Biblia

CARNE, CARNAL

CARNE, CARNAL

A. NOMBRES 1. sarx (savrx, 4561) tiene un campo más amplio de aplicación en el NT que en el AT. Sus usos en el NT se pueden analizar como sigue: «(a) la sustancia del cuerpo, tanto si es de bestias como de hombres (1Co 15:39); (b) el cuerpo humano (2Co 10:3a; Gl 2.20; Phi 1:22); (c) por sinécdoque, de la humanidad santa del Señor Jesús, en la totalidad de todo lo que es esencial a lo humano, esto es, espí­ritu, alma, y cuerpo (Joh 1:14; 1Ti 3:16; 1 Joh 4:2; 2 Joh_7); en Heb 5:7 «los dí­as de su carne», esto es, su vida transcurrida en la tierra en distinción a su vida actual en resurrección; (e) por sinecdoque, de la persona completa (Joh 6:51-57; 2Co 7:5; Jam 5:3); (f) el elemento más débil de la naturaleza humana (Mat 26:41; Rom 5:19; 8.3a); (g) el estado irregenerado de los hombres (Rom 7:5; 8.8,9); (h) el asiento del pecado en el hombre (no es lo mismo que el cuerpo; 2Pe 2:18; 1 Joh 2:16); (i) el elemento inferior y temporal en el cristiano (Gl 3.3; 6.8), y en las ordenanzas religiosas (Heb 9:10); (j) los logros naturales de los hombres (1Co 1:26; 2Co 10:2,3b); (k) las circunstancias (1Co 7:28); lo externo de la vida (2Co 7:1; Eph 6:5; Heb 9:13); (1) por metonimia, lo externo y aparente, en contraste al espí­ritu, a lo interno y real (Joh 6:63; 2Co 5:16); (m) relación natural, consanguí­nea (1Co 10:18; Gl 4.23), o marital (Mat 19:5)». (De Notes on Galatians, por Hogg y Vine, pp. 111-112.) En Mat 26:41; Rom 8:4,13; 1Co 5:5; Gl 6.8 (no se trata aquí­ del Espí­ritu Santo), la carne es contrastada con el espí­ritu; en Rom 2:28,29, con el corazón y con el espí­ritu; en Rom 7:25, con la mente; cf. Col 2:1,5. En Eph 2:3 se yuxtapone con la mente, y en 2Co 7:1 con el espí­ritu. Nota: En Col 2:18 el nombre sarx se usa en la frase «por su propia mente carnal» (lit., «por la mente de su carne», véase (h) más arriba), en tanto que la mente debiera ser dominada por el Espí­ritu. Véanse CUERPO, HUMANO, NADIE, TERRENAL. 2. kreas (kreva», 2907) denota carne en el sentido fí­sico. Se usa en plural en Rom 14:21; 1Co 8:13:¶ Nota: el adjetivo sarkinos se traduce con la cláusula adjetiva, «de carne», en 2Co 3:3: Véase B, Nº 2. B. Adjetivos 1. sarkikos (sarkikov», 4559), relacionado con A, Nº 1, significa: (a) posesión de la naturaleza de la carne, sensual, controlado por los apetitos animales, gobernados por la naturaleza humana, y no por el Espí­ritu de Dios (1Co 3:3; para el v. 1, véase más abajo; algunos mss. tienen este vocablo en el v. 4); teniendo su asiento en la naturaleza animal, o siendo excitado por ella (1Pe 2:11 «carnal»); o como equivalente de «humano», con la idea adicional de debilidad, figuradamente de las armas de la guerra espiritual (2Co 10:4 «no son carnales»); o con la idea de ausencia de espiritualidad, de sabidurí­a humana (2Co 1:12; VM: «carnal»); (b) perteneciente a la carne, esto es, al cuerpo humano (Rom 15:27; 1Co 9:11).¶ 2. sarkinos (savrkino», 4560), (a) consiste de carne (2Co 3:3 «en tablas de carne del corazón»); (b) perteneciente a la vida natural, efí­mera, del cuerpo (Heb 7:16 «mandamiento carnal», VM); (c) «yo soy carnal» (Rom 7:14), esto es, casi con el mismo significado que sarkikos; entregado a la carne, esto es, casi con el mismo significado que sarkikos, Nº 1 [Rom 7:14;1Co 3:1; algunos textos tienen sarkikos, en ambos pasajes, así­ como en (a) y (b), pero la evidencia textual está en contra de ello]. Es difí­cil discriminar entre sarkikos y sarkinos en algunos pasajes. En relación a 1Pe 2:11, Trench (Synonyms¶¶lxxi, lxxii) dice que sarkikos describe los deseos que tienen su origen en la naturaleza corrompida y caí­da del hombre, y el hombre es sarkikos cuando permite que la carne tenga una posición que no le pertenece de derecho; en 1Co 3:1 sarkinos es una acusación mucho menos grave que lo que hubiera sido si se hubiera empleado la palabra sarkikos. Los santos de Corinto no estaban efectuando ningún progreso, pero no eran antiespirituales con respecto al punto particular acerca del que estaba tratando allí­ el apóstol. En los vv. 3,4 sí­ se les acusa de ser sarkikos. Véase DESCENDENCIA.¶ Nota: El nombre sarx se traduce en Col 2:11 como «el cuerpo pecaminoso carnal», en tanto que la VM traduce, «del cuerpo de la carne». Véase A, Nº 1.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

(sarx, sarkikos, sarkinos)

El término carne (sarx) se emplea 91 veces en el corpus paulino. Este término, sinónimo a veces de cuerpo (soma: Rom 8,3; Col 1,22; Ef 2,14; 5,29), designa por extensión a toda la persona (Rom 3,20). Esta acepción se inscribe en la lí­nea de los Setenta, que traducen el hebreo basar por sarx: en el Antiguo Testamento, como en Pablo, la carne no es nunca un elemento del cuerpo humano, ni siquiera en 1 Cor 15,39, donde el uso plural podrí­a evocar la carne en oposición a los músculos y a los huesos, según la perspectiva helenista.

La carne, al pertenecer a la figura de este mundo, se presenta como el lugar en donde se inscribe tanto la negatividad como la positividad. En efecto, la carne es débil y corruptible en la medida en que se ve afectada por movimientos que la orientan en sentido contrario al Espí­ritu de Dios (Rom 7,18; 8,7-8; 13,14; Ef 2,3; Col 2,18). En ella se inscriben el pecado y sus consecuencias (Rom 7,5; Gal 5,19). De forma muy concreta y literal, es ella la que lleva la marca de la circuncisión (Gal 6,13; Ef 2,11). Pues bien, esta marca, debido a la muerte-resurrección de Cristo (Ef 2,14) está cargada simbólicamente de negatividad: remite a la conciencia de un pueblo que procede de un tiempo ya caducado y significa la incapacidad de la ley para dar la salvación (Rom 8,3). De ahí­ el gran número de expresiones antitéticas que oponen la carne y el espí­ritu.

Paradójicamente, la carne no está abocada definitivamente a esta negatividad; es capaz de ser el lugar de la positividad. Hace en primer lugar referencia a la historia: es posible identificar al hombre por los ví­nculos carnales que lo unen a sus antepasados; esto vale para Cristo (Rom 1,3), para Pablo (Rom 9,3) y para Israel (Rom 4,1; 1 Cor 10,18). Después de la venida de Cristo, la carne se convierte en el lugar del enfrentamiento entre el Espí­ritu de Cristo y el del mundo (1 Cor 7,28). Es el lugar que hay que evangelizar para que la pasión de Cristo se encarne en ella (Col 1,24). La carne es el lugar en el que se manifiesta el misterio (1 Tim 3,16). La ley y la división introducida por la ley se suprimen en la carne de Cristo (Rom 8,3; Ef 2,14). La vida no puede manifestarse más que en esta carne mortal (2 Cor 4,11), mientras dure la figura de este mundo.

Las consecuencias de esta ambivalencia de sarx se describen mediante dos expresiones cuyos lí­mites no siempre resultan claros: «la vida según la carne» y «la vida en la carne». Estas dos expresiones describen tanto la vida que lleva el sello de la negatividad -la que se compromete por un camino opuesto al del Espí­ritu-, como la existencia corporal e histórica llamada a dejar que se manifieste la fuerza del Resucitado, que es Espí­ritu y vida. Los dos adjetivos, sarkikos (6 empleos) y sarkinos (3 empleos), se inscriben en el contexto de la carne (sarx), que designan lo que es carnal en cuanto corporal o en cuanto negativo.

Si está claro que se da un ví­nculo entre la carne y el pecado, la carne no está encerrada en la esfera de la negatividad y de la muerte. Al contrario, está llamada a manifestar la vida de Dios, debido a la encarnación, con tal que se deje asumir por el Espí­ritu (pneuma). El dualismo que se cree descubrir en estas expresiones se debe, de hecho, a una opción fundamental, en la que no hay medias tintas, ya que se trata de escoger la vida o la muerte. En este contexto, la sarx está del lado de la vida, en favor de la vida.

C. R.

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Será bueno comenzar el estudio de este complejo concepto indicando brevemente ciertos sentidos obvios, literales y figurados, expresados a través de la Biblia por medio de la palabra «carne». En primer lugar, las palabras šeʾēr y bāśār en el AT, y sarx en el Nuevo, describen el vehículo y circunstancias de la vida física del hombre en este mundo. Así, en Fil. 1:22–24, Pablo hace un contraste entre «permanecer en la carne» y partir para estar «con Cristo». «Carne» se usa regularmente junto con «huesos», «sangre» o «cuerpo» (p. ej., Pr. 5:11; 1 Co. 15:50) para aislar el aspecto físico de la naturaleza del hombre a fin de inspeccionarla. De su uso para referirse a la cubierta exterior del cuerpo (Gn. 2:21), surgió un sentido figurado de «apariencia externa», «normas del mundo» (1 Co. 1:26; Ef. 2:11). Más importante es el reconocimiento del contraste entre dos modos de ser significados por las palabras «carne» y «espíritu» (Is. 31:3; Jer. 17:5; Jn. 1:13). En contraste con Dios, se ve a la humanidad compartiendo una carne común, y la expresión «toda carne» normalmente reconoce la solidaridad de la raza (Gn. 6:12; Mt. 24:22; 1 P. 1:24). No hay mucha distancia de esto al uso de «carne» en el sentido de «pariente—cercano—» (Lv. 18:12) o más remotamente, «antepasado humano» (Ro. 4:1).

Volviéndose particularmente al AT, lo primero que se hace claro en cuanto al uso de la palabra «carne» es la oposición completa a cualquier sabor a gnosticismo. Aunque hay un reconocimiento general de que el hombre es tanto psíquico como físico—el Sal. 63:1 muestra que el hombre, en sus dos aspectos, tiene ansias de Dios—, hay una ausencia completa de cualquier sugerencia de que éstas sean separables en lo que respecta a una doctrina de la naturaleza humana, o que «carne» sea inferior en la escala de la personalidad que «espíritu». En realidad, las capacidades psíquicas del hombre son, con mucha frecuencia, ejemplificadas con referencias a órganos físicos. Así, el Sal. 73:26 habla del final de la vida terrenal y esperanza como el desfallecimiento de la «carne» y el «corazón», y el correspondiente uso de «riñones» y «entrañas» es demasiado conocido para que sea necesario dar ejemplos. La unidad de la personalidad humana en su naturaleza psicofísica no se podría ver en forma más clara que recordando que, según la Biblia, el acto de relación sexual se denomina conocer (Gn. 4:1), y el resultado de ese acto es que «serán una carne» (Gn. 2:24; Mt. 19:5; 1 Co. 6:16). «Conocer» aquí no se usa en forma eufemística, sino literalmente. El (véase) matrimonio tiene el propósito, en el plan de Dios, de conducir a dos personas al conocimiento más profundo e íntimo entre ellos. Esta interpenetración última de las personalidades se denomina llegar a ser «una carne». Aunque nada hay en el AT que corresponda con el punto de vista del NT de la «carne» como el principio central y dinámico de la humanidad caída, podemos ver que el AT, con su énfasis en la «personalidad carnal», ofrece el trasfondo sobre el cual el NT puede trazar su cuadro de la naturaleza humana esclavizada por un dinamismo que ha capturado la ciudadela de su unidad esencial. Por su parte, esto ilumina las palabras constantemente carnales en que se expresa la vida santa. En Gn. 17:3, Dios dice que su pacto «estará en vuestra carne», y los profetas (p. ej., Jer. 4:4) usan el mismo símbolo de la circuncisión para expresar un consagrado retorno a Dios. No puede haber salvación del hombre que no sea una salvación de su carne; y cuando Ezequiel predice el acto regenerador de Dios, declara: «quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (36:26). Aquí él deja implícito lo que Pablo afirma: que la carne se ha pervertido, y que Dios planea para el hombre lo que hemos aprendido a llamar «resurrección del cuerpo».

La doctrina de la carne en el NT es, principal pero no exclusivamente, paulina. La «carne» es un principio dinámico de pecaminosidad (Gá. 5:17; Jud. 23). Los no regenerados son «carne de pecado» (Ro. 8:3); son «de la carne (Ro. 8:5). En ellos la carne, con sus pasiones y deseos» (Gá. 5:24), obra la «muerte» (Ro. 7:5). La carne, que produce «obras» (Gá. 5:19) en quienes viven según la carne» (Ro. 8:12), se caracteriza por la «concupiscencia» (1 Jn. 2:16; Gá. 5:16; 1 P. 4:2; 2 P. 2:10), que esclaviza los miembros del cuerpo y también domina la mente (Ef. 2:3), de modo que hay una afiliación mental completa denominada «la mente de la carne» (Ro. 8:5, 7). Bajo estas circunstancias, la vida es dada a las satisfacciones carnales (Col. 2:23) y se describe como «sembrar para la carne», de la cual se cosecha corrupción carnal (Gá. 6:8). Tales personas se ven dominadas por las «pasiones pecaminosas» (Ro. 7:5); incapaces de obedecer la ley de Dios (Ro. 8:3) o de agradar a Dios (Ro. 8:8). Aun las prácticas religiosas de ellos están alejadas de la voluntad de Dios debido al pensamiento carnal (Col. 2:18). Son «hijos de ira» (Ef. 2:3). Completamente diferentes son quienes han experimentado la regeneración divina. Están «en» la carne pero ya no andan «según» la carne (2 Co. 10:3; Gá. 2:20). Tienen necesidad de velar porque los hechos de la carne embotan la percepción espiritual (Ro. 6:19), y aunque el cristiano no es deudor a la carne (Ro. 8:12), debe recordar que en su carne no mora el bien (Ro. 7:18), y que si volviera a poner en ella su confianza (Fil. 3:3; Gá. 3:3), caería en esclavitud (Ro. 7:25). Ha recibido un nuevo principio de vida que es suficiente para desalojar el antiguo principio de muerte (Ro. 8:4, 9, 13; Gá. 5:16–17), «la vida de Cristo» en su cuerpo siempre entregado a la muerte» (2 Co. 4:10, 11).

Así hemos bosquejado la noción de carne desde su pura concepción en el plan del Creador hasta las profundidades de su corrupción autoprovocada, y hasta su nueva creación en Cristo. Resta mostrar que la obra de Cristo se expresa en la misma terminología. Aquí también Cristo nos redimió de la maldición asumiendo él mismo la maldición: «el Verbo fue hecho carne» (Jn. 1:14). La impecabilidad de Jesús es preservada por la cuidadosa declaración de que Dios envió a su Hijo «en semejanza de carne de pecado» (Ro. 8:3; cf. Heb. 4:15), y la bendita verdad declara que el Hijo se hizo uno con nosotros en el punto de nuestra necesidad (Heb. 2:14) con el fin de atacar el pecado en su punto fuerte (véase Ro. 8:3). La palabra «carne» se usa constantemente para enseñar la genuina humanidad del Salvador (Ro. 1:4; 9:5; 1 Ti. 3:16; Heb. 5:7). Sin embargo, no es su carne para ser exhibida en su perfección, sino su carne «dada» (Jn. 6:51–56) por la vida del mundo. Fue por haber sido hecho «ofrenda por el pecado» que condenó el pecado en su carne (Ro. 8:3). La carne es la esfera y el instrumento de su obra redentora (Col. 1:22; 1 P. 3:18; 4:1). Este fue el propósito sublime de la encarnación (Heb. 10:5–20). Se hizo carne para que en la carne y por la carne pudiera liberarnos de la esclavitud de la carne y cumplir la profecía haciéndonos «carta de Cristo … escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón» (2 Co. 3:3; Ez. 36:26).

BIBLIOGRAFÍA

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John Alexander Motyer

SHERK The New Schaff-Herzog Encyclopaedia of Religious Knowledge

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (96). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología