ARABIA

1Ki 10:15 lo de todos los reyes de A, y de los
2Ch 9:14 los reyes de A .. traían oro y plata
Isa 21:13 profecía sobre A .. la noche en A, oh
Gal 1:17 fui a A, y volví de nuevo a Damasco
Gal 4:25 porque Agar es el monte Sinaí en A


Arabia (heb. Arâb, Arab, Erab y Ereb, “desierto [yermo]”). Gran pení­nsula ubicada en el Asia sudoccidental (cf Eze 30:5). Según los eruditos, en Isa 21:13 se refiere a Arabia noroccidental; en Jer 25:24 a Arabia del Norte; y en 2Ch 9:14 y Eze 27:21 a Arabia del Norte y del Sur. En el perí­odo postexí­lico, Arabia designaba la “Provincia de Arabia” (parcialmente edomita; cf Neh 2:19), la cual, al igual que Judea y Samaria, formaba parte de la satrapí­a persa de Abar Nahara, “Más allá del rí­o”. Mapa XII, D-6. Véase írabes.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

inmensa pení­nsula situada al occidente del Asia meridional, al sudeste de Palestina, con una superficie de tres millones de kilómetros. Limita al poniente con el mar Rojo al sur con el océano índico y el mar de Omán, al oriente con el golfo Pérsico, por el norte el desierto de Siria. El centro de A. es una gran meseta con clima muy cálido y seco, y en sus costas es muy fértil. La Pení­nsula Arábiga es la patria de los hijos de Sem, los semitas, tribus nómadas, que formaron una sociedad patriarcal de tradición pastoril. Desde muy antiguo se conoce a sus habitantes por su nomadismo, las caravanas de camellos y su actividad comercial Gn 37, 25.

Igualmente existieron en A. reinos muy prósperos con los cuales los israelitas tení­an relaciones comerciales, como el reino de Sabá, cuya reina visitó a Salomón, 1 R 10, 15; 2 Cro 9, 1-14; Jr 25, 24; Ez 27, 21-25.

También el poderoso rey Josafat sometió a los pueblos que rodeaban a Judá, los cuales le llevaban presentes, entre ellos los árabes 2 Cro 17, 11. El reino de los nabateos, cuya capital era Petra, llegó a abarcar casi toda la Pení­nsula Arábiga, algunos de cuyos reyes, que llevaban el nombre de Aretas, se mencionan en 2 M 5, 8. Pablo dice en Ga 1, 17, que después de haber recibido el llamado de Dios, fue a A., al reino de los nabateos, tres años, al sur de Damasco, huyendo de Aretas, gobernador en esta ciudad, Hch 9, 23-25; 2 Co 11, 32. En el año 106, Roma hizo de este reino su provincia, y le dio el nombre de A., razón por la cual se usa indistintamente los términos árabes y nabateos en muchos lugares de la Escritura.

Son muchas las referencias bí­blicas a los árabes sobre todo en los profetas: Is 13, 20; 21, 13; 45, 14; 60, 6, en esta última cita, hablando del esplendor de Jerusalén el profeta se refiere a los camellos, a los dromedarios y a las riquezas de A., y menciona al reino de Sabá; en sentido figurado usa Jeremí­as la figura del árabe en el desierto, cuando habla de la infidelidad de Israel Jr 3, 2; en 6, 20 se refiere al incienso llevado de Sabá; Ezequiel, en la segunda lamentación por Tiro, 27, 20-22, habla del comercio de ésta con los árabes en ganados, aromas y piedras preciosas.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Pení­nsula entre el mar Rojo y el golfo Pérsico. Se menciona por primera vez en la Biblia cuando su rey trajo a Salomón oro y especias como tributo o para comerciar (1Ki 10:15; 2Ch 9:14). Los árabes trajeron tributo a Josafat (2Ch 17:11), y se aliaron con los filisteos para vencer a Joram (2Ch 21:16—2Ch 22:1). Los reyes de Arabia estuvieron involucrados en el juicio de las naciones después del cautiverio de Babilonia (Jer 25:24). Los árabes dieron problemas a Nehemí­as (Neh 2:19; Neh 4:7; Neh 6:1). Estaban entre los presentes en Pentecostés (Act 2:11). Pablo visitó Arabia (Gal 1:17).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

I. Nombre. En Isaí­as 22:13, Arabia se usa primordialmente en el sentido de †œdesierto† o †œestepa†. Arabes, en hebreo Arbim (2 Cr. 21:16) y en asirio Aribu y Arubu, son por lo tanto los †œhabitantes de las estepas† o los †œnómadas†. Son también llamados †œhijos del oriente† (Jue. 6:3). El nombre arábigo moderno para la pení­nsula arábiga es Jaziral al-†™Arab, †œisla de los árabes†.
II. Geografí­a. Arabia es una inmensa pení­nsula, cubriendo un área de 2.500.000 Kilómetros cuadrados al suroeste de Asia. Limita al norte con la moderna Jordán, Siria e lrak; al sur con el océano Indico; al oriente con el Golfo Pérsico y al occidente con el mar Rojo. Los geógrafos clásicos concuerdan con Tolomeo (siglo II a. de J.C. ) al dividir la Arabia en tres partes: la Arabia Pétrea, al noroeste, que incluye el Sinaí­, Edom, Moab y la Transjordania; la Arabia Desértica que comprende el desierto sirio; y la Arabia Feliz, la sección sureña. El geógrafo árabe Yaqut (siglo XIII d. de J.C. ) menciona 5 divisiones de Arabia: Tihamah, la angosta llanura a lo largo de la costa occidental; al-Hijaz, el área montañosa que se levanta al oriente de Tihamah, cerca de la mitad de la pení­nsula; Najd, la meseta central; al-Arud, las amplias llanuras costeras orientales y al-Yaman, al sur. Las divisiones polí­ticas modernas de Arabia incluyen: la Arabia Saudita, la mayor parte de la pení­nsula, especialmente las áreas del norte y del occidente; al-Yaman al suroeste; la federación de Aden a lo largo de la costa del sur; Úman en la esquina suroriental; Qatar, una pení­nsula que se proyecta dentro del Golfo Pérsico y kuwalt en el noreste, adyacente a Irak.
Arabia, como término geográfico, incluye en la Biblia algunas veces tanto el norte como el sur (p. ej. 2 Cr.9.14) pero algunas veces se refiere sóla a la Arabia Pétrea en el noroeste (Gá. 1:17; 4:25). Entre los lugares de Arabia mencionados en la Biblia se encuentran Buz, Dedan, Duman, Efa, Hazor (Jer. 49:28), Masa, Mesa y Midian—todos en el noroeste donde algunos ubicarí­an también a Seba; Hazarmavet, Ofir, Sabta, Seba, Sefar y Uzal —todos en el sur; y Havila y Parvaim tal vez en el noreste.
Sólo en al-Yaman y en parte de al-Hijaz cae suficiente lluvia para un cultivo extensivo. La mayor parte de las porciones central y norte son estepa árida la cual da mantenimiento a los nómadas, los pastores beduinus. Al-Rab´ al-Khali. †œel lugar vací­o† en la Arabia susrcentral, es una de las regiones arenosas más extensas del mundo y sin lluvia por años y años. Algunos pozos o fuentes se encuentran en los oasis en la ruta de las caravanas que van de sur a norte a través de las colinas occidentales. El agua de las esporádicas lluvias se almacena en el subsuelo de algunos valles y los árabes, lo mismo hoy que los hijos de Israel en el pasado, cavan con palos para hallarla (Nm. 21:16, 17).
Los productos minerales de Arabia incluyen oro (1 R. 10:2, 10, 15, 22), plata (1 R. 10:22), piedras preciosas (Ez. 27:22) y desde 1932 d. de J.C. , el †œoro negro†, los depósitos más grandes de petróleo que se conocen en el mundo.
Las plantas tí­picas de Arabia incluyen árboles de incienso y mirra, cuya savia fue grandemente apreciada en la antigüedad para perfume e incienso (1 R. 10:2, 10, 22), palmas datileras (Ex. 15:27) y el árbol del tamarisco del cual algunos creen que se derivó el maná (Ex. 16) por medio de insectos, aunque el maná bí­blico apareció en cantidades mucho mayores.
El animal más importante de Arabia es el camello, el cual es a menudo asociado en la Biblia con los ismaelitas o árabes (p. ej. Gn. 37:25). Ovejas, cabras (Ez. 27:21) y asnos (Nm. 31:28) son también importantes en la economí­a de Arabia. Job 38 y 39 describe muchas bestias y aves de Arabia incluyendo el caballo, el león (no existente en Arabia ahora), la cabra montés, el asno salvaje, el buey salvaje (áhora extinguido), el cuervo, el avestruz (visto por última vez en Arabia en 1941 d. de J.C. )., el halcón y el águila. La codorniz migratoria pasa sobre el Sinaí­ (Nm. 11:31). La serpiente voladora (Is. 14:29) puede referirse al áym árabe, la cual se eleva en el aire.
III. Exploración Arqueológica. La exploración moderna de Arabia comenzó en 1761 con la expedición de C. Niebuhr a al-Yaman. En 1812 J. L. Burckhardt descubrió *Petra y visitó la ciudad santa musulmana de la Meca. J. R. Wellsted, en 1837, fue el primero en publicar una inscripción de Arabia del sur, la cual pronto fue descifrada por E. Roediger y W. Gesenius. Los primeros viajeros en el norte incluyeron G.A. Wallin (1845), C. M. Doughty (1875) y C. Huber (1878) quien descubrió la piedra de Taymá. Investigaciones recientes en el norte incluyen las de A. Musil (1909–1914) y la de N. Glueck en la Transjordania (1932–1939). Entre los exploradores en el sur se encuentran: B. Thomas (1931), H. St. J. Philby (1927–1952), D. van der Muelen (publicado en 1947). y A. Fakhry (1947). Miles de inscripciones de Arabia del Sur han sido coleccionadas por T. S. Arnaud (1843), J. Halevy (1869–1870), E. Glaser (1882–1894), J. Euting (1883), H. St. J. Philby (1950–1952) y A. Jamme (1950–1952). Las excavaciones en Arabia del Sur incluyen: el templo del dios Luna (Syn) en Huraydah por G. C. Thompson (1937–1938) y las de la Fundación Americana para el estudio del hombre en Timná (1950–1951), en Mar´ib incluyendo el templo al dios Luna (1952) y en el †™Uman (comenzan do en 1953).
IV. Historia.
A. Arabia, cuna de los semitas. Muchos eruditos consideran Arabia la cuna de los semitas. De acuerdo conesta teorí­a, cuando las estepas árabes se poblaron demasiado, los desplazados buscaron otras habitaciones en las tierras limí­trofes de la fértil media luna. Tal migración de Arabia se cree que tuvo lugar aproximadamente en el año 3500 a. de J.C. cuando algunos avanzaron hacia el occidente, y se amalgamaron con los habitantes del valle del Nilo contribuyendo así­ a la formación de la civilización egipcia, y otros se dirigieron hacia el norte, a Mesopotamia, y desarrollaron la cultura acadia usando los elementos de la civilización sumeria que les habí­a precedido. Alrededor del 2500 a. de J.C. , otra migración de Arabia trajo los *amorreos a la Mesopotamia y los *cananitas y los *fenicios a Palestina y Siria. Entre 1500 y 1200 a. de J.C. los hebreos llegaron a Palestina y los *arameos a Siria. Alrededor del 50 a. de J.C. los nabateos iban abriéndose camino hasta Edom. Finalmente, en el siglo VII d. de J.C. las migraciones islámicas salieron de Arabia en todas direcciones. Estas migraciones recurrentes parece que tienen lugar cada mil años.
B. Antes del año 1000 a. de J.C. En las genealogí­as del Génesis se mencionan algunos fundadores de tribus y lugares en el sur y norte de Arabia. Entre los descendientes de Cus (Gn. 10:7): Seba, Havila, Sabta y Dedán están localizados en Arabia. Esta conexión con Cus puede reflejar la relación cultural entre Arabia y Etiopí­a, cuya letra cursiva se deriva de Arabia del Sur. Los descendientes de Joctán, un semita (Gn. 10:25–30), incluyen los siguientes lugares con nombres árabes: Hazarmavet, Uzal, Seba, Ofir y Havila. Con excepción de Seba, la mayorí­a de los descendientes de Abraham y Cetura (Gn. 25:1–4) pueden ser localizados al norte de Arabia, por ejemplo Medán, Madián, Sua y Dedan. De igual manera, la mayorí­a de los descendientes de Ismael (Gn. 25:13–16) están asociados con el noroeste de Arabia: Nebaiot, Cedar, Duma, Massa, Tema y Cedema. Los genealogistas árabes también trazan su lí­nea ancestral a por lo menos los árabes del norte directamente a Ismael.
Una de las primeras indicaciones del contacto entre Egipto y Arabia es un pedazo de marfil que representa a un asiático, probablemente uno de Arabia del sur, encontrado en una tumba real de la primera dinastí­a en Abidos. Comenzando con la primera dinastí­a, los faraones operaron minas de cobre y turquesa en el Sinaí­. El incienso ly la mirra de Arabia del sur eran altamente valorados por los egipcios para perfume, incienso y para la momificación. Estos productos árabes fueron traí­dos a Egipto por caravanas a través de Palestina, como está registrado en Génesis 37:25 o se transportaban a través del Mar Rojo a al-Qusayr y a lo largo del Wadi al-hammamat hasta el Nilo.
El primer contacto registrado de los israelitas con los árabes se encuentra en Génesis 37:25 cuando los hermanos de José lo vendieron a los mercaderes árabes. Moisés pasó muchos años escondido en Madián, al noroeste de Arabia, y se casó con una hija del sacerdote de Madián, una tribu árabe. Jetro, el suegro de Moisés, simpatizaba con el monoteí­smo de Moisés y adoró a Jehová (Ex. 18:10-12). En su peregrinación hacia Canaán los hijos de Israel estuvieron cuarenta años en el Sinaí­ y noroeste de Arabia; pelearon contra tribus árabes como los amalecitas y allí­ recibieron la ley. Los madianitas se unieron con los moabitas para no dejar pasar a los israelitas y fueron derrotados por éstos (Nm. 31). Saúl (1 S. 15:1-33) y más tarde David (1 S. 30:1-20) pelearon contra los amalecitas beduinos quienes hicieron incursiones al sur de Palestina.
C. El surgimiento de Saba, en el siglo X a. de J.C. Los gobernantes de Saba de este perí­odo tení­an el tí­tulo de mkrb y combinaban las funciones polí­ticas con las sacerdotales. La capital de Saba era Ma´rib done fueron encontradas las ruinas imponentes de un templo y unagran represa. Entre los árabes que tuvieron contacto con los israelitas en el siglo X estaba Obil, a quien David hizo su principal camellero (1 Cr. 27:30). Salomón tení­a una flota en Ezión-geber en el golfo de Akabah, la cual comerciaba con Ofir, en Arabia del sur, importando oro, madera de sándalo y piedras preciosas (1 R. 9:27, 28; 10:11). La reina de Saba, quien es llamada Bilqis en la tradición islámica, visitó a Salomón y trajo oro, especias y piedras preciosas (1 R. 10:10), tí­pico de la mercancí­a de Saba.
D. La dominación asiria, siglos IX a VII a. de J.C. Durante este tiempo los árabes frecuentemente chocaron con Asiria y con Judá. Los registros de Salmanasar III de Asiria mencionan un jeque árabe, Gindibu, quien contribuyó con mil jinetes de camellos a las fuerzas aliadas que se oponí­an a los asirios en la batalla de Karkar en 854 a. de J.C. Josafat de Judá (873–849 a. de J.C. ) tení­a una flota en Ezión-geber para comerciar con Arabia (1 R. 22:48) y recibí­a tributo en ganado de los árabes (2 Cr. 17:11). El cronista (2 Cr. 21:16, 17) informa de un asalto contra Judá por los árabes del sur, el cual resultó en la pérdida de los hijos, las esposas y los tesoros del rey Joram (849–842 a. de J.C. ). Tiglat-pileser III de Asiria (745–727 a. de J.C. ) recibí­a tributo de dos reinas árabes, Zabibe y Samsi, de Massa y de Tema y de los de Saba. Los meunitas o meunim, contra quienes Uzí­as (2 Cr. 26:7) y Ezequí­as (1 Cr. 4:41) pelearon en el sur de la Transjordania, probablemente eran árabes y algunos los identificaron con los mineanos. Durante el reinado del último rey de Judá, el remanente de los amalecitas fue destruido en él monte Seir (1 Cr. 4:43). Sargón de Asiria (722–705 a. de J.C. ) registra que el subyugó las tribus árabes de Tamud (Qur†™nic Thamud) e lbadidi y deportó el remanente de ellas a Samaria, la cual habí­a capturado con anterioridad. Alrededor del 688 a. de J.C. , Senaquerib capturó Adumatú, el Duma bí­blico, la fortaleza de Arabia y se llevó consigo sus dioses. Estas conquistas de las tribus del norte de Arabia por los asirios se mencionan en Isaí­as 21:13–17.
En este perí­odo, Cedar jugó un papel importante entre las tribus árabes del norte. A Hazail de Adumatú se le llama rey de los árabes por Esar-hadón, y rey de Cedar por Asurbanipal, de tal manera que los términos árabes y cedaritas son usados indistintamente en las inscripciones asirias posteriores. Otro rey de Cedar, Ammuladi, atacó a Siria-Palestina, pero Asurbanipal (668–633 a. de J.C. ) lo derrotó y tomó tributo de oro, piedras preciosas, substancias aromáticas, camellos, burros, ovejas, cabras y ganado. De acuerdo con las inscripciones asirias, los cedaritas entuvieron en alianza con los nabateos, el Nebaiot bí­blico, con los cuales Cedar es también asociado en la Biblia (Is. 60:6, 7).
E. La dominación caldea, siglo VI a. de J.C. Jeremí­as 49:28 predice que Nabucodonosor de Babilonia (605–622 a. de J.C. ) dominarí­a Cedar, y esta conquista del norte de Arabia está confirmada por descubrimientos recientes de porciones de la *crónica babilónica. Nabonido (555–539 a. de J.C. ) ocupó los centros importantes de las caravanas, Tema y Adummu y escogió vivir en Tema por algunos años en lugar de Babilonia.
F. Dominación persa, siglos VI a IV a. de J.C. En 525, Cambises hizo una alianza con el pueblo del norte de Arabia en su camino hacia la conquista de Egipto. Herodoto, al hablar de Darí­o, comenta que los árabes nunca fueron dominados por los persas.
Durante el reinado de Artajerjes I de Persia (465–424 a. de J.C. ), Gesem, el árabe, trató de impedirle a Nehemí­as la reconstrucción de la muralla de Jerusalén alrededor del 445 a. de J.C. (Neh. 2:19; 6:1, 2, 6). Una inscripción lihianita en al-Ula, el Dedán bí­blico, está fechada en la época del reinado de Gesem, indicando que su soberaní­a se extendí­a bien adentro del noroeste de Arabia. Una inscripción aramea en un platón de plata de Tell al-Maskhutah en Egipto menciona a Qainú, hijo de Gesem, rey de Cedar, indicando así­ que los árabes de Cedar estaban allí­ en el lí­mite oriental de Egipto, quizá empleados por los persas como guardias fronterizos.
Durante el perí­odo persa, el dominio de Saba sobre el sur de Arabia terminó y surgieron otros reinados. Alrededor del 400 a. de J.C. el reino de Maí­n llegó a ser el poder principal del área. La capital minea era Qarnaw, hoy Ma†™in. Registros del reino de Qatabán, descubiertos recientemente, dan listas de gobernantes con el tí­tulo mkrb tan temprano como el siglo VI a. de J.C. La capital de Qatabán era Timná la cual fue destruida ca. 50 a. de J.C. , cuando Qatabán cayó bajo el control de Hadramaut. El primer rey conocido de Hadramaut gobernó ca. 450 a. de J.C. La capital de este reino fue Sabwa. Estos reinos competí­an uno con otro por el control del mercado de las especias.
G. El predominio nabateo en Arabia del norte, siglo IV a. de J.C. al siglo I d. de J.C. De acuerdo con el libro de Abdí­as, los árabes nabateos empezaban a ejercer presión sobre los edomitas en el siglo VI a. de J.C. Para el siglo IV a. de J.C. estaban establecidos en Petra, la antigua capital edomita, y así­ controlaban las rutas de las caravanas que iban del sur de Arabia a los paí­ses del Mediterráneo. Sus tumbas y templos en Petra, labrados de arenisca multicolor, permanecen entre los monumentos más espectaculares de los tiempos antiguos. Ellos adoptaron el arameo en sus inscripciones y la arquitectura grecoromana en sus edificios. En la apócrifa, árabe (1 Mac. 11:16, 17) y nabateo (1 Mac. 5:17) son equivalente. Algunas veces lucharon al lado de los macabeos (1 Mac. 9:35) y otras veces con los seléucidas (1 Mac. 5:39; 12:31). Los árabes que escucharon el evangelio en el Pentecostés (Hch. 2:11) pueden haber sido del reino nabateo del sur de la Transjordania. La Arabia a la cual Pablo se retiró después de su conversión (Gá. 1:17) se refiere al área al este o al sur de Siria-Palestina. El rey nabateo, Aretas IV (9 a. de J.C. —40 d. de J.C. ) derrotó a Herodes Antipas después que este último se habí­a divorciado de la hija de aquél para casarse con Herodí­as (Mt. 14:3). Ese Aretas logró el control de Damasco, donde el gobernador puso guardas a las puertas de la ciudad para prender a Pablo, pero éste escapó por sobre la muralla de la ciudad (2 Co. 11:32, 33). En 109 d. de J.C. el reino nabateo fue fusionado con la provincia romana de Arabia.
H. Primer reino himiarita en Arabia del sur, siglo II a. de J.C. al siglo II d. de J.C. En Arabia del sur, ca. . 125 a. de J.C. , se levantó el reinado himiarita, cuyos gobernadores se llamaban a sí­ mismos reyes de Sabay Dhu-Raydán. Su capital era Zafar, la Sefar bí­blica, cerca del Yarim moderno. Durante este tiempo el comercio marí­timo de los Tolomeos en el Mar Rojo redujo la importancia de las caravanas mercantes de Arabia del sur. El rey himiarita, lli-shariha Yahdab, derrotó a una expedición romana en el 24 a. de J.C.
V. Cultura. En tiempos antiguos hubo una marcada distinción cultural entre los árabes del norte y los árabes del sur. El pueblo del norte era mayormente pastoril y nómada; los del sur tení­an una civilización agrí­cola sedentaria. lbn Khaldun, el historiador árabe del siglo XIV, llamó a los del norte beduinos (ahlal-Badw) y a los del sur moradores del pueblo (ahl al-hadar).
Lingüí­sticamente los árabes son semitas como se indicó en Génesis 10:25–30. La letra cursiva de Arabia del sur era marcadamente un desarrollo angular del alfabeto sinaí­tico y sus inscripciones más antiguas datan de por lo menos el siglo VIII a. de J.C. La lihianic (que comenzó en el siglo VII a. de J.C. ), la tamudic (del siglo V a. de J.C. ) y la safaÆ’tica (que comenzó ca. 100 d. de J.C. ) fueron escrituras cursivas desarrolladas en Arabia del sur, pero el vocabulario de estas escrituras, que consiste mayormente de nombres, es esencialmente del norte de Arabia. La primera inscripción en letra cursiva de Arabia del norte, que se deriva de los nabateos, data del siglo IV d. de J.C.
Los rasgos culturales de los árabes nombrados en la Biblia incluyen las observaciones que los dell norte viven en las estepas (Jer. 3:2), en tiendas de pelo de cabras negras (Cnt. 1:5). Usan camellos como cabalgadura y animal de carga (Gn. 37:25). Sus caravanas mercantes traí­an especias, oro y piedras preciosas del sur de Arabia (1 R. 10:2) y ovejas y cabras de Arabia del norte (Ez. 27:20-22) a Palestina y Fenicia y transportaban productos del Africa y de la India (2 R. 10:22). Jeremí­as 25:23 comenta que los árabes se cortaban el pelo de las sienes como hacen los beduinos el dí­a de hoy.
†œLos hijos del oriente†, los árabes, fueron conocidos por su sabidurí­a (1 R. 4:30). Los últimos dos capí­tulos de Proverbios contienen los dichos de Agur (Pr. 30:1) y Lemuel (Pr. 31:1), dos reyes de Massa, una tribu de Ismael (Gn. 25:14). El escenario y los personajes del libro de Job son del noroeste de Arabia. Baruc 3:23 llama a los hijos de Agar, los árabes, †œávidos de sabidurí­a†.
Excavaciones recientes han suministrado ejemplos claros de una cultura avanzada en la Arabia del sur. Dignos de referencia son el gran templo del dios-luna de Saba, llumquh en Ma´rib; las extensas represas y canales para la irrigación; esculturas en bronce, trabajos de orfebrerí­a y miles de inscripciones religiosas e históricas.
VI. Religión. El término árabe en general para dios era il (como El en hebreo) o ilah (como Eloah en hebreo), pero los antiguos árabes adoraban muchos dioses, incluyendo el dios-luna; una diosa sol, Samas, y su hijo †™Athtar, la estrella de la mañana. Los registros asirios mencionan las imágenes de los siguientes dioses en el templo de Adumatú en los dí­as del rey Hazail en el siglo VII a. de J.C. : Atarsamain, la principal diosa, cuyo sí­mbolo era una estrella dorada y cuyas sacerdotisas presidí­an en el templo, Dai, Nuhai, Ruldaiu, Abrilly y Atarquruma. Atarsamain también fue llamada han-ilat de acuerdo con la inscripción en el tazón de plata encontrado en Tell al-Mashkutah. El Talmud babilónico (Taanith, 5b) afirma que los de Cedar también adoraban el agua, quizá en referencia a la veneración de los pozos sagrados. La piedra de Tayma del siglo V a. de J.C. , escrita en dibujos arameos, representa una deidad que se adoraba allí­ llamada Salm de Hajam. El Corán menciona varios dioses paganos: al-Lat, al-Uzza, Manah (53:19, 20), Wadd, Suwá, Yaghuth, Ya†™uq y Nasr (71:23). Los árabes temen a los demonios llamados jinn (Corán, 72). Al igual que los hebreos, los antiguos árabes practicaban la circuncisión, las peregrinaciones y los sacrificios que incluí­an una ofrenda por el pecado
Sus sacerdotes eran también adivinos.
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Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

tip, PAIS TRIB (a) ARABIA: Por Arabia se entiende un paí­s muy grande al sur, sureste y este de Palestina. En la antigüedad era, y hasta hace relativamente poco por los nativos, dividido en tres distritos: (A) La Arabia propia, que era la antigua Arabia Félix, que abarca la pení­nsula que se extiende por el sur hacia el mar de Arabia y por el norte en dirección al desierto. (B) Arabia occidental, lo mismo que la antigua Arabia Pétrea, que abarca el Sinaí­ y el desierto de Petra, extendiéndose desde Egipto y el mar Muerto hasta cerca de Petra. (C) La Arabia septentrional, adyacente a la Arabia occidental y que se extiende por el norte, hacia el Eufrates (1 R. 10:15; 2 Cr. 9:14; Is. 21:13; Jer. 25:24; Ez. 27:21; Gá. 1:17; 4:25). (b) íRABES: Los árabes tienen también a Abraham como padre. Leemos que Abraham envió a los hijos de Cetura y de sus concubinas “hacia oriente” (Gn. 25:6). También habí­a los descendientes de Ismael y los de Esaú. Muchos de éstos vinieron a ser “jefes”, y no puede dudarse que son sus descendientes los que siguen poseyendo la tierra. Los hay que se llaman a sí­ mismos árabes ismaelitas, y en el sur hay aún árabes joctanitas. Salomón recibí­a tributos de los reyes de Arabia (1 R. 10:15). Josafat lo mismo (2 Cr. 17:11); en los dí­as de Joram atacaron Judá, saquearon la casa del rey y se llevaron a sus esposas y a algunos de sus hijos (2 Cr. 21:17; 22:1). Fueron vencidos por Uzí­as (2 Cr. 26:7). Durante el cautiverio de los judí­os en Babilonia, algunos árabes se establecieron en Palestina y posteriormente se enfrentaron contra Nehemí­as (cp. Neh. 2:19; 4:7; 6:1). Los árabes se hallan entre las naciones que tení­an relación con Israel y sobre las que se pronuncia juicio (Is. 21:13-17; Jer. 25:24). Su conflicto contra el Israel restaurado, hasta la intervención divina directa, está profetizado en diversos pasajes de las Escrituras (cp. Sal. 83). En el NT aparecen los árabes entre los presentes en el dí­a de Pentecostés, pero no se especifica si se trataba de judí­os habitantes en Arabia o prosélitos (Hch. 2:11).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

La pení­nsula arábiga está ubicada en el extremo SO. del continente asiático. Limita al E. con el golfo Pérsico y el golfo de Omán; al S., con el mar de Arabia y el golfo de Adén, y al O., con el mar Rojo, mientras que al N. está delimitada por la Media Luna Fértil: Mesopotamia, Siria e Israel. Como está rodeada de agua por tres lados, se parece a una gran isla, y generalmente sus habitantes la llaman la †œisla de los árabes† (Jazirat al-`arab).
Con una superficie de casi 2.600.000 Km.2 (más o menos una cuarta parte de Europa), Arabia es la pení­nsula más grande del mundo. La costa occidental se extiende a lo largo de unos 2.900 Km. y su anchura máxima alcanza los 1.900 Km.
La pení­nsula forma una elevada meseta que desciende hacia el E., bajando hasta el golfo Pérsico desde la cadena montañosa que corre paralela a la costa occidental. Una de sus cimas, en el extremo SO., sobrepasa los 3.600 m. En el interior de la parte meridional de la pení­nsula, se encuentra Ruba al-Khali, el desierto de arena más grande del mundo, también conocido como la Media Luna Vací­a. Al N. de Nedjed, la meseta central, se abre la extensión desértica del Nefud, que termina en el desierto de Siria.
Los pequeños arroyos que se hallan a lo largo de los extremos de la pení­nsula y en la alta meseta central (Nedjed) no son numerosos y solo fluyen durante ciertas estaciones. Job, que probablemente vivió en lo que hoy es el desierto de Siria, describió cómo se secan esos †œtorrentes invernales†. (Job 6:15-20.)
Aunque gran parte de esta vasta meseta es árida, a lo largo de la cadena montañosa occidental, así­ como en la altiplanicie central y en el S., llueve lo suficiente como para sostener a una población considerable. En esta región, y alrededor de los mayores oasis, los campesinos o fellahin pueden cultivar mijo, trigo, cebada y maí­z. También crecen en estos lugares palmeras de dátiles (Ex 15:27) e higueras. Tanto las acacias, que producen la resina denominada goma arábiga, como otros árboles y plantas aromáticos, desempeñaban un papel importante en la economí­a de la antigua Arabia, importancia hoy eclipsada por el oro negro o petróleo. (Gé 2:12.)
Debido a la escasez general de agua, la vida animal es necesariamente reducida. No obstante, en la actualidad hay en esta región ovejas, cabras, camellos, asnos salvajes, chacales, halcones y águilas, igual que ocurrí­a en tiempos bí­blicos. (Eze 27:21; 2Cr 17:11; Jue 6:5; Job 39:5-8, 26, 27; Isa 60:7; 34:13.) Algunas especies salvajes —como el león, el toro salvaje y el avestruz— han desaparecido de este territorio. (Job 38:39, 40; 39:9-18.) Los caballos árabes todaví­a hoy son renombrados por su belleza y fortaleza. (Compárese con Job 39:19-25.)

Tribus árabes. Con el tiempo, Arabia llegó a ser el hogar de muchas de las familias que se formaron después del Diluvio mencionadas en el capí­tulo 10 de Génesis. En la rama semita, Joqtán engendró a los cabezas de unas trece tribus árabes, mientras que parece ser que tres de los descendientes de Aram —Uz, Guéter y Mas— se asentaron en el N. de Arabia y en el desierto de Siria. (Gé 10:23, 26-29.) Los ismaelitas, que habitaban en tiendas, se encontraban desde la pení­nsula del Sinaí­ hasta Asiria, pasando por el N. de Arabia. (Gé 25:13-18.) Los madianitas se establecieron principalmente en la parte NO. de Arabia, justo al E. del golfo de `Aqaba (Gé 25:4), en tanto que los descendientes de Esaú se instalaron en la región montañosa de Edom, al SE. del mar Muerto. (Gé 36:8, 9, 40-43.) De la rama camita, parece ser que varios descendientes de Cus —entre ellos Havilá, Sabtá, Raamá, con sus hijos Seba y Dedán, y Sabtecá— ocuparon sobre todo la parte meridional de la pení­nsula arábiga. (Gé 10:7.)
También se hace mención de varias tribus de Arabia en antiguas inscripciones asirias y babilonias. Salmanasar III menciona a †œGindibu´ de Arabia†. En las inscripciones de Tiglat-piléser III aparecen los nombres de Zabibe y Samsi como reinas árabes. Una inscripción del rey Sargón II dice: †œSamsi, reina de Arabia (e) It´amar la sabea†. Otras inscripciones cuneiformes se refieren a los sabai, los nabaiti, los qidri, los idibaili, los masai y los temai. (Compárese con Gé 25:3, 13-15.)

Referencias bí­blicas. Uno de los cuatro reinos antiguos más importantes de Arabia meridional, Hadramaut, suele ser identificado con el Hazarmávet de Génesis 10:26. El centro de aquel reino, cuya capital estaba en Shabwa, fue Wadi Hadramaut, un prolongado valle que discurre paralelo a la costa S. de Arabia. Otros nombres de lugares que el texto bí­blico ubica en Arabia son: Dedán, Temá, Dumá y Buz. (Isa 21:11-14; Jer 25:23, 24.)
Al emigrar de Ur de los caldeos a la tierra de Canaán, Abrahán bordeó Arabia. Más tarde, cuando tuvo que bajar a Egipto, es probable que atravesara Arabia —en concreto la parte septentrional de la pení­nsula del Sinaí­—, más bien que seguir la ruta a lo largo de la costa mediterránea, y repitió ese trayecto en el viaje de regreso. (Gé 12:10; 13:1.) Asimismo, el drama del libro de Job tiene lugar en la tierra de Uz, en la Arabia septentrional (Job 1:1), y los merodeadores sabeos que atacaron la propiedad del †œmás grande de todos los orientales† seguramente formaban parte de una tribu árabe descendiente de Joqtán. (Job 1:3; Gé 10:26-28.) De igual manera, parece que tanto los tres †œconsoladores† de Job como Elihú fueron desde diferentes regiones de Arabia. (Job 2:11; 32:2.) También Moisés pasó cuarenta años en Arabia, residiendo temporalmente con Jetró el madianita. (Ex 2:15–3:1; Hch 7:29, 30.) Tiempo después, tuvo lugar en Arabia, en el monte Sinaí­ (situado en la parte meridional de la pení­nsula del mismo nombre), un acontecimiento de suma importancia. Allí­ fue donde la nación de Israel, que se habí­a congregado después de ser liberada, recibió el pacto de la Ley. (Ex 19:1, 2.) Unos quince siglos después, al hacer alusión a este acontecimiento el apóstol dijo que ocurrió en †œSinaí­, una montaña de Arabia†. (Gál 4:25.)
En vista de las condiciones generales que se dan en la actualidad en Arabia, puede parecer algo casi imposible el que tal vez unos tres millones de israelitas hayan vivido por cuarenta años en el desierto. (Ex 12:37, 38.) Por supuesto, el factor principal fue la provisión milagrosa de alimento y agua por parte de Jehová. (Dt 8:2-4; Nú 20:7, 8.) Aunque las condiciones fueron claramente difí­ciles y el propio registro de las Escrituras dice que el agua no abundaba (Nú 20:4, 5), no obstante, hay razón para creer que en aquel tiempo —hace unos tres mil quinientos años— la provisión de agua en Arabia escaseaba menos que en la actualidad. La existencia de muchos uadis o valles profundos y secos, que en un tiempo fueron lechos de rí­os, es una prueba de que en el pasado hubo suficiente precipitación pluvial como para producir corrientes de agua que fluyeran por ellos. La desaparición de ciertas especies animales quizás se deba en parte a la disminución del suministro de agua. De todas formas, Arabia era por aquel entonces, igual que hoy, una región árida o estepa.
Durante el perí­odo de los jueces, hordas de madianitas, amalequitas y †œlos orientales† llegaban de Arabia montados sobre camellos para saquear la tierra de Israel. (Jue 6:1-6.) Tales razias o invasiones repentinas fueron siempre el principal método de hacer la guerra en Arabia. (2Cr 22:1.) El camello, cuya domesticación se cree que se efectuó en Arabia, se usaba como medio de transporte por lo menos desde el tiempo de Abrahán. (Gé 24:1-4, 10, 61, 64.) Debido a la gran superioridad del camello sobre el asno para hacer viajes largos por el desierto, se piensa que su domesticación significó para Arabia algo así­ como una revolución económica, que contribuyó al desarrollo de los llamados †œreinos de las especias† de Arabia meridional.
Las caravanas de camellos que provení­an de las regiones más fértiles del S. serpenteaban a lo largo de las rutas del desierto que corrí­an paralelas al mar Rojo, viajando de oasis en oasis y de pozo en pozo hasta llegar a la pení­nsula del Sinaí­, desde donde podí­an bifurcarse hacia Egipto o continuar hacia el N., hasta Palestina o Damasco. Además de sus muy apreciadas especias y resinas aromáticas, como el olí­bano y la mirra (Isa 60:6), quizás transportaran oro y madera de algum desde Ofir (1Re 9:28; 10:11), al igual que piedras preciosas, como hizo la reina de Seba al visitar al rey Salomón. (1Re 10:1-10, 15; 2Cr 9:1-9, 14.) En las aguas del golfo Pérsico abundan las ostras perlí­feras. Puesto que al SO. Arabia está separada de ífrica por un estrecho de tan solo unos 32 Km. de ancho, es posible que los productos de Etiopí­a (2Cr 21:16), como el marfil y la madera de ébano, también se hallaran entre las mercancí­as de estos mercaderes viajantes. (Eze 27:15.)
Nabonido —rey babilonio cuyo hijo Belsasar gobernaba en Babilonia al tiempo de su caí­da (539 a. E.C.)— pasó diez años en la ciudad-oasis de Temá, al N. de la meseta central de Arabia. (Véase TEMí núm. 2.)
Durante el siglo V a. E.C. Palestina estuvo sujeta a una considerable influencia de Arabia, como se ve por las referencias a †œGuésem el árabe† en Nehemí­as 2:19 y 6:1-7.
El reino de Himyer, que controló Arabia meridional alrededor del año 115 a. E.C., tuvo su capital en Zafar (en opinión de algunos, la Sefar mencionada en Génesis 10:30). Al N., los nabateos (posiblemente los descendientes del Nebayot de Génesis 25:13), con su capital en Petra, en las gargantas rocosas de Edom, se hicieron poderosos a partir del siglo IV a. E.C., y con el tiempo extendieron su control por el S. del Négueb y, hacia el N., por Moab y la región del E. del Jordán. Gobernaron sobre Damasco durante algunos años del siglo I a. E.C. y, nuevamente, en el siglo I E.C. A su rey Aretas IV (c. 9 a. E.C.-40 E.C.) se le menciona en 2 Corintios 11:32 en relación con la fuga de Pablo de Damasco, suceso narrado en Hechos 9:23-25. Herodes Antipas se casó con la hija de Aretas IV, pero se divorció de ella para casarse con Herodí­as. (Mr 6:17; véase ARETAS.)
Después de su conversión, Pablo escribe lo siguiente: †œMe fui a Arabia, y volví­ de nuevo a Damasco†. (Gál 1:17.) Tal viaje pudo haber sido a la vecina zona del desierto de Siria, aunque el término también podrí­a abarcar cualquier parte de la pení­nsula arábiga.
Durante el siglo I a. E.C., Palmira, al NE. de Damasco, comenzó a manifestarse como centro árabe y con el tiempo superó a Petra en el plano comercial. En 270 E.C., bajo la reina Zenobia, el ejército de Palmira ocupó Egipto y se convirtió en un serio rival de Roma hasta que fue derrotado en 272 E.C.

Idioma. El idioma de los pueblos de Arabia está encuadrado en el grupo semí­tico del S. y ha permanecido más estable que otros idiomas semí­ticos. Como consecuencia, ha resultado útil para mejorar el entendimiento de muchas expresiones y palabras del hebreo antiguo de la Biblia.

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. En el Antiguo Testamento

a. Geografía

La estructura de la península arábiga está formada por una masa de antigua roca cristalina de la que sale una cadena de montañas al O, y se eleva a más de 3.000 m en algunos lugares, con una serie de estratos de formación más nueva con elevación hacia su lado E. En las montañas del O, y particularmente en el ángulo SO de la península, donde el total anual de lluvias excede los 500 mm en partes, es posible la vida sedentaria basada en la irrigación. Fue en esta zona, la moderna República Árabe del Yemen y la República Democrática Popular del Yemen, que florecieron los antiguos reinos del S de Arabia. Las capitales de tres de estos reinos, Qarnawu (de Maín), Marib (de Sabá) y Timna (de Qatabán), estaban situadas sobre las laderas orientales de la cadena de montañas, sobre cursos de agua que corrían hacia el E, mientras que Sabva, la capital de Hadramaut, se hallaba más hacia el SE, sobre un curso de agua que corría hacia el NO, sobre la meseta de Hadramaut. Una zona de precipitación pluvial de 100–250 mm se extiende hacia el N a lo largo de las montañas occidentales, y hacia el E a lo largo de la costa, donde también es posible la vida sedentaria. En todo el resto de la península la cantidad de lluvia anual es casi nula y la vida depende de los oasis y los pozos.

Entre las escarpas que forman los inclinados estratos y la costa oriental la pendiente escarpada de la parte más elevada ofrece zonas planas que van de la estepa al desierto de arena. Las zonas desérticas que existen en esta región y entre las escarpas centrales se ensanchan en el S hasta formar el árido desierto de arena de al-Rub al-Hali (“la zona vacía”), y en el N hacia el desierto más pequeño de al-Nafud. En varios puntos a lo largo del pie de las escarpas hay manantiales que forman oasis, y en consecuencia pasan rutas comerciales. Aparte de las zonas de desiertos arenosos y rocosos, el terreno de la península es en buena parte estepario, y los pastos crecen por la influencia de las esporádicas lluvias anuales, lo cual permite el establecimiento de una pequeña población nómada (* Nómadas), particularmente en la zona N entre Siria y Mesopotamia. Donde esta zona empieza a descender hacia las regiones habitadas de Siria florecieron metrópolis como Petra, Palmira y Damasco.

b. Exploración

La primera exploración importante en la península arábiga la llevó a cabo el orientalista danés Carsten Niebuhr, que visitó el Yemen en 1763. En el N J. L. Burckhardt volvió a descubrir Petra en 1812, pero el interés se volvió hacia el S cuando J. R. Wellsted publicó en 1837 las primeras inscripciones del S de Arabia que se vieran en Europa, acontecimiento que llevó a su desciframiento en 1841 por W. Gesenius y E. Rödiger. A estas inscripciones se las llamó “himiaríticas”, por el nombre del reino que dominó todo el SO de la península en los últimos siglos a.C., y que, por lo tanto, historiadores posteriores consideraron como la fuente de las inscripciones, aunque en realidad provenían de reinos anteriores. Actualmente se conocen varios miles de esas inscripciones, principalmente gracias a las exploraciones de J. Halévy y E. Glaser en la segunda mitad del siglo pasado, pero también por numerosos exploradores individuales, y recientemente por las investigaciones de la American Foundation for the Study of Man en Adén y el Yemen. Las excavaciones en el S de Arabia han sido pocas. En 1928 C. Rathjens y H. vv. Wissmann excavaron en Hugga cerca de Saná en el Yemen, y en 1937–8 la señorita G. Caton Thompson desenterró un templo del dios luna (syn) en Hureida en el Hadramaut. Después de la Segunda Guerra Mundial la American Foundation for the Study of Man realizó excavaciones en Timna y lugares aledaños (1950–51), en Marib, donde se desenterró el templo del dios lunar sabeo ˒lmqh (1952), y en expediciones posteriores en Omán. Más recientemente una expedición francesa realizó trabajos en Sabva.

Se han hecho numerosas exploraciones en otras partes de Arabia, de las cuales se destacan las del orientalista checo A. Musil, que viajó extensamente por el centro y el N de Arabia (1909–14), las de N. Glueck, que hizo estudios arqueológicos exhaustivos en la Transjordania y el Sinaí (1932–71), y las de G. Ryckmans y H. St J. Philby, que coleccionaron varios miles de inscripciones ár. de Arabia Saudita en 1951–52, aun sin mencionar los viajes en menor escala de hombres como Burton, Hurgronje, Doughty, Rutter y Thomas. Entre las inscripciones importantes del N se encuentra la piedra de Taima, que lleva una inscripción arm. de alrededor del ss. V a.C., conseguida por Huber en 1883 (* Tema).

c. Historia y civilización

Aparte de los *nómadas de las estepas de Arabia, cuya vida se va sucediendo con pocos cambios a pesar de los milenios, las principales zonas de civilización histórica se encuentran en el ángulo SO de la península, y en la zona hacia el N en que las estepas se unen con las regiones pobladas de Siria.

En el 2º milenio a.C. llegaron diversas tribus de lengua semítica procedentes del N a la región del Yemen moderno y Adén occidental, y formaron las colonias que posteriormente se convertirían en los reinos de Sabá (* Sabá, 7), Maín (* Mineos), Qatabán y Hadramaut (Hazar-mavet, Gn. 10.26). La causa principal de su prosperidad fue su posición intermedia en las rutas mercantiles entre las tierras del incienso en la costa S y Etiopía (* Hierbas, Incienso), hasta las civilizaciones en el N. El primer reino que surgió fue Sabá, como lo revela la aparición en el ss. VIII de inscripciones nativas que indican la existencia de una sociedad bien organizada bajo un gobernante (mkrb) que evidentemente combinaba ciertas funciones sacerdotales con las de gobierno. Su prosperidad se infiere del hecho de que pagó tributo a Sargón y a Senaquerib. Alrededor del 400 a.C. alcanzó prominencia el reino vecino de Maín que socavó bastante la autoridad sabea. En el ss. IV se fundó la monarquía en Qatabán, y en los últimos veinticinco años del 1º milenio el dominio de Sabá, Maín, Qatabán, y Hadramaut fluctuó según los cambios de la fortuna, hasta que la región quedó bajo el control de los himiaritas. En su época culminante los reinos del S de Arabia tuvieron colonias que llegaban hasta el N de Arabia, y se han encontrado en el golfo Pérsico y en la Mesopotamia (Ur, Uruk) inscripciones en sus respectivos caracteres. Los alfabetos de las inscripciones tamúdicas, lihianitas y safaíticas también muestran su influencia en el N, y la lengua y la escritura etíopes ofrecen indicios similares del Africa.

En el N la historia se resuelve en torno a los contactos de los nómadas con las civilizaciones sedentarias de Mesopotamia y Siria. En la Transjordania es evidente el proceso de infiltración y asentamiento, aunque en algunos períodos fue escaso. En la primera parte de la edad del bronce media hubo colonias en toda la Transjordania (* Abraham), pero a esto siguió un período en que no hubo ninguna, ca. 1900–1300 a.C., hasta que nuevamente aumentó la colonización en el ss. XIII. La palabra “árabe” empezó a aparecer en las inscripciones contemporáneas en los anales de Salmanasar-III, cuando un tal Gindibu ([m]gin- in-di-bu-’ [mât]ar-ba-a-a; estela de Kuja 2.94) luchó contra él en Carcar (853 a.C.), y posteriormente aparecen frecuentemente en las inscripciones asirias como nómadas incursionadores que se trasladaban en camellos, y así aparecen en los bajorrelieves de Asurbanipal en Nínive (* Camello). Uno de los episodios poco usuales en la historia de la Mesopotamia fue la permanencia de Nabonido, rey de Babilonia (556–539 a.C.) en Taima (* Tema) en el N. Se quedó allí diez años mientras su hijo Bel-sar-usur (* Belsasar) gobernó por él en Babilonia.

En la última parte del ss. IV a.C. comenzó a surgir el reino árabe de habla aramea de los * nabateos, con su capital en Petra, y floreció como estado comercial desde el ss. II hasta ya entrado el período romano. Más al S, en el mismo período, los árabes que se establecieron en una antigua colonia minea formaron el reino lihianita de * Dedán. En el ss. I a.C. otro estado árabe, que adoptó el arameo como idioma oficial, comenzó a ganar prominencia en Palmira (* Tadmor), y en la era cristiana eclipsó en buena medida a Petra como estado mercantil, convirtiéndose en serio rival de Roma.

d. Referencias bíblicas

Arabia no figura frecuentemente con este nombre en la Biblia, ya que generalmente sus habitantes fueron conocidos por los nombres políticos o tribales de los grupos menores a que pertenecían. La tabla de las *naciones en Gn. 10 enumera una cantidad de pueblos del S de Arabia como descendientes de *Joctán y de *Cus. Aparecen también los nombres de una cantidad de tribus, principalmente del N de Arabia, como descendientes de Abraham a través de *Cetura y *Agar (Gn. 25). También entre los descendientes de Esaú (Gn. 36) se menciona una cantidad de pueblos árabes. En la época de Jacob dos grupos de descendientes de Abraham, los ismaelitas (* Ismael) y los *Madianitas aparecen como mercaderes que viajan en caravanas (Gn. 37.25–36; * Nómadas). Es en la época de Salomón, sin embargo, en la que adquieren prominencia en el AT los contactos con Arabia, principalmente como consecuencia de sus extensas relaciones comerciales, particularmente desde su puerto de Ezióngeber en el mar Rojo. Esto recibe realce con la famosa visita de la reina de *Sabá (1 R. 9.26–28; 10), y más cerca de su tierra por el tributo que recibió de los maleḵê ˓araḇ (2 Cr. 9.14), que se traduce “reyes de Arabia”. El nombre ˓arāḇ, ˓arāḇı̂ al parecer significaba originalmente “desierto” o “estepa” y por extensión “habitante de las estepas”, y, en consecuencia, en el contexto bíblico, se refería principalmente a los pueblos que ocupaban las zonas semidesérticas al E y S de Palestina (* Oriente, Hijos del). Sin embargo, no es posible afirmar que siempre se haya tomado el término “árabe” como nombre propio o como sustantivo colectivo, “habitante de las estepas”. El asunto se complica aun más por el hecho de existir una raíz etimológicamente distintiva ˓rb, ‘entremezclar(se)’, una de cuyas formas se vocaliza ˓ēreḇ, lo que en algunos contextos se toma como “multitud mixta”. Más aun, esta es la forma que aparece en 1 R. 10.15, el pasaje paralelo a 2 Cr. 9.14, y la distinción depende exclusivamente de la vocalización masorética. Cada uso de la palabra debe juzgarse, por lo tanto, por el contexto, y no por su forma, y en este caso no hay razón para que no se la tome como “Arabia”, o quizás mejor, “árabes”.

En el ss. IX, Josafat de Judá recibió tributo de los ˓arāḇı̂ (2 Cr. 17.11), pero su sucesor Joram fue víctima de una incursión en la que los ˓arāḇı̂ se llevaron a sus mujeres e hijos (2 Cr. 21.16–17), y solamente quedó Ocozías, el menor (2 Cr. 22.1). En el ss. VIII Uzías cambió la situación y recuperó el dominio de *Elat (2 R. 14.22).

Aunque los reinos del S de Arabia eran conocidos (p. ej. Jl. 3.8), la mayor parte de los contactos entre Israel y Arabia se realizaron con las tribus nómadas del N. En la época de Ezequías estos pueblos eran muy conocidos (Is. 13.20; 21.13), y algunos de ellos hasta sirvieron como mercenarios en la defensa de Jerusalén contra Senaquerib ([amêl)ur-bi; prisma de Taylor 3.31). En los tiempos de Josías (Jer. 3.2), y en los días finales del reino de Judá, los árabes comenzaron a destacarse como mercaderes (Jer. 25.23–24; Ez. 27; * Cedar).

La creciente tendencia de los árabes a establecerse y constituir centros comerciales está ilustrada por *Gesem, el árabe que trató de evitar que Nehemías reconstruyese Jerusalén (Neh. 2.19; 6.1), presumiblemente porque temía su rivalidad comercial. A ello siguió el reino de los nabateos, y en los libros apócrifos el término “árabe” generalmente se refiere a ellos (1 Mac. 5.39; 2 Mac. 5.8), y más aun, la Arabia a la que se retiró Pablo (Gá. 1.17), probablemente formaba parte de los dominios nabateos.

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(b) Arabia del S: A. F. L. Beeston, A Descriptive Grammar of Epigraphic South Arabian, 1962; B. Doe, Southern Arabia, 1971; sobre las excavaciones norteamericanas en Arabia del S, R. le B. Bowen y F. P. Albright, Archaeological Discoveries in South Arabia, 1958; y varias otras obras publicadas para la American Foundation for the Study of Man por la Johns Hopkins Press, Baltimore; R. L. Cleveland, An Ancient South Arabian Necropolis, 1965.

(c) Arabia del N: W. Wright, A Grammar of the Arabic Language3, rev. por W. R. Smith y M. J. de Goeje, 1896; A. Musil, Oriental Explorations and Studies, 1–6, 1926–8; N. Glueck, Explorations in Eastern Palestine, I-IV (AASOR 14, 15, 18, 19, 25, 28), 1934–51; y relatos más populares: The Other Side of the Jordan², 1970; The River Jordan, 1946; y Rivers in the Desert, 1959; véase tamb. BA 22, 1959, pp. 98–108; B. Dee, Southern Arabia, 1977; F. V. Winnett y W. L. Reed, Ancient Records from North Arabia, 1970; sobre Tema, véase R. P. Dougherty, Nabonidus and Belshazzar, 1929, pp. 105–166; C. J. Gadd, en Anatolian Studies 8, 1958, pp. 79–89.

T.C.M.

II. En el Nuevo Testamento

Arabia no abarcaba, como es el caso hoy, toda la extensión de la gran península entre el mar Rojo y el golfo Pérsico, sino solamente la región inmdiatamente al E y al S de Palestina. Dicho territorio fue ocupado por una o varias tribus árabes conocidas como los *nabateos, que se habían establecido en la zona durante el ss. III a.C. Ya para el ss. I habían logrado ejercer control sobre una extensión que se prolongaba desde Damasco en el N hasta Gaza en el S, abarcando una considerable extensión del desierto hacia el E. Su capital fue la ciudad de roca roja denominada Petra.

Arabia se menciona sólo dos veces en el NT. Pablo relata que, después de su conversión, se fue a Arabia (Gá. 1.17). No existe en el NT otra descripción de este incidente. La ubicación precisa de dicho acontecimiento resulta muy incierta. Siendo que para el mundo grecorromano Arabia significaba el reino nabateo, es probable que haya ido allí, posiblemente a Petra, la ciudad capital. No se nos informa de la razón por la que fue. Tal vez su intención haya sido la de estar solo a fin de entrar en comunión con Dios. K. Lake sugiere que Pablo llevó a cabo una campaña de predicación en dicho lugar, porque en la Epístola a los Gálatas, donde menciona dicho incidente, la antítesis no es entre conferenciar con los cristianos en Jerusalén y conferenciar con Dios en el desierto, sino entre obedecer inmediatamente su mandato de predicar a los gentiles e ir a Jerusalén a fin de obtener la autoridad necesaria para cumplir el mandato (The Earlier Epistles of St Paul, 1914, pp. 320s).

La segunda y última vez que aparece la palabra Arabia en el NT (Gá. 4.25) se la usa en el sentido más restringido, como referencia a la península de Sinaí, o al territorio inmediatamente al E, del otro lado del golfo de Ácaba.

Bibliografía.°G. A. Smith, °GHTS, 1960, pp. 11–12.

G. A. Smith, The Historical Geography of the Holy Land, 1931, pp. 547s, 649; HDAC; IDB; J. A, Montgomery, Arabia and the Bible, 1934.

W.W.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico