BOSCO. S. JUAN

[967](1815-1888)

Excelente pedagogo y promotor de varias familias de educadores y catequistas, fundador de la Sociedad de San Francisco de Sales (Salesianos) en 1856 y de las Hijas de Marí­a Auxiliadora (Salesianas) en 1872.

Nació en 1815, el 16 de Agosto, en Bechi, lugar de Murialdo y municipio de Castelnouvo de Asti. Sus padres, Francisco y Margarita Ochiena fueron humildes trabajadores. Al morir el padre en Mayo de 1817, su madre hubo de sacar adelante la familia. A los 9 años tuvo su primer sueño profético, que inspirarí­a Lugo su vida y labor de gran educador.

En 1828 es enviado por la madre a Castelnouvo, para que asista a la escuela municipal. Viví­a de pensión con el sastre Juan Roberto. Después estudió en Chieri. Ya en la escuela organizó una «Sociedad de la Alegrí­a», entre los compañeros.

En 1835 entró en el Seminario de Chieri. Al final de los estudios, el 5 de Junio de 1841, fue ordenado sacerdote por Mons. Franzoni, Obispo de Turí­n. Ejerció como párroco y su dedicación a los jóvenes fue prioritaria. El 8 de Diciembre de 1841, estando completando estudios, organizó el primer Oratorio para chicos marginados. En 1845 ya inició las escuelas nocturnas, atendiendo así­ a los jóvenes obreros.

Desde 1846 vivió con su madre en Valdocco y organizó escuelas dominicales para los trabajadores. Reunió un grupo de colaboradores en 1851. Tení­a para entonces ya 200 internos acogidos en su centro y pasaban de mil los muchachos que frecuentaban sus diversos Oratorios.

En 1858 tuvo varias entrevistas con Pí­o IX, que le apreciaba mucho. El 18 de Diciembre de 1859 se erigió formalmente la «Sociedad de San Francisco de Sales» (salesiana) y se orientó a la atención de los jóvenes obreros. El Papa le bendijo y aprobó la obra. El 27 de Abril de 1863 se puso la primera piedra de la Iglesia de Marí­a Auxiliadora, que se consagró en 1869.

En 1872 inició con Marí­a Dominga Mazzarello la rama femenina de la sociedad de S. Francisco de Sales (Salesianas).

Actuó de forma diplomática con las nuevas autoridades del Estado Italiano, que habí­an proclamado la unidad de Italia bajo la monarquí­a del Piamonte y ocupado Roma. Por encargo informal del Papa tuvo que lograr las suficientes concesiones para un modus vivendi con los ocupantes. Su habilidad limó asperezas y logró importantes concesiones.

En 1878, al morir Pí­o IX, predijo la elección de León XIII. En 1883 hizo un viaje a Barcelona para consolidar en España su obra educativa.

Murió «de cansancio» el 31 de Enero de 1888. Fue beatificado por Pí­o XI el 2 de Junio de 1929 y canonizado el 1 de Abril de 1934 por el mismo Papa. Sus escritos numerosos tuvieron siempre carácter piadoso y educativo. Se conservan 165 obras y unas 20.000 cartas y artí­culos breves. Entre sus libros más catequí­sticos resaltan: «Historia eclesiástica para uso de las escuelas» «Historia Sagrada para uso de las escuelas», «El joven prudente», «La hija cristiana cumplidora de sus deberes de piedad», «El cristiano guiado por la virtud de la cortesí­a» «El católico instruido en su religión», «La fuerza de la buena educación», «Valentí­n o la vocación impedida», «El católico prudente» y «El Concilio General y la Iglesia Católica» y «Hechos amenos de la vida de Pí­o IX».

Su pedagogí­a dinámica, juvenil, alegre y cautivadora fue mirada en la Iglesia como uno de los modelos más significativos del Siglo XIX.

Gran promotor de lenguajes juveniles nuevos, los usó con habilidad a fin de asegurar la asimilación de los mensajes evangélicos, que eran lo que él querí­a grabar en sus jóvenes acogidos. Se hizo ante ellos interesante y cautivador, de modo que no tardó en ser acusado de agitador y de encontrar hasta recelos en sus tareas sacerdotales.

Su lucha contra el mal y contra el pecado fue precisamente su objetivo primero. Y trató de alentar en las dificultades a los suyos, a sus muchachos y a los educadores que se le fueron juntando, sin permitirles desfallecer. Les pedí­a a todos la sonrisa como sello de la presencia de Dios en sus corazones y la fidelidad a la Palabra de Jesús.

Modelo de actividad, de creatividad y de responsabilidad espiritual, tení­a un secreto que muy pocos conocí­an. Su unión con Dios le daba tal seguridad, que no se podí­a diferenciar fácilmente dónde terminaba la intuición de su privilegiada inteligencia y dónde comenzaba el don misterioso que Dios le regalaba.

Fuera intuición o don mí­stico, lo cierto es que D. Bosco leí­a los corazones y por eso podí­a hacer una labor impresionante en ellos. Siempre hallaba una mágica solución para toda tristeza, para toda dificultad o para toda carencia que surgiera en su camino. Multiplicaba los panes y curaba las enfermedades, alentaba a los tristes y hasta resucitaba a los muertos. Era una nueva imagen de Cristo en la tierra, pues, por donde pasaba, quedaba indefectiblemente el recuerdo de Dios.

Por eso el corazón de Don Bosco iba siempre delante de sus acciones y de sus inventos, de sus fiestas y de sus plegarias. Ante ese corazón de amigo, nadie se resistí­a y mucho menos los jóvenes que con él se relacionaban. Su corazón era el que hací­a brotar, como agua de manantiales limpios, sus iniciativas interminables. Formulaba programas, reglamentos, proyectos y estrategias. Abrí­a caminos, acogí­a legiones de huérfanos y de jóvenes obreros analfabetos, construí­a hospicios y talleres, hasta edificaba basí­licas y escribí­a libros sin cesar. Hasta siguió después de su muerte trabajando por la juventud.

Sus estilos e intuiciones se mantendrí­an en el mundo gracias al grupo de fieles seguidores, los miembros de la Sociedad de S. Francisco de Sales y las Hijas de Marí­a Auxiliadora, que organizó en Congregaciones educadoras regaladas a la Iglesia.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa