BECERRO DE ORO

cuando Moisés subió al monte Sinaí­, para recibir las tablas de la Ley, debido a la demora de éste, le pidieron a Aarón que les hiciera un dios que los guiase. Aarón recogió los objetos de oro del pueblo e hizo fundir un becerro al que se le erigió un altar y se le ofrecieron sacrificios, de los cuales comió el pueblo Ex 32, 1-6, lo que desató la ira de Yahvéh Ex 32, 7-10. Moisés, una vez bajó del Sinaí­, rompió las tablas de la ley, echó al fuego el becerro de oro, lo molió y lo esparció en el agua e hizo beber de ella a los israelitas Ex 32, 19-20; Dt 9, 15-21. Moisés, entonces, ordenó a los hijos de Leví­ que matara cada uno a su hermano, su amigo o su pariente; así­, cayeron unos tres mil hombres, Ex 32, 25-28, y Yahvéh castigó a los israelitas Ex 32, 35. Sobre este episodio se vuelve en varios lugares de la Escritura, Ne 9, 18; Sal 106 (105), 19; Hch 7, 41.

Tras la división del reino de Israel al ser proclamado rey del norte Jeroboam I, 931 al 910 a. C., residió éste en Tirsá, y estableció cultos al b. de oro en Dan y Betel 1 R 12, 26-33; 2 Cro 11, 13-15; 13, 8. Yahvéh castigó al rey y al pueblo por este pecado 2 R 17, 20-23.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

ídolo confeccionado por Aarón cuando Moisés estuvo cuarenta dí­as con sus noches en el monte Sinaí­. El pueblo, viendo que †œMoisés tardaba en descender†, pidió a Aarón que les hiciera dioses que fueran delante de ellos. Se tomaron los zarcillos de oro de las mujeres, niños y niñas. Con ellos se hizo †œun becerro de fundición†. El pueblo lo adoró y se dedicó a hacer festejos, en franca violación a la prohibición que Dios habí­a hecho al respecto (Exo 20:4-5).

Siempre se ha levantado la pregunta: ¿Por qué un becerro? Lo más lógico es pensar que no fue algo inventado en el momento, sino que estaba relacionado con cosas que los israelitas habí­an visto antes. Los israelitas cayeron en la idolatrí­a en Egipto, antes del éxodo (Eze 20:7-8). En aquel paí­s se adoraba al buey o toro Apis. Lo más probable es que la confección del b. de o. se tratara de un retorno, una evocación de ese culto.
buey Apis era considerado como una deidad proveniente de Osiris y Phtah. Se le seleccionaba tomando en consideración ciertas cualidades y una vez declarado como sagrado se le trataba como a un dios. Se construí­a una casa para él y allí­ se le consultaba. Sus respuestas dependí­an de a cuál habitación se iba después de la consulta o si aceptaba alimento de la mano del consultante. Aun cuando morí­a el buey Apis, se le concedí­an grandes homenajes. Como Apis era †œla más completa expresión de la divinidad bajo forma animal viviente entre los antiguos egipcios† (Enc. Espasa Calpe), era natural que los israelitas cuando quisieron confeccionar un dios, pensaran en él.
tiempo después, el rey †¢Jeroboam I hizo †œdos b. de o.† y puso †œuno en Bet-el y el otro en Dan† con el propósito de que los habitantes del Reino del Norte (Israel) no fueran a Jerusalén a adorar (1Re 12:26-30). Jeroboam constituyó un sacerdocio para estos santuarios y estableció fiestas religiosas sustitutivas de las que se hací­an en el †¢templo. Esto fue causa de la ira de Dios, anunciada por los profetas, porque †œdejaron todos los mandamientos de Jehová su Dios, y se hicieron imágenes fundidas de dos becerros† (2Re 17:16). Dijo Oseas: †œTu b., oh Samaria, te hizo alejarte† (Ose 8:5).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DIOS

vet, Encontramos el becerro de oro en dos ocasiones importantes de la historia de Israel: Aarón, el hermano de Moisés, obligado por el pueblo, erige uno en el desierto después del éxodo (Ex. 32:1-7), y Jeroboam levanta dos: uno en Bet-el y otro en Dan con ocasión de la división del reino (1 R. 12:28-29). La fiesta que ocasionó la hechura del becerro de oro en el desierto estuvo acompañada de orgí­as (Hch. 7:41). La representación del Dios trascendente por una imagen que los hebreos habí­an visto en Egipto indignó a Moisés y el legislador castigó severí­simamente a los culpables. Aarón pudo salvar su vida gracias a que su participación en la rebelión fue obligada. La construcción de los becerros de oro en tiempos de la monarquí­a tuvo lugar en el siglo X cuando ya el pueblo estaba establecido en la tierra prometida y el monarca del norte quiso evitar que el pueblo viniese a Jerusalén. Esta adoración de una imagen hecha por hombres es condenada por los profetas (Os. 8:5-6; 13:2). En todo el Oriente antiguo (Babilonia, Sumeria, Egipto) el toro, por su fuerza y fecundidad, era considerado sí­mbolo de la divinidad. La religión de Moisés condenó esta práctica.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(-> Baal, toro). Los toros (shór) pertenecen a la simbologí­a religiosa de la mayor parte de los pueblos conocidos, desde la India (donde son signo supremo de Indra, el poderoso), hasta Egipto (con Apis y Osiris) y Grecia (donde aparecen vinculados con Zeus). Las excavaciones de Palestina han mostrado que, hasta tiempos bastante recientes (por lo menos hasta el exilio), una parte considerable de los israelitas (que quizá en el santuario de Jerusalén veneraban sólo a Yahvé, Dios sin esposa ni imagen) seguí­an adorando en otros santuarios al Dios dual, que es Madre divina (Ashera* de grandes pechos) y padre animal (representado por el signo del Toro, más propio de El y Baal*, dioses cananeos, que del Yahvé israelita). Ese Toro divino constituye una figura poderosa. Es un animal que puede engendrar en un plano biológico, pero es incapaz de ofrecer cariño y cuidado personal a los hombres y mujeres concretos. El toro que, conforme al relato paradigmático de Ex 32, fue fundido por Aarón y adorado por los israelitas en el desierto, es un animal joven, un becerro Cegel), y ésta es la palabra que más ha utilizado la tradición posterior (cf. 1 Re 12,28). Por eso la empleamos aquí­, aunque el término y signo del toro* sea más universal.

(1) El relato del becerro de oro. El toro es signo de poderí­o, engendramiento y riqueza (es de oro), como indica el texto central donde se recuerda su construcción y adoración, precisamente en el momento de la salida de Egipto (Ex 32). Moisés está en el monte de Dios, recibiendo las leyes de Yahvé. El pueblo se cansa de su ausencia (de la ausencia de Dios). Por eso, Aarón, el gran sacerdote, funde un BecerroToro, lo eleva sobre una peana sagrada y festeja su grandeza jubilosa en gesto de banquete y baile. “Al ver el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron a Aarón y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque a Moisés, ese hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Aarón les dijo: Quitad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todo el pueblo se quitó los zarcillos de oro que tení­an en sus orejas y los trajeron a Aarón. El los recibió de sus manos, le dio forma con un buril e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces ellos dijeron: ¡Israel, éstos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto!” (Ex 32,1-4). Es evidente que en el fondo de este relato simbólico ha influido el culto de los toros sagrados del reino israelita del Norte que la tradición profética y el Deuteronomio tomaron, como signo idolátrico, a pesar de que el Rey Jeroboam los habí­a identificado con el Dios que “sacó a los israelitas de Egipto” (1 Re 12,28-30). Pero nuestro relato no sólo critica al Dios-Toro del reino de Israel (del Norte), sino que se opone también a una tendencia idolátrica constante de los habitantes de Israel y de Judá, quienes, por lo menos hasta el siglo VI a.C., a pesar de las protestas proféticas, seguí­an adorando a toros divinos (de Baal o de Yahvé) y a las asheras* (grandes madres), signos de la diosa. Entre los rasgos principales de este relato y condena del Dios-Toro podemos citar algunos más significativos.

(2) Moisés y Aarón. Dos confesiones de fe. Moisés refleja el poder de la palabra, el diálogo con Dios, la religión de la ley y los profetas, el yahvismo sin imágenes. Por el contrario, Aarón es sacerdote: más que la palabra le interesa el culto; más que la libertad de los fieles le importa el poder de lo sagrado, reflejado por el toro. Por eso, está dispuesto a ceder a las peticiones idolátricas del pueblo, como han hecho muchas veces los sacerdotes de Jerusalén y de otros santuarios de Israel. No podemos olvidar que los israelitas podí­an confesar y a veces confesaban su fe ante el Dios-Toro: “Israel, éste es tu Dios, que te sacó de Egipto” (Ex 32,4). El Toro representa el vigor sexual y la paternidad vital en casi todos los pueblos antiguos: con esa figura se han mostrado Indra y Zeus, Baal y Hadad, lo mismo que otros muchos dioses de oriente y occidente. En esa lí­nea, muchos israelitas habí­an querido presentar al mismo toro como imagen de Yahvé, Dios poderoso, que ha sacado al pueblo de Egipto. Pero otros muchos israelitas, superando ese nivel del Yahvé-Toro, han confesado su fe en un Yahvé exclusivista, que prohí­be todas las imágenes, incluso la del toro, como se dice en el comienzo del decálogo*: “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado de Egipto… No te harás imágenes de Dios… No te inclinarás ante ellas” (Ex 20,2-5). Superando ese nivel de paternidad dominadora, representada por el Toro, los creadores de la nueva religión israelita (profetas y sacerdo tes) han interpretado a Dios como Señor trascendente y Presencia personal, superando así­ y negando todos los signos sacrales del toro.

(3) Signos divinos del Dios-toro. Teniendo presente lo anterior, queremos poner de relieve algunos rasgos sagrados de la religión del Becerro de oro. (a) El toro es signo de poder divino. No es la expresión de una ley de libertad que conduce a los hombres hacia el desarrollo de su autonomí­a, sino que representa a Dios como potencia que sobrecoge, como energí­a vital que les mantiene sometidos. Situado ante ese signo de poder, el hombre pierde su libertad y se convierte en esclavo de un tipo de misterio vital, pues para la Biblia el toro es signo idolátrico, ya que no representa al Dios verdadero, sino a las fuerzas irracionales de la naturaleza y de la vida, (b) El toro está vinculado al sexo: representa a un Dios generador, simbolizado por la fecundidad animal. Por eso es “macho”: está dotado de atributos sexuales, en la lí­nea del culto de la vida; lógicamente, el texto continúa diciendo que, después de haber adorado al toro, el pueblo “se puso a comer y a beber y después se levantó a danzar” (Ex 32,6). Según eso, el Dios-Toro se manifiesta y se celebra en la abundancia de la tierra que produce año tras año su cosecha, en la unión del macho-hembra como fuente de existencia… Estamos en la lí­nea del toro de los cultos de Baal que aparecen en el sacrificio del Carmelo (cf. 1 Re 18). (c) El becerro es de oro. Así­ representa la riqueza de la tierra, que se vuelve principio de poder. Ciertamente, también la cubierta del arca de Yahvé es de oro (cf. Ex 25,17), pero es oro que refleja una gloria que no puede traducirse en forma de poderes económicos. Por el contrario, en el becerro, el oro es signo de riqueza. Dios mismo tiende a convertirse en principio de poder económico, no en palabra de ley y de esperanza.

(4) La idolatrí­a israelita. Disputa de dioses. La historia del becerro de oro recoge simbólicamente y sitúa en el contexto fundante de la alianza y renovación de la alianza del Sinaí­ (Ex 19-34) el pecado fundamental de los israelitas, que una y otra vez han abandonado a su Dios-Yahvé y adorado a los í­dolos, representados por el DiosToro. Terminada la celebración, des pués que los setenta representantes de Israel vieron a Dios en la montaña y comieron ante él (Ex 24,9-12), Moisés penetró aún más en el misterio, en medio de la nube de fuego, para recibir el texto completo del pacto, el código del culto, donde se instituyen y fijan los elementos primordiales del rito sagrado, centrado en el tabernáculo de Dios con sus utensilios, los sacerdotes y los sacrificios (Ex 25-31). Pues bien, mientras Moisés recibe en la montaña la revelación más alta, que se ocupa precisamente de los sacrificios de Yahvé (Ex 29), el resto del pueblo, que acaba de celebrar y ratificar la alianza* de la sangre (cf. Ex 24), se desentiende del Moisés de la montaña, olvida el pacto de Dios y pide a Aarón, hermano de Moisés y sumo sacerdote (cf. Ex 32,1), que esculpa sobre el llano un becerro de oro, diciendo que “éste es el Dios que ha sacado a los israelitas de Egipto” (Ex 32,8). Entre el Dios de Moisés y el Dios-Toro hay una sutil pero inmensa diferencia. El Dios de Moisés (del Israel canónico) está vinculado a la montaña de la Ley; no tiene rostro ni figura, no puede ser fijado en ningún signo idolátrico (cf. Ex 20,1-3); se le puede y debe honrar matando el toro, pero no es toro, pues no tiene rostro alguno, ni animal ni vegetal. Por el contrario, el Dios de los israelitas del llano, dirigidos por Aarón y los sacerdotes, puede tomar un rostro y revelarse como un toro (poder animal, fuerza del sexo), hecho de oro (economí­a controlada por los sacerdotes). De uno y otro Dios se puede decir casi lo mismo, de manera que a los ojos de gran parte del pueblo no se diferencian; pero uno (Yahvé de la montaña) abre un camino de humanización intensa, en lí­nea de la fidelidad ética radical, más allá de todas las figuras idolátricas del sexo, fuerza y dinero; el otro (Yahvé del llano) tiende a situar al hombre en el nivel de la naturaleza (toro) y del sistema económico social.

(5) Disputa de dioses, disputa de grupos. La historia de Israel, y en el fondo, de todo Occidente sigue estando dominada por el enfrentamiento y lucha entre esas dos maneras de entender al mismo Dios a quien unos y otros (los del monte y los del llano) dan el nombre de Yahvé (El que es). Los del monte apelan con Moisés* a su trascendencia y Ley sagrada; los del llano apelan con Aarón* a su inmediatez vital. Hoy es fácil decir que la razón religiosa estaba representada por la lí­nea de Moisés y la Ley (como dicen judí­os, cristianos y musulmanes). Pero debemos reconocer las razones que tení­an los israelitas del llano, los del toro que se toca (figura concreta del poder), los del oro que se adora. Ellos quieren un Dios inmediato, que se sienta y palpe, un Dios ante el que todos puedan comer, beber y danzar, en gesto carismático intenso (cf. Ex 32,6). Evidentemente, los sacerdotes, profesionales de la religión, se pondrán de parte del pueblo que más grita, es decir, de la mayorí­a sedienta de vida inmediata, que quiere comer, beber y danzar, expresando en la excitación de su vida la Vida de Dios, sin problemas ni exigencias morales (cf. Ex 32,21-23). Otros fundadores religiosos (Buda, Jesús) habrí­an reaccionado quizá de forma pací­fica para superar con su palabra y testimonio esa religión del toro sagrado. Pero el Moisés bí­blico acude a la espada.

(6) El castigo de los idólatras. En este momento de la historia de Israel, el Moisés bí­blico no encontró más salida que la violencia sagrada, como sigue mostrando el texto: “Al ver Moisés que el pueblo estaba desenfrenado, por culpa de Aarón que lo habí­a expuesto al ataque de sus enemigos, se puso a la puerta del campamento y dijo: Quien esté de parte de Yahvé, únase conmigo [= A mí­ los de Yahvé], Y se unieron a él todos los hijos de Leví­. El les dijo: Así­ ha dicho Yahvé, el Dios de Israel: Que cada uno se ciña su espada, regrese al campamento y vaya de puerta en puerta matando cada uno a su hermano, a su amigo y a su pariente. Los hijos de Leví­ actuaron conforme a lo dicho por Moisés, y cayeron del pueblo en aquel dí­a como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: Hoy os habéis consagrado a Yahvé, pues cada uno se ha consagrado matando a su hijo y a su hermano, para que él os dé hoy la bendición” (Ex 32,25-29). Este pasaje se sitúa en la lí­nea del sacrificio de Elias* (1 Re 18), pero Moisés no mata sólo a los profetas de Baal, sino a un grupo muy importante de israelitas, hermanos suyos, quienes, significativamente, parece que no se resisten.

(7) Matanza religiosa, fidelidad yahvista. Estamos ante la primera gran matanza religiosa realizada por hom bres (no por una supuesta intervención directa de Dios), dentro de un mismo pueblo, en un tipo de guerra civil religiosa, según la Biblia. El texto puede concebirse como una continuación de la matanza de los primogénitos, en el Exodo de Egipto, que se celebra en la fiesta de pascua* (cf. Ex 12-14). Pero hay varias diferencias. En el Exodo se decí­a que mataba el mismo Dios, a través de su peste o de las aguas del mar Rojo, destruyendo así­ a los enemigos del pueblo, para liberar a los hebreos oprimidos. Ahora, ante la montaña de Dios, son unos israelitas los que matan a otros (en un tipo de inquisición religiosa), a través de una masacre en la que cada uno de los guerreros de Dios tiene que estar dispuesto a matar y mata a los miembros más cercanos de su grupo (hermanos, hijos, parientes…). Los del partido del Yahvé de Moisés se estructuran y actúan como ejército de Dios, al servicio de la fidelidad religiosa, que está por encima de todas las restantes fidelidades familiares o sociales. Evidentemente, son unos fanáticos en el sentido más radical de la palabra. Los de Yahvé del llano, los del toro fundido y el oro, no forman partido, no se organizan ni defienden, sino que se dejan matar. Un pasaje como éste, que en principio es más simbólico que histórico, ha influido de forma enorme en la historia de Occidente, llena de guerras religiosas.

Cf. E. HAAG (ed.), Gott der Einzige. Znr Enststehimg des biblischen Monotheismus, Herder, Friburgo 1985; O. KEEL (ed.), Monotheismus im alten Israel und seiner Umwelt, BibBeitr 14, Friburgo (Suiza) 1980; B. LANG, Monotheismus and the Prophetic Minority, Sheffield 1980; X. PIKAZA, Violencia y religión en la historia de occidente, Tirant lo Blanch, Valencia 2005; M. Smith. Palestinian Parties and Politics that Shaped the Oí­d Testament, Columbia University Press, Nueva York 1971.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

1. La imagen de oro que hicieron Aarón y los israelitas en el Sinaí, después del éxodo, mientras Moisés se encontraba en la montaña. Al descubrir que estaban sumidos en la idolatría, adorándola como si fuese Dios, con sacrificios, festejos y orgías, Moisés la destruyó (Ex. 32.4–8, 18–25, 35; Dt. 9.16, 21; Neh. 9.18; Sal. 106.19–20; Hch. 7.41). A veces se piensa que este ídolo era el buey Apis egp. de Menfis (véase IBA, pp. 39, fig(s). 33), o el toro Mnevis de Heliópolis, pero ambas focalidades están demasiado lejos de Gosén como para que los hebreos se hubiesen podido familiarizar realmente con estos ídolos. Además, había varios cultos al toro, bastante similares a los mencionados, en el delta oriental, y mucho más cerca de los hebreos en Gosén, que pueden haber imitado en Sinaí. Al SO de *Gosén (zona de Tumilat), en el 10º nomo o provincia del Egipto inferior, llamado “el Toro Negro”, existía una mezcla de culto a Horus y de culto al toro o al becerro; más hacia el N, y extendiéndose al NO de Gosén mismo, el 11º nomo del Egipto inferior también contaba con un culto al toro, relacionado con la adoración a Horus; también hay indicios de otros casos similares. (Véase E. Otto, Beiträge zur Geschichte der Stierkulte in Aegypten, 1938, pp. 6–8, 32–33.) En Egipto, el toro o becerro era símbolo de fertilidad en la naturaleza y de fuerza física (cf. Otto, op. cit., pp. 1–2, 24s, y pass.), y, como en otros lugares del Cercano Oriente, puede incluso haber tenido relación con la adoración de las huestes celestiales. (cf. Wainwright, JEA 19, 1933, pp. 42–52, esp. pp. 44–46. Para ciertas reservas, vease Otto, op. cit., pp. 7, n. 4. Quizás cf. tamb. Hch. 7.41–42 en conjunción [?]).

En la vecina Canaán, sin embargo, el toro y el becerro eran animales de Baal o Hadad, dios(es) de la tormenta, la fertilidad, y la vegetación, y al igual que en Egipto, simbolizaban la fertilidad y la fuerza. Si tenemos en cuenta los estrechos vínculos entre Canaán y el delta oriental egipcio (* Egipto; * Moises), y la presencia de muchos semitas en el delta, además de los israelitas, es posible considerar el caso de idolatría en el Sinaí como una mezcla de cultos a toros y becerros, contemporáneos y populares, egipcios y cananeos por igual, con el acento puesto en la fortaleza y la fertilidad naturales. De todos modos, representaba la reducción del Dios de Israel (cf. “fiesta para Jehová”, Ex. 32.5) al nivel de un dios amoral de la naturaleza (con tendencia a ser inmoral), como los que existían en las naciones circundantes, y significaba que podía entonces ser fácilmente colocado al mismo nivel que los baales. Esto fue rechazado por Dios, al negarse a aceptar cualquier equiparación con el dios del becerro, condenando así la acción como la adoración de “otro” dios, y por lo tanto, ”como idolatría (Ex. 32.8).

2. Cuando se produjo la división del reino hebreo, el primer rey de Israel Jeroboam I, en su afán de contrarrestar la gran atracción que ejercía el templo de Jerusalén en Judá, erigió dos becerros de oro, en Bet-el y en Dan, como centros de adoración de Yahvéh en Israel (1 R. 12.28–33; 2 R. 17.16; 2 Cr. 11.14–15; 13.8). En Siropalestina comúnmente se consideraba que los dioses Baal y Hadad estaban en pie sobre un toro o becerro (y así se los representaba), como emblema de sus poderes de fertilidad y fuerza (véase ANET, pp. 170, 179, fig(s). 500, 501 y 531). La acción de Jeroboam tuvo consecuencias tan desastrosas como el becerro de oro de Aarón: la reducción de Yahvéh al nivel de un dios de la naturaleza, y su posterior equiparación con los baales de Canaán. Esto traería aparejado el trastocamiento de las normas de rectitud y justicia, como también de un patrón moral ejemplar, para dar lugar a consideraciones puramente físicas y materiales, lo que llevaría fácilmente a la inmoralidad con respaldo religioso, con desintegración social, y a una pérdida total de todo sentido de la misión divina del pueblo elegido en un mundo entenebrecido. Todo esto envolvía la idolatría representada por “el pecado de Jeroboam hijo de Nabat”.

Jehú (2 R. 10.29) desterró de Israel las manifestaciones más evidentes y explícitas del culto a Baal, no así los becerros de un Yahvéh baalizado. Oseas (8.5–6; 13.2) profetizó el inminente fin de dicho “culto”.

Bibliografía. A. Lods, Israel, 1956, pp. 264–265; G. Báez-Camargo, Comentario arqueológico de la Biblia, 1979, pp. 121; G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1975, pp. 88ss; P. Ellis, “1 y 2 Reyes”, Comentario bíblico “San Jerónimo”, 1971, t(t). I, pp. 521–22; J. Castelot, “Instituciones religiosas de Israel”, Comentario bíblico “San Jerónimo”, t(t). V, pp. 559–560.

K.A.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Objeto de culto entre los hebreos, cuya mención ocurre principalmente en Éxodo 32, donde se narra la historia del becerro fundido de Aarón, y en 1 Rey. 12 (cf. Crón. 11), en relación con la política de Jeroboam después del cisma de las diez tribus. Varias razones hacen probable que la interpretación “becerro” no se deba tomar en su sentido estricto, pues el término hebreo tiene un significado más amplio, y es probable que en el presente caso se trate de un buey joven casi llegando a su madurez. .

Dejando a un lado toda la discusión crítica sobre las fuentes contenidas en Éxodo 32, los principales rasgos de la presente narración son los siguientes: Al impacientarse por la larga estadía de Moisés en el monte, el pueblo le pidió a Aarón que les hiciera un dios o dioses que fueran delante de ellos. Él cede a su pedido, y haciendo uso de los pendientes de oro de las mujeres y los niños, hizo un molde e hizo un “becerro fundido” o toro. Poco después de su hechura regresó Moisés, y movido por la ira y la indignación, destruyó el ídolo, lo redujo a polvo, lo esparció en el agua y se lo dio a beber a los israelitas.

Después del cisma de las diez tribus, Jeroboam, temiendo que las peregrinaciones regulares de la gente del reino del norte a Jerusalén pusieran en peligro su alianza política con él, recurrió al expediente natural de proveerles con un sustituto para el santuario del Templo (1 Ry. 12); y fijó dos becerros dorados, uno en Betel y otro en Dan. No hay información sobre su construcción, pero es probable que fuesen de figuras de tamaño normal construidas al modo del mencionado arriba. También parece probable que estuviesen hechos como símbolos de Yahveh pues considerado así, serían más efectivos en atraer a los israelitas piadosos que estaban acostumbrados a ir a Jerusalén.

Muchos escritores han aceptado la opinión de Filo Judeo y los primeros Padres que consideraban el culto a los becerros dorados como tomado de Egipto, y a favor de esta opinión está el hecho de que tanto Aarón como Jeroboam vivieron en Egipto poco antes de construir sus respectivos ídolos; esta opinión, sin embargo, tiene sus dificultades, entre las cuales está la improbabilidad de que una deidad egipcia fuera puesta como un dios “que sacó a Israel de la tierra de Egipto”. De ahí que algunos eruditos se inclinan a buscar el origen del culto hebreo al toro en las condiciones y alrededores de los israelitas como pueblo agrícola, para quienes el toro era naturalmente un símbolo apropiado de fuerza y energía vital.

Fuente: Driscoll, James F. “Golden Calf.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909.
http://www.newadvent.org/cathen/06628b.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Fuente: Enciclopedia Católica