APOSTOLES

Considerando la importancia de los apóstoles en la Iglesia primitiva (Ef 2,20), puede resultar quizá sorprendente que “no haya un concepto uní­voco de apóstol, de modo que son posibles diversas concepciones del ministerio apostólico y del principio de la apostolicidad” 1., Un texto crucial es el fragmento de kerigma primitivo de 1Cor 15,5-7: “… y que se apareció a Pedro y luego a los doce. Se apareció también a más de quinientos hermanos de una vez (…). Luego se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles”. “Los doce” es sin duda un nombre colectivo, porque sólo once estaban presentes tras la muerte de Judas. C. K. Barrett observa que “Pablo está recogiendo aquí­ una fórmula que él no ha creado, y que la idea de un grupo de doce discí­pulos especiales es prepaulina y, por consiguiente, muy temprana”2.

Se pueden distinguir tres aplicaciones distintas del término “apóstol”. En primer lugar, hay un uso paulino distintivo: Pablo tuvo que luchar para defender su propio apostolado frente a algunos superapóstoles de Corinto (2Cor 10-12), porque, aunque reconocí­a que otros habí­an sido apóstoles antes que él (Gál 1,17), también él habí­a visto al Señor (1Cor 9,1; 15,8) y habí­a recibido la misión de predicar (Gál 1,16). En segundo lugar, para el evangelio de Lucas y los Hechos (con la excepción de He 14,4.14), sólo los doce, que habí­an estado con Jesús y habí­an sido testigos de su resurrección, son apóstoles (He 1,22-23; cf Lc 6,13: “Llamó a sus discí­pulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles”). Para Lucas, “los doce son el lazo de unión entre la predicación del reino de Dios por Jesús y la predicación de la palabra de Dios por la Iglesia”3. Comparado con Marcos, que usa la palabra “apóstol” sólo una vez y en el contexto de la predicación (Mc 6,30, con 6,7), y con Mateo, que sólo usa apostolos al nombrar a los doce (Mt 10,2), Lucas ve a los doce apóstoles como un grupo con un papel especial tanto en el ministerio de Jesús como en la Iglesia primitiva. Lucas usa el término apostolos 34 veces (de un total de 80 en todo el Nuevo Testamento, 35 de las cuales son en los textos paulinos). En el evangelio, Lucas usa el término seis veces para referirse a un grupo especial (Lc 9,1, con 9,10.12; 11,49; 17,5; 22,14 y, después del abandono de Judas, 24,10, con 24,9.33). Aunque no se puede dudar de que Jesús reunió a un grupo especial de entre sus discí­pulos, la denominación de “apóstoles” aplicada a este grupo puede ser retrospectiva por parte de Lucas 4 y de Mateo. En la primera parte de los Hechos de los apóstoles aparecen residiendo en Jerusalén y desempeñando un papel decisivo en la dirección de la Iglesia a través de la enseñanza y de los actos de autoridad 5. Pero, dado que Santiago, el hermano de Juan, a diferencia de Judas, no es sustituido (12,1), este papel especial parece haber sido temporal; de hecho los doce no vuelven a aparecer actuando de manera colegial después del nombramiento de los siete (He 6,1-6). Luego serán Santiago y los presbí­teros los que aparezcan como jefes en Jerusalén (21,18), o los apóstoles y los ancianos (por ejemplo en 15,2.4.6. 22.23; 16,4) porque Pedro “salió y se fue a otro sitio” (He 12,17). No obstante, Pedro parece haber estado presente en el encuentro crucial de Jerusalén (He 15,7.14). Tanto la concepción paulina como lucana del apostolado incluyen el testimonio de la resurrección y el enví­o a predicar por parte del Señor. Y en tercer lugar, hay también un uso más general de la palabra “apóstol” referida a otros: Pablo y Bernabé (He 14,4.14; cf 1Cor 9,5-6; 2Cor 11,13), Santiago, el hermano del Señor (Gál 1,19), probablemente Andrónico y Junias (“que se han distinguido en el apostolado”, Rom 16,7) y quizá Apolo (1Cor 4,6.9), Silvano y Timoteo (1Tes 2,67, con 1,1).

Los estudios modernos sobre el significado de la apostolicidad se inician en 1865 con J. B. Lightfoot, que distingue entre el sentido paulino y los demás sentidos 6, punto que desde entonces no ha dejado de discutirse. El uso del vocablo apostolos en el griego profano no contribuye realmente a la comprensión de su significado. Una aportación importante fue la de R. H. Rengstorf, quien en 1933, siguiendo una indicación de Lightfoot, propuso la noción rabí­nica de shaliach como clave para su comprensión 7. El shaliach era el encargo de una misión de acuerdo con la máxima: el shaliach es como el hombre mismo. Dado que los testimonios de la noción de shaliach eran posteriores al Nuevo Testamento, y eran además de carácter jurí­dico, sin que hubiera una correspondencia real, muchos estudiosos han rechazado el paralelo 8. Todos ellos (con la excepción de W. Schmithals, cuya tesis, ampliamente rechazada, apunta hacia fuentes gnósticas) afirman que la noción de apóstol es de origen cristiano. En décadas recientes el paralelo con el shaliach ha vuelto a ganar el favor de los entendidos; y se constata ahora no sólo en la literatura rabí­nica, que es difí­cil de datar, sino también en las nociones veterotestamentarias del enví­o profético, relacionadas con la raí­z hebrea slch (LXX apostellein) 9.
La Iglesia está construida sobre el cimiento de los apóstoles y profetas (Ef 2,20, con un solo artí­culo griego). La tradición sinóptica nos muestra cómo Jesús durante su ministerio da una instrucción y unos encargos especiales a los apóstoles/doce (Mt 10,1; 11,1), y cómo, después de resucitado, les encomienda una misión dotada de autoridad (Mt 28,18-20; Mc 16,1516; Lc 24,45-49, con He 1,8; Jn 20,21-23; cf Mt 16,19, con 18,18, que también puede ser pospascual). Estas funciones se prolongan en los Hechos y en Pablo: en la enseñanza (apóstoles: He 2,14.37.42; 4,33; Pablo: ICor 1,17; Gál 1,16) y en los actos de autoridad (apóstoles: He 6,2-4; 8,14; 15,2.22, con los presbí­teros; Pablo: lCor 5,3; 2Cor 10,1-2.8). Su significación en la Iglesia es también escatológica, hecho atestiguado por la tradición sinóptica y el Apocalipsis (Mt 19,28; Lc 22,30; Ap 21,14): dado que juzgar puede significar gobernar, el texto sinóptico podrí­a indicar que los doce serán gobernantes del nuevo pueblo, o que compartirán el triunfo escatológico del Señor 10; los doce apóstoles son los cimientos de la Iglesia y, por tanto, de la Nueva Jerusalén.

Esencial para la función del apóstol es la unción del Espí­ritu Santo: Jesús resucitado exhaló sobre ellos su Espí­ritu (Jn 20,22), y no debí­an marcharse de Jerusalén hasta recibir el Espí­ritu (cf Lc 24,49; He 1,8). Por otro lado, el apostolado ocupa el primer lugar en la lista paulina de los carismas (1Cor 12,28; Ef 4,11). La misma llamada de Pablo al apostolado fue carismática (cf Rom 1,5; Gál 1,12.15). El carisma del apostolado continúa después del tiempo de los doce (>Didaché). Otros carismas están asociados también con el papel del apóstol: signos y prodigios (He 2,43; 4,12), la donación del Espí­ritu (He 8,14-17;,19,6), y también la persecución y la tribulación (He 5,18.40; cf 8,1; 2Cor 6,4-10; 7,4-5; 11,23-28). A excepción del mismo Pedro y de Juan, siempre en compañí­a de Pedro, la tradición primitiva no relata actividades especí­ficas de ninguno de los doce después de la resurrección (He 3,1.4.11; 4,1.13.19; 8,14). Esto puede explicar las discrepancias que hay incluso en las listas de sus nombres (Mt 9,2-4; Mc 3,18-19; Lc 9,14-16; He 1,13); eran recordados como grupo más que como individuos.

En el Vaticano II encontramos amplias referencias a los apóstoles. La idea más importante es que formaban un colegio, noción que encontró alguna resistencia hasta que la Comisión bí­blica, a petición de Pablo VI, estudió la cuestión y llegó a la conclusión de que la cláusula “por disposición del Señor (statuente Domino), san Pedro y los demás apóstoles forman un solo colegio apostólico” (LG 22), podí­a probarse por las Escrituras 11. Entre otras afirmaciones del concilio están las siguientes: formaban un colegio, o grupo estable, con Pedro a la cabeza (LG 19); Cristo los envió como él mismo habí­a sido enviado por el Padre (SC 6, LG 17.18, AG 5, PO 2); se les encargó la misión de predicar por todo el mundo (LG 19.32, DV 7, DH 11, AG 5); la Iglesia fue fundada sobre ellos (LG 7, NA 4, AG 1.9); recibieron la misión de extender la Iglesia a todos los pueblos y de guiarla (LG 8.20, CD 2); recibieron una unción especial del Espí­ritu Santo (LG 19.59, DV 20, SC 6); se les encomendó un depósito que habí­an de transmitir (UR 14, DV 19) hasta el final de los tiempos (LG 20); bajo la guí­a del Espí­ritu, fueron los responsables de poner por escrito el mensaje de la salvación (DV 7.8).

[El Vaticano II, además, subraya la función decisiva de los apóstoles en el Nuevo Testamento al afirmar que todos sus escritos tienen “origen apostólico” (DV 18). Tal origen les viene porque fueron escritos por “los apóstoles y los varones apostólicos” (DV 7.18). Notemos como de esta forma este Concilio extiende el concepto de apostolicidad y no lo limita estrictamente a sólo los doce, matizando así­ la tendencia a cierta comprensión restringida del apóstol a partir del Decreto antimodernista de 1907 12. Aparece pues, de esta forma la equivalencia entre la etapa de la redacción del Nuevo Testamento y la etapa apostólica, situación que da una pista clave para comprender el concepto teológico de apóstol, decisivo para afirmar la apostolicidad de la Iglesia: su fidelidad a Jesucristo gracias al testimonio privilegiado de los apóstoles. En efecto, tal como recordaba Congar hace años: “lo que constituye en profundidad la apostolicidad de la Iglesia es la identidad de misión entre la Iglesia presente y los apóstoles; luego, con las debidas distinciones, entre los apóstoles y Cristo, el primer y verdadero “enviado” de Dios” 13
Ahora bien los estudios exegéticos actuales constatan que el proceso de redacción del Nuevo Testamento puede alargarse hasta la primera mitad del siglo II, tal como actualmente se afirma sobre su último escrito, la Segunda Carta de Pedro, que puede situarse ya sea a comienzos del siglo II (X. Alegre, J. H. Neyrey…), o ya sea hacia el año 130 (R. E. Brown) o el 145 (A. Vógtle). La amplitud de esta etapa de la Iglesia apostólica facilita poderla articular en torno a dos o tres generaciones: la generación propiamente apostólica (entre los años 30/ 65), señalada por los grandes apóstoles (Santiago, Pedro, Pablo…); y la posterior o pos-apostólica, que puede subdividirse en la generación adjetivada como propiamente sub-apostóli ca (entre los años 66/100), porque se cubre bajo el nombre de los apóstoles ya desaparecidos, y la generación propiamente pos-apostólica que se alargarí­a hasta el final del Nuevo Testamento 14. Será en >Ignacio de Antioquí­a -primera mitad del s.II- cuando el adjetivo “apostólico” aparecerá por primera vez 15, donde recuerda el modelo de los apóstoles especialmente la norma establecida por su doctrina 16. Por esto y con razón R. Trevijano concluye: “a partir del siglo II, “los apóstoles” son para la conciencia cristiana el punto decisivo del paso histórico de Jesucristo a su iglesia” 17.1
El lugar y la función de los apóstoles son cruciales para la comprensión de la >sucesión apostólica, la apostolicidad de la Iglesia (>Apostólico/ Apostolicidad) y la >colegialidad episcopal.

NOTAS:
1 J. A. BÜHNER, Apostolos, en H. BALZ-G. SCHNEIDER (dirs.), Diccionario exegético del Nuevo Testamento I, Sí­gueme, Salamanca 1996, 427-438; G. LEONARDI, Apóstol/discí­pulo, en P. RosSANO-G. RAVASi-A. GiRLANDA, Nuevo diccionario de teologí­a bí­blica, San Pablo, Madrid 2001 2, 142-162; E.M. KREDEL, Apóstol, en H. FRIES (dir.), Conceptos fundamentales de teologí­a 1, Cristiandad, Madrid 1979, 107-113; B. RIGAux, Los doce apóstoles, Concilium 34 (1968) 7-18; R. FABRis, Jesús y los discí­pulos, en Jesús de Nazaret. Historia e interpretación, Sí­gueme, Salamanca 1985, 128-135; R. SCHNACKENBURG, Apostolicity: The Present Position of Studies, One in Christ 6 (1970) 243-273, en part. 251; cf Y CONGAR, Propiedades esenciales de la Iglesia, en Mysterium salutis IV 1, 547-550 (El “apóstol” según el Nuevo Testamento); J. A. JíUREGUI, Función de los “Doce” en la Iglesia de Jerusalén: Estudio histórico-exegético sobre el estado de la discusión, Estudios Eclesiásticos 63 (1988) 257284; F. A. SULLIVAN, La Iglesia en que creemos: una, santa, católica y apostólica, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, 177-240; H. KONG, La Iglesia, Herder, Barcelona 1969, 411-428; R. E- BROwN, Priest and Bishop: Biblical Reflectí­ons, Dublí­n 1971; R. LATOURELLE, Apóstol, en R. LATOURELLE-R. FiSICHELLA-S. PIE-NINOT (dirs.), Diccionario de teologí­a fundamental, San Pablo, Madrid 2000 2, 126-127.
2 A Commentary on the First Epistle to the Corinthians, Londres 1968,341.
3 R. J. KARRIS, en NJBC, 694.
4 J. DUPONT, Le nom d’apótres a-t-il été donné aux douze par Jésus, OrSyr 1 (1956) 267-290, 425-444; R. AGUIRRE, La Iglesia de los Hechos, SM, Madrid 1989; La Iglesia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989; Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, Desclée de Brouwer, Bilbao 1987 (2′ ed., Verbo Divino, Estella 1998); S. BROwN, Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998′.
5 J. DUPONT, L’Apótre comme intermédiaire du salut dans les Actes des Apótres, RTPhi1 112 (1980) 342358; S. BROwN, Apostleship in the New Testament as an Hí­storical and Theological Problem, NTS 30 (1984) 474-480.
6 Si. Paul’s Epistle to the Galatians, Grand Rapids 1957 10, 92-100; R. FABRIS, Pablo. El apóstol de las gentes, San Pablo, Madrid 1999, 133ss; L’apostolo e il discepolo neil’epistolario paulino, en AA.VV., Dizionario di Spiritualitá Patristica IV, Roma 1993, 161-188.
7 K. H. REGENSTORF, Apostelló/Apóstolos, en TWNT 1, 397-448.
8 L. CERFAUX, Pour l’histoire du titre apostolos dans le Nouveau Testament, RechSR 48 (1960) 76-92; B. RiGAUx, Los doce apóstoles, Concilium 34 (1968) 7-18; J. A. KIRK, Apostleship after Rengstorf: Towards a Synthesis, NTS 21 (1974-1975) 249-264; W. SCHMrrHALS, The Office of Apostle in the Early Church, Nashville 1969, 98-110; bibl. más completa: F. H. AGNEW, The Origin of the NT Apostle-concept: A Review of Research, JBL 105 (1986) 85, n. 44, 91, 76.
9 E H. AGNEW, en NDictT, 48-52; X. LEON-DuFouR, Apóstol, en VTB, 97-100; E. M. KREDEL, Apóstol, en DTB, 98-105.
10 J. B. METER, Matthew, Dublí­n 1980, 223.
11 ActaSyn 3/1, 13-14: Synopsis LG, 432.
12 Cf DENZINGER-HUNERMANN, 3421.
13 Santa Iglesia, Barcelona 1965, 164.
14 La Comisión Teológica Internacional, en 1973, precisamente sobre la Apostolicidad, constata dos etapas: la apostólica y la pos-apostólica (Proemio, n 3: CTI, Documentos 1969-1999, BAC, Madrid 1998, 64); por su lado es R. E. Brown quien ha promovido la triple división vista como una evolución no contradictoria; en el mundo protestante, en cambio, la tercera etapa continúa siendo calificada como de “protocatólica”, y por tanto no del todo fiel a las anteriores, cf, a pesar de su renovado enfoque, J. ROLOFF, Die Kirche in NT, Gotinga 1993, 214.267.311 s., y Apótre, en J. Y. LACOSTE (ed.), Dictionnaire critique de théologie, PUF, Parí­s 1998, 77-80.
15 A los Tralianos, inscripción.
16 Martirio de Policarpo 16, 2.
17 R. TREVHANO, Apóstol, apostolado, en DPAC 1, 182.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

(v. apóstol, apostolicidad de la Iglesia, modelos apostólicos, Pablo)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(Ja discí­pulos, Doce, Iglesia 1). Jesús no ha querido fundar una religión, sino culminar la historia israelita, escogiendo para ello Doce seguidores, como signo de la totalidad del pueblo elegido. No los hace apóstoles en el sentido posterior, como enviados a misionar a todos los pueblos, sino testigos y garantes de la plenitud israelita, que, una vez lograda, puede abrirse de un modo universal. Son representantes suyos (saliah) ante Israel y así­ los enví­a, sin duda, como supone Mt 10,6: “Id a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. En ese sentido, como enviados de Jesús, podrí­an llamarse y se llaman apóstoles, según ha recordado la tradición de Marcos, cuando dice que Jesús “constituyó a los Doce, a los que llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a proclamar (el Reino)” (Mc 3,14). Pero todo nos invita a suponer que Mc ha mezclado dos gmpos: los Doce (que, en principio, no son apóstoles-enviados, sino compañeros de Jesús) y los apóstoles (enviados escatológicos del Cristo pascual o de las comunidades). En esa misma lí­nea, podemos afirmar que Pedro reconstruyó el gmpo de los Doce tras la pascua (cf. Hch 1,15-26); pero esos Doce ya no fueron apóstoles universales ni siquiera en el sentido que habí­an tenido en el tiempo de Jesús (enviados para anunciar el Reino a los más pobres), sino que vinieron a convertirse, desde Jerusalén, en signo de la plenitud israelita en cuanto tal (en la lí­nea de Mt 19,28).

(1) Historia: los apóstoles de la iglesia helenista. Los apóstoles propiamente dichos surgen con la misión de los helenistas, tal como supone Pablo cuando dice en 1 Cor 15,5-8: “Jesús se apareció a Pedro y después a los Doce. Luego a más de quinientos hermanos a la vez… Luego a Santiago, y después a todos los apóstoles y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también”. La sucesión es clara. Los Doce constituyen un grupo propio, quizá en torno a Pedro. Santiago representa a la Iglesia posterior de Jerusalén, después de que el grupo de los Doce va perdiendo importancia. Los apóstoles forman parte de aquellos que Hch 6-7 llama los helenistas, que aparecen como verdaderos enviados de Jesús y de las comunida des, especialmente de la comunidad de Antioquí­a. Pablo se considera a sí­ mismo apóstol de Cristo, no de otros hombres (Gal 1,1). Pero, en perspectiva eclesial, Lucas le presenta en Hch 13,1-2 como delegado de la comunidad antioquena que le enví­a (junto a Bernabé), con la fuerza del Espí­ritu Santo. Ambos planos van unidos: Cristo actúa a través de la comunidad; la comunidad actúa en nombre de Cristo. Lo que no quiso o pudo realizar Jerusalén, que no envió a sus Doce como apóstoles al mundo (a pesar de Hch 1,8), lo hace Antioquí­a, enviando a sus profetas-maestros más significativos (Bernabé y Saulo, el primero y último de la lista de Hch 13,1) para realizar la obra mesiánica. Posiblemente no ha existido un plan previo, sino un despliegue carismático, que Lucas presenta como obra del Espí­ritu Santo, verdadera autoridad en la Iglesia. Tuvo que ser una eclosión, una nueva experiencia de comunidad e Iglesia. Por eso, de ahora en adelante, Pablo empieza citando siempre a los apóstoles, enviados de Iglesia y fundadores de iglesias, en el primer puesto dentro de las comunidades: “A unos los ha designado Dios en la Iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros…” (1 Cor 12,27-28). Los primeros en la Iglesia son los apóstoles, avalados por Jesús (y por la comunidad que les enví­a) para fundar nuevas comunidades. Ciertamente, pueden ser delegados o enviados de una iglesia, pero su autoridad básica es carismática: proviene de la experiencia de Jesús, no de un tipo de ley judí­a ni de una simple delegación eclesial (cf. 1 Cor 9,1-2; 15,7). Sólo así­ pueden ser y son creadores de iglesias, portadores de una llamada que les desborda y desborda a las mismas comunidades. Aquí­ se funda la defensa apasionada que Pablo realiza de su apostolado, no sólo en Gal, sino en Flp 3, en 1 Cor y 2 Cor. Frente a los falsos obreros que ponen el Evangelio al servicio de sus intereses (ley, grupo nacional, dinero), Pablo defiende su autoridad pascual para fundar iglesias, desde la palabra de gratuidad (justificación del pecador), que constituye el centro de su evangelio.

(2) Reinterpretación: los Doce son los apóstoles. El camino de Pablo, conforme al cual todos los que “han visto” al Señor pueden presentarse como apóstoles y fundadores de iglesia, resulta a la larga arriesgado, pues en esa lí­nea se corre el riesgo de olvidar el origen, haciendo que las iglesias nieguen la historia de Jesús. Por eso, de un modo consciente, fiel a su intento de recrear el cristianismo desde el seguimiento de Jesús, con el fin de superar el peligro que representan los “hombres divinos”, que se arrogan el derecho de crear comunidades nuevas sobre fundamentos de grandeza, olvidando el camino de entrega concreta de Jesús, el evangelio de Marcos identifica ya a los apóstoles con los Doce compañeros de Jesús: ellos, los frágiles seguidores de Jesús, fueron en verdad los creadores de la Iglesia, de manera que su misión (que históricamente estuvo limitada a Galilea o centrada en Jerusalén) puede entenderse como principio y sentido de la misión de todas las iglesias posteriores (cf. Mc 3,14; 6,30). Por su parte, Mateo ha seguido el modelo de Marcos, siempre que se vincule la misión israelita de los Doce (Mt 10) con la misión universal de Mt 28,1620, donde los Once (los Doce menos Judas) aparecen como apóstoles de todos los pueblos. Pero el que ha desarrollado de manera consecuente esta lí­nea de identificación de los Doce con los apóstoles ha sido Lucas, que, en el libro de los Hechos, ha ofrecido una visión teológico-simbólica de los orí­genes cristianos que se ha hecho casi normativa para los tiempos posteriores. Conforme a esa visión, sólo los Doce son verdaderos apóstoles, enviados por Cristo a extender el Evangelio en todo el mundo (Hch 1-2). Por eso, a su juicio, ni siquiera Pablo se puede presentar como apóstol, sino sólo como un misionero importante, pero que se encuentra ya fuera del grupo de los doce apóstoles. Esta visión se ha impuesto en la historia posterior, a partir del siglo II d.C., de tal manera que los Doce y los apóstoles se han identificado, convirtiéndose en signo de misión y autoridad para la Iglesia posterior. Este signo de los doce apóstoles, escenificado después en la teologí­a y en la administración de la Iglesia, es muy hermoso y, en el fondo, sigue siendo verdadero, pues nos obliga a fundar el cristianismo en la historia de Jesús. Pero acaba siendo limitado. De hecho, los verdaderos apóstoles de la primera iglesia fueron los misioneros helenistas de los que nos habla el libro de los Hch (Hch 6-9). Ellos han sido los verdaderos fundadores de la Iglesia que se ha mantenido en los siglos posteriores, aunque la tarea de los Doce (la conversión de Israel) sigue pendiente.

Cf. L. GOPPELT, Les origines de l’Eglise, Payot, Parí­s 1961; H. Kí“STER, Introducción al Nuevo Testamento, Sí­gueme, Salamanca 1988; X. PIKAZA, Sistema, libertad, Iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001; Pedro. Una roca sobre el abismo, Trotta, Madrid 2006; J. ROLOFF, Die Kirche im Nene Testament, GNT 10, Vandenhoeck, Gotinga 1993; Apostolat, Verkündigung, Kirche, Mohn, Gütersloh 1965; L. SCHENKE, La comunidad primitiva, Sí­gueme, Salamanca 1999; G. SCHILLE, Die Urcliristliclie Koliegialmission, ATANT 48, Zúrich 1967.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

En el NT numerosos personajes reciben el tí­tulo de apóstol: los doce discí­pulos escogidos por Jesús para fundar su Iglesia (Mt 10,2; Ap 21, 14), así­ como Pablo, Apóstol de las *naciones por excelencia (Rm 11, 13), son bien conocidos. Pero hay además, según el uso constante de Pablo mismo, “los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas… y Bernabé”. (ICor 9,5s), todos los cuales llevan el mismo titulo; junto a Pedro y a los doce tenemos a “Santiago y los apóstoles” (ICor 15,5ss; cf. Gál 1,19), para no hablar del carisma del apostolado (ICor 12,28; Ef 4,11), ni de los “falsos profetas” y los “archiprofetas” denunciados por Pablo (2Cor 11,5.13; 12,11). Un uso tan extendido de este titulo plantea un problema: ¿qué relación hay entre estos diferentes “apóstoles”? Para resolverlo, a falta de una definición neotestamentaria del apostolado que convenga a todos, hay que situar en su propio lugar a los diferentes personajes que llevan este titulo, después de haber recogido las indicaciones concernientes al término y a la función no especí­ficamente cristiana.

El sustantivo apostolos es ignorado por el griego literario (si se exceptúa a Heródoto y a Josefa, que parecen reflejar el lenguaje popular), pero el verbo del que deriva (apostel lo), enviar, expresa bien su contenido; éste se precisa mediante las analogí­as del AT y las costumbres judí­as. El AT conocí­a el uso de los embajadores que deben ser respetados como el rey que los enví­a (2Sa 10); los *profetas ejercen *misiones del mismo orden (cf. Is 6,8; Jer 1,7; Is 61,1ss), aun cuando no reciben nunca el titulo de apóstol. Pero el judaismo rabí­nico, después del año 70, conoce la institución de enviados (seli hîn),cuyo uso parece muy anterior, según los textos mismos del NT. Pablo pide cartas para las sinagogas de Damasco, con objeto de perseguir a los fieles de Jesús (Act 9,2 p): es un delegado oficial provisto de credenciales oficiales (cf. Act 28,21 s). La Iglesia sigue esta costumbre cuando de Antioquí­a y de Jerusalén enví­a a Bernabé y a Silas con sus cartas (Act 15,22), o hace a Bernabé y a Pablo sus delegados (Act 11,30; 13,3; 14,26; 15, 2); Pablo mismo enví­a a dos hermanos que son los apostoloi de las Iglesias (2Cor 8,23). Según la palabra de Jesús, que tiene antecedentes, en la literatura judí­a, el apóstol representa al que le enví­a: “EI servidor no es mayor que su amo, ni el apóstol mayor que el que lo ha enviado”. (Jn 13,16).

Así­, a juzgar por el uso de la época, el apóstol no es en primer lugar un misionero, o un hombre del Espiritu, y ni siquiera un *testigo: es un emisario, un delegado, un plenipotenciario, un embajador.

I. LOS DOCE Y EL APOSTOLADO.

El apostolado, antes de dar derecho a un titulo, fue una función. En efecto, sólo al cabo de una lenta evolución, el circulo restringido de los doce heredó en forma privilegiada el titulo de apóstoles (Mt 10,2), designación que acabó por atribuirse, tardí­amente sin duda, a Jesús mismo (Lc 6,13). Pero si este titulo de honor pertenece sólo a los doce, se ve también que otros con ellos ejercen una función que puede calificarse de “apostólica”.

1. Los doce apóstoles. Desde el principio de su vida pública quiso Jesús multiplicar su presencia y propagar su mensaje por medio de hombres que fueran como él mismo. Llama a los cuatro primeros discí­pulos para que sean pescadores de hombres (Mt 4,18-22 p); escoge a doce para que estén “con él” y para que, como él, anuncien el evangelio y expulsen a los demonios (Mc 3,14 p); los envia en *misión a hablar en su nombre (Mc 6,6-13 p), revestidos de su autoridad: “El que os recibe a vosotros, a mí­ me recibe, y el que me recibe a mí­, recibe al que me envió” (Mt 10,40 p); aprenden a distribuir los panes multiplicados en el desierto (Mt 14,19 p), reciben autoridad especial sobre la comunidad que deben dirigir (Mt 16,18; 18,18). En una palabra, constituyen los fundamentos del nuevo *Israel, cuyos jueces serán el último dí­a (Mt 19,27 p), que es lo que simboliza el *número 12 del colegio apostólico. A ellos es a quienes el resucitado, presente siempre con ellos hasta el fin de los siglos, da el encargo de reclutarle discipulos y de bautizar a todas las naciones (Mt 28,18ss). En estas condiciones la elección de un duodécimo apóstol en sustitución de Judas aparece indispensable para que se descubra en la Iglesia naciente la figura del nuevo Israel (Act 1,15-26). Deberán ser *testigos de Cristo, es decir, atestiguar que el Cristo resucitado es el mismo Jesús con el que habí­an vivido (1,8.21); testimonio único, que confiere a su apostolado (entendido aquí­ en el sentido más fuerte del término) un carácter único. Los doce son para siempre el fundamento de la Iglesia: “EI muro de la ciudad tení­a doce hiladas, y sobre ellas los nombres de los doce apóstoles del cordero” (Ap 21,14).

2. El apostolado de la Iglesia naciente. Si los doce son los apóstoles por excelencia, en cuanto que la Iglesia es “apostólica”, sin embargo, el apostolado de la Iglesia, entendido en sentido más amplio, no se limita a la acción de los doce. Asi como Jesús, “apóstol de Dios” (Heb 3,1), quiso constituir un colegio privilegiado que multiplicara su presencia y su palabra, así­ también los doce comunican a otros el ejercicio de su misión apostólica. Ya en el AT Moisés habí­a transmitido a Josué la plenitud de sus poderes (Núm 27,18); así­ también Jesús quiso que el cargo pastoral confiado a los doce continuara a lo largo de los siglos: aun conservando un vinculo especial con ellos, su presencia de resucitado desbordará infinitamente su estrecho circulo.

Por lo demás, ya en su vida pública Jesús mismo abrió el camino a esta extensión de la misión apostólica. Al lado de la tradición prevalente que contaba la misión de los doce, conservó Lucas otra tradición, según la cual Jesús “designó todaví­a a otros setenta y dos [discí­pulos] y los envió delante de él” (Lc 10,1). Idéntico objeto de misión que en el caso de los doce, idéntico carácter oficial: “El que a vosotros oye, a mi me oye, y el que a vosotros desecha, a mi me desecha, y el que me desecha a mi, desecha al que me envió” (Lc 10,16; cf. Mt 10,40 p). La misión apostólica no está, pues, limitada a la de los doce en la mente de Jesús.

Los mismos doce actúan también con este espí­ritu. En el momento de la elección de Matí­as sabí­an que buen número de discí­pulos podí­an llenar las condiciones necesarias (Act 1.21ss): Dios no designa propiamente un apóstol, sino un testigo duodécimo. Ahi está además Bernabé, un apóstol del mismo renombre que Pablo (14,4.14); y si bien a los siete no se los llama apóstoles (6,1-6), pueden, sin embargo, fundar una nueva iglesia: así­ Felipe en Samaria, aun cuando sus poderes estén limitados por los de los doce (8,14-25). El apostolado, representación oficial del resucitado en la Iglesia, queda para siempre fundado sobre el colegio “apostólico” de los doce, pero se ejerce por todos los hombres a los que éstos confieren autoridad.

II. PABLO, APí“STOL DE LOS GENTILES.

La existencia de Pablo confirma a su manera lo que Jesús habí­a insinuado en la tierra enviando a los setenta y dos, además de los doce. Desde el cielo enví­a el resucitado a Pablo, además de los doce; a través de esta misión apostólica se podrá precisar la naturaleza del apostolado.

1. Embajador de Cristo. Cuando Pablo repite con insistencia que ha sido “llamado” como apóstol (Rm 1,1, Gál 1,15) en una visión apocaliptica del resucitado (Gál 1,16; ICor 9,1; 15,8; cf. Act 9,5.27), manifiesta que el origen de su *misión dependió de una *vocación particular. Como apóstol, es un “enviado”, no de los hombres (aunque ellos mismos sean apóstoles), sino personalmente de Jesús. Recuerda sobre todo este hecho cuando reivindica su autoridad apostólica: “Somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros” (2Cor 5,20): “la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino como palabra de Dios” (ITes 2,13). Dichosos los que le han “acogido como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús” (Gál 4,14). Porque los apóstoles son “cooperadores de Dios”. (ICor 3,9; ITes 3,2). Además, a través de ellos se realiza el ministerio de la *gloria escatológica (2Cor 3,7-11). Y para que el embajador no desví­e en su provecho este poder divino y esta gloria, el apóstol es un hombre despreciado por el mundo; ahí­ está, perseguido, entregado a la muerte, para que sea dada la vida a los hombres (2Cor 4,7-6, 10; 1 Cor 4, 9-13).

Concretamente, la *autoridad apostólica se ejerce a propósito de la doctrina, del ministerio y de la jurisdicción. Con frecuencia invoca Pablo su autoridad doctrinal, a la que estima capaz de fulminar anatema contra quienquiera que anuncie un *Evangelio diferente del suyo (Gál 1,8s). Pablo se considera capaz de delegar a otros sus propios poderes, como cuando ordena a Timoteo *imponiéndole las manos (ITim 4,14; 2Tim 1,6), gesto que éste podrá hacer a su vez (ITim 5,22). Finalmente, esta autoridad se ejerce por una real jurisdicción sobre las Iglesias que ha fundado Pablo o que le están confiadas: juzga y adopta sanciones (ICor 5,3ss; ITim 1,20), arregla todo a su paso (ICor 11,34; 2Cor 10,13-16; 2Tes 3,4), sabe exigir obediencia a la comunidad (Rm 15,18; ICor 14,37; 2Cor 13,3), a fin de mantener la *comunión (ICor 5,4). Esta autoridad no es tiránica (2Cor 1,24), es un servicio (ICor 9, 19), el de un *pastor (Act 20,28; IPe 5,2-5) que sabe, si es necesario, renunciar a sus derechos (ICor 9,12); lejos de pesar sobre los fieles, los quiere como un padre, como una madre (ITes 2,7-12) y les da el *ejemplo de la fe (ITes 1,6; 2Tes 3,9; ICor 4,16).

2. El caso único de Pablo. En esta descripción ideal del apostolado reconoceria Pablo sin dificultad lo que esperaba de sus colaboradores, de Timoteo (cf. 1Tes 3,2) y de Silvano, a los que califica, a lo que parece, de apóstoles (2,5ss), o también de Sóstenes y de Apolo (ICor 4,9). Sin embargo, Pablo se atribuí­a un puesto aparte en el apostolado de la Iglesia: es el apóstol de las naciones paganas, tiene una inteligencia especial del misterio de Cristo: esto pertenece al orden *carismático y no se puede transmitir.

a) El apóstol de las *naciones. Pablo no fue el primero que llevó el Evangelio a los paganos: Felipe habí­a ya evangelizado a los samaritanos (Act 8), y el Espiritu Santo habí­a descendido sobre los paganos de Cesarea (Act 10). Pero Dios quiso que al nacimiento de su Iglesia un apóstol estuviera más especialmente encargado de la evangelización de los gentiles al lado de la de los judí­os. Esto es lo que Pablo hace reconocer por *Pedro. No ya que quisiera ser un enviado de Pedro: seguí­a siendo enviado directo de Cristo; pero tení­a interés en informar al jefe de los doce, a fin de no “correr en vano” y de no introducir división en la Iglesia (Gál 1-2).

b) El misterio de Cristo es, para Pablo, “Cristo entre las naciones. (Col 1,27); ya Pedro habí­a comprendido por revelación que no habí­a ya prohibición relativa a alimentos que separara a los judí­os y a los gentiles (Act 10,10-11,18). Pero Pablo tiene por la gracia de Dios un *conocimiento particular de este *misterio (Ef 3,4) y ha recibido el encargo de transmitirlo a los hombres; sufre persecución, soporta sufrimientos, es prisionero con miras al cumplimiento de este misterio (Col 1,24-29; Ef 3,1 -21).

Tal es la gracia particular, incomunicable, de Pablo; pero el aspecto de embajada de Cristo y hasta, en cierto grado, la inteligencia espiritual que tiene de su apostolado, puede ser otorgada a todos los apóstoles por el señor del Espiritu (ICor 2,6-16).

El apostolado de los fieles no es objeto de enseñanza explí­cita en el NT, pero halla en algunos hechos un sólido punto de apoyo. El apostolado, aun siendo por excelencia función de los doce y de Pablo, se ejerció desde los principios por la Iglesia entera: por ejemplo, las Iglesias de Antioquí­a y de Roma existí­an ya cuando llegaron los jefes de la Iglesia. En sentido amplio, el apostolado es cosa de todo *discí­pulo de Cristo, “luz del mundo y sal de la tierra” (Mt 5,13s). Según su rango debe participar en el apostolado de la Iglesia, imitando en su celo apostólico a Pablo, a los doce y a los primeros apóstoles. -> Autoridad – Carismas – Discipulo – Iglesia – Evangelio – Misión – Oración – Predicar – Testigo – Vocación. _________________________________________________

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas