Biblia

BAJADA A LOS INFIERNOS

BAJADA A LOS INFIERNOS

Los infiernos deben entenderse aquí­ como el reino de la muerte y de la perdición, en hebreo sheol, en griego hades, en latí­n inferos e infera.

Se trata de una afirmación que pretende indicar una dimensión del alcance salví­fico de la muerte/resurrección de Jesús, que no menciona expresamente el sí­mbolo niceno-constantinopolitano, pero que está presente en otros compendios antiguos de la fe cristiana y en intervenciones del Magisterio de la Iglesia a partir del s. 1V (cf DS 27-30; 76; 369; 738; etc.). También el Credo apostólico (s. y) recita: «…mortuus et sepultus, descendit ad inferna».

En esta afirmación de fe altamente significativa, pero marginada durante largo tiempo, hay que distinguir con claridad el revestimiento simbólico espacio-temporal y el profundo contenido de fe de car~cter cristológico-soteriológico.

Fundamento bí­blico de la verdad doctrinal de esta afirmación. Más que los pasajes neotestamentarios 1 Pe 3, 19-20 (» Fue entonces cuando proclamó el mensaje a los espí­ritus encarcelados, es decir a aquellos que no quisieron creer cuando en los dí­as de Noé Dios los soportaba pacientemente mientras se construí­a el arca en la que unos pocos (ocho personas) se salvaron navegando por el agua») y 1 Pe 4. 6 («Por eso se ha anunciado el evangelio también a los muertos, para que lo mismo que fueron condenados en cuanto hombres por su condición mortal, tengan vida divina gracias a su condición espiritual «), considerados por mucho tiempo como los verdaderos textos bí­blicos probatorios, pero que hoy se consideran más bien como lugares que se refieren al alcance salví­fico de Cristo resucitado «vivificado en el Espí­ritu», esta afirmación encuentra apoyo en otros pasajes neotestamentaños, como Mt 12,40 (el Hijo del hombre permanecerá tres dí­as y tres noches en el seno de la tierra, como Jonás en el vientre del pez); Hch 2,27-31; Ef 4,8-10; Flp 2,5-10 y Ap 1,18, que dice:
«Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo».

Los escritos apócrifos y – varias obras de la edad patrí­stica representaron de la manera más viva y en las formas más audaces la bajada de Cristo al reino subterráneo de los muertos, su dimensión victoriosa respecto a las potencias infernales y su valor salví­fico para todos los justos muertos antes de Cristo.

A lo largo de la historia de la confesión cristiana se ha olvidado un tanto este artí­culo de fe, como va hemos indicado, quizás entre otra s cosas porque su contenido estaba implí­citamente entendido y – comprendido en la afirmación explí­cita sobre la verdadera muerte de Jesús, salví­fica para todos los hombres. La teologí­a contemporánea lo ha recuperado y ha intentado captar su valor doctrinal profundo. Y lo ha hecho en un contexto cultural profundamente distinto del de la época antigua y premoderna. El hecho y también el programa de la desmitificación de los datos de fe ha tenido como punto de referencia este dato doctrinal de una forma muv especial.

Con la caí­da de la imagen obvia del mundo antiguo, en la que el mundo subterráneo (tanto en la cultura semí­tica como en la grecorromana) constituí­a una parte integrante del cosmos, la reflexión cristológica y – soteriológica ha tenido que separar con claridad el revestimiento «mí­tico» de la verdad de fe; todo ello, en definitiva, con ventaja para la autenticidad y – la credibilidad de la fe. Veamos ahora cuál es el contenido doctrinal que hav que leer en la «bajada de Cristo a los infiernos». Los «infiernos» no son un espacio o un receptáculo determinado donde estarí­an reunidos los difuntos que vivieron antes de Cristo, sino las «profundidades» de la muerte, del abandono, del desamparo, de la desolación donde la muerte arroja al hombre por causa de su caducidad y de su pecado. Son la herencia existéncial de todo hombre a quien la muerte ha quitado toda esperanza y toda relación y comunión de vida.

En el hecho desconcertante de que el Hijo de Dios quiso compartir con la muerte esta amarga y desoladora experiencia de sus hermanos, los hombres, la fe ve – obviamente a la luz de su resurrección- un acontecimiento de un gran valor salví­fico, significativo para toda la humanidad. Puesto que el mismo Cristo quiso bajar hasta lo más profundo del desamparo, de las tinieblas y de la impotencia, deseando » saborear» personalmente las consecuencias de la muerte, estas realidades negativas, asumidas por él, fueron superadas y vencidas en el movimiento victoriosó que lo llevó desde el abismo de las tinieblas al reino de la luz y de la vida de la resurrección por el poder del Espí­ritu del Padre. La «bajada», como experiencia de humillación, se convirtió en movimiento y en fase de tránsito a la vida y a la esperanza de salvación, tanto pára el individuo como para toda la familia humana.

Así­ pues, la afirmación de fe proclama la plena y verdadera participación del Hijo de Dios en el destino mortal de los hombres y al mismo tiempo el alcance salví­fico que tiene esta participación para la humanidad, así­ como la esperanza cierta de que por medio de Cristo y – en Cristo la experiencia insoslayable de la desintegración, del aislamiento, del «aniquilamiento» que lleva consigo la muerte constituye un momento de tránsito a la vida divina. La afirmación de fe, al representar al Hijo de Dios muerto bajando al «lugar» donde están los muertos que vivieron a lo largo de la historia antes de él, quiere confesar además con un lenguaje «mí­tico» el valor universal, y por tanto también » retroactivo «, del poder y del valor salví­fico de la muerte de Cristo (captada, como se decí­a, a la luz de su resurrección) respecto a la muerte de todos los hombres, sus hermanos. Carece de auténtico fundamento bí­blico la posición de Lutero y especialmente de Calvino, recogida en parte por H. U von Balthasar, que ve en la «bajada a los infiernos» la experiencia que tuvo Jesús de la «condenación» bajo el juicio santo de Dios por los pecados de los hombres.

Litúrgicamente, el Sábado Santo es el dí­a en que la Iglesia medita en silencio la bajada del Hijo del hombre al reino de la muerte, para iluminarlo y revivirlo desde dentro con la fuerza de su amor, que se manifiesta y explota de forma gloriosa en su resurrección, comienzo y garantí­a de la resurrección de todos los que han bajado y siguen bajando al reino de la muerte.

G, Lammarrone

Bibl.: H, u, von Balthasar, La ida al reino de los muertos, en MS IIIiZ, 237~265: AA, W, Descendió a los infiernos, en Communio 3 (] 98 1 ), número 1 , dedicado í­ntegramente al tema; J Galot, La de~cellte dtt Citri~t at’x ell~ fers. en NRT (]961) 47]-49l~ W Maas, Gott tlnd die H~lle. Studien Zn/lt DescellsuS Ci~ris~ ti Einsiedeln ]979.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico