguimiento; evidentemente, se recurre a otros verbos para expresar la relación del cristiano con el resucitado. Pablo utiliza la expresión †œser en Cristo†, o bien tener sus mismos sentimientos de humildad y de servicio (Flp 2,5-11); llega también a exhortar a que le imiten a él mismo como modelo, pero en su conducta orientada a la imitación del único modelo incomparable que es Cristo, de manera que los cristianos sean a su vez ty†™pos, es decir, modelo, para los demás (lTs 1,6-7; ICo 11,1).
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b) Según el cuarto evangelio.
También según Juan, Jesús, a pesar de que no asistió a las escuelas de los rabinos, demuestra en los patios del templo que posee su cultura y sus técnicas de enseñanza (7,14-1 5). Además, aparece rodeado y en diálogo con un grupo de discí­pulos (56 veces) que lo llaman rabbi (1,38.49; 11,8).
De los relatos de Juan se deduce que el proceso histórico de formación de los discí­pulos fue probablemente más lento y complejo que el que presentan las vocaciones sinópticas ideales y estilizadas descritas anteriormente; en efecto, Jesús tuvo ya un primer contacto con algunos futuros discí­pulos en el ambiente de los discí­pulos del Bautista (1,35-42), y el seguimiento adquirió su forma definitiva sólo con la experiencia pascual (Jn 21,1-19).
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En un evangelio en que falta el término ekklésia (iglesia), la expresión †œlos discí­pulos†™ indica prácticamente el grupo o la comunidad de Jesús, es decir, con terminologí­a joanea, a aquellos que, creyendo en él, han pasado de las tinieblas a la luz (3,13-17.21); son distintos de los †œdiscí­pulos de Moisés† (9,28) y de los mismos †œdiscí­pulos† del Bautista (4,1). Se identifican con los que Jesús gana para sí­ con su palabra y con sus signos milagrosos (1,35-2,22) y que han creí­do en su palabra (8,31); ésos son sus †˜amigos†™, a quienes ha revelado los secretos del Padre (15,15-17). Jesús les promete que después de su partida se verán animados por su Espí­ritu paráclito (14,16-1 7; 15,26-27; 16,7-1 5), que los guiará en la comprensión de toda la verdad y que les anunciará además las cosas futuras (16,13). Según el modelo del Kyrios y maestro Jesús, tienen que servirse mutuamente, incluso en los servicios más humildes (como el lavatorio de los pies: 13,13-1 7). Tendrán como distintivo de discí­pulos †œsuyos† el mandamiento nuevo
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(correspondiente a la nueva alianza) del amor mutuo, según el modelo de Jesús (13,34-35), que llegó a
dar su vida por sus amigos (15,12-1 3). También ellos han de estar dispuestos a morir por él (11,7.16).
Estos discí­pulos representan además a la comunidad futura en contraste con el judaismo incrédulo (y excomulgada por él hacia el año 100); así­, el ciego de nacimiento, curado por Jesús, aparece como modelo del †œdiscí­pulo de Jesús†, en contraste con los fariseos, que se declaran tan sólo †œdiscí­pulos de Moisés† (9,27s). Los discí­pulos representan a los futuros creyentes incluso en su temerosa adhesión a Cristo. El término mathétés es utilizado para José de Arimatea, pero con cierto tono de reproche, por ser †œdiscí­pulo† secreto por temor a los judí­os (19,38; cf también las alusiones a Nicodemo: 3,1-2; 19,39).
En el cuarto evangelio aparece también la figura misteriosa de un discí­pulo amado de manera especial por Jesús (1,35-40; 18,15-16; 19,26-27; 20,2-8; 21,2.7.20-24) y que durante la última cena estaba recostado en su pecho (13,23-26). Comúnmente se le identifica con el autor del cuarto evangelio. En la redacción última del mismo parece personificar al discí­pulo intuitivo, previsor y carismático frente al institucional de Pedro. Los dos viven en comunión dentro de la comunidad, aunque con momentos dialécticos de tensión. Este discí­pulo corre por delante, avanza más pero sabe asimismo aguardar a Pedro
(20,2-10; 21,7).
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4. Relación entre los discí­pulos y los †œdoce†.
Sobre la relación entre los discí­pulos y los doce en vida del Jesús terreno, parece ser que hay acentuaciones o perspectivas diversas entre los mismos cuatro evangelistas. Dentro de una visual común, según la cual los doce fueron los primeros discí­pulos históricos de Jesús, la expresión †œlos discí­pulos† no se limita a ellos, sino que se refiere a todos los seguidores de Jesús, y a continuación a todos los cristianos.
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a) En Marcos.
Algunos exegetas, apoyadosen ciertas equivalencias (p.ej., Mc 11,11; Mc 14; Mc 14,14; Mc 17), sostienen que Marcos identifica a los discí­pulos con los doce. La mayor parte, por el contrario, ve en él una diferencia, expresada de este modo recientemente por K. Stock (o.c, 198-203): los discí­pulos son los seguidores normales de Jesús. Aunque Marcos no expone nunca temáticamente las funciones de los discí­pulos y su relación con los doce, los distingue con claridad en cuanto que cita expresamente la llamada especial y las funciones que determinó Jesús para el cí­rculo limitado de los doce (3,14-1 5). †œEn algunos lugares hay puntos de contacto entre los doce y los discí­pulos, o expresamente (4,10.34; 11,11.14; 14,14.17; también 14,28 y 16,7), o sobre la base del contexto (6,30-32; 6,35-44). Pero al lado de esto hay otros lugares en los que Jesús dirige la palabra a los discí­pulos (8,27; 10,24) y donde Pedro, uno de los doce, responde a Jesús (8,29; 10,28). Tampoco puede olvidarse que en las perí­copas 3,13-19; 6,1- 6a; 9,30-32, que preceden a las otras tan importantes sobre los doce (3,13-19; 6,6b-13; 9,35-50) y que están í­ntimamente unidas a ellas, se designa con mucha atención a los discí­pulos como acompañantes y oyentes de Jesús† (p. 200). Por eso los discí­pulos designan a un grupo mayor; consiguientemente, el grupo de los discí­pulos y de los doce no es idéntico (cf 4,10.34; 8,27.29; 10,24.28), pero el segundo está siempre incluido en el primero. En algunos casos se entiende por †œdiscí­pulos† sólo a los doce (11,14; 14,14), e incluso a un grupo más pequeño (14,32). †œSin embargo, es probable que los doce, en donde son designados como discí­pulos, no se mencionen en su función de doce. Inversamente, se sigue que son mencionados siempre en su función de doce, en donde son indicados como †œlosdoce†(p. 201). Se plantea el problema de si la llamada de Leví­ (2,14) no: representará el prototipo de la de todos los otros discí­pulos, dado que él no recibe ningún mandato apostólico (como ocurre, por el contrario, con los otros cuatro:
Andrés, Pedro, Santiago y Juan [1,47], que encontramos luego en la lista de los doce) y dado que se habla también del seguimiento de otros muchos †œdiscí­pulos† (2,15), nombrados aquí­ por primera vez.
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Por eso los doce son ya el grupo central de los discí­pulos (cf 4,10), y †œsolamente los doce fueron encargados de presentarse a los hombres como representantes de Jesús, de multiplicar su propia actividad, de soportaren su persona la acogida o el rechazo. Para ello tienen que estar
es†™trechí­simamente unidos a la persona de Jesús (estar-con-él hasta la pasión y la muerte) y a su modalidad (servicio)† (p. 203). -.-: Me parece que puede compaginarse con esta posición la de W. Bracht (o-C); sostiene este autor que en el material premarciano habrí­a habido una identificación entre los discí­pulos y los doce y que su no-identificación habrí­a sido introducida por Marcos en su redacción con la finalidad dé actualizar el mensaje: †œLa diferencia entre el concepto de †˜discí­pulos†™ y el de los †˜doce†™ en Marcos no es histórica o de rango, sino funcional. Los dos términos sirven para la actualización
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del anuncio de Jesús; pero mientras que el concepto de discí­pulo se refiere con claridad a la comunidad presente -puesto que †œMarcos presenta literariamente a su comunidad bajo la imagen de los discí­pulos† (H. Thyen)-, sobre todo en la actitud de la incomprensión de los discí­pulos, en cambio la mirada del evangelista con el uso del número doce es retrospectiva, sirve para la legitimación del anuncio presente de la continuidad con la historia de Jesús† (p. 156).
De todas formas, dentro de esta comunidad de discí­pulos se contemplan con claridad algunos responsables, cuya autoridad tiene que ejercerse como un servicio a la comunidad (10,43-44). Destaca especialmente Pedro: es el primero llamado por Jesús, el primer nombrado en la lista de los doce con la mención de que el mismo Jesús le dio el sobrenombre de Pedro (†œRoca†: 3,16); es el que habla con mayor frecuencia, a menudo en nombre del grupo; sobre todo, es el primero en confesar, como portavoz de los discí­pulos, la mesianidad de Jesús (8,29).
292
b) En Mateo.
Los exegetas piensan comúnmente que Mateo, para actualizar el mensaje, identifica el grupo de los discí­pulos con el de los doce (cf J. Ernst, o.c, 926; W. Bracht, o.c, 153; K. Stock, o.c, 199); en efecto, tiene la formulación †œlos doce discí­pulos† (10,1; 11,1; 20,17 [?]; 26,20 [?]), y una vez, en el contexto de su misión, †œlos doce apóstoles† (10,2); llama a Judas †œuno de los doce† (26,14.47: cf 10,4). Por eso, según L. Sabourin (Matteo, ? van gelo di Matteo, en †œRassegna di Teologí­a† 17 [1976] 5,470-471), †œpara Mateo ser cristiano equivale a ser discí­pulo. En efecto, aunque en algunos textos el término mathétaí­designa al cí­rculo estrecho de los discí­pulos (10,1; 11,1; 20,17; 26,20), sin embargo para él el discí­pulo es el tipo y paradigma del verdadero cristiano (5,1; 9,37; 12,49; 231,1; cf 28,19), hasta el punto de que, en el primer evangelio, la expresión †˜los doce† va pasando poco a poco a la sombra, dejando en primer plano la de †œdiscí­pulos…, en cuanto prototipos de la primera comunidad cristiana†.
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c) En Lucas.
Si Lucas -como hemos visto [II, 3c)]- restringe el concepto de apóstoles a los doce, no así­ el de discí­pulos (cf G. Schneider, o.c, 233-234; J. Ernst, o.c, 327). El, que en los Hechos identifica a los discí­pulos con los que creen en Cristo, ve esbozada en los discí­pulos del Jesús terreno a la comunidad pos-pascual. Por eso ellos son los destinatarios del discurso de la llanura (6,17.20); en las frases introductorias a las diversas etapas del gran viaje son los acompañantes y los receptores del mensaje de Jesús (11,la; 12,1.22; 16,1; 17,1.22; 18,15). Si los doce se distinguen del grupo más amplio de discí­pulos, ya que se reserva para ellos el testimonio autorizado de toda la vida de Jesús y especialmente de su resurrección (Hch 1,22), también los simples discí­pulos (es decir, los cristianos) tienen la tarea de anunciar el mensaje. Lo demuestra no sólo la misión de los 72 discí­pulos (10,1-12) inmediatamente despuésde haberexpuesto Jesús las condiciones del seguimiento (9,57-62), sino que es evidente también en los versí­culos 9,60b.62b, en donde se prescribe a cada discí­pulo que ponga en primer lugar el anuncio del reino de Dios.
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d) En el cuarto evangelio.
Juan presupone que los lectores conocen el grupo tradicional de los doce, que se presentan como los elegidos por el mismo Jesús y de los cuales hay uno que lo traicionará (6,70-71). Conoce de nombre a ocho por lo menos de sus componentes: Simón, Andrés, Natanael, Tomás, Santiago, Judas de Santiago y Judas Iscariote (1,35-51; 6,5; 12,21-22; 14,22; 21,1-2), †œel discí­pulo amado† [111, 3b: ¿Juan de Ze-bedeo?].
Pero el evangelista sabe que Jesús tení­a un número más amplio de discí­pulos: un número superior al del mismo Bautista (4,1), de forma que los mismos fariseos se lamentan de que †œtodo el mundo se va tras (opí­só) él† (12,19). Jn 6, al final del discurso sobre el pan de vida, narra que después de las objeciones de los †œjudí­os†, también †œmuchos de sus discí­pulos se volvieron atrás (eis ta opí­sb) y no andaban con él† (6,66). Estos †œmuchos †œdiscí­pulos parecen distintos de la †œgente† (6,2), pero también de los †œdoce†, que inmediatamente después, por boca de Pedro declaran que quieren perseverar en su fe del †œSanto de Dios† (6,67-69; cf la confesión paralela de Mc 8,27-29).
De hecho se ve que Jesús tiene también †œdiscí­pulos† en Jerusalén, como José de Arimatea y Nicodemo (19,38-39); y en Betania, cerca de Jerusalén, tiene al †œamigo† Lázaro (11,3.11) y alas dos hermanas Marí­a y Marí­a.
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Efectivamente, también en Juan la idea del seguimiento y del discipulado se extiende a todos los creyentes (cf 8,12.31; 15,8); por eso el grupo de los discí­pulos sigue siendo indefinido e impreciso también en el cuarto evangelio: †œDiscí­pulos son ante todo los compañeros más allegados de Jesús, después también sus seguidores leales y finalmente todos los que después han creí­do en él… Aunque se conoce bien a los discí­pulos elegidos por Jesús, los creyentes posteriores quedan insertos en el discipulado. Es un importante proceso eclesial† (R. Schna-ckenburg, o.c, 258). R. Brown (El evangelio según Juan 1, Cristiandad, Madrid 1979,126-1 27) añade que †œen otros pasajes en que Jesús habla del futuro, los discí­pulos asumen los rasgos de dirigentes eclesiales. En Jn 21,15-17 se confí­a a Pedro el cuidado pastoral del rebaño. En 4,35-38 y 13,20 se da por supuesto que los discí­pulos tienen cierto cometido en la misión cristiana, mientras que 20,23 les otorga el poder de perdonar o retener los pecados de los hombres†.
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5. LOS DESTINATARIOS DE LA RADICALIDAD EVANGELICA.
Con esta expresión hace ya varios decenios que se indican aquellas enseñanzas duras y exigentes de Jesús que imponen actos o actitudes de ruptura respecto a las formas habituales, humanas o religiosas, de obrar, y que se presentan a su vez con rasgos paradójicos o absolutos. 1 Hemos visto que Jesús impone a los discí­pulos, y especialmente a los doce, un seguimiento que supone el abandono de la profesión y de la familia; Jesús impone a los apóstoles o misioneros que partan sin equipaje y que para la comida y el alojamiento confí­en en la acogida de los evangelizados.
Están además las exigencias generales o imperativas morales de llevar la propia cruz por causa de Jesús, hasta la renuncia de la propia vida (Mc 8,34-38 par), de preferirlo hasta llegar a odiar por él al propio padre y a la propia madre (Lc 14,26; Lc 14, Lc 10,37-39) y de renunciar a las propias riquezas para dárselas a los pobres (Mc 10,17-31 par, etc.). ¿Quiénes son sus destinatarios? ¿Sólo los primeros discí­pulos históricos de Jesús o todos los cristianos de todos los tiempos? ¿O bien esas exigencias son sólo †œconsejos evangélicos†, destinados a la vida †œreligiosa† en el sentido que alcanzará este término en los siglos posteriores?
Remitiendo a la obra citada de T. Matura para un análisis detallado de los diversos textos, creemos que se puede concluir con él que lo único que puede llamarse †œconsejo†, al no ser una prescripción dirigida a todos los creyentes, es la ¡virginidad por el reino de Dios (Mt 19,11-12; ICo 7,7). Todas las demás exigencias van dirigidas a todos los discí­pulos, y por tanto a todos los cristianos; obviamente, a los responsables de la comunidad y a los misioneros de forma especial, puesto que han de ser los primeros en dar ejemplo. Se duda, en cambio, en deducir si Jesús exigió a todos los cristianos abandonar sus bienes o mejor ponerlos en común para atender a los pobres y a los necesitados de la comunidad; sin embargo, éste es el sentido que aparece del conjunto de todos los textos evangélicos, y especialmente de la correlación que establece Lucas entre la llamada del rico (18,22.28) y el sistema de vida de los primeros cristianos (Hch 2,45; Hch 4,32; Hch 4,35). Por eso las dudas parecen nacer, más que de los textos, de las consecuencias que se derivan. En efecto, †œno hay nada en los textos examinados que permita reservar las exigencias radicales a un grupo restringido, sea cual sea… Los sinópticos extienden estas exigencias
-incluso la puesta en común de los bienes- a todos los creyentes… El contenido de estas exigencias es muchas veces claro y duro; la forma de vivirlas en concreto se deja a la invención creadora de cada uno, como una interpelación inquietante† (p. 232). Pero, a mi juicio, los ejemplos de Ananí­as y Safí­ra por una parte y de Bernabé por otra (Ac 4,36-5,11) invitan a no establecer un nivel igual de exigencia radical para todos; por eso queda espacio dentro de las comunidades cristianas para vocaciones †œreligiosas† más radicales que las otras, pero que deberí­an manifestarse como †œsigno† y estí­mulo a todos los cristianos en la actuación misma de la exigencia evangélica de compartir fraternalmente los bienes. También J. Eckert concluye que tanto la radicalidad en el seguimiento como los respectivos imperativos morales prescriben una orientación total al reino de Dios: †œSe parecen a llamadas que quieren hacer del hombre un †˜claro- oyente†™ (el momento lingüí­stico) y un †˜clan-vidente†™ (el momento de contenido), para que él reelabore de vez en cuando en su propia situación y con imaginación los principios fundamentales del reino de Dios presentados ejemplarmente… Los radicalismos son la sal del anuncio de Jesús† (p. 325).
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G. Leonardi
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica