CARRANZA BARTOLOME.

[956](1503-1576)

Fue un dominico, teólogo de Trento, nacido en Miranda de Arga (Navarra), llegado a Arzobispo de Toledo, acusado de hereje y fallecido en las cárceles romanas después de penoso y prolongado (18 años) pleito inquisitorial. Estudió teologí­a en la Universidad de Salamanca y explicó Biblia en S. Gregorio de Valladolid, cobrando pronto fama de profundo, honesto y valiente. Fue luego censor de la Inquisición en España y se mostró muy rí­gido en sus apreciaciones, aunque siempre sincero con su conciencia.

Sus censuras le granjearon enemigos poderosos, como Fernando de Valdés, Arzobispo de Sevilla, dominico, y Fray Bartolomé de las Casas, también dominico, a quienes censuraba por no residir en sus diócesis y estar más pendientes de la Corte que de las almas.

A los 47 años fue elegido Provincial de los dominicos. Enviado por Carlos V al Concilio de Trento (1543), defendió la reforma de la Iglesia con rigor, hizo quemar multitud de libros y reclamó al Concilio que prohibiera la acumulación de beneficios eclesiásticos y obligara a los obispos a residir en sus diócesis y a dedicarse a su misión primaria.

Fue también autor de «Summa Conciliorum et pontificium» (1546) y de «Controversia de necessaria personali praesentia episcoporum» (1547).

Regresó a España en 1547. Fue enviado por Felipe II como confesor de Marí­a Tudor, manteniendo su dureza en la persecución de los no católicos en aquel destino: exigió la ejecución del Obispo Crammer, quemó lo huesos de Bucero, redactó por encargo del sí­nodo de Obispos el catecismo para que todos tuvieran clara la doctrina.

Ese catecismo se publicó en Amberes con privilegio real y estaba dedicado a Felipe II en 1558. Para ese año, ya habí­a sido designado Arzobispo de Toledo por el Rey. Pero a los pocos meses fue introducido su catecismo, que llevaba por tí­tulo «Comentarios sobre el catecismo cristiano», en la lista o «Indice» de libros prohibidos.

Acusado de herejí­a por los adversarios, fue apresado por la Inquisición en un viaje a Valladolid. Su defensa corrió a cargo de Martí­n de Azpilcueta y se le declaró inocente. Pero se le obligó a abjurar de parte de su obra y fue suspendido de sus funciones. El proceso se rehizo y se alargó su detención en las cárceles de la Inquisición española, hasta que, en 1566, logró que su causa fuera remitida a Roma.

Allí­ hubo de encaminarse Carranza, quedando confinado en Sant’Antelo. Al final fue declarado inocente por Gregorio XIII 10 años después de llegado a Roma y casi 20 después de su detención. Pero falleció a los 18 dí­as de publicarse la sentencia absolutoria.

Carranza quedó como un recuerdo significativo de la Inquisición y de las rencillas entre los personajes de su época, no por la peligrosidad de sus doctrinas o por sus ví­nculos heréticos inexistentes.

Su catecismo no puede ciertamente tildarse en absoluto de resabios protestantes o heterodoxos. Incluso fue conocido, usado a veces literalmente, por los redactores del Catecismo romano mandado por el concilio de Trento. Tení­a intensa base bí­blica, de la que carecieron los demás de la época. Su esquema doctrinal fue superior a los demás que circularon. Su doctrina, por tener base bí­blica abundante, hubiera sido el mejor enlace con la Reforma luterana para evitar distanciamientos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa