ARQUEOLOGIA BIBLICA

La arqueologí­a es la ciencia que estudia los materiales que en cualquier forma hayan dejado los hombres en épocas remotas. Se llama a. b. a la que se realiza en lugares que están de alguna manera relacionados con las Sagradas Escrituras y que pueden por ello ayudar a comprender mejor cómo era la vida en los tiempos bí­blicos, incluyendo las costumbres, la literatura, las creencias, etcétera. De especial relevancia para ello son las investigaciones arqueológicas que se han llevado a cabo en Israel, Siria, Egipto, Lí­bano (los fenicios), Irak (asirios y caldeos), Turquí­a, Grecia, islas del mar Egeo, Roma, etcétera.

Se llaman †œdocumentos arqueológicos† a todos esos materiales que quedaron como rastro de las pasadas civilizaciones. Son †œdocumentos escritos† los que aparecen en inscripciones en piedra, o en metal, o en madera, o en pergaminos y papiros. Los †œdocumentos no escritos† son los restos que aparecen en diversas formas, tales como objetos domésticos, vasos, vestidos, herramientas, huesos humanos, edificaciones, esculturas, armamentos, piezas de alfarerí­a, etcétera. Algunos de estos documentos pueden ser encontrados †œa flor de tierra†, como es el caso de las pirámides de Egipto, pero en la mayorí­a de las oportunidades es necesario realizar excavaciones en lugares en los que por alguna razón se piensa que pueden existir restos arqueológicos, pues ciudades enteras han podido quedar enterradas a causa de la erosión de terrenos cercanos de superior nivel, o por la acumulación de polvo durante siglos, o por algún cataclismo.
en el Oriente Medio unas formaciones de roca y polvo, llamadas †œTell†, que dan la apariencia de colina, pero que en realidad representan la superposición de ciudades construidas una encima de la otra en el devenir de mucho tiempo. Generalmente se formaron porque el lugar fue habitado y luego destruido. Nuevos pobladores lo reconstruyeron, nivelando el lugar y levantando sus casas encima de los restos anteriores. La repetición de esto puede llegar a formar hasta veinte diferentes niveles que representan cada una de ellos épocas distintas de ocupación del lugar. Estos †œTell† son objeto preferente de la investigación arqueológica en el Oriente Medio, habiéndose desarrollado con el tiempo técnicas especiales para ello. También se encuentran muchos documentos en antiguos cementerios, cuevas, fosas y hasta vertederos de basura que usaron los antiguos.
decirse que la a. b. nació en el siglo XIX. En el año 1838 los señores Edward Robinson y Eli Smith realizaron investigaciones en la Tierra Santa que lograron identificar diversos lugares mencionados en la Biblia. No realizaron excavaciones. Pero F. de Saulcy las hizo en los años 1850 a 1851. También en 1863. Un punto luminoso de la historia de la arqueologí­a lo representó el momento en 1890, en que Flinders Petrie planteó la idea de utilizar los restos de cerámica para establecer las fechas aproximadas de los niveles excavados. La forma de los recipientes y sus adornos varí­an de época a época. Por lo tanto, si en un nivel determinado se encuentran restos de cerámica que puedan ser identificados y diferenciados de los que estén en otros niveles, se puede tener una idea aproximada de la fecha del yacimiento. Existe ya una clasificación de las cerámicas que sirve admirablemente para ello. A eso se agrega que con los avances tecnológicos recientes se han descubierto nuevas formas de fechar los documentos arqueológicos, entre ellos el método llamado del †œcarbono 14″.
arqueologí­a ha contribuido de manera notable al mejor entendimiento de las Escrituras. Frecuentemente se realizan hallazgos que arrojan luz sobre algún evento descrito en las mismas, ofreciendo detalles que no están en el texto bí­blico. Por ejemplo, cuando se encontró en †¢Nuzi, al N de la †¢Mesopotamia, una biblioteca con más de veinte mil tablillas escritas en escritura cuneiforme, pudo saberse de las costumbres hurritas. Un matrimonio sin hijos se consideraba incompleto. Se establecí­a entonces que la mujer era estéril y era su deber proporcionar una muchacha al esposo para que tuviera hijos de ella. El conocimiento de éstos y otros detalles ayudó a comprender la historia de †¢Abraham, †¢Sara y †¢Agar, así­ como lo que hicieron †¢Raquel y †¢Lea al ofrecer sus siervas a Jacob.
én la a. b. ha permitido confirmar la verdad histórica de eventos que sólo eran conocidos a través de las Escrituras y que muchos pusieron en duda hasta que las excavaciones probaron que éstas tení­an la razón.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Todaví­a en el s. xix la Biblia era casi la única fuente de nuestros conocimientos sobre el oriente antiguo. Las noticias de historiadores profanos, transmitidas en manuscritos medievales, apenas podí­an añadir algo a la imagen de la historia anterior al primer milenio a.C. que se halla diseñada en el AT. Esta situación quedó fundamentalmente modificada por las excavaciones arqueológicas.

De acuerdo con la finalidad que Pí­o x habí­a señalado en el año 1908 al Pontificio Instituto Bí­blico, los padres jesuitas empezaron en el año 1929, bajo la dirección de A. Mallon, a excavar en el ángulo nordeste del mar Muerto, en Teleilat el-Gassul, en busca de las cinco ciudades nombradas en Gén 14, 2. Pero encontraron, no Sodoma y Gomorra, sino una cultura que floreció hacia el año 2000, antes de la llegada de Abraham a Palestina, o sea, en el tiempo en que según la ->cronologí­a bí­blica (en Biblia, C) habrí­a sido creado Adán… Hoy la a.b. ya no pretende limitarse a confirmar las afirmaciones bí­blicas a base de excavaciones. La finalidad de la a.b. no es demostrar que la Biblia < tení­a razón", sino, simplemente, mostrar la verdad histórica. Esta búsqueda, libre de prejuicios, de la verdad histórica será a la larga la única "fundamentación" legí­tima de los relatos bí­blicos. Lo mismo que en la arqueologí­a profana, en la a.b. el objeto propio de su investigación está en las ruinas y edificaciones de culturas antiguas. Las épocas más primitivas de la humanidad, de las que sólo se han conservado huesos o instrumentos de piedra, las estudia la paleontologí­a (con hallazgos como los recientes en Ubeidiya, en el ángulo sudoeste del lago de Genesareth, del tiempo entre el año 800 000 y el 600 000 a.C.). De las noticias escritas sobre los sucesos pretéritos se ocupa la ciencia histórica, a la que, sin embargo, no pocas veces la arqueologí­a proporciona material nuevo, consiste en tablillas cuneiformes, objetos de barro con inscripciones (ostraka) y rollos de cuero o papiros. A diferencia de la arqueologí­a profana, la a.b. se interesa solamente por aquellas excavaciones realizadas en los paí­ses bí­blicos que tienen alguna relación con la historia de la -> salvación narrada en la Biblia. Por ejemplo las excavaciones de H. Schliemann en la Troya homérica no pueden ser consideradas como a.b., pero sí­ las excavaciones en Tróade de Alejandrí­a, el floreciente puerto visitado varias veces por Pablo, en la costa noroeste del Asia Menor. Sin embargo, los métodos de la arqueologí­a profana y los de la bí­blica son los mismos; por esta razón en la parte arqueológica de las ciencias bí­blicas se da un valor apologético que no hemos de menospreciar.

Entre estos métodos hay dos de especial importancia. Desde el año 1894 se usa el método Petrie-Bliss, al que han dado su nombre el inglés F. Petrie y el americano F.J. Bliss. Se fija en los objetos de barro tí­picos de cada estrato. Puesto que la cerámica prácticamente siempre estaba en uso y, además, en los distintos siglos según la moda cambia en forma, pintura, adorno y técnica de fabricación de vasijas, bandejas o pucheros, el método Petrie-Bliss se ha acreditado extraordinariamente en todas las excavaciones. Por las posibilidades actuales en el campo de la fotografí­a y de la reproducción, la cerámica hallada en un lugar puede compararse fácilmente con la de otros lugares. Hallazgos de una cerámica igual en estratos de diversos lugares de excavación legitiman para atribuir la misma antigüedad a tales estratos.

Pero esa manera de determinar las fechas sólo conduce a una cronologí­a relativa, que no permite sin más hablar de “años”. Desde el año 1950 es posible superar en cierto modo esa limitación por el método radiocarbónico. Tratándose de materias orgánicas (madera, fibras, cuero), cabe averiguar cuándo fueron cortadas, cosechadas o arrancadas de un animal muerto, pues el carbono isótopo 14 se descompone muy regularmente. Pero el método no es fidedigno para el tiempo anterior al año 70 000 a.C., e incluso para el tiempo posterior al año 70 000 a.C. contiene siempre un factor de inseguridad de – + 10 %. Por tanto, si en un trozo de cuero, p. ej., de las cuevas de Quirbet Qumrán en el mar Muerto dicho método da una antigüedad de 2000 años, ese cuero puede proceder de una fecha que oscile entre el año 200 a.C. y el año 200 d.C. Sólo el hallazgo de monedas, de cerámica tí­pica o de material escrito puede entonces llevarnos a una determinación más exacta de la fecha, de modo que, en el ejemplo propuesto, sea posible dar respuesta a la pregunta decisiva de si el trozo de cuero procede de un tiempo anterior o posterior a Cristo.

En Palestina las épocas arqueológicas más importantes (notando que’ esta división no es válida para otras partes de la tierra) son la antigua edad de piedra, la media y la posterior (paleolí­tico, mesolí­tico, neolí­tico), las cuales se extienden desde el año 1 000 000 (a lo sumo) a.C. hasta el 4000 a.C. Hacia el 4000 a.C. empieza la cerámica en Palestina y junto con esto, entre el 4000 y 3000 a.C., la edad de piedra y cobre (calcolí­tico). La siguiente época del bronce, importante para la historia de los patriarcas (3000-1200 a.C.), se divide también en antigua, media y posterior (hasta el 1200 a.C.). La conquista de Palestina por Israel cae en le perí­odo de transición entre la edad del bronce y la del hierro (desde el 1200 a.C.).

Hemos de mostrar con algunos ejemplos de qué manera la arqueologí­a bí­blica ayuda a entender más profundamente los textos bí­blicos, sin ánimo de proporcionar una verdadera demostración de los mismos. A base de los hallazgos en Mesopotamia, que prueban la existencia de una cultura floreciente hacia finales del tercer milenio a.C., queda más claro que en Abraham Dios no eligió a ningún poderoso y sabio de esta tierra (cf. 1 Cor 1, 26s), sino a un nómada que viví­a en la soledad de la estepa y, como tal, era más apropiado para el plan salví­fico de Dios que los miembros de las grandes culturas de aquel tiempo. Los preceptos morales del -> decálogo después del hallazgo de la estela de Hammurabi ya no aparecen como algo absolutamente nuevo en el antiguo oriente; pero, por otra parte, también advertimos que en el panteón antiguo no hay ningún paralelismo respecto al –> monoteí­smo de Israel, al nombre de ” Yahveh” y a su explicación. Aunque la exégesis critico-literaria del AT muestra que la fijación escrita de los relatos sobre la estancia de Israel en Egipto es relativamente tardí­a, sin embargo, los arqueólogos han podido poner de manifiesto con qué exactitud en esos relatos se describen en parte las circunstancias de Egipto sobre el tiempo de la 19 dinastí­a (s. xitz a.C.). Mas, por otra parte, desde las excavaciones de J. Garstang en los años 1930-36, los arqueólogos también creyeron haber descubierto los muros de Jericó que se derrumbaron cuando Josué mandó tocar las trompetas (Jos 6). Pero, en realidad, las excavaciones más precisas de Kathleen M. Kenyon han dado como resultado que la ciudad, entre el año 1650 y el 650 a.C. aproximadamente, no tuvo una población muy notable. La exégesis sólo podrá ser justa con estos resultados examinando nuevamente si el libro de Josué pretende ofrecer un exacto relato histórico en el sentido moderno (-> géneros literarios). Las excavaciones de R. de Vaux y K.M. Kenyon, desde 1961, en la colina sudeste de Jerusalén nos posibilitan hoy una comprensión mucho más exacta de lo que fue la “ciudad de David” en la época de los reyes. Las excavaciones en las fortalezas herodianas de Herodion y Massada han dado por resultado que los datos del historiador judí­o Flavio Josefo son exactos, con lo cual esta fuente histórica ha recibido mayor autoridad.

Cuanto más nos acercamos al tiempo neotestamentario, tanta mayor importancia reviste el confrontamiento de las excavaciones con los documentos que se nos han transmitido en antiguos manuscritos. En el caso ideal la voz de los documentos y la voz de los monumentos (E. Josi) concuerdan. Esto sucede en gran parte en los descubrimientos más importantes que la arqueologí­a bí­blica ha hecho en -> Qumrán. Desde 1947 se encontraron en el lí­mite noroeste del mar Muerto, en once cuevas excavadas en la roca, los restos de más de cien rollos escritos. En virtud de la igualdad entre la cerámica hallada en las cuevas y la de las ruinas próximas de Quirbet Qumrán, pudo demostrarse la existencia de una relación entre lo depositado en las cuevas y las ruinas cercanas. Las ruinas resultaron ser restos de un monasterio judí­o anterior a Cristo, el cual desde el año 135 a.C. hasta el 68 d.C. estuvo habitado por monjes. Viví­an ateniéndose a una regla de la orden, de la que se han hallado ejemplares descubiertos en las cuevas.

Los hallazgos de Qumrán han arrojado nueva luz sobre el Evangelio de Juan. La parte de los discursos de este Evangelio está ciertamente acuñada por la teologí­a de Juan, pero, por otro lado, la a.b. muestra cada vez más que las anotaciones cronológicas y topográficas del cuarto Evangelio son muy exactas. Sobre todo las excavaciones en la piscina de Betesda, en Jerusalén (cf. Jn 5, 2 “hay en Jerusalén”, no “hubo en Jerusalén”), han demostrado cómo Juan elaboró tradiciones que debí­an proceder de la Palestina anterior al año 70 d.C.

En la piscina de Betesda, donde el arqueólogo ha dejado las piedras al descubierto, las piedras que fueron “testigos” de la actividad pública de Jesús, el peregrino moderno encontrará el contacto personal con la historia de salvación más fácilmente que en los santuarios de peregrinación del Gólgota y de Belén, recubiertos de mármol y terciopelo. Ahí­ está el valor pastoral de la a.b. Cuando además de esto hace posible una mejor y más profunda inteligencia de la historia bí­blica, la a.b. adquiere también la importancia de una disciplina teológica, sin la cual la moderna ciencia bí­blica es ya inconcebible.

Y, sin embargo, hay exegetas del NT – sobre todo en la parte no católica – que se acercan a los textos de los evangelios y de las epí­stolas paulinas en forma meramente filológica y filosófica, sin utilizar los resultados de la a.b. Quizá una reflexión sobre los resultados de la a.b. provocarí­a un retorno espiritual de estos investigadores al suelo espacial y temporalmente limitado en el que Cristo vivió y padeció realmente, en el que el Resucitado fundó su Iglesia. La a.b. conduce al misterio del Hijo de Dios “venido en carne” (2 Jn 7). Por otro lado, la a.b. no puede ser la norma suprema. En las cuestiones decisivas de la interpretación de la Biblia, p. ej., con relación a la pregunta de qué sucedió en la mañana de Pascua, la a.b. – lo mismo que la crí­tica textual o la literaria- sólo puede aportar indicios. En último término la respuesta debe darla una exégesis dirigida teológicamente y soportada por la fe en la Iglesia de Cristo. Por tanto, hay que seguir manteniendo la primací­a de la exégesis, de la interpretación del texto, sobre la a.b., incluso después de los recientes y espectaculares hallazgos en este campo de investigación.

Benedfkt Schwank

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica