BARBA

v. Rapar, Rasurar
Lev 13:29 le saliere llaga en la cabeza o en la b
Lev 19:27 ni dañaréis la punta de vuestra b
2Sa 10:4 y les rapó la mitad de la b, y les cortó los
2Sa 20:9 tomó Joab .. la b de Amasa, para besarlo
Eze 5:1 hazla pasar sobre tu cabeza y tu b; toma


Barba (heb. zâqân). Los judí­os palestinos generalmente llevaban la barba completa -como lo revelan los monumentos antiguos (figs 269, 476)-, y consideraban sus barbas como sí­mbolos de hombrí­a y dignidad. Por eso, cuando los enviados de David al rey de Amón fueron maltratados y sufrieron la ignominia del rapado de la mitad de la barba, se les sugirió quedarse en Jericó hasta que les creciera (2Sa 10:4, 5). La ley de Moisés, exceptuando las cuestiones de impureza (Lev 14:9), prohibí­a cortarse los bordes de la barba (19:27; 21:5, BJ). Por el contexto se deduce que, lejos de impedirles recortarse o cortarse la barba, la regla deseaba evitar que el pueblo de Dios se identificara con ciertas costumbres paganas. Descuidar la barba -que se viera desgreñada y desarreglada- era señal de duelo (2Sa 19:24). Las citas a la barba en Eze 24:17, 22 (BJ) tal vez tengan que ver con el bigote (lo mismo para el uso del término safam, “barba”, en Mic 3:7 y Lev 13:45, BJ). En Eze 5:1 aparece la palabra “barbero” (heb. gallâb; se menciona a los barberos profesionales en inscripciones fen. y bab. con términos relacionados con la palabra heb.). Puesto que el libro de Ezequiel fue escrito en Babilonia, no se sabe con certeza si se refiere a un barbero hebreo o babilonio. Véase Navaja.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

pelo que crece en el mentón, las mejillas y las partes adyacentes de la cara del hombre. La b., entre los pueblos antiguos se llevaba como sí­mbolo de virilidad y prestigio social, por lo que cortársela a otro era deshonrarlo, como hizo Janún, rey de los ammonitas, con los embajadores del rey David, 2 S 10, 4-5; 1 Cro 19, 4-5; esta humillación le predice el profeta al rey Ajaz de Judea, por medio del rey de Asur, Is 7, 20. Los hombres acostumbraban saludarse tomándose de la b. con la mano derecha y besándose 2 S 20, 9. A los israelitas les estaba prohibido cortarse los bordes de la b., pues esto era parte de las ceremonias fúnebres, de los ritos de duelo paganos, Lv 19, 27; 21, 5. Sin embargo, esta costumbre era común en Israel, contra la prohibición, como se puede ver en estos pasajes, Jb 1, 20; Is 22, 12; Jr 16, 6; 41, 5; 47, 5; 48, 37; Am 8, 10; Ez 7, 18. En el rito de purificación del leproso, sí­ se manda a éste raparse todo el pelo del cuerpo, incluso la b., Lv 14, 9.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Con los asiáticos, un sí­mbolo de dignidad varonil; en contraste con los egipcios, que generalmente se afeitaban la cabeza y la cara. Como señal de duelo, la costumbre era arrancársela o cortarla. A los israelitas se les prohibí­a afeitar las puntas de su barba, probablemente porque se consideraba ese acto como señal de paganismo (Lev 19:27). Forzar a un hombre a cortar su barba era infligirle una afrenta vergonzosa (2Sa 10:4-5).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Tal como puede verse en grabados y monumentos antiguos, la b. era usada en varias formas por las gentes de los paí­ses del Oriente Medio. Los pueblos semitas aparecen con b. tanto hirsutas como finas y arregladas. Los caldeos y los persas son pintados con barbas bien cuidadas, muy onduladas. Los etí­opes, los hititas y la mayorí­a de los egipcios aparecen afeitados, salvo algunos faraones que se presentan con una b. trenzada que sale de la punta de la barbilla. José, antes de presentarse ante Faraón, se afeitó (Gen 41:14).

El mandamiento en contra de cortar †œla punta† (o las esquinas) de la barba (Lev 19:27; Lev 21:5) es interpretado en medios judí­os como refiriéndose a las patillas. Al parecer eso estaba relacionado con alguna costumbre pagana. La b. era motivo de orgullo para un israelita. Por eso, el haberle afeitado †œla mitad de la b.† a unos embajadores de David significó una gran afrenta (2Sa 10:4). Afeitarse la b. podí­a ser una señal de luto o aflicción (Esd 9:3; Isa 15:2). Un leproso tení­a que afeitarse la b. (Lev 14:9). Se usaban navajas metálicas de bronce o de hierro, con un mango de madera. El rey y las personas importantes solí­an usar mangos de marfil o de huesos. Existí­an personas que se dedicaban al oficio de la barberí­a (Eze 5:1).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LEYE COST MDIC

vet, Para los hebreos, una barba abundante y rizada era sí­mbolo de hombrí­a y adorno muy preciado (Esd. 9:3; Sal. 113:8; Is. 19:2; Jer. 48:37; Dn. 10:3); ser privado de ella era gran infamia (1 S. 2:13; 2 S. 10:4-14; 10:24; 20:9; cfr. Is. 7:20; Ex. 5:1-5). Los monumentos asirios representan a los eunucos sin barba. En cambio, los egipcios se la dejaban crecer como señal de duelo. Por eso José tuvo que afeitarse para ir a presentarse a la corte (Gn. 41:14). La ley leví­tica prohibe cortar la punta de la barba por ser esto un acto de devoción entre ciertos idólatras (Lv. 19:27; Jer. 25:23). Estaba mandado raparla en caso de lepra como medida higiénica (Lv. 14:9).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Pelo que crece en el mentón y los carrillos; algunas veces esta palabra incluye el que crece sobre el labio superior. En hebreo †œbarba† es za·qán, mientras que los traductores vierten el término sa·fám, relativo al labio, de diversas maneras: †œbarba†, †œbigote† o †œlabio superior†. En unos pocos casos la palabra za·qán se refiere a la barbilla y no al pelo de la barba. (Le 13:29, 30; 14:9.)
En la antigüedad muchos pueblos del Oriente, entre los que se contaban los israelitas, consideraban la barba como una prueba de dignidad varonil. La ley de Dios dada a Israel prohibí­a cortarse †œlos mechones de sus lados†, es decir, el pelo que se deja crecer en cada uno de los dos carrillos, así­ como la extremidad de la barba. (Le 19:27; 21:5.) Esta prohibición seguramente se debí­a a que entre algunos pueblos paganos esta práctica tení­a connotaciones religiosas.
En momentos de gran desconsuelo, vergüenza o humillación, un hombre podí­a arrancarse pelos de la barba o dejarse esta o el bigote desatendidos. (Esd 9:3.) Quizás fue la barba desatendida de Mefibóset, hijo de Jonatán, lo que le indicó a David que tal vez le decí­a la verdad cuando afirmaba que Zibá, su siervo, le habí­a calumniado, y que contrario a lo que Zibá le habí­a dicho, Mefibóset en realidad estaba de duelo cuando el rey huí­a de Absalón. (2Sa 16:3; 19:24-30.) Se pensaba que quitar la barba era una manera figurada de expresar gran duelo con motivo de alguna calamidad. (Isa 7:20; 15:2; Jer 48:37; Eze 5:1.)
Después de la destrucción de Jerusalén en 607 a. E.C., algunos hombres de Siquem, Siló y Samaria expresaron su desconsuelo afeitándose la barba, rasgándose las vestiduras y practicándose cortaduras. Estos hombres habí­an ido con ofrendas incruentas a la casa de Jehová, al parecer con la intención de ofrecerlas en el lugar donde habí­a estado el templo. (Jer 41:5.) El que se hicieran cortaduras, práctica terminantemente prohibida por la Ley, muestra que su proceder no estaba por completo en armoní­a con la ley de Dios. (Le 19:28; 21:5.)
La importancia que tení­an la barba y su cuidado pesó en la opinión que Akí­s, el rey de Gat, se formó de David cuando este disfrazó su cordura dejando correr la saliva por la barba. Esto contribuyó a que el rey Akí­s se convenciera de que David estaba loco. (1Sa 21:13.) Más tarde, cuando Hanún, el rey de Ammón, insultó gravemente a los embajadores de David afeitándoles la mitad de la barba, David tuvo compasión de ellos y les dijo que permanecieran en Jericó hasta que la barba les creciera en abundancia. Los ammonitas sabí­an que este incidente era un gran insulto a David y que se habí­an hecho hediondos a sus ojos, de modo que se prepararon para la guerra. (2Sa 10:4-6; 1Cr 19:1-6.)
Incluso antes del pacto de la Ley, los hombres acostumbraban a llevar barba. Aunque no hay inscripciones hebreas con figuras humanas, se han encontrado en Egipto, Mesopotamia y otros paí­ses del Oriente Medio muchos monumentos e inscripciones en los que se representa con barba a los asirios, babilonios y cananeos. En algunas representaciones que se remontan al III milenio a. E.C. se ven barbas de diversos estilos. En las representaciones de los pueblos antes mencionados, los que principalmente aparecen sin barba son los eunucos, aunque a este respecto hay que decir que la emasculación no existí­a entre los israelitas, pues la Ley excluí­a al eunuco de la congregación de Israel. (Dt 23:1.)
Debido a que a la mayorí­a de los semitas se les representa con barba, aun antes del tiempo de la Ley, parece lógico pensar que llevaran barba los hombres fieles del linaje de Sem, quienes seguí­an hablando el lenguaje de Edén y debí­an estar más cerca de las costumbres originales del tiempo de su antepasado Set. Por consiguiente, hay buena razón para creer que Noé, Enoc, Set y Adán también llevaron barba.
Heródoto (II, 36) dice que los egipcios se afeitaban tanto la cara como la cabeza. Para los hombres era una prueba de duelo o falta de aseo dejarse crecer el cabello y la barba. Por esta razón, José se afeitó antes de comparecer ante la presencia de Faraón. (Gé 41:14.) No obstante, los egipcios usaban barbas postizas y pelucas.
¿Llevaba Jesús barba cuando estuvo en la Tierra? No hay duda de que esta era una costumbre que los judí­os guardaban estrictamente. Jesús, nacido judí­o, †œllegó a estar bajo ley† y cumplió la Ley. (Gál 4:4; Mt 5:17.) Como todos los demás judí­os, estaba dedicado a Jehová Dios desde su nacimiento debido al pacto de la Ley y se encontraba bajo la obligación de guardarla en su totalidad, incluyendo la prohibición de afeitarse la extremidad de la barba. La costumbre romana en aquel tiempo era no llevar barba, de modo que si Jesús no la hubiese llevado, le habrí­an acusado de eunuco o de romano. Es significativa la siguiente profecí­a concerniente al sufrimiento de Jesús: †œMi espalda di a los golpeadores, y mis mejillas a los que mesaban [el pelo]†. (Isa 50:6.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. Heb. zāqān. Los israelitas y sus vecinos generalmente usaban barbas completas y redondas escrupulosamente cuidadas. La barba constituía señal de vitalidad y de belleza varonil (Sal. 133.2; cf. 2 S. 19.24); afeitarla o disimularla era señal de dolor o de duelo (Is. 15.2; Jer. 48.37, etc.; cf. Lv. 19.27; 21.5, decretado contra las prácticas idolátricas probablemente), o de lepra (Lv. 14.9). Mutilar la barba de otra persona equivalía a deshonrarlo (2 S. 10.4; Is. 50.6). Jeremías critica a los que se rapan las sienes (Jer. 25.23, etc.). (* Cabello; *Sepultura y duelo )

2. El heb. śāfām (2 S. 19.24) se refiere al bigote.

J.D.D.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

ESTE ARTÍCULO FUE ESCRITO EN 1907 Y ESTÁ EN PROCESO DE ACTUALIZACIÓN.

Entre los judíos, como entre la mayoría de los pueblos orientales, la barba se apreciaba sobre todo como un símbolo de virilidad; cortarle la barba a otro hombre era un ultraje (2 Sam. 10,4); afeitarse o arrancarse la propia barba era una señal de luto (Jer. 41,5; 48,37); permitir que la barba se ensuciara constituía una presunción de locura (1 Sam. 21,14). Estaban estrictamente prohibidos (Lev. 19,27; 21,5) ciertos cortes ceremoniales de la barba que probablemente imitaban la superstición pagana. Por otro lado, al leproso se le ordenaba afeitarse (Lev. 14,9). Estos usos que podemos aprender de la Biblia son confirmados por el testimonio de los monumentos, tanto egipcios como asirios, en los que a los judíos se les describe invariablemente como barbudos. Los mismos egipcios comúnmente se afeitaban, y se nos dice que cuando José fue sacado de la prisión, lo mandaron a afeitarse antes de comparecer ante la presencia del faraón (Gén. 41,14).

Asimismo, en Grecia y en Roma, poco antes de la época de Cristo, estaba de moda afeitarse, pero a partir de la ascensión de Adriano en adelante, como podemos ver en las estatuas existentes de los emperadores romanos, las barbas se convirtieron una vez más en la orden del día. En cuanto al clero cristiano, no se dispone de evidencia para los primeros siglos. En la mayoría de los monumentos más antiguos se representa a los Apóstoles con barba, pero no tan uniformemente (Ver Weiss-Liebersdorff, Christus y Apostelbilder, Friburgo, 1902). San Jerónimo parece censurar la práctica de usar barbas largas, pero no se puede sacar ninguna conclusión definitiva a partir de sus alusiones o de las de su contemporáneo, San Agustín.

La primera legislación positiva sobre el tema de los clérigos parece ser el canon 44 del llamado Cuarto Concilio de Cartago, que en realidad representa los decretos sinodales de algún concilio en el sur de la Galia en tiempos de San Cesáreo de Arles (c. 503). Allí se ordenó que un clérigo no debiera permitir que ni el cabello ni la barba le crecieran libremente (clericus nec comam nutriat nec barbam), aunque esta prohibición probablemente iba dirigida sólo contra barbas de longitud excesiva. Sin embargo, este canon, que fue ampliamente citado y está incluido en el “Corpus Juris”, tuvo gran influencia en la creación de un precedente. (Vea, por ejemplo, el “Penitencial” de Halitgar y el llamado “Excerptions” atribuido a Egberto de York).

En cuanto a Inglaterra en particular, en la Edad Media, ciertamente se consideraba no canónico dejarse crecer la barba. Un clérigo era conocido como un hombre rapado (bescoren man, Leyes de Wihtred, 696 d.C.), y si pareciese que esto pudiese referirse a la tonsura, tenemos una ley del rey Alfredo: “Si un hombre le afeita la barba a otro, que lo compense con veinte chelines. Si lo ata primero y luego lo afeita como a un sacerdote (hine a preoste bescire) que lo compense con sesenta chelines”. Y bajo el rey Edgar se encuentra el canon: “Que ningún hombre tenga en las órdenes sagradas oculte su tonsura, ni se quede barbudo, ni mantenga su barba jamás, si ha de tener la bendición de Dios y la de San Pedro y la nuestra.” El que el clero romano se afeitase sistemáticamente la barba fue una práctica similar, generalmente en boga por todo Occidente, y fue uno de los grandes temas de reproche por parte de la Iglesia Griega desde la época de Focio en adelante. Pero según Ratramno de Corbie protestó, fue una tontería formar una gritería por un asunto que atañía tan poco a la salvación como esta barbæ detonsio aut conservatio.

La legislación que exigía el rasurado de la barba parece haber permanecido en vigor durante toda la Edad Media. Así, una ordenanza del Concilio de Toulouse (1119) amenazó con la excomunión a los clérigos que “se dejasen crecer el cabello y la barba como los laicos”; y el Papa Alejandro III ordenó que los clérigos que cultivaban el cabello y la barba serían afeitados por su archidiácono, por la fuerza si necesario. Este último decreto fue incorporado en el texto del derecho canónico (Decretales de Gregorio IX, III, tit. I, cap. VII). Durando, que encontraba razones místicas para todo, según su costumbre, nos dice que “la longitud del pelo es símbolo de la multitud de pecados. Por lo tanto se instruye a los clérigos a afeitarse la barba; pues cortar el pelo de la barba, que se dice se alimenta de los humores superfluos del estómago, denota que debemos cortar los vicios y pecados que son un crecimiento superfluo en nosotros. Por lo tanto nos afeitamos la barba para que parezcamos purificados por la inocencia y la humildad y para que podamos ser como los ángeles que permanecen siempre en la flor de la juventud.” (Rationale, II, lib. XXXII.).

A pesar de esto, la frase barbam nutrire, que era clásica en la materia y fue todavía utilizada por Quinto Concilio de Letrán (1512), siempre se mantuvo un tanto ambigua. Por lo tanto, el uso en el siglo XVI comenzó a interpretar la prohibición como consistente con una barba corta. Todavía hay muchas ordenanzas de los sínodos episcopales que se ocupan del tema, pero el punto en el que se hace hincapié es que el clero “no debe parecer estar imitando las modas de los militares” o usar barbas que fluyan como cabras (hircorum et caprarum more), o permitir que el pelo sobre su labio superior le impida beber del cáliz. Esta última siempre ha sido razón sólida a favor de la práctica del rasurado.

A juzgar por los retratos de los Papas, fue con Clemente VII que se comenzó a usar una barba definida, y muchos de sus sucesores, por ejemplo Pablo III, se dejó crecer la barba a una longitud considerable. San Carlos Borromeo trató de contener la propagación de la nueva moda, y en 1576 dirigió a su clero la pastoral “De barbâ radendâ” , exhortando a observar los cánones. Sin embargo, aunque la longitud de las barbas clericales disminuyó durante el siglo XVII, no fue sino hasta su cierre que el ejemplo de la corte francesa y la influencia del cardenal Orsini, arzobispo de Benevento, contribuyó a lograr un retorno al uso anterior. Durante la segunda mitad del siglo XIX no hubo ningún cambio, y un intento hecho por algunos miembros del clero de Baviera en 1865 para introducir el uso de la barba fue reprendido por la Santa Sede.

Como ya se ha señalado, en los países orientales una cara suave conlleva la sugerencia de afeminamiento. Por esta razón el clero de las Iglesias Orientales, sean católicas o cismática, siempre ha usado la barba. La misma consideración, junto con una atención a dificultades prácticas, ha influido en las autoridades romanas en concederle un privilegio similar a los misioneros, no sólo en Oriente sino también en otros países bárbaros donde no se pueden encontrar las comodidades de la civilización. En el caso de las órdenes religiosas, como los capuchinos y los ermitaños camaldulenses, el uso de la barba se establece en sus estatutos como una señal de austeridad y penitencia. Los sacerdotes individuales que por razones médicas o de otro tipo deseen eximirse de la ley requiere el permiso de su obispo.

Bibliografía: BARBIER DE MONTAULT, Le costume et les usages ecclésiastiques (Paris, 1901), 1, 185, 196; THALHOFER in Archiv f. kath. Kirchenrecht (Innsbruck, 1863), X, 93 sqq.; ID. in Kirchenlex., 1, 2049-51; SEGHERS, The Practice of Sharing in the Latin Church in Am. Cath. Quart. Rev. (1882), 278; WERNZ, Jus Decretalium (Rome, 1904), 11, n. 178. For pre-Christian times see: VIGOUROUX in Dict. de la Bible, s.v. Barbe; EWING in HAST., Dict. of the Bible, s.v. Beard.

Fuente: Thurston, Herbert. “Beard.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. 20 Dec. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/02362a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Fuente: Enciclopedia Católica