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AUTOEROTISMO

AUTOEROTISMO

Por autoerotismo se entiende generalmente la búsqueda en la propia persona de sensaciones o emociones claramente sexuales o que pueden reducirse a un significado sexual. En sentido más especí­fico, es la provocación mecánica de excitaciones sexuales que realiza el individuo solo, de manera consciente y más o menos deliberada, ordinariamente en un contexto de fantasí­as y deseos eróticos.

También se usa el termino «masturbación» para subravar el aspecto material de la actuación sexual autoerótica, llevada a cabo generalmente con maniobras manuales.

El autoerotismo es un fenómeno complejo: afecta a la persona tanto en el plano fí­sico como en el psico-existencial; puede darse tanto en hombres como en mujeres: puede manifestarse en las diversas edades y guardar relación con estados patológicos: finalmente puede tener lugar con fines diagnósticos y procreativos.

Es sabido que el autoerotismo está muy difundido, especialmente entre los adolescentes. Hay causas biológicas, psicológicas y socioculturales que pueden repercutir en este comportamiento. El autoerotismo de los adolescentes puede tener un significado evolutivo, como paso a una sexualidad más madura, pero puede tener también el peligro de fijar en niveles narcisistas el desarrollo psico-sexual. El autoerotismo puede revestir además del significado sexual, otros significados y ser sí­ntoma de situaciones existenciáles diversas (ansia, frustración, soledad afectiva, complejo de inferioridad, etc.).

Por lo que se refiere a la valoración ética, se trata de formular un juicio sobre la base de una serie de consideraciones de los valores en relación con la situación concreta en que vive la persona. Respecto a ciertas formulaciones tradicionales, la valoración ética debe enriquecerse con nuevas motivaciones y consideraciones.

Algunas motivaciones del pasado, como la frustración del semen humano, el placer desordenado, los efectos patológicos, no parece que puedan sostenerse en la actualidad.

La reformulación del juicio sobre el autoerotismo se hace hoy en una perspectiva personalista. El autoerotismo es juzgado por el Magisterio eclesial como un «acto intrí­nseca y gravemente desordenado», ya que, «sea cual fuere el motivo, el uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice esencialmente a su finalidad». En efecto, en un uso semejante falta la relación sexual que requiere el orden moral, esto es, la que realiza, dentro de un contexto de amor verdadero, el sentido í­ntegro de la entrega mutua y de la procreación humana. Todo ejercicio deliberado de la sexualidad tiene que reservarse tan sólo a esta relación regular.

En esta lí­nea, la reflexión teológica, poniendo de manifiesto el poder de oblatividad y de diálogo interpersonal y social propio de la sexualidad, tiende hoy a fundamentar cada vez más la negatividad moral del autoerotismo en su separación estructural del amor, como comportamiento narcisista en contradicción con la lógica interna de la sexualidad misma. Visto en la dinámica personal real, el autoerotismo se juzga de diversas maneras según se presente como sí­ntoma de un crecimiento en acto, o bien como un comportamiento bastante arraigado (= hábito), o bien como una actitud mental profundamente negativa (= mentalidad autoerótica).

La estrategia educativa, sin dramatizar pero también sin minimizar las cosas, tiene que estimular a un compromiso gradual, pero exigente. Sin fijar la atención en el hecho masturbatorio, tiene que inducir a revisar el estilo de vida, las situaciones de tensión o de depresión, a salir del propio mundo fantástico, a tener confianza en uno mismo y en Dios.

Por lo que se refiere al autoerotismo con fines diagnósticos y procreativos, a pesar de la posición poSibilista de algunos moralistas después del concilio, la Congregación de la fe, en el documento Donum vitae (1987), ha reafirmado la doctrina tradicional sobre la no licitud de este tipo de masturbación (11, 6).

G. Cappelli

Bibl.: A. Ple. La masturbación. Rellexiones morales y pastorales, Madrid 1971; G. Cappelli, Autoerotismo, en NDTM 109- 120; F López, Para comprender la sexualidad. Verbo Divino, Estella 51994.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO:
Introducción.
1. Análisis sociocultural y bio psicológico:
1. El autoerotismo en el actual contexto sociocultural;
2. El autoerotismo en el proceso evolutivo de la sexualidad.
II. Tradición bí­blico-teológica:
1. Rasgos históricos:
a) Sagrada Escritura,
b) Padres,
c) Penitenciales,
d) De la Edad Media a nuestros dí­as;
2. Valoración moral tradicional:
a) El autoerotismo, «acto contra natura»,
b) El autoerotismo, «placer desordenado».
III. Nuevos criterios de valoración:
1. Distinción entre «pecado formal» y «pecado material»;
2. Desde la perspectiva de la «opción fundamental»;
3. Reinterpretación de las motivaciones tradicionales desde la perspectiva personalista;
4. Planteamientos más recientes.
IV. Perspectivas pedagógico pastorales.

Introducción
El autoerotismo es una realidad compleja: puede abarcar una vasta gama de fenómenos. En cuanto fenómeno sexual humano, afecta a la persona tanto en el aspecto fí­sico como en el psico-existencial. Puede además referirse tanto a los hombres como a las mujeres, manifestarse en diversas edades, ir unido a estados patológicos; puede también darse con el fin de realizar exámenes de semen.

Esta complejidad explica la multiplicidad de nombres con los que ha sido designado este fenómeno en el pasado y en el presente. A los términos tradicionales como molicie, polución procurada, masturbación, vicio solitario, onanismo (sobre todo en ambiente médico), hay que añadir otros como fijación, autismo, autoerotismo, autoestimulación, masaje, etcétera. Todos ellos, sin ser sinónimos, pretenden explicar el mismo fenómeno. Algunos con el inconveniente de ser inapropiados totalmente o de resaltar sólo algún aspecto del problema, pero unos y otros sin expresar adecuadamente el fenómeno en su totalidad.

Los términos hoy más comúnmente usados por los estudiosos son «autoerotismo» (erotismo centrado en el propio yo) y «masturbación» (de manus=mano y stupratio=profanación). Según el uso más reciente y acreditado, aquí­ preferimos el término «autoerotismo» (=a.), no sólo por una razón de «decencia terminológica» (la palabra «masturbación» tiene resonancias más groseras), sino porque parece un término de significación más completa. Mientras masturbación parece acentuar más el aspecto material de la acción sexual (generalmente realizada con maniobras manuales), a. parece describir mejor la complejidad del fenómeno, que incluye tanto la autoestimulación sexual como un fuerte componente de fantasí­as que se alimenta de imágenes eróticas.

Además de una terminologí­a más adecuada, hoy se advierte la exigencia de una mejor definición que explique el fenómeno en sus aspectos especí­ficos y permita una mayor concreción de su valoración ética. Las definiciones tradicionales, en efecto, pecan, cada una a su manera, o bien de un cierto «reduccionismo biológico» o de un «reduccionismo masculino», ya que en ellas el a. es considerado en su dimensión puramente biológica (genital), sin tener suficientemente en cuenta su dimensión psicoexistencial; y además es pensado en referencia al hombre y a los fenómenos de la fisiologí­a sexual masculina (emisión o no emisión de semen). En tales definiciones el a. femenino sólo es considerado de un modo un tanto artificioso.

Para salir al paso de estas insuficiencias podrí­amos definir el a. como la provocación mecánica (general, pero no necesariamente manual) de la excitación sexual que el individuo realiza por sí­ solo, de forma más o menos deliberada y consciente, por lo general en un contexto defantasí­as y deseos eróticos. Se diferencia, pues, por sus rasgos especí­ficos, de cualquier excitación o emoción sexual espontánea que puede darse en estado de vigilia o de sueño (sueños eróticos, poluciones nocturnas) y de cualquier forma de excitación sexual realizada en un contexto cualquiera de relación, tanto homo como heterosexual.

La naturaleza de la presente voz exige necesariamente delimitar el tema. Por eso aquí­ el análisis y la valoración del fenómeno autoerótico se ciñe principalmente al perí­odo de la adolescencia, que constituye una fase fundamental en el vasto proceso de maduración de la persona humana, en estrecha conexión con las fases precedentes de la infancia y la niñez, y llena de influencias importantes para el desarrollo sucesivo. Por consiguiente, prescindimos del a. infantil (tocamientos inconscientes durante la infancia), puesto que se trata del descubrimiento espontáneo de sensaciones agradables que el desarrollo lleva consigo y muy lejos todaví­a de cualquier referencia consciente y responsable. Prescindimos también de los actos autoeróticos para análisis de esperma. Serí­a demasiado largo explicar la posición tradicional negativa e informar sobre el contenido de las posturas más recientes mantenidas por quienes se inclinan por la posible licitud de las prácticas autoeróticas cuya finalidad es el análisis de esperma (el tema no aparece expresamente en la Declaración de la Congregación para la doctrina de la fe sobre algunas cuestiones de ética sexual (29-XII-1975); pero la razón que aduce para la condena de las prácticas autoeróticas -«cualquiera que sea el motivo, el uso deliberado de la facultad sexual, fuera de las relaciones conyugales normales, contradice esencialmente su finalidad» (n. 9)- no parece admitir excepciones. Tampoco se toma en consideración el a. de los psicópatas y de los pervertidos sexuales, casos claramente patológicos, respecto a los cuales el a. no debe considerarse causa, sino efecto.

Desde el punto de vista metodológico se dan dos modos muy distintos de situarse ante el problema del a. El primero, tí­pico de los manuales del pasado, pero también de algunos autores contemporáneos que mantienen el mismo modelo de pensamiento, es el que mantiene sobre todo el principio general según el cual en los casos de a. se trata siempre, objetivamente, de materia grave, y por lo tanto no hay «parvedad de materia»; aunque admitiendo que, al menos alguna vez, pueda darse la posibilidad de que subjetivamente no exista pecado grave. El segundo, más común entre los teólogos actuales, se apoya en las aportaciones y conocimientos de las ciencias del comportamiento y mira sobre todo a la diversidad de los fenómenos, y sólo en un segundo momento se interroga sobre el significado moral, el peligro moral y la posible pecaminosidad de cada acto.

Según este último método, la exposición se articula, siempre de manera sucinta, en los siguientes términos: análisis socio-cultural y biopsicológico del a. adolescente (I); referencias a la tradición bí­blico-teológica (II); elaboración de nuevos criterios éticos (lIl); búsqueda de perspectivas pedagógico-pastorales (IV).

I. Análisis socio-cultural y bio-psicológico
Hoy la reflexión moral sobre el problema del a. debe realizarse con una especial atención a los resultados de las 1 ciencias humanas, que han aclarado mucho los dinamismos biopsicológicos y socio-culturales de este proceso. Soslayar esos resultados supondrí­a cerrarse desde el principio la posibilidad de «comprender» el sentido de un fenómeno que tiene raí­ces profundas y complejas en el misterio de la persona y de su evolución histórica. Prestar atención a la vivencia afectiva y a la interpretación que de ella hacen las ciencias humanas se convierte en una legí­tima y no eliminable precomprensión de la palabra de Dios.

1. EL AUTOEROTISMO EN EL ACTUAL CONTEXTO SOCIO-CULTURAL. Es conocida la gran extensión que tiene este fenómeno del a., especialmente entre los adolescentes. Según el famoso Informe Kinsey, en una encAesta hecha a unas seis mil personas, el 92 % de- los hombres y el 62 %Q de las mujeres declaran haberlo practicado. Otras estadí­sticas, realizadas en varios paí­ses, incluida España, confirman tales datos. Pero aunque quisiéramos prescindir de los datos estadí­sticos que nos aportan las encuestas (más o menos fiables), la notable difusión del comportamiento autoerótico está testificada también por la experiencia de los confesores y educadores, que saben bien cómo la mayprí­a de los jóvenes pasa por esta fase, a veces dolorosa y angustiosa, sobre todo en el momento de la pubertad y de los primeros años de la adolescencia.

Las causas que determinan el recurso al a. hay que buscarlas tanto en el aspecto bio-fisiológico como en el psico-estructural. El fenómeno va unido al momento concreto de la edad evolutiva representado por la pubertad, en que se observa un proceso de crecimiento muy fuerte, que conduce a la transformación de todo el organismo y a la asimilación de formas y expresiones de la edad adulta. El desarrollo psico-somático, que irrumpe de improviso y de forma desconcertante, provoca profundas turbaciones y, con frecuencia, fuertes tensiones. La necesidad de conocer y hacerse consciente del mundo circundante, y sobre todo de lo que ocurre dentro de él, provoca en el adolescente un particular interés por la propia vida sexual. La aparición de nuevas sensaciones en las zonas erógenas y la necesidad de confirmar en la experiencia la propia pertenencia sexual generan sentimientos ambivalentes de curiosidad y vergüenza, de placer y de repliegue sobre sí­ mismo.

Esta situación conflictiva, fundamentalmente de desequilibrio -tí­pica de la adolescencia- hace que el muchacho y la muchacha (ésta de forma más atenuada) se encuentren en condiciones de especial debilidad en la orientación de la propia sexualidad. Por una parte, las fuertes pulsiones instintivas provocadas por el crecimiento y exasperadas por un ambiente muy erotizado y, por otra, la enorme fragilidad psicológica no permiten, salvo en algunos casos de educación y de sensibilidad muy especial, tener una suficiente claridad de ideas y una adecuada capacidad de control. El paso de esta situación especial de fragilidad al repliegue sobre. mismo y a la introversión es muy corto.

Hay que añadir las dificultades que se derivan de los factores ambientales y las carencias educativas. Las incomprensiones familiares, el fracaso escolar, el miedo al mundo de los mayores determinan a veces un estado de frustración que, por reacción, produce la necesidad de compensaciones que aporten tranquilidad. La falta de una seria y serena ! educación sexual, la carencia de un ambiente familiar capaz de aportar un clima de apoyo y seguridad, las dificultades de la relación social, los conflictos de culpabilidad frecuentemente confundidos con el sentido de pecado son otros tantos elementos que influyen en la formación de la personalidad y dan origen a alteraciones del comportamiento sexual (f Sexualidad).

2. EL AUTOEROTISMO EN EL PROCESO EVOLUTIVO DE LA SEXUALIDAD. Pero para comprender el a. adolescente en su significado más profundo es necesario un conocimiento más atento al significado psico-sexual del fenómeno y de los estados de ánimo de los que es expresión. Hay que situarlo en el contexto de una evolución sexual que va conduciendo al sujeto de forma progresiva a la plena madurez de la relación y del amor (l Educación sexual II; l Corporeidad IV, 3). Desde esta perspectiva el a. puede ser considerado como una fase transitoria, no necesaria, pero sí­ muy común, hacia otra fase de plena actividad sexual, orientada a la relación con otra persona.

Este carácter de transición aparece claramente en el análisis de los fenómenos conscientes e inconscientes que le acompañan y que son la expresión y la muestra de los sentimientos í­ntimos y de los deseos inconscientes del sujeto, generalmente dirigidos a una relación sexual real. En este sentido se puede decir que la fantasí­a hace de puente hacia la relación heterosexual, revelando así­ el significado fundamental del a. en la evolución psico-sexual del muchacho, significado que es precisamente el de ser un reclamo hacia una sexualidad más madura, abierta al encuentro sexual y, por lo tanto, al amor.

El a. adolescente tiene, pues, un significado evolutivo, pero por eso mismo sujeto ala ambigüedad.» como cualquier fase de transición, reúne en sí­ la tensión que busca su propia superación y las caracterí­sticas de la inmadurez junto con los peligros de fijación. La llamada a la superación que el a. en sí­ mismo encierra corre el riesgo de no ser escuchada: la fácil gratificación que ofrece tiene el peligro de crear un lazo que atenace la atención del muchacho; un acto aislado puede dar origen a un hábito, un comportamiento, una mentalidad y actitud interior que detiene en unos niveles narcisistas el desarrollo psicosexual del adolescente y disminuye su capacidad de madurar y progresar en el camino del amor.

El a. no tiene sólo un significado sexual: al sexual se añaden frecuentemente otros significados que lo convierten en sí­ntoma polivalente de situaciones muy diversas. Puede esconder un sentido inconsciente de defensa contra las más diversas formas de ansiedad, de frustración, de soledad afectiva; puede significar una búsqueda de compensaciones de los fracasos en la relación social, una reacción a los complejos de inferioridad, etcétera.

II. Tradición bí­blico-teológica
Hay que hacer referencia a la tradición bí­blico-teológica para ver qué luz se deriva de ella que nos permita una valoración ética del a.

1. RASGOS HISTí“RICOS. El a. como práctica y realidad humana es conocido desde siempre. Ya los egipcios lo conocí­an y lo juzgaban negativamente. También al mundo greco-romano le resultaba conocido, y su práctica, desde el punto de vista moral, era considerada con mucha indiferencia. No faltan, sin embargo, testimonios que le daban una valoración negativa. Una en particular (se trata de un epigrama de Marcial) contiene un juicio muy severo: la masturbación es considerada como un «gran crimen» contra el orden natural y la dispersión del semen equiparada a la muerte de un hombre. Otro juicio también muy severo aparece en la tradición rabí­nica, en un pasaje del Talmud de Babilonia, en donde la masturbación es comparada al homicidio, aduciendo como ejemplo bí­blico de condena el episodio de Onán.

a) Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura, tanto en el AT como en el NT, según se desprende de los estudios exegéticos, no aborda expresamente el tema del a.; incluso parece ignorarlo. Entre las numerosas normas bí­blicas que regulan la vida sexual, ninguna hace referencia directa al a. Textos como Gén 38:8-10 (episodio de Onán), 1Co 6:10 (donde se condenan los malakói) y algunos más que en el pasado han sido entendidos como condena del a., en realidad no parece que tengan nada que ver con tal comportamiento.

En efecto, según la exégesis más común, parece que el pecado de Onán no consiste propiamente en la dispersión del semen durante sus relaciones con la cuñada, sino en haber rehusado someterse a la ley del levirato, que le imponí­a la obligación de dar descendencia al hermano difunto (cf Deu 25:5-10). Los malakói (traducido al latí­n en la Vulgata como molles), que Pablo enumera entre los excluidos del reino, según una buena exégesis asumida por la mayor parte de los exegetas modernos no son «los que se masturban», sino los «afeminados», es decir, los homosexuales pasivos. Por otra parte, éste es el sentido del término en la antigüedad y en los primeros siglos cristianos. Tampoco los textos neotestamentarios (p.ej., Efe 5:3; Gál 5 19; Col 3 5; etc.), donde, en el contexto de los llamados catálogos de vicios, se condena la «deshonestidad» y la «impureza», no parecen referirse directamente al a., cuanto más bien a un conjunto indistinto de desórdenes sexuales.

El silencio de la Sagrada Escritura sobre el a. no puede, desde luego, entenderse como una tácita aprobación. La referencia a la Sagrada Escritura para éste como para otros problemas, más que normas concretas debe tener en cuenta el mensaje contenido en ella. La aportación más propia de la Sagrada Escritura ha de ser considerada, positivamente, a nivel de los valores.

La Sagrada Escritura presenta, junto al mandamiento del amor, una visión del hombre y de la sexualidad, así­ como la explicitación de todo un conjunto de valores (preeminencia de la virginidad, bondad del matrimonio y de la fecundidad, legitimidad de las relaciones conyugales, exigencia de la pureza, significado y valor del «cuerpo», etc.) que pueden servir de base para un proceso de discernimiento ético de los distintos comportamientos sexuales. Desde esta perspectiva, la Sagrada Escritura lleva claramente a excluir todo tipo de egoí­smo en la vida sexual.

b) Padres. En el perí­odo patrí­stico encontramos el mismo silencio que en la Sagrada Escritura. En el campo de la ética sexual los padres, sirviéndose sobre todo de la filosofí­a estoica, desarrollan toda una serie de principios sobre la finalidad de los órganos sexuales, del semen, del matrimonio, así­ como distintas consideraciones sobre el placer y las pasiones en general. Pero estos enunciados de tipo general no se refieren nunca directamente al a., sino a alguna forma de lujuria que presenta un aspecto interpersonal y cierta importancia social (adulterio, fornicación, corrupción de menores, incesto, etc.). Los padres citan también numerosos pasajes neotestamentarios que condenan la impureza, la deshonestidad, etcétera, pero sin deducir de ellos una condena explí­cita del a. A veces distinguen entre poluciones voluntarias e involuntarias, pero entre ellas no especifican las de realización solitaria. Hablan también de tocamientos, emociones y tensiones sexuales, pero siempre en el contexto de una lujuria, por así­ decir, interpersonal.

Tampoco en el ámbito del monacato, que se extiende rápidamente desde los comienzos del siglo iv, se habla sobre el a.; al menos no se le dedica una especial atención. En este perí­odo el problema central es el de las poluciones nocturnas. En el fondo de esta atención no se dan preocupaciones de pureza ritual, como muchas veces se afirma, sino cuestiones de gran sensibilidad ética. En el caso de las poluciones nocturnas ven su pecaminosidad en la fornicación no externa (dado el estado de retiro de los monjes), sino interna; no real, sino imaginaria. El problema no es la polución corporal en sí­ misma, sino -como repiten con frecuencia los autores monásticos- los «pensamientos y deseos de mujer» que la acompañan y de los cuales se puede ser responsables como causa.

A lo largo del siglo v comienzan a aparecer, por una y otra parte, los primeros indicios de una progresiva toma de conciencia del problema. En Oriente, Marcos el Eremita parece referirse con bastante claridad a la polución solitaria. En Occidente, Juan Casiano, introduciendo una triple distinción en la fornicación, parece aproximarse notablemente al problema cuando habla de «impureza» o «fornicación sin contacto femenino», y le aplica Gén 38 y los textos paulinos que rechazan la «impureza». Sin embargo, la «fornicación sin contacto femenino» de que habla Casiano no indica todaví­a el a., sino un cierto vicio complejo que presenta varias manifestaciones y cuya caracterí­stica fundamental es la de diferenciarse de la fornicación «natural», es decir, de la relación normal hombre-mujer, pero que puede incluir la homosexualidad, el coito interrumpido, etc.

En los cinco primeros siglos no aparece, pues, una clara toma de conciencia sobre este problema. Como explicación de este hecho se puede suponer que para aquellos autores cristianos los pecados sexuales en sentido propio serí­an sólo los de carácter relacional, que implicaban la presencia de otra persona. El a. quizá les pareciera un acto sexual imperfecto, pero, a la vez, como base y condición de las relaciones sexuales propiamente dichas, que no serí­an sino su especificación. Seguramente se debe a esto el que la práctica del a. no fuese entendida como un fenómenos autónomo y no recibiera una valoración moral especí­fica.

c) Penitenciales. Sólo a partir del comienzo del siglo vi aparece por primera vez, explí­citamente, en las comunidades cristianas celtas e inglesas (Irlanda y Gran Bretaña), caracterizadaspor la presencia de numerosos monasterios y un acentuado ascetismo, el tema del a.: un tratamiento no teórico ni sistemático, sino práctico, bajo la forma descarnada y jurí­dica de los cánones penitenciales. Estos cánones sobre el a. se difundieron rápidamente por toda Europa gracias a los monjes misioneros que del archipiélago británico pasaron al continente.

En los Penitenciales el a., tanto masculino como femenino, aparece muy claramente señalado en sus caracterí­sticas especí­ficas, y por lo general en el contexto de los pecados ajenos a la fornicación «natural», como último caso después del incesto, la bestialidad, la sodomí­a, tal y como las distinciones de Juan Casiano daban ya a entender.

Las penas correspondientes son, en general, muy inferiores en relación a las de otros pecados sexuales y tienden progresivamente a hacerse más suaves; además, aparecen consideradas de forma diferente: más severas para los adultos que para los adolescentes. En cambio son mucho más severas las penas previstas para el a. femenino.

A partir del siglo vn se toma conciencia del problema también en la Iglesia oriental. Con la aparición de los primeros Penitenciales orientales entre finales del siglo VIII y el siglo x, relacionados con los occidentales, el a. pase a ser un tema explí­cito también en Oriente. Así­, hacia el final del primer milenio de la era cristiana, después de varios siglos de silencio más o menos acentuado, el a. se convierte en un problema moral especí­fico en toda la Iglesia.

d) De la Edad Media a nuestros dí­as. En el siglo xi comienza a manifestarse una actitud especialmente severa en relación con el tema del a. La primera valoración rigorista es la de san Pedro Damián en su Liber gomorrhianus, aprobado por el papa León IX en el año 1054. Poco después, los teólogos de la escolástica, recurriendo a argumentos de tipo racional, condenan el a. como un acto que va contra la finalidad del semen humano. El mismo santo Tomás declara-que «después del pecado de homicidio que destruye una naturaleza humana en el acto de la vida, este otro tipo de pecado parece ocupar el segundo lugar: impide la generación de la vida humana» (Contra gentes III, 122).

Pero a partir del renacimiento es cuando comienza a difundirse una especie de obsesión colectiva ante el fenómeno del a. Puede que fuera Gerson, teólogo y filósofo francés de comienzos del siglo xv, el primero en tratar la cuestión con la actitud no sólo severa, sino excesivamente rí­gida, que después se generalizó entre los moralistas y educadores.

Esta actitud extremadamente negativa alcanzó el culmen a lo largo del siglo XVIII, cuando se desencadenó una auténtica campaña contra el a., declarado responsable de innumerables enfermedades. Promotores de esta campaña parecen haber sido el médico inglés Bekker, a quien se le aí buye un libro publicado en 177 1, tri con el significativo tí­tulo Sobre el onanismo, o sobre el odioso pecado de la auto polución con todas sus lógicas consecuencias en ambos sexos, con sugerencias espirituales y médicas, y el médico francés Tissot, que en 1760 publicó un tratado «sobre las enfermedades producidas por la masturbación». Incluso autores como Rousseau y Voltaire, en el siglo de las luces, adoptan una posición semejante.

Este rigorismo no dejó de reflejarse en el ámbito eclesial. Durante todo el siglo xix, muchos sacerdotes, predicadores y educadores aceptaron estos errores y exageraciones y los asumieron como criterios educativos para el clero y los fieles. En los tratados de moral, por unánime consenso, se aceptó el principio general por el que en a. la materia es siempre objetivamente grave (pecado grave ex foto genere suo).

Sólo en nuestro siglo la investigación de las ciencias del comportamiento ha hecho cambiar radicalmente el modo de valorar el a., primero en la sociedad secular y luego en teologí­a. También en el ámbito católico muchos teólogos, especialmente en las últimas décadas, han comenzado a plantearse la cuestión de modo más abierto y problemático.

2. VALORACIí“N MORAL TRADICIONAL. Desde que se tomó conciencia del a. como problema moral especí­fico -en una época relativamente tardí­a- se comenzó a buscar argumentos para establecer su negatividad moral. A1 comienzo se recurrió sobre todo a la Sagrada Escritura, bien de un modo genérico o apoyándose en los pasajes del NT donde se condena la «impureza» (p.ej., 1Co 6:9). Fueron los teólogos escolásticos los primeros en recurrir a argumentos de tipo racional. Desde la Edad Media en adelante los principales argumentos para declarar grave el pecado de a. se basaban sustancialmente en los dos principios siguientes: el a. es acto «contra natura», y el a. es un «placer desordenado».

a) El autoerotismo, «acto contra natura» : Los teólogos de los siglos xII y xlil, cuyo mayor representante es santo Tomás, condenan el a. como acto que va contra la finalidad asignada por Dios al semen humano (S. Th., II-II, q. 153, aa. 2-3). La naturaleza da el semen para la producción de un nuevo ser; desperdiciar el semen inútilmente es ir contra la misma naturaleza. Esta argumentación encontrará continuidad, de formas distintas, en los autores de tratados de moral hasta prácticamente hoy.

El a. es declarado gravemente ilí­cito porque es un acto «contra la generación de la prole» y «constituye un peligro para la especie». Estas eran las expresiones más corrientes.

Tal presentación aparece hoy carente de fundamento porque va unida a concepciones precientí­ficas. Se remonta a una época en que no se conocí­a la ovulación femenina y se le atribuí­a solamente al hombre macho el admirable efecto de la procreación, de manera que el semen era considerado algo sagrado, algo que no se podí­a desperdiciar de ningún modo. Hoy sabemos qué «sobreabundancia» de semen ha dispuesto la naturaleza, de forma que el temor a la pérdida del lí­quido seminal no tiene ya razón de ser. Además, ¿cómo valorar el a. femenino desde el momento que en él no hay emisión de semen?
Desde hace muy poco tiempo los autores de manuales, conscientes de la pobreza de la argumentación tradicional, han tratado de hacer una nueva formulación yendo a la búsqueda de una «razón formal» con la cual apoyar la ilicitud de todo a., tanto masculino como femenino. La «razón» ahora ya no se pone en el abuso del semen, sino en el abuso de la facultad generadora: el a. es declarado desorden intrí­nsecamente grave porque supone una perturbación del orden natural en una materia muy grave: frustrar el fin natural de propagación de la especie mediante la realización separada y completa de la facultad de engendrar.

Pero incluso esta argumentación, si bien es mejor que la anterior, hoy no es considerada suficiente: todaví­a depende de una concepción muy limitada y biologista que asume como único criterio de valoración el fin procreativo de la sexualidad. Hay quien, además, resalta en esta argumentación una indebida identificación entre acto y facultad.- no se puede decir que los actos por separado carezcan de importancia, pero en la consideración global del a. los actos aislados no constituyen siempre y necesariamente una frustración sustancial de la facultad generativa.

b) El autoerotismo, placer desordenado’: Otros autores de tratados de moral, comprendiendo que la argumentación puramente biológica no es del todo satisfactoria para condenar el a., prefieren apoyar su argumentación en el «desorden» del placer autoerótico. Se trata de un progreso: se pasa de la biologí­a a la psicologí­a. Pero también esta solución es insuficiente. ¿Cómo se puede declarar ilí­cito el placer si el acto con el que necesariamente se acompaña no es ilí­cito? Efectivamente, la calificación moral de un placer se mide desde la calificación del acto que lo produce: si el acto es moralmente bueno, el placer que procura también lo es; si el acto es malo, también lo es el placer. En consecuencia, el placer autoerótico puede ser declarado ilí­cito porque la acción a la que va unido es desordenada, y no viceversa.

III. Nuevos criterios de valoración
La mayor parte de los autores modernos, vista la rigidez de la doctrina moral tradicional y de la insuficiencia de sus argumentos, han intentado ví­as de solución en distintas direcciones.

1. DISTINCIí“N ENTRE «PECADO FORMAL» Y «PECADO MATERIAL». Algunos moralistas, introduciendo la distinción entre «pecado formal» y «pecado material», creen que muchos pecados de a. son pecados puramente materiales desde el momento que en ellos generalmente falta ola advertencia o la libertad de elección que se requiere para que se dé el pecado formal. Estos autores, partiendo de los conocimientos de la psicologí­a humana, sobre todo de la psicologí­a del inconsciente, creen que en la mayor parte de los pecados de este tipo no existe responsabilidad moral suficiente para acusar a los sujetos (especialmente a los adolescentes) de culpa grave.

La mayor o menor responsabilidad moral en estos casos es considerada de muy diversa manera por los autores. Algunos llegan a la presunción general de que los pecados sexuales son graves sólo materialmente. Otros, con actitud más prudente, prefieren afirmar que son frecuentes los casos en los que no se constata grave culpabilidad subjetiva. Se debe juzgar caso por caso. En esta lí­nea, pero con mucha más prudencia, se sitúa la Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual de la Congregación para la doctrina de la fe (29-XII-1975) cuando afirma que, «en general, la ausencia de grave responsabilidad no debe presumirse; esto significarí­a desconocer la capacidad moral de las personas» (n. 9).

2. DESDE LA PERSPECTIVA DE LA l «OPCIí“N FUNDAMENTAL». Para demostrar que el acto autoerótico no siempre tiene una gravedad objetiva, es decir, que el a. no es un pecado grave ex foto genere suo, algún autor recurre a la «opción fundamental», como criterio para valorarlo. Desde la perspectiva de la opción fundamental, la distinción entre pecado mortal y venial toma un nuevo cariz: la diferencia entre uno y otro hay que buscarla en el distinto compromiso existencial del sujeto en una acción concreta. En el caso del a., generalmente se acepta (sobre todo para los adolescentes) que el acto autoerótico no compromete al núcleo de la persona de tal modo que en él se exprese siempre una opción fundamental. En los casos de menor desorden hay buenas razones para pensar que una persona normal no se da cuenta de que está en juego la salvación, por lo cual su decisión no surge de la profundidad de su voluntad: se trata, por tanto, de una decisión imperfecta, de un pecado venial.

3. REINTERPRETACIí“N DE LAS MOTIVACIONES TRADICIONALES DESDE UNA PERSPECTIVA PERSONALISTA.

Algunos teólogos reinterpretan los dos argumentos tradicionales sobre los que se basaba la condena del a. («acto contra natura» y «placer desordenado’ desde la perspectiva personalista. Ya no entienden el «contra natura» simplemente como frustración voluntaria de una finalidad biológica, sino como algo que se realiza contra la naturaleza humana o, mejor aún, personal. La sexualidad, aunque englobe valores biológicos, debe colocarse a nivel de la persona. E1 verdadero sentido de la sexualidad humana le viene de ser relación interpersonal. Ahora bien, el a. frustra y anula este carácter relacional interpersonal. La inmoralidad del a. no se basa sólo en la frustración de una finalidad biológica (que es cierta, pero que rara vez se hace realidad), sino en la ausencia de un partner, de una persona amada. También el segundo argumento, el del «placer desordenado», es asumido de nuevo en esta perspectiva personalista. El desorden no reside en el placer mismo, sino en el hecho de que el placer sexual sea deseado y vivido sin referencia a una persona amada. Quien realiza el a. busca exclusivamente el propio placer, vive la sexualidad en el cí­rculo cerrado de sí­ mismo, es un egoí­sta.

La Declaración antes citada de la Congregación para la doctrina de la fe también interpreta las razones tradicionales desde esta perspectiva personalista. Condena el comportamiento autoerótico desde una visión de la sexualidad como función intersubjetiva que ha de realizarse en el matrimonio en cuanto dirigida a la mutua donación entre los esposos y a la propagación de la vida humana. El a. es considerado un «acto intrí­nseco y gravemente desordenado», porque «cualquiera que sea el motivo, el uso deliberado de la facultad sexual, fuera de las relaciones conyugales normales, contradice esencialmente su finalidad. A este uso le falta, en efecto, la relación sexual exigida por el orden moral, la que realiza, en un contexto de verdadero amor, el sentido í­ntegro de la mutua donación y de la procreación humana. Sólo a esta relación regular debe reservarse todo ejercicio deliberado de la sexualidad» (n. 9).

4. PLANTEAMIENTOS MíS RECIENTES. Últimamente, dentro de la reflexión personalista, se manifiesta la tendencia de los teólogos a acentuar, de forma cada vez más radical, el aspecto intersubjetivo, resaltando el carácter de entrega y de relación interpersonal propio de la sexualidad. Hoy la negatividad moral del a. se basa cada vez con mayor frecuencia, más que en la frustración del fin procreativo de la sexualidad, en su estructural separación del amor. El a. aparece como un comportamiento solipsista, privado de apertura a la relación común; por eso mismo, incapaz de dar a la sexualidad su auténtico valor humano.

Además, para captar mejor la dimensión real del a., algunos autores tienden a considerar las condiciones personales no ya en la lí­nea de una mayor o menor responsabilidad subjetiva, sino como elementos objetivos de la realidad del a. De este modo, el a. difiere objetivamente según el momento en que se presenta dentro de la dinámica de la evolución psicosexual de la persona. El a. es diferente según los diversos estratos de la personalidad humana que aparecen implicados: el estrato biológico, el psicológico, el de la intimidad personal. Según el momento en que se presenta, efectivamente es muy distinto, por ejemplo, el a. de un adolescente del de un adulto: tiene un significado muy distinto en la vivencia existencial de la persona. En consecuencia, la valoración moral del a. se hace basándose en el grado de compromiso que ejerce en la evolución progresiva y armónica de la persona: frustración del crecimiento personal y/ o desintegración de alguno de los estratos de la personalidad. Este compromiso varí­a según la intensidad de los actos, de su cantidad y del momento en que son realizados.

Desde esta perspectiva, parece obvio que el juicio sobre el a. debe ser muy distinto según que se presente como sí­ntoma de crecimiento en el momento presente, como un comportamiento bastante arraigado (– hábito) o también como una actitud mental profundamente negativa (= mentalidad autoerótica).

Sobre la base de tales distinciones se pueden formular algunos criterios de discernimiento que son muy útiles y que responden a la situación real de las personas. Cuando un adolescente está animado por el sereno dominio de sí­ mismo y de una madura integración de la propia sexualidad, cuando demuestra empeño en la vida moral y religiosa, se puede presumir legí­timamente, a pesar de las caí­das -incluso repetidas-, que se trata de un comportamiento autoerótico debido más a los condicionantes interiores y ambientales que a una mala voluntad. Es distinto el caso de quien manifiesta una altitud de egoí­smo y cerrazón. En este caso el a. puede asumir la apariencia trágica de ser signo que manifiesta un endurecimiento del corazón.

Por esto se comprende cómo la gravedad del a. se vea sobre todo a nivel de la actitud. «Me parece que la moral -escribe con razón B. Haring- deberí­a centrar su atención en el tipo de autoestí­mulo que manifiesta o va acompañado de un egocentrismo que se expresa no sólo en la vida sexual, sino en toda la vida, y que debe ser superado con el desarrollo moral y psicológico. El sí­ndrome de la masturbación es, especialmente serio si manifiesta narcisismo, es decir, un enclaustramiento en el yo egoí­sta» (o. c. / en la bibl., 583).

IV. Perspectivas pedagógico-pastorales
Una pastoral educativa debe sobre todo buscar la superación de la actitud autoerótica aportando al adolescente las ayudas necesarias para que pueda llegar a la integración de la propia sexualidad y a la apertura de entrega a los demás (l Educación moral III).

Para poder realizar esta tarea fundamental es necesario que padres y educadores hayan resuelto a nivel existencial los propios conflictos sexuales, posean una visión serena y equilibrada de la sexualidad y sean capaces de dialogar con el muchacho en actitud de apertura y espí­ritu de servicio. La comprensión, la confianza, el afecto, los momentos de conversación que se presentan son las ayudas más deseables y eficaces que el educador puede ofrecerle.

Sin disminuir la capacidad de autocontrol y de sacrificio del muchacho, en primer lugar se debe desdramatizar el problema del a., por la angustia a que siempre suele ir unido y por el hecho de que la mayor parte de las veces está condicionado por otros factores, y hacer entender al adolescente que las dificultades que encuentre son normales y gradualmente superables. En segundo lugar conviene ofrecerle centros reales de interés, adecuados a su edad, que le ayuden a concentrar los esfuerzos en el desarrollo de la propia personalidad y en el compromiso hacia los demás mediante formas de servicio en los distintos ambientes en los que se mueve (familia, escuela, grupo, parroquia, etc.). De ese modo se va concentrando el esfuerzo del muchacho en el verdadero problema, que es el del paso del a. como actitud a la apertura a los demás, del enclaustramiento en sí­ mismo al amor.

Desde aquí­ se comprende lo inoportuna que es, en relación al a., una estrategia de represión frontal que fije su atención en el fenómeno en sí­, con el riesgo de agrandarlo a sus ojos y de hacerlo obsesivo e insuperable. «Un educador y consejero perspicaz debe esforzarse en individuar las causas de la desviación para ayudar al adolescente a superar la inmadurez que se manifiesta en este hábito. Desde el punto de vista educativo, conviene tener presente que la masturbación y otras formas de a. son sí­ntomas de problemas mucho más profundos… Este hecho requiere que la acción pedagógica vaya orientada a las causas más que a la represión directa del fenómeno» (CONGREGACIí“N PARA LA EDUCACIóN CATóLICA, Orientaciones educativas sobre el amor humano [I-XI1983], n. 99).

Es importante también la educación religiosa, ya que la vida de fe, si es auténtica, puede contribuir enormemente al crecimiento personal en la dimensión de entrega y por lo tanto a la superación del comportamiento autoerótico. Se debe evitar presentar la oración y la frecuente participación en los sacramentos como medios que actúan de forma mágica, eliminando cualquier dificultad. Se promoverí­an fáciles decepciones que podrí­an conducir al rechazo de las prácticas religiosas.

Finalmente, conviene crear en torno a los adolescentes un ambiente educativo sano que favorezca la maduración armoniosa de su personalidad. Esto será posible si al mismo tiempo hay un esfuerzo en favor de la construcción de una sociedad mejor, en la cual la sexualidad no sea presentada como un tabú o como un producto de intercambio hedoní­stico, sino como lenguaje del auténtico encuentro humano y de las relaciones sociales más profundas (! Sexualidad).

[l Educación moral; t Educación sexual; l Pornografí­a y erotismo; l Sexualidad].

BIBL.: ALSTEENs A., La masturbación en los adolescentes, Herder, Barcelona 1978; CAPELLI G:, Autoerotismo: un problema morale nei primi secoli cristiani7, Dehoniane, Bolonia 1986; CoNGREGACI6N PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual, 29-XII-1975; CONGREGACIUN PARA LA EDUCACIóN CATóLICA, Orientaciones educativas sobre el amor humano, 1-XI-1983; GARBELLI G.B., Masturbación, en DETM (suplemento), Paulinas, Madrid 19804; GATTI G., Morale sessuale. Educazione al amore, Ldc, Turí­n 1979; HARING B., Libertad y fidelidad en Cristo II, Herder, Barcelona 1982; NALESso A., L autoerotismo dell adolescente, Marietti, Turí­n 1970; PERICO G., Giovani e amore, Aggiornamenti sociali, Milán 1982; PLANA G., Orientamenti di etica sessuale, en T. GOFFI y G. PLANA (eds.), Corso di morale II: Diakonia, Queriniana, Brescia 1983; PLE A., La masturbación. Reflexiones morales y pastorales, Paulinas, Madrid 1971; VIDAL M., Moral del amor y de la sexualidad, PS, Madrid 1991 (t. II, 2 a parte de Moral de actitudes).

G. Cappelli

Compagnoni, F. – Piana, G.- Privitera S., Nuevo diccionario de teologí­a moral, Paulinas, Madrid,1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral